Entrevista a Andreu Llabina sobre Manuel Sacristán
Salvador López Arnal
«Sacristán es un autor incómodo para cualquier poder establecido, por eso gusta… y por eso disgusta a otros.»
Andreu Llabina es profesor de filosofia en secundaria y responsable del podcast de El Viejo Topo.
Andreu Llabina: ¿Me permites que inicie yo nuestra conversación?
SLA: Desde luego, como mejor te parezca.
Antes de empezar quisiera darte las gracias por esta entrevista y por hacerme partícipe de la celebración del centenario del nacimiento de Manuel Sacristán. Quiero decir que es un placer poder ser entrevistado por ti, hace muchos años que leo tus entrevistas y sigo tu trabajo. Que una persona que ha estudiado tanto a Sacristán como tú se dirija a mí para hablar de él me produce cierto pudor, así que pido disculpas de antemano por posibles errores que pueda cometer durante esta entrevista.
El placer y el honor son míos. En cuanto a errores: ¡quien esté libre de ellos, que tire la primera piedra!… Nunca habrá pedrea.
Por edad es obvio que no pudiste conocer personalmente a Sacristán. ¿Cómo llegaste a su obra? ¿Qué te llamó más la atención de sus escritos?
He tenido la suerte de crecer en una familia con conciencia de clase. Mis padres tenían, y siguen teniendo, una gran biblioteca, además de grandes valores y principios. Ese es el punto de partida. Sin mi familia difícilmente habría visto el mundo como lo veo ni habría tenido acceso a una visión crítica.
A Sacristán llego de manera consciente asistiendo a una conferencia sobre él que dieron Francisco Fernández Buey y Víctor Ríos en la calle Comtessa de Sobradiel, sobre el año 2003 o 2004. Eran los años del No a la Guerra y del No a la Constitución Europea. Ese fue un gran momento para aprender y aproximarme a la tradición del PSUC y a ese Polo Alterativo.
¿Qué edad tenía entonces?
Entonces tendría 17 años, y estudiaba primero de bachillerato. Fui con un compañero de instituto y a los dos nos fascinó. Si no era la primera vez, sería una de las primeras en las que asistía a un acto político no electoral.
Te he interrumpido antes. Decías…
De Sacristán me fascina la capacidad que tenía para señalar temas complejos y sintetizarlos. Cuando lo leí por primera vez yo era un adolescente, buscaba reafirmar que el mundo estaba mal montado, quería canalizar esa rabia en transformar el mundo. Me encontré con un autor que me llevaba vidas de ventaja, así que lo aparqué y lo recuperé años más tarde.
¿Cuándo fue ese más tarde?
Sería sobre los veinticinco, en la época del 15M. Buscaba respuestas más allá de lo que la universidad me estaba proporcionado. Y Sacristán fue uno de los autores que más me interesó.
De lo leído hasta, ¿qué textos tienen más interés para tí?
La verdad es que no conozco tanto su obra como para poder responder de manera rigurosa a esta pregunta.
De acuerdo. En tu opinión, ¿se habla, se estudia suficientemente a Sacristán en las comunidades filosóficas catalana y española?
Creo que en general ni se estudia ni se tiene en cuenta. Es un autor que carece del apoyo de instituciones lo suficientemente poderosas como para que imponga su estudio en los currículums.
En círculos limitados sí se sigue estudiando y teniendo en cuenta, por supuesto. Es un autor disidente, y la disidencia se paga, en este caso ignorándolo. Por fortuna, la disidencia a este sistema no ha desaparecido, y es por ello que se sigue estudiando. Personas como tú, Salvador, hacéis un trabajo imprescindible para que su pensamiento y su obra no queden en el olvido.
En mi opinión, es un autor incómodo para cualquier poder establecido, por eso gusta, y por eso disgusta. A los que nos gusta, en él podemos encontrar precisión y concreción, y eso es realmente útil en un tiempo tan disperso y lleno de inputs como el actual.
Sintetizando mucho, al ser un autor tan potente y poco conocido, resulta muy atractivo.
«Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores» fue un escrito, del verano de 1967, que levantó polémica durante años en el seno de la comunidad filosófica española. ¿Se sigue hablando de él? ¿Es un material de otra época, superado, olvidado?
Es un texto que no se debería olvidar. Sigue siendo un diagnóstico lúcido y demoledor de problemas estructurales que, lejos de resolverse, se han agudizado en la universidad y en el sistema educativo en general. Este escrito muestra en gran parte su disidencia, su no deber nada a nadie, hasta su humor. Es un golpe al sistema universitario, no únicamente a las facultades de filosofía. Es un golpe que duele, por qué no viene desde el oportunismo, viene desde una crítica lícita. Sacristán no solo critica la burocratización de las facultades de filosofía —aunque estas sean su blanco inmediato—, sino que desnuda una dinámica perversa: la institución universitaria prioriza su autoperpetuación sobre su función social y crítica.
Creo que debería ser de obligada lectura para cualquier estudiante universitario. En unas 15 páginas es capaz de describir y señalar un sistema que se ha burocratizado tanto, que únicamente piensa en perdurar, se ha olvidado de su función, de su cometido. Este escrito, y gran parte de su obra, me recuerda al niño de la fábula que grita «el emperador va desnudo». Esa capacidad para salir del juego y ver lo que realmente sucede es muy difícil, y por eso hay que ponerlo en valor.
Hoy, en un contexto donde la universidad enfrenta crisis de relevancia, precarización y mercantilización, el texto debería ser lectura obligatoria. No como reliquia histórica, sino como herramienta para cuestionar qué significa hoy «formar pensamiento crítico». Sacristán nos recuerda que la filosofía —y la educación superior— no pueden limitarse a reproducir esquemas: su valor está en interpelar al poder, incluso al propio. Ese mensaje, como su obra, sigue totalmente vigente.
¿No es bastante singular que uno de los grandes filósofos españoles del siglo XX fuera al mismo tiempo un dirigente político comunista, miembro del Comité central del PSUC y del PCE?
Efectivamente, esta dualidad rompe con varios tópicos: primero, que un intelectual de su talla asumiera responsabilidades orgánicas en partidos comunistas —algo poco habitual incluso en su época—, y segundo, que lograra conciliar el mundo de las ideas con la gestión política práctica, desmintiendo el cliché de que los filósofos son incapaces de actuar fuera de la esfera teórica. Su caso lo sitúa en un selecto y reducido grupo de pensadores comunistas, como Louis Althusser o Roger Garaudy, en su etapa marxista, en el Partido Comunista Francés.
Personalmente, lo considero parte de esa constelación de figuras admirables que, desde la coherencia, aspiraron a transformar el mundo. Sin embargo, su trayectoria también refleja una tensión: Sacristán dejó de ver en el partido la herramienta para lograr la construcción del socialismo. Esa evolución —crítica y lúcida— añade aún más singularidad a su legado.
Sacristán, como bien sabes, fue uno de los primeros ecologistas marxistas españoles y europeos. ¿Qué destacarías de esta arista de su obra? ¿Te interesa especialmente?
Sigo descubriendo a Sacristán, todavía me falta mucho por leer y todo por releer. Tengo pendiente y me genera una gran curiosidad su libro Sobre Gerónimo.
No te decepcionará.
En una intervención oral reciente, hablando de Sacristán, destacabas «la fidelidad a uno mismo». ¿Qué quisiste señalar con esta consideración?
Quería sintetizar el momento en que abandona «el partido», se va por convicciones, fiel a sus principios y sin hacer ruido. No se va por un lucro personal, no se transforma en un converso, simplemente se va, sin malas palabras, sin espavientos, no hace un espectáculo. Podría haber renegado de «el partido», podría haber logrado réditos personales, muchos los hicieron, pero él no. Él fue fiel a si mismo, a sus principios, y es algo que, a pesar de ser como tiene que ser, no es lo habitual. Por eso lo quise poner en valor.
Has hablado también de su ética. ¿Por qué?
Cuando hablé de la ética de Sacristán, lo hice porque me servía para explicar algo anormal. Si nos ponemos en la piel de alguien que ha sido purgado, que le han quitado el trabajo del que vive, y que encuentra otro empleo, más precario, es capaz de volver a dar lo mejor de sí, yo me quito el sombrero. Eso es tener ética del trabajo, aun cuando las condiciones no acompañan, es capaz de teorizar sobre un mundo como es el de las traducciones, y llevarlo a otro nivel.
Hablaste también de su rigor. ¿Dónde observas ese rigor al que haces referencia?
El rigor va de la mano de la ética y de la metodología. Sacristán pasa de dar clases en la universidad, de ser un referente, de repente a tener que ganarse la vida haciendo traducciones. Podría haberlo hecho de cualquier manera, hay muchas malas traducciones, muchas traducciones hechas de cualquier manera esperando cobrar rápido el cheque.
Pero no es el caso, Sacristán se vuelca en hacer ese trabajo de un modo metódico, trabajando desde la ética y desde el rigor. Aprovecha la situación para seguir aprendiendo, y así transformar el mundo a partir de una base de comprensión del mundo. Por eso hablo de rigor: trabaja, dedica su tiempo y sus esfuerzos en algo que puede parecer irrelevante, y eleva ese hecho a otro nivel.
Has hablado también de su dignidad. ¿Por qué has destacado este nudo?
No se me ocurre mejor adjetivo. Para mi Sacristán es un ejemplo de dignidad. Lo que me han contado de él, lo que he leído, me sitúa a una persona digna que le tocó vivir un momento terrible, probablemente uno de los peores en la historia de España. Y a pesar de eso fue fiel a sus principios, a sus compañeros, a unas ideas que no podían compartirse en público.
«La fidelidad a uno mismo», «la ética», «el rigor», «la dignidad», etc. es verdad que pueden parecer lugares comunes, conceptos gastados para usar en los velatorios; pero hay que seguir usándolos cuando toca, y debemos seguir dándoles el valor que se merecen. Cuando hablamos de Sacristán, hablamos de la lucha antifranquista, de todas esas personas que se organizaban en el PCE o en el PSUC, de esos millares y millares de militantes que perdieron una guerra y su futuro.
Es en los peores momentos cuando se ve de lo que estamos hechos. ¿Quién se organiza a pesar del miedo? ¿Quién? Pues me parece que lo hace gente excepcional, gente que tiene todo que perder pero cree que es lo correcto, y a pesar del miedo lo hacen; sabiendo que muchos de los que no te van a ayudar van a salir beneficiados de tu lucha, y que vas a sufrir. Eso es un proyecto que transciende lo individual. Es pensar con unos códigos que ahora parecen abandonados, que se descartaron y que de vez en cuando asoman como si fueran restos arqueológicos.
Nos has regalado además un magnífico resumen (que cito literalmente traducido): «no confundir el futuro con una fábrica, vivir con sentido crítico y sin dogmas, y valorar y amar aquello que hacemos». ¿Nos haces un comentario de texto sobre tus propias palabras?
Con esta frase «no confundir el futuro con una fábrica», pretendía sintetizar el pensamiento de Sacristán. Quería resumir su crítica al productivismo y a su manera de recordarnos que vivimos en un planeta finito con recursos limitados, y que debemos tener en cuenta este elemento a la hora de desarrollarnos y lograr el bienestar de la humanidad en su conjunto. Debemos seguir pensando para encontrar repuestas tanto al desafío que supone el reparto del trabajo como el reparto de las riquezas.
Diciendo «vivir con sentido crítico y sin dogmas» quería evidenciar su voluntad de superar las estructuras establecidas y evitar caer en la burocracia y sus dinámicas, que adquieren dinámicas propias en la organización humana, alejándola de sus objetivos. Además, recuerda que también hay que hacer autocrítica para poder seguir avanzando hacia una sociedad más justa. De nada sirve alcanzar el poder si uno se desvía de aquellos principios elementales.
Finalmente, «valorar y amar aquello que hacemos» me sirvió para dejar patente su ejemplo a la hora de afrontar el trabajo. Y aquí entro en un plano totalmente subjetivo, y es que si damos valor a lo que hacemos, a nuestro trabajo, a la vez estamos dando valor a nuestra vida, a lo que vivimos, no únicamente a las horas que destinamos al y al disfrute.
¿Qué opinión te merecen los actos que van realizándose con ocasión del primer centenario del fallecimiento?
Me parece totalmente necesario. Es admirable ver el esfuerzo que hay detrás de todas las iniciativas que van surgiendo, estoy aprendiendo y disfrutando de los textos que se publican, y de las ponencias y charlas que se van celebrando.
El legado de Sacristán es incalculable, y creo que es fundamental mantenerlo, especialmente para que cuando llegue una nueva ola de movilizaciones sociales lo tengan a su disposición para poder formarse, dotarse de ideología y su pensamiento sirva como herramienta para plantar cara al poder de una manera sólida.
¿Se te ocurre alguna forma de conseguir que Sacristán sea más conocido (y leído) entre las nuevas generaciones?
Podría decir que hay que llevarlo más allá de las bibliotecas y darle una vida en el mundo digital, crear contenido para redes sociales, trabajarlo para que sea una arma en la lucha cultural.
Ciertamente, no sé como convertir un autor disidente en autor de masas sin invertir grandes recursos o disponer de una gran maquinaria mediática para la difusión de ideas. Quizás, consiguiendo que movimientos sociales, partidos y sindicatos afines, quisieran realizar charlas, seminarios, escribir artículos en sus publicaciones, y usar sus redes para ir llegando poco a poco a más gente.
Seguramente Sacristán no aspiró a ser nunca «un autor de masas» en el sentido usual de la expresión. Lo suyo era otra. ¿Quieres añadir algo más?
Ha sido un placer poder compartir esta charla contigo. Para terminar, me gustaría invitar a todas aquellas personas que no conozcan la obra de Manuel Sacristán a que lo lean, y también lo que se ha escrito sobre su vida. Vale la pena darle una oportunidad, no se arrepentirán.
Molotes gràcies, estimat Andreu.