Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Donde se recogen entrevistas y materiales del autor sobre lo que él mismo denominó «el doble aldabonazo» (París, Praga)

Manuel Sacristán Luzón

Edición de Salvador López Arnal y José Sarrión

Estimados lectores, queridos amigos y amigas:

Seguimos con la serie de materiales de Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) que estamos publicando en Espai Marx todos los viernes a lo largo de 2025, el año del primer centenario de su nacimiento (también de los 40 años de su prematuro fallecimiento). En esta ocasión, sobre el Mayo del 68 y sobre la primavera de Praga y su destrucción.

Los materiales ya publicados, los futuros y las cuatro entradas de presentación pueden encontrarse pulsando la etiqueta «Centenario Sacristán» –https://espai-marx.net/?tag=– que se encuentra además debajo de cada título de nuestras entradas.

Algunas informaciones:

Nuevos libros: Manuel Sacristán Luzón, Seis conferencias, Barcelona: El Viejo Topo, 2025 (reimpresión; prólogo de Francisco Fernández Buey; epílogo de Manolo Monereo).

Manuel Sacristán Luzón, La filosofía de la práctica. Textos marxistas seleccionados (Irrecuperable, 2025). Edición y prólogo de Miguel Manzanera Salavert, epílogo de Francisco Fernández Buey).

Manuel Sacristán Luzón, Socialismo y filosofía, Madrid: Los libros de la Catarata, 2025 (edición de Gonzalo Gallardo Blanco).

Manuel Sacristán Luzón, M.A.R.X. (Máximas, aforismos, reflexiones, con algunas variables libres), Barcelona: El Viejo Topo, 2025 (prólogo de Jorge Riechmann; epílogo de Enric Tello; edición y presentación de SLA).

Ariel Petruccelli: Ecomunismo. Defender la vida: destruir el sistema, Buenos Aires: Ediciones IPS, 2025 (por ahora no se distribuye en España). «…Recogeré unas cuantas botellas lanzadas al mar por dos de los pensadores más formidables que yo haya podido leer, y que significativamente se cuentan entre los menos frecuentados: Manuel Sacristán y Bernard Charbonneau.»

Nuevos artículos:

Juan Dal Maso, «Manuel Sacristán y el marxismo del siglo XXI». https://www.laizquierdadiario.com/Manuel-Sacristan-y-el-marxismo-del-siglo-XXI.

Jordi Cuevas Gemar, «Sacristán: del ostracismo a los altares, o cómo beatificar al disidente sin tomarlo de verdad en serio» https://www.cronica-politica.es/sacristan-del-ostracismo-a-los-altares-o-como-beatificar-al-disidente-sin-tomarlo-de-verdad-en-serio/.

José Luis Moreno Pestaña: «Antonio Gramsci, Manuel Sacristán y la lucha contra la explotación cultural« https://journals.uniurb.it/index.php/igj/article/view/4812/4460

Jordi Sancho Galán, «Manuel Sacristán y el movimiento universitario» https://mientrastanto.org/247/ensayo/manuel-sacristan-y-el-movimiento-universitario/.

La revista Realitat publicó un número especial dedicado a Sacristán con artículos del propio Sacristán y de Víctor Ríos, Miguel Manzanera, José Sarrión, Lucía Aliagas Picazo, Enric Tello, José Luis Gordillo, Joan Pallissé, Jordi Mir y otros autores y autoras. https://www.realitat.cat/monografics/centenari-manuel-sacristan/.

Vídeo editado por Comunistes de Catalunya y la JCC: «Manuel Sacristán: Referent del marxisme ecològic i del comunisme verd.» https://www.youtube.com/watch?

El mientrastanto.e de junio publicó un extenso artículo de Enric Tello: «Manuel Sacristán: ¿el primer marxista ecológico europeo?» https://mientrastanto.org/245/ensayo/manuel-sacristan-el-primer-marxista-ecologico-europeo/.

El próximo número de Nuestra Bandera estará dedicado a la obra y vida de Sacristán. El Viejo Topo publicará un dossier sobre él en el número de septiembre.

La grabación completa del acto «La Universidad en el pensamiento de Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey» celebrado el pasado 5 de mayo. https://neuronasrojas.profesionalespcm.org/2025/06/05/acto_univeridad_sacristan_fim/

Un nuevo enlace: el encuentro del pasado sábado 17 de mayo en Barcelona: «Manuel Sacristán, militante comunista» (Giaime Pala, José Luis Martín Ramos, S. López Arnal) Centre Cívic Fort Pienc, Barcelona, https://www.youtube.com/watch?v=zZ00JhJwho0. ACIM (Associació

Catalana d’Investigacions Marxistes).

Un tercer enlace: Canal Red, «Sacristán hoy» (19 de junio). Coordinadora: Montserrat Galcerán. Participación de Mario Espinosa, Alicia Durán, Jorge Riechmann, José Sarrión y SLA. https://youtu.be/T2b6qUgBLdw?

Más enlaces de interés: vídeos del Seminario organizado el pasado 2 de junio en Salamanca:

MAÑANA: https://www.youtube.com/live/gxcFw9NxQws?si=OGjSWha2JX5yB-Ve

TARDE: https://www.youtube.com/live/ACXyG6r2gWE?si=xy4yGq2tqzzuL-jj

Nuevo artículo del incansable Víctor Ríos: «Manuel Sacristán, un pensamiento vivo y actual» https://www.eldiario.es/catalunya/opinions/manuel-sacristan-pensamiento-vivo-actual_129_12304153.html.

Próximas actividades:

1. 4 de octubre, nueva edición de la Fiesta Realitat, coorganizada por la Fundación Neus Català, Comunistes de Catalunya, la revista Realitat y la Joventut Comunista de Catalunya.

Durante todo el día, la plaça de les Treballadores (Trabajadoras) de la Harry Walker (Barcelona) se llenará de actividades diversas y para todos los públicos, como las Jornadas Neus Català (este año, enfocadas a la vida y legado de Manuel Sacristán), la Feria del Libro, un concierto y actividades para los y las más pequeñas y, como siempre, monólogos y conciertos por la tarde y ya entrada la noche….

2. Simposio sobre Manuel Sacristán en Barcelona. Organizadores: Càtedra Ferrater Mora (Universitat de Girona) en coorganización con el Memorial Democrático de la Generalitat de Catalunya y en colaboración con la Fundación Neus Català. Fechas: miércoles 26 (tarde), jueves 27 (mañana y tarde) y viernes 28 de noviembre (mañana y tarde) en el Ateneu Barcelonès (Barcelona).
Buena semana, muchas gracias.

INDICE

1. Presentación
2. Cuatro notas a los documentos de abril del Partido Comunista de Checoslovaquia
3. Entrevista para Cuadernos para el diálogo
4. Carta a José María Mohedano
5. Entrevista con La Jove Guàrdia
6. A propósito de El futuro del Partido Comunista Francés
7. Anotaciones de lectura (Waldeckt Rochet, René Andrieu, Jean Ferniot, Henri Lefébvre, Club Jean Moulin, Jean F., Alain Touraine)
8. Crítica
9. En el homenaje a Jean Paul Sartre
10. En una fase de crisis del movimiento comunista.
11. Carta al diario Liberación

1. Presentación

Los dos aldabonazos: la Primavera de Praga (y su aniquilación manu militari en agosto de 1968 por las tropas del Pacto de Varsovia con la oposición de Rumanía ) y el Mayo del 68.

Cuatro días después de la invasión, Sacristán, desde Puigcerdà, escribía a su amigo y compañero de Partido (PSUC), Xavier Folch, en los términos siguientes:

Xavier:

Tengo que bajar a Barcelona el jueves día 29. Pasaré por tu casa antes de que esté cerrado el portal.

Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra «indignación» me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar. La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia. Hasta el jueves.

Manolo

En «Manuel Sacristán, militante comunista contra el franquismo» (Del pensar, del hacer, del vivir, p. 123), comentaba Joaquim Sempere:

«Cuando tuvo lugar, en 1964 y 1965, el debate interno en el PCE-PSUC entre la mayoría de la dirección, encabezada por Santiago Carrillo, y el grupo de Fernando Claudín, Sacristán –que en materia de política cultural e incluso de diagnóstico sobre la situación del país estaba más próximo de este último— se alineó con Carrillo porque rechazaba el gradualismo y la retirada de la consigna de huelga general preconizados por Claudín. Pero pronto sus diferencias con el resto de la dirección iban a ahondarse. En 1968 el PCE “desaprobó” la invasión de Checoslovaquia por las tropas rusas y del Pacto de Varsovia. Sacristán, que desde unos meses antes había observado con gran interés el experimento de renovación socialista de Alexander Dubček y que ya era muy crítico con el sistema soviético, pidió que se abriera un debate en profundidad en el seno del partido comunista sobre la degeneración del “socialismo realmente existente”. La dirección no lo aceptó».

Para Sempere éste fue el comienzo de la separación definitiva de Sacristán respecto del partido. «Su idea de un partido como impulsor de la hegemonía cultural era incompatible con el rechazo a debatir seriamente sobre lo que más importaba: ¿adónde iba el movimiento comunista?».

Por su parte, Víctor Ríos («El compromiso de Manuel Sacristán», El legado de un maestro, p. 24), ha señalado: «Es sabido que se aprende más de las derrotas que de los éxitos. Manuel Sacristán tuvo la lucidez de percibir pronto la magnitud de ésta. Por lo menos desde los acontecimientos de 1968 en París y Praga. Y esa percepción, la vivió en una notable soledad. Soledad en la dirección del partido. Pero no sólo. A esa se le añadió, además, una soledad en parte autoimpuesta y dictada quizás por una prudente autocontención para no contagiar de desesperanza ni desmovilizar a los más cercanos y a los compañeros de lucha.»

En su entrevista para Acerca de Manuel Sacristán (ahora en Sobre Manuel Sacristán, pp. 278-279), observaba Francisco Fernández Buey:

«La actuación del Partido comunista francés durante los hechos de mayo del 68 (una actuación que él juzgó de forma muy crítica) y la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, en agosto de aquel mismo año, deprimieron mucho a Manolo. Consideró que aquel «doble aldabonazo» se saldaba con una doble derrota para el socialismo justo en un momento en el que era evidente la recuperación del marxismo y del movimiento comunista por abajo. Creo que lo que le deprimía era aquella resaca eufórica que siguió al 68 en tantos sitios y que él juzgaba completamente injustificada. Después de lo de Praga escribió: “Veremos cosas aún peores”. Eso nos impresionó mucho a los más jóvenes. Sacristán estaba entonces completamente convencido de que lo que hacían los “rusianos” no tenía nada que ver con el socialismo y lo que hacían los jóvenes extremistas del 69 tampoco. Pensaba que había que volver a empezar de nuevo todo.»

Pero por otra parte, añadía su amigo y discípulo, «como la dirección del PCE había criticado también la actuación del PCF en los hechos de mayo-junio en París y había desaprobado la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, no puede decirse que las diferencias de Sacristán con el núcleo dirigente del partido fueran estrictamente políticas. No lo eran si por política se entiende la línea estratégica seguida en aquellos años por el partido comunista en España. Precisaré todavía un poco más: hubo diferencias de acento en su análisis de los acontecimientos de París y, sobre todo, de Praga. Sacristán no se contentó con la desaprobación de la invasión de Checoslovaquia. Quería llevar la primera autocrítica seria del socialismo, la de Dubček, hasta sus últimas consecuencias. Esas últimas consecuencias eran para él entonces el consejismo democrático, la ampliación radical de la democracia. Pero hay que añadir que estas diferencias de acento no constituían el elemento central de la discrepancia de Sacristán. De hecho durante aquellos años Sacristán estuvo todavía mucho más cerca de la dirección del PCE-PSUC que de los extremistas ambidextros que iban diciendo por ahí cosas como que los “hijos de la burguesía habían dicho ¡basta!” (cuando los chicos volvían ya disciplinadamente a la casa de los padres en París, en Berlín y aquí mismo) o que “se han acabado para siempre los problemas nacionales” (mientras, casualmente, nacía ETA en el País Vasco)».

FFB valoró positivamente el «veremos cosas aún peores» cuando la invasión de Checoslovaquia, «porque a algunos, que entonces éramos jóvenes, aunque nos escocía la prognosis pesimista, también nos vacunó contra los sarampiones a destiempo.»

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2. Cuatro notas a los documentos de abril de Partido Comunista de Checoslovaquia

En noviembre de ese mismo, Sacristán, junto con el autor de Los girasoles ciegos, Alberto Méndez, editaba y traducía: Alexander Dubček, La vía checoslovaca al socialismo. Barcelona, Ariel, 1968. La presentación es de su autoría. (A modo de sugerencia puede verse: SLA. La destrucción de una esperanza. Manuel Sacristán y la Primavera de Praga, Madrid: Ediciones Akal, 2010 (presentación de Santiago Alba Rico).

Cuatro notas a los documentos de abril del Partido Comunista de Checoslovaquia.

La victoria de la verdad, que es la causa del socialismo.

(Programa de acción del Partido Comunista de Checoslovaquia).

Nota I: La refutación anticipada de la propaganda justificadora de la invasión de la República Socialista de Checoslovaquia.

Los gobiernos responsables de la invasión de la República Socialista de Checoslovaquia (RSCh) el 21 de agosto de 1968 intentaron justificar su acción de dos maneras. Jurídicamente: aduciendo un llamamiento de los órganos dirigentes del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCh) y de la RSCh. La falsedad de esa justificación quedó pronto probada. Políticamente: imputando al PCCh un global desarme ante las fuerzas reaccionarias, con peligro de restauración del capitalismo; ésta era una acusación vicaria de la inicial -y pronto abandonada- imputación de traición, que resultó materialmente insostenible ante la unanimidad del PCCh y la amplitud y solidez de la adhesión obrera, manifiesta en la huelga general. El tercer argumento, un supuesto riesgo inminente de invasión, ha representado poco en la polémica. Ya en abril los comunistas checoslovacos habían contestado a esas acusaciones -más que críticas- anticipada y detalladamente. El informe del secretario general del PCCh presentando al pleno de abril del CC el Programa de Acción, así como este programa mismo, lo documentan con abundancia. A propósito, por ejemplo, de la crítica según la cual los comunistas checoslovacos no percibían los peligros para el socialismo presentes en su situación, se podrá recordar el siguiente paso del informe de Alexander Dubček al pleno de abril: «Seríamos miopes si no percibiéramos otro fenómeno que se ha manifestado en el curso del proceso abierto en enero: la reaparición de ciertas posiciones no-socialistas y hasta de rabiosos llamamientos a la revancha. Ya hemos puesto en guardia contra esos peligros en la declaración del partido del 21 de febrero. Tenemos una posición firme ante estos síntomas: el partido no se dejará bloquear su ruta por los posibles intentos de legalizar esos humores bajo el pretexto de la democracia o de la rehabilitación, y rechazará todo intento de debilitar o fraccionar las aspiraciones socialistas progresistas de democratización. De nuevo repito que la democratización que pretendemos es de carácter socialista, que lo será cada vez más en el período próximo y que ninguna fuerza antisocialista podrá beneficiarse de ella.» No menos categórico es a este respecto el Programa de Acción: «El partido se da plena cuenta de que los adversarios ideológicos del socialismo pueden intentar aprovecharse del proceso de democratización.» La insistencia en la naturaleza socialista del proceso es una característica de esos textos, y a menudo se formula con una severidad crítica y autocrítica ciertamente incompatible con el espíritu de la autocomplacencia, tan poco revolucionario como frecuente; he aquí un ejemplo, entre varios posibles en ese sentido: «Todos los problemas tendrán que resolverse según el espíritu no de una democracia cualquiera, sino de una democracia efectivamente socialista» (el significativo adverbio no está en cursiva en el original).

La crítica de haber negado la función dirigente del partido comunista en la construcción del socialismo es una de las más frecuentemente dirigidas a los comunistas checoslovacos por los gobiernos interventores. Acerca de ello se lee en el informe Dubček: «No podemos satisfacer todas esas necesidades sin la función dirigente del partido comunista.» Los documentos de abril, particularmente el Programa de Acción, entienden profundamente la función dirigente del PCCh, no como resultado del mero dominio del estado, sino también como fruto de una real hegemonía en la sociedad civil. Así se lee en el Programa: «Hoy es de particular importancia que el partido aplique una política gracias a la cual pueda merecer plenamente su función dirigente en nuestra sociedad.» Y: «Queremos y debemos conseguir que el partido, ya en sus organizaciones de base, goce de una autoridad no formal, sino natural, basada en la capacidad de trabajo y dirección y en las cualidades morales de los funcionarios comunistas.» Con léxico más ajustado, el informe Dubček define, por su parte, la tarea del PCCh como el esfuerzo por «mantener en este nuevo proceso una posición hegemónica». Sólo la ignorancia del pensamiento leninista -y, en Europa occidental, gramsciano- acerca del problema de la hegemonía, de la dirección de la sociedad civil, puede explicar el que dirigentes socialistas hayan visto en esas formulaciones del PCCh una auto-reducción del partido a la condición de «director espiritual» o «consejero moral».

Aún más frecuentemente repiten los críticos que los comunistas checoslovacos condenaban el principio del centralismo democrático. Del cual decía en abril el informe Dubček: «El principio del centralismo democrático, que ha de ser plenamente válido en la vida interna del partido, pues sin él el partido sería incapaz de acción, exige que la minoría se someta a las conclusiones y a las decisiones de la mayoría, que sin perjuicio de ello manifieste en todo su valor su propia opinión en el ámbito de las normas internas del partido.» Y el artículo l.º del proyecto de Estatutos del PCCh, bajo el rótulo «Los principios fundamentales de la vida interna y de la actividad del partido»), declara: «El Partido Comunista de Checoslovaquia desarrolla su actividad sobre la base del centralismo democrático.» Los documentos de abril precisan que la minoría, aun obligándose a realizar la política mayoritaria, tiene derecho a no olvidar, anular ni calumniar sus opiniones (art. 3º del proyecto de Estatutos). Desde luego que no es ningún abandono del principio del centralismo democrático, sino su formulación completa.

El informe al pleno de abril reconoce también la necesidad del «trabajo del aparato del partido, del cual no podemos prescindir». En esa formulación hay, sin duda, una diferencia de tono respecto del espíritu pragmático, frecuente fruto del hacer político menudo, espíritu que se sentirá probablemente herido por la explícita duplicidad de sentido del giro ‘no podemos prescindir’. Pero ni el más encallecido burócrata podrá discutir siquiera la corrección teórica de esa expresión. Pues aparato es poder político, y que todo poder político es un mal, incluso en las fases en que resulte más necesario, es el ABC de la consciencia comunista.

También una crítica más fina -el reproche de economicismo en la incentivación del trabajo- se encuentra anticipadamente refutada en los textos checoslovacos de abril. Al mismo tiempo que combate el igualitarismo, el Programa de Acción pone entre «las tareas más urgentes» la de «anular los desniveles en el sistema de los honorarios», con precisa referencia a los intelectuales; y el secretario general del PCCh se expresa al mismo tiempo de este modo cargadamente antieconomicista: «[…] hay que considerar plenamente en la solución de los problemas [económicos] actuales el factor moral, que se presenta rebosante de fuerzas tras el pleno de enero del Comité Central.»

Los comunistas checoslovacos habían dado, pues, respuesta anticipada a las principales críticas con las que se ha imputado a sus concepciones una intencionalidad regresiva, restauradora del capitalismo. Hacia el final del Programa de Acción, en unas páginas de resumen de sus ideas, habían precisado, además, de modo muy explícito y directo: «No tomamos las medidas aquí esbozadas para renunciar a nuestros ideales ni para hacer concesiones a nuestros adversarios. Por el contrario: estamos convencidos de que estas medidas nos ayudarán a desembarazarnos de un lastre que durante largos años ha ofrecido muchas ventajas al adversario, violentando, envileciendo y paralizando la fuerza de la idea socialista, el atractivo del ejemplo socialista. Sobre el fuerte suelo de nuestro país vamos a poner en marcha nuevas y penetrantes fuerzas de vida socialista, fuerzas que permitirán una confrontación mucho más eficaz de los sistemas sociales y de las concepciones del mundo, y que permiten ya valorar plenamente la superioridad del socialismo.»

Los comunistas checoslovacos habían precisado también el sentido comunista, no meramente socialista, de sus esfuerzos, aunque lo habían hecho con una sensata consciencia crítica muy lejana del estilo, luego tácitamente rectificado, con que se habló hace unos años de este tema en el XXII Congreso del Partido Comunista de la URSS. Éste es el paso más característico al respecto que se encuentra en el Programa de Acción del PCCh: «[…] la realización de este programa puede abrir caminos a la solución de nuevos problemas más complejos y más importantes de la organización y del desarrollo histórico de nuestra sociedad socialista en direcciones que por el momento no es posible más que esbozar; en los años próximos procederemos a la elaboración de un programa a largo plazo que dé forma y contenido a la concepción del desarrollo multilateral de nuestra sociedad socialista para todo el período histórico en el que entramos, programa que apuntará las perspectivas del porvenir comunista.» Tiene interés dejar constancia de toda esa refutación anticipada de las principales críticas a los conceptos de los comunistas checoslovacos, aunque no sea más que por poner de manifiesto que mucha presunta crítica era sólo propaganda. El que a esa propaganda se hayan sumado, o hayan sucumbido, fuerzas socialistas no complicadas en la invasión de la RSCh plantea otra cuestión distinta, y el hecho no depende exclusivamente de la falsedad de aquella propaganda.

NOTA II: La primera autocrítica del socialismo leninista

La propaganda de los gobiernos que han intervenido en la RSCh no es la única causa de ciertas reacciones de cinismo fideísta («sus razones tendrá la URSS»), de perplejidad o de indiferencia apática ante la invasión. (Para las reacciones meramente oportunistas basta con el desprecio). Tal vez no sea siquiera la causa más importante. Resulta al menos probable la mayor eficacia de otras dos: el reflejo de clase que aconseja a los trabajadores ponerse, por de pronto y hasta más ver, contra lo que digan los medios supuestamente informativos del capitalismo; y la presencia de formulaciones laxas desde el punto de vista de la teoría socialista en los documentos de los comunistas checoslovacos.

La primera de esas dos causas no requiere más concreta descripción en los países en que el monopolio del capitalismo sobre los medios de desinformación es tan directo y violento que no hace falta desenmascararlo: todas sus máscaras han sido transparentes desde el principio. Por lo demás, y como es natural, no se trata sólo de medios de comunicación tan intensamente monopolizados por el capitalismo. Tampoco el más elegante periódico burgués ni la televisión burguesa más fina merecen la atención de los trabajadores. Para merecerla tendrían que llamar antes genocidio a la acción del imperialismo yanqui en el Vietnam, golpismo fascista a la acción de la diplomacia de la NATO en Europa, asesinato por cuenta del capital norteamericano a la muerte de Ernesto Guevara; etcétera, etcétera. Precisamente uno de los males mayores producidos por la invasión de la RSCh consiste en que al discutirla resulta polémicamente obligada la incongruencia que supone el poner en un mismo discurso una tragedia en la construcción del socialismo, y los crímenes obtusos del imperialismo en su última fase, consecuencias objetivas de cuya conservación son las tendencias a la degradación moral y a la destrucción física de la especie.

Respecto de la segunda causa, cabe observar que muy comúnmente la laxitud teórica no se percibe sino por su vertiente ética, como baja tensión ideal, por así decirlo. Pero por debajo de esa percepción pragmática están las raíces teóricas. Ante todo, aunque no con frecuencia, una pobreza metafísica que maneja como esencias separadas los dos términos abstractos del problema dialéctico real planteado a y por los comunistas checoslovacos. Así se lee, por ejemplo, en el informe Dubček: «Hagamos inseparables para siempre el socialismo y la democracia.» Ese modo de decir es formalista. Y el formalismo de formulaciones así puede suscitar temores de restauración de un pensamiento político burgués, incluso en personas inmunes a la propaganda justificadora de la invasión de la RSCh y a la propaganda imperialista en torno a esa crisis.

El conocimiento completo de los textos de abril permite ver que ese temor no está sólidamente fundado. La pobreza teórica de formulaciones como la recién transcrita indica más bien insuficiente generalización conceptual de la práctica política iniciada, pues la política misma procede según una perspectiva real nada formalista en su renovación del sistema. El contenido ya explícito de esta renovación no era radicalmente nuevo, sobre el papel al menos. Se trata en sustancia de una versión de la tesis de las contradicciones en el seno del pueblo, de Mao Tse-tung, y de la tesis de los congresos XX y XXII del PCUS acerca de la función de los organizaciones sociales en la democracia socialista. En el informe al pleno del CC el secretario general había escrito en abril: «Nuestro sistema político no retrocederá a un parlamentarismo puro y simple. La democracia socialista no es una copia del parlamentarismo, típico de la democracia formal. Se trata de aumentar la independencia real de las organizaciones sociales, la representación de los intereses diversos, de convertir los órganos representativos del estado, hasta la Asamblea Nacional, en el lugar, la sede en que efectivamente se formen las decisiones políticas del estado.» Intereses diversos (contradicciones en el seno del pueblo) y autenticidad de las organizaciones sociales. (Sobre esto último insiste el Programa de Acción con uno de esos adverbios típicos de los comunistas checoslovacos: «Las organizaciones sociales deben basarse en principios asociativos y en actividades verdaderamente voluntarias.») Si se añade a eso, frente al parlamentarismo burgués simbolizable por la fórmula, políticamente censitaria, de la ley electoral francesa, la postulación de la autenticidad de las instancias representativas al final del párrafo citado, se tiene la sustancia del contenido explícito de la renovación checoslovaca. Aparte de eso, sólo se encuentran en los documentos de abril declaraciones de principio -«la democracia socialista se tiene que diferenciar de la democracia formal sobre todo por el hecho de que son precisamente los trabajadores los que tienen la palabra última y decisiva en la dirección de la sociedad»-, o la instrumentación mediante instituciones concretas, como los consejos de empresa previstos en el Programa de Acción, objeto de un breve pero agudo análisis social que los diferencia del sindicato, según una clásica tradición soviética y -en Europa occidental-gramsciana.

No es mucho detalle acerca de la renovación del socialismo. Pero es prácticamente todo lo que habían llegado a decir al respecto los más grandes partidos comunistas, el soviético y el chino. La insuficiencia teórica es, bastante naturalmente, característica de todo el movimiento socialista en esta fase de transición en la cual, consumada en algunos países su «acumulación originaria» (por hablar así) de trabajo y de poder, el movimiento no ha conseguido aún dar forma a su estadio superior. Sin embargo, mientras que en otros momentos y en otros países socialistas ese mismo par de ideas se ha enunciado con una fuerza retórica de efectos más o menos exaltantes (sobre todo para gentes lejanas del lugar de los discursos), los comunistas checoslovacos las han usado en un tono discreto, casi humilde, como acallado por alguna causa que ha producido efectos depresivos en los observadores lejanos. El secretario general del PCCh y el Programa de Acción hablan no de la «exaltante perspectiva» a la que repetidamente aludían los documentos de los congresos XX y XXII del PCUS al hablar del mismo asunto (el «estado de todo el pueblo», la vitalización auténtica de las organizaciones sociales, etc.), sino que hablan de «obtener algo», de conseguir una «selección natural» en los puestos directivos y de otras cosas modestísimas, nada premonitorias del comunismo, desde luego, sino sólo elementalmente socialistas.

Ahora bien: ese tono político apagado, modesto, deprimente para observadores lejanos, es una de las causas del entusiasmo de la población checoslovaca, de su renovada y masiva adhesión al PCCh a partir de los plenos de diciembre y enero. No es difícil explicarse la contrapuesta reacción ele checoslovacos por un lado y extranjeros por otro: lo deprimente en el lenguaje de los comunistas checoslovacos es la descripción -plena o sólo alusiva, según los casos- de la realidad social del país, de la situación del socialismo a los veinte años de construcción y gestión con métodos crecientemente burocráticos. Pero las masas checas y eslovacas, igual los obreros que los campesinos o los intelectuales y estudiantes, conocían esa situación perfectamente, mucho antes del pleno de enero del CC del PCCh. Su «revelación» por el PCCh no podía desanimarlas. En cambio, les ha entusiasmado, devolviéndoles la plena confianza socialista, la final veracidad del partido. La crisis de crecimiento cualitativo -la «crisis de salto», por así decirlo- que atraviesa el socialismo tras su «acumulación primitiva» puede resultar deprimente porque no era esperada con suficiente lucidez teórica; pero su reconocimiento veraz produce entusiasmo en una población mayoritariamente socialista, por la razón, ya escrita por Lassalle y recogida por Gramsci, de que decir la verdad es revolucionario.

La voluntad de veracidad y de verdad, de honradez y de ciencia, es uno de los rasgos más llamativos de los documentos de abril del PCCh. Ese rasgo da sustancia a la vocación democrática del partido. «Sólo junto con el pueblo», se lee en el informe Dubček, «nos acercaremos a la verdad, hallaremos las soluciones más justas; sólo junto con el pueblo podremos actuar, cambiar, obtener algo». La espléndida decencia lingüística de ese modesto ‘obtener algo’ basta acaso para explicar la entusiasta adhesión al PCCh de un pueblo socialista amenazado de despolitización por la retórica exaltación oficiosa, de reglamento, que necesariamente acaba por ser falsa. Lo mismo explica, a contrario, por lo que hace sobre todo a los jóvenes, la siguiente reflexión del informe: «[… ] las contradicciones entre las palabras y los actos, la falta de franqueza, las grandes frases y el burocratismo, la tendencia a resolverlo todo partiendo de posiciones de fuerza, todas esas deformaciones de la vida socialista han acabado por herir dolorosamente a los estudiantes y a los jóvenes obreros y campesinos […].» El Programa de Acción del partido enlaza la exigencia de veracidad y publicidad con la concepción misma del socialismo, a través de una dialéctica lo suficientemente seria como para compensar sobradamente el formalismo de otras formulaciones más superficiales: «El socialismo no puede significar sólo la liberación de los trabajadores de la explotación de clase, sino, además, una plena valoración de su personalidad. El socialismo tiene que ofrecer a los ciudadanos más que cualquier democracia burguesa. No se puede prescribir, según una interpretación arbitraria del poder, a los trabajadores liberados de la explotación de clase de qué pueden estar informados y de qué no […].»

La veracidad de los documentos de abril provoca a veces descuidos polémicos, audacias irónicas que seguramente han valido al PCCh iras superfluas. Valga este ejemplo, elogio del secretario general a los periodistas checoslovacos: «También han dado justamente gran importancia a las conclusiones de la sesión plenaria de enero, para que nuestros ciudadanos no tuvieran que enterarse de ellas a través de la propaganda clandestina y de las informaciones procedentes del extranjero.» Pero esos traspiés de mal estratega no son frecuentes ni, desde luego, esenciales. La esencia de la veracidad del PCCh es más bien la primera autocrítica real del partido comunista en cuanto constructor (hasta hoy único) de las bases del socialismo. El Programa de Acción abandona radicalmente los eufemismos en la autocrítica y dice redondamente que la fórmula «culto de la personalidad» es mero verbalismo, que se trata en realidad de otra cosa: de (auto-) criticar y superar «el carácter lleno de contradicciones del desarrollo, las graves deficiencias, los problemas sin resolver y las deformaciones de los principios socialistas que se indican con el término ‘culto de la personalidad’». Al menos para el caso checoslovaco -pero con validez, sin duda, más general-, el PCCh hace una crítica veraz (aunque naturalmente breve en los documentos de abril) de la tesis de Stalin, meramente denostada en el XX Congreso del PCUS, acerca de la agudización de la lucha de clases durante la construcción del socialismo, bajo poder socialista: «Los métodos de dirección centralistas y administrativos utilizados en la lucha contra los restos burgueses y en el curso de la consolidación del poder en las condiciones de tensión internacional agravada que se produjeron después de febrero de 1948 se traspusieron injustamente […] a la época del desarrollo ulterior y se transformaron paulatinamente en un sistema burocrático.» (Sin cursiva en el original.) Este exacto registro de los hechos permite a los comunistas checoslovacos analizar verazmente la época de «acumulación originaria» socialista, distinguiendo, en la complicada masa de lo que la lengua cortesana llama siempre «error», entre las equivocaciones auténticas, las injusticias y los crímenes, pero sin con ello humillar, ni menos echar por la borda, lo que el Programa de Acción llama «la grandeza, las dificultades y el carácter excepcional de esas transformaciones» del período 1948-1960 en la RSCh y, en general, del período «de Stalin» en todo el mundo socialista. El informe Dubček dice por su parte a este respecto: «Al indicar los errores cometidos no renegamos del trabajo leal y apasionado de los que han actuado en el marco del verdadero socialismo, ni lo subestimamos. Juzgaremos y corregiremos los errores y las injusticias de los años pasados, pero eso no ha de significar humillación ni insulto para un pasado al cual están vinculados funcionarios y miembros del partido, economistas, sindicalistas, obreros, campesinos, ciudadanos, en general, de nuestra república.» Esa ajustada consecuencia práctica del informe es fruto esperable del acertado planteamiento analítico y autocrítico, la ruptura con el mito eufemístico del «culto de la personalidad» y el reconocimiento, para superarla, de la burocratización del leninismo. Al paso antes citado del Programa de Acción corresponde en este punto el siguiente párrafo del informe del secretario general del PCCh: «[…] varios errores e insuficiencias son simplemente registrados o, a lo sumo, relacionados con tal o cual persona, cuando está claro que lo que hay que acentuar es el perfeccionamiento de los métodos. Nos falta una visión histórica y analítica más completa del origen de estos errores e insuficiencias.» Esta veracidad sin reservas permite al secretario general del PCCh calificar la renovación socialista de «proceso de regeneración», definiendo, por tanto, implícitamente como degeneración el proceso de burocratización del leninismo y recogiendo así, al cabo de doce años, la verdad solitariamente dicha por Palmiro Togliatti en mayo de 1956 al hablar de «la acumulación de fenómenos de burocratización, de violación de la legalidad, de estancamiento e incluso, en parte, de degeneración en diferentes puntos del organismo social» como contenido real de la mera frase «culto de la personalidad».

Los documentos de abril profundizan y generalizan algo esa línea de pensamiento. En el Programa de Acción se declara abiertamente la más grave de todas las degeneraciones: «[…] nuestro partido ha tomado algunas medidas para superar los métodos burocrático-centralistas, sectarios, de dirección y sus consecuencias, para impedir que los instrumentos de la lucha de clases se dirijan contra los trabajadores.» Por su parte, el informe Dubček no teme aludir, con la brevedad propia de este género de textos, a los fenómenos de alienación posibles (y dados) a pesar de la expropiación de los capitalistas: «Nunca es justo instrumentalizar a la gente, reducirla a “objeto” de la política, ya sea mediante procedimientos administrativos, ya mediante los órganos de información.»

La autocrítica leninista del PCCh desemboca en dos principios de alcance teórico. Primero: que la victoria del partido comunista y la primera fase de construcción socialista -en concreto, los veinte años de poder del PCCh- no han aportado a la clase obrera el socialismo sino, como dice el informe Dubček, sólo «la derrota política y económica de la burguesía y […] la edificación de las bases políticas y económicas del socialismo». Segundo: que la burocratización del leninismo tiene como causa última, según lo formula el Programa de Acción, «la falsa tesis según la cual el partido es el instrumento de la dictadura del proletariado». La teoría leninista no implicaba, desde luego, que el proletariado tuviera que delegar en el partido el ejercicio de la dictadura de clase. Pero la práctica de los leninistas -y muy frecuentemente también la sototeoría ideológica destinada a justificarla- realizó esa implicación. Por todo ello este elemento de la regeneración checoslovaca que parece deprimir a observadores lejanos mal informados y entusiasma, en cambio, a los socialistas de Checoslovaquia, esta veracidad del PCCh que redunda en consideraciones de ese alcance teórico merece ser entendida como la primera autocrítica general y auténtica, no retórica, del leninismo.

Esa autocrítica es profundamente leninista: por su tema y por su sentido enlaza con las preocupaciones del mismo Lenin en los últimos meses de su vida.

NOTA III: El análisis de la situación y la perspectiva del socialismo

Análisis y perspectiva se enlazan constantemente en los documentos de abril del PCCh, demasiado breves para el número y la importancia de las cuestiones que presentan. Por otra parte, los elementos de la realidad concreta que habían impuesto el proceso de regeneración iniciado en diciembre de 1967 eran conocidos ya por los miembros del CC asistentes al pleno. El informe del secretario general y el Programa de Acción enuncian, de todos modos, algunos elementos de análisis que son prolongación natural de las consideraciones autocríticas respecto del pasado -el reconocimiento de los «intereses varios» en el seno del pueblo, aun sin antagonismos, un examen del hecho de que la RSCh fue «el primer país industrializado que ha realizado la transformación socialista», el abandono de retórica prematura y verbalmente «superadora» del aparato administrativo estatal, etc.-; pero, sobre todo, indican el factor de base para un análisis histórico-materialista del final de la «acumulación primitiva» socialista, el dato que impone la renovación del sistema. En el informe Dubček ese factor básico recibe la formulación siguiente: «Los profundos cambios en el sistema de dirección económica se completarán por amplios cambios también en la estructura de la producción, estructura que actualmente no corresponde a las condiciones checoslovacas y que se ha alejado del desarrollo progresista de las fuerzas de producción.» Esta tesis -fundamento, dicho sea de paso, ajeno al supuesto «idealismo democrático» por el que alguna prensa burguesa finge simpatizar con el PCCh- contiene, aunque no una innovación teórica, sí un marxista memento historiae! bastante necesario para el pensamiento socialista, a saber, el recuerdo de que el sistema puede entrar en contradicción con las fuerzas productivas no sólo por sus relaciones básicas de producción (como le ocurre al capitalismo), sino también por circunstancias sobrestructurales, debidas a un desarrollo desigual respecto de los elementos básicos. La percepción de algo tan importante (incluso para la teoría) como es la discrepancia del sistema con fuerzas de producción considerables, impone a los comunistas checoslovacos la necesidad de un análisis de su situación que les lleva a un definitivo balance de la tesis estaliniana sobre la agudización de la lucha de clases en régimen socialista. Los comunistas checoslovacos entienden que la lucha contra el imperialismo es una tarea acuciante y primordial, mientras que en su sociedad ha dejado de haber antagonismo y hay sólo «intereses varios», contradicciones en el seno del pueblo. Errar sobre este punto es, en su opinión, coartar nuevas fuerzas productivas. A ese análisis se añade el de las posibilidades del socialismo en un país industrializado y, consiguientemente y a plazo más largo, del socialismo universal, pues, por decirlo con la condensada frase de un dirigente estudiantil hispanoamericano, «las armas para la liberación del Vietnam no se fabrican en el Vietnam». El PCCh repite en este punto, y aquí sí que con insistencia estilística, lo que fue la idea germinal del hacer de Karl Marx: según el Programa de Acción «el socialismo nace, se sostiene y triunfa en la unidad del movimiento obrero con la ciencia» (Esta vez la cursiva es del original, lo que evita al lector la ingenuidad de tomar la frase por un ritual lugar común.) La veracidad del análisis, la libertad de la información, la democracia en el aún necesario mal del estado y del aparato -o sea, del poder político- y la racionalidad del pensamiento y el lenguaje se funden en un impulso global, mucho menos «humilde» que su crítico punto de partida e iniciador de la elaboración de una perspectiva del socialismo más allá de la fase de «acumulación primitiva». El siguiente paso del Programa el Acción ejemplifica esa fusión de los elementos críticos con los constructivos en el sentido de la perspectiva: «Las características de la fase actual son: [l.ª] no existen ya clases antagónicas, y la característica principal de la evolución interna está dada por el proceso de aproximación de todos los grupos sociales de nuestra sociedad; [2.ª] los métodos de gestión y organización de la economía nacional aplicados hasta hoy están superados y exigen cambios urgentes, o sea, un sistema de gestión que sepa imponer una reorientación para un aumento intensivo de la producción; [3.ª] es necesario preparar la integración del país en el proceso mundial de la revolución científica y técnica, lo cual exige una colaboración particularmente intensa entre los obreros, los campesinos y los intelectuales, técnicos y especializados, cosa que supone grandes exigencias de conocimiento y calificación en los trabajadores, de valorización de la ciencia; [4.ª] el amplio campo de acción abierto a la iniciativa social por los intercambios de opinión y la democratización de todo el sistema social y político se convierten literalmente en la condición de toda dinámica de la sociedad socialista, son la condición para que se pueda afrontar la concurrencia mundial y cumplir con honor nuestros deberes para con el movimiento obrero mundial.»

Ese apretado texto del Programa refuta, dicho sea de paso, toda crítica de formalismo y muestra con la claridad deseable que en un contexto marxista la democracia (no la libertad del hombre) es un asunto de fuerzas productivas, y no cobertura ideológica del dominio del hombre propietario sobre el hombre proletario. Las fuerzas productivas que el socialismo no tenía por qué haber reprimido en su fase de «acumulación originaria» y de las que imprescindiblemente necesita para su salto a una fase superior componen un complejo indescomponible de racionalidad y libertad, una libre racionalidad que define la democracia socialista. En ese complejo se funden elementos teóricos y prácticos, de ciencia y política, de investigación y expansión sin trabas de la creatividad, de la productividad de los individuos. «La única manera de dar mayor impulso al desarrollo socialista consiste en poner en movimiento fuerzas nuevas, más capaces de penetrar en la realidad, en aumentar la investigación profunda y sin prejuicios en el marco de un marxismo vivo y no dogmático.» Al menos para los países industrializados, la perspectiva socialista exige ya hoy la fusión de una nueva vitalidad social con una investigación sin prejuicios. El Programa de Acción indica que los comunistas checoslovacos tienen consciencia de suministrar a los países industrializados un ejemplo de superación de «la limitada democracia burguesa».

El requisito imprescindible para una investigación sin prejuicios es el reconocimiento de la ignorancia propia; este reconocimiento se encuentra bien documentado en los textos de abril. El informe al pleno del CC estima «natural que hoy no podamos aún dibujar con exactitud el futuro modelo de una democracia socialista en funcionamiento real»; sabe reconocer que «la dirección del partido -que había dado vía libre a este proceso [de regeneración] y se había puesto a la cabeza del mismo- no tenía ni podía tener un plan preciso y concreto acerca del modo de proceder y de encauzar los acontecimientos. La particularidad de todo este proceso ha consistido en el hecho de que ha sido en su mayor parte producto de la actividad creadora y al mismo tiempo espontánea de las amplias masas -con los comunistas en primera fila- que, sin la menor maniobra ni orden de arriba, se han movido en el sentido de las conclusiones del pleno del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia». No es frecuente, ciertamente, que un político llame ‘maniobra’ a lo que el justo gobernante tradicional hace al menos siete veces al día, cuantas peca el justo. Ese modo de expresarse el secretario general del PCCh es signo de una relación muy profunda y abierta entre el PCCh, su dirección y el pueblo. Sólo así se comprende que un secretario general, un protofuncionario, pueda ser capaz de la autenticidad política necesaria para felicitarse por el elemento «espontáneo» de un movimiento.

Este último hecho, y el texto que lo recoge, se encuentran en abierta contradicción con la tendencia, propagandística o sincera, a ver en los esfuerzos del PCCh una reaparición de la derecha comunista. La derecha comunista no ha sido nunca «espontaneísta», «moralista» ni «anarquizante». Sobre todo, no ha sido nunca fuerte en consciencia dialéctica, en consciencia de la historicidad de todo, incluida la obra propia. Ahora bien, esta consciencia, tan relacionada con la investigación sin prejuicios dogmáticos, es verdaderamente constitutiva del pensamiento actual del PCCh. Su secretario general había historizado, muy a la «izquierdista», no sólo la obra ya hecha -«de esta manera el partido se pone cada vez más resueltamente en cabeza del desarrollo social y deja de ser el mero defensor de una situación conseguida»-, sino también la obra por hacer: «[…] más veces habrá choque de lo viejo con lo nuevo. Es necesario conocer a tiempo la realidad profunda de cada cosa, y comprender hacia dónde hay que orientar la investigación más seria y profunda.»

NOTA IV: El marco

La proximidad espacial y temporal del conflicto checoslovaco con los hechos franceses de mayo y junio y con la acción, mucho más reducida, de los estudiantes de la República Federal Alemana parece haber contribuido a situar, para una imaginación política poco ágil, la práctica de los gobiernos ocupantes de la RSCh en el esquema de conducta clásico de un movimiento revolucionario auténtico: la lucha en dos frentes, contra una izquierda vacua y una derecha capituladora, contra la provocación y la restauración. Los movimientos juveniles, particularmente los universitarios, son en esa composición de lugar sucedáneos relativamente cómodos de otros fenómenos revolucionarios más inequívocos: los movimientos de liberación de varios países coloniales o satelizados por el imperialismo. Los mismos periódicos y las mismas radios que tachan de revisionismo o derechismo a los dirigentes comunistas checoslovacos (aunque sólo, por decirlo con un conocido sarcasmo de Marx, «los días de precepto» de un calendario imprevisible) imputaron inconsistente izquierdismo al movimiento francés de mayo y -sobre todo- tratan o silencian ciertos movimientos de liberación con la despectiva displicencia que la tradición leninista reserva, en efecto, para la histeria pequeño-burguesa a la que llama extremismo, radicalismo o izquierdismo. Con esa superficial realización del clásico esquema estratégico revolucionario -lucha simultánea contra un derechismo y un izquierdismo- hay sin duda suficiente para tranquilizar la corta consciencia dogmática, burocrática o simplemente impreparada. Más notable es que también haya bastado el esquema para sumar a las pocas aprobaciones comunistas de la invasión de la RSCh la de fuerzas revolucionarias auténticas, que han aceptado por su valor facial la falsa moneda que es esa simplificación. Y, sin embargo, los textos de abril del PCCh contienen elementos que, vistos con la óptica del esquema superficialmente aplicado hoy por el provecto teólogo F. V. Konstantinov, deberían quedar catalogados como «izquierdismo». Por ejemplo, lo que este teólogo tan tediosamente longevo tendría que llamar (si fuera al menos coherente en su escolástica) voluntarismo moralista, varias veces presente en el informe Dubček, aunque los no-teólogos puedan entenderlo como valoración del factor subjetivo. Pero lo que hay que decir en general es otra cosa: que no existe ningún fundamento serio para llamar izquierdismo al derrocamiento militar de la tiranía de Batista, por ejemplo, ni para llamar derechismo a la supresión del control estatal sobre los sindicatos obreros en la República Socialista de Checoslovaquia. En ambos casos se trata de política no-burocrática, respondente a las auténticas necesidades de las clases trabajadoras urbanas y rurales.

La aparente evidencia del simplismo esquemático es, como siempre, apariencia mera. Para funcionar correctamente, el esquema «lucha simultánea contra el derechismo y contra el izquierdismo» tiene que aplicarse en uno de dos contextos analíticos: o bien en el análisis del proceso revolucionario visto totalizadoramente, «en la historia universal» (contexto que es de teoría), o bien en el análisis de un mismo problema concreto. Sólo respecto de una misma problemática es posible identificar sin demagogia, con fundamento, un derechismo y un izquierdismo. Pero no a propósito de problemas heterogéneos, en cuyo caso la invocación del esquema de la lucha en dos frentes es velo ideológico de algún objetivo sin dignidad revolucionaria. Mas las problemáticas de los movimientos de liberación, del movimiento francés de mayo y de la regeneración de la RSCh -por seguir con esas tres ejemplificaciones- son heterogéneas; son respectivamente la problemática de la derrota del imperialismo en áreas coloniales o semicoloniales, la de la crisis del imperialismo y del poder hegemónico capitalista en general en áreas industrialmente avanzadas (con el riesgo de un «pudrirse» de la situación, según la expresión de Lenin, por quedar largamente todo en el solo plano de la sociedad civil), y la problemática de la superación de formas manifiestamente agotadas de construcción del socialismo. Esto no basta, desde luego, para negar la existencia de movimientos anti-imperialistas que sufran de radicalismo, ni la de miembros derechistas en el PCCh. Pero sí basta para mostrar la futilidad de la aplicación del esquema al caso checoslovaco y la necesidad de tener presente que el todo, por mucho Hegel que se le eche, se compone al menos de sus partes. Así también lo hace el todo problemático del socialismo en el mundo. No se puede pensar en una síntesis por defecto: no por eliminación de los problemas hoy más visibles, los de la revolución de los pueblos oprimidos directamente por el imperialismo; tampoco por eliminación de la problemática del socialismo en los pueblos que han derrocado el poder burgués, pues esos pueblos tienen que fabricar «las armas para la liberación del Vietnam» y también el modelo más urgente del futuro; ni tampoco por ignorancia de la problemática del socialismo en los países capitalistas avanzados, pues en ellos se fabrican las armas para la opresión del Vietnam (por decirlo de modo breve).

Sobre todo: de ninguna manera se puede hacer esa síntesis ignorando las tres problemáticas a la vez.

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3. Entrevista para Cuadernos para el diálogo

Sacristán fue entrevistado por José Mª M. Fuertes (José Mª Mohedano) para Cuadernos para el Diálogo. La entrevista fue publicada con el título «Checoslovaquia y la construcción del socialismo» en el núm. 71-72, pp. 11-19, de agosto-setiembre de 1969 (recogida en Intervenciones políticas, pp. 239-261).

Después de estudiar los principales documentos y lo más caracterizado del fenómeno checoslovaco he notado no sólo la presencia de formulaciones laxas desde el punto de vista socialista, como usted señalaba, sino todavía algo más: en Checoslovaquia la crítica al burocratismo ha utilizado en general criterios que son más propios de la democracia formal que de la teoría marxista-leninista, ha preferido un análisis localizado más en el nivel jurídico y legalista que en el de la lucha de clases, que sin duda subsiste en Checoslovaquia. Esto es, da la sensación de ser una crítica más desde la «derecha» que desde la «izquierda». ¿Cuál es su opinión?

Dice usted que los comunistas checoslovacos criticaban el burocratismo por medio de «un análisis localizado más en el nivel jurídico y legalista». Seguramente algunos lo hicieron así. Pero el movimiento de regeneración del comunismo checoslovaco no había hecho más que empezar; era -y es de suponer que siga siéndolo, puesto que no ha podido madurar- un haz de tendencias que no sólo no se habían homogeneizado, sino que ni siquiera habían librado aún sus batallas internas. Así, también había entre ellos concepciones que, en el otro extremo, ignoraban completamente los aspectos jurídicos, institucionales, de la problemática checoslovaca.

En las manifestaciones políticas del Partido (todas explícitamente provisionales, por lo demás) solían estar presentes varias motivaciones críticas respecto del burocratismo. Pero es muy importante que nunca faltó en ellas la motivación más básica, la más lejana de los criterios «propios de la democracia formal». Así, por ejemplo, en un texto políticamente tan significativo (aunque no tenga trascendencia teórica) como el informe Dubček, de abril de 1968, se argüía que el sistema del centralismo burocrático «se ha alejado del desarrollo progresista de las fuerzas de producción». Este es el motivo más de base, menos «jurídico y legalista» (menos sobreestructural) que conoce la concepción marxista de la sociedad y de la historia.

Piensa usted que la lucha de clases «sin duda subsiste en Checoslovaquia». Los comunistas checoslovacos sostenían lo contrario: al describir en su Programa de Acción la situación sobre la cual pretendían actuar, señalaban como rasgo primero de la misma: «No existen ya clases antagónicas y la característica principal de la evolución interna está dada por el proceso de aproximación de todos los grupos sociales de nuestra sociedad.» Es posible que su concepto de clase antagónica no coincida con el de ellos, puesto que para usted no presenta duda lo contrario de lo que categóricamente afirmaban los interesados mismo. En todo caso, parece de interés recordar que los comunistas checoslovacos partían de la respuesta negativa a esta cuestión. De otro modo, resulta incomprensible todo lo que se propusieron.

Pero eso no agota el problema, como ya lo indica bastante agudamente el calificativo «interna» puesto por los comunistas checoslovacos a la «evolución» social. Pues incluso admitiendo que los comunistas checoslovacos llevaran integralmente razón en su tesis de que ya no existen clases antagónica en Checoslovaquia, eso no les evitaría la necesidad del análisis clasista en otros planos en los que sigue siendo imprescindible después de superar materialmente para la sociedad autóctona (limitaciones que son, por fuerza, relativizaciones de esa superación) el antagonismo entre clases: el plano ideológico-político, en el cual, por causa de las objetivaciones culturales, persisten las actitudes de clase más allá de la existencia material de la clase correspondiente; y el plano de las estratificaciones sin entidad de clase en el seno del pueblo, porque ellas producen contradicciones y sensibilizan a los individuos para los efectos de la lucha de clases que subsiste en el marco internacional (lucha de clases a escala mundial). Los comunistas checoslovacos no habían ignorado esos problemas, sino que volvían sobre ellos con cierta insistencia. La primera cuestión se recoge en su repetida denuncia de «la reaparición de ciertas posiciones no-socialistas y hasta de rabiosos llamamientos a la revancha»; la segunda se plantea, también repetidamente, con el reconocimiento de «intereses diversos» (contradicciones en el seno del pueblo) y con la apelación a la solidaridad internacional y a la lucha contra el imperialismo.

En cuanto a si la crítica (en rigor autocrítica) del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCH) era más desde la derecha que desde la izquierda, creo que en los documentos del Partido era posible descubrir elementos de ambas degradaciones del pensamiento marxista, el derechismo y el izquierdismo. Mi impresión es que en el terreno decisivo, el de la crítica real, el de la práctica, la cuestión estaba sin resolver en el momento de la invasión. Una de las medidas que se empezaban a implantar (y que en seguida ha eliminado el gobierno Husák, tildándola, naturalmente, de «derechismo»), la constitución de consejos obreros auténticos en la industria, era la esencia misma de una buena organización socialista (o sea, no era ni derechista ni izquierdista, por seguir con esas esquemáticas categorías propuestas); pero la otra compleja medida gemela de ella, la racionalización económica, podía ser buen socialismo, o derechismo, u otra vez burocratismo, según el grado de intervención de los consejos obreros en su elaboración y en su ejecución. Y este problema -dificilísimo en las condiciones de la actual tecnología, que es esencialmente una tecnología de transición, problema científico al cual los comunistas checoslovacos son, hasta hoy, los únicos marxistas que han dedicado una investigación amplia- estaba, en mi opinión, todavía por resolver en vísperas de la invasión. No se puede olvidar que la experiencia renovadora del PCCH no llegó a proyectarse en una acción estatal sistemática. No tuvo tiempo para ello.

Por último, querría observar que mientras no se hayan dado -como no se han dado hasta ahora- sino pocos e inseguros pasos hacia el vaciamiento del Estado, yo no usaría despectivamente los conceptos de juridicidad y ley. Porque ese desprecio tiene en su historia los asesinatos de la vieja guardia bolchevique, de las víctimas de los procesos del 38, de Trotski y de Bujarin…, y ahorrémonos el resto de la cuenta; y con esos asesinatos, la falsificación fundamental de la vida socialista. (Claro que todos esos asesinatos no «equivalen» a lo que el capitalismo inflige al mundo cada veinticuatro horas. Pero lo que aquí me importa es criticar la experiencia socialista.) Juridicidad y ley son formas del poder político. Consiguientemente, son algo que el movimiento socialista se propone superar. Pero superando el poder, no haciendo a éste el favor de liberarle de la relativa constricción jurídica, de sus formas. Por ese camino errado se ha llegado repetidas veces a algo que los comunistas checoslovacos denunciaron eficazmente: a la aplicación (ilegal, antijurídica) de la coacción de la dictadura del proletariado contra el proletariado mismo. Esa denuncia de los comunistas checoslovacos era, dicho sea de paso, clasista. Y de marxismo auténtico, por ser de buena dialéctica. En cambio, la tesis que identifica la clase obrera con su estado -tesis tan cómoda para los burócratas y tan atractiva para el dogmatismo de izquierda o de derecha- es, por su falta de análisis previo, mera mística (izquierdista o derechista) o mera hipocresía (burocrática), ausencia de todo ejercicio de las categorías de la reflexión. No hay identidad metafísica entre el proletariado y su estado. Si la hubiera, no se ve por qué habría que desear la extinción del estado proletario. Y como no hay tal identidad, la clase ha de ponerle bozal a su propia Bestia: ha de imponerle la legalidad socialista. El poder político -según la teoría marxista- es un mal, aquí y donde sea. Mientras hay Estado, el desprecio de la juridicidad socialista, aunque se crea revolucionario, es en realidad, a la corta o a la larga, complicidad con la Bestia.

Con la crisis checoslovaca se pusieron de manifiesto de una manera más aguda los errores de los países socialistas del Este en lo que respecta a sus tareas revolucionarias, dentro y fuera de sus fronteras. Sobre estos pormenores ya se expresó con gran acierto, a mi modo de ver, Fidel Castro. Por lo tanto, había quizá llegado la hora de que estos países y los partidos comunistas establecidos dentro de la órbita del capitalismo monopolista de estado se enfrentarán revolucionariamente con los graves problemas del campo socialista y de la estrategia antiimperialista. ¿No cree usted que, sin embargo, la única actitud ha sido prácticamente una toma de posición ante la invasión de las fuerzas del pacto de Varsovia, publicando una declaración condicionada por las circunstancias y oportunidades del momento. ¿No fue acaso ésta una manera de salir lo má s airosamente del paso?

No creo que ningún grupo de hombres, ni siquiera un partido comunista, sea capaz de resolver los problemas radicales con que se enfrenta precisamente en el momento en que una crisis de gravedad sin precedentes (Hungría no es precedente -dicho sea sin ofensa a la memoria de auténticos comunistas que murieron entonces- a causa de que la intervención del imperialismo fue manifiesta) le obliga a reconsiderar su situación y a tomar, por de pronto, medidas defensivas urgentes ante el previsible ataque del enemigo, que no es, naturalmente, el descontento de derecha o izquierda, sino el imperialismo. Un partido comunista no es una tertulia que, por simpáticamente que grite, deja imperturbado al poder capitalista, sino una fuerza orgánica real que tiene que moverse en un espacio histórico de varias dimensiones.

Por lo que hace a los partidos comunistas de países capitalistas avanzados, es evidente que no se trataba de cubrir el expediente: para su estrategia era vital la experiencia checoslovaca. Ella contenía su propia problemática no respecto de la consecución del poder, pero sí respecto de la construcción del socialismo en un marco civilizatorio profundamente diverso del de las tierras del Zar, las del Hijo del Cielo o las de los encomenderos. Su protesta no podía ser «manera de salir lo más airosamente del paso», sino verdadera cuestión de vida o muerte, al menos en el terreno de la programación teórica.

Creo que, lejos de estar en puertas la solución de los problemas a que alude la pregunta, la nueva crisis del movimiento socialista y del marxismo no ha hecho más que empezar, o no ha llegado aún a su culminación. Pasarán cosas peores. Esta crisis se caracteriza, como alguna otra crisis anterior, por lo que parece ser el final de una fase poco productiva («creadora», dice un léxico más difundido, pero insoportable para un escritor marxista); en mi opinión, inevitablemente poco productiva, porque estuvo determinada por tareas internas o defensivas, o de ambos caracteres a la vez. Esto último sobre todo en los países socialistas, absorbidos por la necesidad de la acumulación -dado el pecado original del «socialismo en un solo país»- en condiciones de inferioridad económica, tecnológica, científica, cultural y militar respecto del nú cleo imperialista, entonces decidido al roll-back dullesiano; y tareas principalmente defensivas en los países del área imperialista: no habrá sido cosa fácil conseguir la supervivencia y hasta el desarrollo del movimiento obrero socialista en las condiciones de la guerra fría, particularmente donde las agravó el fascismo.

Es posible que esa fase esté terminando. La principal causa de ello estaba tal vez escrita en una pancarta que llevaban el año pasado los estudiantes de Berlín. «El capitalismo está en peligro». Creo, en efecto, que a la preservación y al desarrollo incluso del movimiento obrero socialista a lo largo de estos duros decenios se ha sumado ahora la manifestación sobreestructural (político-cultural) de la crisis básica de la sociedad capitalista madura y tardía, espectacular en los países que, como la Prusia de Mirabeau, son «pourriture avant de mûrir» [podredumbre antes de madurar]. Dicho de otro modo: el avance social conseguido por el movimiento obrero en veintitantos años de lucha en los países de Europa occidental, a través de un camino de vez en cuando ensangrentado, ha sido apreciable, y precisamente por eso va surgiendo la problemática dialéctica de la mutación en política, sin la cual se puede «pudrir» (según la enérgica expresión de Lenin) la correlación social de fuerzas conseguida por esa lucha tenaz. La pancarta estudiantil berlinesa a la que antes me refería continuaba, clarividentemente, con una segunda frase: «El fascismo está en puertas». Los partidos comunistas conocieron una situación dinámica análoga en los años veinte -capitalismo en peligro y, consiguientemente, fascismo en puertas-: reaccionaron alegremente y fueron aplastados en cuestión de horas. La volvieron a conocer en los años treinta: también esta vez fueron derrotados, pero ya muy difícilmente, al cabo de años de lucha. Un poco, pues, habían aprendido la lección. Hoy Grecia, Indonesia, Sudamérica y muchos países que parecían haber derrotado el colonialismo imperialista (ejemplo, el Congo), presentan cierta analogía sociodinámica y política con la situación aludida.

Todos esos elementos componen también los «graves problemas del campo socialista y de la estrategia anti-imperialista». No me hago la ilusión de que nadie los pueda resolver en una «hora» determinada, y menos en una hora negra. Pero si el movimiento socialista es de verdad un movimiento, no un espectacular calambre, eso no tiene por qué asustarle. Una de las sátiras con más gracia entre las que se han hecho del movimiento comunista es aquella de Jorge Guillén1 que lo presenta como un pelotari pedante y cabezota al que la tenacidad -muchas veces, acaso, petulante y subjetivamente necia- le permite no cansarse nunca de devolver al muro la pelota de la historia. O lo que él cree ser la pelota de la historia. En suma, no cansarse nunca. Ni impacientarse, por lo tanto, sino saber que la impaciencia, que en un determinado momento puede ser revolucionaria, mucho más frecuentemente tiene una naturaleza subjetivista y reaccionaria, como el impaciente odio orteguiano y las calendas griegas de la utopía clásica.

El programa de acción del PCCH señala predominantemente en una forma particular (ideológica) hechos existentes, pero no nos da su esencia. Sin embargo, considerados en sí mismos, estos problemas son, en el fondo, problemas que, lejos de requerir una filosofía del hombre, conciernen a la preparación de nuevas formas de organización de la vida económica, de la vida política y de la vida ideológica (comprendidas en ella las formas de desarrollo individual) de los países socialistas en su fase de desaparición de la dictadura del proletariado. ¿por qué, entonces, ciertos ideólogos plantean estos problemas en función de los conceptos de una filosofía del hombre en vez de plantearlos abierta, clara y rigurosamente en los términos económicos, políticos e ideológicos de la teoría marxista?

Contraponer «filosofía del hombre» a «vida económica», «vida política» y «vida ideológica» (comprendiendo, además, «las formas de desarrollo individual», es decir, el tema clásicamente reivindicado por la filosofía del hombre, por la antropología filosófica) es un fruto del mal uso de los conceptos de «teoría» y «ciencia» corriente en los autores estructuralistas, del mal uso (uso pre-crítico) que Althusser, por ejemplo, hace del concepto de «teoría». No entiendo el marxismo como una filosofía del hombre, ni tampoco como una filosofía de la historia, ni como una filosofía de nada, sino más bien (en el terreno conceptual) como una anti-filosofía (en el sentido sistemático clásico de «filosofía»). Pero la más elemental información me obliga a reconocer que es posible esa lectura de Marx y que muchos marxistas han entendido y entienden así su pensamiento, o de tal modo que incluya una filosofía del hombre. El mismo Marx ha dado pie a ello en más de un momento (y no sólo antes de tal o cual «corte» bachelardiano-althusseriano).

La reacción anti-humanista de Althusser es, en mi opinión, útil para contrapesar la tradición retórica, excesiva sobre todo en la falta de precisión de cierta producción francesa. Pero no hay más remedio que reconocer que aunque el programa de Althusser es excelente, su realización sufre hasta ahora por la inveterada flojera de los filósofos franceses (no sólo marxistas, desde luego) en cuestiones de filosofía de la ciencia. Es elemental que una teoría no es por sí misma posición de objetivos. Eso lo ha sabido todo científico siglos antes de que Max Weber se molestara en decirlo con la debida pompa académica. Recuerde, por ejemplo, la curiosa muestra de ello que probablemente conoció el mismo Marx: el barón Von Stein utilizaba los rudimentos del conocimiento preteórico de las clases modernas y sus luchas para elaborar consejos de política reaccionaria. O, como decía drá sticamente Einstein: «No se puede demostrar teóricamente que no se debe exterminar la especie humana». La actividad teórica puede descubrir cuáles son las condiciones de la realización de tal o cual objetivo, y puede contribuir a la formulación de éste. Pero la estimación de los grandes fines no «demostrables» es una operación no-teórica en sentido estricto, una operación filosófica y política, de razonamiento sólo plausible. Si no fuera sí, si la estimación del objetivo fuera cuestión teórica en sentido estricto, entonces la lucha de clases no se podría traducir en la consciencia teleológica, en la estimación de los fines, y la elección de uno u otro entre los fines estimados es una decisión por la cual se pone en acto, muta dialécticamente en política, la lucha de clases. Todo este reino de la razón no-demostrativa es filosófico y político, no teórico en ningún sentido serio de «teoría», sino sólo en el de la literatura arcaica, o en el de la literatura pseudo-marxista de tradición reaccionaria -diltheyana (el joven Lukács) o heideggeriana (el joven y el viejo Marcuse, Sartre, etcétera)- o en el de la flojera de la epistemología francesa (flojera presente en casi todos los estructuralistas, salvo en los de escuela más anglosajona, como Lévi-Strauss mismo).

Nunca es posible decirlo todo y, por lo tanto, siempre se falsea uno más o menos a sí mismo. Pero esta vez me falsearía demasiado si no añadiera lo siguiente: mi anterior argumentación no es una defensa de la interpretación filosófica del marxismo, ni menos una defensa de su interpretación como antropología filosófica. Eso es marcusianismo, no marxismo. Mi manera de pensar (que me parecería indecente declarar aquí, siendo otro el tema) es opuesta a esa tradición antropológica. Mi argumentación tendía sólo a argüir que la pregunta es un sinsentido basado en un mal uso de la noción de «teoría»; tan malo, que en la última frase de la pregunta se llega a adscribirle algo incompatible con la noción marxiana y marxista de teoría, a saber, la ideología.

Pero, como la mayoría de los sinsentidos (y contra lo que parecen creer los neopositivistas), también éste nace de un problema real, luego ideologizado, pervertido. La pregunta señala el problema real (aunque para hacerlo entra en contradicción con una afirmación de la primera pregunta) al hablar de la «fase de desaparición de la dictadura del proletariado» en los países socialistas adelantados. Esa manera de hablar es probablemente un poco optimista. Pero me parece admisible, porque el contenido de esta fase -el final de las urgencias de mera acumulación y defensa en condiciones de inferioridad- sí que podría anunciar la reabsorción de la dictadura del proletariado. Ahora bien: una mutación así exige un esfuerzo científico (y también crítico-teleológico, o sea, filosófico-político) que, por el momento, no se ve cuajar con dimensiones suficientes. En ninguna parte, desde luego, y no sólo en Checoslovaquia. Pero en varias partes se ven conatos de ese nuevo esfuerzo científico necesario para el socialismo. Y precisamente en la República Socialista de Checoslovaquia se había producido el esfuerzo más sistemático y consciente: los trabajos del grupo de investigadores dirigido por Richta y Klein. Los resultados de la primera fase de su trabajo (únicos publicados) pueden gustar más o menos. A mí particularmente me parece que está aún lejos de bastar su consideración de la complicación internacional de la problemática, del modo actual de presentarse el «problema original» del socialismo existente, el asunto del «socialismo en un solo país». Pero, en todo caso, los nueve puntos que toca ese texto (dividido en cuatro grandes secciones) son todos científicos y crítico-científicos, y ni uno solo es filosófico en el sentido de la pregunta. Independientemente de su valor, en algunos casos muy notable, no hay esfuerzo científico así en ningún otro país ni en ninguna otra orientación del movimiento marxista contemporáneo.

Lo que pasa es que una cosa es gritar «¡Teoría, teoría!», como «¡thálassa, thálassa!» los griegos de Jenofonte, y otra echarse a navegar de verdad, hacer ciencia en serio.

En mi opinión de un sector del pensamiento y la acción comunista, Checoslovaquia había abandonado de hecho la construcción del socialismo. Varios datos fundamentales sirven de apoyo a esa tesis: la ausencia de una verdadera dictadura del proletariado, la aceptación del ideal de consumo como ordenación de la sociedad y la inexistencia de una política real de internacionalismo proletario, reduciéndose ésta a meras fórmulas de retórica. Pero pasada una primera etapa de burocracia -sector dominante-, necesita construir una superestructura donde queden reflejados los intereses de las demás clases y capas, y esto se consigue en los países socialistas mediante el aumento del consumo, la aparición de la tecnocracia y las formas liberales burguesas en el fondo y en la forma (desestalinización). ¿Comparte usted esta misma opinión en su totalidad o en alguno de sus aspectos?

En el supuesto de que la tesis presentada en forma de pregunta retórica fuera acertada, es imposible que ese proceso se hubiera producido en el breve tiempo pasado desde la derrota de la tendencia Novotny en el Partido Comunista de Checoslovaquia. Consiguientemente, la cuestión no tiene nada que ver con la invasión de la RSCH ni con el intento del PCCH.

Vale la pena repasar brevemente los «datos fundamentales» aducidos en la pregunta.

Ausencia de una verdadera dictadura del proletariado. No sé qué reglas del discurso permiten describir en la pregunta anterior la fase actual como «fase de desaparición de la dictadura del proletariado» y aducir en ésta ese mismo rasgo en función opuesta a la que allí tenía. Pero siguiendo el hilo del discurso del PCCH mismo en abril de 1968, hay que notar que, el efecto, los comunistas checoslovacos entendían estar saliendo de una falsificación (la falsificación estalinista) de la dictadura del proletariado, existente desde principios de los años cincuenta y consistentes en aplicar al proletariado los métodos de dictadura, censurar lo que la clase obrera puede ver, leer, conocer, saber, discutir, etc. Pero como esos mismo métodos se habían aplicado también contra la burguesía y habían permitido expropiar a ésta, los comunistas checoslovacos -así lo decía el informe Dubček- consideraban que, a pesar de todo, al menos el contenido económico de esa dictadura había sido proletario, y estaban dispuestos a no cortar en su regeneración la continuidad con ese pasado.

La cuestión del ideal de consumo. Este léxico procede directamente de la propaganda imperialista. (Como también, por lo demás, el léxico de la «tecnocracia», que viene directamente de Bell y de Burnham. Pero ya he recordado que nunca se puede decir todo; puesto a abreviar -que ya va siendo hora-, prefiero limitarme al asunto del consumo.) El ideal del domino de las necesidades de los consumidores sobre la producción (sobre las necesidades de enriquecimiento y técnicas de los que poseen y/o dominan el aparato de producción) es un objetivo fundamental del socialismo. Las actuales sociedades burguesas no son sociedades «de consumo», como dice la propaganda capitalista, sino de imponente dominio de los productores (de los propietarios y/o dominadores de los medios de producción) sobre los trabajadores, que son el grueso de los consumidores. Los propietarios y dominadores del aparato de producción impiden el consumo y las asignaciones necesarias para producir una vida (un consumo global) superior que, según dicen concordemente entendidos como John F. Kennedy y Herbert Marcuse, sería ya económica y tecnológicamente posible en los países imperialistas más adelantados (instalación de los hombres en un hábitat urbano y rural revolucionado, etc.).

Una consideración no-ideológica, sino científica, de la situación en los países socialistas obliga a criticar en ellos más bien el poder todavía enorme del aparato de producción sobre los consumidores y la relativa escasez del consumo. Sin duda el aparato de producción no se impone ya a los consumidores tan atrozmente como cuando, por los años veinte, poblaciones enteras fueron inevitablemente abandonadas al hambre por las imperiosas necesidades del aparato de producción que había de posibilitar el posterior alimento de todos. (Dicho sea de paso, eso sucedía por los años en que el joven Lukács, el joven Marcuse, el joven Korsch y otros jóvenes escritores burgueses deliraban, en su sarampión de pseudo-marxismo hiperrevolucionario, acerca de la «acción revolucionaria» instantánea y espiritual y otras gloriosidades semejantes. Mientras tanto, los hombres se morían de hambre y los funcionarios, que al menos tienen esa superioridad sobre los intelectuales burgueses pseudomarxistas, procuraban conseguir algo de trigo para que aguantaran un poco más.)

El problema de la escasez del consumo en los países socialistas tiene complicaciones que determinan su radical gravedad: sobre todo, los deberes del internacionalismo han impuesto -y siguen imponiendo- un drenaje económico que no por moralmente positivo deja de tener consecuencias negativas en la moral de trabajo del grueso de la clase obrera.

Inexistencia de una política real de internacionalismo proletario. Una de las varias causas por las cuales el consumo es en Checoslovaquia muy inferior a lo que podría ser consiste en que este país ha sido, junto con la RDA, el más sacrificado internacionalmente de todo el campo socialista. Algún renglón de la reconstrucción soviética y de la construcción china inicial ha sido cubierto por la fuerza de trabajo del proletariado checoslovaco, pese a su menudencia demográfica respecto de los dos colosos. Por eso uno de los principales problemas del estado con la clase obrera checoslovaca llegó a ser la indignación de los trabajadores checos por su desmesurada sumisión al deber de internacionalismo durante los años 1950-1960. Como esa situación se vivía, además, con los procedimientos propagandísticos típicos de la dirección stalinista -o sea, mintiendo a la clase obrera, diciéndole que está muy bien cuando no tiene zapatos o fingiendo entusiasmos inexistentes- acabó por acarrear un desmoronamiento de la moral de trabajo del proletariado checo. Añádase a eso que la necesidad de suministrar grandes cantidades de productos terminados -y con urgencia- a otros países socialistas (principalmente los dos dichos) y a algunos otros que todavía no lo era o no lo son determinó la imposibilidad de renovar el parque y la infraestructura industrial de uno de los países que habían estado en la punta del desarrollo técnico de Europa. El proletariado checo -que es un proletariado con raíces, no nuevo- notaba todo eso perfectamente y lo condenaba. Un científico checo, comunista, en una comunicación privada que me ha sido dado ver recientemente, se expresa, por lo tanto, de un modo iluminador cuando dice al amigo destinatario de su carta que lo que se proponían los comunistas checos con su movimiento era principalmente «probar que el socialismo no tiene por qué ser un fracaso económico». Estos hechos están, ciertamente, muy lejos del impreciso discurso sobre el ideal de consumo.

Aparte de eso, tiene interés considerar por sí mismo, algo más en general, ese problema del «consumo». Para la vieja ascética, que no solía ser doctrina de anémicos ni de silicóticos, sería alienación la voluntad de disfrutar de la Tierra. No lo es, y dudo de que lo sea para parte de la religiosidad actual. En todo caso, para el marxismo, alienación es la ascética, y liberación es disfrutar de la Tierra. Empezando por Marx, los marxistas somos adictos miembros del rebaño de Epicuro. Es hora de decirlo de una vez frente a tanta charlatanería ascético-místico-reaccionaria que juega a la revolución.

Si los comunistas han de ser -según la hermosa frase de Mao Tsé-tung (que, dicho sea de paso, es el principal dirigente de la industrialización y del aumento del consumo en China)- «pobres y nuevos», eso se debe no a que hayan de ser enemigos de la abundancia, sino sólo a que no han de querer ser cerdos sueltos del rebaño de Epicuro, sino sólo con la gran piara, encabezada por los involuntarios ascetas proletarios. Y para hacer algo en ese sentido hay que ser, por el momento, pobres, y desconfiar del que no lo sea. Pero sólo por eso, no por desprecio del «consumo« y de la «abundancia«. La abundancia es en teoría marxista, la condición «sine qua non« para superar la explotación en cualquier forma, para quebrar la vigencia de las leyes históricas de la economía política y para liquidar sus consecuencias, los fetichismos o alienaciones. Para el proletariado, la única vía que conduce a la superación del ansia de poseer es la vía materialista que suprime la necesidad y la conveniencia de poseer.

Una vanguardia puede y debe querer ser «pobre y nueva» si sabe que puede llegar -ella o sus sucesores- a suprimir la necesidad y la conveniencia de poseer. Si no es así, la ascética va a ser necesario in saecula saeculorum, no vale la pena molestarse en intentar una revolución materialista. Que se reúnan los ascetas y hagan una revolución idealista (que la repitan, porque ya la han hecho varias veces). Entonces sí que terminarían para los trabajadores las «tentaciones consumistas», pues hay diferencias entre capitalismo y hierocracia.

El problema real de una sociedad pre-socialista, tras haber realizado una básica acumulación de poder y de riqueza socialista, no se puede resolver por la vía ascética de la disminución del consumo y del puritanismo, que tan pronto da en fariseísmo. El problema consiste en descubrir cuál es el desarrollo económico que puede llevar antes a la disminución del poder del aparato productivo y, consiguientemente, del Estado. Y el problema se complica gravemente por las necesidades militares (económico-militares) derivadas de la presencia del imperialismo, así como por el deber de internacionalismo: unas y otras dificultades fruto, obviamente, de que el socialismo siga siendo algo geográficamente limitado incluso en el ámbito de los países industriales. El monstruo inevitable que fue el «socialismo en un solo país» no ha mejorado mucho por llegar a ser «socialismo en unos cuantos países». Desde luego, ya es menos «socialismo en una sola calle», que decía el pobre Zinoviev antes de que la entusiasta hipocresía pseudorrevolucionaria le tapara la boca. Pero sigue sin poderse desarrollar orgánicamente, y el socialismo es necesariamente universal, puesto que no se funda en el principio de explotación (como el imperialismo, que no sufre gran cosa por tener el mundo partido: él mismo lo parte de un modo u otro cada día).

En esa situación, es muy posible que la orientación económica que sería más útil o más rápida para la consecución de condiciones maduramente socialistas se desprecie (por ignorancia, por miedo internacional, por deteriorización de la consciencia socialista, por imposibilidad de suponer esa consciencia en la mayoría de la población, etc.) en favor de otras soluciones que refuercen más inequívocamente el poder exterior de cada estado. Desgraciadamente, no es de esperar que el refuerzo del poder en un sentido (el exterior) vaya acompañado por debilitación de ese mismo poder en otro respecto (la política interior), como alegremente declaraba el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS.

No puedo, en suma, contestar a esta pregunta con un «sí» ni con un «no», porque la pregunta plantea un pseudoproblema, es mera ideología: utiliza unos conceptos nacidos en la ideología feudal y del capitalismo naciente calvinista, reforzados también enérgicamente por la Contrarreforma en la lado católico e invertidos, pero con función no menos ideológica, por los propagandistas del imperialismo (Erhard, Rostow, Galbraith). Luego, la moda de la que se hace eco la pregunta verbaliza nuevamente esa ideología para expresar una pretensión revolucionaria incosistente, anti-materialista y, por lo tanto, nada revolucionaria en la práctica. He intentado describir cuál es, en mi opinión, el problema real subyacente a esa obnubilación ideológica sobre el consumo.

Sólo puede darse una de estas dos tendencias en el desarrollo político y económico checoslovaco: una es que las supervivencias subjetivas de la formación social anterior, alimentadas por la no supresión de los pequeños productores de mercancias que cercan al proletariado y lo impregnan de elemento pequeño-burgués, corrompiendo su disciplina y engendrando cotidianamente burguesía y capitalismo, determinen la restauración capitalista.

La segunda es que la abolición privada de los medios de producción vaya dando lugar a una transferencia real del control de la producción a los propios trabajadores, pues mientras ésta no sea llevada a cabo, la revolución está destinada a reproducir los mismos antagonismos que trata de superar. Aparecen bajo formas muy variadas: como el empleo represivo de los medios de producción nacionalizados, como el contraste existente entre el nivel de productividad y el nivel de consumo; como el conflicto entre las necesidades sociales e individuales; o en el plano internacional, entre los intereses de la URSS y los de los partidos comunistas extranjeros, entre los objetivos de la seguridad nacional de los países del Este y los de la política socialista y revolucionaria internacional. ¿Cuál de estas dos tendencias cree usted que predominará?

El adverbio «sólo» miente casi siempre. A las perspectivas «socialismo» y «restauración del capitalismo» hay que añadir, que yo vea, la perspectiva «barbarie», prevista por Lenin si la descomposición de la sociedad capitalista se «pudre» en alguna fase no socialista; y la perspectiva guerra mundial termonuclear, para después de la cual no parece fácil hacer previsiones.

Antes de entrar en la contestación me parece interesante registrar que, aunque sea entrando en contradicción con la pregunta anterior, ésta reconoce implícitamente que lo criticable en los países socialistas es la escasez del consumo, no lo contrario (criticable en los países socialistas civilizatoriamente adelantados, no en la República Socialista de Cuba, por ejemplo, ni en la URSS en 1920). Y también me parece de interés precisar que no veo por qué la contradicción entre los intereses de la URSS o de la seguridad nacional de los países socialistas y los intereses del resto del movimiento socialista se han de relacionar con la situación interna de esos países; a mí me parece obvio que son contradicciones dimanantes, sin más, del inevitable monstruo histórico que ha sido y es el «socialismo en un solo barrio».

Vuelvo a la pregunta. Las dos perspectivas descritas en ella lo están, en mi opinión, erradamente. Las causas que enumera de degradación de la consciencia socialista son importantes, pero no me parecen las relevantes para el caso checoslovaco. Pues si la subsistencia de «los pequeños productores (propietarios) de mercancías» y las «supervivencias subjetivas de la formación social anterior» fueran los principales peligros que amenazan al socialismo en Checoslovaquia, entonces el socialismo chino, el cubano o el polaco estarían amenazadísimos; en efecto, los tres proceden de formaciones anteriores algo, mucho o enormemente más lejanas del socialismo que la sociedad checoslovaca antes de 1947; las supervivencias subjetivas de esas formaciones entre los piadosos campesinos polacos o los nómadas tibetanos o del noroeste de la China dejan realmente en la sombra los más arcaizantes caprichos del checoslovaco más antisocialista; y el sector privado de la economía es, desde hace muchos años (e incluso proporcionalmente), algo, mucho o enormemente más extenso en esos tres países que en la República Socialista de Checoslovaquia. A contrario: la URSS no debería ya casi conocer esos peligros, pues ha pasado más tiempo respecto de la formación anterior y su sector económico privado es el más reducido de todos los países socialistas. Pero basta leer el papel de Zajarov para ver que esa conclusión de la tesis de la pregunta es falsa.

Tampoco me parece argüible que las contradicciones (habría que probar que son antagonismos para usar esta palabra, como hace la pregunta) que se producen en una sociedad que casi no conoce ya propiedad privada sobre medios de producción, las «contradicciones en el seno del pueblo» sean las misma que en la formación social anterior. No tienen mucho en común con ellas en países que, como la RSCH, cuentan con un sector económico privado reducidísimo. Lo principal que tienen en común son los elementos políticos, la existencia del Estado y, por lo tanto, la politización de las relaciones interindividuales.

Entre las nuevas contradicciones hay una que no enuncia la pregunta y que ha sido, en cambio, según creo, importantísima en la degradación de varios aspectos de la vida de las sociedades pre-socialistas que se conocen en la Europa central y oriental: es la contradicción disimulada, en vez de verazmente reconocida, entre un primer proyecto sobreestructural basado en el supuesto de la rápida aparición de un «hombre nuevo» y el hecho de que el desarrollo de las fuerzas productivas y de la base social no permite aún, ni lejanamente, la generalización del tipo de humanidad nueva más allá del conato que es la vanguardia «pobre y nueva». Por los años veinte, durante las grandes hambres, algunos escritores soviéticos sostenían olímpicamente que no era posible escribir tragedias en la URSS, por no existir ya la problemática del hombre viejo. ¿Era eso aún sincero? ¿Y era sincero Lukács cuando -pese a haber reconocido ya explícitamente, tras la crítica de Zinoviev ante el Comintern, el carácter burgués e idealista de su izquierdismo juvenil- reafirmaba en 1936 que el socialismo no conocía el riesgo de caer en «ilusiones heroicas» análogas a las que Marx analizó en el caso de los jacobinos? Es posible que todos fueran sinceros, aunque esto último ocurría ya después de la liquidación política de Trotski y en vísperas de los procesos de Moscú. Es posible, porque la histérica necesidad de consuelo pseudorrevolucionario es capaz de sumar dos y dos y obtener hegelianamente 7 o cualquier otro número mágico. Sobre todo cuando esa historia se apodera de intelectuales burgueses en busca de salvación personal, de «autenticidad», como ya por entonces repetía Marcuse en su transcripción izquierdista de un pensamiento tan reaccionario como es el de Heidegger.

Pocas cosas han hecho tanto daño a la consciencia socialista como la negativa a aplicar a la experiencia socialista misma las categoría crítico-analíticas de Marx. El no reconocer aquella contradicción -reveladora de que, en efecto, se hab ían tenido «ilusiones heroicas» en el sentido de Marx- determinó una falsedad social que sólo el centralismo burocr ático podía mantener en pie y hacer funcionar, mediante la propaganda y la policía. Me parece que esto es lo esencial de lo que vio Trotski, aunque creo que su formulación no fue de mucha eficacia científica.

Los países socialistas (pre-socialistas, propiamente) se lanzaron, nada más expropiados los expropiadores, a un trabajo social basado en el entusiasmo imputado a toda la población (aunque los «sábados comunistas», por ejemplo, fueran inicialmente honradamente voluntarios); intentaron, pues, construir un «hombre nuevo» (una nueva sensibilidad moral colectiva) por vía idealista, en vez de por vía materialista. Lo pagaron con el precio clásico del idealismo: con una falsedad «trascendental« que diría un filósofo, construyendo una «sociedad escindida», que habría dicho Marx (por intentar entender con conceptos de éste lo que ha pasado hasta ahora en la construcción del socialismo). En efecto, aunque tal vez Stajanov fuera un héroe, los stajanovistas fueron pronto una pandilla de esquiroles, hablando en plata obrera, ayudantes de la naciente policía social, encubridores de la contradicción entre la retórica del «hombre nuevo» (del «citoyen», decía Marx) y del continuado imperio de la economía política (del «homme», decía Marx). Así se reprodujo «la sofística del Estado» (Marx). No hay humanidad nueva en serio mientras haya mercancía. Hay sólo, mientras tanto, la relativa nueva pobreza de la vanguardia revolucionaria, novedad voluntarista, no básica.

La persistente falsedad material (político-social) -hubo insensato que anunció el comunismo para el día siguiente, cuando aquel día mismo no tenía pan para todos- y no la presencia de un sector privado muy inferior al polaco, al cubano o al chino, fue una causa destacada de la degradación de la consciencia socialista en Checoslovaquia, cuya población, por cierto, era la única mayoritariamente socialista y filosoviética de Centroeuropa. Lo mismo ha ocurrido en los pa íses que la invadieron, y lo mismo ocurriría en los países socialistas más jóvenes si prosiguieran indefinidamente por la vía idealista del entusiasmo en materia de producción y consumo. Ante esa experiencia, uno puede asustarse y «huir hacia adelante», buscar consuelo en la ceguera ideológica y creer que la degradación de la consciencia socialista se arregle a golpe de sermones y de policía, diciendo a la gente que sea espiritualmente comunitaria y repitiendo que las causas de todo están en las «supervivencias del pasado», que inauguraban ritualmente los procesos moscovitas del 38. Pero la causa de todo no es sólo la supervivencia del pasado, sino también (y en el caso checoslovaco principalmente) la falsedad del hoy. «Falsedad», naturalmente, no es en este contexto un término de lógica. Quiere decir contradicción disimulada o escamoteada -con inevitable ayuda de la policía- entre la sobreestructura político-moral y la base, lo cual hace de esa sobreestructura una mera ideología e impide superar la contradicción salvo por choque, como ocurrió -muy suavemente, por cierto- en el mismísimo país de Schweick.

La alternativa entre realización del socialismo o restauración del capitalismo no es para mí objeto de creencia. Primero porque, como he insinuado antes, la alternativa real no es en mi opinión ésa. La alternativa real me parece ser: socialismo o barbarie (degradación general de la vida de la especie). Segundo, porqué sólo en los manuales teológicos a lo Konstantinov se dice metafísicamente que «el socialismo triunfará por la necesidad de las leyes históricas». El leninismo no cree en un triunfo fatal de nada. Esta no es cuestión de creer, sino de querer.

Querría añadir una observación breve: los problemas del movimiento socialista obrero y del marxismo son tan importantes, que, en el fondo, lo más interesante del caso checoslovaco no es su concreción interna, aquí discutida, sino su mero ser, el que se produjera, planteando en la práctica la situación crítica. Si la crisis se hubiera podido desarrollar abiertamente, democráticamente -o sea, ante los ojos y los oídos de la clase obrera y expuesta, por lo tanto, a la intervención directa de ésta-, se habría tenido un fecundo efecto de catarsis epistemológicas. La invasión ha impedido esta catarsis y ha prolongado una situación en la cual las críticas al desarrollo de los países socialistas (quiero decir las críticas socialistas) proceden o bien de partidos comunistas a los que falta la experiencia del poder (por ejemplo, los partidos comunistas de la Europa occidental) o bien de partidos comunistas que carecen de la experiencia de un estadio de civilización tan rico y moderno como el centroeuropeo. La experiencia checoslovaca, de haberse realizado, habría sido por lo menos ciencia social en acto. Eso me parece bueno, aunque probablemente asuste a las neuronas cansinas del dogmatismo gris del burócrata o del dogmatismo abigarrado del que padece el pueril calambre de San Vito.

Nota edición
1 Sacristán se refería aquí a un paso de la sátira «Coloquio espiritual del pelotari y sus demonios». La obra fue escrita por José Bergamín (1973: 141-159). El fragmento al que se hacía referencia probablemente fuera el siguiente: «No puedo retener en mi mano el único objeto de mi vida; tengo que lanzarlo siempre fuera, con todas mis fuerzas -y vuelve siempre a mí-. Sufro en cuerpo y alma de esta fatiga».

Debo esta indicación a la erudición literaria, nunca ostentada, del profesor de lengua y literatura castellana Francisco Gallardo.

En una de las cartas cruzadas entre entrevistador y entrevistado, 30 de julio de 1969, señalaba Sacristán:

Estimado amigo:

recibí su carta del 24 en la que me anuncia que la entrevista no podrá salir ahora. He pasado cuatro días con fiebres muy altas y hasta hoy no me he levantado. Siento que a pesar de trabajar bastante tiempo y con bastante urgencia no haya podido satisfacer las necesidades periodísticas de usted ni desde el punto de vista del calendario ni desde el de la extensión.

Lo de la convicción ya es cosa aparte. No me propongo convencer a nadie casi nunca. En este caso menos todavía puesto que era imposible un tratamiento global, realmente dialéctico de los problemas suscitados. Me propongo sólo -y porque creo que es útil le he dedicado muchas horas- mostrar que el tipo de pensamiento de moda que se reflejaba en las preguntas excluye él mismo el tratamiento dialéctico, a causa de su manera mecanicista y mítica de proceder, presuponiéndolo ya todo.
Por eso queda fuera de nuestra entrevista lo esencial, algo que usted recoge muy acertadamente en su carta: el tema de la despolitización. Aquí está de verdad el meollo de la cuestión, porque toda dialéctica real acaba en la consciencia y en ésta es donde se puede sacar balance. (Acaba, ¿eh? no empieza).

Por cierto que si usted lo examina con valor, sin asustarse por tener que reconocer muchas cosas tristes del desarrollo del socialismo, tendrá que reconocer (si es que -cosa que ignoro- conoce usted Centroeuropa) que lo característico del intento del PCCH fue que consiguió por vez primera desde 1950 aproximadamente repolitizar en sentido comunista a un alto porcentaje de comunistas y en sentido filosocialista a un alto porcentaje de la población procedente de la antigua burguesía culta urbana, al mismo tiempo que repolitizaba y hasta movilizaba a una aplastante mayoría de la clase obrera. Si usted tiene noticias de la monstruosa despolitización de los proletariados húngaro, alemán, etc. y de la persistencia de ideología reaccionaria en el polaco, por ejemplo, valorará lo que tenía de promesa (de mera promesa, ¿eh?) el intento checo. El gran error de Fidel Castro consistió, en mi opinión, en no darse cuenta de que para decir verdades de a puño cogía, precisamente, la ocasión en la cual acaso se iba a abrir un portillo para que empezara de nuevo una dialéctica política interna al socialismo. Y ello le obligó a cometer el pecado de diplomacia consistente en callar que la RSCH era el país socialista menos degenerado políticamente de toda Centroeuropa.

En fin, dejémoslo, la cosa está de todos modos perdida por ahora. Precisamente porque lo está se agravará. Y precisamente por eso le hago un último ruego: que si realmente va a publicar alguna vez la entrevista la feche en 15 de julio de 1969, o 16 o 17, que ya no me acuerdo el día en que yo mismo se la envié. Pues se puede temer que con el paso del tiempo la situación en Checoslovaquia sea una tal victoria de la reacción que nuestra entrevista carezca ya de sentido si no se da la fecha. Fechada, siempre servirá para recordar por qué mecanismo el neostalinismo consiguió convertir a una población entera -empezando por el proletariado- que era la única socialista de Centroeuropa en una población reaccionaria,

Con amistad.

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4. Carta dirigida a José María Mohedano

En carta fechada en Barcelona, 30 de julio de 1969, dirigida a José Mª Mohedano, en aquel entonces Secretario de Redacción de la revista democristiana Cuadernos para el Diálogo, observaba Sacristán:

Estimado amigo:

recibí su carta del 24 en la que me anuncia que la entrevista no podrá salir ahora1. He pasado cuatro días con fiebres muy altas y hasta hoy no me he levantado. Siento que a pesar de trabajar bastante tiempo y con bastante urgencia no haya podido satisfacer las necesidades periodísticas de usted ni desde el punto de vista del calendario ni desde el de la extensión.

Lo de la convicción ya es cosa aparte. No me propongo convencer a nadie casi nunca. En este caso menos todavía puesto que era imposible un tratamiento global, realmente dialéctico de los problemas suscitados. Me propongo sólo -y porque creo que es útil le he dedicado muchas horas- mostrar que el tipo de pensamiento de moda que se reflejaba en las preguntas2 excluye él mismo el tratamiento dialéctico, a causa de su manera mecanicista y mítica de proceder, presuponiéndolo ya todo.

Por eso queda fuera de nuestra entrevista lo esencial, algo que usted recoge muy acertadamente en su carta: el tema de la despolitización. Aquí está de verdad el meollo de la cuestión, porque toda dialéctica real acaba en la consciencia y en ésta es donde se puede sacar balance. (Acaba, ¿eh? no empieza).

Por cierto que si usted lo examina con valor, sin asustarse por tener que reconocer muchas cosas tristes del desarrollo del socialismo, tendrá que reconocer (si es que -cosa que ignoro- conoce usted Centroeuropa) que lo característico del intento del PCCh fue que consiguió por vez primera desde 1950, aproximadamente, repolitizar en sentido comunista a un alto porcentaje de comunistas y en sentido filosocialista a un alto porcentaje de la población procedente de la antigua burguesía culta urbana, al mismo tiempo que repolitizaba y hasta movilizaba a una aplastante mayoría de la clase obrera. Si usted tiene noticias de la monstruosa despolitización de los proletariados húngaro, alemán, etc. y de la persistencia de ideología reaccionaria en el polaco, por ejemplo, valorará lo que tenía de promesa (de mera promesa, ¿eh?) el intento checo. El gran error de Fidel Castro consistió, en mi opinión, en no darse cuenta de que para decir verdades de a puño cogía, precisamente, la ocasión en la cual acaso se iba a abrir un portillo para que empezara de nuevo una dialéctica política interna al socialismo. Y ello le obligó a cometer el pecado de diplomacia consistente en callar que la RSCh era el país socialista menos degenerado políticamente de toda Centroeuropa.

En fin, dejémoslo, la cosa está de todos modos perdida por ahora. Precisamente porque lo está se agravará. Y precisamente por eso le hago un último ruego: que si realmente va a publicar alguna vez la entrevista la feche en 15 de julio de 1969, o 16 o 17, que ya no me acuerdo el día en que yo mismo se la envié. Pues se puede temer que con el paso del tiempo la situación en Checoslovaquia sea una tal victoria de la reacción que nuestra entrevista carezca ya de sentido si no se da la fecha. Fechada, siempre servirá para recordar por qué mecanismo el neostalinismo consiguió convertir a una población entera -empezando por el proletariado- que era la única socialista de Centroeuropa en una población reaccionaria.

Con amistad, Sacristán

Notas edición
1 La entrevista se publicó finalmente en el número doble de Cuadernos para el Diálogo que apareció a mediados de septiembre de 1969 en librerías y quioscos. Estaba incluida en la sección «Los hechos y las ideas» y apareció acompañada de sendos trabajos, solicitados muy probablemente para la ocasión, de J. De Arriaga y Andrés Sorel. Ambos, usuales colaboradores de la publicación en aquellos años, defendían puntos de vista y análisis que ciertamente estaban algo distanciados.

2 La tercera de la preguntas, por ejemplo, se formuló en los términos siguientes: «El programa de acción del PCCH señala predominantemente en una forma particular (ideológica) hechos existentes, pero no nos da su esencia. Sin embargo, considerados en sí mismos, estos problemas son, en el fondo, problemas que, lejos de requerir una filosofía del hombre, conciernen a la preparación de nuevas formas de organización de la vida económica, de la vida política y de la vida ideológica (comprendidas en ella las formas de desarrollo individual) de los países socialistas en su fase de desaparición de la dictadura del proletariado. ¿por qué, entonces, ciertos ideólogos plantean estos problemas en función de los conceptos de una filosofía del hombre en vez de plantearlos abierta, clara y rigurosamente en los términos económicos, políticos e ideológicos de la teoría marxista?».

Josep Fontana había escrito anteriormente a Sacristán, el 14 de julio de 1969. En los siguientes términos:

Querido amigo:

Me parece muy bien en líneas generales tu respuestas al cuestionario. No creo que debas tener demasiados problemas de conciencia al remitirlo, aunque me figuro que no gustará a todo el mundo; puedo imaginar algún barbudo (que no tiene gran cosa que ver con el «barbudo ilustre» que decía Fuster) que se desgarrará la túnica.

Dos cuestiones. La primera es que creo que debes exigir taxativamente que tu respuesta se publique completa, sin ningún corte, que podría afectar gravemente el equilibrio del texto y deformar su intención. Un ejemplo: supón que te publican el último párrafo de la página 2, pero que-por razones de censura, prudencia, etc- te suprimen el paréntesis que contiene. Te hacen entonces una faena de muy difícl arreglo. Como acabo de ser víctima de una amputación en TeleExpress -en mi caso se trató de una emasculación de lo que había escrito, dejándolo en un texto de circunstancias- te prevengo de la necesidad de cubrirte de este riesgo, que en un texto como el tuyo podría resultar peligroso.

La segunda observación es muy general y no debes tenerla en cuenta si no te parece oportuno. Tu texto tiene una agresividad que puede parecer desproporcionada como respuesta a la «mala fe» de las preguntas. (En realidad, creo que hay tanta mala fe como despiste y desorientación, como lo pones de relieve al desenmascarar algunas de las contradicciones más flagrantes de las preguntas). No resulta demasiado difícil adivinar a través de esta agresividad que las tensiones a que responde no son solo -ni tal vez principalmente- las suscitadas por las preguntas de la revista, o por las posiciones ideológicas que estas representan. Y no creo que sea necesario que esto se adivine. Fíjate en la diferencia que hay entre exponer tu actitud condenatoria por unos hechos -en lo que no me parecería lícito ni justificable ninguna clase de disimulo- y dejar adivinar tu malestar o tu irritación -que son igualmente lícitos, pero no para este público-. Si me encontrara en tu lugar, trataría de enfriar un poco este texto, limándole algún exabrupto (este término lo empleo en un sentido muy relativo; quiero decir: aquello que muestra estados de ánimo un tanto exaltados) y «cargándote de razones». Pero eso eres tú en última instancia quien debe decidirlo.

Se supone que escribes para lectores inteligentes (aunque yo tenga prejuicios muy serios para creerlo de los lectores de esta hoja parroquial [Cuadernos para el diálogo], pero ¿no es un poco peligroso el juego que haces con los dos sentidos de la palabras «materialismo» e «idealista» en las primeras líneas de la pág. 8?

Por todo lo demás el texto me parece muy denso y muy rico. Es una de esas cosas que me hacen lamentar que tu actividad intelectual haya tenido que emplearse tantas veces para aprovechamientos ocasionales y coyunturales. Si otra cosa no, creo que va siendo hora de que pienses por lo menos en recoger y publicar cosas de las que han tenido que ir apareciendo sueltas y desperdigadas. No para satisfacer tu vanidad personal, sino para que rindan un servicio más permanente.

Con un cordial saludo,

Josep Fontana

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5. Entrevista con la Jove Guàrdia

Diez años después, Sacristán fue entrevistado de nuevo sobre Checoslovaquia por las Juventudes Comunistas de Cataluña para su órgano de expresión, Jove Guàrdia, nº 9, verano 1978, pp. 22-23 (incluida en Intervenciones políticas, pp. 275-279). Incorporamos las preguntas, facilitadas por Joan Pallisé Clofent (probable entrevistador, entonces secretario general de las JJCC), que no fueron incluidas en la edición de Panfletos y Materiales.

Para empezar deberíamos situar a los lectores de JOVENT en un marco de referencia desde donde partir. ¿Podrías hacer una breve introducción histórica para darnos a conocer cuáles eran las diferencias de Checoslovaquia con respecto a los demás países de Este y cómo evoluciona el país a partir de la Segunda Guerra Mundial?

En una conversación breve no podemos reunir ni la información imprescindible. De todos modos, aunque no sea más que para sugerir las cosas principales que hay que tener en cuenta, vamos a recordar algunos hechos y algunas fechas. El Partido Comunista había llegado al poder en Checoslovaquia dentro de una coalición democrática que había obtenido el 86% de los votos en las eleciones de mayo de 1948. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, la vida política checa, como la de todos los demás países del actual bloque oriental, estaba bajo la influencia del gobierno y del ejército de la URSS, que había liberado el territorio. Pero la situación checoslovaca se distinguía de la de otros países del Este por el hecho de que checos y eslovacos (sobre todo éstos) resistieron eficazmente a los nazis e incluso culminaron su resistencia con una insurrección. Por cierto que Alexander Dubček, el que luego sería secretario general del Partido Comunista Checo en el intento de renovación de 1968, combatió en esa insurrección y fue herido dos veces. Por otra parte, Checoslovaquia se diferenciaba también de otros países del este europeo por el hecho de que el PCCH era un partido importante, cosa comprensible en un país moderno industrializado, y por el hecho de que los checos, al revés que los polacos, los húngaros o los alemanes, por ejemplo, son (o eran) bastante rusófilos tradicionalmente.

Pero esas características diferenciadoras del PCCH no le evitaron el camino autoritario y burocrático recorrido por el partido ruso en un ambiente tan distinto. El partido impuso la dictadura de sus funcionarios, en vez de hacer posible la del proletariado. Y también cumplió con lo que parece el requisito imprescindible del modo de gobernar estalinista: la eliminación de los veteranos. El 3 de diciembre de 1952, al final de un proceso espectacular, el gobierno asesinó legalmente al núcleo dirigente histórico del partido, encabezado por el secretario general Rudolf Slansky.

A partir de 1950 aproximadamente, el país tiene un crecimiento económico importante desde el punto de vista cuantitativo, pero con un defecto serio: su aportación a otros países del bloque no industrializados antes de la II Guerra Mundial (que eran casi todos los demás) fue desproporcionada para un país tan pequeño como Checoslovaquia. Eso, y también ciertas circunstancias técnicas, impidieron conseguir una inversión suficiente y adecuada para un desarrollo de las fuerzas productivas que no fuera simplemente demográfico y cuantitativo, sino que incluyera lo que algunos científicos checos de 1967-1968 llamaron «crecimiento intensivo» o «cualitativo»: elevación cultural y científica, mejora de la vida cotidiana, etc.

Es probable que la dificultad económica y social consecuencia de esa situación fuera el marco o fundamento que hizo posible la inquietud social, política y cultural que, luego de varios episodios bajo la dirección estalinista de A. Novotny, se abrió paso definitivamente en el pleno del Comité Central del PCCH de diciembre de 1967.

Durante 1968 se producen toda una serie de cambios en Checoslovaquia que obligan a centrar la atención en este país. ¿Cuáles serían a tu modo de ver las características que definen esta nueva situación, que es conocida con el nombre de »Primavera de Praga». Y también, ¿cómo fue posible esta transformación?

Como he apuntado al contestar a la pregunta anterior, los cambios alcanzan el plano político en el pleno del C.C. de diciembre de 1967, y se habían ido imponiendo en el partido durante los dos años anteriores. El principal mérito político del partido checo consiste en haber sido capaz de convertirse en instrumento eficaz de la voluntad popular mayoritaria. Los plenos de enero y (sobre todo) abril de 1968 consolidaron la revolución política checoslovaca hasta el punto de que para desarraigarla hizo falta una intervención militar.

En cuanto a los rasgos característicos de la revolución política checoslovaca de 1968, los dos principales son en mi opinión la devolución de la libertad política a la gente y la recuperación de la veracidad por el PC; lo que le permitió una autocrítica auténtica del régimen burocrático, así como plantear sinceramente la situación de la teoría política socialista a la vista de las luces y las sombras de la experiencia empezada en 1917 en Rusia. Por ejemplo, el PCCH no vaciló en reconocer que en el sistema burocrático «los instrumentos de la lucha de clases se dirigen contra los trabajadores» en ocasiones (Programa de Acción del PCCH). Y, como ejemplo de lo segundo, se puede leer un paso del informe de Dubček al pleno de abril en el que, después de atribuir al partido el acierto de haber dado «vía libre a este proceso y haberse puesto a la cabeza del mismo», reconoce que «la dirección del partido no tenía ni podía tener un plan preciso y concreto acerca del modo de proceder».

La inevitable falta de una perspectiva sólida y plausible obligaba a intentar resolver los problemas experimentalmente, por así decirlo, en el gran laboratorio social de todo un pueblo. No hará falta subrayar los riesgos de una situación así. Sin embargo, tampoco se puede pasar por alto lo que se ganaba con ella: el final del optimismo hipócrita propio de la propaganda de todo poder despótico.

El argumento principal que mantiene las fuerzas invasoras, y a través de ella la URSS, es que en Checoslovaquia se estaba produciendo un giro hacia a derecha, es decir, hacia el capitalismo, y que por lo tanto estaban obligados a intervenir. Sin embargo, se da la paradoja que aparece dentro de la izquierda una opinión parecida (Bettelheim, Mandel, Sweezy,…) aunque lógicamente por consideraciones distintas. ¿Cómo es posible esa coincidencia? ¿Crees que realmente era así?

Con la salvedad de que me parece que habría que distinguir entre las opiniones de los autores que citas, creo muy interesante esta cuestión. La coincidencia fue posible porque el medio a la verdad, a la manifestación de la realidad, es uno de los sentimientos más extendidos entre los sectarios, igual si son de derechas que si son de izquierdas. Y en Checoslovaquia estuvo a punto de verse sin afeites y desnudo el resultado «real» de veinte años de despotismo practicado invocando en falso el nombre del proletariado.

Existía sin duda el riesgo de ofensiva burguesa, con sus cabezas de puente en el seno de los mismos órganos dirigentes del estado y del partido. Pero no disimular esa posibilidad, sino resistir a ella y vencerla, era la condición obligada para pasar del autoritarismo burocrático a un régimen de transición socialista.

Hay que recordar que los comunistas checos habían previsto casi medio año antes de la invasión (que ocurrió el 21 de agosto de 1968) cuál iba a ser el pretexto de la acción militar contra ellos, si es que llegaban a emprenderla sus enemigos.

También me gustaría recordar a propósito de esto unas palabras de Dubček en el pleno de abril: «Nuestro sistema político no retrocederá a un parlamentarismo puro y simple. La democracia socialista no es una copia del parlamentarismo típico de la democracia formal. Se trata de aumentar la independencia real de las organizaciones sociales, la representación de los intereses diversos, de convertir los órganos representativos del estado, hasta la Asamblea Nacional, en el lugar, la sede en que efectivamente se formen la decisiones políticas del estado».

Ante la intervención se producen una serie de reacciones -dentro y fuera del movimiento comunista- muy diversificadas, que sirven para aportar nuevos elementos a la crisis que está pasando el movimiento comunista. ¿Crees tú que este hecho obliga a reflexionar de un modo serio a los PP.CC. y que influye en su evolución posterior? En especial me refiero a los de Europa Occidental.

Sí, varios partidos comunistas principalmente de Europa occidental, experimentaron por la invasión de Checoslovaquia una aceleración de algunas de sus tendencias. Queda por ver si esa evolución los convertirá finalmente en agrupaciones reformistas, socialdemócratas o bien si desembocará en un nuevo planteamiento revolucionario. Se puede decir que, por ahora, la crisis de los partidos comunistas se desarrolla bajo hegemonía de sus derechas extremas, a menudo en coincidencia con la socialdemocracia y otras veces en pugna solo táctica con ellas, sin diferencias programáticas ni sociales.

En estos últimos tiempos se han producido, o mejor se han dado a conocer, los fenómenos de resistencia de los llamados «disidentes». Fenómenos contradictorios, plurales y en algunos casos claramente reaccionarios. Pero la existencia de personas como Havemann, London, Biermann, Kosik,.. hace que los comunistas tengamos que solidarizarnos con ellos y que al mismo tiempo tengamos que meditar sobre los problemas que les afectan. Con los datos que poseemos actualmente, ¿crees previsible una próxima evolución de los países llamados socialistas hacia un tipo de sociedad que se acerque más a lo que entendemos por socialismo? ¿Qué papel estan jugando los disidentes?

A la primera parte de la pregunta no puedo contestar: me falta la seguridad para hacerlo, incluso información suficiente. En cuanto a la segunda, creo que los disidentes son en su mayoría reaccionarios, lo que no quita ni pone verdad a lo que dicen, como es natural, aunque sí permite barruntar lo que sería su triunfo, por lo demás inverosímil.

En cuanto a la minoría de disidentes comunistas, creo que en las JJ.CC. deberíais familiarizaros no solo con los nombres que citas, sino tambiñen con las ideas del ruso Roy Medvédev y del alemán Rudolf Bahro, autor, hoy en la cárcel, de un volumen (La alternativa. Crítica del socialismo real) que es quizá la publicación más importante de la resistencia comunista a los autoritarismos del este de Europa.

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6. A propósito de El futuro del Partido Comunista Francés

Sobre el Mayo del 68, Sacristán escribió una reseña (muy estudiada por Francisco Fernández Buey) de un libro del Waldeck Rochet, secretario general del PCF en aquel entonces, que llevaba por título: «A propósito de El futuro del partido comunista francés». Fechada en mayo de 1969.

En «El marxismo crítico de Manuel Sacristán» (mientras tanto, 63, p. 147) señalaba su discípulo y amigo: «La ocupación de Sacristán con la obra de Gramsci y el término de la preparación de 1a antología gramsciana coincidió con los importantes acontecimientos europeos del año 1968. Sacristán, al resaltar la magnitud de éstos para la evolución del movimiento comunista y de la cultura socialista en Europa se refirió a los acontecimientos de París y de Praga denominándolos “el doble aldabonazo”. Vio precisamente en este doble aldabonazo el final del marxismo del teorema y la objetividad y el comienzo de la recuperación del marxismo del método y de la subjetividad.»

En los años que siguieron, proseguía Fernández Buey, Sacristán tradujo al castellano algunas de las principales obras del «marxismo occidental», Historia y consciencia de clase, de Lukács, y el Karl Marx de Karl Korsch; discutió críticamente la epistemología de Lenin y empezó a ocuparse de los problemas que llamó posleninianos. «La orientación de su marxismo de entonces, alejado por igual del cientificismo de althusserianos y dellavolpianos y del neorromanticismo a la Marcuse, se compadece bien con un punto de vista propio, también particular, en la controversia política de la época. Sacristán manifestó muy pronto su insatisfacción ante la política seguida por el PCF en mayo/junio de 1968. Consideró esta política unilateral en su análisis de los intereses de la burguesía ingenua en su defensa del parlamentarismo y de la democracia realmente existentes y miope en su justificación sin más de la defensa de la razón de estado vigente en el PCUS. Postuló, por otra parte, la necesidad de una aplicación histórico-crítica de las categorías marxistas a la experiencia socialista, sobre todo a partir del nuevo curso en Checoslovaquia y de la invasión de este país por las tropas del Pacto de Varsovia. Chocó entonces con la dirección del partido comunista de España por considerar no sólo que la crítica de Santiago Carrillo a la intervención de la Unión Soviética era demasiado tibia sino también exclusivamente polilicista, ignorante de los problemas de fondo de la construcción del socialismo en la URSS.»

I. Las enseñanzas de mayo-junio de 1968.

El reciente libro del secretario general del PCF se ocupa principalmente de dos cuestiones: las enseñanzas de los hechos de mayo y junio de 1968 en Francia (título del primer capítulo) y la lucha por una democracia avanzada, etapa de la construcción de socialismo (frase que titula el capítulo III). Los dos temas están sólidamente relacionados. Pero del mismo modo que Waldeck Rochet pone en primer plano uno u otro de ellos en cada una de las dos mitades (aproximadamente) de su escrito, así también tiene interés separarlos para el estudio del texto.

Tratándose de un asunto con el que numerosos periodistas y editores han intentado hacer su agosto apelando al sensacionalismo, las expresiones de un dirigente político responsable como el autor son muy de desear. Entre las razones aducidas por W.R. para explicar la política seguida por el PCF durante mayo y junio de 1968 destacan la abierta alusión a la correlación militar de fuerzas, con una inequívoca referencia a los contingentes aerotransportables del general Massu (p. 21), y una afirmación que tiene bastante de revelación y no se ha visto –que sepamos– desmentida hasta ahora en Francia. Como se trata de un elemento de juicio de suma importancia vale la pena citar enteramente el paso. Está en la página 23, y la cursiva es nuestra: «El poder había fijado el plan de provocar a los trabajadores en huelga, de empujarlos a reaccionar violentamente a sus provocaciones y, por último, arrastrar el movimiento obrero, y dentro de él nuestro partido comunista, a un enfrentamiento violento, sangriento, con su policía y con su ejército. –La gran burguesía reaccionaria habría podido romper de este modo para mucho tiempo la lucha de clases obrera, liquidar lo que queda de las libertades democráticas e instaurar en el país una dictadura militar–. Tenemos todas las razones para estimar que una operación de este tipo –mucho más que la preparación de simples fichas de propaganda anticomunista– fue el objeto de los promotores de la campaña anticomunista decidida en el Congreso de Lille de la UNR [Union pour la Nouvelle République] a finales de 1967».

Sobre la base de esos supuestos acerca de la situación, W.R. define los principios de la conducta del PCF durante el período crítico tratado: «Ser revolucionario no es conducir la clase obrera a la derrota lanzándola a acciones aventureras sin tener en cuenta la verdadera correlación de fuerzas» (22). Esa afirmación de principio se repite francamente sin temer dar su verdadera significación política e histórica a hechos por otra parte gloriosos de la historia del movimiento obrero francés: «No hemos querido que la clase obrera francesa sufriera de nuevo la muerte trágica de las jornadas de junio de 1848, ni que su canto de lucha se transformara en el “fúnebre solo” con el que terminó la Comuna de París.» (24).

Es evidente la importancia que tiene para un sólido movimiento obrero el aprender de la historia e intentar no repetir las catástrofes que recuerda W.R., ni otras más próximas en el tiempo. Pero las razones y las informaciones que procura el autor mismo –sobre todo su alusión a un plan de provocación por parte de la gran burguesía– tienen implicaciones que pueden resultar importantes para aspectos básicos de la política del PCF. En efecto, la provocación por parte de la alta burguesía es característica de las fases de oleada reaccionaria (como lo fue el fascismo) por encontrarse el capitalismo con dificultades serias. Si esa es la situación por fuerza se debería tener en cuenta a propósito de la cuestión del poder, pues estaría fuera de lugar todo optimismo acerca de un desarrollo constitucional.

Las estimaciones de Waldeck en este punto, así como su inestimable información, son, pues, solo uno de los dos aspectos de la cuestión descrita. Un análisis unilateral de los hechos se presenta también en otros momentos, y siempre con consecuencias considerables. Así, por ejemplo, la eficaz denuncia del oportunismo de izquierda y de derecha (Mendès France, el PSU francés, la sindical CFDT, etc., que, mientras se negaban a emprender una acción política con el PCF –la única fuerza política proletaria de Francia–, se exhibían como super-revolucionarios adulando demagógicamente a los estudiantes en el estadio de Charléty) llega a una conclusión sin duda verdadera, pero olvida obtener de ella una enseñanza –o un problema, al menos, importante–. La conclusión de W.R. es: «Eso quiere decir que si las propuestas de acción común del PCF hubieran sido tomadas en consideración, habríamos podido tener en el plano político una salida diferente de la que hemos conocido» (20-21). Sin duda. Pero la consecuencia olvidada –como problema al menos–, se refiere directamente a la misma política de alianzas a que aquí alude el autor: ¿Cómo es posible conseguir la unidad de la clase obrera y el pueblo trabajador negociando con políticos que, por los intereses que representan o aunque sea por idiosincracias culturales, no se dedican a formar un bloque ni siquiera en medio de la crisis social más grande sufrida por Francia desde 1945? ¿Cuándo, pues, se van a decidir esos curiosos aliados? Bien parece que nunca. O cuando les fuerce a ello la proximidad de las masas al poder. Pero en ese momento este asunto habría perdido toda significación. ¿Por qué, pues, dedicar a él páginas que deberían servir para la educación socialista de los militantes obreros?

El fundarse en verdades incompletas, por auténticas que sean, sin analizar sus consecuencias en todas direcciones parece sobre todo grave en unas importantes líneas de la página 26 que contienen una media-verdad probablemente decisiva acerca de la situación en Francia y en otros países capitalistas. W.R. cita unas célebres palabras de Engels acerca de cómo una tenaz lucha de masas, y no sólo de vanguardias, en todos los terrenos del enfrentamiento de clase, desde el más estrechamente reivindicativo hasta el político-electoral, es la verdadera preparación de la clase obrera para que esta llegue a ser capaz de conquistar el socialismo. El autor afirma con razón uno de los más grandes méritos del PCF y de otros partidos comunistas: el haber convertido la voluntad socialista militante en un auténtico movimiento de masas. Y añade: «Precisamente porque ese trabajo [de preparación de la clase obrera] había sido desarrollado con cierto éxito durante el último período, los hombres de la gran burguesía situados en el poder han intentado dar un golpe que frenara el ascenso del movimiento obrero y democrático. Lo han intentado haciéndole caer en la trampa de la aventura o intentando aislarle de ciertas capas de la población sensibles a una propaganda gaullista que utiliza sin pudor el espantajo del caos y de la guerra civil». (25-26)

Precisamente por la verdad de esa argumentación se aprecia mejor en ella la falta de análisis consecuente. En efecto, el trabajo de preparación de la clase obrera por parte del PCF en Francia y de otros partidos comunistas en otros países capitalistas ha llegado ya a estar considerablemente adelantado. Pero por eso mismo se va acercando el problema del salto cualitativo, la aparición en primer plano de la cuestión del poder político. En estas condiciones, es poco convincente ver en la amenaza de guerra civil un mero «espantajo». La experiencia de Italia en los años 20, Alemania y España en los años 30, indica más bien lo contrario: es inverosímil que la gran burguesía vea madurar las condiciones de un poder popular con dirección obrera y no reaccione con la utilización de sus medios militares, tras fomentar también, para ganarse las capas medias, un poco de «caos» mediante huida de capitales, cierres, carestía, provocaciones, etc.

II. La «democracia avanzada».

La observación últimamente hecha tiene ya que ver con la cuestión de la «democracia avanzada» y su significación para la construcción del socialismo. W.R. define la «democracia avanzada» por la que lucha el PCF de acuerdo con una idea enunciada ya por Marx y también, insistentemente por Engels, y cuyo desarrollo es probablemente la producción política más fecunda de los partidos comunistas europeos después de la segunda guerra mundial: la idea de que por la exacerbación del proceso monopolista-imperialista el capitalismo se ve obligado a reaccionar contra las aportaciones políticas y culturales que él mismo anunciaba para el progreso de la sociedad en los siglos XVIII y XIX; y que, por tanto, la clase obrera que ya representa en los países adelantados los intereses de toda la humanidad, puede y debe recoger el contenido material de lo que finalmente solo ha sido ideología en el capitalismo: todo lo que se reúne bajo el concepto de democracia.

Así el programa del PCF por una «democracia avanzada» contiene, ante todo, la cuestión del poder económico, la rotura del poder de los monopolios: socialización «de todos los grandes bancos» (70), de «la siderurgia, la química, la electrónica, la aeronáutica, la industria nuclear, las industrias de armamento, el petróleo, el automóvil». W.R. precisa explícitamente: «Esos sectores están ya intensamente monopolizados» (69).

La socialización de esos sectores ha de ir acompañada de una «planificación democrática» (70) con la «participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos, dando su lugar a las asambleas elegidas y asegurando además a los trabajadores y a sus organizaciones un poder de control y de gestión en el dominio económico, social, cultural» (72).

Se trata de un programa de construcción del socialismo por una clase obrera fuerte, que se sabe ya representante de toda la sociedad y titular realmente ella incluso de lo que fue progreso en las «ilusiones heroicas» de la revolución burguesa. W.R. es muy claro y doctrinalmente seguro en esta cuestión: «Si se considera que después de la socialización democrática de los monopolios más potentes subsistirá un amplio sector privado, las medidas preconizadas no suprimirían toda explotación capitalista. No constituirían aún por sí mismas la realización del socialismo; pero su aplicación con el apoyo de las masas podría crear las condiciones para abordar los problemas de la transformación socialista de la sociedad.» (71)

Todavía se podrían añadir numerosos párrafos para probar que W.R. trata esta cuestión con toda la solidez necesaria (pese a algunas cuestiones de léxico poco satisfactorias). Pero, aquí como en otros puntos, la solidez de lo dicho no evita que queden cosas decisivas por decir: ninguna verdad parcial es dialéctica, ninguna vale como análisis de una situación concreta. En este caso, lo silenciado o no visto es esta consecuencia: que probablemente porque la gran burguesía monopolista e imperialista no pueda ya tolerar la realización de los ideales políticos-sociales que sus antepasados formularon, precisamente porque los reprime ya hoy –vaciando los parlamentos, eliminando el carácter público de la toma de decisiones políticas, etc.–, precisamente por eso el renacimiento de la democracia política en el nuevo marco de una democracia económica presupone la destrucción del poder monopolista. La «democracia avanzada» que propone el PCF es una fecunda vía hacia el socialismo, una versión del mejor análisis de la experiencia estaliniana hecho por los partidos comunistas. Pero no resuelve la cuestión del cambio cualitativo del poder. Para después de ese punto crítico del cambio será una vía de construcción del socialismo muy superior a las conocidas (para países ya industrializados), pues será recorrida por las masas a título propio, no constreñidas por un poder paternal responsable de ellas. La «democracia avanzada» del PCF es la vía de instauración del socialismo por una clase obrera responsable de sí misma. Pero entonces es, simplemente, la forma de la dictadura del proletariado apta para países técnicamente adelantados.

Lo curioso es que eso se desprende ya claramente de palabras del mismo W.R., precisamente por la solidez de su argumentación. Así, por ejemplo, se lee en la página 124 que «ese doble aspecto del nuevo poder político de los trabajadores –desarrollo continuo de la democracia para todos los trabajadores y el pueblo, y defensa de las conquistas sociales contra las antiguas clases explotadoras (que, como se ha visto, es el contenido real de la democracia avanzada»)–, caracteriza lo que los fundadores del marxismo han llamado la “dictadura del proletariado”». Hoy día, en efecto, eso resulta claro, pero implica que el autor no ha tocado entonces siquiera el problema previo: la adquisición por parte de la clase obrera del poder necesario para implantar la «democracia avanzada», ante cuya mera probabilidad la gran burguesía recurriría no a una guerra civil de «espantajo», sino a una guerra civil verdadera. ¿No cuenta el mismo autor que la gran burguesía la estaba ya preparando en mayo, cuando no amenazaba la instauración de ninguna «democracia avanzada»? ¿Cómo no ver, entonces, que la movilización de aquella democracia cuyo sentido –incluso meramente político– era ya, como el mismo W.R. ha afirmado, incompatible con el desarrollo monopolista-imperialista, y cuyo contenido completo es el de la dictadura de un proletariado maduro en una sociedad avanzada, ha de provocar una reacción análoga de la burguesía?

No es que W.R. ignore, naturalmente, la posibilidad –la probabilidad, incluso– de «violencias» de la gran burguesía. Lo dice precisamente al final de su exposición del programa de la «democracia avanzada» (77). Pero lo deja todo en esa vaguedad de las «violencias», e insiste en afirmar sin discriminación que «la democracia verdadera es una etapa en el camino del socialismo» (85). Lo cual es una verdad importante, pero ambigua. La democracia verdadera es una etapa del camino del socialismo porque –según se puede ver hoy, con 50 años de experiencia acumulada– una edificación burocrática del socialismo produce graves contradicciones desde el primer momento en las sociedades adelantadas (República Socialista de Checoslovaquia, República Democrática Alemana, por ejemplo) y amenaza con producirlas a la larga en sociedades que partieron de estadios históricos más atrasados (URSS). Pero no porque sea una vía al poder capaz de instaurarse a sí misma; ni uno sólo de los poderes socialistas existentes se ha constituido por esa vía. Todo parece, pues, indicar que la verdad según la cual «la democracia verdadera es una etapa en el camino del socialismo» es una verdad ambigua por ser como tantas otras de este libro, una verdad parcial. La democracia burguesa inicial, la del siglo XIX en Francia, fue una etapa en la constitución generalizada del proletariado y, por lo tanto, una etapa del socialismo en sentido histórico. La «democracia avanzada» del PCF, con su contenido económico y político, es la mejor vía al socialismo en un país adelantado y con un poder ya intencionalmente socialista. La suma de esos dos hechos determina quizás la ambigüedad, hace que el autor, pese a su clara percepción de la violencia burguesa, no parezca notar que entre una y otra democracia, o entre el vaciamiento actual de la que fue democracia burguesa y la democracia avanzada política y económica como vía al socialismo, está la cuestión del poder, en el terreno de la cual no hay «espantajos», sino la lucha sin medida de lo que muere con lo que nace.

W.R. indica más de una vez con toda claridad que no ignora el otro lado de lo que más a menudo dice, que no ignora que el «espantajo» puede no ser tal, sino lucha armada efectiva: «Queda el hecho [dice] de que la vía pacífica es una posibilidad, no una certeza, y que, por lo tanto, habrá que tener en cuenta las condiciones de cada momento» (98). Pero esa afirmación de un lado y otro lado, en vez de un lado con el otro, opuestos dialécticamente para descubrir el punto en el cual ha de producirse la superación de la contradicción, se mantiene en la ambigüedad de las verdades parciales. A veces parece silencio puramente táctico y, como siempre le ocurre al tacticismo, completamente inútil. Así se podría explicar el lamentable léxico que veces usa el autor. Pero ¿a qué burgués le va a consolar el que W.R. llame «nacionalizaciones» a la socialización de la banca, etc.? ¿O qué sentido tiene decir que el PCF «es el gran partido revolucionario de Francia en el buen sentido de la palabra» (132)? ¿Cuál es el mal sentido de la palabra «revolucionario»?

El PCF y otros importantes partidos comunistas de países capitalistas adelantados han dado de sí, además de una eficaz lucha que ha permitido convertir el socialismo militante en un movimiento de masas, una fecunda definición, cuyo sentido no parecen a veces apreciar del todo, del contenido de la dictadura de un proletariado moderno, culturalmente dueño de la producción industrial contemporánea1.

Por esa misma riqueza de su aportación han de esforzarse por superar las ambigüedades que aún presenta su política y los asideros que ella ofrece a un tacticismo inútil.

Notas
1 Esa definición, por el modo como aclara una específica perspectiva socialista, ha sido también muy útil para la difusión de las ideas del socialismo y de este modo, por lo tanto, para la misma lucha por el poder. Pero esto es un efecto secundario respecto de su significación principal.

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7. Anotaciones de lectura

Complementariamente, anotaciones de lectura del libro de Waldeckt Rochet (pueden consultarse en BFEEUB), un texto, no escrito para su publicación, en el que Sacristán escribe a ‘calzón bajado’. También en torno a otros ensayos sobre Mayo del 68.

1. Lenguaje asqueroso: «(…) la jeunesse ardente et généreuse (…)» (7).

2. Capítulo I. Las enseñanzas de mayo-junio de 1968.
«La causa de la huelga, sin precedentes por su amplitud, que se desarrolló en mayo-junio de 1968 no es nada misterioso: es la política del poder desde hace diez años. Es la indiferencia cínica de los medios dirigentes a las necesidades más urgentes de los trabajadores y la confiscación de todos los frutos del progreso científico y técnico por la oligarquía. Y la clase obrera no había esperado los acontecimientos del Quartier Latin para mostrar su descontento. ¿Es necesario recordar la huelga de 35 días de los mineros en 1963? ¿Habrá que evocar las grandes jornadas de 1967, las del 1 de febrero, 17 de mayo, 13 de diciembre o la significativa fuerza de la manifestación de la CGT el 1º de mayo de 1958?». (11)

Utilización indecente de una verdad. Es verdad que la fuerza es la clase obrera, y que la tenía, por ejemplo más destacado, el 1º de mayo de 1968. Pero no es verdad que sea lo mismo: porque en los días siguientes, gracias al Quartier Latin, la cualidad era otra: no unos cientos de miles de mineros, sino más de ocho millones de trabajadores de todas las categorías.

3. «Una vez recordadas brevemente, de todos modos, es que la potente huelga de solidaridad con los estudiantes víctimas de la represión, desencadenada por iniciativa de la CGT el 13 de mayo de 1968, y las grandes manifestaciones populares que la acompañaron, dieron a los trabajadores una consciencia aguda de su fuerza y de sus posibilidades de lucha.» (12)

Ante este veraz reconocimiento, muy exacto, además, en su formulación, toma otras dimensiones la anterior formulación repugnante: se trata solo del paternalismo propagandístico: cargar las tintas de la media verdad tácticamente en primer plano. Con eso no se puede ya hacer política.

4. «Los comunistas han servido bien a los intereses y aspiraciones de los trabajadores. Algunos afirmaron que el Partido Comunista había ralentizado el movimiento. No era cierto. Por el contrario, al rechazar las soluciones aventureras que no podían contar con el apoyo de las masas, el PC contribuyó a dar al movimiento su máximo poder» (17).

Hay que admitir que creen eso, pues es su política. Pero, ¿objetivamente? Más bien ocurre que una política tiene sus implicaciones. Un anterior análisis puede haberles probado que era así, que tal era la situación de las masas. Eso ha hecho desarrollar otra política. Esta política impide reaccionar en seguida a un cambio brusco de la situación. Si hubiera habido un buen equipo militar del PCF (no la necedad de los adoquines de los estudiantes), ¿no habría habido masas suficientes?

5. «[…] En resumen -y esta es una lección esencial-, lo que ha faltado en mayo-junio para terminar con el poder gaullista en tanto que poder de los monopolios ha sido ante todo la existencia de un acuerdo sólido que comprendiera no solo los partidos de la izquierda, sino también las grandes organizaciones sindicales, sobre la base de un programa común; es decir, la existencia de una verdadera alianza de combate entre la clase obrera y las capas sociales progresistas y antimonopolistas de las ciudades y del campo.

Eso quiere decir que si las propuestas de acción común del Partido Comunista francés hubieran sido tomadas en consideración, habríamos podido tener en el plano político una salida diferente de la que hemos conocido.» (20/21)

Todo esto es seguramente verdad. Pero se olvida de una consecuencia: no parece posible conseguir la alianza del pueblo negociando con tíos que no quieren más que hundirle.

6. «Ser revolucionario no es conducir la clase obrera a la derrota lanzándola con ligereza a acciones aventureras sin tener en cuenta la verdadera correlación de fuerzas.» (22)

Este es el tema decisivo. El cita a Massu (21)

7. «El poder había fijado el plan de provocar a los trabajadores en huelga, de empujarlos a reaccionar violentamente a sus provocaciones y, por último, arrastrar el movimiento obrero, y dentro de él a nuestro partido comunista, a un enfrentamiento violento, sangriento, con su policía y con su ejército. La gran burguesía reaccionaria habría podido romper de este modo para mucho tiempo la lucha de la clase obrera, liquidar lo que queda de las libertades democráticas, instaurar en el país una dictadura militar.

Tenemos todas las razones para estimar que una operación de este tipo -mucho más que la preparación de simples fichas de propaganda anticomunista- fue el objeto de los promotores de la campaña anticomunista decidida en el Congreso de Lille de la UNR [Unión para la Nueva República] a finales de 1967» (23)

Esto es muy importante. No repetir marzo. Pero tiene sus implicaciones problemáticas. Pues supone oleada fascista, por dificultades del capitalismo. Entonces no hay que seguir siendo triunfalistas.

8. «No hemos querido que la clase obrera francesa sufriera de nuevo la suerte trágica que corrió durante las jornadas de junio de 1848, ni que su canto de lucha se transformara en el “fúnebre solo” con el que terminó la Comuna de París.» (24)

Muy valiente.

9. «Esta concepción de la lucha de masas se basa para nosotros en razones de principio que nuestro partido ha desarrollado a menudo y que Engels evocaba con unas palabras de admirable actualidad (…) Precisamente porque ese trabajo [de preparación de la clase obrera] había sido desarrollado con cierto éxito durante el último período, los nombres de la gran burguesía situados en el poder han intentado dar un golpe que frenara el ascenso del movimiento obrero y democrático.

Lo han intentado haciéndole caer en la trampa de la aventura o intentando aislarle de ciertas capas de la población sensible a una propaganda gaullista que utiliza sin pudir el épouvantail [espantapájaros] del caos y de la guerra civil.» (26)

Aquí, al final de su argumentación más seria, se aprecia su mayor debilidad: que eso no es un épouvantail, y que no se ve garantía contra esa operación del enemigo siguiendo la actual política. Tema de la putrefacción.

El equívoco de la confusión entre la democracia económica y política y la posibilidad del paso pacífico a ella.

Capítulo II. Francia necesita renovación.

10. Ausencia de análisis marxista de la cuestión de los monopolios y la pequeña empresa burguesa (41). Pura política.

11. Tratamiento del problema de los intelectuales como si no los hubiera revolucionarios, solo progresistas (51-55).

12. «Nuestro programa por una democracia avanzada. En el orden político, el programa mínimo del PC por una democracia avanzada tiene como objetivo restablecer claramente la soberanía nacional [*]. Comporta la participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos [**], dando su lugar a las asambleas elegidas y asegurando además a los trabajadores y a sus organizaciones un poder de control y de gestión en el dominio económico, social, cultural.

Nuestro programa prevé la abrogación de las disposiciones de la Constitución actual que establecen el poder personal (…)

Una asamblea nacional elegida por sufragio universal tendría la tarea de hacer las leyes y controlar el gobierno (…)» (72).

(*) Horroroso que empiece por ahí.

(**) Y eso es ya incompatible con lo que existe, hombre.

En este contexto habla de lo malo que es el sistema electoral francés actual (74). Ya lo podía haber dicho en mayo.

13. Y al final de esta exposición dice que hay que esperarse violencias de la gran burguesía (77). Pues entonces, hombre.

14. «[…] Ciertamente, por amplia que pueda llegar a ser bajo la presión de las masas populares y gracias a las conquistas arrancadas por su lucha contra el capitalismo, la democracia no contiene nunca en sí misma el socialismo. Las experiencias que hemos vivido en el curso de los dos últimos decenios y particularmente al día siguiente de la liberación de Francia son instructivas a este respecto. Esas experiencia muestran que los éxitos conseguidos por la democracia en régimen capitalista bajo la presión de la lucha de masas no son ni definitivos ni irreversibles, que no hay evolución paulatina del capitalismo al socialismo por medio de reformas, por importantes que estas sean. Esas experiencias prueban que mientras existe el poder del capital no está garantizado ningún progreso de la clase obrera y de las masas trabajadoras, ninguna ampliación de la democracia, si no está defendida por un poderosos movimiento popular [*] constantemente en guardia, y si ese movimiento no tiende a limitar, y a destruir luego, todos los privilegios de la gran burguesía» (78/79)

(*) Ilusiones, a pesar de todo.

Rehacer esta cuestión es rehacer el núcleo de todo.

Análogamente decisivo es el paso siguiente, también lleno de verdades con una sola falsedad: el olvido de que el choque, presupuesta esa concepción, se producirá al principio, y no al final:
«El PSU, cuyas concepciones reformistas sse disimulan bajo un léxico izquierdista, afirma que fijar como objetivo de los trabajadores la conquista de una democracia avanzada es un error, y que solo es válida la alternativa socialista.

El doble error del PSU es aquí oponer la lucha por la democracia a la lucha por el socialismo y no tener en cuenta la correlación actual de fuerzas en el plano político.

La lucha contra el poder de los monopolios y por la conquista de una democracia avanzada es una etapa intermedia, una transición necesaria en el combate general por el socialismo.

Realizando reformas antimonopolistas profundas que tengan como resultado el reforzamiento de las posiciones de la clase obrera y la debilitación de las del gran capital se conseguirá reunir fuerzas nuevas en la lucha por la democracia socialista.

En el curso de esa lucha -dice la Declaración de 1960- las msas se preparan y se crean las condiciones de los combates decisivos para derribar el capitalismo, paa que triunfe la revolución socialista.

Por lo tanto, rechazar la lucha por una democracia avanzada -como lo hace el PSU- no es ir más deprisa al socialismo, sino volverse de espaldas a él.

En cambio, luchando por una democracia avanzada, el Partido comunista lucha del modo más eficaz por la instauración de una Francia socialista.» (83)

15. «Acabamos de comprobar que la democracia verdadera es una etapa en el camino del socialismo» (85)

De acuerdo, pero hay que precisar cómo. Lo es porque a) donde no se ha hecho así el socialismo, se ha acabado en burocratismo tras el final de las ilsuiones heroicas. b) No porque eso sea una vía al poder. c) Lo es también histórico-económicamente (pero respecto del pasado). Y en Europa. Y ello tanto por el desarrollo del capital cuanto por el de las masas (concentraciones respectivas).

16. «Pero, ¿ha de actuarse obligatoriamente esa revolución en la forma de un enfrentamiento militar, de una guerra civil entre las fuerzas opuestas? Esta imagen catastrófica de la revolución socialista sirve perfectamente los intereses y los cálculos de los adversarios del progreso, pero no expresa las opiniones de los comunistas.» (96)

Cura.

17. «Queda el hecho de que la vía pacífica es una posibilidad, no una certeza, y que, por lo tanto, habrá que tener en cuenta las condiciones de cada momento.» (98)

Si vis pacem, para bellum. Y estos preparan una paz insegura.

18. «Ese doble aspecto del nuevo poder político de los trabajadores -desarrollo continuo de la democracia para todos los trabajadores y el pueblo, y defensa de las conquistas sociales contra las antiguas clases explotadoras- caracteriza lo que los fundadores del marxismo han llamado la ‘dictadura del proletariado’» (124)

Luego ella es la democracia política y económica. Esta es una nueva comprensión de la dictadura del proletariado.

19. «Por eso el PCF es el gran partido revolucionario de Francia en el buen sentido de la palabra» (132)

¿?

20. Interviene en Althusser-Garaudy, 163.

René Andrieu, Les communistes et la révolution, París, Julliard, 1968.

1. «Para elegir un diputado comunista es necesario obtener de media unos 35 mil votos. Para un diputado gaullista es suficiente con 27 mil votos.» (79)

¿Por qué fuisteis a esas elecciones?

2. Tras hablar de la nueva importancia de los intelectuales, pasa a estimar el estado de la alianza con la clase obrera. Dice que no se ha logrado, por dos cosas: porque el movimiento estudiantil no era la mayoría, y porque tampoco la minoría revolucionaria se ha unido de verdad. (87)

3. Luego da una enumeración muy detallada de los aduladores de los estudiantes: Pompidou, Jacques Chaban-Delmas,…

4. El capítulo III, «A las barricadas…», está dedicado a mostrar que el movimiento, en su fase barricadera, sirvió objetivamente al poder, y acaso fue provocado. La argumentación no es vacía. Recoge una declaración del prefecto de policía de París (94). Y reproduce la declaración de Jaboc y Monod el 12, tras las manifestaciones del 11.

Lo que olvidan estos científicos, igual que Andrieu, es la relación del progre Gapon en 1905.

5. En el capítulo II de la 3ª parte -«¿Los comunistas contra la revolución?»- trata el tema con la misma teoría. Primero desenmascaramiento de los contrincantes, luego discusión de fondo. Lo primero está hecho con gracia, recordando que, a partir de Sartre, han acusado al PCF de connivencia con el gaullismo auxiliares de este como Lecanuet y Fontanet (166). También el análisis del «izquierdismo» de Eugène Descamps, el dirigente de la CFDT, cuyo [ilegible] le desenmascaró como puro derechismo, es concluyente (168). Pero quizá el argumento más acertado sea este: «Es el PSU quien ha lanzado en el mes de mayo de 1968 la palabra orden…» (179). También tiene interés polémico la siguiente revisión de argumentaciones de [ilegible]. Este había declarado al Nouvel Observateur del 30/V/1968: «el movimiento estudiantil y el movimiento obrero son dos movimientos absolutamente espontáneos…» (188).

En cuanto a la tesis sobre el fondo, nada despreciable, su insuficiencia es clara y, en un punto, resulta muy peligrosa para la capacidad de lucha de la clase obrera: «Pero no es cierto que el poder estuviera vacante, que el Estado estuviera degradado y tampoco es cierto que las elecciones hayan demostrado que los nueve millones de huelguistas…» (170-171)

6. El capítulo IV de esta tercera parte y último del libro trata de «La voix française ou socialisme». A pesar de ser demasiado pobre, tiene unos cuantos casos intermedios. Para empezar, ese «ou» socialisme. Luego información acerca del programa del PCF (248, n).

7. Pero este capítulo tiene también algunos de los más feos rasgos intelectuales (231). Y en la p. 244 hace que el 95% de los ateniense fueran esclavos.

8. Notable, discutible, pero no recusable, sino competable con teoría, moralidad y cultura, es la idea política pura de llamar «derechos nuevos» a los derechos democráticos ampliados y con contenido real (247).

Jean FERNIOT, Mort d’une révolution: la gauche de Mai. Denoël, Paris 1968.

1. Estudiantes en Francia: 1958, 170.000; 1968: 600.000.

2. Pese a su anticomunismo furioso, él mismo da argumentos en apoyo de la conducta del PCF:

. La situación de «salvador» (de la burguesía) de Mendès (115)

. Terror de los campesinos (117).

3. En 1955 cada obrero Renault hacía cinco coches por año. Hoy 12 (122/123), de Aimé [ilegible], CGT.

4. El 7 de junio 68, UNEF y CFDT juntos no consiguieron reunir más de 5.000 personas para una manifestación (167).

5. Raymond Aron, La révolution introuvable: Réflexions sur les événements de mai, Fayard.

 

Henri Lefebvre, L´irruption. De Nanterre au sommet, Editions Antropos, Paris.

1. El entusiasmo colérico con que se ríe del «final de las ideologías» en las primeras páginas es verdaderamente la venganza del viejo hechicero.

2. En la página anterior (p. 18) recuerda acertadamente que Marx no ha hecho sólo crítica de la filosofía, sino también de la ciencia (crítica, al menos, de la economía política).

3. «En el edificio de una sociedad, hay una base (división social y técnica del trabajo), la estructura (relaciones de producción y de propiedad), la supraestructura (instituciones e ideologías)» (p. 19).

Me parece muy mal: a) la división base/ sobreestructura. b) La ideologización de toda sobreestructura (ciencia, poesía).

4. «La base, y sus transformaciones, condición necesaria, no suficiente, del cambio revolucionario» (p. 40).

Es claro que esto es consecuencia de un análisis incluso estático de las relaciones de mera fundamentación de la sobreestructura por la base.

5. p. 46. Por justificado que esté el temor, esto es el ideologismo de la ignorancia.

6. pp. 47-48. Aparte de la falsedad literal (pues, por ejemplo, el muy limitado conocimiento fotoquímico es fuerza productiva), el alegato, aun reflejando una lejana verdad, es casi una defensa gremial. No hay conocimiento «total» no hecho con elementos. Salvo puro ideologismo e intuicionismo.

7. Buena observación: el movimiento de mayo se ha lanzado sobre el vacío de intuiciones, ideología y vida política producido por el actual estado, en su despolitización de la sociedad civil (pp. 56-58).

8. En el diálogo entre ‘A’ -el joven de mayo- y ‘B’, «personaje más positivo» -Lefebvre mismo- hay un paso revelador del ideologismo anacrónico, camuflado tras la palabra «teoría» (p. 69)

9. p. 86. Aparte de la repugnante retórica de las inversiones, la capacidad filosófica permite aproximaciones interesantes incluso a la ignorancia. No sabe que lo que ha permitido esa noción amplia de la probabilidad ha sido el análisis lógico formal. Pero se da cuenta de que hay una relación entre probabilidad y dialéctica. Lo grotesco es que, tal como escribe y a propósito del tema…, está entendiendo por ‘lógica dialéctica’ una intervención de la voluntad.

10. El siguiente texto es característico de la impudicia de los pontífices, que en su vida han conseguido una mejora de conocimiento ni contribuido a su consecución, y la victoria de cuyo resentimiento -resentimiento con la ciencia que ignoran y con las organizaciones obreras, partidos y sindicatos, de cuya realidad de clase ellos carecen- significaría la vuelta a un oscurantismo de contrarreforma (p. 122). Está muy bien criticar la ideología. Pero no para ofrecer otra («el saber global»), en vez de reconocer que lo que rellena los huecos no es conocimiento y sólo puede ser proyecto racional.

11. p.140. Conceptos de estado y sociedad civil tan vagos que me parecen invertir la situación. La verdad es que el estado -el ejército sobre todo- ha quedado intacto. Minada está la sociedad civil.

12. p. 148. La retórica en lugar del pensamiento: discurso sobre la Universidad basado, sin argumentación, en que su esencia sería la universalidad (p. 148 s).

13. A propósito de una comparación entre capital y saber, apela a los tres niveles o dimensiones de la actividad productiva (p. 162). La división es -lo sepa él o no- isomórfica de sus tres base-estructura-supraestructura. A pesar de ello p. 163. Ancha logomaquia, por etimologismo de überbung. Tanta logomaquia como la que sigue, importa por el uso de ‘de’ (p. 164)
¿Por qué no admitir la evidencia de que el conocimiento de una clase es también conocimiento? Ese ‘de’ significa también «por». Su tesis es, en realidad, reparable, sólo que terminológicamente presa en prejuicios. Pero «terminológicamente presa» quiere realmente decir muy esclava.

  1. Tras frases retóricas mítico-utópicas acerca del nuevo saber, escribe una verdad importante (p. 171).

15. Ridícula propuesta final de la sociedad urbana como problema central del nuevo conocimiento. Este hombre no se ha asombrado nunca de nada, no es científico ni filósofo, sino pontífice, como cualquier escolástico (pp. 174-175).

Club Jean Moulin, Que faire de la révolution de mai, Paris, Seuil, 1968.

1. Una lista de lo protestado (p. 3, p. 10). La enumeración, salvo en la ambigüedad de ‘oligarquía’, ha sido cuidadosa: no ha dado base a marxismo. De aquí pasa a redondear el programa ideológico escrito.

2. p. 11. No hay duda de que también en régimen socialista se da eso. Pero son [ilegible], como lo prueba su origen totalmente pre-socialista, según la enumeración del autor mismo. La trampa ideológica se manifiesta en el hecho de que, aun en el caso de que la afirmación del autor fuera correcta, eso no excluiría el estudio diferenciado del problema para el sistema capitalista y el socialista.

3. [La economía]. Este debería ser el capítulo de más escamoteamientos. Pero da sólo medidas técnicas democratizadoras.
4. p. 33. El «razonamiento» es falso, porque una empresa «socializada» en régimen capitalista es simplemente una empresa capitalista estatalizada. Pero el asunto es a la vez serio y correcto: pues socializada está ya la producción en el capitalismo, cosa que Marx sabía muy bien. Y en el «socialismo» existente se puede haber eliminado la propiedad privada sin haber eliminado la privaticidad del poder, sin haber llegado a un poder propiamente socialista en la fábrica y en el estado. Presupuesto de éste es, desde luego, lo que el capitalista no puede dar: la supresión de la privaticidad básica, la de la propiedad.

5. [L’ORTF]. Tiene una buena refutación de la dirección tripartita: gobierno, parlamento, «usuarios». Refuta muy bien la idea de los usuarios. Da la siguiente fórmula, que siempre me ha resultado importante, como independización de un cuarto poder, que pudiera resultar tan siniestro como el de los otros tres (p. 48). Base: un consejo racional de 50-60 miembros; a) parlamentarios; b) representantes del personal; c) sindicalistas obreros, patronos, agricultores; d) personalidades cooptadas; e) organismos y asociaciones culturales → Consejo de Administración (→ Derecho general) → tres hombres buenos.

6. La Universidad. Cinco puntos. Autonomía universitaria, con eliminación de los poderes feudales internos a cada universidad (pp. 62-63). Concurrencia entre varias universidades, de 20.000-25.000 estudiantes máximo (p. 63). Paritaria gestión (p. 64). Fuera mandarinatos: supresión super-doctorados. Recuperación ayudantes (pp. 64-65). Transformación de relaciones pedagógicas. Curriculum libre (pp. 65-66).

Jean F., Mort d´une révolution. La gauche de Mai, Paris, 1968.

1. Pese a su anticomunismo furioso, él mismo da argumentos en apoyo de la conducta del PCF: a) la situación de «salvador» (de la burguesía) de Mendès (p.115); b) temor de los campesinos (p.117).

2. En 1955, cada obrero Renault hacía 5 coches por año. Hoy 12 (pp. 122-123), de Aimé Albalur, CGT.

3. El 7 de junio 68, UNEF y CFDT juntos no consiguieron reunir más de 5.000 personas para una manifestación (p. 167).

Alain Touraine, Le Mouvement de Mai ou le communisme utopique, 1968.

1. Presenta su tesis básica, radicalmente anti-marcusiana, pese a los coups de chapeau a H.M., de que el movimiento es el anuncio de (la futura) lucha de clases entre la (futura) clase dominante tecnocrática y la futura clase dominada y productiva de los técnicos, científicos y profesionales.

2. p. 13. En otras formulaciones no se trata aún de «notre» société. En esto hay una constante ambigüedad, probablemente en función anticomunista.

3. «[…] en la sociedad anterior, en la sociedad propiamente capitalista.» (p. 14)

La ambigüedad estriba en que el «proprement» no tiene valor alguno, es solo cobertura de sus fines ideológicos.

En la misma página se pueden encontrar formulaciones ya sin ese matiz, así como la alusión de que… (pp. 14-15). Aunque sea al principio del libro, se trata de una de las formulaciones globales más completas de su tesis. En realidad, Touraine, como si estuviera celoso de Galbraith por haber inventado éste el término «technostructure», que Touraine se verá obligado a utilizar, pretende ponerse más allá del New Industrial State, teorizando la futura contrastación básica de este.

Por lo demás, precisamente en estas páginas, ahora que caigo, están las afirmaciones sociológicas fundamentales del libro, las cuales no son sino la tradición de Galbraith.

4. p. 16. A lo que hay decir que la distinción a rajatbla es cosa de ellos, que les permite luego estos juegos de manos, y también hay que añadir que el movimiento obrero habría debido saberlo siempre y prácticamente, no solo en la teoría. «El que llamamos tecnócrata no es técnico» (16). Tras esta importantísima afirmación, distingue su tesis de la «idéologie dite technocratique». La importancia estriba en que plantea (no él, que lo calla) la cuestión de por qué tienen ese poder «technocratique» gentes que no son técnicos: ¿quién les da ese poder? (16).

5. Su tesis le da un punto de interés, la «explicación» del por qué se profundiza y agudiza el conflicto en la Universidad. Es verdad que habrá que quitar especulación a todo esto. Touraine convierte datos fríos en teoría especulativa (16-17). Muchas cosas: 1º. La asonada oreja de la finalidad ideológica. Pero 2º, algunos datos dignos de tener en cuenta: la importancia social de la educación, dada la importancia científica; la analogía de los problemas internos de las fuerzas productivas en el capitalismo igual que en el socialismo.

La intención ideológica está en la exageración y en la abyecta mala fe con la cual resuelve que ya la misma Francia está en sociedad tecnológica sin esperar más futuro. Idéntica función ideológica tiene la [ilegible] frase, de esta misma página, «les capitalistes du XIX siècle».

6. «Los estudiantes alemanes, franceses e italianos se sienten solidarios con el Vietnam en guerra…» (19).

Y a Theodore Roosevelt y el viejo Krupp que los parta un rayo, ¿eh?, por no hablar ya de los burgueses italianos de las guerras africanas. Grotesco.

7. «La conciencia de la explotación es reemplazada por la conciencia de la represión y la alienación. El hombre se siente manipulado en beneficio de las necesidades de una produccióny de una [ilegible] que son controlados no por la sociedad, sino por los grandes aparatos…» (22).

Lo cual no tendría nada que ver con la explotación, ¿eh? Siempre ha ido todo eso junto. La alienación y la manipulación eran antes más completos, porque inconscientes, y, por tanto, menos intencionadas, más agónicas.

8. Como era de esperar, la calidad del sociólogo da bastantes enseñanzas (23/24).

El sentido parece ser la distinción entre lo que por analogía se podría llamar «estudiantes calificados» y «estudiantes peones». Pero eso es incoherente con la descripción según la cual el movimiento en su conjunto se preocupó solo o casi solo de pedagogía.

La realidad me parece más complicada, y más referente a los problemas de la investigación. La demagogia del Touraine le pone en el riesgo de identificar interés de la investigación con interés de la tecnoestrucura.

9. «El actor principal del movimiento de mayo no fue la clase obrera, sino el conjunto de los que se podrían llamar los profesionales…» (25/26).

La mala fe de ese «principal» y de la ausebncia de los obreros de punta y no menos «profesionales» (Renault).

10. p. 39. Me interesaba un extracto grande como éste que permite ver bastante bien la mecánica ideológica anti-socialista: puede haber sociedad burguesa, puede haber sociedad tecnocrática, no puede haber sociedad socialista. ¡Qué cosa repulsiva es esta petulante venganza de los pequeños burgueses! No me refiero a los estudiantes, naturalmente, sino a Touraine. Y, de paso, ¡qué gran servicio presta a todos los accionistas del mundo y a los grandes [ilegible], de paso!

11. «El comunismo utópico», p. 42. Sin duda la increíble página contiene mucha verdad de algunas observaciones del Capital III. Pero ellas previamente permitían ver que no se trata de otra sociedad. Por otra parte, el Marx antes ya de Kapital III podría haber enseñado que no existen «aparatos» independientes de hombres, ni siquiera robots. Este pobre demagodo super prestigioso es el ejemplo más sensacional del pensamiento alienado. Incluso en su hipótesis de la tecnocracia, ¿cómo no iba de e ser un grupo humano los tecnócratas, el «adversario»? Hay que ver lo que cuesta (intelectualmente) salvar el paquete de acciones del pequeño-burgués y el «aninimato» de Du Pont de Nemours. Algún detalle:

1. Mito alienado, fetiche. ¿qué es una emprise sin sujeto que agarra?

2. Función del pero.

3. Extensión es pura cantidad, no cualidad.

4. Alienación: una categoría social sin formas.

5. Alienación fetichismo.

6. Siempre es el orden social, naturalmente. Pero eso no excluye a las personas, sino solo su «culpabilidad» subjetiva.

7. Alienación (buscada siempre, demagogia).

12. «El hombre es integrado o manipulado, sin jamás encontrar un adversario maestro.» (44)

No porque no lo haya, demagogo.

13. «La unidad del movimiento se le impone por la [ìlegible] progresiva de la separación entre la sociedad civil y el Estado. La complejidad es lo importante del movimiento de mayo.. «(45)

Incluso cuando más interesante parece es un falsario metafísico. Lo normal no es una separación de estado y sociedad civil. Eso se lo creían los liberales. Y la lucha contra el estado no es [ilegible], sino lucha contra toda una familia de sociedades -las que necesitan estado político-, desde la neolítica hasta la socialista.

14. p.48. También es falso este desprecio de la «revolución cultural», la cual puede ser buena propaganda.

15. p. 54. El celo anticomunista le hace pasarse de tosca y dar a su lector una pista: el PCF no intervino en junio porque creyendo (erróneamente) que la situación no tenía interés revolucionario, no podía entrar en el grupo oportunista-reformista de Mitterrand-Mendès-PSU.

16. «El ataque contra la Universidad burguesa, contra el contenido de la enseñanza y los métodos pedagógicos, contra la ausencia…» (57)

Pese al escamoteo de la base y de la proletarización de los intelectuales (implícita en su mismo modo de decir), el análisis es muy bueno.

17. «La Universidad no refuerza el poder de la economía burguesa, sino su influencia en la sociedad.» (71).

Si será metafísico el cínico.

18. «Esta concepción de la cultura no puede estar separada de la estructura de clases de la sociedad. La paradoja es que la Universidad… » (72)

Observación aguda, aunque evidentemente ignorante de los problemas de la ideología y la hegemonía.

19. «[…] La doble naturaleza del estado, a la vez expresión política de una clase dominante y medio [ilegible] natural de la expresión indirecta de intereses excluidos del juego parlamentario o insuficientemente representado por él.» (73)

Su metafísica. Se integra por un dominio y para un dominio. Que el resultado de la integración sobreviva a la clase dominante que la produjo o inició no es ni seguro (desprecio bandera) ni un bien en sí.

20. Distingue tres tipos de universidad. a) Liberal en sentido fuerte.. (78). Aunque confuso y muy discutible, interesante. En lo que añade a continuación se aprecia muy bien su pensamiento, acerca de las actuales «clases» dominantes (79). La idea de una clase dominante inglesa ascedente y dinámica es grotesca. La de la estabilización en Polonia, DDR, Checoslovaquia, etc., es de risa.

21. La descomposición de la facultad. ¿Una revuelta estudiantil? (123). La función [ìlegible] está clara. «L’avenir» es el proyecto capitalista (= «tecnocrático»). Notable el [ìlegible]. ¡[ilegible] que los dogmáticos estalinistas o bujarinistas!

22. p. 143. En este capítulo [IV. Las barricadas], Touraine cumple su tarea ideológica de un modo muy ambiguo, como se aprecia en los subrayado [«Si los llamamos por estos nombres o si son trabajadores de determinadas industrias o estudiantes»]. Por otra parte, el problema que plantea es serio para mí. Como se ve por un extracto posterior, la «tecnociencia» es el capitalismo monopolista (de estado o no). La tesis de Touraine (desprovista en lo posible de ideología) sería que la clase trabajadora de ese sistema no es obrera, y no [ilegible] con contestar que es trabajadora. Hay que ver en concreto hasta qué punto conserva rasgos del proletariado marxiano. Es verdad que alguno de esos rasgos, el «no tener nada que perder», por ejemplo, ha pasado hace tiempo al infraproletariado. [Ilegible] como Touraine tienen la ventaja de sugerir al menos una reflexión sobre esto. Hay que tomarse más en serio el problema del infraproletariado.

23. «El poder gaullista no es solamente el de la vieja burguesía, pero se basa en lo que podríamos llamar el capitalismo de monopolio donde el capitalismo se organiza como tecnocracia» (144)

No habría ido mal en la página 1, querido.

24. p. 155. Aparte de Renault: revolucionarios serían los estudiantes corrientes.

25. «El movimiento de mayo no tiene en este momento una expresión política. No podrá ser más que muy minoritario…»( 156).

Muestra de la mala fe de Touraine. Pues él mismo piensa y dice que la nueva clase no son los estudiantes, sino los técnicos o profesionales, y estos no han actuado a título propio (salvo la ORTF). Ocurre que la coincidencia solo se explica por la común intuición y perspectiva socialista, y Touraine escribe para hacer antisocialismo.

26. La evolución de la clase obrera (162). Parce que este sea el capítulo de la explosión manifiesta de la mala fe. En primer lugar, aquí como en la URSS, la reivindicación de poder obrero es reivindicación de socialismo, En segundo lugar, ¿cómo no se acuerda de sus sarcasmos entre la defensa «des [ilegble]» por el PCF? Demagogia pura.

Desde el punto de vista [ilegible], ¿por qué los trabajadores de una gran empresa iban a orientar su crecimiento en un sentido nuevo? En esto es mejor Galbraith.

27. La doble función estudiantes, trabajadores (167). En esta página, pues, esta división es buena, señal de futuro. Veremos seis páginas más adelante.

28. Control sindical de la defensa obrera (175). Hasta a), la política francesa es «extremista», no se integra ni por vía «reformista revolucionaria» en el sistema. Aparte de que no es falso, pero la política del reformismo revolucionario es la del PCF, no se contradice con las afirmaciones siguientes: ¿Por qué negarse al reformismo si uno se está integrando? Touraine y sus amos saben muy bien que, a pesar de todo, la desaparición del lugar del PCF en el sistema acarrearía la rotura del sistema.

Pero no ese no el sumum de la incoherencia por mala fe. Todavía en la misma página: (175). Ida y vuelta. Ya son de nuevo reformistas.

29. Aquí está in nuce toda la teoría, con el reconocimiento de su deuda para con Galbraith (176/177). No puede ignorar que eso es el monopolismo y la nueva concentración: menos capitalista, los inciales, que se autofinancian.Y luego sigue (177). Fetichismo y proletización son los conceptos a aplicar críticamente a esto. Al final, claro todo: dejad tranqula la propiedad privada y destruir la CGT y el PCF (179).

30. El doble conflicto del movimiento y los aparatos obreros (184). Este es el párrafo inicial de una triada de dos páginas en las que expone toda su tesis in nuce a propósito de su principal objetivo, el anticomunismo. En el mismo desarrollo, una observación de mucho interés a pasar del modo como la deforma (Antes las notas 1: y, ¿cómo es que no hay problema anàlogo en Suecia? 2. La moda le [ilegible]. Se le podía contestar: aunque lo hubiera sido, hoy puede ser otra cosa).

31. «Los problemas obreros se diversifican, se particularizan, al mismo tiempo que…» 190).

so sería necesariamente así si solo hubiera una política estrictamete obrera. Fijarse en que Touraine no dice nunca «proletario».

32. Contra el autoritarismo (206/207). Contradice totalmente formulaciones anteriores, señaladamente, y hasta en la relación implícita obreros-demás asalariados, por ejemplo, texto de la p.190.

33. La información (210). El párrafo es de mucho interés, aunque Touraine debería sentirse obligado a decretar el anacronismo de los militantes, estudiantes, igual que el del PCF. El hecho descrito basta para darse cuenta del problema de la hegemonía hoy, de cómo reivindicaciones no descubiertas por el socialismo, sino que ya formuló la Revolución burguesa, al que ser negadas por el estado burgués, se tienen que recoger porque han probado su universalidad (puesto que sobreviven), y porque son una fuerza revolucionaria. El izquierdismo ignora esto.

34. p. 210. ¡Qué afición a manipular por manipular, sin [ilegible]!

35. p. 235. Señala como motivo positivo la ocupación de los estudiantes, desde los primeros años, con actividad creadora, en vez de definir la enseñanza por su previsible función [ilegible] de cuadros medios (236). Lo que todo que sea sensato yes una distinción tajante entre métodos y educación previa. Está pensando en técnicos. Relaciona, muy acertadamente, con esto la recusación del examen.
36. p. 236/237. Luego pasa a la superación de marco de departamento.

37. p. 276. A pesar de la barbaridad, en la segunda parte está la fuerza de su falsa interpretación.

38. Los conflictos sociales y la universidad. Donde se ve que Touraine ha escrito el libro «para» que los estudiantes de mayo crean que no son o no tienen que ser socialistas.

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8. Crítica

Crítica, una revista clandestina de los estudiantes del PSUC, insertó en el número de agosto de 1968 un artículo firmado por «R. Serra» que conjeturamos corresponde a Sacristán, con el título «La significación de los movimientos estudiantiles en los países capitalistas occidentales». Fue escrito antes de las elecciones francesas del 23 de junio y 1 de julio, y sólo tiene en cuenta la primera fase de las grandes luchas de la primavera parisina. Fue reproducido en el número de otoño de 1968 de NH, pp. 45-48.

Inicia su artículo Sacristán constatando que «los movimientos estudiantiles son intensos en algunos países capitalistas avanzados o no particularmente atrasados, como Alemania occidental, Francia, Italia, España, Gran Bretaña, Estados Unidos. Este hecho está poniendo fin a la literatura propagandística que durante años ha defendido, con fingida nostalgia y real intención paralizadora, la tesis de la despolitización de la juventud universitaria y obrera». A la luz de los recientes movimientos universitarios en diversos países occidentales se podía «comprender mejor incluso la significación político-social de movimientos como los de los “mods”, y los “rockers” anglosajones, por una parte, y de los “hippies” y “freepies” americanos y europeos de otra».

Para Sacristán el significado de estos movimientos juveniles era la de «una crisis profunda de los valores burgueses tradicionales y de los nuevos valores rápidamente montados en estos últimos decenios, con todos los medios de la publicidad de masas, por el capitalismo monopolista de la postguerra, denominado neocapitalismo». En su opinión, grandes sectores de los jóvenes estudiantes y trabajadores estaban tomando consciencia de «la injusticia de la supraestructura capitalista, de la hipocresía de sus valores tradicionales -la «libre» empresa, la «abundancia» por la ley de maximización del beneficio, la «democracia» puramente formal- y la reciente percepción de la necesaria lucha contra la escasez, que degenera en promoción de consumos superfluos y alienadores, mientras que la oferta de los bienes esenciales, desde la vivienda hasta la educación y la investigación, se ve limitada por su incapacidad para producir beneficios máximos privados, o bien -como en el caso de la investigación- se desnaturaliza para producir estos beneficios máximos privados, en la industria de guerra». La explotación de los países subdesarrollados, acompañada de brutales agresiones, como la de Vietnam, había contribuido decisivamente a desenmascarar la naturaleza opresiva del sistema.

Sacristán recuerda que el llamado problema de los jóvenes, o la crisis de autoridad de los adultos, se había planteado ya otras veces durante el siglo XX: «hacia los años 20 y 30, dio lugar a la demagogia fascista, que tuvo éxito en la universidad (en España, el SEU proporcionó una parte decisiva de los cuadros fascistas de la guerra civil)». Esta demagogia que hacía de la juventud una categoría social universal era un intento burdo de disimular la lucha de clases «y por esta razón tuvo mucho menos eficacia entre la juventud obrera».

Tuvo, en cambio, algo más fuerza entre los estudiantes universitarios. Algunas manifestaciones de este movimiento «parecían ofrecer una cierta similitud con la mística interclasista de la juventud». Así lo indicaban, a primera vista, algunas consignas de la Liga alemana de estudiantes socialistas, de la que eran miembros destacados los hermanos Wolff, Lefebvre y Dutschke. A título de ejemplo Sacristán citaba la consigna que afirmaba que debajo del vestido de los profesores universitarios había moho de mil años o la que presentaba a los científicos adultos como «idiotas especializados». No todo es confusión, apuntaba Sacristán, pero «no hay duda de que la actitud puede hacer recordar la confusa demagogia en torno a la juventud de más de hace treinta años».

Todos estos elementos de confusión habían despertado esperanza entre algunos fascistas y temores profundos en el interior de algunos partidos obreros. «Pero las esperanzas fascistas y los temores poco inteligentes no tienen fundamento». Para abandonarlos bastaba con observar que todos los movimientos estudiantiles importantes de Europa Occidental querían ser marxistas, no sólo el SDS alemán sino incluso los anarquistas del Movimiento 2 de marzo que se autodefinían como «anarco-marxistas», según la forma de decir de Daniel Cohn-Bendit. Por lo que, a la razón apuntada de crisis de la supraestructura ideológica del sistema de valores capitalistas, había que añadir una segunda: «la difusión masiva de ideas marxistas y socialistas incluso en sectores externos al proletariado», y en grupos sociales que 40 años atrás habían sido foco de fascismos.

La raíz social de la motivación socialista de los modernos movimientos de estudiantes en Occidente capitalista era, en su opinión, el rápido cambio de la función de los intelectuales en la producción y en los servicios. Esta raíz de base del socialismo de los grandes movimientos de estudiantes europeos «garantiza que se trate de socialismo auténtico por muy confuso que sea ideológicamente. Esta raíz hace ilusorias las esperanzas fascistas y lamentables los temores cortos de vista que algunas organizaciones parecen sentir delante la superficial confusión teórica y política de los movimientos de estudiantes en algunos países europeos. Para nosotros, particularmente, en la Universidad de Barcelona, esta cuestión no puede ofrecer ninguna duda». En la memoria de algunos porque lo habían vivido y en la de otros porque lo habían oído contar, «está presente el hecho de que la actual fase del movimiento universitario catalán estaba, a finales de 1956 e inicios de 1957, en un estado de superficial «confusión» tan grande que a su lado los actuales estudiantes alemanes, franceses o italianos parecían un «Instituto de Marxismo-Leninismo». Entre los portavoces más visibles del movimiento se contaban señoritos elegantes de diversos tipos y pintorescos carlistas. Pero «los estudiantes comunistas de entonces no los declaraban hijos de papá y menos aún provocadores, sino que se incorporaban de lleno a la lucha y contribuyeron decisivamente a fundar y desarrollar el movimiento de estudiantes de la Universidad de Barcelona».

La principal enseñanza que aportaba sobre esta cuestión el movimiento parisino era la siguiente: era necesario estar preparados y saber que la alianza de la clase obrera y de sectores estudiantiles e intelectuales, al tratarse de un fenómeno histórico nuevo, «podía presentar formas superficialmente confusas, de las que no hay que tener miedo porque son inevitables y porque se salvan en la autenticidad de su raíz histórica básica: la proletarización objetiva del trabajo intelectual».

En un plano particular, apunta finalmente Sacristán, el movimiento parisino permitía ver más concretamente el alcance de una advertencia reiterada en los congresos del PSUC y del PCE: la posibilidad de un desarrollo nuevo, «sin guerra civil, de las revoluciones democrática y socialista es nada más que una posibilidad, aunque esté sin duda cargada de realidad y tal que si se llegase a realizar supondría, junto con el ahorro de sufrimientos, un gran ahorro de fuerzas productivas para la inicial acumulación socialista. Y también se trata de una posibilidad que no puede tener formas de realización fijadas apriorísticamente».

En el caso de que las elecciones francesas abriesen o facilitasen el paso a una auténtica vía en Francia para el socialismo, no habría duda de que esta ruptura electoral habría estado motivada por los movimientos sociales, por las movilizaciones en la calle, por las manifestaciones, por las barricadas, etc. Pero, en todo caso, «la posibilidad de instaurar una democracia política y económica que garantice, por la composición de clase del poder, la construcción del socialismo sin necesidad de una guerra revolucionaria propiamente dicha no excluye una gran variedad de choques más, posibles todavía, sino que los implica. Ni tan sólo excluye su agotamiento como posibilidad».

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9. En el homenaje a Jean Paul Sartre

En su intervención en un homenaje a J-P. Sartre celebrado pocos después del fallecimiento del filósofo francés (15 de abril de 1980), Sacristán se refería brevemente a los movimientos estudiantiles próximos al Mayo del 68 parisinos al analizar la etapa marxista de Sartre. En los términos siguientes.

«(…) Esta fase marxista de Sartre que tiene también mucho que ver la historia política, económica y social de Francia y de Europa, culmina el año 68. El año 68 se produce, con un largo prólogo que venía aproximadamente desde el 67, en las Universidades norteamericanas, desde el 66 incluso, una oleada de movimientos de rebeldía, resistencia, incluso de intentos revolucionarios, en el mundo estudiantil y el juvenil, en general, empezando por Norteamérica, siguiendo luego por Francia, Alemania e Italia y, con menos fuerza, en Inglaterra también.

Ese movimiento juvenil, y principalmente estudiantil, se expresa a sí mismo en forma marxista, construyendo así el momento de mayor influencia al menos visible o superficial del marxismo en la Europa del siglo XX, en la Europa occidental del siglo XX. Pero además coincide con unos movimientos obreros de mucha importancia. Se pasa a menudo por alto, al hablar de lo que ocurrió el año 68, que ese año se produjo en Francia la huelga obrera más importante del siglo XX: diez millones de obreros en huelga y durante bastantes semanas, durante más de dos semanas.

Todo eso determina una situación en la que parecían cuajar muchas esperanzas, por usar el lenguaje de Sartre, presentes desde antiguo en la tradición marxista. Sartre traza entonces una evolución dentro de su marxismo hacia lo que podríamos llamar la extrema izquierda marxista.

La mucha esperanza, el mucho potencial de esperanza acumulado en esas semanas de los meses de mayo y junio de 1968, explica el que la desilusión al fracasar aquel movimiento, en todo o en parte -esto es una cosa que tendrán decir los historiadores-, fue una desilusión causante de mucho pesimismo. Se puede decir que ya entonces, en el otoño o en el invierno del 68, Sartre ha empezado a entrar en la última fase de su pensamiento que no es una fase marxista. No es tampoco resueltamente o explícitamente antimarxista…»

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10. En una fase de crisis del movimiento comunista

En «A propósito de la ‘Resolución sobre los camaradas de la célula de filosofía que se han colocado en situación de Vacaciones organizativas’»., texto de 30 de junio de 1970 firmado como Ricardo que puede localizarse entre la documentación anexa a la tesis doctoral de Miguel Manzanera Salavert, observaba Sacristán, que no era ya entonces miembro del comité ejecutivo del Partido:

«5º. Pero el punto de la resolución del que más discrepo es otro; que en una fase de auténtica crisis del movimiento comunista mundial, cuando numerosos elementos de la política seguida dan muestras de haber agotado su contenido y su función histórica, el pretender zanjar problemas políticos de fondo mediante medidas administrativas es muestra de un enquistamiento formalista incapaz de darse cuenta de que en estos años está en juego el destino mismo de nuestro movimiento. Esto afecta incluso a los principios estatutarios. La única seguridad posible es ya hoy la consciencia socialista-comunista, no ninguna cuestión secundaria de táctica u organización. No verlo así e imponerse la creencia en que hoy puede haber problemas de trámite es contribuir que el final de la crisis sea la conversión de los partidos comunistas en entidades anacrónicas sometidas a un proceso de anquilosamiento cada vez más rápido.

Solo en una hipótesis podría estar justificada una respuesta puramente disciplinaria a problemas serios de partido: en el caso de que se previera una perspectiva de guerra o insurrección. Pero en ese caso es obvio que lo primero que habría de revisarse es nuestra actual política. Por lo demás, ni siquiera en ese caso la solución disciplinaria debería aspirar a conservar costumbres que tantos años de derrotas y la visible degeneración de tantos poderes socialistas imponen al menos considerar autocríticamente.

6º. Doy por supuesto que si los camaradas sancionados escriben alguna justificación, esta será comunicada a cuantos camaradas hayan conocido la resolución que los sanciona. Así mismo doy por supuesto que serán reorganizados como dice la misma resolución si y en cuanto que ellos acepten la sanción, independientemente de cuáles sean sus opiniones política sobre el asunto.

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11. Carta al diario Liberación

Una carta del autor publicada en 1984 en el número 02 del diario Liberación, p. 4. Con referencias críticas a la cultura del sesentayochismo.

[Se publicó junto con otras cartas de Julio Cortázar, Juan Gelman y Josep Fontana.

La del inolvidable autor de Rayuela decía así:
«Queridos amigos:

Contras todas las leyes vigentes en Francia y España, incluyo aquí mi participación económica en el proyecto de periódico.

Os envío, además, un texto que leí en un homenaje a Neruda, aquí en París, como colaboración. Llegado el caso, buscadle un título.

Buena suerte para Liberación y un abrazo de, Julio Cortázar»

La de Josep Fontana era la siguiente:

«Cuando los mecanismos tradicionales de formación de la opinión pública están en crisis -cuando el “magisterio de la Iglesia” apenas cuenta y la credibilidad de los políticos es casi nula-, el control de la información se ha convertido en un elemento de extraordinaria importancia. Vivimos en un mundo de información filtrada, mediatizada, comprada; por ello es tan necesario abrir brecha en este muro -más peligroso, por menos visible, que el de las viejas censuras- con el fin de dar paso al conocimiento de unas noticias, de unos hechos, de los que precisamos para poder decidir con plena libertad. No va a ser fácil, pero merece la pena probarlo.»

La carta de Juan Gelman:
«Si Liberación logra, mediante las armas del periodismo, que por sus páginas pase cada día, aunque más no fuera un eco, un aroma, un mínimo temblor del deseo de cambio que se mueve en las profundidades de la sociedad -deseo difuso, polivalente, no reductible a las actuales opresiones ni a la mera reivindicación contraria a ellas, deseo que hoy vacila, entre la desesperanza y la ilusión, deseo que la gran prensa ignora y las instituciones contrarían-, no solo tendrá éxito y muchos miles de lectores, sino que además sabrá interpretarlo y, fin supremo de un periódico, Liberación será sus lectores. Es este “éxito” difícil el que le auguro de todo corazón.»

El texto de Sacristán:

Claro que es una buena noticia, ésa de que a lo mejor sale en España un periódico de izquierda1, quiero decir, un periódico de quiosco, no de correo, como las beneméritas hojas de los micropartidos de izquierda que nos quedan2. Pero tantos años de recibir palos y meter la pata deben enseñarnos a erizar nosotros mismos de distingos y objeciones todo lo que se nos ocurra en el primer calor de la empresa. Y, así, me permito objetar ya el favor que el número cero que he visto dispensa en asuntos de enseñanza al privatismo irracionalista de Illich, tan aprovechable por el business de la electrónica, la información, el teléfono y la tele. Más, en general, me tomo también la libertad de decir que, tanto los palos que hemos recibido, cuanto las meteduras de pata que hemos consumado, han tenido alguna relación con nuestro defecto principal: que no nos resulta fácil dosificar como es debido la combinación del principio de realidad y principio de placer, por lo que unas veces nos hemos ido por los cerros de Úbeda y otras por las cloacas de una infrasocialdemocracia tristísima. Me alegraría mucho que Liberación sirviera para superar las memeces sesentayochistas y los eurodesastres posteriores3 .

Manuel Sacristán

Notas
1 Liberación dejó de publicarse a principios de 1985. En una nota editorial aparecida en el número 23 de mientras tanto, señalaba Sacristán: «Los entendidos dicen que el planteamiento financiero y la gestión económica de Liberación fueron malos. Un miembro de lo que fue su redacción ha contado en público que los datos sobre la financiación inicial eran falsos. También se ha oído la crítica de que la izquierda no tiene medios para editar un diario y que habría sido más realista una publicación de periodicidad semanal o mensual».

2 Básicamente «Servir al Pueblo» del Movimiento Comunista de Catalunya y «Combate» de la Liga Comunista Revolucionaria.

3 En el balance publicado en mientras tanto, Sacristán señalaba algunos puntos críticos como los siguientes: «(…) si tenemos la suerte de que Liberación vuelva a aparecer, sería bueno evitar algunos defectos que ha tenido en su primera vida. Esos defectos lo son sustancialmente de gran parte de la cultura socialista radical española y de las demás naciones del estado. Por consiguiente, las consideraciones que siguen no se deben entender como una condena del periódico derrotado desde una presuntuosa (y falsa) inocencia. No se trata de confirmar el refrán según el cual «a moro muerto, gran lanzada». El asunto es de todos, y todos podemos reconocernos más o menos en uno y otro de los vicios de Liberación. El más grave es haber contribuido a la confusión en una época de dificultades prácticas e intelectuales de la izquierda. Liberación ha contribuido a confundir a militantes y simpatizantes del socialismo radical por dos defectos: en primer lugar, ha presentado, enaltecido y hecho leer como a revolucionarios a escritores conservadores y tecnócratas, declaradamente antisocialistas…Tanto Touraine como Vargas Llosa son escritores importantes, y sería desastroso repetir a su respecto los interdictos de la represiva cultural estalinista. Pero es confusionario presentarlos como autores de izquierda o alternativos; son todo lo contrario.

En segundo lugar, Liberación ha cultivado insistentemente la pseudociencia, la superstición y el oscurantismo en materias relacionadas con la ciencia de la naturaleza, particularmente con la biología. Eso es particularmente desgraciado en un momento en el cual la clase obrera, los campesinos, los demás trabajadores e intelectuales socialistas se ven enfrentados con el problema práctico y teórico de un cambio importante de los instrumentos de producción, cambio que se produce bajo el impulso de una tecnología muy penetrada por la ciencia.

Por último, Liberación ha confundido mucho acerca de qué podría ser una cultura socialista alternativa al entender por cultura un culto excesivo, intelectualista y a veces esotérico, de la literatura».

Pese a todo ello, se podía seguir teniendo esperanza sobre el futuro de Liberación porque, proseguía Sacristán, el periódico había hecho también «cosas contrapuestas a esos defectos». Hizo pseudociencia, pero también publicó el estupendo reportaje sobre el fosgeno de la Bayer en Tarragona, racional y científico de un modo plenamente socialistas. Por lo demás, «nos ha hastiado con tanta verborrea literaria, pero también ha publicado buena crítica de cine, buen periodismo para niños y perfecciones político-literarias tan excepcionales como los trozos de Castellanos o de Platón».

En sentido coherente, en clases de metodología de ciencias sociales, Sacristán apuntaba que el periódico había publicado unas páginas de ciencia, de biología y medicina básicamente, inspiradas por un grupo ecologista, que fueron desgraciadamente pseudociencia, «donde se daban consejos absolutamente inútiles para curar el cáncer o cualquier otra enfermedad basados en saber irracional, en la mentalidad irracional de curanderos de poca calidad y en literatura naturalista de la mala, no naturista de la buena, que también la hay».

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