Por un comunismo bien temperado
Joan Tafalla
Estimados amigos de Espai Marx y aledaños, estimados jacobinos, comunistas republicanos y democráticos,
Hace unos días me sorprendí a mi mismo autodefiniéndome como comunista moderado. Era al calor de uno de nuestros habituales coloquios virtuales. La cosa no debió sorprenderos a vosotros que me conocéis y que sabéis el contexto en que se produjo esta autodefinición. Para quien no estaba en dicho coloquio, diré que yo defendía, para el contexto de lucha europeo, la vigencia de la propuesta de frente popular y democrático, en contraposición al impaciente y vacuo eslogan del “anticapitalismo”. Me parece que la contradicción que actualmente se coloca en primer plano es la que se produce entre el capital financiero y el conjunto del pueblo trabajador. Me parece que aquello que se está dirimiendo no es el principio del libre mercado frente a la planificación centralizada, si no, más simplemente, la defensa de los intereses del pueblo trabajador frente a la ofensiva “tous azimuts” del capital financiero. Esta ofensiva ha creado una crisis política del sistema liberal representativo y ha puesto en el orden del día el dilema entre ese sistema y la democracia. Me parece que, hoy, agarrarse leninianamente al eslabón más débil se reduce a comprender esta verdad.
En ese mismo contexto podría haberme declarado “socialista unificado”, puesto que, como sabéis, además de la propuesta de frente único obrero, y de frente popular democrático antifascista, el VII Congreso de la IC propuso, en su día la unificación de los partidos obreros que trajo como consecuencia la formación del PSUC. Quizá esta parte del VII congreso sea la que esté más desfasada pero la existencia actual del Front de Gauche o de Die Linke, o en otro contexto, muy diferente, del partido socialista unificado de Venezuela constituyen una de esas continuidades positivas con que la historia nos obsequia de tanto en tanto. Melenchon, Lafontaine o Chávez son socialistas unificados con los que los que los viejos y nuevos comunistas podemos y debemos trabajar juntos, aprendiendo y enseñando cosas. Era en este contexto de debate en la que yo me definía como “comunista moderado”.
Sin embargo, esta la definición ofrece algunas ambigüedades y casi roza el oxímoron. ¿Como se puede ser comunista moderado, si el comunismo es el movimiento que lucha por la abolición del estado de cosas existentes? Remarquemos: abolición, no reforma, no evolución. Efectivamente es una definición contradictoria. ¿Significa que la edad me ha convertido en moderadamente comunista, o sea, en comunista pero menos? ¿Significa que con el tiempo he caído en el pecado del moderantismo, en aceptar una propuesta similar al eurocomunismo tras tres décadas de criticarla sin descanso ni cuartel? ¿Que he caído del caballo en mi particular camino de Damasco, como tantos de mis antiguos camaradas?
No, pensándolo bien la definición “comunista moderado” chirría y, por lo menos, a mi, no me conviene. Aquellos que conocen mi posición contraria a la participación de los comunistas en experiencias de gobierno unitario con el actual PSOE a nivel autonómico y (si se diera el caso) a nivel estatal, pueden, la encontrarán aún más incongruente. No, la definición que me conviene no es la de comunista moderado.
Hacía días que, en mis momentos libres pensaba sobre esto. El otro día, escuchando a Bach, como me le suele suceder a cualquiera, empecé a divagar por los mundos idealmente harmónicos de la música, y fijé la mirada en el título de la obra que estaba escuchando. Al instante se me ocurrió que la metáfora que se ajusta mejor a mi modo actual de ver las cosas sería una aplicación del título de la obra de Bach. Digamos que me gustaría ser un “comunista bien temperado”. Quitemos lo de “bien”, para evitar la sensación de prepotencia o pedantería y dejémoslo, simplemente en “comunista temperado”. No sé nada de música (soy un simple escuchante), pero supongo que, en el caso del clave bachiano, lo de bien temperado debe definir no sólo la afinación del instrumento si no también un cierto “elan”, una cierta disposición de ánimo por parte del música a la hora de tocar. Si la expresión incluye una comprensión cabal del tempo y la tesitura de la partitura, diría que la metáfora puede y quizás deba ser aplicada al comunismo.
La experiencia histórica del comunismo es ya larga. Han pasado más de dos siglos, desde la invención de la palabra por Rétif de la Bretonne, coetánea a la primera irrupción de las masas populares en el espacio político. Más de doscientos años recorriendo el mundo como movimiento social que quiere abolir el estado de cosas existente.
El comunismo ha cosechado numerosos fracasos que, contradictoriamente, se han transformado en sus principales éxitos morales y culturales (me refiero a cosas como la Comuna, o al maquis de la segunda guerra mundial). También ha cosechado numerosos éxitos, que en ocasiones se han transformado en sus principales fracasos morales y culturales (me refiero cosas como que la revolución rusa degenerara en el estalinismo, a que la resistencia antifascista europea fuera derrotada política y culturalmente no por el fascismo si no por el capitalismo que se instauró a la caída de este, o a que en las dictaduras capitalistas china y vietnamita el instrumento del dominio de la clase burguesa desarrollista se denomine aún partido comunista, o a que el mayor partido comunista de masas occidental, el PCI, acabara en lo que ha acabado: en la nada). Espero que sabréis perdonar el reduccionismo con que están redactados estos pocos ejemplos, pero una carta debe ser breve y ello tiene sus costes. Supongo que comprenderéis que no haya puesto ejemplos más próximos, no he querido aducir cosas que, por la carga emocional que representan para nosotros, desviarían la atención del tema.
La experiencia histórica del comunismo en estos doscientos años muestra que la definición de principios de un movimiento o partido, que su liturgia y su cultura política, quizás sea lo menos importante. Ya sé que me diréis que cuando nos opusimos al eurocomunismo, o a la desaparición de la denominación comunista, nos concentramos en la palabra, en el ritual, en la liturgia, en la cultura. Es verdad, y así nos ha ido.
El qué hacer y el cómo hacerlo deviene más trascendente que las invocaciones litúrgicas y nostálgicas a los buenos viejos tiempos. Pensemos que los buenos viejos tiempos no eran tan buenos como nos empeñamos en recordar. ¡Ah, la memoria humana! Pensemos también que en el momento en que transcurrían, los buenos viejos tiempos no eran un reductivo recuerdo nostálgico idealizado si no fenómenos extremadamente ricos y complejos.
El comunismo históricamente existente corre el riesgo de acabar reducido a un fenómeno de un determinado tiempo histórico, como pueda ser el anabaptismo, por poner un ejemplo simpático. Si deseamos que el comunismo perdure, si deseamos imponernos al aire del tiempo, necesitamos un comunismo bien temperado. Un instrumento que, en su quehacer cotidiano, en su código moral, en su cultura política, en su intento, no de ser un partido a parte, si no de ser conciencia del conjunto del movimiento (¡eso sí que es voluntarismo!) debería haber asimilado, contextualizado y asumido las lecciones de doscientos años de lucha.
Me parece que se trata de una condición necesaria, casi imposible de ser cumplida por un ser humano o por un conjunto de ellos. Pero no por ello deja de ser una condición necesaria. Imprescindible. ¿Es posible que, no un individuo o un pequeño grupo, si no un movimiento social adquiera tal grado de autoconsciencia histórica? Francamente, no lo sé.
A esa autoconsciencia histórica la llamo yo comunismo bien temperado. Se me ocurre que ninguna de las versiones actuales del comunismo logrará imponerse y sobrevivir al aire del tiempo, es decir a la actual fase del capitalismo, sin tomar conciencia de esa necesidad de estar bien temperado. Se me ocurre que solo un comunismo bien temperado puede levantarse del suelo y, enfrentándose a la barbarie, dar el de nuevo el do de pecho: Hic Rodus! Hic salta!
¿Para cuando, pues, la formación de un club de comunistas temperados (CCT)?
Salud y fraternidad, estimados camaradas, ciudadanos y amigos
Sota el Matagalls a 28 de maig de 2012
Joan Tafalla