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El gobierno alemán advierte a Chipre que se de prisa

Rafael Poch

El gobierno alemán advirtió ayer a Chipre de que mientras posponga la decisión de expropiar a sus ciudadanos parte del dinero de sus cuentas, no habrá programa de rescate. “Sin programa, no habrá liquidez y los bancos no podrán abrir”, declaró una fuente gubernamental. Paralelamente Berlín se lava las manos sobre el aspecto más feo de la operación: la expropiación de los ahorradores más modestos.

“Nosotros solo pedimos 7.000 millones, la estructura de la tasa a los depósitos es asunto de Chipre”, ha dicho el ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, a la emisora Deutschlandfunk. Merkel también se desmarca.

Cuando el lunes por la noche el presidente chipriota, Nicos Anastasíades, telefoneó a la canciller para renegociar el asunto, Merkel le respondió que hablara con la troika formada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI, pero para Anastasíades la troika que cuenta la forman Merkel, Schäuble y el hombre de Berlín en el BCE, Jörg Asmussen.

Según el diario Kathimerini (edición chipriota) esa fue la troika que cocinó la propuesta imposible de rechazar que se formuló en Bruselas a los chipriotas. En un momento dado, Asmussen descolgó el teléfono y le dijo a Draghi, “Señor presidente, prepárese para la quiebra de los dos grandes bancos chipriotas”, dice.

En la última campaña electoral chipriota, Merkel apoyó a Anastasíades, un conservador que está fundamentalmente de acuerdo con ella en la socialización de las pérdidas, pero ahora se trataba de las elecciones alemanas del próximo septiembre, no de las chipriotas.

A seis meses de su reelección, Merkel no quiere sobresaltos, así que ha decidido exportarlos al conjunto de Europa en forma de precedente expropiador. Para ella el sobresalto era tener que votar en el Bundestag una nueva autorización de rescate a cuenta del fondo europeo. Aunque otros países europeos como Francia, Italia y España también contribuyen mucho a ese fondo (España e Italia sumadas contribuyen más que Alemania), en Alemania se hace ver que es solo ella la que paga. Y en el caso de Chipre la cosa se complica por los rusos.

Chipre ha sido presentada en Alemania como la lavadora de los “oligarcas” rusos. Así lo estableció el pasado noviembre un informe del servicio secreto BND oportuna y profusamente filtrado a la prensa. El informe jugaba con el sentimiento antiruso de los alemanes y no decía que “oligarcas” hay en todas partes, también en Alemania, o que las grandes fortunas rusas se colocan en los mismos lugares que las alemanas. Naturalmente se callaba sobre la condición de paraíso fiscal de, por ejemplo, Irlanda, y, desde luego se omitía el papel de Alemania como seguro deposito para todo tipo de personajes que van desde el Coronel Gadafi hasta el autócrata de Turkmenistán, Saparmurad Niyazov.

Con esa reputación, en gran parte distorsionada, la ayuda a Chipre no podía pasar por el Bundestag tal cual, así que se decidió la fórmula de los 7.000 millones, con el consenso de verdes y socialdemócratas que apoyan lo esencial de la política europea de Merkel.

Esa política ha hecho enfermar a Chipre. La isla tenía una deuda pública del 48% en 2008, pero estaba muy expuesta a la situación de Grecia que la troika empeoró con su medicina. La rebaja de la deuda griega costó 3.000 millones a los bancos chipriotas. Todo eso son minucias al lado de las reservas de gas de la isla estimadas en 600.000 millones, pero mandan las elecciones alemanas.

Al anunciar en octubre de 2008 que garantizaba a los alemanes sus depósitos bancarios, Merkel dijo que lo contrario significaba, “comprometer la confianza en el orden social”. La decisión sobre Chipre ilustra algo ya conocido, que a las naciones europeas de segunda categoría se les puede machacar la confianza en el orden social.

En septiembre el BCE, con el consentimiento de Merkel, estabilizó la crisis financiera con su garantía ilimitada. Algunos ya decían que Europa había cambiado una crisis financiera por una crisis de empleo y recesión. El desbarajuste del rescate chipriota lo vuelve a poner todo en cuestión, subrayando la fragilidad de aquella primavera. Y, una vez más, es el liderazgo alemán el que imparte esta lección tan desintegradora y desestabilizadora para la cohesión europea.

Rafael Poch es corresponsal de La Vanguardia en Alemania.

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