Pompeya como símbolo del eurodesastre
Giaime Pala
El día 17 de julio, Rebelión publicó un interesante artículo de Juan Ángel Juristo acerca del ultimátum que la Unesco ha enviado al gobierno italiano para que “en el plazo habido hasta el 31 de diciembre ponga todas las medidas idóneas para que Pompeya y Herculano vuelvan a ser lugares que ofrezcan seguridad desde el punto de vista de la salvaguarda del patrimonio artístico”. La decisión de este organismo internacional se basa en “las continuas huelgas del personal encargado de la custodia de los sitios, la seguridad que no se respeta casi nunca, la penuria que afecta a los fondos para su conservación… [que] han llevado a estos lugares a una situación de deterioro tan grande, que la última catástrofe fue el derrumbamiento del Cuartel de los Gladiadores, ubicada en la calle principal de Pompeya, hace poco tiempo, que ha hecho sonar todas las alarmas”[1].
Lo cierto, sigue el artículo, es que el problema de Pompeya es el mismo que afecta a otros muchos lugares italianos de incalculable valor artístico y arqueológico, víctimas de los recortes de los fondos (un 58% en los últimos cinco años) destinados a salvaguardar este patrimonio. Aunque el autor del artículo no lo afirme claramente, se intuye de su crónica que, detrás del ultimátum, se esconde un duro juicio político sobre la supuesta inercia que está mostrando el gobierno italiano ante tamaña cuestión. Dicho de otro modo, que el gobierno no hace lo que está en su mano y que, por este motivo, merece ser reprendido públicamente. Se trata de la misma opinión que expresó hace pocas semanas la escritora italiana Dacia Maraini en una entrevista al diario El País, en la que, después de describir a Italia como un territorio aún imbuido de hedonismo berlusconiano, acusaba al gobierno de menospreciar una cultura que “es nuestro petróleo, y lo estamos desperdiciando. Pompeya se cae a pedazos, el Coliseo, las iglesias… Todo esto quiere decir que hay una estupidez enorme, un equívoco en la clase dirigente que no entiende que nosotros somos la cultura, nuestra historia, la pintura, los museos… No hay un país en el mundo que tenga tanto. Ni que lo desprecie de esta manera”[2]. Se colige de estas palabras la convicción de que el descuido del patrimonio artístico italiano sea achacable a la negligencia de la clase política, incapaz de ver en la cultura uno de los mayores tesoros nacionales. En suma, un gobierno culpable e irresponsable por desentenderse de un asunto tan importante.
He aquí un punto de vista completamente alejado del contexto socioeconómico que vive el país y que parte de una premisa equivocada: que Italia sigue siendo un país soberano. Ergo, un país capacitado para tomar decisiones acerca de todos los problemas que afectan la vida de los ciudadanos y, sobre todo, para solucionarlos económicamente. La realidad, sin embargo, es otra y bien distinta. Incluso en el caso de que quisiera salvar Pompeya, el gobierno italiano no tendría los medios económicos para hacerlo. No tiene dinero suficiente ni puede crearlo, como hizo en 1980 para reconstruir a toda la región de Campania devastada por un brutal terremoto que causó numerosas víctimas mortales y arrasó a pueblos enteros. Hoy, en cambio, la ciudad de L’Aquila no ha sido todavía reconstruida después del terremoto de 2009. Es una ciudad que ha muerto.
Estos son dos ejemplos, de entre los muchos que se podrían hacer, de lo pernicioso que es usar una moneda privada como el euro (en tanto que controlada por un banco independiente como el BCE). Una moneda, es bueno no olvidarlo, que los Estados sólo pueden obtener de dos formas: tasando a los ciudadanos y emitiendo deuda pública, esto es, comprando euros en los mercados. La primera opción parece inviable, puesto que los italianos a duras penas aguantan una presión fiscal que ha llegado al nivel histórico del 45% del PIB, lo que ha deprimido la demanda agregada (ya castigada por la recesión) y, por consiguiente, provocado la crisis de no pocas empresas que trabajaban en el mercado interno[3].
En cuanto a la segunda opción, la emisión de bonos del Estado, hay que decir que, aparte del problema de una prima de riesgo que sigue siendo elevada, el Estado italiano no sólo no puede incrementar su nivel de deuda y déficit públicos, sino que, desde la suicida reforma constitucional llevada a cabo en julio de 2012 por el gobierno de Mario Monti, está obligado a alcanzar el déficit cero y el 60% de deuda pública en los próximos veinte años (este el plazo estimado para reducir la actual deuda pública, que supera el 120% del PIB, al 60%). Es decir, a recortar todos los años unos 50.000 millones de euro. Se entiende ahora mejor por qué Italia, con un porcentaje de paro (12%) que está creciendo rápidamente a causa de la recesión (agravada, a mayor abundamiento, por un Pacto de Estabilidad económicamente procíclico), no podrá hacer frente al coste que implica la manutención de su patrimonio artístico.
En definitiva, no hay dinero, no se puede crear ni se puede comprar en cantidad suficiente en el mercado por las reglas que el mismo Estado Italiano se autoimpuso (por la presión, qué duda cabe, de la Unión Europea) y la falta de un Banco Central como prestador de última instancia. ¿Resultados? Pompeya que se cae a pedazos y L’Aquila convertida en una ciudad fantasma. Símbolos, los dos, de un eurodesastre que producirá otros casos parecidos, ya que, cada vez que se produzca un desastre natural, los italianos perderán un trozo de su país porque no estarán en condiciones de reconstruirlo. Además, claro está, de asistir al deterioro de sus monumentos y centros arqueológicos por falta de fondos.
Es por esto por lo que la causa principal de este panorama desolador no es la negligencia de la clase política, sino su imposibilidad de actuar en este mismo panorama. Mejor y más claro todavía: la auténtica negligencia de la clase política fue haber aceptado los insostenibles y neoliberales parámetros del Tratado de Maastricht que rigen la moneda única y que impiden al Estado jugar un papel económico de envergadura en la vida pública. Un papel, dicho sea de paso, socialmente progresivo, porque la deuda y el déficit públicos son, si bien empleados, una fuente de ahorro y de riqueza para los privados. Mientras los italianos no cuestionen, en serio y hasta las últimas consecuencias, la permanencia de Italia en la zona euro, el futuro de su patrimonio artístico sufrirá el mismo destino que están padeciendo su tejido industrial y Estado de Bienestar: una lenta e inexorable decadencia.
NOTAS:
[1] Juan Ángel Juristo, “El ultimátum de Unesco a Pompeya”, publicado originalmente el eldiario.es y consultable en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171224&titular=el-ultim%E1tum-de-la-unesco-a-pompeya-
[2] http://cultura.elpais.com/cultura/2013/07/03/actualidad/1372859224_269445.html
[3]http://www.repubblica.it/economia/2013/02/05/news/cgia_pressione_fiscale_al_45_nel_2013_11_735_euro_a_testa-52006140/