“Hay decenas de millones de cadáveres en las cunetas del capitalismo global”
Peio H. Riaño
Joey Tribbiani, Chandler Bing, Rachel Green, Phoebe Buffay, Monica Geller, Ross Geller eran tan divertidos que no importaba lo que sucedía en sus vidas, porque eran un desastre divertidísimo. Diez temporadas compartiendo piso en Manhattan, compartiendo sueños mileuristas como excusa perfecta para los chistes de seis vidas fracasadas sin opciones. Friends era la antesala de la pobreza, donde la explotación laboral y el vivir a salto de mata se anunciaban como el pan de las nuevas generaciones. Las mismas que se tronchaban con las ocurrencias que se cruzaban los amigos en aquel sofá.
De la teleserie a la novela. Un padre y un hijo caminan día tras día por desoladas autopistas norteamericanas. Los vehículos ya no circulan por ellas, se amontonan en las cunetas. Todo a su alrededor es devastación. La carretera ha sido definida como una novela distópica en la que Cormac McCarthy dibujaba a sus lectores un futuro postnuclear, pero en realidad no hace falta esperar tanto: “Buena parte de estos hechos se produjeron literal y repetidamente en un inmenso ámbito geográfico en el último tercio del siglo XIX”, cuenta el filósofo César Rendueles (Gijón, 1975) en la entrada de Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, uno de los libros calientes de este otoño, publicado por Capitán Swing.
Explica Rendueles que la segunda mitad de la época victoriana fue denominada como la época de la “crisis de subsistencia global”, para definir el holocausto que causó entre treinta y cincuenta millones de muertos en China, India y Brasil. El mundo se convirtió en una pesadilla por culpa de la inanición y las pandemias.
El escenario apocalíptico de McCarthy ya lo habíamos vivido y las grandes potencias aprovecharon el desamparo de estas catástrofes para aumentar la velocidad y la intensidad de su expansión imperial. “El capitalismo se impuso literalmente como una invasión militar”, dice.
El timo de la estampita
La devastación ha sido transformada en carne de ciencia ficción, en atrezo de una literatura reaccionaria que distrae de la actualidad más cruda: un somnífero, de Friends a La carretera. “La industria del entretenimiento ha desempeñado un papel crucial. Proveyó a mi generación de un tipo de consumo legitimador que nos hizo pensar que la catástrofe que se gestaba era un entorno interesante y sofisticado”. Un mito que nos tragamos.
Entonces, ¿cuál ha sido el gran triunfo del capitalismo? Lograr que desconfiemos de las capacidades comunes que tiene la sociedad para ayudarse y protegerse. “La desconfianza en nuestra capacidad para ponernos de acuerdo o, al menos, gestionar nuestros conflictos. A los liberales la vida en común les parece peligrosa, engorrosa y en última instancia imposible”. De ahí nace el concepto “sociofobia”, una patología que anhela automatismos institucionales, como el mercado, para coordinar las preferencias individuales sin necesidad de alcanzar consensos.
Rendueles cree que hemos dejado voluntariamente que algunos de los principales problemas del mundo queden fuera de nuestro control y “ese automatismo impersonal es aterrador, más que las novelas distópicas”. Aunque pase desapercibido, el filósofo explica que vivimos en un sistema social que tiene las características de una gran catástrofe meteorológica: “Hay decenas de millones de cadáveres en las cunetas del capitalismo global de los que nadie se responsabiliza”.
La ley de la selva
“La cosa no funciona”, añade el autor. “No podemos construir una sociedad basada exclusivamente en las afinidades electivas enfrentadas, como si todo fuera una especie de competición deportiva generalizada. Sencillamente, no estamos capacitados para ello”. Señala que nuestra civilización es la primera que ha hecho de las relaciones competitivas que se dan en el mercado colonicen la práctica totalidad de la realidad social.
¿Cómo combatir la sociofobia? “Promoviendo las condiciones materiales y sociales que hacen posible la deliberación política en común. Reconociendo que ni los expertos, ni la tecnología, ni el mercado nos van a librar de nuestros problemas, sólo nosotros podemos hacerlo. Asumiendo que el cuidado mutuo es la base de un vínculo social racional y libre y una fuente potencial de realización personal. Asumiendo que la igualdad, como la libertad, es un objetivo y no sólo un punto de vista”.
En Sociofobia queda claro que despreciar algunas características materiales de nuestra especie es un fallo en el sistema básico en nuestro progreso, como nuestra capacidad para sobrevivir sin depender los unos de los otros. La independencia es “un episodio fugaz de nuestra vida”. El cuidado mutuo no tiene por qué ser una carga. Como vemos, la “sociofobia” se acerca peligrosamente al perfil del sociópata.
Uno de los apartados más polémicos del libro de Rendueles es el escepticismo con el que despacha los augurios democráticos que predican los ciber fetichistas, para quienes sólo la Red nos hará libres. De hecho, cree que internet no ha servido para acabar con los viejos problemas sociales heredados: la opresión en vez de la libertad, el elitismo en vez de la igualdad y la sociofocia en vez de la fraternidad. “Los antónimos del ideario revolucionario de 1789”.
Relaciones engorrosas
Por tanto la influencia de Internet sobre nuestras expectativas políticas sólo ha servido para reducirlas. “La red parece resolver un dilema típico de las sociedades modernas: la tensión entre individualismo y comunidad”, pero no es así. Tal y como expone el autor, es exactamente al revés. “Internet no fomenta los proyectos en común, en todo caso hace que nos importe menos su ausencia. Para mí ponerse de acuerdo para intentar que un hashtag sea trending topic no entra en la categoría de proyecto común”.
La definición de Internet es, bajo este recelo, una especie de mercado social donde podemos establecer “relaciones sociales sin engorrosos compromisos personales”. Ha nacido un nuevo tipo de vínculo social débil pero extremadamente abundante. Ni siquiera cree que Internet sea capaz de sacar a la gente a la calle a protestar. Más bien, la Red puede ser un arma cuando la gente sale a la calle. Es diferente.
Así que la retórica tecnófila no sólo es totalmente fantasiosa, también es condescendiente: “Nos resistimos a aceptar que en Egipto o Túnez pueda darse una rica actividad política, sindical o comunitaria, así que imaginamos que su efervescencia constituyente es un subproducto de la tecnología occidental”.
La utopía digital está por hacer. Internet puede ofrecer las bases materiales y sociales para que ocurra algo, pero “quedarnos sentados a esperar que aparezca una pestaña de Google para la transformación social” no ayudará mucho. “En ocasiones puede potenciar los procesos de emancipación política –como está ocurriendo en países como Uruguay-, en otras cegarlos”. El conocimiento libre nos hará más libres, pero no la Red. La receta de Rendueles no es nueva, pero se ha insistido en que la olvidemos: “Fortaleza moral, bondad de corazón, inteligencia práctica y apoyo mutuo”, sólo así seremos “más libres, justos y solidarios”. Manos a la obra.
Publicado en El confidencial