Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Los nuevos espacios de lucha. El movimiento obrero y sus posibilidades para el siglo XXI

Carlos Gutiérrez

(Corriente Roja/Espai Marx)

No cabe ninguna duda de que nos encontramos, al menos en los países  centrales del sistema capitalista, en plena transición entre el sistema de  organización de la  producción fordista y uno nuevo  al que podemos  calificar de post-fordista. Este hecho no excluye la convivencia del nuevo  sistema, en las mismas metrópolis urbanas de los países desarrollados, con  otros modelos como aún el fordista, y en algunos casos con formas de trabajo  más similares a la semi-esclavitud. Utilizando términos gramscianos  podríamos decir que  nos encontramos ante una segunda «revolución pasiva»  del capital -considerando como primera revolución pasiva la implantación del  sistema taylor-fordista-.

Si la primera de estas revoluciones llevadas a cabo por el capital tenía  como claro objetivo evitar el peligro que para el propio sistema suponía que  los nuevos trabajadores industriales -en su mayoría herederos del tipo de  trabajo artesanal y deudos de un específico modelo de cultura proletaria-  fueran capaces de controlar completamente el proceso productivo, esta  segunda va directamente dirigida a acabar con toda la serie de casamatas  defensivas conquistadas por el movimiento obrero durante largos años de  lucha. Un movimiento obrero que había sabido responder a la ofensiva del  modelo fordista: separación entre ideación, ejecución y control,  verticalidad, concentración, extrema especialización, gigantismo, etc., y  que había hecho de el mismo lugar de la explotación, la fábrica fordista,  lugar privilegiado para la socialización de experiencias y organización de  las luchas.

Si hay una enseñanza que el movimiento obrero debe tener clara a través de  su larga experiencia de lucha es la capacidad del capitalismo para adaptarse  y para tratar de neutralizar al propio movimiento, bien con la cooptación de  las distintas direcciones, bien abordando distintos cambios en los modelos  organizativos y en los procesos de producción. El objetivo último de todos  estos cambios es siempre «disciplinar» al proletariado y moldear una clase  obrera -dócil y fragmentada a poder ser- que resulte idónea para los planes  de los explotadores. Ya en los albores de la organización fordista del  trabajo se realizaban estudios, por parte de los capitalistas, sobre las  costumbres y la vida cotidiana -incluso sexual- de los trabajadores, para  tratar de adecuarlas al tipo de trabajo simple y repetitivo propio de la  época.

Partiendo del reconocimiento de la centralidad de la contradicción  capital-trabajo, no debemos en ningún momento caer en la tentación de  descalificar, o de calificar de revisionistas, aquellos análisis que  intentan describir cuales son los cambios que han ocurrido en la morfología  del capitalismo y su correspondiente correlato en el movimiento obrero.  Deberemos, al contrario, ser muy críticos con aquellos que pretenden  convencernos de que, obviando el uso de una herramienta tan fundamental como  el materialismo histórico y cayendo en una suerte de «presentismo»,  nada ha  cambiado y nos encontramos ante un capitalismo y una clase obrera que  contienen las mismas características y posibilidades que las existentes a  principios del siglo XX. En esta falta de comprensión de la ofensiva  capitalista, más que en la traición de las direcciones, que la habido, y en  la falta de análisis y de alternativas ante ella, se halla la base genética  de la profunda crisis en la que se encuentra sumido el movimiento obrero y  la izquierda en general.

Solo sabiendo valorar cuales son las nuevas reglas y el nuevo terreno de  juego que ha construido el capitalismo, y la composición y necesidades de la  nueva clase obrera, seremos capaces de encontrar respuestas adecuadas y  eficaces.

Debemos comprender, también, que el viejo modelo de grandes fábricas -y de  grandes ciudades industriales- está en pleno proceso de liquidación y que  -seguramente- este proceso será inevitable. En esta nueva ofensiva  capitalista nos encontramos con un cambio cualitativo fundamental que marca  tanto su propia existencia como la posibilidad de enfrentarlo. Mientras que  en la época taylor-fordista había una separación notablemente impermeable  entre trabajo y vida cotidiana; el trabajo quedaba fundamentalmente  encerrado en los límites de la fábrica, que quedaba así constituida en  territorio preferente para la lucha, en la nueva fase, en esta segunda  «revolución pasiva» del capitalismo, la explotación se extiende a todos los  ámbitos de la vida de los trabajadores.

Esta percepción de una explotación más global y asfixiante, junto a  fenómenos más recientes como un proceso cada vez más intenso de  proletarización  de una gran parte de la aristocracia salarial y de sectores  cada vez más amplios ocupados en el uso de las nuevas tecnologías, y el  consiguiente proceso de polarización social que hace cada vez más evidente  el carácter regresivo del sistema capitalista, parecen presentarnos unas  condiciones objetivas más que optimistas para la labor de las organizaciones  de izquierda. Es en el plano subjetivo  en el que las cosas parecen estar  más complicadas. En este campo el proceso intenso de deconstrucción llevado  a cabo por el capitalismo parece haber tenido un éxito notable y podemos  afirmar que nos encontramos con un proletariado que tiene por delante un  largo proceso constituyente, con un proletariado que  presenta más  semejanzas, por ejemplo, con el que podíamos contemplar en los años 40 del  siglo XIX  que con el de la misma década del pasado siglo.

La tarea   posible y necesaria desde el viejo movimiento obrero debe estar  centrada en la transmisión de todas las buenas experiencias acumuladas, esta  será la clave para la construcción de una nueva cultura proletaria. Esta  cultura no podrá ser de ningún modo  una creación ex­-novo, o una mera  copia, sin actualizar, de formas de resistencia y lucha que se muestran en  nuestros días ineficaces para enfrentar la máquina global capitalista. Este  conocimiento y bagaje de experiencia, pueden servir, fundamentalmente, entre  otras cosas, para evitar fenómenos como la naturalización en la mente de los  jóvenes de la actual estructura del mercado de trabajo. Trabajadores que no  han conocido otro modelo que el que actualmente les explota, no deben de  ningún modo aceptar las condiciones laborales a  las que se ven sometidos  como las únicas posibles. Es necesario que entiendan que la basura que les  ofrecen no es trabajo. El trabajo es otra cosa.

La posibilidad de un movimiento obrero que intenté recuperar una hegemonía  que pudiera parecer de manera definitiva del lado del capital, solo será  factible a través de un largo proceso de toma de conciencia de los jóvenes  trabajadores que son los que sufren de una manera más cruda la explotación.  Una revolución del capitalismo que ha conseguido instaurar la incertidumbre  y la zozobra en un mercado de trabajo en el que la anterior fase todo era  estabilidad y seguridad, solo podrá ser contestada  a partir de la no  aceptación,  como algo normal, de los contratos temporales y precarios, de  la movilidad geográfica y, en definitiva, de la explotación misma. En suma,  el rechazo del modelo antropológico que pretende el capitalismo que los  jóvenes trabajadores asuman podrá solo ser el elemento constituyente en el  proceso de toma de conciencia hacia la recomposición de clase.

La necesidad de la defensa de las conquistas de la verdadera especie en  extinción que constituyen los trabajadores fijos y con derechos, no puede  confundirnos y hacernos pensar que algún puntual triunfo en estas luchas  puede suponer el punto de inflexión que haga pasar al movimiento a la  ofensiva.  El plan de «homogeneización» del mercado laboral por parte del  capital se nos muestra bien evidente. De un modo «duro»,  por medio de  cierres patronales o deslocalizaciones, o de un  modo más «blando» a través  de prejubilaciones e incentivos. El objetivo esta bien claro: terminar con  el obrero con derechos y sustituirlo, en todos los sectores, por  trabajadores precarios y adaptables. No nos engañemos, este proceso será  irreversible y en muchos sectores está a punto de ser completado.

Nos encontramos ante unas nuevas condiciones que tienden a hacer al  «ejercito de reserva» como la parte más importante cuantitativamente del  proletariado y que tienden a difuminar cada vez más la diferencia entre  activos y parados: la movilidad entre ambas categorías se hace cada vez más  dinámica e imposibilita el autoreconocimiento en alguna de las dos  situaciones. Unas condiciones que implican, también, una degradación cada  vez mayor del espacio urbano y medioambiental y que suponen la  mercantilización de todos los aspectos de la vida y el desmantelamiento de  todos los servicios sociales.

Frente a todo esto nos hallamos con una acuciante necesidad de  representación política del trabajo, una necesidad de representación que es,  desgraciadamente, inversamente proporcional a la percepción del comunismo  como elemento liberador por parte de las masas proletarias. Nos enfrentamos  a un largo camino que debemos abordar procurando, en primer término,  reanudar el nexo entre política y clase, hacerlo pacientemente y aprendiendo  de las propias experiencias que vaya inventando y reinventando el propio  movimiento. No podemos constreñir la capacidad de respuesta a los ámbitos  correspondientes a la anterior fase de luchas. No podemos tampoco  descalificar las luchas que tildemos como «ciudadanas». Nuestra tarea deberá  ser, bien al contrario, la de ligar estas luchas con las puramente obreras.  La extensión de la explotación a todas los ámbitos de la vida permite la  respuesta, también, en cada vez unos escenarios más amplios y diversos.

Seamos optimistas, en el camino de la recomposición del bloque social  antagonista nos encontramos con señales que nos muestran que la resistencia  al capitalismo es posible y que ante un escenario de agresión global, la  resistencia  y la lucha del movimiento obrero deben asumir el cambio y  aprender de las nuevas formas de organización. Las cada vez más intensas  luchas de los precarios y otras muchas luchas sociales expresadas de un modo  que no podemos calificar «ortodoxamente» de obrero, como las ocupaciones de  casas, por un salario social garantizado, la lucha contra las antenas de  telefonía móvil, contra las empresas contaminantes o la reciente y pujante  lucha social contra los parquímetros en Madrid, señalan un camino para la  reflexión y la acción para las organizaciones tanto sindicales como  políticas de la izquierda revolucionaria. En todas estas luchas el escenario  ideal sería en el que cada una de ellas proporcionase la constitución de un  espacio estable que les diese continuidad. Por desgracia, parece que este  hecho, por el momento, solo se da en contadas excepciones. De todos modos,  no olvidemos que,  cada lucha, aunque no se traduzca en una victoria o en la  organización estable de los y las que han participado en ella, crea un poso  de subjetividad que en un momento dado puede producir un cambio cualitativo.

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