Macroeconomía Rápida
Jaime Ramajo
En la economía se distinguen actualmente dos campos: la microeconomía y la macroeconomía. La microeconomía es el estudio individual de cada mercado, agente o ley económica y sus características considerado cetiris paribus todo lo demás, es decir sin tener en cuenta las interrelaciones que tiene con su entorno. Las reglas del mercado, las características de la competencia perfecta, el comportamiento de un monopolio, el comportamiento de un consumidor, del mercado de trabajo, o las leyes de productividad marginal decreciente son consecuencias del análisis microeconómico.
En 1936, Keynes establece unos principios metodológicos nuevos que llevan al planteamiento macroeconómico, donde se considera la economía en su conjunto, y donde las variables económicas están todas interrelacionadas unas con otras, para resolver los problemas económicos que considera básicos: el crecimiento económico, el nivel de empleo y el control de los precios.Para ello, define las relaciones que hay en el flujo circular de la renta (la producción y la riqueza) de una economía. Su gran objetivo es acabar con las crisis cíclicas del capitalismo y conseguir incrementar la riqueza (el Producto Interior Bruto, PIB) y reducir el paro sin descontrolar los niveles de precios (la inflación). Para ello define la demanda agregada, es decir que todo lo demandado en una economía se puede descomponer en la suma de: lo demandado por las familias, es decir el consumo; lo demandado por las empresas para producir o incrementar su capacidad productiva, es decir la inversión; lo demandado por el sector público, es decir el gasto público; y lo demandado o producido para consumidores, empresas, y sector público de economías externas, es decir el sector exterior. La genialidad de su análisis viene de que se da cuenta que todas estas variables están interrelacionadas entre sí. Un incremento del consumo provoca que aumente la demanda agregada, que provoca que tenga que aumentar la producción, que hace que se tengan que contratar más trabajadores, que a su vez incrementarán el consumo. A estos bucles que se producen en los elementos de la demanda agregada se le llama efecto multiplicador. Como la variable más fácilmente controlable por el gobierno es el gasto público, basta con que el gobierno aumente su gasto para poner en marcha este círculo virtuoso. ¿Y cómo financiar esto? Fácil: impuestos sobre el dinero improductivo (los ahorros que no se han transformado en inversión) o mejor todavía, con emisión de deuda pública o imprimiendo billetes (hay que recordar que una de sus frases era “a largo plazo, todos muertos”).
Para responder a esa demanda agregada, las empresas ajustarán su capacidad productiva a los requerimientos del mercado (lo que ofrecen la empresas es la oferta agregada) y aquí paz y después gloria.
¡Y parece que el invento funciona! Durante cuarenta años el incremento del gasto estatal que crea el estado del bienestar hace que se incremente el Producto Interior Bruto, el empleo y los precios crecen algo, (sobre todo cuando se tira de impresora de billetes) pero bajo control.
Hasta que llega la crisis del petróleo en los años 70. Sube el petróleo, y al subir mucho el precio de los factores productivos, se contrae la oferta agregada, suben los precios y baja el PIB (y por tanto sube el paro). Los gobiernos reaccionan incrementando el gasto público para aumentar la demanda agregada, pero lo único que consiguen es subir los precios, no salir de la crisis: la temida estanflación (estancamiento + inflación)… ¿qué narices estaba pasando?
Friedman y los chicago-boys neoliberales se apresuraron a dar la respuesta: a niveles de PIB altos, y en mercados muy desarrollados e interconectados, las políticas de demanda agregada no funcionan, sólo crean inflación. Cuando una economía está ya muy desarrollada, y hay un mercado muy desarrollado con un sector empresarial muy dinámico y alto nivel de consumo, incrementar “artificialmente” la demanda agregada hace que se trasladen esos costes rápidamente al mercado, y aumente poco el PIB puesto que lo que haces al aumentar los impuestos es detraer dinero de la inversión y el consumo privado (efecto expulsión: lo que pones de un “lao”, lo quitas del otro), y suben los costes de producción a las empresas que hacen que tengan que subir los precios para compensarlo o se vayan a producir a otros países. Se nos rompió la demanda agregada, de tanto usarla. Y a la porra el efecto multiplicador. Si queremos que crezca la economía el único camino que tenemos es incrementar la oferta agregada, es decir mimar a las empresas. ¿Y eso cómo se hace? Pues dándoles todo el trabajo que se pueda (privatizando) e incrementando su productividad con: tecnologíaa (como Japón), con buena formación a los trabajadores (como Alemania) o reduciendo los costes de producción, es decir los salarios como…. ¿a que no te imaginas quién?
Pero aquí hay una gran diferencia. Si al incrementar el PIB por el crecimiento de la demanda agregada se beneficiaba toda la sociedad, porque se incrementaba el gasto público y se creaba el estado de bienestar, al incrementarse el PIB por el crecimiento de la oferta agregada sólo se benefician los propietarios de los sectores empresariales que tiran de la economía (normalmente grandes multinacionales). Por eso el PIB crece y se crea empleo, pero aumentan las desigualdades sociales.
¿Las políticas de demanda agregada o keynesiana funcionan en economías muy desarrolladas? Pues la verdad es que no mucho. Ni al pobre de ZP le salió muy bien la cosa cuando intentó atacar los comienzos de la crisis con planes de gasto público. Hasta en los países nórdicos son cada vez menos keynesianos. ¿Las políticas de oferta agregada funcionan? Sí, pero es muy difícil incrementar la productividad de las empresas en un mundo globalizado y deslocalizado. Además logras hacer crecer el PIB pero a costa de tus ciudadanos (pero si la macroeconomía va bien… ¿qué importa si a las personas les va mal?).
¿Hay alternativas? Pues sí. Pero son muy difíciles. Hay que cambiar el modelo productivo. El crecimiento del PIB no debe de ser nuestro objetivo económico. No debemos de producir todo lo que podamos, sino sólo lo que necesitemos y que sea ecológicamente sostenible. Tenemos que controlar la oferta y la demanda agregada, aunque sabemos que esto implica una reducción drástica del PIB (decrecer). Y repartir esta (menor) riqueza entre todos para asegurarnos que tenemos las necesidades básicas cubiertas. Fomentar una cultura del ocio y no del trabajo. Pero ¿qué político le pone el cascabel al gato?