Construir hegemonía en serio o volver a la insignificancia.
Carlos M. Gutiérrez
Con la sensación de frustración que nos ha dejado el resultado en las elecciones a casi todos nos ha dado por animarnos a escribir unos párrafos, los míos no pretenden ser un análisis de estas elecciones sino que de lo que tratan es de añadir alguna cosa más e intentar mirar más allá avisando sobre peligros que me parece se podría dar.
La confluencia ha sido un acierto y, además, era el único camino. El resultado, sin embargo, no ha sido el esperado. Creo que también tengo que ser justo y decir que, en mi opinión, Izquierda Unida tiene la mejor dirección de los últimos tiempos, y el Partido Comunista de España lleva tiempo mostrando signos de recuperación y de aumento en su capacidad de intervención política y social.
¿Es todo esto suficiente? Ni mucho menos, coincido con mi admirado Joan Tafalla Monferrer en que la decepción ante el resultado electoral se funda en un error garrafal en cuanto al análisis de lo que en términos clásicos se llamaría correlación de fuerzas o nivel conciencia de las masas. Me parece que se ha partido de un fallo tan conocido y tan cometido como es confundir nuestro propio nivel de conciencia con el nivel general de esta. Cuando menos, para saber ante lo que nos encontramos, se debería haber investigado para dibujar un mapa social mínimo (encuesta de clase o como cada uno lo quiera llamar).
Pienso que está muy claro, y ha quedado reflejado en el resultado, que la llamada mayoría social sigue pensando que es posible la vuelta atrás y que no desea cambios radicales que podrían alejarle de los días de vinos y rosas del crédito fácil y de la casa y las vacaciones en el extranjero, por supuesto, todo ello financiado. Si no se tiene claro esto, se puede caer en crear falsas ilusiones lo cual puede tener un efecto frustrante de cara a la necesidad de abordar un trabajo más a largo plazo.
Estoy convencido de que el camino a recorrer por parte de los comunistas debería partir de nuestra autonomía política y organizativa, confluyendo pero elaborando y no olvidando nuestros objetivos de siempre (la nueva y esperanzadora diputada Eva García Sempere lo afirmó durante un mitin de campaña del Partido Comunista de Madrid)- Al menos creo que es fundamental que “no nos hagan la autocrítica” desde fuera y, mucho menos, que nos hagan los análisis desde ámbitos que no nos son propios. En esta ocasión, como ya en muchas otras ocasiones, pese a tomar las decisiones correctas, hemos ido a remolque de un proceso en el que deberíamos haber influido más. Si somos capaces de elaborar nuestros propios análisis habremos dado un paso fundamental para encabezar procesos y construir desde abajo de un modo más sólido y duradero.
Hay también cuestiones que me parecen fundamentales y que pienso han quedado fuera del radio de acción de Unidos Podemos. El discurso sobre “la generación más preparada de nuestra historia” me parece sesgado y peligroso, en ocasiones incluso falso. De algún modo aparta a un segmento social muy significativo tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo: la moderna y mutada clase obrera. No podemos olvidar que hay una gran parte de trabajadores, bastantes jóvenes, que ni siquiera han terminado la ESO, y que también deben formar parte del sujeto del cambio. ¿Nadie se ha dado cuenta de que la elaboración de un discurso elitista crea rechazo en seguramente el segmento más numeroso de la clase trabajadora? ¿De verdad no tenemos nada que decir ni qué hacer con respecto a nuestros “chavs”?
Tampoco podemos caer en culpabilizar a nuestro pueblo: “este país no tiene remedio” sino que debemos tener claro que la historia de un país, y el desarrollo de su lucha de clases, son las que condicionan sus formas de vida y sus respuestas ante las distintas situaciones. En ese orden de cosas parece muy claro que existe una fuerte conciencia electoralista y delegativa en nuestra sociedad. Ese es un grave problema a abordar. Es cierto que hemos vivido el surgimiento del 15M, pero no debemos aceptar un discurso acrítico y hagiográfico sobre este movimiento. Y también tenemos que constatar que no se han mantenido, salvo raras excepciones, ni sus estructuras organizativas ni elementos estables de construcción en la sociedad.
Tal vez no está de más recordar que la última confrontación en las urnas peleada de verdad por nuestro pueblo fue el referéndum de la OTAN, allá por 1986, y que nuestra derrota entonces supuso la práctica liquidación de muchas esperanzas. Tampoco es baladí recordar cómo se desarrolló en nuestro país el Referéndum sobre la Constitución Europea. Creo que esté último referéndum aporta muchos datos sobre el grado de conciencia y el grado de organización de las clases subalternas de nuestro país. Desde entonces hemos avanzado, pero es mucho más grande el tramo por recorrer que el ya transitado. Y en algunas cuestiones, clave, como el movimiento obrero, y aún más en el movimiento sindical, hemos retrocedido y continuamos retrocediendo.
Y, desde luego, nada de “comprar” definiciones de hegemonía que proponen poco más que la capacidad para vender un programa electoral. Ese sucedáneo de la hegemonía es tan volátil como hemos podido comprobar en esta cita electoral. “Ahora o nunca” como eslogan para la agitación puede ser muy impactante, pero lo que no podemos hacer es creérnoslo o no explicar que después del nunca hay mucha lucha de clases, mucha organización y mucha hegemonía que construir. O nos damos cuenta de lo que son las elecciones, de cuáles son sus límites y de cómo limitan nuestra actuación, o corremos el riesgo de quedarnos encerrados en un eterno bucle electoralista.
Ahora toca gestionar el día después del “Ahora o nunca”, en este sentido me ha preocupado vivamente un comentario de un candidato de Unidos Podemos al senado por Madrid, profesor de filosofía, que respondía a los reclamos de “salir a la calle” diciendo que eso era “moralismo militante” y que lo que correspondía era “hacer política”. Me parece que en esa afirmación hay implícita, o no tanto, la aceptación de la teoría liberal de élites y una concepción de la política como algo que se “fabrica”, en el peor sentido del término, en contubernios formados por especialistas dotados de una ciencia particular.
Alguien tan poco sospechoso de ser un marxista ortodoxo como Guy Debord escribió hace ya bastantes años en “La Sociedad del Espectáculo” que no era posible luchar contra la alienación con métodos alienados. Pues ahí lo tenemos, si aceptamos que la política se hace en los despachos y solo por “especialistas” estamos asumiendo los postulados de nuestros adversarios, reconocemos que han conseguido hegemonizar nuestras mentes y nuestros actos.
Muchas veces nos preguntamos por qué la gente no participa, por qué la gente tiene esa costumbre pertinaz de delegar. Creo que la respuesta está bastante clara: el capitalismo es una forma de vida, mucho más que un sistema simplemente económico. Y en este sistema-forma de vida-cultura, lo que se fomenta es la representación y la delegación. A la propia reproducción del sistema no le interesa la participación y pone todas las trabas, más evidentes o más ocultas, para que la gente no se haga dueña de su propio destino. Este es el terreno de juego en el que trabajamos, al menos no lo confundamos.
Así que el único camino que se nos presenta ahora es el que pasa por ser pacientes y empezar a trabajar con un proyecto estratégico de futuro, un proyecto que no se vea marcado por el cortoplacismo electoral. Construir hegemonía en serio quiere decir comprender que es necesario abordar un proyecto cultural, muy a largo plazo, en el que seamos capaces de demostrar que es posible vivir de un modo distinto al modo capitalista, fomentando la primacía de lo colectivo sobre el individualismo que nos han inculcado, demostrando que es posible que el pueblo recupere su soberanía y pueda gobernarse a sí mismo. Tal vez la montaña a escalar parezca demasiado alta, pero si no empezamos nunca, la cima estará cada vez más lejos.
Carlos M. Gutiérrez (Espai Marx, militante del PCE y miembro del CR de IU Madrid)