Nuevas subjetividades y viejos antagonismos
César Altamira
Si alguna conclusión inmediata puede extraerse de los últimos hechos en Argentina es que la lucha de los trabajadores, de los asalariados y de los explotados determinó e impuso su dinámica al sistema capitalista. En otras palabras, se constata que el avance del capitalismo, su desarrollo y su manera particular de crecimiento no responden a leyes predeterminadas, sino que son el resultado de los enfrentamientos y antagonismos presentes en la sociedad.
El reciente proceso de luchas alcanzó tal grado de velocidad y dinamismo que su impetuosa emergencia solamente es explicable por el estallido de una crisis largamente incubada en la sociedad. Fue la persistencia de una modalidad particular de acumulación de capital la que incubó en los últimos diez años tensiones sociales de límites impensables e insospechados. Tensiones que fueron muchas veces desestimadas, desatendidas e incluso minimizadas no sólo por quienes ejercieron el poder durante este tiempo, sino también por una amplia franja de organizaciones políticas. La fragmentación social, la débil y casi inexistente organización política de las víctimas principales de este proceso, hizo que sorprendiera por la virulencia del enfrentamiento.
Hoy debemos reconocer que el antecedente inmediato de la rebelión popular debe rastrearse en las asambleas de estudiantes de universidades ocupadas, en los cortes de ruta de los piqueteros, en las pasadas expropiaciones de los pobres a los supermercados, en la consolidación de la creciente capacidad de intervención de las más diversas comunidades, así como en la resistencia y el fortalecimiento de diferentes grupos autónomos del conurbano bonearense, Rosario y otras ciudades del interior del país.
Sin embargo, nuestro análisis requiere clasificar los diversos espacios de lucha y los correspondientes sujetos políticos que se confrontaron con el poder en la última semana de diciembre:
1) Por un lado se encuentran los pobres y marginales del conurbado, habitantes de los barrios pobres próximos a la ciudad de Buenos Aires y pertenecientes a la provincia de Buenos Aires, que robaron y saquearon supermercados y almacenes. Estos fueron, en términos generales, «observados» y acompañados por el accionar pasivo de la policía de la provincia de Buenos Aires.
2) Por otro lado también se manifestaron los habitantes de diversos barrios de la ciudad de Buenos Aires -representantes de una pequeña burguesía media y acomodada- que respondieron con el cacerolazo, luego de la declaración del estado de sitio y el timorato discurso político presidencial, ante la indisponibilidad bancaria de sus salarios y ahorros decretada por De la Rúa. Fueron ellos quienes se congregaron, inmediatamente después del discurso presidencial y de manera espontánea y autónoma, en Plaza de Mayo la noche del miércoles 19, pidiendo la renuncia del ministro Cavallo y del propio presidente. Esta movilización terminó con la violenta represión policial y con el posterior enfrentamiento de los sectores juveniles con la policía, que fue premonitorio del enfrentamiento del día siguiente.
3) Finalmente, las calles de Buenos Aires, próximas a Plaza de Mayo y al Obelisco, fueron testigo el jueves 20 de durísimos enfrentamientos -con la trágica cuota de vidas- entre la policía federal y sectores estudiantiles, militantes de izquierda, y fundamentalmente jóvenes y miembros de diversas organizaciones de desocupados del conurbado.
No cabe duda acerca de la diversidad de la composición social de los actores mencionados, de la heterogeneidad de intereses y de los diferentes grados de compromiso y organización política. Una segunda conclusión exige entonces resaltar la multiplicidad de los antagonismos puestos en juego en la rebelión popular. Su diversidad: estudiantes junto a desocupados y pobres; empleados estatales junto a comerciantes cuenta de propistas; piqueteros junto a amas de casa clase media urbana, etcétera. En fin, una amalgama de intereses diversos. Se trató de una multitud que no respondía a una sola identidad, sino más bien a una comunidad. ¡Qué diferencia con la identidad uniforme que presentaba el sujeto social y político que protagonizó las masivas movilizaciones de los 70, la del obrero fabril fordista! Los tiempos han cambiado: el capitalismo de los últimos años ha parido un proletariado distinto y un nuevo sujeto social y político. La rebelión popular de diciembre es testigo, pues, de la sustantiva mutación producida en los últimos tiempos en la composición de clase, fenómeno que se refleja en las nuevas formas de organización popular.
En efecto, la marginación social de los pobres impulsada por el carácter particular que adoptó la acumulación de capital, junto con su desvinculación de los procesos institucionales, permitió como contrapartida la construcción de espacios autónomos y libertarios, comités y movimientos, asambleas y coordinaciones, así como agrupaciones locales de todo tipo que escaparon a las tradicionales formas políticas de organización. De este modo, las nuevas formas de lucha se desarrollaron evitando las instituciones tradicionales. Las múltiples y novedosas formas de organización se proyectan ahora de manera intempestiva, abrupta, violenta en los espacios de confrontación, empujadas por el nuevo sujeto social: multiplicidad de sujetos que se autorganizan en función de las necesidades de la acción desechando toda modalidad predeterminada. Así, cada dinámica de enfrentamiento recoge la realidad concreta local que muestra no sólo la gran diversidad de intereses, culturas, necesidades, identidades, sino también las autonomías presentes.
Finalmente creemos estar ante un nuevo ciclo de luchas -y ésta es nuestra tercera conclusión- que presenta características cualitativamente diferentes al ciclo de lucha de los 70. En efecto, el anterior ciclo exigía la presencia siempre activa de la estrategia política, capaz de articular y hacer el nexo entre el paso de la guerra de movimiento a la guerra de posiciones; entre el paso de la fase de destrucción y cuestionamiento a las modalidades de dominación capitalista al momento de la construcción del poder antagónico propiamente. Dicha estrategia política se concretaba en la dinámica de enfrentamiento cotidiano de las masas con el capital. Este proceso de lucha supuso también la construcción de una subjetividad política que se proyectaba en el tiempo como la imagen mítica de un sujeto por devenir. Implícito en este proceso de cuestionamiento a la dominación del capital crecía un proceso de deconstrucción de las formas y mecanismos necesarios de dominación. La insurrección mediaba entre los tiempos de destrucción y reconstrucción, entre la desestabilización y la desestructuración.
Los nuevos tiempos presentan una dinámica diferente: destrucción y reconstrucción conviven en el mismo acto de lucha, es decir, de deconstrucción absoluta. Y este proceso de deconstrucción, de lucha presente, coincide temporalmente con la construcción de la propia subjetividad; ésta ya no necesita proyectarse como construcción futura. La deconstrucción, la lucha, constituye la matriz genética de construcción de la nueva subjetividad. Una duda: quizá resulte apresurado hablar de constitución de nuevas subjetividades en la lucha inmediata; quizá sea más apropiado hablar entonces de invención de subjetividad.
La rebelión popular de diciembre indica que ha surgido y se ha expresado un conjunto de nuevos activistas, una nueva militancia política, que si bien en su composición social muestra un quiebre con la vieja militancia de los 70, simultáneamente es heredera en algún punto de las movilizaciones de los 70: la exigencia en su dinámica de algo nuevo, distinto, de algo que en el imaginario social se aparece como imposible, utópico mientras devora en su desarrollo todos los mecanismos e instancias democráticas que el sistema institucional ofrece.
La protesta popular, la rebelión, tiene cuentas pendientes sin duda; sin embargo, resultaría falso, contraproducente, retardatario, hasta reaccionario demandar de las luchas callejeras señales prácticas para resolver los problemas sociales. No podemos esperar eso de ellas. Su aporte sustantivo está en haber transformado definitivamente la agenda política nacional y latinoamericana, sembrando y proyectando la posibilidad de un mundo político distinto y mejor. Quizá resulte en este sentido estéril discutir sobre el carácter revolucionario o no del movimiento. Pero de lo que no caben dudas es sobre su potencial de destrucción del orden político y socioeconómico establecido. Por ser la rebelión portadora de contradicciones tan fuertes, es precisamente por ello portadora de una potencia igualmente nueva.
¿Estamos ante el fin de un ciclo o sólo ante la posibilidad de su agotamiento? ¿Nos encontramos frente a la apertura de nuevas potencialidades y por ende ante la caída definitiva del pensamiento único? Ciertamente no resulta fácil contestar estos interrogantes. Pero una cosa al menos parece clara, más allá de la tragedia de la represión: la rebelión ha estado marcada por el sello de la positividad. Explorar esa positividad, auscultar su riqueza y límites debe ser objeto de futuros análisis.
Si alguna lección inmediata debemos extraer de esta diversidad de voces que se expresaron los pasados días 19 y 20 es que un futuro mejor y diferente es posible de construir. Si aceptamos anticipadamente y de manera resignada la perdurable constitución del poder capitalista, entonces toda resistencia será inútil. Por el contrario, quienes ganaron la calle espontáneamente esos días destruyeron definitivamente aquella muletilla política de no hay alternativa posible, hecha añicos ante la enorme cuota de autoconfianza y decisión puesta para enfrentar al poder político.
* Profesor de la Universidad de Buenos Aires