Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Explorando el espacio entre lo mismo de siempre (BAU) y el apocalipsis final

Richard Heinberg

Predecir el futuro es una misión imposible, pero todo el mundo lo hace. Desde que tenemos lenguaje —decenas de miles de años, según las últimas estimaciones— nos hemos podido plantear la pregunta: “¿Qué nos traerá el mañana?” Las respuestas han ido de lo idílico a lo infernal, aunque la realidad ha sido, muy frecuentemente, “muy parecido al hoy.”

Desde la Revolución Industrial, el método dominante utilizado por los pronosticadores ha sido extrapolar hacia adelante en el tiempo tendencias recientes —tendencias que, dada la disponibilidad durante este periodo de energía abundante y barata, han ido principalmente en la dirección del crecimiento económico y el progreso tecnológico—. Con la llegada del carbón, el petróleo y el gas natural, las sociedades industriales pudieron crear una clase media, empleo, extraer y procesar materias primas en cantidades cada vez mayores, producir una cascada de productos de consumo y transportar personas y bienes en cantidades, y a unas velocidades y distancias, nunca imaginables anteriormente. La higiene y la sanidad mejoraron radicalmente, disminuyendo la tasa de mortalidad humana y ayudando a espolear la mayor expansión de población de la historia de nuestra especie.

A los planificadores les parecía básicamente sensato alinear una regla con estas líneas ascendentes en los gráficos y extenderlas unos cuantos centímetros más, indicando años o décadas de aún más crecimiento y progreso (sí, lo sé, el proceso era más complicado que esto, pero no demasiado). El método proporcionaba previsiones moderadamente acertadas. Más aún, se aplaudía a los pronosticadores puesto que a la mayoría de la gente le gusta mucho pensar que el crecimiento y el progreso pueden mantenerse en el futuro próximo, puesto que su fracaso supondría hacer añicos sueños y expectativas. No obstante, durante los últimos 40 años expertos en el estudio de las dinámicas ecológicas, climáticas, de población, de agotamiento de recursos y de la deuda han señalado que las recientes tendencias de crecimiento simplemente no pueden ir mucho más lejos. Al contrario, la hora de la verdad respecto a los límites naturales casi con toda certeza se producirá en el curso de este siglo. Los seguidores de toda disciplina relevante han señalado las terribles consecuencias que se producirán si los gestores políticos no ponen en marcha determinadas correcciones de curso a gran escala, como la estabilización y disminución de la población, las reducciones de las emisiones de carbono y la conservación de hábitats. En lo principal —esto es, más allá de la adopción de algunas pocas regulaciones medioambientales importantes pero no transformadoras— la sociedad ha fracasado en la corrección del curso, y por tanto deberíamos esperar ahora consecuencias terribles y polivalentes. Si las estimaciones más conservadoras de los límites planetarios son aproximadamente correctas, deberíamos anticipar un futuro que es profundamente desafiante. Caracterizado por la desintegración social y el fracaso de los ecosistemas. En el peor de los casos, podemos pensar en la extinción de la mayor parte de especies animales y vegetales, incluidos los humanos. Y el deslizamiento cuesta abajo empezará pronto, si es que aún no lo ha hecho.

El enorme hueco entre estos resultados —el crecimiento BAU y el progreso por un lado y el colapso provocado por los límites por otro— ha sido siempre un espacio vital pero disputado. El objetivo de aquellos que dicen que no podemos mantener el BAU nunca ha sido promover el colapso, sino más bien sugerir cosas que podríamos hacer para cambiar las actuales tendencias y conductas para que el choque fuese más moderado y con posibilidades de supervivencia. En efecto, han estado explorando el hueco, buscando puntos de aterrizaje en el camino arriba o abajo de la escalera mecánica del crecimiento. O buscando cerrar el hueco, reduciendo el boom para que su estallido no sea tan grave.

En los últimos años hemos visto a los gestores políticos seguir buscando el crecimiento por encima de cualquier otra prioridad. Al mismo tiempo, los medios de comunicación y entretenimiento (alimentados por los ingresos de la publicidad pro-crecimiento) han intentado proteger a las masas de la exposición a la peligrosa verdad que una rápida expansión de la población y el consumo en un planeta finito es una receta segura para el desastre.

Desgraciadamente, muchos de aquellos que son conscientes de los límites han escogido evitar completamente la cuestión o han hecho un esfuerzo concertado por suavizar su mensaje para ganar tracción con los poderosos. Así, algunos ecologistas diestros en relaciones públicas prometen ahora un infinito “crecimiento verde” que se puede conseguir, de alguna manera, mediante un huidizo “desacoplamiento” de los beneficios sociales por un lado, y del crecimiento de la población, el uso de energía y consumo de materiales por el otro. Por supuesto, los conscientes de los límites son más bien pocos. La mayoría de los que están preocupados por la crisis climática o los problemas ecológicos no los ven como manifestaciones de un patrón sistémico más profundo de “sobrepasamiento”.

Mientras tanto, sin embargo, suenan todas las alarmas avisando que la civilización industrial se está acercando rápidamente a límites planetarios innegociables. Cada uno de los últimos 16 meses ha establecido un récord mundial total de temperatura. La industria del petróleo parece haber entrado en una crisis terminal debido a sus necesidades de niveles cada vez más altos de inversión para encontrar, producir, refinar y servir recursos de cada vez menor calidad. Las especies animales y vegetales están desapareciendo a tasas de extinción miles de veces por encima de lo normal. Y los niveles de deuda mundial se han disparado desde la crisis financiera de 2008, preparando el escenario para una convulsión financiera aún mayor cuando golpee la próxima recesión cíclica.

Quienes estudian los límites son cada vez más numerosos e hilan más fino las pruebas, con más habilidad y meticulosidad. Algunos aparecen para anunciar públicamente que no hay nada hoy que los líderes mundiales puedan hacer para evitar el colapso civilizatorio, el sufrimiento masivo y la extinción y ruina de los ecosistemas. La humanidad, dicen, ha despilfarrado sus oportunidades para una corrección del curso. Ahora está asegurado el peor escenario posible. En efecto, la brecha entre los resultados anticipados se ha hecho mayor y más políticamente contestada que nunca. Esto significa que hoy es aún más difícil explorar el hueco o estrecharlo. Lo que supone una tragedia, porque es únicamente aferrándose a oportunidades que se encuentren en el hueco como podemos encontrar probablemente refugio para la tormenta que se acerca.

Quizá pueda ilustrar los retos actuales de exploración del hueco con un ejemplo de mi propio trabajo. Recientemente he colaborado con el experto en energía David Fridley para escribir conjuntamente un proyecto de investigación de un año cuyas conclusiones se resumen en nuestro nuevo libro Our Renewable Future (Nuestro futuro renovable). Hemos estudiado la potencial transición a una economía energética principalmente eólica y solar con el objetivo de ser brutalmente honestos. Hemos revisado análisis anteriores de operadores de red y suministradores de combustible así como de ingenieros eólicos y solares. Además, hemos estudiado no solo los requerimientos de suministro de energía, sino también los cambios necesarios en la forma en que se usa actualmente la energía para que se ajuste a las nuevas fuentes. Vimos el proyecto (aunque no usamos esta terminología exactamente) como un trabajo de exploración del hueco: la transición de la sociedad desde los combustibles fósiles hacia alternativas renovables será clave para evitar lo peor del cambio climático, y se producirá en cualquier caso, dado el agotamiento en marcha de los recursos de petróleo, carbón y gas económicamente recuperables. ¿Cuáles son las perspectivas para esta transición? ¿Cuáles son los potenciales obstáculos?

Llegamos a la conclusión de que, aunque en teoría puede ser posible construir la suficiente capacidad de suministro solar y eólico para sustituir las actuales fuentes energéticas fósiles, buena parte de la infraestructura actual de uso de energía (para los procesos de transporte, agricultura e industriales) será difícil y caro adaptarla al uso de electricidad renovable. Frente a estos y otros retos relacionados, defendemos que probablemente no será posible mantener una economía del crecimiento orientada al consumo en el futuro postfósil, y que sería mejor que todos tuviésemos como objetivo la transición a una economía de la conservación más sencilla y localizada.

La respuesta a nuestro libro ha sido un poco abrumadora. Pocos lectores (o potenciales lectores) parecen querer implicarse con los problemas que plantea nuestro análisis. Algunos han respondido insistiendo en que la energía solar y eólica posiblemente no puede impedir el colapso total de nuestra economía y sistemas de soporte vital planetarios. Están convencidos de que las renovables no pueden reemplazar de manera significativa a los combustibles fósiles y por tanto descartan nuestra visión de un “futuro energético 100 por cien renovable” como excesivamente optimista. Mientras tanto, otros dicen que el cambio a las renovables es un gigante imparable y que cualquier duda sobre sus capacidades equivale al derrotismo o algo peor.

Un claro ejemplo de esta última actitud se encuentra en un reciente ensayo de la historiadora de la ciencia y autora de Mercaderes de duda Naomi Oreskes. En este libro equipara los comentarios críticos sobre la energía solar y eólica con el negacionismo climático. Oreskes sostiene su caso sobre informes del ingeniero medioambiental de Stanford Mark Jacobson, quien simplemente muestra como (de nuevo, en teoría), dada la inversión suficiente, los suministros de electricidad renovable se podrían escalar hasta cubrir los niveles totales de uso de energía actuales y proyectados. Jacobson o ignora o pasa rápidamente por encima, de la mayor parte de los problemas planteados en Nuestro futuro renovable. Desde su punto de vista, lo único que se interpone en el camino a un futuro con energía renovable pero por lo demás BAU es la voluntad política de los gestores políticos.

En el otro lado de la barrera están aquellos que descartan completamente las fuentes energéticas renovables, como la actuaria y escritora sobre energía Gail Tverberg, quien sostiene que construir capacidad solar y eólica en realidad hace que las sociedades acaben peor de lo que ya están. Su crítica a las renovables parece basarse casi enteramente en literatura de empresas de combustibles fósiles y de servicios públicos. No parece citar demasiados datos de ingenieros solares o eólicos. Sus críticas tienen algún mérito —pero no tanto como tendrían si reflejasen un estudio más equilibrado del tema—.

La realidad que David Fridley y yo hemos encontrado es complicada y matizada. En el lado positivo, las tecnologías solar y eólica producen un excedente neto de energía importante (esto es, energía por encima de la cantidad que debe ser invertida para construir e instalar paneles y turbinas). Además, buena parte del uso actual de energía puede ser electrificado y hacerlo sustancialmente más eficiente. Pero aspectos clave de nuestro actual sistema industrial (como la producción de cemento, la industria química, la navegación y la aviación) será difícil que se mantengan sin aportes de combustibles fósiles baratos. Durante la transición, estos sectores puede que tengan que reducir su tamaño, quizá bastante drásticamente. Las adaptaciones necesarias a cómo usa la sociedad la energía implicarán transformaciones para toda la economía y las formas de vida de la gente común. No sabemos exactamente cómo será una economía industrial postfósil hasta que no estemos ocupados resolviendo una lista de preguntas. (He aquí solo tres: ¿Cuánta inversión de capital vamos a querer y ser capaces de reunir para este propósito? ¿Puede seguir la economía funcionando ante costes mucho más altos de los procesos industriales? ¿Qué le pasa al sistema financiero si el crecimiento del PIB ya no es posible?)

Nunca lo descubriremos si rechazamos movernos de donde ahora estamos. De hecho, si no hacemos el esfuerzo de impulsar la transición rápidamente, simplemente no habrá una economía postfósil. La sociedad sufrirá sacudidas y se tambaleará hasta que caiga en ruinas.

Dado que los aeropuertos, centros comerciales, rascacielos y barcos contenedores BAU tienen una cada vez menor probabilidad de seguir siendo útiles o replicables durante mucho más tiempo, lo que deberíamos estar haciendo es explorar estructuras que sean sostenibles —y eso implica identificar formas más sencillas de cubrir las necesidades humanas básicas—. Dado que mantener y adaptar los actuales niveles de transporte será un gran reto, probablemente insuperable, podríamos empezar por ponernos como objetivo hacer más cortas las cadenas de suministro y localizar las economías.

La innovación social probablemente interpretará un papel más importante en este proceso adaptativo y transformador que la invención de nuevas máquinas. Sí, necesitamos investigación y desarrollo en cientos de áreas técnicas, como formas de construir y mantener carreteras sin asfalto o cemento; formas de producir productos farmacéuticos esenciales sin combustibles fósiles; y formas de construir paneles solares y turbinas eólicas con un mínimo de combustibles y materiales raros y exóticos. Pero de hecho ya tenemos formas de baja tecnología de resolver muchos problemas. Sabemos cómo construir barcos a vela de madera; sabemos cómo construir casas muy eficientes energéticamente usando materiales locales, naturales; sabemos cómo cultivar alimentos sin insumos fósiles y cómo distribuirlos localmente. ¿Por qué no usamos más estos métodos? Porque no son tan rápidos o convenientes, no pueden operar a la misma escala, no dan tantos beneficios, y no se adaptan a nuestra visión del “progreso”.

Aquí es donde entra la innovación social. Para que se produzca la transición lo más suavemente posible, debemos cambiar nuestras expectativas sobre velocidad, comodidad, accesibilidad y derecho. Debemos compartir lo que tenemos en lugar de competir por recursos cada vez más escasos. Necesitamos conservar, reutilizar y reparar. No habrá espacio para la obsolescencia programada, o para disparidades crecientes entre ricos y pobres. La cooperación será nuestra salvación. Así, también, se reconocerá que hay límites —tanto de capacidad del planeta para mantener nuestro número y actividades como del rol de la tecnología para “solucionar” estas crisis—. Pero solo porque ya no podamos seguir aumentando la población, el consumo y la complejidad no significa que no puedan aumentar la felicidad, el bienestar o la prosperidad.

No obstante, estaremos haciendo estos cambios de conducta y de actitud en el contexto de profundas perturbaciones periódicas en nuestra economía y medio ambiente. Por eso una gran parte de nuestro trabajo para cerrar el hueco consistirá en construir resiliencia comunitaria. Esa palabra, resiliencia, es invocada ahora con frecuencia por grandes fundaciones filantrópicas y planificadores militares que ven perturbaciones climáticas en el horizonte. Pero a menudo estas visiones de resiliencia parecen consistir básicamente en construir muros para proteger los distritos de negocios en las ciudades costeras de las subidas del mar, o diseñar equipos de combate para soportar un clima más duro. Para la mayoría de las comunidades, sin embargo, los esfuerzos importantes para construir resiliencia probablemente se darán más a nivel de base y serán menos burocráticos. Mejorar la resiliencia consistirá en evaluar vulnerabilidades específicas y luego construir amortiguadores (como depósitos de suministros esenciales), aumentar barreras (por ejemplo, creando más resistencia frente a las inundaciones mediante la restauración de humedales), o aumentar las redundancias (diversificando las fuentes de alimentos locales mediante el apoyo a jóvenes campesinos). También implicará fortalecer la cohesión y la confianza sociales animando a la participación en organizaciones comunitarias y acontecimientos culturales.

En el Post Carbon Institute hemos estado investigando cómo construir resiliencia comunitaria desde hace varios años. Hemos publicado una colección de libros sobre el fortalecimiento de los sistemas alimentarios locales, sobre cómo empezar proyectos de energía renovable locales y cómo mantener capital de inversión en circulación dentro de las comunidades en lugar de dejarlo fluir hacia centros financieros distantes. También albergamos un sitio web robusto, actualizado diariamente, www.resilience.org, que proporciona a los lectores ensayos meditados y descripciones de buenas prácticas seleccionadas de proyectos de cierre de hueco de todo el mundo. Hay otros proyectos en marcha, como una serie de vídeos para estudiantes universitarios que estudian sostenibilidad y resiliencia, y un Community Resilience Reader (Lector de Resiliencia Comunitaria). Nos gustaría hacer mucho más, pero hemos descubierto que financiar la exploración o el cierre de hueco es relativamente poco convincente comparado con lo disponible para proyectos BAU. ¿Quieres construir una autopista para trabajadores de los suburbios que viajan al centro?, ¿una terminal para la exportación de GNL?, ¿un nuevo complejo residencial formado por estructuras pensadas para durar solo unos 50 años?, ¿usando cantidades desorbitadas de energía para calentar y enfriar, y emplear materiales de construcción que tienen las cantidades más altas posibles de energía embebida? ¡No hay problema! ¿Cuántos millones necesitas? Pero para un centro distribuidor de comida local, un intento de Ciudades en Transición, un mercado para productos locales, una incubadora de empresas cooperativas, una biblioteca de herramientas, hay, como mucho, calderilla.

Incluso algunos donantes a organizaciones sin ánimo de lucro, gente por otra parte inteligente e informada, huyen del trabajo de cerrar hueco en favor de un apoyo continuado a grandes organizaciones medioambientales convencionales que intentan frenar la marea de destrucción medioambiental o prometen un futuro energético limpio que no requerirá de cambios profundos en cómo vivimos. Estas se consideran evidentemente una apuesta más segura, aunque sus esfuerzos notorios para batallar con los combustibles fósiles y socavar intereses pueden ofrecer poca ayuda tangible a la gente común a medida que la transición energética se acelera debido al hundimiento termodinámico de la industria petrolera mundial.

Las muchas miles de personas trabajando para cerrar el hueco y crear resiliencia merecen más atención y apoyo, y no solo porque sean individuos prácticos y solidarios —como son la mayoría de ellos—. Proporcionan a la sociedad, después de todo, el equivalente a un seguro anti-incendios y cinturones de seguridad en un momento en el que es seguro que los fuegos metafóricos y literales y los choques van a ser más frecuentes y graves. Es la cantidad y calidad del trabajo que se pueda llevar a cabo dentro del hueco lo que determinará quién sobrevive y cuántos sobreviven, cuando el boom estalle.

Cuando se trata de pronosticar el futuro, contadme entre los pesimistas. Estoy convencido de que las consecuencias de décadas de obsesión con el mantenimiento del BAU serán catastróficas. Y esas consecuencias podrían estar sobre nosotros más pronto de lo que incluso algunos de mis compañeros pesimistas suponen.

Sin embargo no voy a dejar que este pesimismo (o ¿es realismo?) me impida hacer lo que todavía se puede hacer en hogares y comunidades para evitar la completa fatalidad. Y, aunque décadas de fracasos en imaginación e inversiones han desahuciado multitud de opciones, creo que todavía hay algunas alternativas posibles al BAU que proporcionarían en realidad mejoras significativas en la experiencia diaria de vida de la mayor parte de la gente. El hueco se halla dónde está la acción. Todo lo demás —ya sea fantasía o pesadilla— es una distracción.

(Traducción de Carlos Valmaseda del artículo “Exploring the Gap Between Business-as-Usual and Utter Doom” originalmente publicado en el web del PostCarbon Institute.)

 

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