Develando el holograma del poder
Introducción
En el número 7 de Rebeldía, el Subcomandante Insurgente Marcos publicó un artículo titulado: “El mundo: siete pensamientos en mayo de 2003”. En la introducción del mismo se plantea que esta contribución representa una aportación del zapatismo a la elaboración de una agenda de discusión, que no de puntos de acuerdo. Esta contribución reafirma la visión que varios hemos planteado de que desde el inicio de la insurrección zapatista del 1 de enero de 1994 se vive un proceso de reanimamiento de un debate indispensable para el desarrollo de un pensamiento emancipador.
Esto se debe no únicamente a que la insurrección estalla en el momento en que los teóricos del capitalismo mundial cantaban las glorias al fin de las teorías revolucionarias o rebeldes sino a algo aún más significativo: ese avance del pensamiento de la derecha no era producto principalmente de su fuerza sino del callejón sin salida al que había llegado el pensamiento de la izquierda. El zapatismo abrió una brecha, por la cual se generó un proceso de reorganización del movimiento social y, en función de lo anterior, una discusión teórica plural. Aunque es necesario señalar que ésta avanza más lentamente que el primero.
En ese marco, el texto arriba citado permite ubicar algunos puntos centrales de discusión. Muy probablemente no sean los únicos, ni forzosamente se tendrá que estar de acuerdo con lo que en ellos se expresa, pero su importancia es innegable.
Por eso y para provocar una discusión mayor es que comento el tema 2 de ese documento: “El Estado nacional y la polis”.
1. “En el agónico calendario de los Estados nacionales, la clase política era quien tenía el poder de decisión. Un poder que sí tomaba en cuenta al poder económico, al ideológico, al social, pero mantenía una autonomía relativa respecto a ellos […] Balance de administración, política y represión, una democracia avanzada. Mucha política, poca administración y represión encubierta un régimen populista. Mucha represión y nada de política y administración, una dictadura militar”.
La vieja clase política, que actuaba en los marcos de los Estados nacionales, tenía el poder de decisión sobre una serie de elementos fundamentales de la vida nacional. Su poder contaba con algunos márgenes de autonomía relativa que le permitían “ver más allá”. Aquí nos encontramos con la descripción de cómo funcionaba en la prehistoria (el siglo XX) el poder político.
Los políticos profesionales de esa época se veían a sí mismos y eran vistos por la sociedad como estadistas, capaces de unir a la nación por objetivos determinados. Esto no les otorga ningún tipo de simpatía. La descripción no implica aval. Más aún. La dificultad para enfrentar ese tipo de poder político era mayúscula, en tanto ese poder contaba con bases de legitimidad y de consenso muy fuertes, lo mismo que la utilización de mecanismos de coerción cuando el consenso se fracturaba.
La política era entendida como un arte, el arte de engañar, esconder, hacer pasar gato por liebre. Los estadistas eran auténticos magos que llevaban a cabo actos de prestidigitación, ante los ojos atónitos de la ciudadanía. Y cuando esos actos no funcionaban tenían la posibilidad de utilizar la represión para retomar el camino anterior.
Atrás se contaba con una forma de organización de la vida económica, social y política que le daba sustento a ese tipo de poder. Indudablemente, ese poder estaba diseñado para garantizar la propiedad privada, las ganancias privadas y los niveles de explotación y opresión; lo que sucedía era que la forma para garantizar dicho dominio estaba íntimamente relacionada con la idea de presentarse frente a los ciudadanos como neutrales o simples árbitros entre los conflictos sociales.
Existe una relación estrecha entre el fordismo productivo, el Estado benefactor, el incremento del consumo de los trabajadores y la existencia de una clase política que ubica su espacio de desarrollo en función de las fronteras nacionales.
Esa clase política es hoy pieza de museo, su transformación ha sido paralela al proceso de reorganización productiva, a la eliminación del Estado benefactor y a la crisis del consumismo de los trabajadores.
Pero, desde luego, también esa clase política, lo mismo que todos los otros factores que hemos descrito, tenía como objetivo frenar los procesos revolucionarios que se habían venido desarrollando como consecuencia del triunfo de la revolución Rusa.
2. “La globalización, es decir la mundialización del mundo […] encontró medios y condiciones para destruir las trabas que le impedían cumplir con su vocación: conquistar con su lógica todo el planeta”.
La globalización significa, entonces, antes que nada, la política seguida por el poder para romper con una serie de viejos paradigmas, con el objetivo de que los señores del dinero no tan sólo reinen sino que también gobiernen. La idea que estaba atrás era que los viejos Estados-Nacionales y la vieja clase política habían cumplido su papel y que ahora, libres de la amenaza de la revolución socialista, lo que seguía era conquistar el planeta pasando por destruir las trabas que el viejo Estado-Nacional le imponía, o para ser más preciso, resolviendo la antinomia fundamental con la que ha sobrevivido el capitalismo, desde su origen: ser el primer sistema de producción que tiene como esencia la conformación de un sistema-mundo (internacionalización del capital) y tener que construir Estados nacionales como la herramienta esencial para su conformación, dominio y hegemonía.
Ese proceso de globalización ha significado, en la práctica, la rendición del viejo Estado-Nacional, en todos los terrenos: político, militar, ideológico y económico. El neoliberalismo ha pasado sobre el Estado nacional de la misma manera que pasa el conquistador por las tierras conquistadas, pisando todo lo que encuentra a su paso.
Esto ha generado dos dinámicas: la de los enamorados de este impresionante viento, que en la práctica significa la nueva modernidad, y la de los despechados y nostálgicos del pasado. Entre los primeros están los que sin quererlo o queriéndolo, al narrar la gesta de conquista del neoliberalismo, elaboran una oda a un proceso que ha significado ya millones de asesinados, millones de muertos de hambre, millones de enfermos de las nuevas epidemias, etcétera. Y, por otro lado, los que aferrados a los viejos esquemas de pensamiento, añoran al viejo Estado Nacional (normalmente estamos hablando de un sector importante de pensadores de izquierda), en tanto éste les daba la seguridad y la certeza sobre el quehacer político, su internacionalismo llegaba hasta sus fronteras nacionales y a lo más que se podía llegar era a mantener una política de solidaridad.
La IV Guerra Mundial se manifiesta como una confrontación entre la globalización y los Estados Nacionales. Los casos de las guerras de los Balcanes, de Afganistán y de Irak no son sino el inicio de ese proceso. Los Estados Nacionales más débiles por su conformación original son simples observadores de esta dinámica, mientras que los Estados Nacionales más fuertes, a pesar de sus molestias, no son otra cosa que clientes respondones de la globalización.
3. “El nuevo orden mundial sigue siendo un objetivo en el orden de batalla del dinero, pero en el campo yace ya, agonizando y esperando la llegada de auxilio, el Estado Nacional”.
Al otro día de la caída del muro de Berlín y, desde luego, inmediatamente después de la caída de la Unión Soviética, George Bush padre decretó el inicio de un nuevo orden mundial. Sin embargo estaba claro quién era el derrotado pero no quién era el triunfador. El viejo orden mundial (el bipolar) había generado una inercia que permitía la estabilidad. La competencia intercapitalista desde luego existía, pero de alguna manera estaba subordinada a la lógica de la confrontación bipolar. El mejor símbolo de lo anterior era la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Desde luego, a Francia o a Alemania no les gustaba mucho depender en el terreno militar de Estados Unidos pero no tenían otra opción, tanto por la situación en la que quedaron después de la segunda guerra mundial como por el profundo temor que les creaba la existencia de la Unión Soviética. Los gobiernos capitalistas trabajaron duro para el rompimiento de ese viejo orden, pero no estaban del todo preparados para gestionar sin problemas el surgimiento de un nuevo orden.
Eliminado el enemigo (el otro) que los unía, ahora se desataban todas las fuerzas internas dando paso a una feroz competencia, con el debilitamiento extremo de los Estados nacionales.
La vieja clase política es así sustituida por lo que el Subcomandante Insurgente Marcos llama la “sociedad del poder”. Ésta “no sólo detenta el poder económico y no sólo en una nación” sino que actúa más allá de una nación y más allá del poder económico. Es decir, busca sustituir al viejo Estado Nacional y su poder rebasa el meramente económico por medio del control de los organismos financieros internacionales, mecanismo ideal para controlar países enteros, medios de comunicación, centros educativos, etc.
En especial los organismos financieros internacionales han jugado un papel clave en el estallido de crisis sumamente graves. En el caso de los Estados Nacionales latinoamericanos esto fue preparado desde la década de los años ochenta. La crisis de la deuda permitió conseguir una injerencia más significativa y menos costosa que las intervenciones militares del pasado o que el financiamiento de los golpes militares. Todos los países latinoamericanos fueron cediendo espacios fundamentales de soberanía al aceptar las cartas de intención elaboradas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), al establecer los planes de ajuste, al autonomizar los bancos centrales, al aceptar el remate de sus bienes nacionales, etcétera. En el campo de una batalla nunca declarada quedó el viejo populismo nacionalista latinoamericano, la vieja concepción de una izquierda nacionalista que pensaba que el socialismo solamente se podía realizar aliándose con la burguesía nacional. Ambas corrientes cayeron en la dialéctica de aceptar un poco para ir aceptando todo poco a poco. Un viejo partido nacionalista o una corriente de izquierda tradicional pueden llegar al gobierno de su país, pero su espacio y su tiempo están determinados por la incapacidad que demostraron frente al viento arrasador del neoliberalismo. Y, al revés, a la “sociedad del poder” le importa poco quién gobierna (la derecha o la izquierda), lo que le importa es que siendo una u otra, no se salgan del script diseñado por ella sobre cuál es su papel en la nueva división internacional del trabajo. Hace años, si un partido de izquierda ganaba las elecciones y asumía un gobierno, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos inmediatamente comenzaba su trabajo de desestabilización. Hoy, si no se sale de los marcos prefijados, es mejor recibirlo en la Casa Blanca, invitarlo a los foros internacionales de los hombres del dinero (posiblemente Davos sea la capital de la “sociedad del poder”) e incluso señalarlo como uno de sus mejores alumnos.
4. “La “sociedad del poder” desea un Estado Mundial con un gobierno supranacional, pero no trabaja en su construcción”.
Desde luego, desde hace muchos años, los ideólogos de la globalización neoliberal saben que la única manera para resolver la antinomia que marca al capitalismo desde el inicio es construir un Estado supranacional, pero ese conocimiento no sirve de nada; en dado caso permite la creación de fuegos artificiales que buscan nublar la capacidad de análisis. El Estado supranacional no existe y ni siquiera lo podemos encontrar en el orden del día de la “sociedad del poder”. Representa una borrachera para los señores del dinero, se habla mucho de él en las fiestas pero una vez que la borrachera pasa se elude el tema, incluso se tiene cierta vergüenza de lo que irresponsablemente se llegó a decir.
La cuestión es que no se da ese paso pero en cambio se han dinamitado las bases de sustentación del Estado nacional. El viejo orden ya no existe, pero en su lugar no se ha construido un nuevo orden; más claro aún, el viejo orden de los Estados nacionales ya no existe pero el orden del Estado supranacional no existe y más aún no se trabaja en su construcción. Eso permite la existencia de una fase mórbida en que algunas veces se busca refugio tímidamente en el cascarón de los viejos Estados nacionales y eso es inmediatamente interpretado por sus añoradores como un signo inequívoco de que el viejo orden se mantiene. En realidad se trata más de un wishful thinking que los viste de cuerpo entero.
La reciente guerra en contra de Irak evidenció estos dos procesos: por un lado, los Estados nacionales se mostraron completamente ineficaces para enfrentar la situación a partir de las viejas herramientas heredadas del viejo orden mundial; en especial la Organización de las Naciones Unidas (la organización de los Estados nacionales) fue totalmente inoperante e ineficaz.
Por otro lado, la inexistencia de un Estado supranacional permitió que esa guerra provocara una fractura en la misma “sociedad del poder”, en tanto los roles económicos a jugar no están ya definidos y sobre todo no son definitivos. Más aún, cada quien se vio obligado a recurrir a sus cascarones para buscar una renegociación en la repartición de la riqueza de los nuevos territorios a conquistar. Y, en este nivel, el problema de los energéticos es clave.
Pero, más allá, la carencia de una nueva estabilidad permite que la hegemonía económica siga en disputa. La cuestión es que el desequilibrio militar está siendo utilizado por los señores del dinero de Estados Unidos y sus aliados europeos para controlar los recursos estratégicos en una fase del capitalismo donde el control de esos recursos cobra una importancia más grande que nunca. La inexistencia del Estado supranacional permite que la competencia intercapitalista no tan sólo se mantenga sino que se haga más virulenta que nunca.
5. “El Estado Nacional de la sociedad del poder sólo aparenta un vigor que mucho tiene de esquizofrenia. Un holograma, eso es el Estado Nación en las metrópolis”.
Si como algunos suponen, el debilitamiento y la crisis de los Estados nacionales son fenómenos que se reducen a los países del llamado tercer mundo, mientras que en las metrópolis lo que se vive es un fortalecimiento y más aún una extensión de los Estados nación, entonces es difícil de entender lo que sucedió con Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, etcétera, frente al unilateralismo norteamericano. La incapacidad del Consejo de Seguridad de la ONU para frenar la guerra, en última instancia revela la crisis y la debilidad.
Pero incluso en el campo de los triunfadores la situación no es muy diferente. Pensar que el más viejo de los Estados nacionales, Gran Bretaña, vive una fortaleza es cerrar los ojos ante su profunda debilidad. Un solo ejemplo. Un poco después del 11 de septiembre, cuando George Bush hizo un homenaje a los bomberos neoyorquinos en el Congreso norteamericano, entre los asistentes estaba Tony Blair, quien fue presentado y tratado no en su calidad de jefe de Estado, sino en el mismo nivel del jefe de la policía de esa ciudad. Gran Bretaña no es otra cosa que una extensión de los territorios de Norteamérica. Es un nuevo barrio de Manhattan.
Pero el mismo Estado norteamericano ha sido víctima de un asalto por parte de los señores del dinero. Ese proceso tuvo su punto culminante con el fraude electoral que permitió que Bush fuera nombrado presidente. La conformación de su gabinete fue la demostración de que el golpe de Estado que se había llevado a cabo, no había sido realizado por la vieja clase política republicana sino por los grandes consorcios económicos, en especial los que están vinculados a las empresas petroleras y armamentistas.
Desde luego, la ideología que se está utilizando es ultra nacionalista. Es imposible pensar que se puede conquistar el apoyo mayoritario de un pueblo confesando que se llevará a cabo una guerra para quedarse con la segunda reserva petrolera del mundo o que se va a enviar a los soldados norteamericanos para hacer más poderoso a un puñado de multimillonarios. Se tuvo que inventar que la nación norteamericana estaba en peligro. Pero eso es ideología pura. Como nunca antes en la historia los objetivos de la guerra estaban vinculados a una serie de empresas trasnacionales y como nunca el objetivo fue perjudicar a otras empresas trasnacionales. Claro, en medio existía un Estado nación, un pueblo, una cultura, una forma de vida, pero todas esas cosas (para los señores del dinero) son total y absolutamente prescindibles. El holograma del Estado nacional nos da una imagen nacionalista distorsionada. Deconstruir ese holograma es una de las tareas más ingentes.
6. “La Polis moderna […] sólo tiene de la clásica (Platón), la imagen superficial y frívola de las ovejas (el pueblo) y el pastor (el gobernante). Pero la modernidad trastocó por completo la imagen platónica. Ahora se trata de un complejo industrial: algunas ovejas se trasquilan y otras se sacrifican para obtener alimento, las “enfermas” son aisladas, eliminadas y “quemadas” para que no contaminen al resto”.
El objetivo, ahora que el comunismo ha sido derrotado (así lo piensan en la “sociedad del poder”, extrapolando la derrota de los regímenes burocráticos poscapitalistas) no es disputar la mente y los corazones de los pobres; tampoco competir con otro sistema económico para demostrar que los trabajadores pueden tener mejores condiciones de vida bajo el capitalismo; mucho menos pensar en cómo asegurar que los viejos tengan condiciones favorables de retiro, o que los enfermos por el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida puedan tener acceso a la seguridad social y a medicinas baratas y de calidad. Todos esos elementos que fueron llevados a cabo por los viejos Estados nacionales, (bajo su etapa de Estado benefactor, como una necesidad para limitar al capitalismo voraz en un mundo en que las revoluciones socialistas o de liberación nacional estaban a la orden del día) hoy no tienen razón de ser bajo la nueva lógica de la acumulación de capital. Los elementos coercitivos han sustituido en gran medida a los elementos de consenso.
La humanidad, no una clase en específico, está en peligro de desaparecer. Y esto no es simplemente una visión terrorífica. Las nuevas armas de destrucción masiva, el impresionante desequilibrio ecológico (la desertificación, la escasez del agua, el hoyo de la capa de ozono, la destrucción de bosques y selvas…), las terribles pandemias, la extensión del hambre, etcétera, son los nuevos jinetes del Apocalipsis. Nada más que ahora cabalgan sobre el “desarrollo” de la técnica y el progreso. Pero, como para el capital neoliberal ya no hay enemigo global, nada de esto parece preocuparle lo suficiente para ameritar una intervención reguladora por parte del Estado; el pastor es carnicero y que el rebaño se apañe como pueda.
7. “La imagen de la ciudad rodeada (y amenazada) por cinturones de miseria y la imagen de la nación hostigada por otros países, se han empezado a transformar. La pobreza y la inconformidad (esas “otras” que no tienen el buen gusto de desaparecer) ya no están en la periferia, sino que se pueden ver casi en cualquiera de las urbes… y de los países. Quien gobierna la ciudad, sólo administra el proceso de fragmentación de la polis, en espera de poder administrar el proceso de fragmentación nacional”.
La vieja relación centro-periferia se desvanece, no porque los niveles de opresión y explotación se hayan hecho más tenues sino exactamente al contrario. El fracaso del viejo capitalismo periférico (así fue conocido por muchos) en varios niveles —pero fundamentalmente en dos: fracaso de la cuestión agraria y fracaso de la industrialización— generó en un primer momento el crecimiento desmedido de las ciudades, pero en un segundo momento la huida del país. Los 250 millones de migrantes del mundo son el resultado de ese doble proceso. Esos 250 millones de migrantes han cambiado la conformación de las viejas clases obreras (simplemente observemos cuál es la composición de la actual clase obrera alemana o francesa), sus puntos de referencias, sus adquisiciones culturales, sus historias, sus identidades. Los “otros” se han colado por las paredes porosas de las nuevas polis, sobreviven sin integrarse. Cada vez más los “otros” cumplen una doble función: ser el motor de la acumulación de capital y paralelamente ser la fuente principal (o de las principales) del envío de divisas a sus países de origen. Una nueva clase obrera a la cual el viejo sindicalismo no le dice gran cosa. Los temidos “otros” son hoy uno de los factores claves del nuevo modelo económico neoliberal y al mismo tiempo los receptores de los odios racistas y clasistas de la “sociedad del dinero”. Por eso la guerra contra los “otros” es una guerra sin fin, pero también por eso es una guerra perdida. Y los otros no son sólo migrantes. En nuestro país, millones de “otros” salen hacia Estados Unidos, pero la mayoría aquí queda, y para el imperio ellos también forman parte de los “otros”. Son, por ejemplo, los millones de jóvenes sin trabajo que también viven en las polis al lado de los cotos de riqueza exclusivos para unos cuantos.
Para defenderse de la irrupción masiva de los “otros”, las polis desarrollan sus programas de seguridad interna que representan auténticos planes militares estratégicos. “Cero Tolerancia” no es sólo un programa de seguridad, sino que es antes que nada una declaración de guerra contra los “otros”. En última instancia se están ensayando dos visiones: “cero tolerancia”, “cero atención” o “cero tolerancia, uno por ciento de ayuda”. Con el afán de entregar las polis a los señores del dinero, se duda del camino a seguir. Parecería que en los últimos tiempos los amanuenses del poder del dinero han llegado a la conclusión de que deben de establecer pequeños programas que otorguen cierta imagen de interés social. La ideología porrista está basada en la idea de que hay que otorgar caridad a los pobres mientras se les quitan todos los derechos sociales que antes habían conquistado (el derecho a la salud hoy está siendo contrarrestado por el seguro popular, el derecho al trabajo está siendo sustituido por la idea de la changarrización, el derecho a la educación hoy está siendo sustituido por el paulatino avance de la privatización…). Al final, dar el Pa’que te alcance o la ayuda a los miembros de la tercera edad es más barato que invertir en hospitales, escuelas, vivienda, etcétera.
8. Casi al final, el Subcomandante Insurgente Marcos se pregunta: ¿“Se podría pensar que de lo que se trata no es de “humanizar” el corral-fábrica-matadero de la polis moderna, sino de destruir esa lógica, arrancarse la piel de oveja y, sin ovejas, descubrir que el “pastor-carnicero-trasquilador” no sólo es inútil sino que estorba?”
Parecería que sí. La otra visión sería una vuelta al pasado. Pero esto no aparece en el horizonte como una posibilidad para los señores del dinero. El proceso de globalización ha significado antes que nada una dislocación de las viejas formas de organización productiva, una movilidad nunca antes vista del capital y por ende del trabajo, una fragmentación de las relaciones laborales y de la misma fuerza de trabajo. Volver atrás significaría desmontar lo ya construido.
¿Cómo se puede humanizar lo inhumano? ¿Señalando los excesos y llamando a la comprensión a los que no tienen más religión que la ganancia? ¿Limando las aristas más filosas del neoliberalismo, repartiendo migajas, al mismo tiempo que se les entrega a los hombres más ricos el control de la Polis?
¿Cómo se puede pretender volver al pasado y luchar por un Estado benefactor, nacionalista, populista o como quiera que se le llame, si las bases económicas, sociales y políticas de esa forma estatal están siendo dinamitadas por la globalización neoliberal? ¿Y además luchar por ese tipo de Estado, que ya vimos que es imposible de revivir, aliándonos a los viejos políticos que lo detentaban, olvidándonos de su práctica a favor del capital, justificando nuestra ceguera al retomar el discurso demagógico que tenían como parte del control que ejercían sobre nuestros pueblos? Locos tendríamos que estar, por ponerlo de la forma más suave.
Nosotros apostamos a que la única alternativa posible es la rebeldía, la que parte de la idea de que no tiene sentido gastar los esfuerzos en humanizar el crimen masivo. La rebeldía como fuerza creadora, como constituyente y soberana, como elemento civilizatorio. Esto de alguna manera significa reinventar las formas de lucha y de acción. Si el viejo Estado nacional es una herramienta mellada, las viejas formas de lucha que surgieron bajo el amparo de ese mismo Estado no tienen la misma efectividad del pasado. Desde luego entendemos lo anterior como un proceso, producto de la propia experiencia del movimiento social, en particular entre los trabajadores.
Tema central sin duda, la necesaria reflexión sobre el mismo tiene hoy una importancia fundamental, no para un simple debate de ideas sino antes que nada para sacar conclusiones prácticas. El holograma del poder busca crear la imagen de que nada hay como alternativa, de que incluso las diversas alternativas pueden y deben ser encuadradas en su propio holograma. Romper con el holograma es romper con los tiempos y los espacios de la sociedad del poder. Creo que de eso se trata.
(Publicado en Rebeldia, México, julio 2003)
©EspaiMarx 2003