In memoriam de Cristopher Hill
Joaquín Miras Albarrán, Joan Tafalla
“Si cuando nuestros cuerpos de barro reposen en la tumba, hay niños en nuestro lugar, será señal de que luchamos por la verdad, la paz y la libertad de nuestros días”
Gerardo Winstanley
Nuestro camarada Christopher Hill murió el pasado 26 de febrero de 2003. La desaparición de uno de los grandes historiadores del siglo XX, perteneciente al grupo conocido como “historiadores marxistas británicos” que ha revolucionado la historiografía mundial, sin embargo, ha pasado por completo desapercibida. Por ello, a pesar del retraso, creemos oportuno redactar esta breve semblanza intelectual, que recuerde su obra y que, quizá sirva como presentación y como invitación a la lectura para algún lector de las generaciones jóvenes.
Christopher Hill nació en York en 1912. Fue decano del Balliol College d’ Oxford y miembro de la Academia británica. De 1934 a 1938 fue fellow del All Souls College d’Oxford, y de 1936 a 1938 profesor ayudante de Historia Moderna en el University College de Cardiff. Fue felllow y tutor de Historia Moderna en el Balliol College de Oxford de 1938 a 1965, y profesor invitado de Historia Inglesa de los siglos XVI y XVII en la Universidad de Oxford entre 1958 a 1965.
Christopher Hill y la historiografía marxista británica.
Hill ingresó en el Partido Comunista de la Gran Bretaña en 1937, tras una visita de un año a la Unión Soviética donde conoció a historiadores soviéticos que habían estudiado, aplicando criterios marxistas, la revolución inglesa del siglo XVII. Los autores de esta nota ignoramos los nombres de estos historiadores, pero conociendo la contribución de historiadores soviéticos a la historia de las rebeliones campesinas en la Francia del mismo siglo o a la vida de Babeuf, podemos comprender la profunda huella que imprimieron en la inteligencia del joven historiador inglés. Ya en fecha tan temprana como 1940 Christopher Hill publicó un ensayo sobre “La revolución inglesa de 1640”, en el que, frente a la predominante “tesis Gardiner” que interpretaba aquella revolución en clave de lucha religiosa, como “revolución puritana”, Hill desarrollaba una interpretación alternativa de la misma, basada en la lucha de clases a partir de tres fuentes de inspiración: la obra de R.H. Tawney, las indicaciones de historiadores soviéticos y la concepción sustentada por Marx y Engels. A partir de esta interpretación, ya no se verá el siglo XVII en clave de enfrentamiento religioso sino en clave de lucha de clases.
Entre 1945 y 1957 Christopher Hill perteneció a la Agrupación de Historiadores del PCGB. Aunque la parte más importante de su obra es posterior a 1957, Hill consideraba que el formidable equipo de historiadores reunido en aquella agrupación constituyó el fermento intelectual cuyas discusiones e intercambios intelectuales le permitieron desarrollar sus concepciones, puesto que su adhesión al grupo coincide con “debates que fueron el mayor estímulo que he conocido” (Harvey j. Kaye, 1989). Hill pertenece a una tradición teórica, historiográfica, a cuya creación él contribuye decisivamente, junto con otros tres grandes colosos: Rodney Hilton, Eric Hobsbawm, y Edward Palmer Thompson. Todos ellos comparten una problemática común, que es, sin duda, resultado de su experiencia política y que replica a los pseudo teoremas doctrinales que dominaban en el movimiento obrero organizado tras la segunda guerra mundial y cuyas consecuencias políticas experimentaron en carne propia. Hobsbawm, hablando del legado de aquellos historiadores ha dicho: “ (una) ventaja de nuestro marxismo – que debemos en gran manera a Hill…- fue que nunca redujimos la historia a mero interés económico o a un determinismo de “intereses de clase” ni devaluamos la política ni la ideología … ( y) la dedicación formal a la ideología plebeya – teoría que subyace a las acciones de los movimientos sociales- todavía se identifica en gran manera con las historiadores de este origen, porque la historia social de las ideas fue siempre ( en especial gracias a Hill) una de nuestras preocupaciones primordiales” (Hobsbawm, 1974)
En la introducción de 1963 a su germinal La Formación de la clase obrera en Inglaterra (editada en inglés en 1963), E.P. Thompson agradece a Hill la lectura previa y sus sugerencias para la redacción definitiva del libro (Thompson, 1989). En Patricios y plebeyos (1974) el mismo Thompson reconocía el papel de los estudios de Hill con relación a la transición hacia el trabajo asalariado diciendo: “No fue una transición fácil ni rápida. Christopher Hill nos ha recordado la larga resistencia que el inglés libre por nacimiento opuso al potaje de la mano de obra asalariada libre” (E.P. Thompson, 1995). En 1985, Thompson durante una discusión pública organizada por la New School for Social Research, dijo: “Hace unos cuarenta y cinco años se produjo una ruptura y un avance de la historia radical británica, particularmente aliada en este punto a la tradición marxista…Todavía estamos explotando el terreno que se abrió con aquel descubrimiento. Por lo que a mí respecta, en 1940, cuando era un estudiante, se produjo a través de la obra de Christopher Hill: su estudio sobre 1640. A la edad de dieciséis años me senté para escribir un ejercicio, para la sexta clase de historia de la sociedad, sobre la interpretación marxista de la historia y la guerra civil inglesa hojeando la obra de Christopher, de Berstein, de Petargorsky, los panfletos de Winstanley y tantos folletos de los levellers como pude conseguir, y algunos textos de Marx, Engels y Plejanov “ ( E.P. Thompson, 2002).
Christopher Hill, como el resto de los historiadores británicos marxistas de su grupo, parte para su investigación histórica de una lectura detenida, cuidadosa, completamente atenida a la textualidad de los escritos de Marx y Engels. Busca en la obra de éstos inspiración, y fundamenta, a partir de la misma, la mayoría de las hipótesis heurísticas de su investigación historiográfica, que luego han sido consideradas por el marxismo heterodoxias o revisiones. Su obra historiográfica es riquísima, plena de conciencia teórico política sobre las repercusiones que los hallazgos intelectuales que hacía tienen para el mundo de la práctica política. Su escritura, al igual que la de los otros grandes, reluctante a toda la pesadez propia de las obras elaboradas según el estilo académico, resulta apasionante, como lo sería una buena novela de aventuras. Pero el trabajo historiográfico realizado se basa en una investigación empírica exhaustiva, y en un conocimiento pormenorizado y minucioso de los acontecimientos que investiga y de los individuos de los que trata. Su obra, llena de pasión y amenidad, posee un rigor intelectual sin concesiones.
Como no podía ser menos, durante los casi sesenta años de trabajo y estudio, Hill hizo evolucionar sus concepciones a partir de los problemas con que se encontraba. Así, el esquema inicial de la revolución inglesa resumido del modo siguiente: “… es cierto que la revolución inglesa de 1640, al igual que la Revolución francesa de 1789, fue una lucha por el poder político, económico y religioso que, dirigida por la burguesía, enriqueció y fortaleció a ésta con el desarrollo del capitalismo. Pero no es cierto que, frente a dicha burguesía, el gobierno real defendiera los intereses del pueblo llano. Por el contrario, los partidos populares demostraron ser los oponentes más combativos a la causa real, mucho más poderosos, despiadados y decididos que la misma burguesía” ( Hill, 1977). Estas ideas constituían un gran paso adelante en relación a la historiografía dominante de su época, pero no podían quedar ahí. Haciendo historia “a ras de suelo”, Hill enriqueció el esquema hasta convertirlo en una explicación convincente y no reduccionista de este periodo histórico: “… existieron dos revoluciones en la Inglaterra de mediados del siglo XVII. Una, que tuvo éxito, estableció los sagrados derechos de la propiedad ( abolición de las tenencias feudales, supresión de la tributación arbitraria) dio poder político a los propietarios ( soberanía del Parlamento y derecho consuetudinario, abolición de los tribunales privilegiados) y eliminó todos los impedimentos para el triunfo de la ideología del propietario, la ética protestante. Hubo sin embargo, otra revolución que nunca estalló, a pesar de que de vez en cuando amenazara con producirse. Esta revolución pudo haber establecido la propiedad comunal y una democracia mucho mayor en las instituciones políticas y legales; pudo haber acabado con la iglesia estatal y arrinconado la ética protestante” ( Hill, 1983). El rígido esquema evolutivo de las sociedades practicado con entusiasmo por el marxismo vulgar salta por los aires: ”En realidad, todo parecía posible…” ( Hill, 1988).
De nuevo Hobsbawn ha subrayado esta impronta de la obra de Hill : “no se reconoce de forma general que en el análisis de la revolución inglesa del siglo XVII fueron marxistas como Cristopher Hill quienes se opusieron de forma constante a los determinismos económicos puros en lo referente a la importancia del puritanismo como creencia de la gente y no como si fuese una especie de espuma encima de las estructuras de clase o los movimientos económicos” (Hobsbawn,1998).
Los autores de estas líneas, queremos tratar de presentar resumidamente en las siguientes páginas de esta nota necrológica algunas de las poderosas ideas desarrolladas en la obra historiográfica que nos ha legado Cristopher Hill: para ello nos vamos a ceñir a dos de los asuntos primordiales que él trabajó, a sabiendas del reduccionismo que cometemos y de la riqueza de la obra que dejamos de lado y de que nuestra elección puede ser considerada arbitraria. Pero creemos que la mejor manera de rendir un homenaje a una obra intelectual es entrar a explicar, en la medida de lo posible, sus contenidos. Los dos asuntos que hemos elegido son: la concepción de las clases sociales y los orígenes y el desarrollo del capitalismo.
Las clases sociales.
Para Hill las clases sociales no son (como defendería una determinada escolástica), entidades históricas determinables objetivamente, que se definirían por la ordenación de la economía y por el lugar que cada agente individual ocupe en las relaciones sociales de producción, con independencia de lo que sus miembros hipotéticos crean ser, y de las autodefiniciones que ellos den de sí mismos.
Para Hill las clases sociales son una realidad histórica, y cuando han existido, ha sido como resultado de la experiencia de las personas y de la práctica social cultural existente en cada época histórica en que estas hayan aparecido.
Comenzaremos por aclarar, en primer lugar el concepto “experiencia”. Las clases sociales existen cuando se percibe la lucha real, el conflicto y la confrontación entre ellas. Cuando no hay lucha y conflicto es que falta el agente denominado clase social. También puede faltar este aunque haya lucha de clases. Es la lucha de clases la que genera la existencia de la clase social. Pero desde los estadios primeros, en los que se produce la confrontación y el conflicto organizado, hasta aquellos otros, en que la experiencia de la lucha de clases es tan amplia y profunda que la escisión de la sociedad en clases se abre paso en el pensamiento común de los participantes, hay mucho trecho.
La experiencia de la lucha de clases, de las necesidades e imperativos que impone la lucha, de los fracasos y los éxitos, es el propulsor de la deliberación pública abierta de forma horizontal y directa entre los individuos participantes en las luchas, que tiene como objeto la mejora de las condiciones y prácticas de lucha, el refuerzo de la capacidad organizativa, y la incorporación de nuevos individuos a la lucha y a las organizaciones de clase, y por tanto a la clase social.
Pero, ¿de dónde surge la conciencia de conflicto, la protesta que impele a las gentes a organizarse para luchar, aún en el momento en que todavía no se ha abierto paso plenamente en la conciencia la existencia de las clases sociales? Esta conciencia surge de la experiencia cotidiana de los explotados de estar sometidos a situaciones de opresión, de explotación, de sometimiento y desigualdad. La conciencia de ser un explotado y de la injusticia inaceptable que esto constituye, surge de la percepción experiencial y capilar de cada individuo. Pero ésta, per se, no caracteriza a la clase. En la medida en que la conciencia de ser explotado le impela a salir del aislamiento y a organizarse para luchar, comienza a nacer en la historia y a desarrollarse la clase social real.
Entra aquí el segundo término antes introducido como parte de la definición del concepto de clase social: la “cultura”. Porque la experiencia de los individuos no es algo determinable a priori para todos los individuos. Para decirlo con lenguaje de la filosofía, no existe en la mente humana un conjunto de “trascendentales kantianos” o supuestos previos, existentes por naturaleza, que nos permitan “reflejar” y evaluar de modo universal, midiéndolos con las mismas pautas, los acontecimientos que vivimos – la teoría del “reflejo”-. La experiencia de los acontecimientos que vivimos cotidianamente es “recogida” e interpretada a partir de los valores, expectativas de vida, formas de vida, esquemas mentales, ideas generales sobre la vida, etc. que hemos dado como válidas, cuyo conjunto constituye la cultura en la que hemos sido socializados. La “cabeza” que “percibe y registra” la experiencia, a su vez ha de ser construida para ser capaz de identificar, registrar, para ser capaz de percibir las diversas peripecias vitales que ocurren a cada individuo a lo largo de su historia. A la luz de esos valores, normas de vida y expectativas, determinados acontecimientos acarrearán decepciones, producirán dolor, tristeza, impotencia o rebeldía, y otros acontecimientos, no resultarán relevantes, no constituirán elementos discretos dotados de sentido, no poseerán pertinencia significativa: no serán experiencia.
En este sentido cabe decir, que la experiencia se construye; es construida por la mente del individuo a partir de los valores y demás pautas que constituyen la cultura que aquel posee, y de la evaluación de los acontecimientos vitales que se desarrollan en su práctica vital examinada a la luz de estas expectativas. Por lo tanto, las creencias religiosas, las ideas convencionales sobre lo que debe ser y lo que no debe ser la vida, sobre lo que es una forma de vida digna y lo que no lo es, etc., a la vez que las ideas políticas y las necesidades sentidas –resultado de la cultura también- constituyen el entramado cultural que otorga pertinencia a un acto de vida y convierten en experiencia su vivenciación, o lo desestiman como algo anodino e ininteresante.
Esas misma culturas proporcionan ya instrumentos previos para afrontar el conflicto, y a ellas recurren los individuos cuando se revelan y organizan para el conflicto. Las clases no sólo son históricas –pueden existir o no existir- sino que también son diferentes entre sí, a partir de la tradición cultural de la sociedad en la que se encuentran.
La noción desarrollada por Cristopher Hill sobre la experiencia culturalmente mediada le permite salir al paso de otro lugar común de las teorías de la izquierda, verdadero expediente justificativo de sus fracasos cuando las masas no actúan cómo deberían actuar según prevé la “teoría revolucionaria” Es la idea de que en cada periodo histórico las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante.
Porque, como hemos visto, es la elaboración mental de cada individuo a partir de su cultura sobre su propia actividad vital y los resultados y consecuencias de la propia vida, lo que genera la experiencia base de todo individuo. Los valores culturales, las expectativas vitales, etc., son los elementos normativos que permiten al individuo elaborar la hermenéutica que interpreta los acontecimientos y actos de vida. Pero, también ocurre lo contrario: las expectativas vitales, la verosimilitud de estas, la validez y verdad de los valores, las pautas culturales en general, etc., son evaluados y reconstruidos a la luz de la propia experiencia práctica vital y esto también es un componente inherente de la experiencia construida. Las nuevas ideas y pautas de acción, las nuevas prácticas culturales inventadas y desarrolladas por las mentes de los individuos tienen como contexto genético la sociedad, las ideas y –para resumir- la vida que ha producido los hechos que le han resultado significativos a su experiencia. Pero esos hechos son mera “condición de posibilidad” de las nuevas elaboraciones de los individuos. Sus nuevas ideas, sus nuevos usos y comportamientos, etc. no están determinados causalmente por ningún tipo de ordenación económica existente –p.e.: el “modo de producción”-. Estas nuevas pautas culturales son resultado de la libre creatividad intelectual de las mentes de los individuos. La creatividad intelectual de los individuos anónimos, la fertilidad creativa del imaginario de los mismos, la libertad antropológica de la mente, son supuestos básicos de la obra de Christopher Hill –y de su mentor intelectual, Carlos Marx, teórico solitario de las revoluciones anónimas, en las que las masas organizadas, solas, sin educador que trate de educarlas, desarrollan su propia experiencia y su propia praxis de liberación-.
Habitualmente, personas que ocupan posiciones diferentes en las relaciones sociales de producción poseen culturas distintas. Pero, incluso cuando personas de diversas clases sociales llegan a estar en relación con el mismo discurso, la interpretación del mismo desde su propia experiencia construida hace que el mismo adquiera sentidos distintos. Precisamente el análisis de un mito inglés de la época, compartido por las diversas clases sociales, el mito del “Yugo Normando” permitió a Hill probar con contundencia la distinta forma en que se interpretaban las mismas ideas, y los distintos sentidos que adquirían las mismas palabras al ser recibidas por gentes de diferentes clases. Para poner un ejemplo podríamos suponer la existencia de una sociedad en la cual la clase dominante, mediante el uso de los medios de comunicación hubiese hecho creer a la población explotada que la sociedad en la que vive merece ser vivida y sostenida en su estado porque, en ella al menos una vez al año, cada persona podría alcanzar a ser reina por un día. Una vez generada la expectativa que produce la unanimidad, la gente, tras esperar, se llegaría a dar cuenta de que, la mayoría, ni tan sólo en año sabático vería cumplimentadas sus expectativas, mientras que en sectores minoritarios, los individuos cada día alcanzaban a serlo. La experiencia a partir de las propias expectativas funciona de forma demoledora para los discursos legitimadores, aunque, en principio, sean compartidos.
El desarrollo del capitalismo
El desarrollo económico no es, para Hill, la causa de la existencia de unas clases o de la mutación de otras. Ni es la causa u origen del capitalismo. De hecho, y como prueba empíricamente, los cambios económicos, el desarrollo productivo, técnico o comercial, se producen o se estancan en el marco de sociedades ya constituidas y en conflicto, las cuales se hallan organizadas o sometidas a unas determinadas relaciones de poder, o relaciones sociales, que organizan, entre otras cosas la producción. Estas relaciones sociales –social-culturales- son el marco, la urdimbre o el tejido social en el que eventualmente se produce el desarrollo económico, productivo, comercial. De no modificarse las relaciones de poder mediante el conflicto de clases, los cambios y desarrollos económicos son encajados y funcionalizados por los intereses de los grupos poderosos, en primer lugar, y en general, por los intereses sociales en conflicto. Es la lucha de clases, cuando consigue cambiar las relaciones sociales, la que cambia las relaciones entre las clases –y refuncionaliza también los eventuales cambios económicos, técnicos, etc-.
Pero las modificaciones introducidas por los procesos revolucionarios, o por las luchas de clases no revolucionarias no son de orden económico. Porque los cambios por los que luchan los agentes que con tanto detenimiento estudia Christopher Hill, no eran intentos de simple adaptación al desarrollo de un hipotético modo de producción denominado capitalismo, pues su inexistencia previa hace imposible que nadie se lo propusiera concientemente como meta. Las luchas de las clases subalternas tuvieron como matriz las culturas de los agentes subalternos Los cambios políticos de la revolución de 1660, independientemente de las intenciones de sus agentes, tuvieron repercusiones, no buscadas y no previstas, en la estructura política y económica que tuvieron el efecto de hacer posible una enorme aceleración del desarrollo económico inglés, hacia el capitalismo.
Los cambios necesarios para la aparición del capitalismo fueron no sólo modificaciones relacionadas con el control y el poder sobre los medios de producción, sino también cambios culturales. Para la aparición del capitalismo, no sólo debió existir una enorme cantidad de fuerza de trabajo necesitada de salario, de un lado, y de unos poderosos con el control sobre los medios materiales y de cambio necesarios para la producción, por el otro. Debió surgir una nueva cultura una nueva antropología individual que permitiese que determinados individuos encontrasen en la acumulación de capital con el fin de contratar trabajadores y ampliar permanentemente el capital su razón de ser en la vida. Sin el desarrollo de esta cultura no hubiese sido posible el nacimiento del capitalismo.
Otras muchas investigaciones, relacionadas con las que hemos indicado, fueron desarrolladas por nuestro historiador. Y también en torno a ellas desarrolló teorías muy originales y muy fértiles. Sobre el papel del protestantismo, en confrontación con Weber, entre otras. Pero la intención de la presente nota necrológica queda ya satisfecha con el resumen que hemos hecho.
La actitud ético-política de Christopher Hill
“Podréis destruir nuestros cuerpos’, dijo Edward Burrough al todopoderoso gobierno de la restauración, ‘pero nuestros principios nunca podréis extinguirlos, vivirán para siempre y entrarán en otros cuerpos para vivir y hablar y actuar’. Los radicales pretendían que actuar era más importante que hablar. Winstanley insistía en que hablar y escribir no es ‘nada en absoluto y tiene que desaparecer; porque la acción es la vida de todo, y si tu no actúas, no haces nada’. Es un pensamiento digno de ser ponderado por aquellos que leen libros sobre los radicales del siglo XVII. Y también por aquellos que los escriben. ¿Sois vosotros hombres de acción o únicamente habláis?, preguntaba Bunyan a su generación.¿Cuál es tu respuesta?”
C. Hill “El mundo trastornado”.
La respuesta de Hill fue clara. Ante los gravísimos problemas que sufría el mundo durante los años treinta, cuando se iniciaba en el ámbito universitario, primero como estudiante y después como docente, Hill eligió y actuó. Frente al ascenso del fascismo, frente al peligro que representaba la Alemania nazi, actuó: se afilió al Partido Comunista. Esa era, en su época, una de las formas más eficaces de luchar contra el fascismo. Hill mismo ha contado los orígenes de su compromiso político: “…hundimiento, desempleo terrible, peligro de una segunda guerra mundial, éxito aparente de la URSS- lo de siempre… insisto en que todo esto impresionaba terriblemente a la juventud inglesa de clase media, cuya educación les familiarizaba con la idea de que si bien Inglaterra ya no era una nación prominente, todavía era estable y segura. La base de nuestro universo se desplomó en 1931, el año en que yo fui a Balliol. Y allí, la influencia de estudiantes amigos; un amplio debate marxista se llevó a cabo en Oxford a principios de los años treinta. Me parecía ( al igual que a otros muchos) que el marxismo daba más sentido a la situación mundial que ningún otro punto de vista, de la misma manera que parecía dar más sentido a la historia inglesa del siglo diecisiete” ( Citado por Harvey J. Kaye, 1989)
Christopher Hill actuó como comunista, en numerosos aspectos de su vida, incluso cuando en 1957 abandonó el partido comunista junto con otros compañeros historiadores que lamentaban que se frustara la posibilidad de un relanzamiento del impulso del comunismo tras el periodo de congelación que la revolución sufrió durante el estalinismo. Unos años más tarde, Luckács (víctima de la represión postestalinista en la Hungría de 1956) pronunció la frase de que se estaba produciendo la desestalinización con métodos estalinistas. La destrucción de la republica húngara de los consejos obreros por parte de los tanques soviéticos, así como la ortodoxia del PC de Gran Bretaña que se negaba a condenar dicha invasión indujeron a Hill y a otros compañeros a abandonar el PC.
Hobsbawn, en sus memorias; resume aquella crisis de este modo: “…la agrupación se convirtió prácticamente de inmediato en el núcleo de la oposición que se hizo de palabra contra al línea del Partido, cuando nos fue anunciado por un portavoz de King Street el 8 de abril de 1956 poco después de que Jrushchev pronunciara su discurso, o mejor dicho después del subsiguiente Congreso del Partido Británico, en el que se intentó ( en vano) obviar el asunto. Nos rebelamos y la agrupación planteó los dos desafíos más sonados del Partido. En el primero, uno de los miembros más destacados de la agrupación, Christopher Hill, actuó de portavoz del Informe de la Minoría de la Comisión para la Democracia Interna del Partido de mayo de 1957. A mediados de julio John Saville, de la Hull University, y E.P. Thompson… sacaron en el seno del Partido un boletín de oposición, sin precedentes y totalmente ilegítimo según aquél, The reasoner. ( Tras su marcha del Partido volvió a aparecer con el título The New Reasoner en 1957 … ) La intervención soviética en la Insurrección húngara hizo que varios de nosotros abriéramos en la disciplina del Partido una segunda brecha quizás más flagrante y técnicamente punible con la expulsión: una carta colectiva de protesta, firmada por la mayoría de los historiadores más conocidos ( entre ellos el leal Maurice Dobb, que normalmente nunca se pronunciaba), rechazada por el Daily Worker y publicada a bombo y platillo por la prensa ajena al Partido” (Hobsbawn, 2003).
Como ha señalado Josep Fontana, tras su salida del PC, ni Hill ni los demás que abandonaron el partido jamás se transformaron en anticomunistas. Todos ellos continuaron luchando por la emancipación humana, aplicando a la creación de nuevas formas de la política muchas de las enseñanzas que sobre la revolución les habían suministrado sus estudios históricos sobre los movimientos sociales. El compromiso de Hill con el comunismo y con el marxismo le costó caro académicamente: desde su no contratación en la universidad de Keekecuando aún era miembro del partido, pero… “no se crea que esto cesó cuando Hill dejó el partido, después de la crisis de 1956-57 porque lo que contaba es que no había renegado de Satanás, como tanto ex-marxista que pulula ahora entre nosotros y que va por ahí arrepintiéndose a gritos de pecados que dudo que haya cometido, para ver si le dan vez en la cola del reparto de la sopa”. Hombres como Hill, como Hobsbawn, como Hilton no han podio llegar nunca a cátedras de las grandes universidades, a las que han tenido acceso tantas medianías “bienpensantes”( Fontana, 1988).
En un estudio sobre la revolución rusa escrito en 1947, Hill mostraba ya su forma de entender ese fenómeno esencial del siglo XX ( negando la tesis conspirativa, compartida tanto por la derecha y la socialdemocracia como por ciertas versiones del marxismo-leninismo) como un formidable movimiento social, que había trastornado todo un mundo. Comentando las palabras de un comisario soviético enviado en los días de la revolución a la isla de Sajalin, que hablando, de la visión que tenían campesinos sobre los acontecimientos afirmó: “Había excitación general. Todo el mundo hablaba, y pude observar que pensaban que algo nuevo había sucedido, a partir de lo cual iban a vivir mejor”, Hill, claramente influido por con sus propios estudios sobre la revolución inglesa, cierra su libro con la siguiente afirmación: “Esto es lo que significa la revolución”.
Bibliografía de Christopher Hill:
(La presente e incompleta bibliografía ha sido extraída del libro de Harvey J. Kaye ‘Los historiadores marxistas británicos’, así como de solapas y notas pié de página de sus obras en castellano).
1940
The English revolution 1640 Lawrence& Wishart, Ltd. London 1968
(La revolución Inglesa de 1640, Barcelona, Anagrama, 1971)
1947
Lenin and the Russian revolution The English Universities Press, Ltd, London 1967. Primera edición en 1947.
(La revolución rusa, Barcelona, Ariel, 1969 y 1971)
1956
Economic Problems of the Church: From Archbishop Whitgift to the Long Parliament , Oxford University Press, Oxford. (No conocemos traducción española)
1958
Puritanism and revolution. Studies in Interpretation of the English Revolution of the 17th Century. Secker and Warburg, London, 1958.
( El siglo de la revolución, Madrid, Ayuso, 1972)
1964
Society and Puritanism in prerevolutionary England, Intellectual origins of the English revolution. Secker and Warburg, London 1964.
(Los orígenes intelectuales de la revolución inglesa, Barcelona, Crítica, 1982),
1969
The Good Old Cause: The English revolution of 1640-60. Frank Cass, London, 1969.
(No conocemos traducción española)
1971
Antichrist in Seventeenth-Century England Oxford University Press, Oxford, 1971. (No conocemos traducción española)
1972
God’s Englishman: Oliver Cromwell and the English Revolution. Penguin, Harmondsworth, 1972
(No conocemos traducción española)
The world turned upside down. Radical ideas during the English Revolution. Maurice temple Smith Ltd.1972
(El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la revolución inglesa del siglo XVII, Siglo XXI de España Editores, Madrid 1983).
1974
Change and continuity in 17th century England Weinfeld and Nicolson, London 1974. (No conocemos traducción española)
1977
Milton and the English Revolution. Faber, London 1977. (No conocemos traducción española)
1980
A Bourgeois Revolution? , en Pocock, J.G.A. ( comp.): Three British Revolutions: 1641, 1688, 1776, Princeton University Press, Princeton 1980. (No conocemos traducción española)
Some Intellectual Consequences of the English Revolution, Weidenfeld and Nicolson, London 1980. (No conocemos traducción española)
Reformation to industrial revolution. Penguin Books Ltd. Harmondworth, Middlesex, 1980
( De la reforma a la revolución industrial, 1530-1780, Barcelona, Ariel , 1980),
1983
Winstanley: The Law of freedom and Other Writings Cambridge University Press, Cambridge, 1983. (No conocemos traducción española)
1984
The Experience of Defeat: Milton and Some Contemporaries Faber. London, 1984. (No conocemos traducción española)
Bibliografía usada para la confección de esta necrológica.
Además de las obras de C. Hill citadas,
Harvey J. Kaye Los historiadores marxistas británicos, Edición y presentación a cargo de Julián Casanova, Universidad de Zaragoza 1989.
E.P. Thompson “Agenda para una historia radical” en Obra esencial. Ed, Crítica, Barcelona 2002.
E.P. Thompson Costumbres en común, Editorial Crítica. Barcelona, 1995.
E.P. Thompson La formación de la clase obrera en Inglaterra Ed. Crítica, Barcelona 1989, 2 vols..
Josep Fontana “ Historia: el grupo de ‘Past and present’. Christopher Hill, V. Gordon Childe, etc.” en VV.AA. Los marxistas ingleses de los años 30, Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid 1988.
Eric Hobsbawn, Rebeldes primitivos, Editorial Ariel, Barcelona, 1974
Eric Hobsbawn, Sobre la historia, Editorial Crítica, Barcelona 1998
Eric Hobsbawn, Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Editorial Crítica, Barcelona 2003.
©EspaiMarx 2003 Artículo incorporado el 4 de Marzo de 2003.