Estado global de la agroecología
Michel P. Pimbert
Michel P Pimbert (michel….@coventry.ac.uk) trabaja en el Centro para la Agroecología, Agua y Resiliencia, Universidad de Coventry, Reino Unido.
Durante la última década, la agroecología se ha desplazado rápidamente desde los márgenes y ha ocupado el escenario central en las discusiones globales sobre medio ambiente y desarrollo. Instituciones como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura [FAO por sus siglas en inglés] cada vez defienden más que la agroecología puede ayudar significativamente a aliviar el hambre y la pobreza así como a contribuir a cubrir otros objetivos de desarrollo sostenible. En este contexto, se resumen la historia y prácticas de la agroecología y algunos de los retos ecológicos, sociales, económicos y políticos para la transformación a la agroecología y la soberanía alimentaria que han sido identificados.
En términos generales, la «agroecología» apenas era reconocida en los círculos oficiales hace solo una década. Pero hoy la agroecología ha ocupado el centro del escenario en los discursos políticos sobre alimentación y agricultura gracias a una serie de procesos internacionales influyentes. Por ejemplo, la FAO organizó un gran simposio internacional sobre agroecología en abril de 2018, que afirmó que la agroecología es clave para transformar los sistemas alimentarios y agrícolas y conseguir los objetivos del desarrollo sostenible (SDG por sus siglas en inglés) (FAO 2018).
Este creciente reconocimiento internacional es una buena noticia para los granjeros [1] y movimientos sociales que defienden un enfoque agroecológico para la alimentación, la agricultura y el uso de la tierra. Sin embargo, el significado de agroecología es interpretado cada vez más de manera diferente por diversas personas y grupos de interés.
Para ayudar a comprender mejor la cada vez más disputada naturaleza de la agroecología, este artículo se centra brevemente en la historia de la agroecología y las visiones de modernidad y/o tradición que tiene asociadas. Explora a continuación las prácticas, potencial y retos de los enfoques agroecológicos que buscan transformar -en lugar de conformarse él- el régimen agroalimentario dominante.
Breve historia de la agroecología
En el núcleo de la agroecología está la idea que los sistemas agroecológicos deberían imitar los niveles de biodiversidad y funcionamiento de los ecosistemas naturales. Estas imitaciones agrícolas, como sus modelos naturales, pueden ser productivas, resistentes a plagas, conservadoras de nutrientes y resilientes a shocks y estreses. En los ecosistemas no hay «desechos», los nutrientes son reciclados indefinidamente. La agricultura tiene como objetivo cerrar los bucles de nutrientes (esto es, devolver todos los nutrientes que salen del suelo de vuelta al suelo, como por ejemplo mediante el uso de estiércol de granja). También aprovecha los procesos naturales para controlar las plagas y construir fertilidad del suelo (esto es, mediante la siembra intercalada, o el cultivo de cobertura). Por ejemplo, en el sistema de huertos de moreras-estanques del delta del río de las Perlas en China, las hojas del árbol de la morera sirven para alimentar a los gusanos de seda, que producen seda. El compost de las moreras y los excrementos de gusanos de seda se usan en los estanques para alimentar a los peces, y los excrementos de los peces y otra materia orgánica del fango del fondo se emplea como fertilizante para los árboles (Zhong 1982). Las prácticas agroecológicas incluyen la integración de árboles con ganado y cultivos (agricultura agro-silvo-pastoral), produciendo alimentos de los bosques (agroforestería), el cultivo de varias cosechas juntas en un terreno (policultivo) y el uso de cultivos y ganado localmente adaptados y genéticamente diversos y funcionando a diferentes escalas, desde el terreno de la granja hasta paisajes agrarios más amplios que sostienen medios de vida basados en el cultivo, el pastoreo, la pesca y el uso de los recursos del bosque.
En el mundo académico, diversos científicos anteriores a la 2ª Guerra Mundial empezaron a fusionar las ciencias de la agronomía y la ecología (Gliessman 1990). Inicialmente, la agroecología se centró con fuerza en la ciencia ecológica como base para diseñar una agricultura sostenible. No obstante, la importancia del conocimiento campesino fue cada vez más reconocida por estos tempranos pioneros de la agroecología. Entre los estudiosos mexicanos, el trabajo de Efraim Hernández Xolocotzi (1977) entre los años 40 y 70 es especialmente notable por su énfasis en los procesos interculturales para la construcción de conocimiento agroecológico que combine la ciencia ecológica con el conocimiento popular.
La creciente conciencia de los efectos medioambientales de la agricultura industrial estableció vínculos aún más estrechos entre la agronomía y la ecología en la búsqueda de una agricultura más sostenible. Por ejemplo, como parte del movimiento creciente de resistencia a la introducción de la agricultura de la Revolución Verde en México, se organizaron entre 1979 y 1981 varios «Cursos Internacionales sobre Ecología Tropical con un Enfoque Agroecológico» en Tabasco (Gliessman 2015). En los Estados Unidos, el trabajo pionero de Miguel Altieri (1987) y Stephen Gliessman (2015) ayudaron a poner a la agroecología en el mapa a principios de los 80. Más o menos en ese mismo momento, Pierre Rabhi (1989) defendía enfoques agroecológicos en Francia y en África Occidental, donde llevó a cabo cursos de formación en ecología agrícola en el Centro de Agroecología Gorom Gorom en Burkina Faso, que fundó en 1985.
Las bases conceptuales de Altieri y Gliessman están firmemente asentadas en la ciencia de la ecología. La visión de agroecología intercultural de Hernández Xolocotzi (1997) abarcaba ampliamente factores sociales, económicos, culturales, políticos, éticos, ecológicos y tecnológicos. Y el enfoque de Rabhi (1989) se basa en la ecología y está anclado en la tradición de la «antroposofía» y las cosmovisiones indígenas, enfatizando una ética afirmadora de la vida para el planeta Tierra más que solo del ecosistema agrario. En sus únicas y diferentes vías, estos agroecologistas pioneros y sus primeros seguidores ayudaron a establecer las bases de la agroecología transdisciplinaria de hoy.
Más recientemente, los estudios campesinos han enriquecido aún más nuestra comprensión de los orígenes de la agroecología y su historia transdisciplinar. Por ejemplo, Sevilla Guzmán (2011) ha rastreado los orígenes de la agroecología hasta el marxismo heterodoxo y diversas corrientes libertarias, incluido el anarquismo social.
La agroecología se basa en el conocimiento de los granjeros
A diferencia de la mayor parte de la investigación y desarrollo agrícola convencionales, los enfoques agroecológicos buscan conscientemente combinar el conocimiento experiencial de los granjeros y los pueblos indígenas con los últimos conocimientos de la ciencia de la ecología. El conocimiento local y los sistemas de gestión indígenas son normalmente respuestas efectivas a retos y oportunidades específicos de un lugar. Están basados, después de todo, en cientos de años de observación colectiva, experimentación y gestión adaptativa de la complejidad dinámica a lo largo del tiempo y el espacio. El registro histórico muestra que esta ciencia vernácula ha sido claramente innovadora a lo largo de todo el mundo. Granjeros, pastores, habitantes de los bosques y pescadores aprovecharon colectivamente sus conocimientos para generar sofisticados sistemas agrícolas y de uso de la tierra en África, América y Asia mucho antes de la llegada de los europeos (Gómez-Pompa y Kaus 1992; Dharampal 1983).
De hecho, los principios modernos de la agroecología tienen sus raíces en el conocimiento colectivo, las prácticas y la racionalidad ecológica de agricultura(s) indígena(s) campesina(s) en todo el mundo (Altieri 1987). Las soluciones agroecológicas se desarrollan mediante un respetuoso diálogo intercultural entre científicos y granjeros/ciudadanos. La investigación agroecológica dirigida por granjeros y centrada en la gente rechaza por tanto el modelo de investigación y desarrollo de transferencia de tecnología en favor de un proceso de creación de conocimiento descentralizado, de abajo arriba y participativo personalizado para contextos locales únicos (Méndez et al. 2016). El interés de la agroecología en conocimiento indígena y campesino, por tanto, converge con otros enfoques que reconocen la importancia de la «etnociencia» y el «conocimiento popular» para cubrir las necesidades humanas básicas de maneras culturalmente únicas y medioambientalmente apropiadas (Posey 1999). Las prácticas agroecológicas que combinan el conocimiento indígena con la ciencia ecológica moderna reducen los costes de producción para los granjeros y también generan buenos rendimientos así como otros beneficios multifuncionales. Una comparativa a gran escala del rendimiento de granjas agroecólogicas/orgánicas con granjas convencionales (Badgley et al. 2007) demostró que:
(I) En los países «desarrollados», los sistemas agroecológicos/orgánicos producen de media un 92% del rendimiento producido por la agricultura convencional. En los países «en desarrollo», sin embargo, los sistemas agroecológicos orgánicos producen un 80% más que las granjas convencionales. Estos descubrimientos se basan en un conjunto de datos globales de 293 ejemplos.
(II) El mundo actualmente produce el equivalente a 2.786 calorías por persona y día. Si las granjas de todo el mundo cambiasen a los métodos agroecológicos orgánicos hoy, las granjas podrían producir entre 2.641 y 4.381 calorías por persona y día bajo un régimen solo orgánico.
El foco en el sistema alimentario
En los 90, la agroecología como disciplina científica amplió su marco, desplazándose más allá de la granja hacia el estudio de la producción, distribución y consumo de alimentos. Esto llevó a una nueva y más completa definición de la agroecología como «la ecología de los sistemas alimentarios» (Francis et al. 2003).
La agroecología, por tanto, amplio su foco para analizar críticamente el sistema alimentario mundial y explorar redes alimentarias alternativas que relocalizasen la producción y el consumo. Este enfoque busca reforzar las conexiones entre productores y consumidores, e integrar prácticas agroecológicas con relaciones de mercado alternativas dentro de territorios específicos (Gliessman 2014; CSM 2016).
Esta perspectiva más amplia animó a vínculos más estrechos con organizaciones de granjeros, grupos de ciudadanos-consumidores, y movimientos sociales que apoyaban alternativas a la agricultura de Revolución Verde y sistemas alimentarios industriales. Para muchas redes campesinas y movimientos sociales, la agroecología ha acabado explícitamente vinculada a la soberanía alimentaria.
La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente apropiados producidos mediante métodos ecológicamente sensatos y sostenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas agrícolas alimentarios. Pone a aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el centro de los sistemas y políticas alimentarios en lugar de las demandas de mercados y corporaciones. Defiende los intereses y la inclusión de las próximas generaciones. Ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el actual régimen corporativo alimentario y de comercio, y se dirige hacia sistemas alimentarios, de cultivo, pastoreo y pesca determinados por los productores locales. La soberanía alimentaria prioriza las economías y mercados locales y nacionales y da poder a la agricultura campesina y de granjas familiares, la pesca artesanal, los sistemas de pastoreo extensivo y la producción, distribución y consumo de alimentos basados en la sostenibilidad medioambiental, social y económica. La soberanía alimentaria promueve un comercio transparente que garantice ingresos justos a todos los pueblos así como los derechos de los consumidores al control de su alimentación y nutrición. Asegura que los derechos y la gestión de tieras, territorios, aguas, semillas, ganado y biodiversidad están en las manos de aquellos de nosotros que producimos alimentos. La soberanía alimentaria supone nuevas relaciones sociales libres de la opresión y la desigualdad entre hombres y mujeres, pueblos, grupos raciales, clases sociales y económicas y generaciones. (Nyéléni 2007).
La agroecología en la encrucijada hoy
La agroecología es cada vez más disputada e interpretada hasta significar cosas diferentes para diferentes personas. El término «agroecología» es usado hoy por diferentes actores como parte de una visión normativa del futuro que busca, o conformarse al sistema dominante industrial agrario y alimentario, o transformarlo radicalmente (Levidow et al. 2014; Pimbert 2015). Por ejemplo, el Instituto Nacional para la Investigación Agrícola (INRA por sus siglas en francés) en Francia introdujo la agroecología en sus plan estratégico de investigación 2010-20. En 2012, el ministro de agricultura declaró que Francia tiene como objetivo ser «el campeón de la agroecología» en Europa. Sin embargo, las organizaciones de la sociedad civil y las redes campesinas argumentan que el gobierno francés propone una forma de agroecología muy distante de lo que ellos esperarían ver promocionado para su agricultura porque anima, por ejemplo, a métodos de siembra directa [sin arado] con aerosoles herbicidas tóxicos. Esta coalición de ciudadanos y granjeros familiares pide que el gobierno frances promueva, en cambio, una reforma agraria que apoye con firmeza una agricultura orgánica diversificada y a escala humana. Para ellos: «Agroecología es sinónimo de mayor proximidad productor-consumidor, creación de empleo, economía solidaria y diversidad de productos alimentarios para los ciudadanos» (Nature & Progrès 2012 citado en Pimbert 2015).
Más recientemente, comunidades indígenas y campesinas de todos los continentes afirmaron el vínculo entre agroecología y soberanía alimentaria:
La agroecología es la respuesta a cómo transformar y reparar nuestra realidad material en un sistema alimentario y un mundo rural que ha sido devastado por la producción alimentaria industrial y sus así llamadas Revoluciones Verde y Azul. Nosotros vemos en la agroecología una forma clave de resistencia a un sistema económico que pone el beneficio antes que la vida […] Nuestras formas diversas de producción alimentaria a pequeña escala basadas en la agroecología generan conocimiento local, promueven la justicia social, nutren de identidad y cultura, y fortalecen la viabilidad económica de las áreas rurales. Como pequeños propietarios, defendemos nuestra dignidad cuando escogemos producir de una manera agroecológica. (Nyéléni 2015)
Movimentos sociales transnacionales como La Vía Campesina (LVC) [2] se movilizan para construir, defender y fortalecer la agroecología. Estos movimientos reclaman la agroecología como una construcción de conocimiento e innovaciones de base de abajo arriba que debe ser apoyada -más que dirigida- por la ciencia y la política (Pimbert 2018). También enfatizan claramente la indivisibilidad de la agroecología como ciencia, práctica y movimiento social. Rechazan una agroecología que promueva el enfoque de «sustitución de insumos» que mantiene la dependencia de los proveedores corporativos de los insumos externos y de los mercados mundiales, y que deja intactas las vulnerabilidades estructurales (ecológicas, económicas y sociales) de monocultivos y cadenas alimenticias lineales. En cambio, estos movimientos sociales favorecen una agroecología transformadora basada en el rediseño y la diversificación funcional de los sistemas agroecológicos, así como la integración en mercados locales y regionales reterritorializados (CSM 2016). Las prácticas de quienes practican la agroecología trabajando dentro del paradigma de la soberanía alimentaria incluyen:
(I) Reintegrar la agricultura en la naturaleza, basándose en la biodiversidad funcional y los recursos internos para la producción de alimentos, fibras y otros beneficios, el desarrollo local endógeno basado en sistemas agroecológicos resilientes que imiten los ecosistemas naturales.
(II) Granjeros que se distancian de los insumos suministrados por los mercados (semillas híbridas, organismos genéticamente modificados, fertilizantes, pesticidas, etc.). Reducir la dependencia de los mercados para los insumos aumenta la autonomía de los granjeros y el control sobre los medios de producción.
(III) Granjeros que diversifican la producción y los puntos de venta de mercado, una mayor confianza en redes alternativas alimentarias que reducen la distancia entre productores y consumidores a la vez que aseguran que más riqueza y puestos trabajo sean creados y retenidos dentro las economías locales, por ejemplo, cadenas alimentarias cortas y programas de compras que vinculan a productores orgánicos con escuelas y hospitales.
(IV) El redescubrimiento de recursos, conocimientos locales sobre gestión de cosechas y ganado olvidados, estiércol orgánico para mejorar la calidad nutricional de los alimentos, fuentes renovables de energía y su microgeneración descentralizada y distribuida.
(V) Reglas comerciales que protegen las economías y ecologías locales. La extensión de sistemas alimentarios socioecológicamente resilientes depende de: (a) reemplazar patentes sobre biodiversidad con marcos legales adaptados localmente que reconozcan los derechos de los granjeros y garanticen un acceso igualitario a una diversidad de semillas y de razas de ganado; (b) reemplazar estándares de seguridad alimentaria globales, uniformes, por una diversidad de estándares alimentarios desarrollados localmente que satisfagan los requerimientos alimentarios y de seguridad; (c) introducir cuotas de gestión de suministros y de importación para garantizar precios estables y puntos de venta en mercado para proveedores de alimentos; y (d) introducir programas de acceso a alimentos locales, energía y agua para la igualdad, la inclusión social y la regeneración ecológica.
Está visión radical está en agudo contraste con la de las organizaciones mainstream que buscan cooptar la agroecología y asegurar su compatiblidad con el «business as usual«. Por ejemplo, el Foro Global sobre Investigación Agrícola (GFAR por sus siglas en inglés) compartió su visión sobre el futuro de la agroecología en el simposio FAO de abril de 2018 sobre la ampliación a escala de la agroecología. La declaración del GFAR manifestó que «no considera la agroecología como una alternativa radical a la revolución verde, ni como una vía paralela que no pueda coexistir con el agribusiness y la agricultura industrial» (SOCLA 2018). A pesar del reconocimiento oficial de que la agroecología tiene un papel a interpretar en la agricultura global, hay muy poca financiación pública para I+D, especialmente para una agroecología más transformadora. Por ejemplo, en los EEUU, un análisis reciente sobre financiación por parte del Departamento de Agricultura de los EEUU (USDA por sus siglas en inglés) mostró que los proyectos con un énfasis en agroecología basada en la diversificación de sistemas agroecológicos representaba solo un 0,6-1,5% de todo el presupuesto de la Investigación, Educación y Economía (REE por sus siglas en inglés) del USDA. (DeLonge et al. 2016).
En todos los países, la investigación y extensión agraria tiene como objetivo principal afinar el sistema inventando «nuevos» enfoques para la solución de problemas, como la Agricultura Climática Inteligente (CSA por sus siglas en inglés) y la Intensificación Agrícola Sostenible (SAI), que son esencialmente «más de lo mismo» (Royal Society 2009). La CSA y la SAI incorporan selectivamente prácticas agroecológicas para mejorar la eficiencia del uso de los recursos en agricultura, a la vez que adoptan y promueven una mezcla ecléctica de cultivos tolerantes a herbicidas, insecticidas tóxicos, semillas y ganado modificados genéticamente, tecnologías registradas y patentes sobre semillas, fábricas de ganado con uso intensivo de energía, monocultivos industriales a gran escala, programas de compensación de carbono y plantaciones de biocombustibles (Pimbert 2015). Cuando se incluyen la CSA y la SAI, las técnicas agroecológicas se constituyen, por tanto, según el régimen agroalimentario dominante y la lógica del desarrollo capitalista (Levidow et al. 2014). En suma, la agroecología se encuentra hoy en la encrucijada.
Retos para la transformación agroecológica
Una agroecología que transforme -en lugar de que se conforme con- el régimen agroalimentario dominante debe resolver los siguientes retos.
Inventar una nueva modernidad: La mayor parte de los alimentos del mundo siguen siendo cultivados, recogidos y cosechados por más de dos mil quinientos millones de pequeños productores. A nivel mundial, más del 72% del número total de granjas son granjas familiares que son, por tamaño, menores a una hectárea (Lowder et al. 2016). Colectivamente, estas pequeñas propiedades son, de lejos, los mayores inversores en cultivos y en tierras y producen al menos el 70% de los alimentos mundiales según la FAO [3]. Básicamente, estos alimentos se venden, procesan, se vuelven a vender y se consumen localmente, con mucha gente obteniendo sus ingresos y medios de vida trabajando en diferentes puntos de la cadena alimenticia, del campo al plato. A nivel mundial, estos diversos sistemas alimenticios localizados proporcionan la base de la nutrición, ingresos, economías y cultura de la gente. Pero, a pesar de esta contribución, los sistemas alimenticios locales -así como las organizaciones e instituciones locales que los gobiernan- son básicamente ignorados, desatendidos o socavados activamente por gobiernos y corporaciones.
En los países capitalistas, socialistas y comunistas, el punto de vista dominante ve el desarrollo modernizador como algo con menos gente que viva de la tierra. Anima al éxodo de la población de las áreas rurales para trabajar en la industria y en los servicios y comercio urbanos (Pérez-Vitoria 2015; Pimbert 2008). Además, la reestructuración global de los sistemas agroalimentarios amenaza los sistemas alimenticios locales, con unas pocas corporaciones transnacionales consiguiendo el control monopolista sobre diferentes puntos de la cadena alimentaria (Clapp y Fuchs 2009).
Sin embargo, esta agenda de modernización es vista como inevitable por la mayor parte de corporaciones y gobiernos. Contestar y neutralizar la agencia de este punto de vista hegemónico de la modernidad es una prioridad clave para el movimiento agroecológico. La idea que los productores a pequeña escala y los pueblos indígenas como grupo están condenados a desaparecer refleja solo una visión del futuro: es una elección política que se basa en teorías específicas de cambio que son rechazadas por los movimientos sociales que trabajan para la agroecología y la soberanía alimentaria. En respuesta al modelo de desarrollo dirigido a asegurar la extinción de los proveedores de alimentos a pequeña escala, LVC está redefiniendo qué significa ser un «campesino». Un proceso de «recampesinización» se está desarrollando lentamente a medida que más organizaciones nacionales y regionales adoptan orgullosamente el término «campesino» para describirse a sí mismos (Desmarais 2007).
En todo el mundo, un número creciente de pequeños propietarios y ciudadanos están afirmando esta identidad campesina alternativa y proyectando una visión alternativa de la modernidad, rica en significado y esperanza. Muchas voces de los movimientos sociales proclaman que la agroecología como parte de la soberanía alimentaria puede ayudar a dar a luz a esta nueva modernidad al regenerar diversos sistemas alimentarios autónomos (Pimbert 2008; Pére-Vitoria 2015). Adoptada por un número creciente de jóvenes, esta visión de modernidad y diversidad rechaza la idea del desarrollo como un proceso de mercantilización [commodification] de la naturaleza y las relaciones sociales (Rist 2013). Ve otras definiciones de «vida buena», entre los que se incluyen el buen vivir o sumak kausai en Latinoamérica, el decrecimiento en Europa, las perspectivas de subsistencia feminista (Mies y Bennholdt-Thomsen 1999) y el Swaraj ecológico en India (Kothari et al. 2014). Una agroecología transformadora debe basarse cada vez más en un pluralismo radical que honre y nutra la diversidad cultural habilitando muchas vías para la realización de las aspiraciones autodefinidas y las definiciones de «buena vida».
De sistemas alimentarios lineales a circulares: La estructura lineal y cada vez más globalizada de los sistemas de industria alimentaria, energía y agua da por hecho que la Tierra tiene un suministro infinito de recursos naturales por un lado, y una capacidad ilimitada de absorber desechos y contaminación por otro. Sin embargo, se están excediendo los límites planetarios (Steffen et al. 2015). «El business as usual ya no es una opción» (IAASTD 2009); hace falta una transformación fundamental en lugar de reformas que dejen igual la estructura básica de los modernos sistemas alimentarios. Una alternativa al modelo de desarrollo convencional es cambiar desde sistemas lineales a circulares que imiten los ciclos naturales mediante la relocalización de la producción y el consumo (Jones et al. 2012).
No obstante, esta relocalización de los sistemas alimentarios en los territorios también exige la integración de los alimentos, la energía y el agua en sistemas circulares. Es este un reto muy importante para la agroecología y el movimiento de soberanía alimentaria porque debe desarollarse un conocimiento radicalmente nuevo para este propósito (Pimbert 2018).
La I+D agroecológica se ve cada vez más ante el reto de desarrollar y escalar sistemas circulares que imiten los ecosistemas naturales a diferentes escalas -desde los terrenos agrícolas individuales a ciudades enteras- mediante el uso de la biodiversidad funcional, la agrupación ecológica de industrias, el reciclaje y la producción y el consumo relocalizados dentro de un enfoque territorial para un estilo de vida sostenible. Estos sistemas rurales y urbanos se caracterizan a menudo por enfoques agroecológicos, diseño ecológico, una gran extensión del reciclado y la reutilización, el foco en «hacer más con menos» y la relocalización de procesos de producción, cadenas de suministro y consumo (Jones et al. 2012). Los sistemas circulares que combinan la producción de alimentos y energía con la gestión de agua y residuos tienen como objetivo reducir las huella de carbono y ecológica, a la vez que se mantiene una buena calidad de vida mediante un «proceso controlado de decrecimiento del consumo y la producción» dirigido por las ocho «Rs» descritas por Serge Latouche (2009): reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.
Repensar la economía: Es necesaria una economía básicamente diferente para la amplia adopción y extensión de la agroecología, dado que de punta a cabo del sistema alimentario y sus sectores relacionados (energía, industria, etc.), hay una relación directa entre los enormes incrementos de productividad conseguidos mediante el uso de tecnología automatizada, aplicaciones de biociencia, reingeniería y reducciones de tamaño, y la exclusión permanente de un alto número de trabajadores del empleo. La erosión del vínculo entre la creación de trabajo y la creación de riqueza exige una distribución de las ganancias de productividad mucho más justa y mucho más equitativa desde el punto de vista del género mediante una reducción de las horas de trabajo. También exige formas alternativas de organización económica que proporcionen oportunidades y espacios locales autónomos para la generación de valores de uso en lugar de valores de cambio; un ingreso mínimo garantizado e incondicional para todo hombre y mujer; un cambio progresista haca una economía basada en el principio de «De cada cual según su capacidades, a cada cual según sus necesidades» (Gollain 2000; Latouche 2003; Mies y Bennholdt-Thomsen 1999; D’Alisa et al. 2014).
La transformación agroecológica depende de una reimaginación creativa de la economía que explore las ricas posibilidades de la economía solidaria, el pensamiento decrecentista, la economía anarquista, la economía feminista, y otras alternativas (Pimbert 2018).
Profundización de la democracia: Una de las exigencias más claras de los movimientos de soberanía alimentaria es que los granjeros y otros ciudadanos deberían ejercer su derecho humano fundamental a decidir sus propias políticas alimentarias y agrícolas (Nyéléni 2007). Como parte integral de la soberanía alimentaria, la agroecología es quizá mejor entendida como un proceso que tiene como objetivo expandir el terreno de la democracia y la libertad, mediante la regeneración de una diversidad de sistemas alimentarios localmente autónomos y socialmente justos (Pimbert 2008).
Los movimientos sociales comprometidos con la agroecología transformadora generalmente buscan revertir el déficit democrático y la exclusión que favorecen los intereses de las poderosas corporaciones, los inversores, la gran industria agrícola y los institutos de investigación tecnocráticos. Esto requiere a menudo una expansión de la democracia «directa» en la toma de decisiones para complementar, o reemplazar, los modelos de democracia representativa que predominan en la gestión política convencional para el medio ambiente y el desarrollo. Es este un reto fundamental. Primero, profundizar la democracia supone que todo ciudadano es lo suficientemente competente y razonable para participar en la política democrática. Sin embargo, esto exige el desarrollo de un tipo diferente de carácter del de contribuyentes y votantes pasivos. Segundo, una ciudadanía activa y la participación en la toma de decisiones son derechos reclamados principalmente mediante la agencia y acciones de la gente misma; no son concedidos por el estado o el mercado.
Tercero, dar poder a granjeros así como a otros ciudadanos en el gobierno de los sistemas alimentarios y en los ecosistemas más amplios en los que están inseridos (praderas, bosques, humedales, etc.) requiere innovaciones sociales que: (I) creen espacios inclusivos y seguros para la deliberación y la acción; (II) construyan organizaciones locales, redes y federaciones horizontales que aumenten la capacidad de tener voz y agencia de la gente; (III) fortalezcan la sociedad civcil y la igualdad de género; (IV) expandan la democracia de la información y los medios de comunicación controlados por los ciudadanos (radios comunitarias y creación de videograbaciones); (V) promuevan estructuras de autogestión en el lugar de trabajo y la democracia en los hogares; (VI) aprendan de la historia de la democracia directa; y (VII) nutran una ciudadanía activa (Pimbert 2008).
Cuarto, solo con una cierta seguridad material y tiempo libre puede la gente -tanto hombres como mujeres- ser «empoderada» para pensar en qué tipo de políticas e instituciones le gustaría ver y cómo desarrollarlas. El tiempo libre es necesario para que hombres y mujeres se comprometan plenamente, y practiquen con regularidad, el arte de la democracia directa participativa. Esto exige reformas radicales en la organización económica similar a las listadas más arriba.
Justicia de género: La profundización de la democracia también implica un mayor justicia de género y la necesidad de una agroecología más feminista:
Si no erradicamos la violencia hacia la mujer dentro del movimiento, no avanzaremos en nuestras luchas, y si no creamos nuevas relaciones de género, no podremos construir una nueva sociedad. (La Vía Campesina 2008)
Pero, a pesar de esta perspectiva crítica, la agroecología todavía no ha incorporado un enfoque explícito de género que pueda plantear el problema de las relaciones sociales en contextos patriarcales, valorar adecuadamente el rol de las mujeres campesinas y hacer más visible la relación entre el trabajo doméstico y el cuidado de las mujeres con la sostenibilidad socio-medioambiental (Larrauri et al. 2016). Esto también oculta las muchas desigualdades entre hombres y mujeres en la agricultura campesina (Bezner Kerr 2013). La agroecología como ciencia, práctica y movimiento social necesita desarrollar formas de saber, conocimientos y prácticas fundadas en una agroecología feminista que desafíe el patriarcado y formas de violencia estructural contra las mujeres en particular. Dada la importancia vital del conocimiento y el trabajo de las mujeres en el cuidado de la tierra, el cultivo y la preparación de alimentos, esta es una prioridad urgente.
Estructuras para una toma de decisiones multinivel
Hacen falta nuevas estructuras institucionales y políticas para combinar el localismo con la interdependencia para una acción coordinada entre grandes áreas. Diversas agroecologías y sistemas alimentarios reterritorializados en los que la economía esté reinserida en la sociedad (de Polany 1957) requieren la participación inclusiva y la acción colectiva para coordinar la gestión y la gobernanza local adaptativa, entre un amplio rango de sistemas alimentarios y paisajes asociados (bosques, humedales, praderas, etc.). Además, fortalecer sistemas alimentarios centrados en el ciudadano y la autonomía exigen formas de organización política y social que puedan institucionalizar la interdependencia, sin recurrir al mercado global o al estado central.
Una opción es el confederalismo democrático, que implica una red de cuerpos o consejos basados en la gente (como opuesto al gobierno), con miembros o delegados elegidos en asambleas democráticas populares cara a cara en aldeas, ciudades y vecindarios de grandes ciudades (Bookchin 2015; Öcalan 2017). Cuanto mayores y más numerosas se vuelvan las federaciones y confederaciones vinculadas, mayor será el potencial para ejercer un poder compensatorio para democratizar y descentralizar el gobierno de los sistemas alimentarios y sus diversas agroecologías.
A este respecto, la lucha por democratizar el gobierno de la investigación en agroecología y soberanía alimentaria es emblemática, puesto que busca crear formas más democráticas de conocimiento mediante dos enfoques complementarios: (I) apoyar redes de arriba abajo de investigación autogestionada e innovación de base así como la supervisión ciudadana sobre la producción de conocimiento; y (II) democratizar la investigación pública y aumentar la financiación de la investigación de las dimensiones técnicas e institucionales de la agroecología como soberanía alimentaria (Pimbert 2018).
En diferente grado, los productores de alimentos en estos dos enfoques trabajan muy de cerca con investigadores de apoyo para decidir las agendas y prioridades de la investigación estratégica contracorriente, incluídas la asignación de fondos para I+D. Innovaciones institucionales, como las asambleas populares, y lo métodos para procesos deliberativos inclusivos, como los jurados ciudadanos, ayudan a crear espacios seguros para la toma de decisiones, «con», «por» y «para» los granjeros y otros ciudadanos (Pimbert et al. 2011; Excluded Voices, Centre for Agroecology and Food Security). Al dar valor y trabajar con el conocimiento popular, este proceso transformador busca revertir lo que Boaventura de Souza Santos describe como «injusticia cognitiva» y «epistemicidio», el fracaso en reconocer el derecho fundamental de diferentes conocimientos y formas de conocer a la existencia y en dar significado a las vidas de la gente (Santos 2014)
Por razones éticas y prácticas, la transformación depende de que los hasta ahora excluídos granjeros y ciudadanos -hombres y mujeres- coconstruyan conocimiento, políticas y prácticas para la gestión y gobernanza adaptativa local de ecosistemas y economías diversos. Esto es lo más importante en el contexto actual de desigualdades crecientes, cambio global rápido, e incerteza.
Notas
[1] Por granjeros nos referimos aquí a los pequeños propietarios campesinos y granjeros familiares que cultivan cosechas y crían ganado, a pastores, pescadores artesanales, trabajadores/granjeros sin tierra, habitantes de los bosques, pueblos indígenas, cazadores y recolectores y otros productores a pequeña escala.
[2] La Vía Campesina (LVC) es un movimiento internacional que reúne a organizaciones campesinas de pequeños y medianos productores, trabajadores agrícolas, gente sin tierra, mujeres granjeras, migrantes y comunidades indígenas de África, Asia, América y Europa. LVC consta de unas 164 organizaciones locales y nacionales en 73 países y representa a unos 200 millones de granjeros en total. Para más detalles, véase: https://viacampesina.org/en
[3] Véase FAO (2014).
Referencias
Altieri, Miguel (1987): Agroecology: The Scientific Basis of Alternative Agriculture, Boulder: Westview Press.
Badgley, Catherine, Jeremy Moghtader, Eileen Quintero, Emily Zakem, M Jahi Chappell, Katia Avilés-Vázquez, Andrea Samulon and Ivette Perfecto (2007): “Organic Agriculture and the Global Food Supply,” Renewable Agriculture and Food Systems, Vol 22, No 2, pp 86–108.
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Bookchin, Murray (2015): The Next Revolution: Popular Assemblies and the Promise of Direct Democracy. London: Verso.
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Traducción de Carlos Valmaseda