Crisis económica, crisis ecológica, crisis de civilización, ¿Qué rehacer?
Texto para la convocatoria de unas Jornadas organizadas por Espai Marx bajo este título.
Cada vez que oímos que el capitalismo está en las últimas, desde la izquierda, como el loco de Córdoba en el prólogo de la segunda parte del Quijote, murmuramos sin dejar caer la losa que llevamos sobre nuestra cabeza: ‘Este es podenco, guarda’. Hemos escarmentado a palos. Con todas las precauciones, sin embargo, parece que esta vez va en serio y ‘el fin está cerca’ -hablando en términos históricos-. Lo triste es que eso no tiene por qué ser una buena noticia. No se deberá al advenimiento de una nueva era más justa y sostenible, sino a que todas las señales parecen indicar que el capitalismo ha chocado finalmente con los límites físicos del planeta en su proceso infinito de acumulación de capital, origen y motor del crecimiento económico. Nos encontramos ante la confluencia de todo un conjunto de crisis -energética, ecológica, demográfica, alimentaria, económica…- que podríamos englobar bajo la denominación de crisis de civilización. Las respuestas tradicionales neoliberales, keynesianas o de izquierda productivista parecen impotentes ante la situación, lo que nos indica que será difícil una salida estándar al callejón sin salida en el que nos encontramos. Sin duda la salida más fácil ante un callejón sin salida es simplemente darse la vuelta hasta encontrar otro cruce desde el que continuar nuestro camino. O parafraseando la jerga leninista con una heterodoxia esperamos que disculpable, quizá debamos dar dos pasos atrás… y uno al lado para empezar a cambiar de ruta. La opinión general entre la ciudadanía, no obstante, parece ser que si presionamos con la fuerza suficiente derribaremos el muro ante el que nos encontramos y podremos seguir avanzando, no se sabe muy bien hacia dónde. Sin embargo, el resultado más probable si seguimos empujando es que nos sepulten los cascotes o, de nuevo parafraseando una cita clásica más elegante, que acabemos más cerca de la barbarie que del socialismo. Pero nada está escrito en piedra. La naturaleza no negocia y estamos inexorablemente obligados por las leyes de la termodinámica, pero esto no implica que no sea posible construir una nueva civilización basada en una relación más armoniosa con la naturaleza en la que nos esforcemos por un desarrollo auténticamente humano, esto es, dedicado más al pleno desarrollo de las capacidades y relaciones humanas que a la estricta posesión de bienes materiales -más allá de los necesarios para resolver un conjunto de necesidades básicas-. Nunca será un proceso cerrado porque el contenido y la satisfacción de estas necesidades se encontrará siempre en forcejeo constante con la naturaleza. De lo único que estamos seguros es que no podrá tomar más la forma del consumismo dominante actualmente en el mundo occidental. Pero que digamos que esto es posible no nos da muchas pistas sobre cómo conseguirlo. Hace unos 40 años que empezaron a hacerse evidentes los problemas de un crecimiento infinito en un mundo finito y desde determinados sectores de la izquierda empezaron a elaborarse propuestas. ¿Qué balance podemos hacer de su implantación? Insuficiente, cuanto menos. ¿Es posible avanzar en esta línea? Este debería ser uno de los objetivos de nuestra charla, explorar estas posibilidades. Empecemos, no obstante, con un brevísimo repaso a alguna de las crisis que nos atenazan.
Energía: la humanidad consume cada año tantos combustibles fósiles como los que la naturaleza produce en un millón de años
En última instancia -casi- toda la energía que utilizamos procede del Sol. A lo largo de la historia las sociedades humanas han sabido idear los medios más ingeniosos para capturarla y aprovecharla: uso de biomasa -alimentación humana y animal, leña…-, del viento -transporte a vela y molinos-, de las corrientes de agua -molinos, batanes, ferrerias-, y un no muy extenso etcétera. El momento de desarrollo y máximo esplendor del capitalismo se corresponde, no obstante, a la máxima explotación de una fuente de energía producto de un lento proceso de millones de años de almacenamiento de la energía producto de la fotosíntesis, los combustibles fósiles: carbón en la primera revolución industrial y más tarde petróleo y gas. Esto ha permitido, para bien y para mal, un desarrollo económico y tecnológico sin parangón en la historia de la humanidad. Y por primera vez un sistema socioeconómico ha llegado a ser absolutamente hegemónico en todos los rincones del planeta. Respecto a la energía, un concepto clave a retener es el de Tasa de Retorno Energético (TRE), es decir, la cantidad de energía utilizada para conseguir energía. Se considera que para que una sociedad sea viable es necesaria una TRE mínima de 10:1. La TRE del petróleo era de 100:1 en los años 30 del siglo XX. Actualmente está por debajo de 20:1 y descendiendo. No se trata de que ‘el petróleo se acabe’, como muchas veces se entiende el concepto de ‘pico del petróleo’, sino que el que queda es más difícil de extraer por problemas geológicos, tecnológicos y económicos y por tanto tiene una TRE menor. El uso del carbón, a pesar de la imagen ‘steam-punk’ que nos sugiere, no ha dejado de crecer en los últimos decenios, pero no parece que su pico esté mucho más lejano que el del petróleo -en términos históricos, hay que insistir- y el gas, a pesar de ser la gran esperanza blanca del sistema gracias a tecnologías conocidas de hace mucho pero poco utilizadas hasta hace poco por su bajo rendimiento y excesivo coste, como el fracking, no parece que permita la pervivencia del modelo actual energético muchos decenios más allá. Ninguna de las demás fuentes de energía, ni siquiera combinadas todas ellas entre sí, nos permitirá mantener el consumo del que gozamos en las sociedades occidentales. La respuesta tradicional suele ser, cuando no recurrimos a la magia de imaginar que alguna nueva y milagrosa fuente de energía aparecerá por ensalmo, es que nuevas tecnologías nos permitirán aprovechar mejor las fuentes de energía o que, en última instancia, será posible una cierta ‘desmaterialización’ de la economía. Como respuesta hay que recordar, en primer lugar, que tecnología no es energía. Como escribía recientemente Tim Morgan, el jefe de investigación de una empresa de brokers inglesa, ‘la tecnología usa energía, no la crea. Esperar que la tecnología nos proporcione una respuesta sería equivalente a encerrar a las mejores mentes científicas en la cámara acorazada de un banco, proporcionarles un poder de computación enorme y vastas cantidades de dinero, y esperar que creen un bocadillo de jamón’. La desmaterialización de la economía, por su parte, es una utopía capitalista que tiene pocas visas de llegar nunca a concretarse.
Pocas personas en nuestro país nos pueden ayudar a profundizar tanto en esta problemática como nuestro invitado a la primera sesión. Pedro Prieto, ingeniero técnico, es uno de los principales divulgadores sobre el pico del petróleo. Traductor de autores como Richard Duncan y Richard Heinberg, Pedro es actualmente vicepresidente de la Asociación Española para el Estudio de los Recursos Energéticos (AEREN). Es también miembro de Científicos por el Medio Ambiente (CiMA) y del consejo internacional de ASPO (The Association for the Study of Peak Oil and Gas), la organización internacional más importante que investiga el pico del petróleo. Coeditor del blog www.crisisenergetica.org/, Pedro Prieto ha publicado recientemente con Charles Hall, probablemente el mayor experto mundial en TRE, el libro Spain’s Photovoltaic Revolution: The Energy Return on Investment
Ecología: sexta gran extinción, cambio climático antropogénico, agotamiento del agua potable, pérdida de tierras cultivables… ¿Puede sobrevivir la humanidad a los desastres que ella misma genera?
Paradójicamente, parte del movimiento ecologista confía en que sea cierta la llegada del fin de la era del petróleo barato esperando que esto sirva para disminuir la concentración de CO2 en la atmósfera, uno de los gases de efecto invernadero. Fenómeno que nos lleva a una imparable subida de más de los 2 grados de la temperatura media global, considerados por la comunidad científica el límite máximo que no podemos superar. Esperanza vana, los depósitos existentes de combustibles fósiles superan en mucho lo necesario para superar esa marca. Ya se espera una subida de entre 3 y 4 grados para finales de siglo. Desaparecido de la agenda internacional, por el problema presuntamente más urgente de la crisis económica, el calentamiento global es solo uno, aunque quizá el más importante, de los problemas que amenazan nuestra existencia en este planeta. No la de la vida, como en ocasiones se dice, pues esta es mucho más resiliente que nuestra especie. Que la nuestra, pero no muchas otras: ‘la actual tasa de extinción es de 100 a 1000 veces el promedio natural en la evolución y en 2007 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza consideró que una de cada ocho especies de aves, una de cada cuatro de mamíferos, una de cada tres de anfibios y el 70% de todas las plantas están en peligro’. Se calcula, por ejemplo, que la sobrepesca puede hacer que para 2048 hayan desaparecido la práctica totalidad de las especies que actualmente se capturan. A diferencia de los ciclos naturales, en los que no existen desechos propiamente dichos, el proceso de industrialización acelerado en los dos últimos siglos está llevando al desbordamiento de los sumideros naturales: bosques, océanos, etc. La lista es abrumadora, pero solo por citar algún otro serio problema que nos afecta, podemos hacer referencia al agotamiento de las tierras cultivables a causa del modelo de agricultura industrial que considera los terrenos meros receptáculos para una serie de productos químicos -abonos, pesticidas, semillas comercializadas por las grandes agroempresas-. El ritmo de desaparición de tierras cultivables, a lo que se une el gran problema del pico del fosfato, mas el quizá aún más grave problema del abastecimiento de agua augura un triste porvenir para nuestros descendientes.
Economía. La consigna política con más solera -casi 4000 años-: ¡No a la esclavitud por deudas!
No vamos a entrar en el debate sobre la influencia que las dos crisis que acabamos de citar han tenido sobre la crisis económica en curso. Simplemente señalar que el crecimiento tal como se produjo tras la IIª Guerra Mundial en los ‘treinta gloriosos’ ya no es posible. La deuda contraída ante las perspectivas de un crecimiento incesante, por tanto, y la economía financiera que se ha construido a su alrededor, son insostenibles. Mientras confiamos en acabar enviando a los economistas de la doctrina tradicional -junto a sus jefes- a un centro de reeducación, va siendo muy necesario recurrir a aquellos que más han trabajado para entender la verdadera relación de la economía con la naturaleza: los economistas ecologistas. Y en este terreno pocos autores tan importantes como nuestro segundo ponente, Óscar Carpintero. Doctor en Economía, es actualmente profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid. Autor del fundamental El metabolismo de la economía española: Recursos naturales y huella ecológica (1955-2000) y de un estudio sobre uno de los fundadores de la economía ecológica La bioeconomía de Georgescu-Roegen, sus últimas publicaciones se han centrado en aspectos económicos del cambio climático. Óscar pertenece desde hace años a la International Society for Ecological Economics (ISEE), y es socio fundador de la Fundación Nueva Cultura del Agua. Es, además, miembro de CiMA (Científicos por el Medio Ambiente).
¿Qué rehacer?
Que a la gente le resulte más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo es una muestra clara del dominio ideológico del imaginario capitalista, cuando nunca había sido más necesario oponerle un imaginario de vida buena, solidaria y en armonía con la naturaleza. Lo imperioso de las tareas que se nos imponen solo se equipara con la urgencia con la que debemos ponernos a ello. Mientras forcejeamos en guerra de posiciones y tomas de casamatas, puede llegar el tsunami que asole el campo de batalla: ‘la ruina común de las clases contendientes’. Para que esto no suceda tenemos ante nosotros el reto, ni más ni menos, de construir una nueva civilización. Y de hacerlo rápido. Y cuando la mayor parte de la población ni es consciente de la gravedad del problema ni realmente desea construir esa nueva civilización. Una imposible pero imprescindible cuadratura del círculo. Son tantos los cambios y tan profundos que la sensación es sin duda abrumadora. Quizá una forma de empezar no sea preguntarnos qué hacer, sino qué rehacer. La lista es larga y debería incluir, entre otras:
-la relocalización industrial, esto es, la tendencia a que los productos industriales se produzcan lo más cerca posible de sus usuarios finales y con las materias primas también más cercanas;
-una nueva política energética en la que se vuelvan a utilizar, con las mejores técnicas que sin duda los conocimientos actuales pueden ayudar a desarrollar, las fuentes de energía renovables, aprovechando la aún relativamente abundante cantidad de combustibles fósiles para poner en marcha el proceso. Hay que tener en cuenta, no obstante, que nunca podremos llegar a los niveles de consumo que nos han proporcionado en los últimos doscientos años estos combustibles fósiles, lo que a su vez implica un cambio total en la forma en que se tendrá que organizar la sociedad.
-Retorno a la austeridad, que no debe ser entendida como que las grandes fortunas acaparen lo arrebatado a la población.
-Rehacer el sentido de comunidad y la solidaridad. Debemos conseguir sociedades más resilientes.
-Reruralización y restablecimiento de nuestra antigua alianza entre obreros y campesinos, entre el campo y la cuidad. Volvamos a desplegar con orgullo nuestras viejas banderas con la hoz y el martillo, símbolo de esta alianza. Con una salvedad: no debe ser así, pero si tuviera que haber una clase de vanguardia, esta vez debería ser el campesinado. Hay quien dice que es el pequeño campesinado familiar quien puede salvar el mundo, al proporcionar los alimentos suficientes para sostener a la población mundial sin recurrir al agrobusiness, responsable de más del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Hay que estudiar nuevas formas de interrelación campo-ciudad e impulsar la soberanía alimentaria y la agroecología.
¿Y quién va realizar todos estos cambios? A finales de los 70 y principios de los 80, Manuel Sacristán señalaba que las salidas individuales aisladas no eran capaces de producir un cambio sustancial. La toma del poder político sigue siendo necesaria. Su propuesta: ‘Las dos prácticas complementarias han de ser revolucionarias, no reformistas, y se refieren respectivamente al poder político estatal y a la vida cotidiana’. Para ello, en otro artículo, proponía algunas líneas de acción entre las que destaca como ‘primera y principal: empujar y sostener la acción de las alas presentes en los partidos obreros y en los sindicatos que son sensibles a esta problemática.’ Quizá sea el momento de preguntarnos cuánto se ha conseguido en el proceso de incorporación de los principios ecosocialistas en estas organizaciones y si es esta realmente la estrategia más adecuada. Porque no debemos olvidar que, de no mediar la voluntad y el deseo colectivos de organizar salidas genuinamente democráticas al panorama actual, puede aparecer como alternativa en la ‘institución’ (entendida en sentido castoriadiano) de esa ‘vida frugal’.algún tipo de neo-fascismo que ya asoma cabeza en no pocas esquinas de dentro y fuera fronteras nacionales. Para discutir este y otros temas contaremos con la presencia de Joaquim Sempere. Joaquim es doctor en filosofía, sociólogo, traductor, ex-director de Nous Horitzons y actualmente miembro del consejo de redacción de Mientras tanto. Entre sus publicaciones podemos destacar L’explosió de les necessitats (Barcelona, Edicions 62, 1992); el libro publicado con Jorge Riechmann, Sociología y medio ambiente (Madrid, Síntesis, 2000); la coedición con Enric Tello de El final de la era del petróleo barato (Icaria, Barcelona, 2008) o la traducción y ampliación de su libro sobre las necesidades titulado ahora Mejor con menos: Necesidades, explosión consumista y crisis ecológica (Crítica, Barcelona, 2009).