Los desafíos actuales de la izquierda brasileña
Joao Pedro Stédile
La sociedad brasileña vive un período muy especial, por diversas razones. Una de ellas es el largo período de crisis del modelo económico. Siempre que hay crisis, hay inestabilidad, pero al mismo tiempo se caracteriza por ser un proceso de transición, aún cuando no sepamos hacia donde iremos. Eso va a depender de la correlación de las fuerzas sociales.
Después de 50 años del llamado modelo de industrialización dependiente -en la definición de Florestan Fernández-, en la década de los 80, ese modelo entró en crisis como patrón de acumulación del capital. En la década siguiente, la clase dominante brasileña aceptó un papel de subalterno al capital internacional y pasó a implementar las políticas neoliberales, con la «ilusión» de que constituiría un nuevo modelo de desarrollo de la economía nacional.
Las políticas neoliberales desnacionalizaron nuestra economía, debilitaron el poder del Estado y dieron libertad total al capital internacional. Pero esa subordinación no condujo a un nuevo ciclo de desarrollo. El capitalismo internacional había entrado en una fase de total hegemonía del capital financiero, mezclado con los grandes grupos monopólicos, que dominan el comercio, la industria y los servicios.
Ahora, la forma principal de acumulación es en la esfera financiera. Se acumula por medio de los intereses y del lucro en la compra de acciones de las empresas estatales o nacionales ya instaladas; y se da total libertad al envío de remesas al exterior. Nada de eso genera riqueza nacional, empleo, trabajo, distribución de renta.
En doce años de esas políticas, la economía, como todo, permanece inestable. Independientemente que el PIB crezca, permanezca inestable o decrezca, las grandes transnacionales y el capital financiero siempre ganan. O sea, el modelo no sirve para
las naciones, no sirve para que las poblaciones mejoren su vida, pero sirve a las grandes empresas oligopólicas y al capital financiero.
Cambios y contradicciones
Con resultados sociales cada vez peores, el pueblo entendió el significado de esas políticas y, en las elecciones de 2002, votó contra el modelo. No se sabía, sin embargo, qué debería ser colocado en su lugar, incluso por el bajo nivel del debate político de la campaña de 2002. En la desesperación de la amenaza de la crisis Argentina, parte de las elites brasileñas aceptó la posibilidad de cambio e hizo una alianza con la alternativa Lula.
Del lado de acà, del PT y de las fuerzas sociales que apoyaron a Lula, esa posibilidad era entendida como una alianza táctica entre la clase trabajadora y sectores de la burguesía industrial, para enfrentar al capital financiero, nacional e internacional. Pero de parte de las elites no fue esa la lectura. Hicieron una alianza para no perder los dedos, y para seguir influyendo en las políticas públicas en el rumbo del neoliberalismo.
Pasado casi la mitad del mandato, el resultado está ahí. Se sigue una política económica neoliberal, hegemonizada por esos sectores de la clase dominante brasileña que controlan toda el área económica del gobierno, desde el Banco Central hasta el
Ministerio de Agricultura. La naturaleza y las consecuencias de esa política todos ya conocemos desde hace 12 años. Representan la hegemonía del capital financiero, que usa las políticas públicas para garantizar sus tasas de lucro, a través de los intereses, del poder de oligopolio y de la libertad total de actuación.
¿Y cuál la contradicción que acaba ayudándonos? Es que este conjunto de políticas de corte neoliberal no se constituyó en un modelo sólido de acumulación de capital y de reimpulso de un proceso de desarrollo nacional. Podremos tener hasta crecimiento
económico, pero este será hegemonizado por el capital financiero, por el sector oligopolizado de la economía y por las exportaciones de las empresas transnacionales, que usan el libre comercio para aumentar sus tasas de lucro. En esas políticas no hay espacio para la distribución de la renta, para la reforma agraria, para el mercado interno, para la elevación del consumo de bienes masivos y mucho menos para las políticas
sociales. Sin catastrofismo, con esa opción los problemas sociales solo se agravarán. Aquí, en la China o en cualquier país que fueran aplicadas.
Ese es el desafío de orden económico. No hay salida para el pueblo con las políticas económicas neoliberales. Ellas solo interesan al gran capital. Manteniéndose en ellas, solo se agravarán los problemas del pueblo, incluso con el PIB creciendo y
con algunos sectores, en especial vinculados al mercado externo, aumentando el número de empleos.
El desafío de la izquierda social
¿Y como enfrentar esta realidad? Hay una tendencia natural de las fuerzas sociales y políticas tener como referencia solo lo que el gobierno hace. Empero, como se dice en el pueblo , «el agujero está más abajo». La sociedad brasileña precisa debatir y construir
un nuevo proyecto de desarrollo, pensando que modelo puede hoy organizar la producción y la economía apuntando a encontrar solución a los problemas de la población, y no solamente a la acumulación del capital. Es preciso una verdadera minga social, que lleve ese debate a todos los espacios sociales, de las escuelas, colegios, universidades, sindicatos, iglesias y movimientos sociales. Y esto extrapola la tendencia simplista de solo hablar mal del gobierno o defenderlo.
El segundo desafío. En la lucha de clases todo se resuelve por la correlación de fuerzas. No basta un ejercicio de retórica, por más combativo que sea. Quien no tiene pueblo organizado, no tiene fuerza para defender sus ideas. Quien tiene apenas ideas buenas, y no se preocupa en organizar a los trabajadores, a los pobres,
cae fácilmente en el sectarismo, en el izquierdismo o en el «amarillismo».
La correlación de fuerzas sociales actual es desfavorable para la clase trabajadora, por el largo período histórico de reflujo del movimiento de masas. Eso no quiere decir que no hayan luchas sociales. Pero no existe un movimiento creciente y masivo, que
construya orgánicamente una unidad popular en torno a un proyecto unificado de cambios. Es preciso estimular las luchas sociales y la construcción de un amplio movimiento de masas, unitario, que consiga contraponerse a la hegemonía del capital
financiero, que se expresa en las más diversas esferas de la sociedad y, a veces, hasta en el movimiento sindical.
Aquí cabe una reflexión autocrítica de todos nosotros. Para estimular y organizar las luchas sociales es necesario hacer un trabajo de base, lo que significa para la militancia social dedicarse prioritariamente a hacer el trabajo de convencimiento y de organización nuclear del pueblo. Precisamos colocar nuestras energías allá donde el pueblo vive, trabaja, y organizarlo.
Es preciso llevar nuestras ideas, nuestros materiales, hacer pequeñas reuniones, ir aglutinando, construyendo fuerza social organizada. Desgraciadamente, parte de la militancia no percibe que sin organizar al pueblo no se va a ningún lugar, y muchas
veces se elude con eternas reuniones de cúpula o meros discursos evaluativos de la coyuntura.
Disputa ideológica
El tercer desafío que la izquierda social tiene se da en el campo de la disputa ideológica. Precisamos organizar la disputa de la hegemonía en la sociedad, como nos alertaba Gramsci. No solo hacer luchas económicas, corporativas, que pueden resultar en pequeñas conquistas sociales para la clase, pero que no organizan a la clase para transformaciones sustantivas ni disputan proyectos en la sociedad.
En este campo ideológico tenemos varios frentes y tareas pendientes. Tenemos el trabajo de formación política de nuestra militancia, de nuestros cuadros, actualmente muy raro. Tenemos la tarea de construir nuestros propios medios de comunicación
social: radios comunitarias, televisoras comunitarias y públicas, periódicos y boletines. ¿Hasta cuando vamos a estar ilusionados con conquistar pequeños espacios en la televisión, en los periódicos y en las radios de la burguesía? Ellos siempre van a
estar al servicio de los intereses de su clase, la clase dominante, como nos advertía el entrañable Perseu Abramo.
Debemos también utilizar las más variadas formas de expresión cultural. El teatro, la música, la danza, las artes plásticas y las fiestas populares representan una excelente forma de comunicación social y de ideas con nuestro pueblo.
Como ven, tenemos muchas tareas por delante, si queremos salir de esa crisis económica e ideológica que la sociedad brasileña vive. Las izquierdas precisan hacer una buena autocrítica y comenzar a trabajar mirando a largo plazo.
(*) Joao Pedro Stédile es miembro de la dirección del MST, participa
en la Central de Movimentos Populares.