La constitución de la multitud en movimiento: la génesis de la democracia
Joaquín Miras Albarrán
“La democracia como cosa en sí, como abstracción, no existe en la vida histórica, sino que la democracia es siempre un determinado movimiento político, conducido por determinadas fuerzas y clases que luchan por determinadas finalidades. Un estado democrático, es en consecuencia, un estado en el que gobierna el movimiento de la democracia”
Arthur Rosenberg, Democracia y Socialismo. Aporte a la historia política de los últimos 150 años (1789-1937), Ed. Claridad, Buenos Aires, 1966
Una nueva época
Un nuevo ciclo de luchas sociales se ha abierto, y un nuevo sujeto político ha hecho acto de presencia en la historia: lo hemos visto en la calle. El sábado 15 de febrero en nuestras ciudades y en decenas de ciudades de otros países. En noviembre, en Florencia. Antes, en la manifestación contra la cumbre del G8, en Barcelona. Y en Porto Alegre y en Génova… Una nueva época nace y su característica fundamental es que la plebe, el demos, la multitud, osa nuevamente, constituirse en opinión pública organizada; se atreve, otra vez, a protagonizar la práctica política y a disputar el poder a la plutocracia capitalista y su cohorte de poderes. Ya nada será igual.
A destacar: lo que hemos visto movilizarse en Barcelona, Madrid y Londres, en Florencia, es ciertamente un número aún pequeño de la totalidad de la población –aunque ¡quién lo hubiese soñado hace, tan sólo, cuatro años!-, pero su composición revela que lo que se está movilizando abarca en potencia a todo el espectro social del demos; a las 8 décimas partes de la sociedad – lo que, continuando la vieja tradición de la democracia, recuperada por el jacobinismo, Robespierre denominaba “proletariado”-.
Falta aún mucha gente, y mucha organización estable micro fundamentada, mucha participación. Por eso, tan sólo es el fantasma del demos lo que recorre hoy Europa. El bloque subalterno de la sociedad civil no está aún lo suficientemente organizado como para poder dominar democráticamente la actividad social que produce y reproduce la vida, e instaurar un nuevo poder político democrático, pero se expresa y genera una nueva opinión pública.
Conviene que abramos una reflexión para tomar conciencia de todas las cosas que han sucedido en los últimos tiempos ante nuestros ojos, y muy en especial el 15 de febrero.
Nuevamente hemos visto al mismo sujeto que se ha ido configurando en los últimos cuatro años, salir a la movilización. Se confirma la incorporación a la lucha de una nueva generación, con mayor formación intelectual y técnica media que la que protagonizó las luchas hace 30 años Esta generación nueva está sociológicamente constituida, desde una estimación que dé relevancia a las relaciones sociales de producción, por actuales o futuros asalariados, asalariados-precarios, trabajadores autónomos supeditados al dominio del gran capital, profesionales y pequeños propietarios –se hace hoy muy difícil diferenciar entre el trabajador asalariado estable, el asalariado sometido a precariedad, el trabajador organizado en empresa cooperativa a la que se subcontrata, el trabajador autónomo individual, y el pequeño propietario de un establecimiento – .
Esta generación joven forma la vanguardia de todo un conjunto de población, de su misma generación y de otras anteriores, que ya apunta en las movilizaciones. Cuando uso el término vanguardia lo hago en sentido estricto, como punta de lanza que se moviliza con más facilidad que el resto. La verdadera vanguardia de la sociedad, ese 15/ 20 % que está dispuesto a movilizarse ya, ni se deja sustituir ni puede ser confundida con los estados mayores de las viejas estructuras políticas dispuestos a sustituir a los demás. Gracias a esa nueva vanguardia social encabezada por la generación joven de las clases subalternas, dominadas por el capitalismo, hemos visto recuperar la voz a la sociedad democrática, subalterna, al pueblo –al demos-. Convocadas a la lucha antiimperialista , se han vuelto a movilizar las generaciones de la lucha antifranquista, lo que revela que los sectores sociales que lucharon por las libertades, fueron derrotados pero no están vencidos.
Hay que mejorar el análisis sobre el bloque social que se ha expresado en la protesta contra la guerra y por un orden internacional justo. Tanto sobre este sector joven como sobre los otros que han comparecido en las movilizaciones. Sí podemos ver que hoy por hoy, la estructuración estable permanente de esta ciudadanía es aún débil. Pero esto también revela un dato nuevo. Tradicionalmente el viejo movimiento obrero y popular alcanzaba cotas altas de movilización en la medida en que existían instrumentos organizativos estables y micro fundamentados, de masas. Ahora, eso que sería muy deseable, aún no existe, pero, sin embargo, el nivel de la movilización es muy elevado.
La pujanza del nuevo ámbito social deliberativo construido y la fuerza de la nueva Opinión Pública alternativa, emergente, se basa en la elaboración de opiniones políticas a partir de la información y de intercambios de opiniones informales. Y en la experiencia inmediata que poseen como individuos de la sociedad presente. También en el manejo de nuevas tecnologías informáticas. Esta respuesta ante la información, la capacidad consiguiente de elaborarla, la capacidad para discutirla en grupos informales muestra que este amplio sector popular está intelectualmente capacitado.
Estamos ante una situación de aumento de la actividad ciudadana en sus actitudes públicas, y ante la reconstrucción de una nueva Opinión Pública popular, plebeya. El bloque social activo que se dibuja va a crecer, tanto como consecuencia de las afinidades con la población que todavía no se ha movilizado, pero que coincide en sus experiencias generacionales, en sus expectativas, en su sociología, etc., con los sectores movilizados, como por la forma de organizar la movilización, democrática, no autoritaria, inclusiva, no supeditada a las viejas instituciones electoralistas, y también por el éxito obtenido por las movilizaciones que se han desarrollado hasta el presente, razón nada desdeñable.
La esperanza de construir colectivamente un mundo mejor –“otro mundo es posible”-, los valores de libertad e igualdad, que han permanecido latentes, pero alentando, en la cultura popular hija de las luchas democráticas antifascistas, han vuelto a encarnarse en un sujeto colectivo, y han vuelto a constituir una fuerza beligerante políticamente. Podemos afirmar que esta es una realidad irreversible. Esto quiere decir que en esa dinámica abierta, el nuevo sujeto social, va a ir desarrollando deliberación y actividad, y va a ir ampliando su capacidad de organización, mediante la inclusión de nuevos sectores; va ir construyendo sociedad civil, reticulando redes democráticas de acción y de control de la actividad en el interior de las estructuras organizadas, ya existentes, de actividad y producción, hoy dominadas por el capital o por el poder político oligárquico, no controlado; va a ir generando experiencia y proyecto político propio, salvo que sea derrotada por la derecha.
Pero, para que esta situación nueva que apunta, decaiga o inflexione, es precisa una lucha y un triunfo de la derecha sobre el movimiento. Cosa que no está predicha, ni mucho menos. Por el momento, la derecha, cogida por sorpresa, no puede ni tan siquiera presentar batalla de forma inmediata y eficiente al presente movimiento. Mas, aún en el peor de los casos posibles: la historia es irreversible. El pasado ya no volverá bajo ninguno de los supuestos futuros posibles. Nada volverá a ser como es; como ha sido.
Lo viejo no acaba de morir
El demos que se ha movilizado lo ha hecho manifestando firmeza y claridad de ideas en torno a principios de carácter fuertemente moral y político: no a la prepotencia de EUA que trata de imponer su nuevo orden mundial. No a la guerra. Denuncia de los intereses que se ventilan por debajo: el petróleo. Por otra parte, ya el nacimiento del movimiento es el resultado de una conciencia radicalmente anticapitalista, pues surge para protestar y rechazar la “globalización”, esto es la política económica impulsada por el gran capital internacional, que ha consistido en destruir los controles generados desde la Segunda Guerra Mundial para proteger el mercado de trabajo y salvaguardar de la piratería el mercado financiero.
El carácter inmediatamente internacionalista del movimiento es otra evidencia que nos habla de la clara conciencia política que poseen sus miembros; el movimiento hace gala de un cosmopolitismo no retórico.
En resumen: su nivel de politización y su antagonismo anticapitalista prácticos, no meramente declarativos, son mucho mayores que el de las actuales organizaciones políticas de la izquierda que se amparan bajo nombres de fuerzas políticas antaño gloriosas. El movimiento democrático se ha levantado en lucha por la libertad entendida, de forma relacional, como no dominación, o no supeditación de los seres humanos a la voluntad explotadora y enseñoreadora de la minoría capitalista. Y ha asumido consecuentemente la lucha política directa contra la explotación y la dominación de la sociedad civil a manos de la plutocracia capitalista –la lucha contra el dominium- y la lucha contra el despotismo del poder político desatado que trata de someter por la fuerza militar a la ciudadanía y al mundo entero a sus pretensiones –la lucha contra el imperium-. Se ponen en discusión tanto las relaciones de poder que organizan la economía capitalista como las relaciones de poder que estructuran las instituciones políticas y parlamentarias y las sostienen al margen de la voluntad de la ciudadanía, en manos de oligarquías cooptadas.
Esto debe hacer reflexionar a quienes somos miembros de la vieja izquierda sobre nuestro tradicional discurso que insistía en una pretendida inconsciencia de las masas, que faltas de dirección política, no eran capaces de desarrollar criterios políticos fuertes propios. Una movilización contra la guerra imperialista en Irak, o contra la globalización económica, es algo muy alejado de la simple experiencia espontánea de índole salarial, que propugna quejas y reivindicaciones de ese tenor.
También ha quedado puesto en entredicho el tradicional expediente que achaca nuestra incapacidad a la influencia de los medios de comunicación que intoxican a las masas: la masividad “intoxicadora” de los medios de comunicación sobre el asunto de la guerra del Irak ha sido flagrante, pero, sin embargo, este hecho ha provocado la irritación de la gente que ha sentido que el discurso era mendaz, cínico y prepotente.
La prepotencia política ha movido las conciencias tanto ahora como cuando la cumbre de Barcelona. Existe una muy clara y firme conciencia de repulsa a unas determinadas formas de hacer la política. Queda claro que un amplio sector de la sociedad posee criterios firmes de índole moral-política, y si la vieja izquierda no hemos sabido conectar con ellos es porque nos hemos equivocado. A empezar, por tratar de auto otorgarnos el papel de elite dirigente.
La gente movilizada no tiene una particular predisposición en contra de las organizaciones políticas tradicionales de la izquierda, sino que se muestra meramente indiferente y desinteresada hacia las mismas y hacia sus intentos de instrumentalización. Un ejemplo curioso e interesante ha sido la “respuesta” de la ciudadanía movilizada a los intentos de encabezar las manifestaciones por la paz, desarrolladas durante el 15 de febrero, por parte de los partidos y sindicatos. Durante las semanas previas, fuerzas políticas y sindicales que habían estado ausentes de la movilización anterior y de la organización de la jornada de lucha, acudieron al olor del éxito de la movilización y exigieron ocupar con sus personalidades de relieve los puestos de cabecera de la manifestación, plantearon la necesidad de asumir eslóganes, de realizar públicamente determinadas declaraciones, etc. Para la ciudadanía democrática activada, esa gente no existió: las “cabeceras” de “prohombres- y- promujeres” fueron ignoradas, al igual que las consignas oficiales, no como pataleta y en señal de protesta, sino por indiferencia ante algo que se sabe postizo e inerte.
Las evidencias que vamos presenciando revelan que la sociedad dispuesta a la respuesta político moral, y a la movilización no se muestra propensa a hacer depósito de confianza en ninguna organización que se auto proponga para gestionar en clave de profesionales de la política la representación de la ciudadanía. Esta ha sido precisamente una de las condiciones que han posibilitado el desarrollo tan desconcertantemente rápido del nuevo movimiento, en los diversos estados y a nivel mundial: el carácter democrático de base del movimiento, y su carácter inclusivo, que trata de unir, de poner de acuerdo mediante la deliberación no prefijada a todos los sectores que se aproximan, y que admite todo tipo de nueva organización o colectivo –“movimiento de movimientos”- sin desconfiar de su carácter previo organizado, sin rechazar los planteamientos que traiga, pero que, a la vez, no contempla la posibilidad de la “negociación” de colectivo a colectivo, sino la deliberación pública, el acuerdo eventual, el desarrollo creativo de nuevas ideas, gracias a la deliberación, y la posibilidad de sostener opiniones diversas en asuntos.
La democracia, una nueva forma de construir un sujeto
El movimiento emergente siente la necesidad de mejorar su autoorganización, y va dotándose paulatinamente de formas organizativas estables. A título de ejemplo, en el número de enero de El Viejo Topo, David Catalán daba cuenta con cautela de mejoras de los niveles organizativos del movimiento en Cataluña. En todas partes se discute la forma de dotarse de estructuras estables suficientes y democráticas.
Las nuevas formas que estructuren en concreto el bloque social emergente, es decir, el demos o pueblo que lucha por constituirse en poder –en kratos- no pueden ser conocidas por adelantado, ni pueden ser resultado de elaboraciones en laboratorios politológicos. Las formas organizativas serán fruto del debate, de la experiencia política desarrollada por las luchas que se avecinan, de las necesidades sentidas y de la deliberación interna del movimiento. Pero algunas cosas sabemos ya sobre sus trazos futuros, porque son evidencias del presente.
En primer lugar, que el entramado que emerge no es un medio, o instrumento al servicio de ninguna fuerza política constituida externa al mismo, porque el movimiento que se está construyendo no es, ni se entiende a sí mismo, como instrumento táctico o puntual al servicio de una estrategia “de parte”, ni como medio organizativo al servicio de la recolección de votos de otras organizaciones políticas. Los fines del movimiento son exclusivamente los que el mismo se va planteando deliberativamente, y su finalidad organizativa es precisamente posibilitar el protagonismo directo de la ciudadanía organizada sobre sus propios actos y sus propias vidas, la reapropiación en el seno de la sociedad civil de su destino político colectivo.
Como se comprende fácilmente, para las gentes organizadas en el movimiento, la democracia no es un medio institucionalizado que sirve como procedimiento instrumental para el acuerdo entre individualidades aisladas o colectividades sociales ya preconstituidas, cuyos intereses y deseos están prefijados. Ni es el expediente por el cual nuestras preferencias individuales orientan la gestión pública de las instituciones burocráticas, previamente existentes, del estado y de sus recursos. Ni el instrumento que permite la elección de elites gestoras gobernantes en las cuales delegar la gestión de los asuntos públicos ya preestablecidos mediante la agencia estatal.
Democracia es el nombre que se da a la estructuración estable, en la sociedad civil, de un movimiento abierto a la autoorganización de todo ciudadano en su seno y a la deliberación incluyente, con el fin de coordinar la práctica política de los ciudadanos que integran el movimiento. La democracia no es un método, sino una manera de organizar las relaciones entre las personas que integran el movimiento, que se basa en la igual libertad de todos sus participantes. La democracia es un elemento inherente a la existencia del propio movimiento. Veamos esto con un poco más de detalle.
El pensamiento humano, la psique, posee un carácter dialógico: la participación de los individuos en situaciones de libre deliberación y diálogo para elaboración de proyectos comunes con el objeto de orientar la praxis de los individuos directamente participantes en el proceso, origina la creación o surgimiento de nuevas ideas y planteamientos antes no existentes. Estas nuevas ideas orientadoras de la praxis tienen en cuenta las objeciones de los participantes, y tienen la capacidad de cambiar las concepciones previas de los mismos. La deliberación libre posee esta cualidad.
Por otro lado, la actividad subsiguiente, organizada democráticamente, sin subordinación a la tarea rectora de nadie – la actividad no planeada conforme al esquema de división del trabajo entre quien concibe y quien, sin saber por qué, ejecuta-, genera en los individuos participantes, que deben protagonizar su actividad en la ejecución de los compromisos adoptados, nuevas capacidades y facultades antes no poseídas –nuevas “fuerzas productivas” o fuerzas capaces de objetivación- . La posibilidad de intervenir en la actividad, y conseguir la autorrealización de la persona –el ser humano es un ser práxico- es la matriz donde nacen las cualidades intelectuales, técnicas y morales requeridas por la democracia: la areté –la virtud- de la democracia tiene su nacimiento en la propia práctica democrática.
Virtud –areté- es el nombre que en la tradición de la democracia se dio a la moral democrática; y en ésta se otorga prioridad absoluta a los deberes que los individuos ciudadanos tienen contraídos respecto a los asuntos públicos atinentes a su comunidad social. El primer deber es luchar por el bien común de la sociedad, lo que implica deliberar previamente sobre cuál es el proyecto político que favorece el bien común de la polis, y luego ejecutar los acuerdos adoptados. Esta moralidad prioritariamante pública –virtudes públicas contra vicios privados- define una antropología humana. Esta moralidad tiene su origen en la experiencia práxica desarrollada por quienes se comprometen en la praxis del movimiento. Veamos esto un poco más detenidamente:
La praxis democrática se puede descomponer analíticamente en una triple actividad: deliberación en pié de igualdad, entre los demás/ ante los demás, mediante el uso público y libre, de la palabra –dokein-; ejercicio de los cometidos previamente acordados, que deben ser llevados a la práctica directamente por los ciudadanos deliberantes, los cuales asumen el compromiso público de ejecutarlos en la medida de sus capacidades –praxis/ prattein-; rendimiento público de cuentas ante los demás, del cumplimiento de los compromisos –léguein didónai-. El deseo de ser apreciado en la comunidad cívica constituida, en el presente, por el movimiento de ciudadanos en el que el individuo se integra, como resultado del cumplimiento de los compromisos adoptados libre y públicamente y por la eficacia en la ejecución de los mismos; el deseo de que se reconozca su derecho a tomar la palabra y deliberar, siendo escuchado con respeto por su saber, intuición y tacto en la previsión de los asuntos políticos –frónesis/ prudentia- e incluso con admiración, no con rechifla, son las experiencias que generan el desarrollo de la moral pública que denominamos Virtud –areté- .
La necesidad de reconocimiento social por parte de la comunidad ciudadana activa para el individuo formante de ella es mucho más fuerte de lo que pensamos a primera vista. La nueva personalidad del ciudadano democrático, resultado de su auto desarrollo mediante la actividad, es resultado, en primer lugar, de la actividad socialmente organizada, y de la ayuda de otros. La posibilidad de pervivencia de la nueva personalidad democrática depende de la existencia de la colectividad democrática, sin la cual deja de ser posible la realización del individuo . El reconocimiento hacia la comunidad democrática y el esfuerzo por que se mantenga son evidencias para el individuo.
También la verdadera ciudadanía, en el sentido hondo del término que posee en la tradición republicana de la democracia, surge tan sólo de la participación activa en el movimiento. Pues ser ciudadano no es tener garantía de poseer determinados derechos otorgados por el imperium: eso es ser súbdito. Ser ciudadano es “mandar y obedecer por turno” en los asuntos públicos; esto implica que en un hipotético, y futuro, poder político democrático, en el que la ciudadanía ejerza la soberanía, ésta debe desempañar directamente, como mínimo, la facultad legislativa.
Por lo tanto, la democracia, esto es, el concreto movimiento de masas ciudadanas, históricamente existente, constituido por el demos, posee un carácter ontológico. Es elemento constituyente, auto creador, que construye al agente social colectivo, al bloque social subalterno organizado que se revela contra su situación de dominio. La práctica ordenada por la democracia es una práctica nueva, constituida conforme a una concepción de las relaciones sociales, en el sentido fuerte del término, basadas en la libertad: la democracia genera una nueva cultura in nuce, allí donde se practica.
La democracia construye al propio movimiento como agente social colectivo y solidario. La democracia genera la deliberación colectiva, y da lugar a la práctica directa del movimiento que modifica la situación. Desarrolla experiencia política y saber práctico. Interpela a la inclusión en el movimiento de nuevas individualidades También es el medio que permite la autoconstrucción libre y voluntaria de los individuos participantes en el movimiento que se revela contra su situación de dominio. La práctica democrática es el agente creador de la nueva sociedad, de la nueva cultura y de la nueva antropología individual, allí donde se practique y al nivel más elemental en que se practique. La práctica de la democracia, directamente, por parte de los ciudadanos organizados en el movimiento, es la energía –enérgueia, praxis- que genera la ciudadanía, y construye el demos.
Otra característica que apunta en el movimiento, y que es inherente a todo movimiento democrático –esto es: “popular”- es la constitución de un bloque social, que abarca a las diversas clases subalternas, y al que la tradición de la democracia ha denominado precisamente “Pueblo”, o “demos”. El movimiento no se organiza sobre la base de la identidad de lo que nosotros entendemos en la actualidad como una clase social en el sentido actual y estrecho del término, sociológico y a la par obrerista, que las tradiciones socialdemócrata, comunista y anarquista elaboraron tras la derrota de la oleada revolucionaria de la AIT. Lo que vemos emerger es un Bloque Social, formado por una muchedumbre que incluye todos los segmentos sociales subalternos, explotados y dominados por el gran capital, esto es, a la totalidad de la plebe. Este sujeto social hoy en ciernes, que abarca conativamente a la mayoría de la sociedad, es el que ha fraguado siempre, anteriormente, como condición de posibilidad, en los periodos históricos en los que la sociedad se replanteó su propia ordenación social: la Revolución Francesa, la Revolución de 1848, la oleada revolucionaria de la AIT, durante los años sesenta del siglo XlX, la Revolución Europea posterior a la primera guerra mundial, la movilización del “68”/ 71…
A esta mayoría social desposeída, explotada y dominada por los plutócratas y potentados del gran capital se le denominó, con lenguaje procedente de la Revolución Francesa, como ya adelanté, “proletariado”; y a la acción encaminada a constituir a todos los segmentos subalternos, plebeyos o populares, en facción confrontada antagónicamente contra la burguesía capitalista, se le denominó la constitución en “clase”. Podemos registrar esto en el memorable análisis histórico de los sectores constituidos bajo el nombre de “clase” durante los primeros cuarenta años del siglo XlX en Inglaterra, que realizó E. P. Thompson , el cual nos revela el carácter de bloque popular organizado que poseía el agente definido como clase.
Esta característica, que permite augurar una posible organización del demos, es propia también del actual movimiento. Quienes procedemos de las organizaciones de la izquierda, debemos liberarnos de reservas doctrinarias, de índole economicista, y valorarla como muy beneficiosa. En el modelo organizativo contrario, la articulación previa de las diversas fracciones de la subalternidad de forma separada, fragua identidades segmentarias, que desarrollan las unas hacia las otras intereses particulares confrontados, alimentados por las intelectualidades orgánicas de esos proyectos cuyo modus vivendi depende de la organización estanca de su segmento social y de la desactivación de la participación como medio para conseguir la representación en exclusiva del segmento social. En esas condiciones, se pueden producir negociaciones estratégicas entre los diversos sectores subalternos organizados, pero no una deliberación incluyente de los diversos sectores sociales y de sus problemas y expectativas, capaz de generar, confianza mutua y un nuevo proyecto social común.
La organización de todos los segmentos populares, subalternos, explotados y dominados por el gran capital plantea de inmediato el asunto de la hegemonía. Y lo plantea de la forma adecuada: se trata de que el movimiento lleve las deliberaciones creativas, creadoras de nuevo proyecto social, a partir de las experiencias de lucha y de los recursos civilizatorios dominados por los individuos organizados –los saberes o Dynameis, es decir, las fuerzas productivas- hasta sus últimas consecuencias, no de tratar de introducir desde fuera un recetario previamente decidido a partir de postulados afirmados. Pero el debate por la hegemonía social: el desarrollo de proyectos políticos, esto es, de alternativa de sociedad, tan sólo se puede producir como resultado de la organización, la praxis y la deliberación de un movimiento de estas características, semejante a aquellos otros bajo cuya existencia histórica se produjeron situaciones verdaderas de alternativa de sociedad.
Una tercera característica del movimiento naciente es su organización transnacional, consecuencia de ese verdadero cosmopolitismo no retórico, que permite al movimiento rebasar sin problemas los marcos estatales y abre la posibilidad de que el nuevo movimiento sea capaz de articular respuestas políticas alternativas en los nuevos ámbitos regionales pluriestatales que constituyen actualmente las nuevas formaciones económico sociales instauradas por el capitalismo. Gracias a la existencia del nuevo movimiento estamos hoy en mejores condiciones de plantear una lucha sin compromisos contra el gran capital en Europa, y de tratar de establecer instituciones políticas que pongan la economía bajo control de la ciudadanía.
La izquierda tradicional en la encrucijada
Todas estas características que he enumerado son una novedad respecto del inmediato periodo histórico que se ha cerrado. Son prueba de que una nueva cultura política y organizativa se abre paso, como resultado de nuevas experiencias de vida. La propia cultura de los individuos, las nuevas exigencias sentidas por las subjetividades, las nuevas experiencias generadas por el mundo en que se vive, muy en especial las creadas por el capitalismo de la era de la globalización, son elementos cruciales que determinan una nueva época y marcan a las generaciones que se incorporan a la vida política.
La estructuración política orgánica de este nuevo sujeto social está por venir, como el propio movimiento. Pero, si se desarrolla tendrá que reproducir las características que posee el movimiento democrático: el eventual proyecto político que surja del mismo tendrá que poseer organicidad. No sirve como inspiración la experiencia política que la izquierda ha desarrollado desde la derrota de la AIT, con excepciones momentáneas abiertas en los periodos de lucha de masas –el periodo de los consejos de los años posteriores a la primera guerra mundial, por ejemplo-. No sirven las formas políticas de los partidos de masas orgánicas de las experiencias sociales del obrero poco culto del mundo fabril estable, hoy ya desaparecido.
Hace ya casi cien años, un hombre comprometido con el movimiento democrático revolucionario de su época, el movimiento de los consejos, Antonio Gramsci, escribió: “El comunismo (.) no es sino el movimiento real de rebelión de todo el pueblo trabajador, que lucha por liberarse de la opresión económica y espiritual del régimen capitalista y que, con relación a sus propias experiencias directas, construye los organismos que se revelan más idóneos para el cumplimiento de aquellos fines determinados en cada oportunidad por el mismo desarrollo de la lucha general” .
La vieja izquierda ha quedado definitivamente desvinculada de su relación organizativa, directa con las masas sociales, como resultado del nuevo cambio de época impulsado por el capitalismo, que ha deshecho las antiguas bases sociales e identitarias en las que la izquierda se asentaba. A consecuencia de esto, ha perdido el norte, y sigue sin entender nada de lo que está sucediendo. Observa los nuevos acontecimientos con desconfianza e inseguridad. Oscila entre el deseo de convertir el “movimiento de movimientos” en una cantera de voto y el despecho crispado de quien sabe que su interpelación no obtiene respuesta al otro lado. Las dos características en las que se cifra su comportamiento son la comprensión de la política como representación del electorado en las instituciones del estado y la valoración instrumental de los movimientos sociales.
Sí se producen incorporaciones meritorias al movimiento de grupos e individualidades, procedentes de la izquierda tradicional, normalmente provenientes de las alas izquierdas de la misma, pero ese es el límite. En otras sociedades hemos visto cómo importantes destacamentos de la izquierda de los años sesenta y setenta se han incorporado lealmente al movimiento democrático emergente y son los primeros en propulsarlo. A tener en cuenta el papel de Refundación Comunista en Italia. Como declaran las tesis presentadas por esta fuerza política realmente democrática
-no temerosa del movimiento, sino comprometida muy a fondo con el mismo-, la auténtica vanguardia de la sociedad es el propio movimiento de masas, a través del cual se expresa directamente la ciudadanía. Y el papel del partido, al igual que el de las demás organizaciones y asociaciones cívicas y políticas que sean verdaderamente de izquierdas y pretendan desempeñar un papel histórico, progresista, en el presente ciclo, es promover la autoorganización libre de la ciudadanía en el seno de movimiento.
Al principio de este artículo he citado un paso particularmente ilustrador, extraído de una de las importantes obras de Arthur Rosenberg, intelectual y revolucionario comprometido con la oleada democrática que se levantó como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Quiero volver sobre ella para reiterar que la democracia no es un mero expediente electoral. Democracia, es el nombre de un movimiento de masas articulado que es capaz de desarrollar, a partir de la lucha política organizada de la ciudadanía, y de la experiencia consiguiente de la misma, un proyecto, a la vez económico social y de construcción de nuevo poder político. Y para esperanza nuestra, la democracia despunta nuevamente en la historia y en nuestras vidas. Al igual que ocurrió en la época en que Marx y Engels escribieron el Manifiesto, la democracia vuelve a ser hoy “un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos”.
Valldoreix, 7 de marzo de 2003