Marx lector de Hegel y… Hegel lector de Marx
Costanzo Preve
Consideraciones sobre el idealismo, el materialismo y la dialéctica
Fuente: Marxismo crítico
1. Premisa
El idealismo alemán es generalmente considerado en los manuales de historia de la filosofía como la escuela filosófica de tres personajes: Fichte, Schelling y Hegel. Aquellos que lo encuadran dentro de una sucesión histórica tienden a situar “corriente arriba” el criticismo de Kant, y “corriente abajo” el materialismo de Marx, o la vía filosófica pesimista e individualista de Schopenhauer y la crítica proto-existencialista a Hegel de Kierkegaard. La substancial disolución del sistema hegeliano es vista favorablemente por algunos estudiosos (cfr. Karl Löwith, De Hegel a Nietzsche) pero también es vista de modo negativo por otros, mayormente filo-hegelianos (cfr. Herbert Marcuse, Razón y Revolución, o Georg Lukács, El asalto a la Razón).
Personalmente, prefiero una calificación distinta, la de la “filosofía clásica alemana”. De aceptarla, hecho que comporta inmediatamente una verdadera “reorientación gestáltica” y una distinta periodización, la filosofía clásica alemana se inicia con Lessing y Herder, incluye a Kant y el debate sobre kantismo que dio lugar al verdadero idealismo filosófico posterior, comprende obviamente Fichte, Schelling y Hegel, y termina históricamente con las dos figuras de Feuerbach y de Marx, que son todavía una parte integrante.
Se trata de una verdadera “reorientación gestáltica” que se inició con Herder y terminó con Marx incluido, que hace al problema de la filosofía de la historia (Herder, Hegel, Marx) saltar a un primer plano, y a este van subordinadas tres respuestas: criticista (Kant), idealista (Fichte y Hegel), y finalmente materialista (Feuerbach y Marx). En este ensayo pretendo privilegiar la reflexión sobre tres términos: idealismo, materialismo y dialéctica, sin realizar la enésima filología, sostenida por la citatología, sobre estos autores. Es obvio, de hecho, que Marx (1818-1883) fue lector de Hegel (1770-1831), y sobre ello existe una abundante documentación filológica, que debe de todos modos ser interpretada, porque del análisis de los textos se puede tranquilamente llegar a conclusiones hermenéuticas opuestas. Es obvio que Hegel no pudo leer a Marx, porque murió cuando Marx tan solo tenía 13 años y había apenas terminado la escuela elemental. Sin embargo, a veces es necesario utilizar la técnica teatral que Bertolt Brecht definió como “distanciamiento”. El distanciamiento, de hecho, funciona todavía mejor en la historia de la filosofía que en la técnica teatral, también porque la misma filosofía de Platón fue en su tiempo llamada el “teatro del logos”, y un gran estudioso de Sócrates (Olaf Gigon) afirmó que en la antigua Atenas había tres teatros públicos: el teatro trágico, el teatro cómico, y el teatro sokratikòs logo, en el que el debate filosófico era teatralizado públicamente en el ágora, y en el que las diversas posiciones filosóficas eran representadas por máscaras (prosopa). Adoptaré aquí una especie de distanciamiento teatral, simulando que Hegel había leído a Marx y lo había juzgado.
2. Datos personales
Hans-Jürgen Krahl fue un estudiante revolucionario de Adorno fallecido precozmente en un accidente de coche, no antes de haber escrito algunos textos filosóficos que pueden ser considerados como la única tentativa de utilizar de modo revolucionario la dialéctica negativa de Adorno (con la posible excepción de Fredric Jameson).
Arrestado en una manifestación estudiantil, Krahl se presentó al juicio leyendo un texto titulado Datos personales, en el que explicaba premisas filosóficas insertándolas en un proceso autobiográfico de progresiva autoconciencia de las contradicciones sociales e históricas de su tiempo. Aquellos que conozcan a Hegel verán fácilmente la aplicación a la propia autoconciencia biográfica del método de la Fenomenología del espíritu.
¿Es posible ser “objetivos” en filosofía, así como es en matemáticas, física o química? Obviamente no. El máximo de objetividad conseguible es la explicitación verídica de la propia posición, y a partir de esta explicitación sincera resulta posible instaurar después un diálogo racional, basado en la problematización no solo de las posiciones de los demás sino también de las propias (en definitiva, se vuelve siempre al método del diálogo socrático).
Así que ahora explicaré mis datos personales, obviamente tan solo mis datos personales filosóficos. Personalmente, vivo desde hace muchas décadas una contradicción. De un lado, me mantengo como estudiante de Marx (términos que prefiero frente al ambiguo “marxista”), estoy totalmente de acuerdo con su crítica radical al capitalismo y también estoy de acuerdo con el concepto de “comunismo” (no confundir – ¡por caridad! – con el concepto de comunismo histórico del siglo XX). Por otro lado, me considero un estudiante filosófico integral de Hegel, y creo que, en todos los puntos en los que Hegel y Marx divergen, Hegel estaba substancialmente en lo correcto y no Marx.
¿Esquizofrenia? No lo creo. Pienso que esta adhesión política a Marx y filosófica a Hegel no se corresponde con un acto bizarro personal, sino más bien con el síntoma de un problema todavía no resuelto adecuadamente: el de los fundamentos para una crítica global al capitalismo que evite, por un lado, la ilusión utópica y, por el otro, la convergente y complementaria ilusión positivista. Aclaremos mejor el problema.
3. El método de contraste en filosofía
En la enseñanza gramatical y sintáctica de las lenguas extranjeras modernas es muy útil el llamado “método de contraste”, basado en el énfasis en las diferencias entre dos lenguas, en particular entre dos lenguas relativamente vecinas. Por ejemplo: la frase hipotética regida por un“se” contiene el subjuntivo en italiano y el indicativo en francés. Algo así ocurre también en la historia de la filosofía.
Si, por ejemplo, se quiere ilustrar la posición de la teología franciscana medieval, la simple enumeración corre el riesgo de convertirse en generalidades ahistóricas. Si, por el contrario, esta posición viene ilustrada de modo contrastivo con la posición de la coeva teología dominica, todo se vuelve más comprensible. Del mismo modo, en la historia del marxismo las diversas posiciones se vuelven mucho más comprensibles si se presentan de modo contrastivo (Gramsci y Bordiga, Stalin y Trotsky, etc).
Desarrollaré aquí el método de contraste a propósito de tres “contrastes” específicos. Primero, el contraste entre el idealismo antiguo de dos mundos de Platón y el idealismo moderno de un solo mundo de Fichte y de Hegel, particularmente el de Hegel (y, en mi opinión, también el de Marx). Segundo, el contraste entre la filosofía idealista de Fichte y la filosofía idealista de Hegel. Tercero, el contraste entre la dialéctica de Hegel y la dialéctica de Marx, un contraste que ciertamente existe pero que no se llega a comprender adecuadamente aplicando de modo perezoso la simple dicotomía entre idealismo y materialismo, dando por sentado sin ulteriores exámenes que Hegel era ciertamente “idealista” y Marx, a su vez, ciertamente“materialista”. Hegel decía que aquello sabido no por ello es verdaderamente conocido. Y esto concierne sobre todo a muchos lugares comunes descuidadamente repetidos sobre el idealismo, sobre el materialismo y sobre la dialéctica.
4. El idealismo antiguo de dos mundos de Platón y el idealismo moderno de un solo mundo de Hegel. Un análisis de contraste
En las primeras páginas de su Ontología del ser social, escrita en dos versiones sucesivas (la Ontología propiamente dicha y los Prolegómenos) entre 1964 y 1971, Lukács distingue entre dos tipos de idealismo: el idealismo antiguo de dos mundos, cuyo principal exponente es Platón, y el idealismo moderno de un solo mundo, cuyo principal exponente es Hegel. Aunque Lukács fue históricamente uno de los marxistas del siglo XX más simpatizantes de Hegel, hasta el punto de ser insertado por sus críticos (Della Volpe, Colletti, Geymonat, Althusser, Sacristán) en la corriente llamada “hegelo-marxiana” (con connotaciones a menudo despectivas), él siempre mantuvo firme la distinción entre materialismo e idealismo y aprobó la ruptura “materialista” de Marx en la confrontación con Hegel, y, mientras apreciaba lo esencial de Hegel, connotó su visión de la relación entre historia y filosofía en términos de “logicismo”, es decir, de indebida superposición de las categorías lógico-dialécticas (cfr. Ciencia de la Lógica) sobre el proceso concreto de los eventos históricos en su especificidad irrepetible. Aunque personalmente considere el punto de vista ontológico social de Lukács el punto más alto de la filosofía marxista del siglo XX, superior al materialismo dialéctico, respecto del historicismo y por supuesto de las versiones utopistas y escatológicas creo que el juicio de Lukács es erróneo. La filosofía de la historia de Marx es, bajo mi punto de vista, mucho más “logicista” que la de Hegel, por el hecho de que Hegel se detiene juiciosamente en la consideración filosófica de su presente histórico (el búho de Minerva alza el vuelo al atardecer), mientras que Marx, influenciado por el concepto positivista de “ley”, prolonga lógicamente la previsión del futuro más allá de su propio tiempo histórico. Desde mi punto de vista, para criticar de modo radical el capitalismo no tenemos ninguna necesidad de sobreponer a esta crítica la imposible previsión de cómo se desarrollará el futuro.
Y, sin embargo, por el momento abandonaremos la discusión sobre la relación entre Lukács, Hegel o Marx, y nos limitaremos a examinar separadamente la propuesta lukacsiana de dividir conceptualmente el idealismo antiguo de dos mundos de Platón y el idealismo moderno de un solo mundo de Hegel.
5. Un análisis de la génesis matemático-geométrica del idealismo antiguo de dos mundos de Platón
Aristóteles definió a su maestro Platón en términos de “amigo de las ideas”, y no hay duda de que Platón fue verdaderamente un amigo de las ideas en el sentido más profundo del término.
Sabemos que para Platón el término “idea” indica la verdad universal (aletheia, orthotes -descuido aquí el análisis de Heidegger sobre la diferencia radical de los dos términos), contrapuesta a la opinión subjetiva (doxa). Pero, ¿de dónde deriva el término “idea”? Sabemos que el término “idea”, que en el lenguaje común hoy indica un contenido de conciencia (significado que deriva del empirismo de Locke) o incluso un conjunto de opiniones subjetivas (del tipo: sobre este tema yo tengo mis ideas), en Platón se deriva de la idea de visión (orao, idea, eidos, eidenai), y personalmente creo que tiene que ver con que la matemática griega era visual, en cuanto derivaba de las relaciones entre las figuras geométricas dibujadas con un palo sobre la arena mojada. Así como se “veían” las figuras geométricas sobre la arena mojada y endurecida, del mismo modo los ojos de la mente “veían” los universales (el bien, la justicia, etc.).
El origen pitagórico del idealismo de dos mundos platónico (mundo ideal y mundo sensible, distintos aunque conectados por la imitación, mimesis, participación, metexis) me parece indiscutible, teniendo en cuenta sobre todo la centralidad de la geometría en la educación de los gobernantes (paideia) de la república platónica. Y por ello nos encontramos ante una paradoja. El idealismo, despreciado por todos los positivistas y fanáticos de la ciencia como único método cognoscitivo legítimo, tuvo un origen enteramente “científico” (episteme) dentro de una ciencia totalmente “científica” como la matemática geométrica entendida como saber de las relaciones calculables entre los tamaños. Se lo recuerdo a los positivistas que desprecian el idealismo: el idealismo antiguo, de Pitágoras a Platón, tuvo su génesis lógica e histórica dentro de la ciencia antigua.
Esta ciencia antigua era la ciencia del cálculo (logos). A propósito, es curioso que los manuales de historia de la filosofía (y también sus comentaristas como Hannah Arendt) señalen siempre diligentemente que el término griego logos significa palabra pública y razón dialógica (el logos del orador, el logos de Sócrates, etc.), pero se olviden de agregar que el significado principal de logos no era el de razón, palabra o discurso, sino el de cálculo, cálculo de las justas proporciones. El logos fue en sus inicios un cálculo social de las justas relaciones de riqueza yde poder dentro de la ciudad (polis), de modo que la desproporción de poder y de riqueza no llevase a la catástrofe. Las proporciones que se “veían” en las figuras geométricas dibujadas sobre la arena mojada y endurecida eran traspuestas “idealmente” (de aquí el idealismo) a las relaciones sociales y políticas del equilibrio (isorropia) en función de la concordia (omonoia).La misma República de Platón estaba fundada sobre el idealismo, entendido como correcta visión ideal (en el cuádruple pasaje de la eikasia a la pistis hasta la dianoia y al nous) de las justas relaciones de riqueza y de poder entre los ciudadanos.
La génesis de esta concepción “idealista” de las relaciones políticas a partir de las relaciones geométricas es ciertamente pitagórica. Y esto no es casualidad, ya el pitagorismo derivaba de una situación histórica artificial de colonización y de fundación de ciudades nuevas en Sicilia y en la Magna Grecia (Megale Ellas). El cálculo (logos) estaba empleado en la correcta construcción de la ciudad (poleodomia) así como en el correcto cálculo de las relaciones de poder y de riqueza entre los ciudadanos. La política era pensada sobre el modelo de la urbanística, y viceversa. Antes de ser concebido como palabra pública y razón universal, el logos era concebido como cálculo social de la justicia (dike) y de la mesura (metron). Existe sobre esto una amplia bibliografía, aunque desafortunadamente en Italia haya pocos especialistas (Capizzi, Thompson, Sohn-Rethel, etc.). Y, sin embargo, si no nos hacemos cargo de esta génesis material parece que el idealismo nazca casualmente como un hongo bajo la lluvia, y que Platón se lo invente paseando por el ágora de Atenas.
La forma dialógica asumida por el idealismo de Platón tiene que ver con que Platón era ateniense, y se movió en el ambiente político y social característico de la reforma de Solón (592 a.C.) y luego de la reforma de Clístenes (507 a.C.). No hay, desafortunadamente, espacio para analizar aquí estas dos reformas, que son el presupuesto histórico indispensable para comprender la naturaleza filosófica del idealismo de Platón, y el porqué no hubiese podido asumir el aspecto de un solo mundo de tipo histórico (Fichte, Hegel y Marx) sino una forma de dos mundos de tipo matemático-geométrico. La comprensión de este núcleo histórico-genético es absolutamente indispensable.
Viviendo en Atenas, polis democrática por excelencia, Platón no hubiese podido declinar el idealismo de modo aristocrático aunque lo hubiese querido, sino que se vio obligado a declinarlo de modo dialógico según el modelo socrático. Pitágoras y Parménides, a su vez, pudieron declinar y exponer el idealismo de modo sapiencial. Pongamos el ejemplo del concepto de Ser (que en rigor no significa ser, sino “existente”) en Parménides. Podemos suponer que Parménides era un loco que paseaba por Elea murmurando que el ser es y no es, mientras que la nada no es, o podemos deducir socialmente el concepto de “ser” de un modo menos surrealista y demencial. Si optamos por la segunda opción, se volverá plausible que la permanencia inmodificable del concepto abstracto y general de “ser” fuese la metáfora conceptual de la permanencia y de la imperturbabilidad en el tiempo de la legislación pitagórica, que siendo perfecta al tener una base matemático-geométrica (recordemos el dicho moderno: las matemáticas no son una opinión) no hubiese debido nunca ser cambiada, corriendo el riesgo de caer en la Nada, evidente metáfora de la disolución social producida por la desproporción de poder y de riqueza, a su vez metaforizada con el concepto de infinito indeterminado (es decir, el apeiron de Anaximandro).
Platón se movía en un ambiente democrático, en el que el conocimiento pitagórico no podía expresarse a través de simples cálculos de las relaciones naturales y sociales (logos) sino que debía expresarse a través de la palabra dialógica pública (es decir, el logos que pasa a través del diálogos). El idealismo platónico pasa a través de la crítica socrática a la simple deliberación pública obtenida con la mayoría de los votos sobre la base del sorteo de los cargos. Platón tiene un buen juego para demostrar lógica y racionalmente que a través del sorteo aleatorio de la mayoría de los cargos públicos y electorales no era posible fundar la justicia (dike), pero necesitaba hacerlo de modo alternativo, a través de la dialéctica filosófica.
Mi discurso apenas ha comenzado, y he tratado hasta aquí de mostrar la génesis histórica del idealismo antiguo de dos mundos a través de la duplicación del mundo sensible y del mundo inteligible, que tiene que ver con la mediación lógica de las figuras geométricas dibujadas sobre la arena mojada y endurecida, en ausencia completa de un concepto de historia universal unificada en un solo mundo y concepto trascendental-reflexivo, cuyas condiciones históricas emergen únicamente en la segunda mitad del siglo XVIII. Es aquí donde se pasa del idealismo antiguo de dos mundos de Platón al idealismo de un solo mundo de Hegel.
Es necesario preguntarnos una cosa. ¿Cómo es posible que, como un río cárstico, tras la muerte de Platón el idealismo se hundiese para reaparecer en 1794, año de la publicación de la Doctrina de la Ciencia de Fiche? ¿Será, tal vez, porque nadie había pensado en él? ¡Disparates! Hegel era contrario a la historia de la filosofía comprendida como un desorden de opiniones casuales. En este sentido, resulta interesante remarcar que tras la muerte de Platón el idealismo pareció desaparecer.
Los sucesores de Platón, llamados “académicos”, no son idealistas sino escépticos declarados. Aristóteles, Epicuro y los estoicos tampoco son idealistas. Ni los neoplatónicos en rigor lo son; la filosofía cristiana es teológica y religiosa, no idealista. Hobbes, Spinoza, Leibniz, Locke, tampoco son idealistas. Ni siquiera Kant lo es. De repente, y más de dos mil años tras la muerte de Platón, aparece el idealista Fichte. ¿Casualidad? ¡No digamos disparates!
6. Un análisis de la génesis histórico-trascendental del idealismo moderno de un solo mundo de Fichte y de Hegel
El historiador de las ideas alemán Koselleck ha señalado que el concepto unitario de historia universal, entendido como concepto de unidad espaciotemporal de tipo transcendental y auto-reflexivo, es un producto cultural de la segunda mitad del siglo XVIII burgués y europeo que antes no existía. Si esto es verdadero – tal y como yo creo –, de ello se derivan algunas consecuencias filosóficas de enorme importancia.
En primer lugar, se comprende mejor por qué el idealismo clásico de Platón no podía ser sino de dos mundos, construido sobre la duplicación de mundo sensible y mundo inteligible. A falta de un concepto unitario de historia universal que pudiese unificar el espacio y el tiempo de modo trascendental y auto-reflexivo, Platón estaba forzado a fundar su idealismo no sobre bases históricas sino sobre bases visuales y geométricas, y así lo hizo, tanto para el mundo humano (cfr. La República) como para el mundo animal (cfr. Timeo).
En segundo lugar, la substancial desaparición del idealismo desde el 340 a.C. hasta la segunda mitad del siglo XVIII europeo aparece menos absurda e incomprensible. Aristóteles no estaba interesado en el idealismo porque no estaba interesado en una reforma radical del sistema político de la polis, sino que estaba interesado en una clasificación racional del mundo tal y como era. La filosofía helenista persiguió una sabiduría individual de adaptación a un mundo considerado inmodificable por la acción política organizada, y el idealismo no podía interesarle sino como dato erudito e historiográfico. Todas las filosofías religiosas (no importa si cristianas, hebraicas o musulmanas) no pudieron ser idealistas, aunque utilizasen instrumentalmente a un Platón teologizado y arrancado de su contexto griego, en cuanto presuponen la existencia externa de Dios con el consecuente e inevitable realismo gnoseológico y la teoría del reflejo (elemento común a todas las religiones, desde las monoteístas de Tomás de Aquino hasta las positivistas de Engels y Lenin). Finalmente, el pensamiento del siglo XV no pudo ser idealista porque se interesó por una construcción científica del mundo sobre la base de su cuantificación y de su matemática experimental (ver la correcta interpretación que hace Husserl de Galileo y de su ciencia).
En tercer lugar, se comprende mejor por qué Kant, sobre la base de los propósitos que se ponía, no hubiese podido conseguirlos de modo idealista. Kant trataba de deslegitimar racionalmente la pretendida normatividad del campo político y social, motivado por la conformidad con una fundación metafísica de tipo trascendental en el campo de la ciencia (cfr. Crítica de la Razón Pura) y en el campo de la moral (cfr. Crítica de la Razón Práctica). El único modo de hacerlo era golpear en el corazón al presupuesto ontológico del idealismo platónico (conservado inteligentemente en este punto, incluso por el no idealista Aristóteles), es decir, la necesaria unidad ontológica de las categorías del pensamiento y de las categorías del ser. La separación metodológica, y sobre todo ontológica, entre las categorías del pensamiento ylas categorías del ser le era necesaria a Kant para criticar el uso ontológico de las categorías de causalidad, de modo que Dios se expulsara del mundo como su creador y legislador y la religión pudiese ser integralmente reinterpretada como moralidad formal e individual. El “robinsonismo filosófico” de Kant imitaba en el campo filosófico al robinsonismo económico de Adam Smith, hecho que explica la furia de Kant contra la llamada “moral heterónoma”, no completamente fundada sobre deberes morales del sujeto individual incondicionado.
En cuarto lugar, la hipótesis de Koselleck lleva a la conclusión de que el sujeto histórico-social del siglo XVIII, llamado “burguesía”, fue el presupuesto de la génesis del pensamiento abstracto-formal de un concepto unitario de historia universal, entendida como concepto trascendental (es decir, Kant) y como concepto auto-reflexivo y dialéctico (es decir, Hegel). A propósito, no se debe pensar de forma grotesca y economicista en una especie de correspondencia directa de la burguesía con los filósofos, primero ilustrados, después idealistas y finalmente positivistas.
Las influencias filosóficas son siempre indirectas, y se encuentran en el ámbito de la causalidad anónima, sistémica y estructural (Louis Althusser). Los mercantes y prestamistas medievales, llenando sus bolsas de florines, no convocaron a los teólogos para inventar el Purgatorio y así poderse arrepentir a tiempo y no terminar en el infierno. Los capitalistas no convocaron a los intelectuales en los años 80 del siglo XX para que inventasen la Posmodernidad, explicando que la historia se había terminado y los proyectos revolucionarios no son ya aquellos grandes relatos (Lyotard), secularizando la escatología judaico-cristiana en el lenguaje de la economía política (Löwith). Los teólogos del siglo XII y los intelectuales del siglo XX hacen estas cosas gratis (aunque si pueden cobrar, ¡tanto mejor!) porque advierten en el aire el espíritu de los tiempos (el hegeliano Zeitgeist) y se mueven en consecuencia.
7. La estructura dialéctica del idealismo de Fichte
El precedente directo de la admirable Doctrina de la Ciencia de Fichte es ciertamente Kant; no trato de negarlo. Y, sin embargo, desde mi punto de vista, son todavía más importantes que la discusión de la naturaleza del Yo otros dos supuestos: el renacimiento de la unidad del mundo (en kai pan) propuesto por el spinoziano Lessing y la creación de la filosofía de la historia hecha por primera vez en Alemania por Herder. En los manuales de historia de la filosofía, la génesis del idealismo fichteano generalmente se deriva de la discusión sobre el kantismo. En mi opinión, la génesis del idealismo fichteano debe ser reconstruida a partir de al menos cuatro factores distintos: la influencia de la revolución francesa, que en Alemania llegó a través de un filtro filosófico idealista; la necesidad del abandono de Kant debido al hecho de que la deslegitimación teórica de la metafísica religiosa, ya instaurada, no se sentía más como necesaria, implementada ya la separación crítica entre categorías del pensamiento y categorías del ser; el renacimiento de Spinoza llevado a cabo por Lessing, para quien el mundo, tanto natural como social, es pensado de modo unitario y a través de un solo concepto necesariamente monista; y, finalmente, la filosofía de la historia de Herder, para quien la completa historia universal es pensada de modo unitario en la forma de progreso y dialéctica, a través de la necesidad de aquello que Hegel definiría posteriormente como “el poder de la negatividad”.
La genialidad de Fichte se encuentra en el hecho de que este hijo de siervos de la gleba supo unir creativamente cuatro componentes (el primero histórico, los otros tres filosóficos) en una filosofía original, que restauró el punto de vista platónico del mundo después de dos mil años,de forma obviamente distinta porque ya no se trataba de un idealismo de dos mundos fundado sobre la matemática geométrica (más exactamente, la geometría “visible”) sino de un idealismo de un solo mundo basado en la historia universal como un solo concepto de tipo trascendental-reflexivo.
El principio fichteano del Yo es la metáfora de la entera humanidad pensada a través de un concepto unitario abstracto y universal, así como la burguesía europea de finales del siglo XVIII y principios del XIX se concebía a sí misma como la clase abstracta y universal. Decir que el Yo pone al No-Yo (expresión que, en general, parece una locura a todos los estudiantes que no comprenden su elemental significado) quiere decir, sin metáforas, que la entera humanidad (el Yo) pone continuamente obstáculos a su propio progreso (el No-Yo), obstáculos que deben ser pensados como superables desde el punto de vista “idealista”. En su genial Terminología Filosófica Adorno insiste mucho en el hecho de que lo opuesto al “idealismo” en sentido fichteano no es el criticismo de Kant o el empirismo de Locke, sino el “dogmatismo”, definido como el punto de vista de quien cree que las cosas no se pueden cambiar, siempre han sido así y siempre lo serán.
La valoración de Adorno permite comprender una simple paradoja. En el lenguaje común de quien no ha seguido nunca lecciones de filosofía o ignora completamente la terminología filosófica, el “idealista” es quien cree que puede cambiar el mundo sobre la base de los propios“ideales”. Como es sabido, el idealista más importante de todos, es decir, Hegel, efectuó una crítica radical a este punto de vista a través de la figura de la moralidad abstracta y de la llamada“alma bella”, para quien la Idea debe ser considerada como la totalidad expresiva de la naturaleza y de la historia y no como idealidad abstracta a realizar.
Y ahora, ¿qué es el idealismo? ¿El de Fichte o el de Hegel? Aquí está el centro del problema. ¿El idealismo es una idealidad a realizar o la racionalización del presente histórico para interpretarlo del modo más correcto posible?
8. Los dos códigos del idealismo. El código de Fichte y el código de Hegel. ¿Incompatibilidad o complementariedad?
Los teólogos medievales aconsejaban sabiamente razonar por genus proximum et differentiam specificam. Del mismo modo, necesitamos primero aislar el elemento común y después el elemento diferencial de los códigos idealistas de Fichte y de Hegel, sin distraernos demasiado con los datos biográficos y de evolución que ambos tuvieron en su viaje intelectual (Denkweg). Todos los filósofos, grandes, pequeños y pequeñísimos, tienen un viaje intelectual de pensamiento en su vida, pero lo que cuenta es el código teórico unitario que entregan, primero a sus contemporáneos y después a la posteridad. Como reveló Heidegger, cada gran pensador piensa siempre y solo una cosa.
El elemento común a Fichte y a Hegel está en que la filosofía es pensada como un solo instrumento encarado a reconstruir la comunidad social perdida y disuelta, donde todas las otras fórmulas usuales (la tradición de la costumbre, el amor cristiano, el arte, etc.) no servían ya para la recomposición social necesaria después de la disolución de la vieja sociedad feudo-señorial. Se trata de un mínimo común denominador fundamental. El hecho de que Fichte hable de “época del completo pecado”, mientras más sobriamente Hegel se limite a hablar de “época de gestación y de traspaso” es ciertamente significativo para comprender las diversas aproximaciones “emocionales” de los dos grandes idealistas (y tan solo de ellos dos, porque desde mi punto de vista Schelling, más que un idealista, debe ser interpretado como un panteísta romántico y como un “spinozista kantiano”, según las agudas e inexorables connotaciones de Hegel), pero no debe hacernos perder de vista el elemento común de sus reacciones al viejo mundo en todas sus versiones (versión religiosa tradicional, versión kantiana, y versión ilustrada-francesa).
Hubo una interesante discusión filosófica entre quienes insistieron en que la Modernidad era, en cierto sentido, “autoafirmada” (Werner Blumenberg), y quienes afirmaron que la modernidad era el fruto de una secularización progresiva de teorías teológicas precedentes (Karl Löwith, y, de forma distinta, más convergente, Carl Schmitt). La primera teoría me parece sacada de la historia del barón de Münchausen, de modo que la modernidad se autoafirma del mismo modo en que nuestro héroe se levanta hacia el cielo tirando de su propia coleta. La segunda teoría exagera de modo hipertrófico la importancia del componente bíblico mesiánico de origen hebraico (e indirectamente asirio-babilónico) de la cultura occidental europea, como si los griegos no hubiesen existido excepto como parásitos del trabajo de sus esclavos (según la lectura del bigotudo testarudo Nietzsche y de todos sus sucesores, variante Súperhombre o variante Más allá del hombre, variante de derechas nazi o variante de izquierdas libertaria). Personalmente, prefiero interpretar el idealismo filosófico alemán de Fichte y Hegel no como autoafirmación de la modernidad a lo Münchausen o como secularización de la escatología hebraico-cristiana (llevada al extremo en el comunismo de Marx), sino como restauración en una forma histórica nueva de la herencia de los griegos, cuyo naturalismo, aunque todavía no mediado por el historicismo universalista, no hubiese soportado (y todavía menos concebido) la separación kantiana entre categorías del ser y categorías del pensamiento. Esta separación, ya sea en la variante inglesa de David Hume, que da lugar a la economía política como ciencia autofundada y autorreferencial sin más fundamentos (ni religiosos, ni iusnaturalistas ni contractuales), o en la variante alemana de Kant, que da lugar a una moralidad individualista de sujetos aislados, no podía permitir pensar en una comunidad renovada (Gemeinschaft, Allgemeines, etc.), que era lo que Fichte y Hegel querían, aunque con estrategias filosóficas distintas, en parte complementarias y en parte alternativas. Se mire como se mire, se termina siempre en la hipótesis de Kosolleck, para quien el concepto unitario de historia universal presupone el emerger histórico de la burguesía europea y del inicio del proceso de generalización de la producción capitalista y del valor de cambio. El concepto abstracto de historia universal es aquí también (no solo, sino también) el contenedor del concepto abstracto de valor de cambio. Estoy muy avergonzado de decir algo así, porque temo el reduccionismo extremista de Adorno o Sohn-Rethel, pero en este caso creo que es necesario correr el riesgo del reduccionismo antes que continuar dando la impresión de que los conceptos nacen por casualidad, sin ser la necesidad de una deducción social de las categorías del pensamiento a partir de las relaciones sociales de producción subyacentes. ¿O se piensa que Descartes se inventó su concepto abstracto de Cogito reduciendo el viejo y venerable concepto de verdad al concepto de certeza del sujeto representante? ¿Se piensa que el contexto histórico circundante no tuvo nada que ver con el sucesivo concepto operativo de certeza del sujeto?
Hegel sostiene que una teoría filosófica testimonia su victoria por el mero hecho de dividirse en dos – y yo creo que es así. La victoria (provisional) del códice idealista sobre el códice criticista de Kant se realiza con la división entre el modelo de Fichte y el modelo de Kant. Se trata de una victoria provisional, porque a partir de 1865 (Lange, etc) el modelo kantiano se convierte de nuevo en hegemónico, primero en las universidades alemanas y después en la comunidad universitaria mundial. Y esto no es casualidad, porque la burguesía, no más revolucionaria, vuelve a contentarse con el dualismo kantiano y con el programa laicista moderado que se limita a deslegitimar las viejas religiones, relegadas al asistencialismo de los enfermos y los pobres.
El idealismo, entonces, vive estructuralmente de la interacción entre dos polos teóricos. De un lado, el modelo de la praxis revolucionaria de modificación del mundo de Fichte, metaforizada a través de la relación dialéctica entre el Yo (y este yo es la humanidad completa, pensada unitariamente como concepto dinámico y activo de tipo trascendental reflexivo) y el No-Yo (es decir los obstáculos que la humanidad, en su historia, pone siempre delante de sí misma). Del otro lado, el modelo de la reconciliación del mundo consigo mismo de Hegel, metaforizado a través de la relación dialéctica entre la Conciencia (es decir el contenido empírico de la experiencia histórica en el trabajo de la sucesión de figuras fenomenológicas) y la Autoconciencia (es decir la aproximación a la comprensión de la identidad entre realidad y razón en la historia del presente). Con todo esto, los dos códices idealistas llegaron juntos al encuentro con Karl Marx.
9. El cruce de Fichte y de Hegel con Marx. Problemas preliminares
Bibliotecas enteras que colapsan bajo el peso de millones de volúmenes han sido escritas sobre el problema de las relaciones entre el idealismo y el materialismo, pero a menudo los ensayistas no se han preguntado qué querían decir exactamente con el término de “idealismo” y “materialismo”, y, por ello, todo lo dicho parece vago, confuso y poco claro. A pesar de las limitaciones de espacio, en este ensayo se buscará aclarar semánticamente el uso de los términos implicados. Solo de este modo se podrá afrontar la vieja cuestión del problema de las relaciones entre Hegel y Marx. Sobre el Marx lector de Hegel existe obviamente una bibliografía aluvial y torrencial, porque Hegel y Marx han devenido rehenes de un campo de batalla secular entre marxistas filo hegelianos (Lenin, Gramsci, Lukács, Hyppolite, Ilienkov, etc.) y marxistas antihegelianos (Stalin, Della Volpe, Colletti, Sacristán, Althusser, La Grassa, etc.). No pudiendo obviamente extendernos en los detalles por razones de espacio, me limitaré aquí a sintetizar en tres momentos sucesivos la compleja relación entre Marx y Hegel, o más exactamente el problema de Marx como lector de Hegel. Sin olvidar, finalmente, tal y como ha revelado en un óptimo estudio Roberto Fineschi, que no es necesario partir del presupuesto de que Marx tuviese siempre razón en su crítica a Hegel. Algunas veces tuvo razón pero otras veces estuvo equivocado, ya fuese filológicamente o teóricamente. En un primer momento, el de su juventud, Marx tuvo el problema psicoanalítico del asesinato del padre, en este caso de Hegel. Marx escribe una tesis de graduación “materialista” sobre Demócrito y Epicuro, autores despreciados y considerados irrelevantes por Hegel, para quien los únicos autores verdaderamente interesantes de la Grecia clásica eran Platón y Aristóteles. A los 24 años de edad, Marx escribe una demolición sin apelación de la Filosofía del Derecho de Hegel basada en el uso de las categorías de hipóstasis, es decir sobre la correcta universalización ideal del particular históricoempírico, en el que acusa a Hegel de transformar la familia, la sociedad civil y el estado en determinaciones universales del llamado Espíritu Objetivo. De Hegel Marx no deja aparentemente piedra sobre piedra, pero dos años después (cfr. Manuscritos económico-filosóficos de 1844) utiliza ampliamente la categoría hegeliana de alienación, aunque sea con un significado distinto del que le da Hegel (pero absolutamente compatible, al menos a mi parecer). El asesinato simbólico del Padre-Hegel, padre ciertamente incómodo, era probablemente el presupuesto indispensable para la creación de la propia teoría autónoma (el materialismo histórico, obviamente).
En un segundo momento, en los años 50 y 60 en Londres, impregnado de la elaboración de su crítica de la economía política y del Capital (publicado en 1867), Marx escribe algunas cartas privada a Lassalle y a Engels en las que dice abiertamente querer usar la “ciencia alemana” en su exposición. Por “ciencia alemana” no se puede ciertamente entender una física o una química alemanas (Marx era irascible, pero no era estúpido), sino que debemos concluir que Marx se refería al aparato conceptual de la Ciencia de la Lógica de Hegel, del todo incompatible con la lógica empirista de Stuart Mill, despreciada por Marx. No tenemos aquí el espacio para demostrarlo (pero no es difícil, ver Rubin, Rosdolsky, Reichelt, etc.), pero a mí me parece claro que la lógica con la que Marx construye su concepto de “capital” (no confundir con el examen sociológico y económico de la sociedad capitalista verdaderamente existente entonces, y hoy) es exactamente el modelo de la ciencia de la lógica de Hegel, que no tiene nada que ver con el criticismo de Kant ni con el empirismo de Stuart Mill.
En un tercer momento, en la última fase de su vida, Marx se declara abiertamente estudiante del “gran pensador” Hegel, contrapuesto a la “miseria” del tiempo presente (tiempo presente: 1867-1883). Marx utiliza la metáfora de la inversión, afirmando limitarse a poner sobre los pies aquello que en Hegel ya era perfecto pero que descansaba sobre la cabeza. ¿Podemos discutir ahora sin prejuicios esta metáfora de la inversión?
10. La metáfora de la inversión. La filosofía de la praxis y la cuestión del materialismo de Marx
De cuanto puedo comprender, la afirmación de Marx sobre la inversión de la dialéctica hegeliana que caminaba sobre la cabeza y fue puesta por él sobre los pies para que pudiese caminar más sólidamente es una metáfora de contorsionista y de saltimbanqui, que debe ser explicada e interpretada para devenir creíble y razonable. Trataremos de hacerlo.
En primer lugar, el mismo Marx admite que su dialéctica y la de Hegel son iguales en el fondo, y son simplemente dos variantes de un único códice histórico, de un único mundo de dialéctica. Estoy perfectamente de acuerdo. Primero, la dialéctica de Hegel y la de Marx son ambas ontológicas, o más exactamente lógico-ontológicas, y en este sentido recurren a la concepción aristotélica de unidad de las categorías del pensamiento y del ser (social) de Platón y Aristóteles, y no tienen ningún punto en común con la concepción de dialéctica como ilusión trascendental de Kant (y sobre ella se funda la común convicción de la dialéctica en Hegel y en Marx por parte de Karl Popper). Segundo, la dialéctica histórica de un solo mundo de Hegel y de Marx es una dialéctica de lo finito, que siendo finito es también temporalmente determinado, y en cuanto temporalmente determinado en su contradicción puede ir más allá de sí mismo. No veo aquí diferencia cualitativa en el concepto de dialéctica en Hegel y en Marx, mientras veo total incompatibilidad con Kant. Respeto las buenas intenciones del marxismo neokantiano y también acepto sus objetivos políticos, pero desde el punto de vista rigurosamente filosófico el marxismo kantiano es un mar seco, un sol frío y un pez mamífero.
En segundo lugar, la metáfora de la inversión de la dialéctica no pudo más que significar una cosa: Marx hubiese puesto la dialéctica de la historia sobre los pies dando primacía a la estructura sobre la superestructura en lugar de la primacía de las “ideas”. En el interior de la estructura se desarrolla la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía. Pero en Hegel no existe esa primacía de la estructura sobre la superestructura, y por esta razón en Hegel la dialéctica estaría “cabeza abajo”.
Este es un pequeño problema. Expuestas así las cosas, parecería que en Hegel la dialéctica fuese súper-estructural y tuviese lugar entre ideas, opiniones, ideologías, en la confrontación filosófica entre concepciones del mundo, etc. Por decenios he escuchado esta increíble interpretación de Hegel por parte de militantes políticos, profesores desinformados de secundaria o universitarios, o simplemente confusos que hablaban “de oídas”. Se da el caso que en Hegel el término idea no significa un sinónimo de opinión o de concepción del mundo, ni del lockiano contenido empírico de la conciencia. Hegel no era Habermas, según el cual el mundo procede a través de confrontaciones entre profesores universitarios sobre la base de la teoría de la acción comunicativa. Por usar un léxico marxiano, la Idea de Hegel es la totalidad expresiva de la realidad histórica, y esto es a todos los efectos la unidad de estructura y superestructura, es decir exactamente lo que Marx entiende por dialéctica, el punto de vista de la totalidad. Siempre he encontrado irresistiblemente cómico que se atribuyese a Hegel la opinión según la cual la idea hubiese sido la confrontación entre opiniones e ideologías. Desde el momento en que la totalidad dialéctica de la realidad histórica no se puede efectivamente explicar con la confrontación entre concepciones del mundo, opiniones e ideologías, se vuelve necesario profundizar más en la cuestión y llegar hasta las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En esto reconozco la antipatía de todos los confusos sobre Hegel, antipatía que todos esos confusos muestran hacia quien posee mayor lucidez de pensamiento y de estudio. Resulta curioso que todos los confusos atribuyan a Hegel la idea de que todo lo que es real (ejemplo: quemas de brujas, campos de exterminio, bomba de Hiroshima, etc.) sea ipso facto racional. Cualquier estudiante de primer año de filosofía, a menos que caiga en manos de alguien que odie a Hegel (en la actual situación posmoderna, el 90% de las posibilidades), debería ser informado del hecho que para Hegel lo “real” no es todo lo empírico que sucede, sino lo que corresponde a su concepto racional (begriffsmäßig). Por ejemplo, para Hegel, la violación no es “real”, aunque suceda continuamente, porque no corresponde al concepto de libre relación sexual entre adultos que dan su consentimiento. Y podría continuar, pero sé por experiencia que es inútil hacer dos cosas: enderezar las patas a los perros, y tratar de iluminar a quien odia a Hegel.
En tercer lugar, conviene profundizar la naturaleza del llamado “materialismo” de Marx, y no darlo por descontado como hacen en general todos los “ismos”, bebidos sin controlar la etiqueta de la botella de agua mineral. ¿Estamos seguros de que Marx fuese “materialista”? No hay duda de que Marx se declaró a sí mismo como tal, pero en estos casos la autoafirmación subjetiva verídica no es un dato suficiente, aunque resulte indudablemente significativa. No se es empirista, racionalista, criticista, idealista o materialista por el simple hecho de decirlo, sino que ello se debe a la base de un verdadero código teórico basado en parámetros ciertos. Sócrates sabía bien que no sabía nada. Descartes proponía el método de la duda metódica y de la duda hiperbólica. A su turno, que Marx fuese realmente un materialista debe ser objeto de duda metódica, porque la “materia” que le concierne es también la idea filosófica de materia, visto que Marx no se ocupó jamás de la “materia material” en sentido científico, de la que se ocupan los físicos, los químicos, los biólogos, los genetistas, etc. Si buscamos indagar seriamente, y no solo por simple “haber escuchado decir”, sobre el concepto de materia en Marx, inmediatamente notamos que Marx lo utiliza siempre de modo metafórico, en al menos cuatro significados diversos (pero, buscando bien, serían ciertamente todavía más).
En primer lugar, por materialismo Marx indica su ateísmo, es decir la inexistencia de Dios, para quien el mundo de la naturaleza, en ausencia de cualquier Dios creador y de cualquier “diseño inteligente” o de Más Allá, paradisíaco o infernal, está compuesto únicamente de materia en movimiento en el tiempo y en el espacio. Según los materialistas franceses del siglo XVIII, la religión nace de la ignorancia, de la superstición, del miedo a la muerte y finalmente del engaño de los sacerdotes. Según la postura “humanística” de Feuerbach, la religión es simplemente la alienación de la esencia humana proyectada en el cielo, por lo que la teología no es sino antropología invertida. Sin embargo, el simple ateísmo no basta para ser “materialista”. Por ejemplo Fichte, famoso súper idealista, que ningún manual del mundo definiría jamás como “materialista”, fue expulsado de la universidad de Jena en 1798 por ateísmo. Giovanni Gentile, famoso híper idealista, fue puesto en los índices del Santo Oficio de la iglesia católica porque los astutos teólogos habían comprendido que su idealismo actualista llevaba inevitablemente al ateísmo, cosa que dijo el propio Gentile. Y se podría continuar. El simple ateísmo niega ciertamente la divinidad, pero no por eso se da automáticamente el materialismo.
En segundo lugar, por materialismo Marx entiende su profunda convicción, enteramente compartida por mí, de que en la sociedad burguesa-capitalista el individuo accede a una libertad puramente formal, mientras la verdadera libertad material es posible tan solo con la superación de la alienación capitalista y de la explotación de clase que se deriva necesariamente. Esta es una filosofía rigurosa de la libertad, de tipo absolutamente hegeliano, no una forma de materialismo. Afirmando que la libertad formal debe ser acompañada y completada por la libertad material (atención: ¡acompañada y completada, no solo abolida y sustituida, como en las interpretaciones comunistas del siglo XX del despotismo social partidista!), Marx se limita a ser coherente y riguroso con la concepción de la filosofía de la historia de Hegel, que pone en el centro el viaje histórico de la libertad.
En tercer lugar, por materialismo Marx entiende la centralidad de la praxis revolucionaria y transformadora respecto de la simple contemplación filosófica. Esto parece claro en las Tesis sobre Feuerbach; y es también la acepción de Antonio Gramsci, que nunca dudó sobre el hecho de que el marxismo fuese una “filosofía de la praxis” más allá de la inútil dicotomía entre idealismo y materialismo, establecida no por Marx (muerto en 1883) sino en una obra de Engels de 1888, en la que Engels (no Marx) establece la dicotomía Idealismo/Materialismo sobre bases puramente gnoseológicas, transformando el materialismo en realismo gnoseológico (la misma teoría del conocimiento de Tomás de Aquino, pero con la materia externa a la voluntad de un Dios externo). Marx pensaba simplemente que los filósofos ya habían interpretado suficientemente el mundo, y que se trataba de transformarlo (afirmación desagradecida, ¡porque antes de Marx decenas de filósofos habían tratado de cambiar el mundo!). También, en la primera de las Tesis sobre Feuerbach, Marx afirma que no basta considerar el objeto como puro dato externo al sujeto (Objekt), sino que es necesario interpretarlo como algo que está delante (Gegenstand) y que debe ser cambiado y modificado por la praxis. Este “objeto” considerado como Gegenstand se corresponde al cien por cien con el No-Yo del súper idealista Fichte, verdadero fundador de la filosofía de la praxis. ¿Y no se trata del cien por cien de la filosofía de la praxis afirmar que el Yo debe modificar el No-Yo? ¿Y no es tal vez la filosofía de la praxis concebir el Yo como entera humanidad pensada como sujeto revolucionario racional total, tal vez bajo dirección comunista y proletaria? ¿Y no es fichteanismo puro la concepción comunista de la Historia y conciencia de clase de Lukács y de los Cuadernos de la cárcel de Gramsci?
En cuarto lugar, finalmente, por materialismo Marx entiende la primacía de la estructura sobre la superestructura. El materialismo, más allá de las metáforas, deviene estructuralismo, o más exactamente estructuralismo dialéctico. Escribo estructuralismo dialéctico, y no simplemente materialismo o simplemente estructuralismo porque, para Marx, la estructura, que es siempre estructura de un modo de producción social específico, entendida como espacio de fuerzas productivas, relaciones de producción e ideología, es vista como capaz de automovimiento interno, regido por los conflictos dialécticos de estos tres elementos. Pero la materia es metáfora de estructura, y solo de esta. Hasta ahora, solo he usado el método cartesiano de la duda metódica, “dudando” de que el uso del término materia y materialismo en Marx haya sido únicamente la trasposición metafórica de cuatro cosas que con la “materia” de las ciencias naturales se relacionan como las coles con la merienda (materia como metáfora de la primacía del ateísmo sobre la religión, materia como metáfora de la primacía de la libertad comunista sobre la burguesa, materia como metáfora de la primacía de la praxis sobre la pura interpretación y/o contemplación, y finalmente materia como primacía de la estructura de un modo de producción sobre la superestructura).
Pasemos ahora a la verdadera duda hiperbólica. Esta puede ser tratada en dos momentos sucesivos. En primer lugar, según la aguda interpretación de la estudiosa griega Maria Antonopoulou, el verdadero “materialismo” en el significado actual del término no es de ninguna manera una especie de gran relato continuo a lo Lyotard (o si se quiere a lo Heidegger, que de hecho ha escrito una gran narración continua de Platón a Nietzsche, con resoluciones finales de la metafísica occidental en técnica planetaria), que comienza con Demócrito y llega hasta Darwin y más allá, sino un puro producto dieciochesco. Por decir más, el materialismo no tiene ningún carácter progresista, proletario, revolucionario o de “izquierda”, sino que es un producto de la necesaria unificación trascendental burguesa del espacio, en cuanto el capitalismo no pudo consentir dos “espacios”, uno para Dios y otro para los hombres, sino que tendió irresistiblemente a concebir un espacio único, es decir un médium homogéneo en el que la mercancía pudiese moverse en todas direcciones sin ninguna necesidad de ser metafísicamente legitimada por una divinidad monoteísta superior. Lejos de ser “proletario”, el materialismo es la cosa más capitalista que existe en el mundo, cosa comprensible por la gente común, incomprensible para el filósofo medio, en particular para aquel que se auto declara “marxista”. En segundo lugar, sobre el hecho de que Marx auto interpretase su genial teoría histórica de la sucesión de modos de producción (que desde mi punto de vista no es una “ciencia de la historia”, como pensaba Althusser, aunque es la aproximación más cercana a una inteligibilidad del curso histórico que yo haya conocido) en términos de materialismo, más que simple y sobrio estructuralismo histórico, es desde mi punto de vista responsable de su deriva positivista, que al fin de su vida lo empujó a repetir continuamente la necedad insostenible por la que los procesos históricos eran analizables como “procesos de historia natural”, de lo que se deriva aquella inútil errada “darwinización de Marx” que después fue convertida en la ideología determinista y teleológica del comunismo histórico del siglo XX, que durante un siglo repitió que el fin del capitalismo era previsible “como un proceso de historia natural”. Hegel no lo hubiese dicho nunca. Una simple lectura de su Ciencia de la lógica, de hecho, hace comprender que el poder de lo negativo que deriva del pasaje de la Lógica del Ser a la Lógica de la Esencia no se resuelve, y no puede ser resuelto, sin un pasaje final a la Lógica del Concepto (Begriff), en el que concepto (Begriff) no es otra cosa que la subjetividad libre autoconsciente de sí misma. Quien crea que los procesos de historia natural, observando el mundo de la naturaleza material (minerales, vegetales y animales), son autoconscientes y libres, debería seguir un curso de introducción a la mineralogía, botánica y zoología, y no ocuparse de filosofía, donde solo llevaría confusiones.
11. Marx lector de Hegel. Consideraciones elementales
Para acercarse al Marx lector de Hegel no basta conocer las nociones generales y escolares sobre Marx que se nos ofrecen en los volúmenes variamente titulados “qué cosas dijo verdaderamente Marx”. Debe hacerse un esfuerzo interpretativo y penetrar en el corazón expresivo del pensamiento de Marx (y obviamente en el de Hegel). Si seguimos el principio metodológico de Heidegger, por el que todo gran pensador piensa solo y siempre una sola cosa, ¿cuál era la cosa que subyace en el corazón expresivo del pensamiento de Marx?
Se han dado muchas respuestas a esta pregunta. Según cuando, el corazón expresivo del pensamiento de Marx ha sido hallado en la teoría filosófica de la alienación, en la teoría económica del valor-trabajo, en la teoría social de las clases, de la explotación del plusvalor, en la teoría política de la dictadura del proletariado y del comunismo, en la teoría histórica de las sucesiones de modos de producción sociales, etc. Como un prisma que rueda ante nuestros ojos, todas estas caras son reales y legítimas, pero tras haberlas visto todas (y el ver es necesariamente idealista, si se recuerda la interpretación de Platón dada en los párrafos precedentes), continuamos sin saber cuál es el corazón expresivo unitario del pensamiento de Marx.
En lugar de hacer una larga lista de todas las interpretaciones expresivo-unitarias de Marx, me limitaré a recordar una sola, particularmente curiosa y ciertamente poco conocida. El estudioso inglés Francis Wheen, autor de dos interesantes estudios (una biografía de Marx y un estudio monográfico sobre El Capital) sostuvo que El Capital puede ser leído como un melodrama victoriano o un romance gótico, donde “los héroes son esclavizados y luego destruidos por el monstruo que han creado”. A diferencia de cómo ha sido la lectura de Marx durante el último siglo, Marx no se movería entre hipótesis “científicas”, que serían tan solo una cobertura de legitimación erudita externa para militantes y/o profesores, sino siguiendo una intuición literaria, elaborada después económicamente. Los “monstruos” que actúan sobre él deben entenderse como subjetivaciones retóricas de un proceso impersonal, análogo a las personificaciones de la “naturaleza” en Darwin o de la “fuerza” en Newton, desde el momento que, como en todas las verdades “científicas”, incluso la crítica de la economía política contradice la experiencia cotidiana, y el estilo de escritura debe rendir justicia al extrañamiento, a la nueva e impactante representación del mundo que propone.
Desde mi punto de vista, Wheen capta un punto esencial que generalmente escapa a los pedantes enfoques de tipo filológico y citatológico. Este punto pasa por alto que Marx escribe una obra literaria que se esconde bajo la apariencia de una obra filosófica, económica, histórica y política. No se crea que reconociendo el valor de la lectura extraña de Wheen yo trato de golpear oblicuamente a Marx, eliminando las llamadas “credenciales científicas”. Es exactamente lo contrario. Estudiante de Marx, yo creo al contrario: que el corazón expresivo del pensamiento de Marx es el descubrimiento de la desmesura incontrolable de la producción capitalista, redescubierta en el siglo XX por Adorno (el Todo es Falso), por Günter Anders (la naturaleza humana está obsoleta, no puede mantenerse al día a la velocidad de las innovaciones capitalistas), y finalmente por Heidegger (la técnica, en la que se resuelve la larga historia de la metafísica occidental, da lugar al fin a un dispositivo anónimo e impersonal e incontrolable, el Gestell). Estudiante de Hegel y de Lukács, considero el arte tan (y en algunos casos todavía más) “cognoscitivo” como la ciencia y la filosofía. Por ello, aun considerando que la llave para comprender a Marx fuese su biblioteca literaria (léase el aclarador ensayo de S.S. Prawer) antes que sus aburridas consideraciones sobre Hegel, Smith, Ricardo o Malthus, para mí no cambiaría absolutamente nada en la valoración que hago de Marx y en mi substancial análisis de las tesis básicas y de fondo sobre la sociedad capitalista.
Tomemos en consideración las 142 armas que existían en 1867 (año de la publicación del primer libro de El Capital) y en 2009 (año en el que escribo esta modesta nota). Si tomamos en consideración este periodo de tiempo, ya es suficiente para permitir un balance histórico y acordar que la hipótesis de Wheen no es tan descabellada. El desarrollo capitalista se ha revelado como un mecanismo anónimo e impersonal, escapado completamente de nuestras manos, un fantasma que, desde mi punto de vista, ya no se trata del sujeto existente llamado “burguesía”, que está produciendo efectos como la destrucción ecológica del planeta y la degradación antropológica y cultural de los ciudadanos, reducidos a animales televisivos manipulados y progresivamente abaratados hasta la demencia.
La interpretación de Wheen no es la única posible, pero creo que puede devenir el punto de partida para descender a las profundidades, en una lectura de Hegel hecha por Marx, que no repita una vez más las banalidades escolares de las habituales cancioncillas. Tal vez así resulte posible, radicalizando la hipótesis extraña de Wheen, comprender el corazón expresivo secreto de la crítica de Marx a Hegel, más allá de los sofocantes y habituales estereotipos.
El secreto de la filosofía de Hegel no está ciertamente en la demencial pretensión del Saber Absoluto y de Haberlo Comprendido Todo sobre el mundo, según acusaciones poco generosas y exageradas al estilo de Schopenhauer o de Kierkegaard. Igual de poco generosas son las acusaciones hacia Hegel de haber proclamado el Fin de la Historia. Me doy cuenta perfectamente de que la filosofía es un campo de batalla (Kampfplatz), como escribía el pacifista Kant, y que el mejor modo de liquidar a los enemigos es presentarlos como auténticos idiotas (¡en este caso, los enemigos de Hegel no toman prisioneros!), pero el sentido común y la modestia deberían impedir que presentásemos a un filósofo como un loco de manicomio. El secreto de la filosofía de Hegel está en un proyecto de conocimiento y dominio del presente (y solo del presente, a diferencia de Marx, que pretende conocer también el futuro a través de las contradicciones dialécticas del presente), un proyecto de conocimiento y dominio del presente obtenido mediante una reconstrucción histórico-dialéctica del pasado (la Fenomenología del espíritu), y a través de una conceptualización lógica del mundo. A diferencia de cómo piensa Marx, Hegel no trata, con el método de hipóstasis idealista, de eternizar la familia, la sociedad civil o el estado (burgués), sino que trata de comprender esa realidad racional (es racional porque es real) como el punto máximo alcanzable por la racionalidad histórica del presente (el presente de 1810-1830, no el futuro de 1910-1930 o del 1980-2000). Hegel, en pocas palabras, es el filósofo del dominio conceptual del presente, y también, en general, del proyecto de dominio del mundo (con la excepción del futuro, que para Hegel explícitamente no es objeto de dominio). Y es esto precisamente lo que Marx cuestiona. De todas formas, este efecto de dominio cognoscitivo y conceptual del mundo, que está en la base del sistema filosófico de
Hegel, no pudo nacer por casualidad dentro de la cabeza de Hegel sino que resulta de una específica “ventana histórica” que lo hizo posible. Y esta “ventana histórica” no pudo ser otra que los años 1790-1830. Esta “ventana histórica” es la que debemos “interrogar”, porque es la que se encuentra en la base de la construcción del sistema idealista de Hegel, dicho incorrectamente, “panlogismo”. El “panlogismo”, de hecho, no nace como los hongos tras la lluvia. Es el producto de una realidad contradictoria, y de una verdadera unidad dialéctica de contrarios. Examinémoslos separadamente, incluso si su unidad contradictoria puede ser realmente iluminadora. De un lado, la revolución francesa de 1789 había legitimado a posteriori la positividad histórica de la ilustración presente. Devenía así realmente pensable (aquí está la base histórica de la identidad de lo real y lo racional en Hegel) la construcción de una sociedad liberada de la superstición y sobre todo de las instituciones “irracionales” del viejo régimen tardofeudal y tardoseñorial, y liberada contemporáneamente del rechazo moralista del mundo de origen roussoniano, que se encarnó políticamente en el jacobinismo robespierrista (la transformación dialéctica de la virtud en terror). Para construir esta sociedad era necesario corregir los aspectos unilateralmente crítico-disruptivos de la ilustración; aspectos que no por casualidad fueron también refutados por Fichte y Hegel, que comprendieron precozmente (más de dos siglos antes que Ratzinger, y con mayor profundidad dialéctica) que la salida dialéctica del “espíritu de la ilustración” no podía ser el escepticismo, base común del relativismo y del nihilismo. La refutación de ese nihilismo es el presupuesto del dominio conceptual del mundo social.
Por otro lado, los años 1790-1830 no vieron todavía el desarrollo capitalista (presente en Inglaterra, pero no en la Europa Continental), y la sociedad tenía todavía un carácter burgués-campesino basado en la seguridad de la familia, en corporaciones artesanas y profesionales y en un estado “reformista”. Koselleck estableció que el término alemán “Staat” (el “estado” de Hegel) no era un circo represivo-burocrático, sino el equivalente alemán de la république francesa y de la Commonwealth británica, es decir el órgano de la realización pacífica y ordenada de los valores políticos de la primera fase “moderada” de la revolución francesa (1789-1791). Dicho de modo sintético, se trataba de una sociedad “ya” burguesa en lo esencial (aunque con fuertes residuos nobiliarios, ver Junker prusiano), pero no todavía capitalista. El modelo social de Hegel puede ser resumido conceptualmente de este modo: una sociedad “ya” burguesa, pero no “todavía capitalista”. Y es esta “ventana histórica” la que hace posible el modelo conceptual hegeliano.
Los años 1840-1880 permiten a Marx comenzar a comprender que la modernidad capitalista ya no permite ser dominada/superada con un pensamiento conceptual que unifique la realidad y la racionalidad. El capitalismo es ciertamente real, pero ya no racional. Sobre este punto Wheen comprende lo que muchos conocidos lectores de Marx no supieron ver. Es posible, ciertamente, la promesa de dominar conceptualmente la realidad presente, a través de las mediaciones categoriales de conceptos como modo de producción, fuerzas productivas, relaciones sociales de producción, ideología, etc., pero la realidad misma es contradictoria, y puede ser pensada únicamente a través del prisma de su insana contradicción. La debilidad de Hegel, para Marx, es vista en el hecho que el máximo teórico de la objetividad ontológica de la contradicción, Hegel mismo lo apuntó, decidiese no creer contradictoria la sociedad burguesa, como si las contradicciones se hubiesen terminado con el advenimiento de la sociedad racional descrita en la Filosofía del Derecho y ya no existiesen más y todo se pacificase en una estabilidad “ideal”.
Este es el Marx lector de Hegel. A propósito, se pierde el tiempo si nos limitamos a hacer filología pura (aunque siempre resulte útil). El Marx lector crítico de Hegel es simplemente el Marx que toma nota, en 1840-1880, de que el precedente efecto de dominio conceptual de la realidad política y social, posible en la “ventana histórica” de 1790-1830, no existía más, y el Frankenstein capitalista se ha escapado de las manos de sus creadores burgueses. Sobre este punto, el Marx lector de Hegel tuvo razón al criticar a Hegel.
12. Hegel lector de Marx. Consideraciones necesariamente fantasma-filosóficas
Entre los varios departamentos especializados con los que las facultades de filosofía destrozan la unidad indivisible esencial de cualquier pensamiento filosófico digno de este nombre, falta el departamento de fantasma-filosofía. No hay problema, lo fundaremos nosotros.
El departamento de fantasma-filosofía estudia la lectura y la interpretación que filósofos anteriores han hecho de filósofos posteriores, y presupone una máquina del tiempo ideal. Así, los estudiantes de fantasma-filosofía estudian la interpretación que Platón hizo de Aristóteles, que Séneca hizo de Plotino, que San Agustín hizo de Tomás de Aquino, que Kant hizo de Hegel, que Hegel hizo de Marx, que Marx hizo de Lenin y de Gramsci, que Gramsci hizo de Colletti, etc. Una verdadera inversión.
El lector pensará que estamos bromeando. Pero, dentro de este evidente teatro del absurdo hay un problema muy serio: el de la traductibilidad y comparación conceptual entre producciones filosóficas elaboradas en tiempos históricos diversos. En su tiempo Hegel dio dos definiciones aparentemente opuestas e incompatibles de filosofía: la filosofía como el propio tiempo aprehendido en el pensamiento, y la filosofía que se ocupa de lo que es, y es eternamente. Si la filosofía se reduce al propio tiempo aprehendido en el pensamiento, entonces cualquier comparación metafísica (Platón y Hegel, Aristóteles y Kant, Rousseau y Marx, etc.) deviene del todo inadmisible. Pero si la filosofía se ocupa de lo que es, y es eternamente, entonces la comparación entre teorías elaboradas en tiempos históricos distintos deviene posible y legítima. Como se puede ver, dentro de la paradoja de la lectura fantasma-filosófica hay un problema muy serio. Dicho de otro modo, el problema de la deducción histórica y social de las categorías del pensamiento a partir de las relaciones sociales de producción (es decir el único método de elaboración de una historia de la filosofía compatible con el método histórico de Marx) debe ser resuelto de modo no sociológico-relativista. Reformulando el problema con el léxico hegeliano, diremos que la filosofía entendida como el propio tiempo aprehendido en el Pensamiento (y no como desordenado coro de opiniones, siempre según Hegel) es la vía maestra para llegar a la filosofía entendida como el conocimiento de la verdad de lo que es, y es eternamente.
Todo esto debe encaminarnos hacia una operación mental totalmente artificial, pero no arbitraria, la de Hegel lector de Marx. Obviamente será imposible evitar un cierto grado de arbitrariedad. Pero podrá aparecer igualmente algo interesante y estimulante.
En primer lugar, Hegel hubiese ciertamente apreciado el análisis de la contradicción dialéctica entre los polos de la burguesía y el proletariado propuesto por Marx. Inevitablemente, lo hubiese considerado como una “figura” del viaje de la conciencia de la Fenomenología del espíritu, porque ciertamente no se puede esperar de Hegel la tematización de la categoría de modo de producción, o la consideración dialéctica del nexo entre categoría económica de valor y categoría filosófica de alienación, desarrollada posteriormente en la categoría de fetichismo de la mercancía. Hegel tenía una concepción de “ciencia filosófica” que se correspondía con su presente histórico, y no hubiese podido concebir la contradicción dialéctica entre Burguesía y Proletariado, todavía “invisible” en su presente histórico. No por casualidad la última figura histórica de su Fenomenología del espíritu, que como es sabido es construida como una “novela de formaciones” (Bildungsroman), es la conciencia burguesa misma, necesariamente hipostasiada con inevitable falsa conciencia necesaria como novedosa y universalizante formación de la entera humanidad, pensada unitariamente como un solo concepto trascendental reflexivo (el cogito de Descartes, la naturaleza de Spinoza, el Yo Pienso de Kant, el Yo de Fichte, etc.), era la crítica conjunta a Kant y a la ilustración, es decir la inversión de la moral formal abstracta del ascetismo del deber, en el reino animal del espíritu (la fichteana época de la completa pecaminosidad). Sobre este punto Hegel había intuido bien, porque efectivamente el códice cultural de la producción capitalista es la esquizofrenia del buen doctor Jekill y del cautivo míster Hyde, es decir, de un lado la moral kantiana abstracta del deber y, por el otro, el espíritu animal (“animal spirits”) de la concurrencia capitalista. Pero Hegel no podía ir más allá, porque todavía no aparecía en el horizonte del tiempo histórico la contradicción del espíritu burgués y del espíritu proletario, o la contradicción de la inversión dialéctica de la virtud en terror del bolchevismo comunista del siglo XX (Maurice Merleau-Ponty estudió sus bases hegelianas en Humanismo y terror y en Aventuras de la dialéctica).
El conflicto marxiano entre Burguesía y Proletariado es un conflicto dialéctico en sentido hegeliano, porque cada uno de los dos términos es complementario del otro (se trata aquí de una contradicción dialéctica y no de una oposición real en el sentido de Kant y de Colletti), y cada uno de los dos términos se invierte en el otro a través del doble movimiento entrelazado de la proletarización de la burguesía y del aburguesamiento del proletariado. Hoy podemos tener ideas más claras sobre este doble movimiento dialéctico, porque la burguesía se proletariza finalizando con el trabajo estable (para Hegel, la única condición necesaria para la adquisición de la ética en la sociedad civil), y con la generalización del trabajo flexible y precario, mientras que el proletariado se aburguesa a través de la manipulación mediática y televisiva que propugna un perfil moral ultra individualista, estéticamente grotesco y andrajoso. En cualquier caso, para finalizar sobre este punto, Hegel se hubiese encontrado “como en casa” en el análisis dialéctico de Marx (y recuerdo todavía que el análisis dialéctico de Marx de la mercancía como entidad sensiblemente suprasensible es hegelianismo puro).
En segundo lugar, Hegel no hubiese ciertamente apreciado, y hubiese sido probablemente inexorable, la aceptación de Marx de la noción de “ley científica”, que Marx indiscutiblemente utilizó para legitimar la previsión de la necesaria evolución comunista de las contradicciones del capitalismo. Aunque Hegel hubiese creído en la dialéctica de la naturaleza, y la hubiese articulado ampliamente, su concepción de dialéctica de la naturaleza, a la que Hegel negaba expresamente la conciencia social, no hubiese tenido nada que ver con la atribución de procesos sociales de una presunta (e inexistente) “necesidad de procesos naturales”, y tampoco hubiese tenido nada que ver con la presunta (inexistente) “ley de la dialéctica” de Engels (el concepto “ley” es inexistente en la Ciencia de la Lógica de Hegel), ni obviamente con el (penoso) “materialismo dialéctico” de Lenin, Stalin, Trotski y Mao Tse Tung. Hegel no hubiese tenido ciertamente nada que reprochar al análisis dialéctico de la producción capitalista hecho por Marx, aunque (probablemente) no hubiese compartido la mítica sociología de la clase obrera, asalariada y proletaria hecha por Marx. Hubiese, seguramente, refutado la concepción positivista de ley científica existente en las contradicciones históricas y sociales hecha por Marx.
La ley científica, entendida como fundación de la predictibilidad de fenómenos naturales futuros, es ciertamente característica de las ciencias naturales, y de hecho podemos prever con seguridad un eclipse de sol que ocurrirá dentro de un siglo. La extensión de esta predictibilidad al futuro histórico (por ejemplo, la presunta – e inexistente – predictibilidad tendencial del fin del capitalismo) es a su vez inadmisible a la luz de la lógica dialéctica de Hegel. El capitalismo, de hecho, durará hasta que la acción consciente, comunitaria y organizada por sujetos históricos y sociales lo sustituyan por un modelo sólido alternativo de relaciones sociales, sea como fuere que se llame el modelo en el futuro (podría, de hecho, no llamarse nunca “comunismo”). Y este es el modelo conceptual no positivista de la Ciencia de la Lógica, aplicado el pensamiento marxiano. La Producción y la Reproducción en general del Saber Humano pensadas en su generalidad abstracta (lógica del ser) se invierten dialécticamente en la indispensable negatividad de la sociedad clasista (lógica de la esencia), y solamente mediante la emergencia de la libertad y de la autodeterminación consciente (lógica del concepto) podremos realmente modificar las cosas. Dicho de modo sintético: para las ciencias de la naturaleza y la medicina el positivismo puede ir bien, pero para la revolución social el positivismo es del todo engañoso e inservible, y necesita volver a la lógica del buen viejo Hegel, que lejos de ser un “perro muerto” es un perro de caza en su mejor edad.
En tercer lugar, Hegel hubiese juzgado con extrema severidad la reducción de su Espíritu Absoluto (arte, religión, filosofía) a superestructura, es decir a momento súper-estructural de la dinámica de una estructura de mundo de producción social. En mi opinión, hubiese tenido razón. La superestructura ciertamente existe, pero es simplemente la “ideología”, concepto ya existente en tiempo de Hegel, pero no todavía desarrollado en el sentido que después Marx le dio. Arte, religión y filosofía no son absolutamente ideología, aunque es obvio que asumen históricamente determinaciones ideológicas, en cuanto vienen incorporadas en perfiles ideológicos de legitimación y/o de contestación del poder clasista y de la consiguiente división injusta y desigual de la riqueza. Y, también, la incorporación ideológica clasista del arte, de la religión y de la filosofía (absolutamente innegable, y que solo un hipócrita podría negar) no agotan el carácter histórico y “humano” del arte, de la religión y de la filosofía.
Entre todos los errores, algunos trágicos y otros cómicos e inocuos, pero siempre grotescos, cometidos no tanto por Marx como por el marxismo histórico sucesivo, uno de los más imperdonables es la reducción economicista del arte, de la religión y de la filosofía. El arte, la religión y la filosofía son formas permanentes de la acción humana, teórica y práctica, no pueden extinguirse, y de hecho no se extinguirán nunca, y no pueden tampoco “realizarse” de una vez por todas, y de hecho no se realizarán nunca. El hecho de que el arte se termine, que la religión sea destruida por la divulgación darwinista, que la filosofía se extinga realizándose en la llamada “ciencia”, son tonterías utópico-fantasmales, concebibles en el momento en que fueron concebidas (la intersección entre la futurología tardo-romántica y la futurología protopositivista), pero resulta insoportable que hoy se sigan repitiendo de modo enfermizo e idiota. Existen ideologías, y son de hecho superestructuras. El arte, la religión y la filosofía son formas eternas de la actividad simbólica humana, no son superestructuras, mutables, obviamente cambiando de forma, a través del desarrollo dialéctico temporal de la misma estructura.
En cuarto lugar, finalmente, Hegel hubiese juzgado con gran severidad la concepción marxiana de la familia, de la sociedad civil y del estado, es decir la crítica marxiana al llamado Espíritu Objetivo. Dada la importancia del tema, es bueno reflexionar con particular atención.
Hegel considera la familia el primer lugar en el que el adolescente comienza a aprender ética de sus padres, que sería mejor llamar ética social del comportamiento público y privado (Sittlichkeit). En mi opinión tiene toda la razón, y a casi dos siglos de cuando propuso esta concepción su opinión resulta más actual que nunca. Hoy vivimos en un vacío de ética familiar, en una total pérdida de la autoridad paterna (el famoso Súper Yo de Freud), y en una situación que el psicoanalista Mitscherlich ha definido como “la sociedad sin padre”. Los adolescentes han “desautorizado” completamente tanto a sus padres como a sus profesores, y dibujan sus modelos de comportamiento público y privado a partir de la publicidad o de la agregación juvenil auto-referencial (Pasolini). Una situación catastrófica, que requiere la restauración al menos parcial del modelo hegeliano de familia, obviamente sin los residuos patriarcales y desiguales todavía presentes en Hegel. He dicho “patriarcales” y no “machistas”, como se dice hoy a causa de la influencia del movimiento feminista (cuya fundadora italiana, Carla Lonzi, debutó con un breve ensayo simbólicamente titulado Escupir sobre Hegel).
El modelo de familia en Hegel nace de una polémica indirecta con la Nueva Eloísa de Rousseau, romance epistolar en el que Rousseau opone a la rigidez convencional del matrimonio una libre convivencia informal no institucionalizada, basada en la pasión erótica y el sentimiento amoroso. Es curioso que, a propósito del esquizofrénico de Rousseau, tras haber elogiado la autosuficiencia de la pasión y el sentimiento, hubiese abandonado a la caridad pública a sus cuatro hijos tenidos con una lavandera analfabeta, que tuvo la desgracia de ser su compañera “informal”. Contra este arbitrio de la subjetividad fundada sobre la informalidad de la pasión y del sentimiento Hegel propone una convivencia familiar basada en el amor conyugal, como refutación del matrimonio feudal-señorial, y la común educación de los hijos. Me parece que hoy esto es más actual que nunca, mientras los varios programas de “destrucción de la familia” señalan un momento de crisis ética completa que encontró en el llamado Sesenta y ocho su punto máximo de crisis, también porque el Sesenta y ocho dio lugar a la “figura hegeliana” enteramente dialéctica de la inversión de las intenciones revolucionarias subjetivamente verídicas en modernización ultra-capitalista sobre una base ultra-individualista.
Marx fue un padre de familia afectuoso y presente (con excusables adulterios con la asistenta y con un hijo ilegítimo adoptado por su amigo y reparador Engels; también Hegel tuvo un hijo ilegítimo, que tuvo siempre en casa con su familia “regular”), pero era ciertamente más cercano a la teoría de la convivencia informal de Rousseau que a la teoría de la naturaleza ética del matrimonio de Hegel. Cuando su amantísima hija decidió casarse con un mulato franco cubano (Lafargue), Marx se enfadó con furia paterna y racista. Quandoque dormitat ataque Homerus!
A propósito de la llamada “Sociedad civil”, es bueno saber que la concepción hegeliana de “sociedad civil” (“bürgerliche Gesellschaft”) no tiene absolutamente nada que ver con la concepción inglesa ultra-capitalista de sociedad civil (civil society). La concepción inglesa de sociedad civil está basada en la concurrencia mercantil, y en el mercado de las opiniones llamado opinión pública (public opinion). No es necesario haber estudiado la economía política de Marx para saber que la llamada “opinión pública” no existe, y con ese término se esconde hipócritamente el dominio oligárquico de los poseedores de los medios de comunicación, en papel en el tiempo de Marx y televisivos hoy. Los oligarcas que poseen estos medios de comunicación de masas se llaman a sí mismos “opinión pública”, con un desconocimiento ignoto en cualquier examen comparativo de la historia universal.
La sociedad civil hegeliana se basa en dos fundamentos: la “policía” y la “corporación”. Es necesario comprender bien el significado de estos términos, por “policía” Hegel no entiende los gendarmes y los carabineros (aunque estén dentro de ella), sino que entiende el equivalente de aquello que hoy llamamos “estado de bienestar” (welfare state). Tras los pasos del cerrado estado comercial de Fichte, aunque con menor radicalidad “estatista”, Hegel no deja dudas sobre el hecho de que el estado debe cuidar a sus propios ciudadanos indigentes (y es por esto que los liberales no le apreciaban, y preferían a John Locke o a Benjamin Constant). En cuanto a la corporación, Hegel quiere decir que el individuo adulto, que ha finalizado sus estudios y ha adquirido una específica competencia profesional, encuentra en esta competencia profesional reconocida por el colegio (el tema del “reconocimiento” es siempre central en Hegel) la única ética que el adulto puede desear en la vida individual. Comentario personal: ¿por qué no es exactamente así como están las cosas?
Marx no se ocupó nunca de la sociedad civil, y no podemos ciertamente culparlo por ello. Empeñado en diseñar un modelo de estructuración antagónica y clasista de la sociedad de la explotación (modelo que considero del todo realista y pertinente), Marx no podía ciertamente seguir a Hegel sobre este punto, e hizo bien en no hacerlo. Pero dejó en herencia a los marxistas sucesivos la sustancial indiferencia hacia el reconocimiento de la profesionalidad, sustituida por la agitación sindicalista y por la primacía del mérito “político” sobre el profesional. Es necesario decir que sobre este punto, desagradable y en algunos casos repugnante, Marx no tiene ninguna culpa personal. Jesús de Nazaret no tiene la culpa de que Torquemada torturase a herejes en su nombre.
La consideración de la naturaleza del estado es obviamente el punto máximo de distancia y contraste entre Hegel y Marx. Hegel es considerado generalmente, por simple “haber oído”, un estatista fanático y “totalitario” por añadidura (Karl Popper). No estoy en absoluto de acuerdo. Un verdadero estatista fanático y totalitario no concedería ninguna autonomía ética a la familia y a la sociedad civil, quitaría los hijos a la familia para hacerlos educar por el estado, impondría una verdad obligatoria de estado sobre las cuestiones historiográficas y filosóficas, e ignoraría el reconocimiento al mérito profesional sustituyéndolo con el llamado “mérito” de la sumisión política servil y del conformismo subordinado. Marx tuvo razón en criticar los límites “burgueses” de la concepción del estado en Hegel. Digo “burgueses” porque el estado hegeliano no es “capitalista” (no existía todavía en la Alemania de Hegel el capitalismo), sino simplemente “burgués”, y burguesía con fundamento agrario y artesano. E incluso, de su justa crítica a los límites burgueses del estado hegeliano, Marx defiende una concepción de extinción del estado, o más exactamente de coincidencia entre comunismo y extinción del estado. Personalmente, juzgo muy severamente esta concepción de la extinción del estado en el comunismo, y la considero una tontería anárquica, y paradojalmente anárquico-liberal.
Aunque la teoría de la extinción del estado tiene una matriz directa anarquista, basada en la substitución del estado clasista por el autogobierno político y la autogestión económica de la comunidad de iguales de los productores directos, su matriz indirecta está relacionada con dos concepciones enteramente “burguesas”. En primer lugar, la teoría de Adam Smith de la mano invisible del mercado y de la armonía económica automática del intercambio, por el que la economía, que no tiene ningún fundamento externo en la religión, en el derecho natural o en el contrato social (David Hume), tampoco necesita estado regulador. En mi opinión, se trata de una secularización empirista inglesa de la teoría religiosa de la armonía preestablecida por Leibniz. En segundo lugar, a la teoría de Saint Simon de la llamada “administración de las cosas”, para la que, venida a menos la clase parasitaria “irracional”, la reproducción social devendrá transparente a la vista de todos, y, como escribió (neciamente) Lenin, incluso la cocinera también sabrá dirigir el estado.
Si se trata del mito de la transparencia de las relaciones sociales, inevitablemente llegamos al mito del fin de la historia. Fin de la historia, transparencia de las relaciones sociales, administración de las cosas, armonía preestablecida, mano invisible, redención del mundo de sus pecados, rescate mesiánico y escatológico de la negatividad histórica, etc., son todos los componentes que confluyen en la apresurada (y sustancialmente infundada) teoría de Marx de la extinción del estado. Podemos “perdonarlo” por este cruce de utopismo romántico (la famosa conciliación de la naturaleza y la sociedad) y de positivismo economicista (la administración de las cosas, es decir de las relaciones sociales reducidas a cosas), pero no podemos perdonar a los llamados “marxistas”, falsos marxistas y verdaderos confusos, por haber repetido por más de un siglo esta fábula de una noche de verano.
En síntesis, podemos decir que el Marx lector de Hegel extiende correctamente la dialéctica hegeliana (que permanece la misma y no se invierte) a la crítica de la economía política y al modo de producción capitalista, mientras que el Hegel lector de Marx corrige inteligentemente la “patinada” utópica y positivista de Marx.
13. La puesta en juego histórico-política. Qué hay hoy en juego dentro del secular problema de la relación Hegel-Marx
Un joven nacido entre 1980 y 1990 e interesado vocacionalmente en el debate filosófico serio no podría comprender la importancia histórica del debate sobre la relación entre Hegel y Marx, que se desarrolló en todas las principales lenguas del mundo en los sesenta años que van desde 1920 hasta 1980. Tras más de veinte años, salvo excepciones marginales, el debate sobre Hegel y Marx ha vuelto a ser monopolio exclusivo de los departamentos especializados de la universidad. Existen obviamente grupos de especialistas preparados e inteligentes sobre Hegel y sobre Marx, que forman aquellas “redes” de comunicación académica mundial largamente autoreferenciales, pero lo que ya no existe es el tejido político que hacía de testigo histórico en el debate sobre las relaciones entre Hegel y Marx.
Este debate pudo ser comparado al debate sobre las relaciones entre el cristianismo medieval y la herencia de Platón y Aristóteles. Hoy quedan especialistas en ese sentido, que producen eruditos ensayos monográficos sobre el problema. Pero en el tiempo de Abelardo, Tomás, Bonaventura, o hasta Marsilio Ficino y Pomponazzi incluidos, este debate no tenía nada de “universitario”, sino que estaba directamente relacionado con el modo de entender la práctica pública y privada del cristianismo. El mismo Martín Lutero, fuente filosófica (aunque no exclusiva, y desde mi punto de vista tampoco preponderante) de Hegel, construyó su perfil religioso sobre la base de una ruptura explícita con la referencia a Platón y Aristóteles, y con una relación directa con el Viejo Testamento y con la carta de Pablo del Nuevo Testamento.
Algo similar, aunque cien veces más extendido a nivel mundial, ocurrió durante los sesenta años 1920-1980 a propósito de las relaciones entre Hegel y Marx. Se trataba, en este caso, del fundamento filosófico de la crítica económica y política hecha por parte del comunismo al sistema capitalista. Algunos pensaban que Hegel no era necesario, y que de hecho llevaba hacia la metafísica y el idealismo, y había que liberar a Marx de la influencia hegeliana construyendo un perfil de Marx teóricamente del todo autosuficiente o integrado con concepciones “científicas” no “contaminadas” de filosofía, y sobre todo no contaminadas por la filosofía del idealismo alemán. Mejor un buen retorno a Kant, aunque complementado con la valorización de Darwin, antes que el monstruoso encuentro entre Marx y Hegel.
Otros, a su vez, pensaban al contrario, que Marx hubiese tenido mucho que perder al separarse demasiado de Hegel, y que era necesario valorizar la herencia hegeliana, pero manteniendo la distinción entre el materialismo de Marx y el idealismo de Hegel. Otros finalmente (y entre ellos se encuentra quien escribe) se encuentran todavía allí, creyendo que en Marx el materialismo juega simplemente un rol metafórico, pero que el tejido teórico de Marx es integralmente “idealista”, digan lo que digan los manuales y la tradición consolidada de la escuela marxista o el peor enemigo de la reflexión filosófica independiente, el llamado “de oídas” de la anonimidad pseudo-culta (el “Das Man” de Heidegger).
No es este el espacio para analizar la riquísima variedad de estas interpretaciones. Me limitaré a señalar el vínculo ciego, es decir el impasse, en el que acabaron generalmente las escuelas que buscaron “matar” a Hegel, es decir separarlo lo más posible de Marx.
La más famosa corriente del marxismo anti-hegeliano de 1960-1980 fue seguramente la del francés Louis Althusser. No es este el espacio para discutir críticamente sus argumentos. Al fin de su ciclo esta escuela se convirtió en una apología irracionalista de la casualidad absoluta de lo real, llamada “materialismo aleatorio”. Su principal exponente italiano, el economista Gianfranco La Grassa, después de haber “disparado” durante decenios contra la filosofía, el idealismo y el humanismo, al fin y honestamente dijo en febrero de 2009 que ya no era más comunista y que no sabía qué cosa era el comunismo, que no sabía ni podía definirlo conceptualmente, etc. Al fin el concepto (Begriff) se venga de aquellos que lo han reducido a una simple categoría epistemológica.
El correspondiente italiano de la escuela marxista anti-hegeliana francesa de Louis Althusser y de sus sucesores fue la escuela de Galvano Della Volpe y de Lucio Colletti, que ha interpretado Hegel como un metafísico organicista romántico, nostálgico de la religión comunitaria medieval, de quien necesitaban a toda costa separar a Marx para “salvarlo” del irracionalismo. Si el éxito final de la escuela althusseriana fue el materialismo aleatorio y el comunismo asimilado a la caducidad casual de un meteorito chocando contra la tierra (Gianfranco La Grassa), el éxito final de la escuela dellavolpina de Colletti fue simplemente el abandono y el reniego total no solo de la tradición marxista sucesiva a 1875-1895 (la codificación marxista coherente de Engels y Kautski, a la que Marx resultó completamente extraño), sino del mismo pensamiento de Marx. Al fin en Colletti el odio hacia Hegel se transmite al mismo Marx, y llevó a la adhesión integral de Colletti al liberalismo anticomunista.
En mi opinión ni Louis Althusser ni Lucio Colletti debieran ser demonizados según la mala tradición del sectarismo de la polémica política mezquina. Y sin embargo no se puede pretender fingir no saber que un cierto marco teórico trae consigo elementos de auto-disolución, que al fin dialécticamente se invierten en un verdadero desastre, en el caso de la escuela althusseriana con la aproximación a la metafísica de la aleatoriedad y del comunismo asimilado a la casualidad de un meteorito y en el caso de la escuela dellavolpina con el harakiri de un samurái japonés de
todo el programa de Marx.
En Turín, o más exactamente en la universidad turinesa, hace más de medio siglo domina una antipatía explícita hacia Hegel, que atraviesa de forma diversa y específica a muchos de sus importantes exponentes históricos (Bobbio, Abbagnano, Rossi, Viano, Pareyson, Vattimo, etc). El discurso a propósito sería largo, pero para exponer un fenómeno similar me limitaré a señalar
tres elementos. Primero, la tradición turinesa de antipatía por la filosofía de “notables meridionales” de Croce y de Gentile, que viene contrapuesta a la tradición septentrional del positivismo de Catteneo, considerada más adecuada culturalmente a una sociedad industrial moderna. Segundo, el sociologismo exasperado (pensemos en la reducción del marxismo a sociología de Raniero Panzieri) que deriva de la hinchada deportiva entre el partido de la FIAT y el partido de la Clase Obrera, en el que efectivamente para la centralidad de la filosofía no hay mucho espacio. Tercero, la tradición del moralismo activista, que un Hegel revivido habría definido en términos de filosofía del “alma bella” y de “moralidad subjetiva” que se inclina gravitacionalmente hacia Kant (Martinetti) o hacia varias formas de existencialismo laico (Abbagnano) o religioso (Pareyson).
El discurso sería apenas comenzado, pero razones de espacio me constriñen a terminarlo. El colapso grotesco y disolutivo del comunismo histórico del siglo XX verdaderamente existente (1917-1991), a no confundir obviamente con el comunismo utópico-científico de Marx (el oxímoron es intencional), ha hecho desaparecer el “cliente ideal” del debate sobre relaciones entre Hegel y Marx. Esto es un hecho. ¿Un hecho provisional o definitivo? En mi opinión, un hecho provisional, que solamente la teoría del fin de la historia, metaforizada como fin definitivo de las grandes narraciones (Lyotard) pudo creer definitivo. En la historia no hay nada definitivo.
Estamos en una coyuntura de pasaje, en la que la generación fallida del Sesenta y ocho exorciza, y al mismo tiempo sublima, la propia incapacidad programática y cultural de corregir de modo positivo los indiscutibles defectos de la precedente síntesis italiana clerical (la DC), populista (el PCI), laico-reformista (el PSI), neofascista-nostálgica (el MSI), a través de la creación de un modelo filosófico posmoderno, individualista, nihilista y relativista que hoy, en ausencia de crítica hegelo-marxista, tan solo el teólogo alemán Joseph Ratzinger critica todavía.
¿Volverá un perfil crítico hegelo-marxiano? Personalmente, me parece una apuesta racional que vuelva, y no solo sobre la base de una esperanza subjetiva indistinta. Personalmente, no creo absolutamente en la teoría del progreso en todas sus versiones, pero creo moderadamente y con alguna reserva en la teoría de los ciclos históricos. El ciclo en el que estamos viviendo es el dominio de un modelo relativista y nihilista, es decir antihegeliano y antimarxiano por su profunda esencia. Pero a un ciclo le seguirá otro, probablemente más allá de la esperanza de vida de quien es hoy anciano o de mediana edad. Esto puede ser una tragedia personal, pero no una tragedia histórica.
14. Consideraciones conclusivas
La primera historia de la filosofía racionalmente construida en la tradición occidental se encuentra en el primer libro de la Metafísica de Aristóteles. Clasificando según un criterio lógico y filosófico a los filósofos de los tres siglos precedentes, Aristóteles utiliza el método de las cuatro causas (material, formal, eficiente y final). A distancia de más de dos milenios, este método es todavía el único utilizado en la composición habitual de las historias de la filosofía de uso escolar, de instituto o universitarias, que se inician en general con Tales de Mileto, considerado el “primer filósofo” por antonomasia, cosa cuanto menos discutible. Desde el momento en que Aristóteles inicia con la clasificación de los filósofos que han buscado una causa material como principio y origen del mundo (archè), considera que Tales es el primer filósofo, habiendo considerado como primer principio material del mundo el agua. Nada más cuestionable. Personalmente, si se debe buscar el primer principio filosófico que da origen a la historia de la filosofía griega, no lo encontraremos ciertamente en el agua de Tales o en el aire de Anaxímenes, sino que lo buscaremos más bien en la justicia (dike), en la mesura que permite establecer la justicia entre los ciudadanos (metron), y en el consiguiente cálculo de relaciones armónicas entre distribución del poder y de la riqueza, de tierra y monetaria (logos). Desde allí viene el poder disolutivo y destructivo del infinito e indeterminado (apeiron), al que hay que hallarle un freno adecuado (katechon). Y así sucesivamente.
Ciertamente, dejaremos de un modo totalmente marginal la secularización racionalizada de las viejas teogonías míticas, con consiguientes aguas, aires, fuegos y tierras. El hecho de que la clasificación extrínseca de Aristóteles haya podido durar tanto, más de dos mil años, hasta convertirse en uno de los pocos recuerdos del instituto del curso trienal de historia de la filosofía, que inicia con Tales, no puede ser casualidad. Iniciar con Tales permite ignorar el problema delicado de la deducción social de las categorías de pensamiento (Alfred SohnRethel), de evitar la peligrosa relación de la filosofía con la distribución del poder y de la riqueza, y en fin legitima la (falsa) idea según la cual la filosofía se ocupa del mismo objeto que la ciencia galileana de la naturaleza, simplemente de modo más primitivo y diletante, sin matemáticas, sin experimentos y sin Newton y Darwin. En caso contrario, habiendo enseñado yo mismo por treinta y cinco años historia de la filosofía en el liceo italiano, condenado a repetir cada año que Tales fue el primer filósofo, no podré nunca separarme racionalmente de esta pereza conceptual institucionalizada en los manuales, no importa si “laicos” o “religiosos”, de “derechas” o de “izquierdas”. Pero Tales continúa jugando el rol del primer día de la Creación de la historia de la filosofía.
Las Lecciones sobre la historia de la Filosofía de Hegel, escritas (o mejor datadas) más de dos mil años después del primer libro de la Metafísica de Aristóteles, tratan de introducir un principio explicativo nuevo que pudiese sustituir la simple taxonomía aristotélica de las cuatro causas. Al principio deviene – como es notado – la sensatez de todo viaje filosófico como viaje de progresiva autoconciencia humana, sensatez que se contrapone al carácter poco educativo de la historia de la filosofía como simple canción mnemónica de opiniones casuales. Y sin embargo, el tentativo de Hegel parece tener éxito tan solo entre los estudiosos especialistas de Hegel, porque la gran mayoría de los estudiantes de instituto (y universitarios) de filosofía, solo pueden decir que es una larga secuencia de opiniones casuales, como mucho mediadas por el contexto histórico dentro del cual se sostienen. Si es así, (y puedo testimoniar que en substancia es así), ¿cómo explicar la póstuma victoria de Aristóteles sobre Hegel? ¿Por qué el criterio de Hegel, que aparece a primera vista mejor que el de Aristóteles, es casi siempre confinado “en el campo” del criterio aristotélico, todavía más extrínseco y casual que aquel originario, que al menos tiene su “científica” racionalidad clasificatoria?
La llave de este enigma conceptual está en esto, que la asunción del criterio hegeliano de sensatez del viaje de la historia de la filosofía presupone la contextual adopción del criterio de la verdad, o más exactamente de la existencia de la verdad como verdadera y puesta en juego en la historia de la filosofía. Si hubiésemos hecho la historia de la filosofía en base al presupuesto (implícito o explícito) que la verdad no existe, la verdad se invierte en una simple filia temporis, Protágoras y Gorgias tenían razón contra Sócrates y Platón, el “Pensamiento fuerte” de la verdad es peligroso porque es represivo, violento y normativo mientras solo el escepticismo y el relativismo son innocuos, etc.; ahora es inevitable que la filosofía, historizándose, devenga una más o menos refinada secuencia de opiniones debidamente presentadas y argumentadas. Pero aquí, apunto, empieza el problema, no termina.
La negación filosófica argumentada de la existencia de la verdad, en particular en la versión hegeliana del Absoluto, tiene muchos nombres (convencionalismo, relativismo, nihilismo, escepticismo, incluso empirismo y utilitarismo, etc.). E incluso, la negación filosófica argumentada de la existencia de la verdad es un fenómeno que no tiene literalmente nada que hacer con otro fenómeno, inmensamente más importante, que es la generalizada pérdida de interés hacia la verdad, considerada no más inexistente, sino simplemente irrelevante y no influente. Es bueno comprender este punto, porque el problema de la naturaleza de la filosofía clásica alemana, del idealismo alemán, del perfil expresivo de Hegel y finalmente del perfil expresivo de Marx está enteramente aquí. Filosofía clásica alemana, idealismo alemán, Fichte, Hegel y Marx, todos tienen una cosa en común: la confianza no solo en la existencia de la verdad, sino en la importancia social y existencial del interés en el acercamiento a la verdad. Si retiramos este interés será como quitarle el agua a una planta. La planta inevitablemente se marchitará y morirá.
Mi impresión es que hoy no se aborda este punto crucial, y a la vez la discusión sobre Hegel y Marx pierde totalmente el sentido, y deviene un juguete o un medio instrumental para acceder a una cátedra universitaria, considerada simplemente más “prestigiosa” y mejor pagada que una simple plaza de instituto, y poder conseguir el título de “catedrático”, no solo de “profesor”, con el que el circo mediático expresa no tanto una inocente y simpática jerga juvenil como el desprecio que este circo mediático siente hacia la descalificada clase de los “docentes”, término que ha substituido al viejo término gentil y burgués de “profesor”. Y ahora terminaré esta consideración poniendo el foco en la relación entre la filosofía de la verdad de Fichte, Hegel y Marx y el clima de generalizada pérdida de interés hacia la verdad en el que estamos inmersos, y estamos tan inmersos en él que ni siquiera nos damos cuenta.
Como vio correctamente Heidegger, Descartes fue el primer filósofo de la tradición occidental cristiana que tradujo el concepto de verdad al concepto de certeza del sujeto, o más exactamente de certeza de la correcta representación del sujeto (trascendental y unificado) como dato racional comunicable, transmisible y universalmente accesible potencialmente por todos. De esta concepción cartesiana derivan las concepciones trascendentales del sujeto de Kant (el Yo Pienso como percepción trascendental), la teoría del conocimiento del positivismo (que considera la religión y la filosofía superfluas, porque la ciencia da el suficiente fundamento sin necesidad de otros fundamentos teológicos o metafísicos), y finalmente el debate epistemológico del siglo XX sobre la falsabilidad como único y verdadero criterio de la certeza científica (Popper, Lakatos, etc.). En cualquier caso, desde Descartes hasta Popper pasando por Kant y Comte, el solo criterio del conocimiento válido es la certeza del sujeto. Parece que con la vieja “verdad” nadie sabía verdaderamente qué hacer.
Para comprender las razones históricas y sociales por las que en la llamada “modernidad” (término queridamente vago con el que la república de los doctos denomina el inquietante concepto marxiano de modo de producción capitalista) la certeza trascendental del sujeto sustituye al viejo fundamento verificativo del mundo; necesitamos pasar de Heidegger a Marx, porque sobre la base del saber heideggeriano terminaremos por no comprender nada. El modo de producción capitalista, a diferencia del modo de producción esclavista o de pequeños productores independientes atenienses (que tiene la necesidad de un concepto de verdad política y antropológica), y del modo de producción antiguo-oriental y feudal (que necesita de un concepto de verdad religiosa), no tiene necesidad para auto-reproducirse de un concepto de verdad de algún tipo, sino que le basta y avanza con la certeza del empresario. La red de certidumbres empresariales de la correcta previsión de las inversiones efectuadas sustituye así a la legitimación político-social de cualquier fundamento de verdad (la divinidad monoteísta con su revelación, la naturaleza humana como criterio antropológico normativo, el derecho natural, el contrato social, el Absoluto hegeliano, etc), y escoge a su vez, con el instinto natural del buen perro que busca trufas, un nuevo fundamento flexible, el relativismo de los valores, el desencanto del mundo, el nihilismo domesticado, la pluralidad de las formas de vida a la sombra de la unidad monoteísta de la reproducción capitalista, y finalmente la síntesis postmoderna actual como unión de legitimación social flexible de la sociedad y de elaboración del luto de la utopía libertaria de la quebrada generación del sesenta y ocho, hoy (pero todavía por poco) hegemónica en los aparatos ideológicos de tipo político, mediático y sobre todo universitario.
Como comprendió correctamente Baudrillard, hoy la simulación virtual de la pequeña pantalla televisiva puede sustituir la experiencia real de las cosas. Como comprendió correctamente Jameson, la postmodernidad es la imagen generalizada del mundo en la época de la producción flexible y del ocaso (tal vez temporal) del fordismo productivo y del keynesianismo económico. Como comprendió correctamente Harvey, la postmodernidad señala el pasaje de la Primacía del Tiempo del Progreso burgués a la primacía del Espacio de la globalización capitalista. Como comprendió correctamente Lasch, el tipo antropológico de la individualización consumista es el narcisista, heredero del viejo robinsonismo burgués. Como comprendió correctamente Bauman, una sociedad así no tiene nada de verdaderamente “sólido”, sino que tiene una naturaleza líquida a lo Zelig (el personaje de Woody Allen). Y podríamos continuar. Pero como el espacio no lo consiente, terminemos con una síntesis clara de mi pensamiento: Hegel y Marx son el punto máximo insuperado del pensamiento filosófico, Nietzsche y Heidegger no solo no lo han “superado”, sino que están muy por debajo; el eclipse de Hegel y Marx es un escándalo cultural provisional; pero el tiempo es caballeroso, y antes o después las cosas cambiarán, aunque no es previsible cuando cambien, eso solo lo sabe Dios.
16. Nota bibliográfica general
Desde el momento en que – como dice un ingenioso proverbio inglés – la beneficencia comienza en casa propia, comenzaré señalando algunas obras mías en las que la tesis de fondo de este breve ensayo son analizadas de modo más completo. A propósito de la filosofía general de la historia en la que cada pensador está enmarcado, señalo mi trilogía Storia della Dialettica, Storia dell’Etica y Storia del Materialismo, Petite Plaisance, Pistoia, 2006 y 2007. A propósito de mi interpretación idealista de Marx, por la que no sólo es un discípulo de Hegel, sino un pensador a todos los efectos más “idealista” que “materialista”, señalo Marx Inattuale, Bollati Boringhieri, Turín 2004, Ripensare Marx, Editorial Ermes, Potenza 2007, y finalmente Una approssimazione al pensiero di Karl Marx, Editorial Il Prato, Sanaora 2007. Un encuadre general del pensamiento de Marx en la entera tradición europea de los griegos hasta hoy está contenida en Il marxismo e la tradizione culturale europea, Petite Plaisance, Pistoia 2009. Dicho de modo telegráfico, para mí Hegel y Marx son legibles más como restauradores del punto de vista naturalista y ontológico de los griegos (en la nueva condición de la historicidad universalista moderna), que como secularizadores de la vieja escatología hebraico-cristiana en el lenguaje de la filosofía (Hegel), o de la economía política (Marx). Como se puede ver, mi visión es absolutamente opuesta a la de Weber (desencanto del mundo y politeísmo de valores), de Löwith (filosofía idealista y marxismo como secularización de un precedente contenido religioso), y finalmente de Lyotard (fin de las grandes narraciones, en las que se encuentran Hegel y Marx). En el mismo tiempo, soy fieramente adversario de todos los que creen que el marxismo no necesita de ninguna fundamentación filosófica, como la llamada “Ciencia moderna” (Althusser, Della Volpe, Colletti, etc).
Tras haber “puesto las cartas sobre la mesa” (primer mandamiento de la ética de la correcta comunicación filosófica), podemos pasar a algunas lecturas seleccionadas para principiantes absolutos y para “intermedios” no especialistas.
Para comenzar a interpretar Hegel y Marx, y eventualmente a tomar partido (filosóficamente) por o contra el uno o el otro (o contra ambos), conviene adquirir algunos conocimientos sistemáticos elementales de los dos. A propósito de Hegel, no será tiempo perdido impregnarse de los términos esenciales de su pensamiento. Muy buena y clara es la antología razonada de Valerio Verra, La filosofía di Hegel, Loescher, Turín, 1979. Verra es también autora de la óptima Introduzione a Hegel, publicada por Laterza. Es aconsejable el texto de Charles Taylor, Hegel e la società moderna, Il Mulino, Bologna 1984. El delicado pasaje de Kant a Fichte y a Hegel está ilustrado en la útil antología de Claudio Cesa, Le origini dell’idealismo tra Kant e Hegel, Loescher, Turín 1981.
A propósito de Marx, las cosas son más difíciles, porque mientras Hegel ha sistematizado y coherente su pensamiento, Marx no lo hizo, y sus exposiciones están sujetas a una inevitable mayor arbitrariedad. Para iniciar aconsego David McLellan, Il pensiero di Karl Marx, Einaudi, Turín 1975, y Marco Simonic, Invito al pensiero di Marx, Mursia, Milán 1986. La bibliografía divulgada sería inmensa, pero me limito aquí voluntariamente a dos honestos y breves textos expositivos.
T. W. Adorno, Terminología Filosófica, Einaudi, Turín 1975 es una insuperada problematización dialéctica de Kant, Fichte, Hegel y Marx, en la que el idealismo y el materialismo se “traspasan” el uno en el otro, y aparece así equivocada su contraposición polar, como si se tratase de oposiciones reales y no de contradicciones dialécticas.
A su tiempo, estudiando en la Sorbona de París, estuve muy influenciado por Jean Hyppolite, de quien aconsejo la lectura de Saggi su Marx e Hegel, Bompiani, Milán 1965. Este libro, en mi opinión, no ha estado hasta hoy teóricamente superado. La interpretación “extraña” del Capital de Marx como “romance gótico” y en Francis Wheen, Marx. Vida pública y privada, Mondadori, Milán 2000. Una correcta exposición divulgada del significado de dialéctica en Hegel y en Marx está en Ferdinando Vidoni, Dialettiche nel pensiero contemporáneo, Canova, Treviso 1996. Finalmente, la más reciente discusión comparativa sobre relaciones entre Hegel y Marx está ampliamente ilustrada en el óptimo ensayo de Roberto Fineschi, Marx e Hegel, Carocci, Roma 2006. Aquí termino, sin recordar los clásicos de la interpretación de la relación Hegel Marx (Della Volpe, Althusser, Marcuse, Bloch, Lukács, Löwith, etc.). Pero estamos frente a otro capítulo de la historiografía filosófica, que va más allá de la razón de estas consideraciones.
Traducción de Cristina García para Marxismo Crítico