Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Antologia de textos de Manuel Sacristan en torno a Catalunya España y el internacionalismo

Manuel Sacristán Luzón

Le dije a López Rodó “Cataluña tiene el complejo de haber perdido la guerra civil”. Replicó él sin ninguna vacilación. “Pues yo soy catalán y tengo la impresión clarísima de haberla ganado.”
Salvador Pániker, Segunda Memoria

(Anti-España, 2). ¡Ay, Dios mío!. Tengo miedo de haberme vuelto tan histérico para ciertas cosas que ya es que no me van a aguantar ni las paredes. Me basta con que se me junte, por un lado, en el rabillo del ojo el tremolar de la más inocente rojigualda, limitándose acaso a celebrar la cobertura de aguas de una obra, por otro, ya de frente a la pupila, un cartel de toros de una corrida en Castellón de la Plana todavía chorreando pegajosos y hasta obscenos goterones de engrudo blanquisucio y, en fin, para rematar, en el oído cuatro o cinco compases de El gato montés o de Marcial, tú eres el más grande, allá en la lejanía para que, literalmente, me prendan fuego cuerpo y alma a la vez en medio de la calle y clame a toda voz, no sé si al cielo, a la tierra o al infierno, como si fuese mi último suspiro “¡¡¡Odio España !!!” (Os juro, amigos, que no puedo más).
Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, pp. 42-43.

-¡Oh, en España! ¿Qué tal es España?
-Mira…se viaja mal. Las gentes son medio negras. Castilla es muy seca y dura. El Kremlin es más bello que ese castillo o convento allá abajo al pie de la montaña…
-¿El Escorial?
-Sí, el  castillo de Felipe. Un castillo. Me ha gustado mucho más el baile popular de Cataluña, la sardana, acompañada de la tenora. Yo también bailé. Todos se dan la mano y se baila en círculo, en la plaza llena de gente. Es encantador, es humano. Me compré un pequeño bonete azul, como todos los hombres y muchachos del pueblo lo llevan; casi es un fez. Llevo la boina en mi cura de reposo y en otras ocasiones. El señor juzgará si me está bien.

 (…) nuestro President [honorable Jordi Pujol] ha dicho que al inmarcesible Gaudí, que ya va camino de los cielos, le define haber sido “un gran catalanista y un cristiano muy profundo”. No voy a dudar ahora de que fuera ambas cosas, pero eso no lo define y citaré un ejemplo que rebate su tesis. Su hijo Josep, directivo de Europraxis, y su otro hijo, Oriol, secretario general del Departament d’Indústria, ambos implicados en el caso Lear como asesores e informadores, son sin duda grandes catalanistas y cristianos profundos y, sin embargo, no es eso lo fundamental para definirlos.
Gregorio Morán, “La autoridad no tiene principios”, La Vanguardia, 23.3.2002

            “Querida Anna:

Hace tanto tiempo que no te escribo, que he pensando que te mereces no sólo una carta, sino una novela. Ahí va:

Capítulo I

Era un día claro y lleno de sol. El señor Manolo recibió una llamada telefónica de un amigo suyo de Madrid, Javier Muguerza, profesor de filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, una especie de Open University para subdesarrollados de lengua española (Esta última precisión es quizá redundante y el conjunto de predicados es seguramente tautológico). Le dijo el señor Javier al señor Manolo: “Si nos prometes que te presentas, sacamos a concurso la cátedra de tu materia, en la UNED”. Contestó el señor Manolo: “lo pensaré”.

En realidad, el señor Manolo estaba muy interesado en este ofrecimiento, porque en la UNED no se dan clases (sino sólo consultorio telefónico una vez a la semana, y exámenes): y es que el lector (o más bien la lectora) debe saber que el señor Manolo había empezado a dar clases en 1952, razón por la cual ya no tenía tantas ganas como antes de hacer el payaso en clase. Además, en Madrid hay una facultad de Sociología (que no existe en Barcelona), y esto haría quizás más fácil para Ángeles el encontrar un poco de trabajo interesante y pagado.

Por otra parte, ciertamente en Barcelona el señor Manolo tenía hija y amigos. También una revista, aunque la revista podría tener muy bien media redacción en Madrid, y aunque la distancia Barcelona-Madrid sea sólo de 660 km.

Por otra parte, el señor Manolo confesaba en voz baja (y cuando no había catalanes presentes) que le gustaba bastante la idea de volver al área de su lengua infantil. Recientemente, le había recorrido un escalofrío cuando, después de 50 años, había vuelto a oír cantar el estribillo de un juego de niñas que recordaba de sus compañeras de parvulario: El patio de mi casa / es particular: / cuando llueve se moja / como los demás.

Pero ocurre que lo oyó en México, a niñas mexicanas. En Barcelona no se oían nunca estas cosas.

Así que el señor Manolo fue a ver a su cardiólogo y le preguntó “¿Usted cree que puedo irme a Madrid?”. El cardiólogo, enérgico nacionalista catalán, contestó: “Si está usted suficientemente loco como para preferir esa inmundicia de Madrid, yo le daré una carta de presentación para el cardiólogo Fulano de aquella horrenda ciudad”. Después de lo cual, el señor Manolo se fue a su nefrólogo con la misma pregunta: “Lo siento”, dijo su nefrólogo, que era un viejo amigo, “pero claro que en Madrid hay tanta nefrología como aquí”.

D. Hasta aquí hemos podido sonreír. Pero hay un aspecto de las actuaciones del Charlatán que acaba con toda disposición benévola: García-Sanchiz supedita a sus minúsculas pasiones y a sus consignas del momento el sentimiento nacional mismo, dicta sobre él decreto de monopolio y ahonda así hasta muy dentro del mapa humano español divisiones tan estúpidas como desgraciadamente operantes. Sus rabietas son siempre partos de los montes, y en eso estriba su peligrosidad: porque el ratón aparece -ridículamente, es claro- en alguna cueva básica de la historia española; para cerrar a Ortega la frontera, García-Sanchiz creyó necesario exhibir de nuevo (en él es cosa frecuente) la llaga nacional por excelencia, la guerra del 36-39. Y al negar a Picasso su ciudadanía española ha creído conveniente -por razones, sin duda, del más subido arcano- relacionar la pintura del malagueño con el Peñón de Gibraltar. Si bien nos imaginamos que, cuando la nostalgia popular por Gibraltar tomó espontáneamente un carácter auténticamente pasional (es decir, a la vuelta de la primera División Azul) el eximio conservador debió formar diligentemente entre las filas de los “sensatos”. Tal vez eso contribuya también a que los jóvenes que protagonizaron el único movimiento popular español por Gibraltar que se ha producido en todo el siglo XX sepan que tienen mucho más que ver con Ortega o con Picasso que con el Charlatán cuyas inquietudes nacionales funcionan bajo consigna de oportunismo.

Oportunismo que en otro sentido (en sentido serio) es todo menos oportuno. Si hay algo inoportuno en España es ahondar zanjas, profundizar divisiones. Los españoles que abisman zanjas divisorias abren fosas para una nueva guerra civil. Bastante diversos somos; demasiado para que nuestra unidad siempre frágil pueda resistir la inoportuna mina de tal o cual estúpido zapador.

Ése es, brevemente dicho, el punto charlatanesco que resulta peligroso. Es probable que, más que por malicia, el pobre hombre llegue a revestir ese aire amenazador para España sólo gracias a una gigantesca concreción de ceguera más o menos inocente.  Pero si la ceguera puede ser a menudo inocente, no es nunca inocua.  Tal vez los tontos no sean malos; mas, en todo caso, no hay tonto bueno.

Viendo al Eximio Charlatán convertido en peligro para la unidad española, suspiramos: ¡Ah! ¡Buena razón asistía a Heráclito cuando nos enseñó que no hay hilo perdido en la madeja del mundo!

E. Nueva revista. Cuando a juzgar por lo que con evidente impudor exhiben al paso del varón transeúnte ciertos escaparates, creíamos desaparecido el corsé que antaño moderaba climatéricas opulencias, he aquí que con el título de Ateneo nos llega el número inicial de una publicación. Tal vez parezca disparatada la asociación mental de revista a corsé, pero no lo será tanto si se tiene en cuenta que la frivolidad y la fuerza opresiva les son comunes.

Los creadores de la nueva revista vienen a decir, ya campanudos, ya amenazadores, pero siempre en términos confusos, que en el cuerpo pensante hispánico amagan formas capaces de alterar el canon esquelético de sus particulares referencias. Por ello y como remedio propio de mentalidades ajenas al más primario concepto de lo vital e invocando una unidad nacional que ha sido y será siempre tarea conjunta de todos los españoles –opus hispanorum– y no menester exclusivo de un grupo, presentan bajo el mote helénico de “Ateneo” un corsé destinado a contener por presión, que es tanto como decir aparentemente, lo que ellos juzgan herético y que no son sino tejidos vivos de un cuerpo que crece en su historia y que posee el vigor suficiente para que resulte superflua la dirección que pretende ejercer ese núcleo de “Ateneo” cuya sequedad espiritual yace en el primer número que publica.

Pero como los viejos corsés, no faltan a este cintas, lazos y faramallas: aquí, artistas de cine fotografiadas desde la vertical, faquires barbudos ingiriendo clavos y vidrios rociados de ácido nítrico, y otras cosas demostrativas de que las grandes preocupaciones pueden ir también al circo y al cine no apto para menores.

Señalemos el índice de monstruos y réprobos que parece iniciarse en el número aludido y que se encabeza -¿cómo no?- con Unamuno. Ha de advertirse, no obstante, que la exclusión de Unamuno aparece contrapesada por la inclusión de la señorita Silvana Pampini y sus tremendas protuberancias torácicas.

F. Todavía mejores observatorios que la corrida goyesca fueron los festivales regionales del Pueblo  Español. Todos resultaron brillantes. Alguno incluso -la prensa lo subrayó- de calidad. Pero no es ocasión de analizarlos. Resultará mucho más interesante echar sobre ellos la sonambúlica mirada con que se suele sorprender a las esencias, grandes amigas de los despistados y de los miopes. Así, desde lejos, y luego de comprobar que -por más calidad que tuvieran- su público no estaba hecho de cultos diletantes, resulta que los festivales de Montjuic se confunden, en la cansada retina, con los demás datos que ella almacenaba sobre el sentimiento folklórico español.

Folklore es, francamente, incluso sin ponerla la correcta V, una palabrota bastante más rara que metacarpiano o indigencia. Pero, si usted amenaza a alguien con aplicarle violentamente los metacarpianos o si dice que la terraza de tal bar está llena de indigentes, la gente pensará que es usted un pedante; en cambio, si pide usted folklore todas las noches, quienes le oigan se limitarán a sonreír, convencidos de que es usted un borrachín simpático, todo naturalidad y campechanería. Pues bien, simbólicamente -sólo simbólicamente- la suerte de la palabra “folklore” encierra la historia, reciente del sentimiento patriótico español. Es muy desagradable dogmatizar en exabrupto. Pero como no es posible transformar una crónica en un ensayo, ni lícito dejar sin comentario esos festivales, necesario será escribir la siguiente tesis: “El mapa sociológico del sentimiento patriótico español se ha invertido hoy con respecto al siglo pasado.” EI pueblo vivía en el siglo XIX sobre claras bases patrióticas que, por el contrario, faltaban a las clases cultas. El pueblo no tuvo dificultad moral alguna para decidir su conducta ante !a invasión napoleónica, por ejemplo, mientras que los hombres “educados” sufrieron lo indecible, sometidos a desgarradoras antinomias. Pero pasan los años y los hombres cultos descubren una nueva fuente para sentir sentimientos semejantes al que en ellos había hecho crisis. La cosa se llamaba “sentimiento nacional” -no ya de Patria- y fue servido en grandes dosis por todo el país y principalmente, como era lógico, en la periferia. El pueblo tardó en hacer acopio del nuevo producto, pese a la eficacísima propaganda. Sí, al pueblo siempre le había gustado bailar. Pero ¿qué quería decir Volklore? Porque antes, bailaba uno una jota y se quedaba tan tranquilo. Pero ahora, según enseñaban los pequeños mancinis peninsulares, bailaba usted una sardana y se llenaba de Volkgeist que daba gusto, hasta rebosar el corazón, las entrañas y la vesícula biliar, que es lo que más se llena de Volkgeist  cuando se sufre ominosamente bajo brutal opresión.

Se llena uno tanto de eso que, al final y si se tiene un paladar discreto, se sienten náuseas y se vomita.  Hoy, lo más limpio de las clases cultivadas españolas empieza a vomitar Volkgeist.  Y el pueblo -tengo conciencia de que la imagen no es muy bella- se lo está tragando.

He aquí pues, que la vanguardia culta española ha descubierto los límites de la cosa y puede volver a entenderse. Pero ahora, hijos de los pequeños mancinis, hay que pagar por los padres: ahora que vosotros sois capaces de elaborar un nuevo y  depurado sentido de lo español, el pueblo -que, abandonado a sí mismo, ha cambiado el Volklore metafísico en el molesto y sucio “folore” sentimental- no entiende una palabra que no sea “folórica”. De un pueblo que hace cien años era patriota -con un patriotismo de mayor o menor calidad, eso no vamos a discutirlo- habéis hecho un pueblo nacionalista. Ahora que, salvo los fanáticos y paranoicos, os aburrís del nacionalismo, ¿qué vais a hacer con el pueblo español?  Mucho me temo que haya que preguntarlo al revés: ¿qué va a hacer de vosotros el pueblo? ¿Qué va a hacer de España? Porque hay que tener en cuenta que sólo he hablado aquí del pueblo que, en líneas generales, sigue siendo nacionalista, del pueblo que está más o menos “vertebrado”. Pero ¿y el  contingente que, más inteligente, se burló pronto de las ñoñeces nacionalistas? El sector totalmente desvertebrado -claro: el enorme sector marxista- ¿cómo va a poder ser alcanzado por un nuevo sentimiento español?

O estamos ante el nacimiento del más depurado patriotismo hispánico que haya existido nunca o ante la definitiva muerte del sentimiento español.

(Valga en descargo del cronista el que no dicte “anathema” contra ninguna refutación posible de sus desnudas tesis. Y válgales a éstas su forzada desnudez cierta consideración.)

1. A. “Confucio” (1954). En: Esteban Pinillas de las Heras, En menos de la libertad. Dimensones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España. Anthropos, Barcelona 1989, p. 207.  1. B. Manuel Sacristán, Papeles de filosofía. Icaria, Barcelona, 1984, pp. 483 y 486. 1. C. “Las vacaciones de Barcelona”, Laye núm. 15, p. 50.  1. D. ”Entre sol y sol, I”, Intervenciones políticas, Icaria, Barcelona, 1985,  pp. 19-20.  1. E  Nota  de Laye nº 17, 1952, p. 70 (firmada como ‘L’).  1.F. ”Las vacaciones de Barcelona”, Laye  núm 15, pp. 47-48.

D. En una carta, de 9 de setiembre de 1978, dirigida a Rafael García, director de la editorial Villalar de Madrid, Sacristán admitía:

Apreciado amigo:

le agradezco (avergonzado) las expresiones de aprecio con que me honra, pero no tengo más remedio que renunciar a la posibilidad que usted me ofrece de prologar el libro sobre la autogestión en Yugoslavia. Yo no tengo suficiente conocimiento de la realidad yugoslava. Lo que sí seré es atento lector del libro, y desde ahora me propongo publicar una reseña del mismo en Materiales.

Me Interesa mucho su programa de publicaciones, y hasta el nombre de su editorial (en esta época de nacionalismo frenético los castellanos de la diáspora estamos un poco incómodos). Le ruego que, si tiene tiempo para ello, me mande información de lo que editan.             Cordialmente, Manuel Sacristán Luzón

2. A.   “Otra página del diario filosófico de Filóghelo”, mientras tanto, nº 18, 1984, pp. 151-152 . 2. B. “Manuel Sacristán o el potencial revolucionario de la ecología”, Tele/Expres, 2-6-1979 (ahora en: De la primera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2004, pp 115-125; ed. de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal). 2. C. ‘ ‘Una conversación con Manuel  Sacristán’, por J. Guiu y A. Munné’ (1979), Ibidem, pp. 102-103. 2.D. Reserva Universidad de Barcelona, fondo Sacristán (Carp. correspondencia).

B.  Lamentable historia (1962)

No te hará falta declaración explícita mía para creer que si, a pesar de lo agotado de estos últimos meses, hoy supero mi crónica pereza epistolar, es porque tengo que comunicar contigo algo que me parece importante.

Ese algo es esa lamentable historia Castro-Albornoz, y su importancia es naturalmente moral y personal, de unas cuantas personas: de Castro, Albornoz, tú y yo y algún otro amigo tuyo que, aunque perezoso en escribir, sea amigo desde antiguo  con razones. Repito que la relevancia que doy al asunto es moral. Crítica, histórica y filosóficamente creo evidente que llevas toda la razón y que los dos viejos se han hartado de chochear como les corresponde. Pero la vertiente moral del asunto es más complicada. A uno -y ese uno puede ser tú- se le ocurre acaso que hay que respetar al desterrado por su condición de tal y por reconocer así la injusticia del destierro. También yo soy contrario a toda precipitada condena del emigrado político por su supuesto `desconocimiento del país real´. Pero me parece que en este caso hay tal desconocimiento, envenenado aun por el resentimiento, y no por sanos sentimientos de odio a tal o cual cosa odiada. Eso es en sustancia lo que quería decirte. Cuando me he dado cuenta de que para mí el asunto había tenido esa cara moral, he pensado que podía tenerla también para ti y he vencido la pereza. Una cosa más, no esencial, quiero añadir: me parece mal que hayas tenido tanta consideración con el Castro en tu último artículo. Las cosas estaban así: [él] (…) no había leído tú Séneca y los estoicos. Pues basta. Hasta la deshonestidad no. Por desterrado, etcétera, le podemos perdonar los demás vicios intelectuales de su vocación tardía. Pero lo otro, creo que no.

C. Anotaciones sobre: Manuel Diez Alegría, Ejército y sociedad, Madrid, Alianza editorial 1972 (sin fecha)

“1. Defensa y sociedad (5.III.1968). Un enfoque actual del problema externo de los ejércitos. “(…) un profundo antimilitarismo que contrapone las sociedades industrial y militar como dos distintos tipos“ (p. 9).

No ha oído hablar del “complejo militar industrial”, a pesar de que a lo mejor conoció a Eisenhower en USA.

2. “Distinción con la policía, porque el fin potencial y propio del ejército es emplear las armas contra fuerzas comparables y de origen perceptiblemente exógeno (pp. 14-15).

El armamento de la policía puede ser mucho más débil que el del ejército, porque el adversario es normal y sensiblemente inerme. Ello coloca a la policía más en la marco de la Administración (p. 15).

3. Explica el fracaso del desarme general controlado por la falta de “desarme moral” de los grandes potencias, que ambicionan la hegemonía y por los poderosos intereses vinculados a la industria del armamento, que se oponen a la distensión y a una paz con garantías (p. 36).

4. “El ejército debe mantener el orden en países en que los provincialismos y la oposición pueden adquirir carácter agudo que arrastre a las fuerzas de la policía (p. 47).

Aunque incoherente con otras tendencias del texto, esto es inequívoco y concluyente.

5. “Pero sin descuidar esta misión primordial, y en muchos casos como continuación de la misma, le corresponderá también un deber histórico de guardián de las tradiciones, y valores nacionales, que deben permanecer en el momento de crisis que nos es dado vivir” (p. 49).

O sea, tras la intervención en la lucha de clases, determinación del contenido de clase (valores) del poder triunfante.

6. “Pero esta apoliticidad del elemento armado, dogma indiscutible para la ideología militar, no puede considerarse como absoluta en todas las circunstancias. Precisamente en nuestros tiempos y como consecuencia de los procesos de Nuremberg, ese principio, aunque farisaicamente se pretenda ignorarlo, ha entrado en cierto modo en revisión” (p. 52).

Así que en la guerra civil española, en la revolución francesa, o en la revolución rusa, el ejército fue apolítico…

7. pp.52-53 [Desde “Es decir, y ello no es nuevo, que pueden existir casos, enormemente restringidos…” hasta “(…) pueden venir a ejercer en la gobernación del Estado”]. El “por una parte/por otra” de la filosofía militar. Pero uno de los tipos de intervencionismo, subespecie del tipo que compara con los grupos de presión, es sumamente ambiguo para el régimen: “Se fijarían implícitamente una serie de principios que se consideran intangibles y las fuerzas armadas intervendrían, en forma más o menos discreta, cuando creyeran que la acción del gobierno alcanzara a alguno de ellos” (p. 54). Pero no habla del pueblo. Este es subversivo. Si es él el que lesiona los principios -las esencias, ¿qué otra cosa son?-  garantazo “singularísimo”, ¿no?.

8. Apoyándose en el sentir general, cabe que el Ejército derribe violentamente a un régimen que estime indigno (p. 54) hipótesis que no es lamentable (p. 55).

9. “El ejército se verá llamado a colaborar con ellas en los casos de graves perturbaciones de orden público que caben dentro de la denominación general de lucha subversiva” (p. 65).

Ellas son las fuerzas armadas de la policía.

10. “El problema de la seguridad europea a los 25 años de la II Guerra Mundial” (22. VI.1971). Es de política internacional, y se le ve ideológica y políticamente muy distinto que cuando habla de España (Ésta es una conferencia en Wilton Park). Cinismo más… progresista.

11. “Introducción para un estudio de la guerra de guerrillas” (Escuela Superior del Ejército, 9.I.1966). La guerrilla son los comunistas (105, passim).

A muchos las banderas no nos habían dicho gran cosa hasta ahora. Lo que menos podíamos suponer era que eso de las banderas fuera un asunto estimulador de la imaginación. Hoy se tiene que reconocer que lo es. En materia de banderas están pasando cosas muy originales. Eso anima la productividad de todo el mundo, y así nosotros mismos, que hasta hace poco nos contábamos entre los insensibles, hemos dibujado el siguiente modelo que proponemos como modesta contribución al certamen:

[SLA: La propuesta era una bandera republicana con una franja roja ampliamente destacada].

3. A.  “Observaciones para un posible reedición del folleto: ‘Por una Universidad democrática” (1975), Homenaje a Manuel Sacristán. Escritos sindicales y de política educativa, EUB., Barcelona, 1997, p. 172. 3. B. Carta (8/IV/1962) de Sacristán a Juan-Carlos García Borrón. mientras tanto 30-31, 1987, pp. 52-53.  3. C. Reserva UB, fondo Sacristán.  3. D. Materiales nº 3, 1977 (contraportada).

En agosto de 1973, Sacristán escribió para la editorial Grijalbo un informe sobre Give me battle, de Julio Álvarez del Vayo (1891-1975), uno de los legendarios líderes republicanos con activísimo papel en la lucha antifranquista. Acaso fuera este comentario uno de los motivos de la publicación del libro de Álvarez del Vayo en 1975, al poco de la muerte del dictador, con el título En la lucha. Memorias

*

Álvarez del Vayo, Julio.  Give me battle,  texto mecanografiado y manuscrito.

Estas fragmentarias memorias de Álvarez del Vayo son, como podía suponerse ya antes de la lectura, un texto del mayor interés. Como podía suponerse ya antes de la lectura y, sin embargo, con sorpresa el leer. Pues podía adelantarse el interés de la experiencia vivida desde observatorios históricos tan panorámicos como los ocupados por el autor en épocas decisivas; pero no la espléndida y simpática vitalidad con que Álvarez del Vayo reproduce el sentido aún duradero de lo que vivió e introduce en la narración histórica una constante remisión al presente. Es inútil -me parece- detallar cualidades de un texto que habría que editar lo antes posible. Por eso paso a exponer el problema principal que plantea su edición (el otro, el de censura, no me parece resoluble, de modo que no aludiré a él).

Julio Álvarez del Vayo ha perdido el uso del castellano escrito. Es ese un efecto natural -en un hombre que no es fundamentalmente escritor- del uso cotidiano del inglés en su vida pública y en su vida privada (Álvarez del Vayo está o estaba casado con una suiza, y hablaba con ella inglés y alemán). Su texto es, lingüísticamente, una extraña jerga inglesa con palabras -no siempre- castellanas. Hay que realizar un trabajo de redacción integral, frase por frase. El trabajo es, además de pesado, un poco -no mucho- delicado: por ejemplo, hay que estar sobreaviso respecto de los siglas y los nombres de instituciones internacionales, que el autor menciona en su tenor inglés; lo mismo ocurre -con más gravedad- a propósito de instituciones españolas, ya de antes del actual régimen, ya de éste. El trabajo de redacción ha de ser, en suma, cuidadoso. El texto no se puede publicar tal como está

Por otra parte, el redactor deberá introducir -en la medido de lo posible- en el texto principal las aclaraciones del autor a un editor probablemente inglés; son textos manuscritos que tienen en varios casos muchísimo interés y amplían el texto principal.

En cuanto a la noción de cultura, Sacristán señalaba en un breve artículo “La cultura popular”- publicado en Jove Guàrdia, año V, núm3,  mayo 1975, p. 8:

“Una cultura es el conjunto de normas y valores de una manera de vivir, o sea, un conjunto de reglas de la conducta económica (de los modos de trabajar, consumir y poseer), social (comportamiento familiar, de grupo, estatal, cuando hay estado), en las ideas, en el conocimiento, en el arte, en el tiempo ocioso, etc., y un conjunto de valores correspondiente. Así que una tribu de cazadores del Amazonas, por ejemplo, sin lengua escrita, sin objetos de metal, etc., pero con sus costumbres observadas por todos los miembros, no sólo no es un grupo de incultos, sino que es un grupo de seres humanos con una cultura probablemente mucho más sólida, más organizada e integrada que la nuestra en una gran ciudad industrial capitalista.

Cuando a la palabra “cultura”, en vez de usarla en ese sentido básico y principal (que es el sentido que le dan los científicos que estudian el tema, los antropólogos y los etnólogos), se le tienen que añadir adjetivos y hay que hablar de “cultura popular” y “cultura superior”, por ejemplo, entonces es que la sociedad de que se trate está dividida en clases sociales. Por eso está justificado y no es ningún vicio de sectarismo afirmar que hoy, en nuestra sociedad, existe una cultura burguesa, la del bloque de clases dominantes, con matices varios que son lo que se llaman subculturas, culturas parciales: por ejemplo, la subcultura de la pequeña burguesía comercial…  Entonces, ¿qué es cultura popular? Probablemente no es nada, del mismo modo que nunca se sabe muy bien qué quiere decir “el pueblo”, aparte de ser una palabra muy cómoda para los reformistas y los nacionalistas. A lo sumo, “cultura popular” puede querer decir una combinación de elementos de subculturas proletarias, campesinas, pequeño-burguesas urbanas y marginales (o sea, minoritarias) de la ciudad y del campo.”

Desconozco por lo demás si alguna vez Sacristán se consideró “un catalán de adopción”, pero de lo que no parece que puedan existir dudas razonables es que fue un ciudadano “muy barcelonés”, aunque no sólo, o, si se prefiere, un ciudadano ampliamente informado sobre Barcelona y su entorno. En un carta enviada a su hija Vera desde México, fechada el 14 de julio de 1983 (“194 aniversario de la toma de la Bastilla, que total, ¿para qué?”), comentaba con detallismo costumbrista y sociológico la estructura de un microbarrio del Eixample barcelonés en los siguientes términos:

“Me parece muy bien que hayáis encontrado piso, y que lo pintéis, y que esté en un sitio tan agradablemente barcelonés como esa manzana, en la que estuvo la escuela de Comercio, y en la que una vez estuve a punto de matar a un señor (a un cerdo, para ser más exacto) o de que me matara él a mí, y que es la manzana de al lado de la de la Pensión Cisneros, donde yo he vivido dos veces cuando, antes de llegar a no tener nada, me encontraba en la más absoluta miseria. Muy divertido todo.

Por lo que dices, las aberturas están orientadas a Poniente, es decir, a Enrique Granados, o hacia la Plaza Letamendi. En la Plaza Letamendi hay un estanquito donde una vez me metí para despistar a gentuza y, para no despertar sospechas del estanquero, salí, casi media hora después sin una peseta, pero con mucho tabaco y con una pitillera de piel de testículo de toro que le regalé a Anna, la cual quizá se acuerde todavía. Pero la plaza, que era muy agradable en los años 40, quedó hecha una birria al cubrirse la zanja del tren de la calle Aragón y al instalarse un garaje monstruoso de SEAT en el chaflán NO. En el chaflán SE hay, o había, una ferretería, de la que proceden nuestros cubiertos de acero inoxidable. Giulia, que era tan europea, sólo quería acero inoxidable cuando en España no se fabricaba apenas. Y una tarde, esperando por allí una rebuznión, ví descargar una caja que llevaba una gran etiqueta: ”Cubertería de acero inoxidable”. De modo que al día siguiente fuimos a comprar los cubiertos. Item más: en la acera de Enrique Granados entre Cjo. de Ciento y Aragón hay o había una parroquia en una especie de garaje, regentada durante años por uno de los curas más fascistas de Barcelona. En el chaflán SO de Balmes y Aragón hay una pastelera, más patriota catalanista que buena. Y un poquito más lejos, en el tramo de Consejo de Ciento, entre Enrique Granados y Aribau, hay tiendas y talleres muy atractivos: carpinterías, papelerías, una granja a la antigua con cosas muy buenas. Un poco más lejos, en el tramo de Aribau, acera de los pares, entre Consejo de Ciento y Aragón, hay un restaurante muy camp que, salvo que esté en temporada de moscas, resulta muy agradable. Además, en el cine que está en Aragón, acera montaña, entre Aribau y Muntaner, se consumen tantas pipas como el La Bordeta o en el Besós. En suma, es un microbarrio muy divertido”.

7. Joan Brossa (1919-1998)

 

I. Hermetismo.

El hermetismo de Brossa no se debe nunca a metáforas raras ni a violencias verbales. La dificultad de lectura, cuando se llega del buen sentido coloquial-funcional, dificultad que es seguramente lo exorcizado como hermetismo, se debe más bien a la imposibilidad de urdir una coherencia confortadora entre lo muy común que muy naturalmente dicen unas palabras del poeta y lo muy común, que muy naturalmente dicen otras luego de punto, punto y coma, coma o conjunción. Pero la evocación de un surrealismo, a lo Dalí, hecho de fragmentos naturalistas, que esa estructura puede sugerir es engañosa: si se hiciera una transposición al campo visual, la imagen del poema de Brossa sería cotidiana, común.

II. Perfección formal

 

A. El llanto de Chaplin (1969)

La imperiosidad de la palabra explica la paradoja de la perfección formal de la poesía de Brossa, milagrosa y casi gratuita algunas veces, sobre todo en la inverosímil perfección de tantos sonetos suyos. Ya el mero ejercicio de metro, ritmo y acento de algunos de esos sonetos pueden poner en vilo, y uno se siente a veces ante ellos como Chaplin, según él cuenta, ante la Pavlova: con ganas de llorar por la impresión que produce “la tragedia de la perfección”.

Pero desde muy pronto es también la perfección en la poesía de Brossa un cauce terrible del sarcasmo y de la sardónica destrucción de “valores”, poéticos o no. Bastantes Sonets de Caruixa (1949) [Sonetos de Caruixa] eran ya espeluznantes como perfectos. Tampoco este elemento se ha perdido en el crecer del poeta.

B.  La miseria alemana (1970)

Yo relacionaría la perfección formal de la poesía de Brossa con este segundo talante, sin olvidar que Brossa utiliza en ocasiones la perfección formal de manera sarcástica. Ahora bien: si se prescinde de este último uso, la perfección de la poesía de Brossa, si entiendo bien su función, es uno de esos fenómenos culturales cuyo prototipo analizó Marx bajo el rótulo de “la miseria alemana” (no ignoro que al análisis de Marx pueden añadirse otros de orden psicológico): fenómenos en los cuales una excelencia cultural -la filosofía clásica alemana, los sonetos de Brossa- se explica por una deficiencia básica -el atraso alemán, la postguerra española. Ante fenómenos así son frecuentes dos reacciones que hay que evitar: la que podríamos llamar esclavista -que haya arte y sufra el pueblo-, y la que podríamos llamar populista: que el pueblo no sufra y no haya arte (…). Pero si se busca la abolición de tal o cual objetivación sin conseguir a la vez (en sentido físico de “tiempo”) y previamente (en sentido lógico) la abolición y superación de sus fundamentos básicos no se logra sino retrasar esta última, al replantear tareas culturales o, en general, sobreestructurales claramente irresolubles por la misma base inalterada. Por ello la reacción populista es también reaccionaria, como todo lo que consiste en “abolir por arriba”, que, en el fondo, comparte con la actitud francamente reaccionaria, o “esclavista”, aunque inconscientemente, la convicción de que no se puede abolir/superar la contradicción en un estadio social distinto. Por eso lo revolucionario es siempre el todo a la vez, no, por supuesto, tácticamente, pero sí en la fijación de los objetivos.

III. Esencialidad (1969)

También desde muy pronto se suman en la poesía de Brossa esos dos vetas de esencialidad: la conmovida (pero también alegre) poesía sobre la poesía (o sobre el poetizar ) y la sencillez. Documento típico de esta buenísima combinación podrían ser los Romancets del Dragolí (1948) [Romancillos del dragoncito]; la graciosa exacerbación del verso duro del auca y una como petrificación del léxico por la distanciación que implica el juego con él permiten una visión de la realidad terrible que el poeta barrunta en el romance popular. Simplicidad y poesía sobre el poetizar se vehiculan aquí recíprocamente. La cosa no es nada común, y se puede registrar como una característica bastante peculiar de la poesía de Brossa.

De todos modos, la esencialidad de ese discurso no es siempre de complejidad visible y analizable tan a primera vista. Aquí habrá que hacer una concesión al reproche de hermetismo. Porque la mayoría de los lectores tienen derecho a no aceptar la afirmación de El cigne i l´oca (1964) [El cisne y la oca]

EM RENTO LA CARA I EM QUEDA REPRESENTADA A LA TOVALLOLA

[Me lavo la cara y me queda representada en la toalla].

pero los lectores que conocieran a cierto armero paranoico que a finales de los años 40 contaba en Sant Boi cómo determinaron su destino las formas humanas que él vio impresas en su toalla, esos lectores querrán enhebrar aquí de nuevo un discurso que ya les pareció de interés cuando lo inició aquel viejo maestro armero en el Auschwitz samboyano.

IV. El peso de la catástrofe (1969)

Brossa ha sido uno de tantos jovencísimos soldados del Ejército Popular cuyo servicio militar de vencidos se prolongó en el tedio de los años más negros. El peso de la catástrofe gravita también culturalmente y arranca al poeta las pocas intemperancias contra las concepciones y las expectativas de la generación anterior:

El pas del mar rebat aquest farcell

            De peix podrit. Tens cara d´ou, herència!  (1)

Pero no ahoga el pensamiento ni aplasta la voluntad. En la reiteración de la derrota se va incluso aclarando para el poeta la sustancia de lo enemigo:

No resta en peu sinó amistat deserta;

            fent versos em revenjo del meu fat,

            i al fort de la demanda i de l´oferta

            paro tenda, llibert, fora poblat  (2)

El pensamiento en derrotada libertad cuaja bien cuando la voluntad se siente feliz en la utopía, en Jauja:

 Escopir a les monedes,

            Aquesta sola llei hi ha  (3)

(1) “El paso del mar devuelve este fardel / De pescado podrido. ¡Tienes cara de huevo, herencia!”.  (2)  “No queda en pie sino amistad desierta; / haciendo versos me vengo de mi hado, / y en lo más fuerte de la demanda y de la oferta / levanto tienda, liberto, fuera de poblado.”  (3)  “Escupir a las monedas  / Esta sola ley hay”

 

V. Dos breves notas (1970)

 

A. Brossa y  Foix

Soy demasiado poco competente para atreverme a situar la poesía de Brossa en el marco de la poesía catalana. Sé, como todo el mundo, que para la lengua poética de Brossa han tenido importancia la lectura de ciertos poetas y el trato inicial con Foix…

B. Incorruptibilidad

Yo diría que la constante principal del trabajo de Brossa es la incorruptibilidad. Una incorruptibilidad popular, sin gestos grandilocuentes. La constante principal de la poesía de Brossa es la destrucción de falsedades. Pero es también característico de su poesía que la destrucción permita brotes de utopía, de felicidad.

7. I. “La práctica de poesía”, Lecturas, Icaria, Barcelona, 1985, pp. 222-223.  7. II. A. Ibidem,  p. 225.  7.II.B. “Entrevista sobre el poeta Joan Brossa”, Ibidem, pp. 249-250. 7.III “La práctica de la poesía”, Ibid., pp. 227-228.  7. IV. Ibidem,  pp. 238-239.   7.V. A.“Entrevista sobre el poeta Joan Brossa”, Ibidem,  p. 243.  7.V. B. Ibidem, p. 244.

Nota SLA:

Esta breve observación de Sacristán, de uno de los cuadernos de resúmenes depositados en Reserva de la UB, sobre los Cuadernos de la cárcel de Gramsci:

“Para Brossa, LUN, Q II, p.79 [Desde “Porque ninguna obra de arte…” hasta “(…) de una vieja o diversa cultura”].

¿ Y cuándo no hay mundo poético? La obra se liga a la vertiente cultural (lenguaje) de un mundo sin poesía.

Por otra parte, contenido no es el “tema”

Igualmente, de Reserva de la UB, estas anotaciones no fechadas sobre el teatro de Brossa probablemente escritas durante la elaboración de su prólogo para Poesia rasa:

A. El comte Arnau [Fecha final, 11.XI.1955]

1. Una especie de auto sacramental social y clasista, en el cual (acto II) se desarrolla bastante el tema de al alienación del intelectual.

2. Pero los actos siguientes, sobre todo el 3º, no son nada auto sacramental, y tienen como tema real la mujer.

B. El cavall blanc (6-VI-1957)

1. Difícil el tercer cuadro. El segundo es el prestidigitador. El tercero, los aristócratas. Puede ser una especie de cosmología social de Brossa (Prestidigitador = artista, intelectual).

C. Tríptic. Agosto 1957.

1. La acción, el 1957.

2. La técnica general es realmente el habla estereotipada, ya por lugares comunes, ya por refranes.

3. Los personajes no son coherentes siempre.

4. “L´ovella d´or [La oveja de oro]”: un acto de denuncia político-social que enlaza con el anterior  (la muerte del campesino novio) por una noticia del periódico.

5. “A ca l´antiquari [En el anticuario]”: verosímilmente, el primer acto es anterior a la guerra civil, un idilio que acaba en muerte. El segundo es la victoria, el 3º la explotación de la victoria.

Pero entonces los personajes que hablan con frases hechas no están en modo alguno condenados -aunque tampoco salvados: no son el bien populista.

D. També. III-1959.

1. Un primer acto de guerreros arcaicos. Por dos seres del último cuadro, se entiende que es un museo.

2. Un segundo acto de modernidad y lugares comunes. Evidente reducción de lo primero (pesadísimo) a lo segundo.

E. La llenya viva [La leña viva]. IX-1962.

1. Es completamente realista de cuestiones, con graciosas frases académico-irónicas, etc.

2. Se le mezcla aquí el dato a la Brecht.

3. Pese a las ingenuidades propiamente políticas, el realismo es profundísimo. El paso social es impresionante, y en el acto 2º se (?) la burguesía catalana de estos años.

F. El saltamartí [El tentetieso], XII-1962.

1. Lo crudo que le sale, hasta ingenuo, lo político directo es prueba de que lo “enigmático” no es disfraz. Las normas cuestionan y juzgan literalmente la guerra civil española.

2. El teatro de Brossa, que, por lo demás, no pretende ser espectacular ni romper ninguna unidad, no tiene más que una unidad: la de problema, no la de acción, ni tiempo ni espacio. Lo mismo su poesía no tiene acción de discurso, sino sólo de asunto.

3. Esta reveladora pieza revela también ingenuidad de sensibilidad político-moral.

4. Esta es completamente realista. La unidad de problema o de situación o de problemática incluso se realiza plenamente: cuadros de conversación de burgueses, de las normas, de curas, de gente pobre…

G. El temps escénic [El tiempo escénico], mayo 1963.

1. Un ejemplo muy bonito y gracioso de su técnica de frases hechas y refranes.

H. Or i sal [Oro y sal]. 1963. Pròleg d´Arnau Puig.

1. El prólogo de Puig, tontamente condescendiente, tiene algunas informaciones de interés y una tesis que vale la pena tomar como error básico.

(pp. 8-9) Esto es una tontería si se refiere -como pretende- al estilo. La cosa sólo es verdadera de triquiñuelas. Sí es posible, en cambio, que Brossa haya ido perdiendo la fe liberadora que alimentó el surrealismo. Pero eso no implica necesidad de cambiar estilo.

2. Los tres actos no tienen ningún personaje común. En el primero, tres hombres (primero sólo dos) desarrollan una conversación hecha (sobre todo al principio) de lugares comunes fingidos o reales, incoherentes, que “conduce” a una ”disputa “ religiosa en la que el hombre 1 resulta agnóstico y curioso de otras religiones (es el que separa las manzanas buenas de las malas), mientras que el 2, negociante, quiere creer en su dios. De ahí se pasa a conversación de negocios. H2 engaña a H1. Llega H3, el político, y deshace el engaño y anuncia el aumento del “Casal”. Nada.

En el segundo acto, un primer acto de juego de niños. Luego el monólogo de la novia ante el espejo, luego el cuadro del prestidigitador procesado por el Santo Oficio.

El tercer acto, el de la mujer graciosa y el marido cazador de dragones.

I. Diumenge [Domingo], 1964.

1. Teatro en el teatro.

2. Integralmente realista, salvo prólogo y epílogo, a base de tramoyistas.

3. Es un relato de la sirvienta burguesa, burguesía culta.

J. El dia del profeta.

1. El friso hace que muchas cosas estén sólo por la totalización no aristotélica, no intrínseca.

2. Graciosísima transposición política de Wittgenstein, frase final del acto 1º (Del que no podem parlar, hem de callar [De lo que no podemos hablar, hemos de callar]). El acto I es patente lucha de clases con presentación de las conquistas como vencedores futuros.

3. La lucha de clases se suma a la lucha contra la Iglesia (que es la base: J. B. es un ilustrado al que han hablado de las clases).

K. Concert irregular, verano 67.

1. En la casi liquidación de la palabra hay: fregolismo, pesimismo artístico-cultural, valoración de la palabra final.

2. Impresión (interpretación) primaria, al hilo, de los elementos: alegría fregoliana. Insubstancia de la realidad. Imposibilidad de las formas artísticas. Falta de respeto a formas culturales típicas (concierto).

L. Joan Brossa, Teatro. Versión castellana de Pere Gimferrer, 1968.

1. El Gancho: Experimento -así se presenta- que es acaso reducción a nada del teatro.

B. Presentación: Poemas y canciones

1. Poco más que las palabras de la presente traducción de las “letras” de Raimon son de exclusiva responsabilidad mía. Los detalles de la edición reflejan el compromiso al que hemos llegado cuatro personas: Raimon, Xavier Folch (director literario de Ariel), Alfred Picó (director de talleres de Ariel) y yo. Criterio común de los cuatro, ya antes de empezar la discusión, era que no se debía dar una versión cantable de los poemas, sino una traducción literal que permitiera a la persona de lengua castellana cantar el texto catalán entendiéndolo en todos sus detalles, o que le sirviera de cañamazo o material para hacerse su propia versión poética y cantable en castellano, al modo como el mismo Raimon se ha hecho la suya catalana de una canción de Víctor Jara, por ejemplo.

En cambio, discrepábamos en cuanto a la manera de poner en práctica ese criterio. Yo quería suministrar una versión literal, palabra por palabra e interlineada. Ésa me sigue pareciendo la forma radical de aplicar el criterio común dicho. Pero mis tres compañeros coincidieron en rechazar la presentación interlineada.

El compromiso al que llegué desde mi minoría de uno consiste en presentar traducciones literales, pero no interlineadas, sino enfrentadas. Se trata de traducciones palabra por palabra, salvo en los poquísimos casos de frases hechas, como, por ejemplo, deixar ploure (literalmente ‘dejar llover’, traducida por “oír llover”) o, en otro plano, hora foscant  (literalmente ‘hora oscureciente’, traducida por “entre dos luces”).

Doy brevemente cuenta de una pequeña peculiaridad de la traducción: traduzco algunos valencianismos -los que más se prestan a ello- por andalucismos.  Por ejemplo: traduzco poc por “poco” y miqueta  por “poquito”, porque son términos corrientes en Cataluña; pero traduzco poquet, que es catalán del País Valenciano, por “poquiyo”, no por “poquito”, ni por “poquillo”. Quiero así incitar a mis paisanos a ver de qué modo el valenciano es, sencillamente, un catalán, igual que el andaluz es un castellano. Y quizá por causas parecidas a las que hacen que para mi oído el castellano más hermoso sea el sevillano, creo que el valenciano de Raimon es un catalán particularmente agraciado.

2. Me siento algo incómodo al ver reproducida en esta edición para lectores de lengua castellana la nota que escribí en 1973 por cordial encargo de Raimon. Alguna gente de izquierda en sentido amplio (yo diría que en sentido amplísimo), creyéndose inminentemente ministrable o alcaldable, considera hoy oportuno abjurar sonoramente de Lenin. No pretendo ignorar los puntos del leninismo necesitados de (auto-)crítica. Pero por lo que hace a la cuestión de las nacionalidades, la verdad es que la actitud de Lenin me parece no ya la mejor, sino, lisamente, la buena. Ahora bien: una regla práctica importante de la actitud leninista respecto del problema de las nacionalidades aconseja subrayar unas cosas cuando se habla a las nacionalidades minoritarias en un estado y las cosas complementarias cuando se habla a la nacionalidad más titular del estado. A tenor de esa regla de conducta, tal vez sea un error la publicación en castellano de mi nota de 1973, dirigida primordialmente a catalanes.

Espero que no sea un error importante. Y me anima a esperarlo así la acogida de mis paisanos madrileños a Raimon en este suave y confuso invierno de 1976.

E. Pequeño fragmento de una intervención de Sacristán en una reunión de suscriptores de la revista mientras tanto celebrada en 1985 en el CTD de Major de Gràcia. Sacristán se “defendía” de ciertas críticas a la falta de sensibilidad “nacionalitaria” del colectivo editor de la revista.

La otra cuestión que quería puntualizar es la cuestión del nacionalismo. Es muy curioso que año tras año se diga que no tenemos posición cuando es de las pocas cuestiones que, desde hace años, se repite en estas reuniones y en otros lugares y que permanece bastante clara y en pie. Es una viejísima tradición de nuestro movimiento que el problema nacional se resuelve con el ejercicio del derecho de autodeterminación, incluida la separación. Punto y basta. Es una de las pocas cosas que hay claras. ¿Dónde esta la falta de sensibilidad para el problema y decidme si hay alguna otra manera de tratarlo que no sea la represión de los movimientos nacionales?

Nota SLA:

Sobre la cuestión nacional, y más concretamente, sobre la política del PSUC-PCE en referencia a las nacionalidades ibéricas, Sacristán se manifestó breve pero contundentemente en su intervención ante el pleno del comité central del PCE en el verano de 1970 (La trascripción de su intervención figura como anexo de la tesis doctoral de Miguel Manzanera sobre Sacristán).

Señaló inicialmente Sacristán que la doctrina del PSUC-PCE en lo que respectaba a este tema le parecía clara y sin problemas de conceptos. “Ser radical, decía Marx, es coger las cosas por la raíz, y la raíz de las cosas es el hombre. La raíz de nuestra concepción del problema de las nacionalidades no son conceptos más o menos mitológicos, de patriotismo antiguo, de fidelidades feudales, ni de mitos burgueses, sino la presencia real de los individuos con sus características nacionales en las diversas localizaciones geográficas”.

Después de argumentar contra el lysenkismo cultural y político que descalificaba una cuestión o problema simplemente por su posible origen social (en este caso, por el origen burgués de la cuestión tratada), Sacristán matizó que sin negar, desde un punto de vista histórico, la fecundidad de la burguesía, ya reconocida en el propio Manifiesto, “lo que no es ni mucho menos verdad, es que el fenómeno de la constitución de las nacionalidades haya sido un fruto tan recto de la evolución burguesa como parece en las historias. Por ejemplo, no se ve por qué, no hay ninguna ley interna a los rasgos nacionales, para que lo que se llama la nación francesa tuviera que ser más nación que lo que habría podido ser una nación occitana con trozos de lo que hoy es Francia y trozos de lo que hoy es España. O en el caso de Euzkadi exactamente igual”.

Lo que es fruto de la burguesía, proseguía Sacristán, es, en cambio, el Estado nacional. “Un Estado que no coincide necesariamente -como manifiestamente lo prueba el caso español, pero también cualquier otro como el francés- con una nacionalidad. Es nacional en el sentido que representa el dominio y también la hegemonía de la función dirigente de una determinada burguesía nacional. En el caso de Francia la del centro, la del núcleo parisiense, y en el caso español no me atrevo a decirlo porque es demasiado complicado históricamente; en el caso italiano, la Toscana, etc.”

La predominancia del aspecto cultural en algunos acontecimientos nacionalitarios era explicada por él en los siguientes términos. “Precisamente esto, la no coincidencia estricta entre cosas a las que se pueden llamar nación, por ejemplo Euzkadi, por ejemplo Occitania y aquello a lo que se llama “nación” en las historias burguesas y que es el Estado nacional, a saber, que en el fenómeno nacional tal como lo conocemos ahora, sin resolver por la burguesía, hay un visible predominio del elemento sobreestructural. ¿Por qué? Porque los elementos básicos, es decir, los económicos, fueron más o menos cristalizados con la constitución del mercado que en cada caso dio pie al Estado nacional. Pero como el Estado nacional no es exactamente una nación, han quedado elementos no fundamentados ni en la delimitación del mercado, ni por tanto recogidos por el poder, que quedan no sólo como sobreestructuras, sino como sobreestructuras sin política, casi sólo como cultura. De aquí el aspecto muy cultural que tienen algunos fenómenos nacionales”.

Proseguía Sacristán recordando que no había que olvidar que algunos de estos rasgos nacionales tienen un carácter radical, “son rasgos que están en el hombre: su lengua, su constitución psicológica, muchísimos otros elementos que no se trata de enumerar y que precisamente porque no se quedaron calcados en la realidad económica la burguesía no resolvió, pues ella ha sido un agente muy fecundo, pero dentro del reino de la necesidad”. Finalizaba su intervención señalando que el asunto de las nacionalidades, en lo que tiene de problema irresuelto, apuntaba, como otros tantos problemas de génesis burguesa (libertades, democracia, por ejemplo) “precisamente más allá del reino de la burguesía, hacia más allá del reino de la necesidad”.

A.  Este “movimientismo” es característico de los partidos “eurocomunistas” con un acento, y, con otro acento, y con mayor o  menor retraso en las posiciones adoptadas, lo es también de los partidos comunistas menores. Se puede recordar a este propósito, como ejemplos ilustrativos, que hace unos ocho años los partidos minoritarios de extrema izquierda (y su inconsistente corte de intelectuales deslumbrados) vituperaban la defensa de la lengua catalana (“la lengua de la burguesía” como decían en castellano con mucho acento catalán) por el PSUC, antes de convertirse en destacados catalanistas; y que todavía hace cuatro años combatían con graves acusaciones la consigna de amnistía propugnada entonces exclusivamente (entre los comunistas) por el PCE-PSUC. Aquí en Barcelona, hay otro ejemplo espectacular de lo mismo, que es la Asamblea de Cataluña.

B. Creo que no es ninguna exageración decir que esa circunstancia, impuesta por la correlación de fuerzas en la Universidad franquista, y hasta en la sociedad entera, pudo cuajar tan intensamente gracias a la inflexión política del PCE en su quinto congreso y del PSUC en su primer congreso. La nueva política comunista española del año 1956 (por fecharlo con acontecimientos “oficiales” como son los congresos) determinó la formación de una pequeña vanguardia universitaria estudiantil comunista convencida de que su tarea era fabricar una oposición democrática, por así decirlo un poco a lo bruto. La nueva política comunista consiguió tener desde ese movimiento la continuidad que había faltado a otros valiosos esfuerzos de resistencia, en especial catalanistas y socialdemócratas. Mientras que éstos (y los comunistas hasta 1956) habían tendido a desarrollarse cíclicamente, perdiéndose, o casi, cada año las bases conseguidas en el curso anterior, lo que empezó en 1956 por la inspiración del PCE y del PSUC fue una espiral que no se cortó ya hasta el hundimiento del SEU y la crisis del SDEUB. El nuevo movimiento lo hacía todo: desde las protestas por deficiencias particulares de la enseñanza, la difusión de consignas simplemente liberales o democráticas que estaban a la orden del día, hasta la propaganda marxista, pasando también por la presencia de la lengua catalana en la Universidad: la única prensa universitaria catalana y en catalán que ha durado ininterrumpidamente desde el curso 1956-57 hasta hoy en la Universidad de Barcelona ha sido la prensa del comité estudiantil del PSUC.

D.  Teniendo el PCE una organización importantísima en la clandestinidad, ¿cómo se pudo perder después en la democracia?

Sobre esto se puede empezar a trazar círculos concéntricos. La primera onda es constatar que durante la clandestinidad sobrestimamos la educación de clase de los trabajadores. Teníamos motivos para engañarnos. Por ejemplo, en 1964-1965 estuvieron aquí los dirigentes del PCI, los que luego formaron “Il Manifiesto”. Rossana Rossanda, entre otros.  A esta gente les mostramos muy poca cosa de la organización. Y lo poco que vieron dijeron que era más de lo que tenían ellos en Italia bajo Mussolini. Teníamos motivos para creer que íbamos a ser una fuerza muy importante y eso era una creencia equivocada. Se ha visto que la población española estaba bastante más dominada ideológicamente por los cuarenta años de dictadura de lo que creíamos. No lo vimos. Si a eso se une que la relación de la dirección del Partido con los intelectuales fue un desastre… No se puede inventar un procedimiento mejor para quedarse sin intelectuales que lo que hizo la dirección. Hay que tener en cuenta que aún en 1966-1968 el núcleo de intelectuales del PSUC -por limitarme a Catalunya, que es lo que más conozco- era el más fuerte de Catalunya. Había casi una hegemonía. Se había deslizado un comunista intelectual en cualquier publicación, digo uno por lo menos, porque en muchos sitios había más. De eso se pasó a una carencia completa.

(…) Desde el punto de vista sociológico -que no es mi campo específico- es visible una completa supeditación de vida económica española a la norteamericana y esto va a tener seguramente consecuencias de bastante gravedad.

E. Sobre la opinión de Sacristán en lo que respecta a la política del PSUC-PCE de los años sesenta en torno  a la denominada “cuestión nacional”, este paso de su intervención en el pleno de comité central del PCE (Tesis doctoral de Miguel Manzanera, p. 831):

“(…) Eso lo puedo ilustrar y con eso termino, con una experiencia que el camarada Estévez y yo, y otro camarada, que no esta aquí, vivimos no hace mucho tiempo a principios del 68 o final del 67, en Barcelona, y que es lo siguiente.

Teníamos que ir ante un grupo de intelectuales catalanes un poco como acusados, un poco como sospechosos de inautenticidad ante el problema nacional, para argumentar que no, que el PSUC es un partido catalán y que el PCE tiene una política de nacionalidades correcta. Nos recibían como jueces, teníamos que argumentar largamente, de repente ocurren los hechos de mayo y se produce una cierta contaminación de extremismo en la intelectualidad barcelonesa y en los estudiantes. Entonces un tercer camarada, ni Estévez ni yo, pero que hacía relaciones de este tipo, se vio obligado en la semana siguiente a defenderse de la acusación de catalanismo procedente de los mismos medios y de dos de las tres personas ante las cuales, semanas antes, Estévez y yo habíamos tenido que justificar la naturaleza catalana del partido.

No quiero generalizar eso. Muy probablemente los reproches con que os encontráis son sensatos. Pero en cualquier caso, yo no veo que ninguna otra fuerza política hoy existente tenga la claridad, que ya limita con simplicidad de la doctrina nacional nuestra. Yo creo por tanto que, por inmaduro que esté el tema entre vosotros, no lo sé -y me sorprende un poco, porque entre nosotros en el PSUC no lo está- no hay motivo para tener inhibiciones al respecto”.

9.I.A. Intervenciones políticas, Icaria, Barcelona, 1985, p. 200. 9.I.B. Ibídem, pp. 268-269. 9.I.C. Ibidem, pp. 280-281. 9.I.D. “Entrevista con Mundo Obrero” (1985). De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, op. cit,  pp. 216-217. 9.I.E. Tesis doctoral Miguel Manzanera, p. 831.

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II. Observaciones críticas.

9. II. A. Reserva de la UB, fondo Sacristán.    9. II. B. Ibídem.

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10. El doctor Rubió.

 

Los escritores, artistas y científicos más representativos de la cultura catalana se ha movilizado ya prácticamente todos en una ocasión u otra en actividades antifranquistas. Puede decirse que en este terreno se ha alcanzado ya casi un techo. Pero, sin embargo, las formas de movilización preferidas por estas personalidades destacadas, con la admirable excepción del decano de la cultura superior catalana, el doctor Rubió, no suelen ser muy enérgicas. En cambio, el viejo Rubió, que hay para quitarse el sombrero, no retrocede ante nada. Por ejemplo, de todas esas grandes figuras fue el único que se atrevió a firmar una carta bastante dura dirigida al Gobernador militar de Barcelona cuando la detención del camarada Ardiaca, Gutiérrez Díaz y algunos otros. Fue un momento crítico de firmas porque no se consiguió arrancar más de cincuenta. A la gente le dio bastante miedo aquella carta. Sin embargo, Rubió, al que se recurrió cuando no se habían conseguido promesas de que quizás firmara, él mismo tuvo la iniciativa de firmar el primero y de que el camarada nuestro que la llevaba -bastante conocido como comunista- firmara al lado, mezclándose juntos a pesar de los 80 años que el hombre tenía.

10. Intervención de Manuel Sacristán en el II Congreso del PSUC de 1965 (anexo tesis doctoral de Miguel Manzanera).

Nota SLA:

La carta a la que alude Sacristán fue enviada al capitán general de Catalunya, la IV Región Militar de la época. Apoyaba la petición de inhibición de la jurisdicción militar solicitada por el Colegio de Médicos de Barcelona y estaba firmada por intelectuales y profesores de la Universidad de Barcelona. Encabezaba las firmas, como señaló Sacristán en su intervención, el Dr. Jordi Rubió i Balaguer. Además de él, firmaban, entre otros, Oriol Bohigas, Jordi Carbonell, Joan Triadú, J. M. Castellet, Antoni Moragas, Agustí de Semir, J. L. Sureda, J. M. Valverde, J. V. Foix, Salvador Espriu, J. A. Goytisolo, J. Petit, Jaime Salinas, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Luis Goytisolo, J. M. Casalmiglia, M. Jiménez de Parga y el propio Sacristán. Creo que es él también el autor del texto; la carta está fechada en Barcelona, el 1 de febrero de 1963.

“Excmo. Sr.:

Los abajo firmantes -escritores, universitarios y personas de profesiones liberales- tenemos noticia del escrito dirigido a V. E. por médicos del Colegio de Barcelona en el que solicitan la inhibición de la jurisdicción militar en favor de la ordinaria en el procedimiento sumarísimo seguido contra el Dr. D. Antoni Gutiérrez Díaz y diversas otras personas, ninguna de ellas acusada de haber alterado el orden público ni de haber realizado ningún acto de violencia. Consideramos que las razones expuestas en el referido escrito son jurídicamente plausibles y moralmente fundamentadas por cuya razón rogamos a V. E. que tenga en cuenta dichas razones y nos considere solidarios con los médicos firmantes del escrito en cuestión.

También hemos tenido noticia de otro caso respecto del que deseamos manifestar a V. E. nuestros sentimientos: se trata de la detención de D. Domènec Ribas, cuya avanzada edad y estado de salud suscitan serias preocupaciones. Como en el caso del Dr. Gutiérrez Díaz y las personas con él encarceladas, rogamos a V. E. que considere la conveniencia de mantener la jurisdicción militar al margen de hechos de esta naturaleza y que, de momento, tome las medidas oportunas para asegurar la adecuada asistencia sanitaria a D. Domènec Ribas.

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11. Un manuscrito inédito sobre la cuestión nacional.

 

El siguiente texto es el esquema desarrollado, e interrumpido, de lo que seguramente fue una intervención de Sacristán –muy probablemente a finales del erial franquista- en alguna reunión abierta de militantes del PSUC sobre el principio de autodeterminación y las características “nacionales” del Estado español.

El manuscrito resulta especialmente difícil. Mis múltiples dudas las he señalado con un interrogante, si dudo de la palabra, o con un paréntesis vacío, si no he logrado ni siquiera conjeturar el término.

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En esta reunión el problema de las nacionalidades me interesa sobre todo desde el punto de vista de la teoría de la clase obrera como sujeto de la transformación socialista y comunista de la sociedad. O sea, desde el punto de vista del marxismo.

En la tradición leninista el tema de las nacionalidades quedó claro desde el principio como un problema que no tiene más solución posible que el ejercicio del derecho de autodeterminación por las distintas poblaciones. ‘Desde el principio’ quiere decir que la cuestión se concretó en ese sentido ya antes de la llegada de los comunistas al poder en Rusia. Los conocidos textos de Lenin y de Stalin son anteriores a ese momento.

Sin embargo, Lenin ha tenido en la última fase de su vida una preocupación especial por el problema. “La última batalla de Lenin”, según la expresión que ha hecho célebre un conocido libro del historiador Moshe Lewin, está motivada entre otras cosas, por la defensa de la nacionalidad georgiana frente la “saña” de Stalin -la palabra es de Lenin- contra lo que éste llamaba el social-nacionalismo. “Yo creo -escribía Lenin en la carta del 30.XII.1922 a la dirección del partido ruso- que en este asunto han ejercido una injerencia fatal las prisas y los afanes administrativos de Stalin, así como su saña contra el decantado ‘social-nacionalismo’ ” (III Moscú 1966, p.774). Y contesta a la objeción que espera: “Se dice que era necesaria la unidad del aparato. ¿De dónde han partido esas afirmaciones? ¿No será de ese mismo aparato ruso que, como indicaba ya en uno de los anteriores números de mi diario, hemos tomado del zarismo, habiéndonos limitado a ungirlo ligeramente con el óleo soviético” (ibid, 773).

Lenin, pues, achaca la exigencia de “unidad del aparato”, esgrimida para ( ) la nacionalidad georgiana, precisamente a los burócratas gran rusos, procedentes del zarismo. Pero antes, en la misma carta, había manifestado la profundidad de su preocupación escribiendo como primeras palabras: “Me parece que he incurrido en una grave culpa antes los obreros de Rusia [MSL: de Rusia, no de la URSS en general] por no haber intervenido con la suficiente energía y dureza en el decantado problema de la autonomización […]” (ibid, 773).

¿De dónde le viene a Lenin esta preocupación por un correcto planteamiento del problema de las nacionalidades, ese estado de ánimo un tanto pesimista que se manifiesta en la autocrítica con que empieza la carta? Le viene seguramente del pasado del tema en el movimiento marxista. Lenin -y también, en la teoría, Stalin, pese a su posición en el asunto de Georgia- había planteado radicalmente el problema de las nacionalidades sobre la base del principio de autodeterminación. Pero no siempre había sido así. La socialdemocracia había sido insensible y hasta, a veces, reaccionaria ante el problema de las nacionalidades por causa del estatismo, de la identificación de la idea de socialismo con la de Estado común fuerte, que es una tendencia característicamente socialdemócrata (en el sentido dominante en la II Internacional). La debilidad del socialismo en las nacionalidades peninsulares ibéricas -por hacer referencia a hechos próximos- se debió en gran parte al desprecio estatista de la socialdemocracia española por las nacionalidades periféricas. Pero la actitud más frecuente ( ) de la socialdemocracia respecto del problema de las nacionalidades -como en todo lo demás- se produjo al inclinarse la IIª Internacional por la “lealtad” a las “patrias”, o a los estados militaristas en la guerra de 1914-1918. La lealtad para con el estado propio, por ejemplo, de los socialdemócratas austriacos no-leninistas contra los derechos de las minorías nacionales checa, polaca, serbia, croata, eslovena, alemana, búlgara, rumana. Los mismos hechos que desencadenaron la revolución rusa destruyen los grandes potencias estatales con las que se había solidarizado la socialdemocracia con su abandono -entre otras cosas- del principio de las nacionalidades.

Un hecho como tal recomienda prudencia crítica cuando se habla del carácter burgués de tal y cual reivindicación nacional. Pues mientras haya nacionalidades, la opresión o el mero desprecio de una de ellas ocurrirá por fuerza desde otra nacionalidad. El “internacionalismo” de la socialdemocracia austriaca era opresión de las demás nacionalidades por la germánica. Y la “saña” de Stalin, contra el “social-nacionalismo” georgiano era, como dice Lenin, nacionalismo gran-ruso, chauvinismo de gran potencia. Más en general, hay que darse cuenta de lo que quiere decir la afirmación verdadera de que el principio de las nacionalidades es de origen burgués. Quiere decir que la vieja aristocracia feudal y dinástica era una casta cosmopolita, como aún lo siguen siendo sus últimos y más o menos cómicos descendientes. Ese universalismo mínimo de casta del siglo XIV es (entre otras cosas, naturalmente) la ideología de esa casta que, mientras quiere, puede saltar indiferentemente de Hungría a Valladolid o de Centroeuropa a Sicilia. El pueblo, mientras tanto, no habla latín, ni quiere ni siente con el cosmopolitismo de sus señores. La burguesía es la clase que, durante siglos, ha dirigido la resistencia y las rebeliones de esos pueblos contra sus amos. Por eso ha dado voz por vez primera a la reivindicación nacional, del mismo modo que ha vuelto a revindicar las de libertad, igualdad, fraternidad. También la igualdad, la libertad y la fraternidad, en sentido moderno, son invenciones burguesas. Pero de la burguesía ascendente. Nadie diría hoy que la igualdad o la libertad sean precisamente rasgos de la vida burguesa. Por no hablar ya de la fraternidad”.

[SLA: viene a continuación un pasaje especialmente difícil sobre la falta de plasmación del ideario burgués, del que entresaco el siguiente paso]:

La clase burguesa no podrá realizar el programa y la ideología de su ascenso pues no es una clase que represente una visión (?) universal y suficiente. Por eso sus ideales fueron sólo, como dice Marx, “ilusiones heroicas”: no intentará la libertad, ni la igualdad ni la fraternidad. Ni tampoco el principio de las nacionalidades. Algunas nacionalidades facilitaron su lengua y sus tradiciones para imponer nuevos estados opresores de las clases subalternas y, con ellos, de las nacionalidades minoritarias”.

[SLA: En otro pasaje nada fácil,  Sacristán ejemplifica esta última tesis con la formación del estado-nacional francés, para finalizar señalando que]:

El poder burgués se caracteriza por la exacerbación del principio del Estado, no por el de las nacionalidades. Por eso dice el Manifiesto Comunista que los proletarios no tienen patria: “También se ha reprochado a los comunistas que quieran abolir la patria, la nacionalidad./ Los trabajadores no tienen  patria. No se les puede quitar lo que no tienen. Pero como el proletariado tiene que conquistar primero el poder político, alzarse a clase nacional, constituirse como nación, es él mismo nacional, aunque de ninguna manera en el sentido de la burguesía”.

Patria, no nación: porque “la Patria” es el pilar nacionalmente resuelto en un estado, de una doctrina (?) de clase. Y el proletariado tiende objetivamente a la superación del Estado. El internacionalismo no puede consistir en hacerse cómplice de esa opresión de las nacionalidades no utilizadas como revestimiento cultural del Estado, sino en oponerse a esa imposición como a cualquier otra.

*

La idea de que el proletariado no está objetivamente interesado en el problema de las nacionalidades tenía raíces teóricas profundas en el marxismo socialdemócrata. Éste era, a principios de siglo, un marxismo unilateralmente obrerista, determinista, economicista, penetrado de la idea de que el momento histórico no tiene más motivos que los basados directa e inmediatamente en la vida económica. (…) Esta reducción de la lucha de clases a su base más estrecha hace que desaparezcan todos los problemas no estrictamente económico-corporativos. Y así la socialdemocracia acaba por proponer a la clase obrera una política en realidad medieval: corporativista, estamental, impropia de una clase que va representando y más, con el trabajo, los elementos definitivos (?) de la vida de la especie.

Para ser revolucionaria, para conseguir el cambio y la sociedad que nazca de él, la clase obrera tiene plenamente que superar su desinterés corporativo y construir, organizar explícitamente su universalidad, su carácter de representante de toda la especie, de portadora del futuro de toda la especie. Para conseguir eso tiene que abarcar todas las realidades sociales, e indicar las vías del desarrollo de éstas.

El hecho nacional es una de esas realidades. La nacionalidad es, por de pronto, un conjunto de rasgos del individuo, un bloque de características lingüísticas, culturales y principios que constituyen su modo de ser. Si existe históricamente una comunidad (¿) que propague  esas características y, con ella, una integración económica de algún orden, entonces los rasgos étnicos del individuo tienen en su base una nación ya formada. Todo eso es realidad, incluso cotidiana del individuo. Lo que no es vida real de cada cual, sino aparato ideológico de dominio sobre los individuos, es la serie de ideas especulativas postuladas para gobernar esa realidad, como la idea de destino histórico, el patrimonio imperial, etc. Ningún individuo ni pueblo tiene más sentido que el de vivir, incluyendo en el vivir la muerte. Todo lo demás, todas las vestimentas patriotas son ideología encubridora de dominio [cursiva SLA].

El internacionalismo es el reconocimiento de la realidad plural nacional, la condena de las ideologías patrióticas-imperialistas. No se puede ser internacionalista empezando por aplastar las nacionalidades. Ésta es una verdad elemental pero, por lo visto, necesitada de repetición.

Desde que el capitalismo conquistó prácticamente el mundo entero, instaurando más o menos completamente un mercado mundial, se aprecia un proceso de unificación de la especie humana. La unificación de la especie es genéticamente tan burguesa como el principio de las nacionalidades. Ni una ni otra posibilidad se puede realizar bajo el capitalismo, y en los dos casos por la misma razón: porque el capitalismo no puede legalizar situaciones sin dominio político. La única unificación posible bajo el capitalismo sería del mismo tipo que su única realización posible del principio de las nacionalidades: la instauración de un dominio que pretendiese ser unión sin igualdad. El gobierno de Estados Unidos lo habría intentado al comienzo de la guerra fría, si la URSS no hubiera conseguido construir ella también la bomba atómica. Pero una voluntad resistente no puede seguir ese camino de integración de la especie humana. Las peculiaridades nacionales o étnicas, como las demás, tenderán a superarse, como las demás, por una vía de síntesis… [SLA: a continuación viene un breve, difícil y casi imposible pasaje sobre la forma de superación de la peculiaridad étnica que no he logrado transcribir]

*            *            *

Sería malo terminar una exposición, por teórica que sea, sin aludir al menos, a la problemática propia. Malo moralmente y malo intelectualmente.

La principal dificultad práctica del tema nacional ha sido posiblemente su explotación por las clases dominantes para tener sometidas a las clases dominadas. Francia y Castilla-España son seguramente los dos ejemplos históricos más claros a este respecto.

La distinción entre el hecho nacional y su fetichización patriótico-imperialista es importante para no sucumbir a la propaganda patriótica y pseudonacional burguesa. Pero lo esencial es darse cuenta de que el capitalismo no ha resuelto el problema nacional, que su principio es el del poder estatal, no el de las libertades nacionales. Hay que  poner eso de manifiesto e impedir que la clase burguesa finja contar con un elemento de universalidad social del que carece. Esto es particularmente visible en el caso catalán: la gran burguesía catalana no es sino un elemento más -casi tan importante como los grandes financieros vascos-  en la alianza oligárquica que dirige igualmente este pueblo y a los otros pueblos de la península, incluido el castellano. Igual que contribuyó a financiar el ejército de Franco durante la guerra civil, la gran burguesía catalana se opondrá mañana al principio de autodeterminación, al igual que a todo cambio democrático…”

[SLA: El manuscrito se interrumpe en este punto].

11. Reserva de la UB, fondo Sacristán.

                                                                       

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