En “Entrevista con Naturaleza” (Ibídem, pp. 179-190), Sacristán exponía este equilibrado punto de vista sobre las relaciones entre tecnología y ecologismo: “No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente”
Veinte años antes, en una conferencia de 1963 -“Studium generale para todos los días de la semana”, Intervenciones políticas, Icaria, Barcelona, 1985, pp. 47-48-, Sacristán ya había apuntado: “El filósofo alemán Georg Klaus, basándose en un célebre texto de una carta de Marx, ha trazado un interesante cuadro especulativo al respecto: imagínese que en una sociedad de este tipo irracional se renueva totalmente la técnica del proceso de producción mediante la automatización, etc. Quedan entonces liberadas enormes energías humanas que no tienen ya aplicación al trabajo mecánico y que, por tanto, sólo pueden desarrollarse económicamente y racionalmente accediendo al trabajo creador, a la administración de la sociedad. Pero esa dirección comunitaria está en contradicción con la estructura del dominio de clase que es propio de la sociedad en que vivimos y que se toma en el ejemplo. Entonces, si no se produce una victoriosa reacción de los casualmente liberados del trabajo mecánico, la sociedad irracional tiene aún una salida irracional para preservar el poder de la case dominante: puede recurrir al gigantesco despilfarro de mantener a los antiguos trabajadores mecánicos en una situación de proletariado parasitario, alimentándoles, divirtiéndolos y lavándoles el cerebro gratuitamente a cambio de tenerles alejados de la dirección de la sociedad. Georg Klaus recuerda que en Roma se ha dado algo parecido… La técnica, pues, no puede cumplir por sí sola la otra racionalización, la seria, la socialización de la división del trabajo, que es el primer paso para su superación. Lo esencial para cumplir esa tarea es, naturalmente, suprimir la base de la irracionalidad, las instancias meramente mecánicas, inconscientes, no-humanas, que mueven hoy, la división del trabajo entre nosotros.”
C. La adhesión de buena parte de los trabajadores de los países industriales a los valores del crecimiento económico depredatorio y a la estructura jerárquica y despótica que, con formas diversas, organiza a menudo ese crecimiento, ha hecho caer a Rudolf Bahro (autor de otro de los principales intentos marxistas de elaborar la crisis) en lo que probablemente es la debilidad principal de su estudio La alternativa: proponer a los intelectuales como sujeto revolucionario, mientras concibe a la clase obrera (en los países del Este) como un pasivo peso cuya gravedad estabiliza a la burocracia que dirige allí con retraso la réplica del mundo material capitalista, retocada con algunos buenos rasgos colectivistas o comunitarios. Esa tesis de Bahro es inverosímil porque los intelectuales, igual los letrados que los técnicos, son un grupo social beneficiario del sistema en la medida en que éste se basa en la división fundamental entre trabajo manual y trabajo intelectual. La eficaz publicidad de los intelectuales que se creen críticos, difundida con diligencia por los medios de masas del sistema criticado, desde la televisión hasta los órganos de prensa más distinguidos, no puede esconder el hecho de que esa capa social es, en la producción y en el consumo, un apéndice de las clases dominantes igual en el Este que en el Oeste. Sus privilegios específicos, el lenguaje y la ciencia, facilitan que del grupo de los intelectuales se separen frecuentemente individuos que se sitúan del otro lado, con las clases explotadas y oprimidas. Pero eso no es ninguna novedad que confirme la tesis de Bahro.
3. A. “La situación política y ecológica en España y la manera de acercarse críticamente a esta situación desde una posición de izquierdas”, Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona, 1987, pp. 18-19. 3.B. “Una conversación con Wolfgang Harich y Manuel Sacristán”, Salvador López Arnal y Pere de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, pp. 135-136. 3. C. “Comunicación Jornadas de Ecología y Política”, Pacifismo, ecología y política alternativa, op.cit. pp. 13-14.
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