Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Orwell y el comunismo

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Desde que en la edición del domingo 22 de junio del 2003, el corresponsal de El País en Londres, Walter Oppenheimer, ofreció la crónica sobre como “Orwell delató a 38 simpatizantes comunistas”, se han dado diversas polémicas sobre este gesto final, efectuado cuando estaba enfermo de tuberculosis en el pulmón izquierdo. Orwell fue hospitalizado en junio de 1948, y aunque se recupera vuelve a recaer. Es también la época en acaba la redacción de 1984, que en un principio quiso titular El último hombre en Europa.

La recaída le lleva a ser ingresado en el sanatorio de Graham, en el sur de Inglaterra, y fuertemente medicado, falleció el 21 de enero de 1950. Entre sus papeles se encontraron unas notas sobre los sueños que le habían obsesionado durante los dos últimos años: “A veces es el mar o la playa, más a menudo grandes y espléndidos edificios, o calles, o barcos, en los que suelo perderme, pero siempre con un peculiar sentimiento de felicidad y de estar al sol al despertar. Indudablemente todos estos edificios, etc, significan la muerte. Soy casi consciente de ello incluso soñando, y estos sueños se hacen más frecuentes cuando mi salud empeora y pierde la esperanza de recuperarme. Lo que nunca puedo entender es por qué, si no tengo miedo a la muerte (miedo al dolor y al momento de morir, pero no a la extinción), esta idea tiene que aparecer en más sueños bajo distintos disfraces” (1).

De entre sus últimos papeles de este tiempo se encontraba un cuaderno sobre el que el gobierno británico no ha levantado el secreto oficial, y que por lo tanto se han hecho públicos. Se trata del documento FO 1110/189 (FO indica Foreign Office), ya de lectura libre en el Archivo Nacional Británico y en que se ofrece una lista de 38 «criptocomunistas”. Se trata de un cuaderno informal que en el que el escritor fue estableciendo una lista privada de ciudadanos occidentales a su parecer eran criptocomunistas o “compañeros de ruta”, según el término acuñado por Trotsky en Literatura y revolución para describir  los que hacía parte del viaje con la revolución, y luego aceptado como parte del léxico del movimiento comunista aunque ya no se trataba de la revolución sino de colaborar con la política exterior soviética, una colaboración concebida por los más idealistas como un contrapeso del nazi-fascismo, o bien de la prepotencia imperialista que continuaba subyugando a los pueblos colonizados.

El cuaderno dejó de ser un secreto cuando fueron reseñados en la biografía autorizada, George Orwell. A life, de Bernard Crick publicada a principios de los años ochenta.  Crick defiende la lista de Orwell, argumentando que “no era distinto de los ciudadanos responsables que hoy pasan información a la brigada antiterrorista sobre personas que conocen y piensan que son activistas del IRA. Se consideraba una época muy peligrosa, el final de los cuarenta” (2). Y añadía que Orwell siempre se manifestó contrario a cualquier medida represiva contra el Partido Comunista británico. Al biógrafo le otorgaron la razón un sector de la intelectualidad británica que coincidía en la reafirmación del mito de la exis­tencia de un grupo intelectual, unido por sus vínculos con Moscú, y agrupados oscuramente en un intento sedicioso de preparar el terreno para el es­talinismo en Gran Bretaña, un temor que a finales de los años cuarenta podía hacer perder el sueño a mucha gente, pero que actualmente carece del más mínimo fundamento documental. No obstante había algo que fallaba en el razonamiento, primero por que, como se verá, ninguno de los implicados tuvo la menor relación con actividades ilegales, nada que permita una más que abusiva comparación con los republicanos irlandeses. De hecho, muy pocos entre los señalados se distinguieron como  tales “compañeros”. Solamente uno de ellos (Peter Smollet), se ha comprobado que fue ciertamente un agente soviético.

No obstante, el cuaderno se convirtió en “gran noticia” cuando un intelectual tan orgánico –y tan bien pagado- como Timoty Garton Ash publicó en el diario The Guardian (22-06-03) una relación de 38 componentes incluidos en el documento oficial, asegurando que Orwell recurrió a la delación (según su propia definición) por su amor imposible con Celia Kirwan, militante laborista ligada a la corriente de izquierdas presidida por Aneurin Bevan (con la que Orwell estaba muy identificado tiempo atrás) y funcionaria. Fue la hija de Celia la que lo entregó a Garton Ash como si fuera una primicia. El artículo apareció en varias cadenas de prensa internacional. La prensa amarilla no desaprovechó la ocasión. Así el Daily Telegraph cuando divulgó la noticia  la tituló de la siguiente manera  en primera plana:  «Icono socialista con­vertido en un delator”.  Anotemos que normalmente el socialismo de Orwell no es algo que suela subrayar en la prensa convencional.

Garton Ash era lo suficientemente inteligente para no tener que destruir el “icono socialista”, la bastaba con darle la vuelta siguiendo las pautas del neolenguaje. El suyo es un Orwell mediáticamente consagrado como “el escritor que captó la esencia del totalitarismo y avistó el futuro con libros como Rebelión en la granja y 1984”. En aras de esta tentativa de un Orwell a la medida neoliberal, Garton en imponer varias maniobras con concuerdan con las tesis sobre el “final de la historia”. Desde este canon, el socialismo de Orwell no era más que una respuesta quijotesca a unos molinos de vientos (el Capital, el colonialismo británico, el fascismo, etc), que ya no existían (al menos no lo busquen en los escritos de Garton Ash). El comunismo tampoco, pero debe de estar algo más vivo porque para el popular historiador,  Orwell es ante todo un anticomunista. Y esto en el sentido que la gente como Garton le dan al concepto.

Para ello hace tabla rasa de la historia del comunismo –con el que Orwell simpatizó hasta llegar a España-, y no duda en convertir una entidad como la “Freedom Defence Committee” (una antesala de Amnistía Internacional) en una plataforma “en defensa de la libertad frente al impe­rialismo y al fascismo, por supuesto pero ahora también, sobre todo, contra el comunismo”, lo cual era cierto en el sentido que lo fue, por ejemplo, la actuación de Amnistía que denunció todo lo que creyó denunciable sin considerar el disfraz del régimen. Una vez más el “sobre todo” acabará anulando todo lo demás. Una vez establecido el canon “antitotalitaria” no es necesario dar más vueltas: el comunismo no es más que un totalitarismo, un mal tan absoluto que evita cualquier otra consideración. Con esta clave se entiende que a Garton le enseñaban en el Este viajas ediciones de Animal Farm, y le decían: “¿cómo lo sabía?”.

Pero, ¿qué era lo que sabía?. Al leer a Garton Ash todo indica que el lector tiene que ver Animal Farm es un alegato contra el “comunismo” o sea contra el llamado “socialismo real”, y no hay nada más que hablar. Sin embargo, con todas sus contradicciones, su mensaje central es que la revolución fue justa y necesaria, y que fue traicionada por una burocracia y un dictador. El dictador es el “malo”, pero Orwell matiza la “maldad” cuando se entera que Stalin nunca abandonó el Kremlin durante la ocupación alemana. El demonio era un ser humano, y su historia tenía muchas latitudes. Resulta que aquí hemos tenido que aprender que no todos los nazis fueron iguales, y que hubieron falangistas como Dionisio Ridruejo, que evolucionaron, pero parece que estas matizaciones solamente son necesarias cuando los “comunistas” reniegan. Si no es así, aparecen entronizados por la “esencia” maléfica del totalitarismo, y desde este punto de mira el “Che” puede ser maltratado mientras que Colin Powell o incluso Kissinger forman parte de un Estado democrático  (3).

La ocasión animó también a algunos articulistas a jugar el doble juego, por un lado  introduciendo una fisura en su admiración por su Orwell, y por otro exaltando su “esencia” antitotalitaria, o sea no marxista, el mismo canon por el que según el historiador neoliberal Enrique Krauze el autor de Homenaje a Cataluña “despreciaba a los partidarios de totalitarismo desde la comodidad del liberalismo”; alguien que, al decir de José Miguel Oviedo supo ver “los peligros de la intolerancia ideológica, en los dos lados del espectro político, y nos alertó sobre lo que podía ser el mundo futuro –el que hoy vivimos- si no defendíamos la libertad y los valores democráticos” (4). Otros fueron más expeditivos, así en el diario catalán Avui apareció una tribuna (firmada por Alfons Quintá) en la que trataba a Orwell de “confidente asqueroso”, y se advertía contra los “panegíricos” realizados desde el Ayuntamiento de Barcelona, de cuya benevolencia ofrece la siguiente explicación: “se quiere que Orwell encarne el entendimiento entre el PSC-PSOE con la extrema izquierda”. En la red de Internet los cuadernos sirven para acusar a Orwell de homófobo, antisemita, etcétera.

En la ocasión no hubieron apenas defensores del Orwell socialista o sea anticapitalista, exceptuando casos aislados como lo pudo ser la Web de la Fundación Andrés Nin desde la que se ofrecieron diversos alegatos en su defensa, curiosamente con precisiones diferentes en lo que a la presunta “delación” se refiere.

Así, mientras que para el veterano escritor ex poumista Ignacio Iglesias escribe: “La verdad es muy otra. La cuñada de Koestler, el autor de El cero y el infinito, deseaba organizar un ciclo de conferencias sobre el estalinismo y se dirigió a Orwell solicitándole nombres posibles de aceptar. Este le respondió enviándole una relación de nombres que él consideraba que no valía la pena invitarles, porque no aceptarían”. Para Javier Rodríguez traductor y editor de Orwell la verdad “era, sencillamente, ésta: convaleciente en un hospital para tuberculosos, Orwell recibió la visita de Celia Kirwan, funcionaria del Foreign Office británico. Kirwan le pidió su apoyo para una campaña de contrapropaganda ideada para combatir al estalinismo y quiso conocer si Orwell sabía de otras personas que podrían sumarse a dicha campaña. En una carta que envió a su amiga, Orwell mostró su adhesión a la idea y sugirió al mismo tiempo varios nombres de personas que, en su opinión, estarían dispuestas a hacer lo mismo (Franz Borkenau, por ejemplo). De paso, también le propuso a Kirwan una lista que había confeccionado a lo largo de los años con los nombres de intelectuales ingleses «con los que no se podía contar para una propaganda semejante”.

Más crítico, el historiador británico Andy Durgan anota; “En 1948 el gobierno laborista estableció el Information Research Department (IRD) para `combatir la propaganda comunista y defender los ideales del socialismo democrático’, una entidad que se convertiría en una fuente importante de contrainformación del imperialismo británico en la guerra fría. Un poco antes de su muerte Orwell fue invitado a colaborar con el IRD y les entregó una lista de personas que desde su punto de vista no fueron de fiar en la lucha contra el comunismo. Fue un grave error por parte de Orwell. Un error que fue debido tanto a su anti-estalinismo radical como a sus esperanzas en el nuevo gobierno laborista. Sin embargo, no significa que Orwell se convirtió en un combatiente más de la guerra fría…”

Sin embargo, esto no fue problema para que fuera utilizado como tal en una época en la que la demanda social y cultural de críticas al “comunismo” eran bien venidas, y especialmente si provenían desde tradiciones de izquierdas. Esta es una vieja regla que ha seguido funcionando, vean sino como en su día Felipe González  empleó ex comunistas contra Izquierda Unida

Recordemos: es la fase de la redacción final de 1984, y Orwell estaba gravemente enfermo. En un momento en el que se mostraba cada vez más preocupado por la existencia de verdaderos o presuntos defensores del régimen de Stalin cuando ya había acabado la Guerra Mundial, y los aliados de ayer empezaron a rivalizar por la “tarta” de zonas de influencias en el mundo (5). Temía que éstos, a pesar del ambiente anticomunista que se respiraba, permanecieran ocultos bajo una fingida independencia política, otorgándole así al minoritario PC británico una potencia que no aparentaba. Se trataba de una obsesión que estaba anulando otras preocupaciones de Orwell.

Deutscher que lo trató por entonces observó en su relación con Orwell apunta agudamente que el escritor parecía “obsesionado por las «conspiraciones», y que su forma de razonar en política me sorprendió como si fuera una sublimación freudiana de una manía persecutoria”. A Deustcher le preocupa que por su «falta de sentido histórico y de comprensión psicológica de la vida política» de sus autor, advertía: «Sería peligroso no recono­cer el hecho de que, en el Oeste, millones de personas pueden ten­der, en su angustia y miedo, a huir de su propia responsabilidad en el destino de la humanidad y a dar rienda suelta a su enojo y deses­peración acerca del diablo ya la vez chivo expiatorio que el 1984 de Orwell ha puesto ante sus ojos…Pobre Orwell, nunca se podría haber imaginado que su propio libro sería algo tan importante en el programa de la Semana del Odio” (6).

Fue esta obsesión la que le llevó a Orwell en 1947 a pelearse públicamente con un parlamentario laborista de izquierdas, Konni Zilliacus, al que acusó de  ser uno de los muchos «criptocomunistas» infiltrados en el Parlamento. Cuando éste negó públicamente con vehemencia la acusa­ción, Orwell escribió en Tribune: “Lo que creo, y seguiré creyendo hasta que haya pruebas en contra, es que (Zillia­cus) y otros como él llevan adelante una política apenas diferente de la del PC, por cuanto son en realidad agitadores al servicio de la URSS, y que cuando los intereses británicos y soviéticos choquen, apoyarán los intereses soviéticos” (7). Sobre esta presunción, Orwell consideraba que otras personalidades destacadas del laborismo (de izquierda) escondían sus propósitos cuando se mostra­ban evasivos ante las preguntas sobre la URSS. Orwell entendía que se trataba de un ejercicio de impostura básica, y esperaba que los “estalinistas ocultos” tuvieran al menos la honestidad de proclamar abiertamente sus propósitos.

Evidentemente desde su apego a las libertades cívicas, Orwell tampoco sentía ninguna simpatía por los conservadores que querían ilegalizar la actividad política de los co­munistas, sobre todo porque pensaba que esta medida era contraria a la “vieja libertad” en la que tanto creía, y que había admirado durante la guerra cuando no se detuvo a los fascistas partidarios de Oswald Mosley si estos se limitaban a defender sus ideas mientras estos no actuaban en contra de sus país.  Se aprecia que su esquema sobre el estalinismo era una reproducción de lo que había conocido en la guerra de España, y no entraba en diferenciar entre la situación española y la británica como tampoco lo hacía entre los burócratas que habían hecho su carrera en el partido, y la base militante que creía, o necesitaba creer que la URSS representaba una alternativa al capitalismo, y un paso adelante en la historia humana. Entre estos se contaban algunas de las mentes más avanzadas del país. No fue hasta que el XX Congreso del PCUS y la represión de la revolución húngara de 1956 que este esquema comenzó a ser ampliamente cuestionado (8).

En esta obsesión resulta indisociable de la elaboración de esa lista que Orwell elaboró  con la ayuda de Richard Rees (el autor de una de sus primera biografías, George Orwell. Fugitive from the Camp of Victory, un título que por cierto jamás nadie aplicaría a la biografía de Garton Ash), que des­pués se refirió a esta colección de nombres como “una especie de juego que jugábamos, a ver quién era agente pagado por quién y cal­culando cuántas traiciones cometerían nuestras bestias negras”; algunas fuentes incluyen en la actividad a Arthur Koestler (9). Orwell no estaba totalmente convencido de que todos los señalados merecieran sus inscripción, pero los incluía de todos los que creía que requerían dar pruebas de su sinceridad, o sea que tenían que demostrar que no eran agentes de la URSS. Así lo explicó el propio Orwell en unos comentarios sobre los «criptos» que publicó en New Leader: “Lo primero que debe hacerse respecto de estas personas (y es muy difícil, porque las pruebas son sólo deductivas) es identificarlas y decidir cuál de ellas es sincera y cuál no…Es indudable que han hecho mucho daño, en especial al confundir a la opinión pública sobre la naturaleza de los regímenes tí­tere de Europa oriental; pero uno no debería apresurarse a suponer que todas tienen las mismas opiniones. Es probable que a algunas no les impulse nada más que la estupidez”.

Es evidente que estos momentos Orwell ha dejado de admitir que existan otras concepciones sobre el “comunismo” que las suyas.

La lista estaba escrita bastante al azar y mezcla personalidades entonces famosas con escritores desconocidos, y muchas de las inclusiones se basan en la mera especula­ción, en algunos casos las anotaciones son más bien un absoluto dislate, como en el caso de los historiadores marxistas E. H. Carr e Isaac Deustcher cuyas obras eran garantía de cárcel para cualquier ciudadano del campo soviético que fuese descubierto con cualquiera de ellas y el tiempo se encargaría de mostrarlo al menos en el caso de Deutscher.

Por lo general el cuaderno incluye nombres que en su mayoría resultan desconocidos aquí y ahora, pero otros no lo son. Entre estos últimos se encuentran Kingsley Martin director del New Statesman and Nation aparece distinguido como “Liberal degenerado. Muy deshonesto”. El dramaturgo irlandés desterrado en Inglaterra Sean O’ Casey, conocido autor de Rosas rojas para mí es tildado de “Liberal en decadencia. Muy insincero”, aunque en realidad seguía vinculado al PC irlandés del que había sido uno de los fundadores, lo que por cierto no le impidió ser trasladado a la pantalla por John Ford (¿comunista?). Un “radical a la vieja usanza”, o sea un laborista de izquierda como J. E. Priestey es definido como “Simpatizante convencido, posiblemente tenga algún tipo de vínculo organizativo. Muy antiamericano”. Sobre el cantante y actor afronorteamericano Paul Robeson que estaba exiliado en Gran Bretaña, hay la siguiente anota: “Muy antiblanco. Partidario de Wallace”, en tanto que George Padmore (pseudónimo de Malcolm Nurse) queda clasificado como “Negro, ¿de origen africano?”.

El más anciano seguramente era el inclasificable y extravagante dramaturgo G. E. Shaw que tiempo atrás no ahorró elogios ni con Stalin ni con Mussolini. De John Steinbeck, autor de Las uvas de la ira  se dice “Escritor espurio, pseudoingenuo”, mientras que Upton Sinclair, autor de La Jungla  es calificado de “Muy tonto”. Hay actores de la talla de Charles Chaplin (“Judío”) y Orson Welles. También cita a Michael Redgrave, padre de Vanessa, y paradójicamente coprotagonista de la adaptación de Michael Anderson de 1984 así como de la tergiversada versión anticomunista de la obra de Graham Greene El amigo americano, del peor Joseph  L. Mankiewicz, lo que podía interpretarse como una manera de “blanquearse”, lo que está confirmado en el caso de Mankiewicz a raíz de las acusaciones vertidas contra él durante la “caza de brujas” de Mac Carthy y cia, acusaciones que también sufrieron Chaplin y Welles. Del científico Solly Zuckerman se dice que es “sólo un vehemente simpatizante”, con el comentario: “Podría cambiar. Políticamente ig­norante”.

Los criterios no podían ser más amplios. Así aparece también el poeta Stephen Spender que fue “compañero de ruta” en los años treinta, y del que se señala la “tendencia a la homosexualidad”, al tiempo que se le considera “muy poco fiable” y “fácilmente influenciable”: lo cual no deja de ser cierto; después de colaborar con la CIA en los años cincuenta, Spender fue un activista contra la guerra del Vietnam y compañero de Bertrand Russell en las campañas por el desarme. También aparece otro de los poetas del grupo de Oxford, C. Day Lewis, uno de los mejores poetas líricos y cultos de su época, y vinculado al PC, amén de padre del actor del mismo nombre. El parlamentario laborista Tom Driberg era objeto de duros ataques, quizás porque representaba algunas cosas que a Orwell le encantaba temer. En su anotación se dice de él: “Homosexual, se cree que es miembro clandestino” (o sea no reconocido del PC británico), y luego se añade “Judío inglés”.

Está claro que el “juego” era más que eso y tiene un tono claramente inquisitivo, un lenguaje cercano al de la “caza de brujas”. Por lo mismo resulta harto representativo de la manera distorsionada que Orwell llegó finalmente a percibir el fenómeno estaliniano así como de sus numerosos prejuicios morales y políticos, y por lo mismo, de que no siempre aplicaba su reconocida capacidad de análisis crítico, a veces las águilas vuelan como las gallinas. Afortunadamente, las leyes británicas no prohibían la pertenencia al Partido Comunista, ni ser judío, ni sentimental, ni estúpido, ni negro antiblanco, pero si penalizaban la homosexualidad, aunque es cierto que existía una considerable “tolerancia”, sobre todo con la gente famosa. También llama la atención la aparición del concepto “antiamericano” de consonancias bastante evidente, y que son indicativas de algo que ya sus compañeros libertarios del Freedom Defense ya habían advertido en el último Orwell: una creciente confusión política, y una creciente reticencias en defender los derechos de los nacionalistas hindúes.

De por sí, los cuadernos son la página más oscura en su biografía, un punto de inflexión que va del honesto antiestalinismo de antaño al más sórdido anticomunismo. Además comenzaron a adquirir otro cariz cuando lo que Orwell llamaba su «listita», dejó de ser un juego para cobrar una nueva dimensión. Esto ocurrió cuando, voluntariamente, la entregó al IRD, un arma secreta del Foreign Office como sabía perfectamente. Hubo un punto turbio cuando lo entregó a su amiga Celia Kirwan, sabiendo lo que ésta representaba. Evidentemente, no fue por dinero, y parece cierto que se trataba de una ingenua maniobra de enamorado. Sin embargo, esto no excusa el gesto, ya que una vez en poder de una rama del gobierno cuyas actividades no estaban sujetas a control. El documento dejó de ser un “juego” privado, y pasó por lo tanto a ser un instrumento susceptible de dañar la reputación y las carreras de las personas implicadas, personas que como Chaplin o Welles, eran hostilizadas desde los círculos del poder en Washington. O sea fue un error lamentable, algo que el propio Orwell habría desmenuzado y denunciado desde otras perspectivas. Dicho de otra manera, se trataba de un gesto que él mismo (que creía firmemente en la famosa frase de Voltaire: “Detesto lo que decís; defenderé hasta la muerte vuestro dere­cho a decirlo”) habría considerado inadmisible.

Está claro que si una cosa está mal hecha, su naturaleza no cambia porque el responsable sea alguien que merezca el máximo respeto, como sin duda era el caso de Orwell. Al abordar la cuestión, Garton Ash trata de justificar su Orwell, primero porque para él denunciar comunistas son -a lo máximo- “pecata minuta”, y segundo porque está interesado en dejar a su Orwell como un modelo consagrada, de una honestidad que se verifica por su denuncia de lo que llama sin el más mínimo rigor “regímenes orwellianos”, de manera que desaparece toda la obra crítica su propia mundo, y orienta el sentido de sus escritos en una sola dirección, otorgándole la categoría de última palabra cuando, escamoteando cualquier análisis histórico concreto, enmarca el “telón de acero” bajo unas referencias literarias que, cierto apunta hacia algunas de sus características básicas, pero muy insuficientes, y las amalgama con otras que no le corresponden. Es más, hay en gente como Garton Ash mucho de los intelectuales orgánicos de un sistema único en el que la guerra es la paz, no hay más que ver lo que ha ido escribiendo éste sobre la guerra da Irak  (10).

La admiración en general por Orwell, no obliga a ninguna incondicionalidad, y parece evidente que se puede hablar de una derechización en su obra. El nervio vital del Orwell  de Homenaje a Cataluña y el de Animal Farm  no es otro que la admiración por la clase trabajadora y la apuesta por una revolución socialista con todos sus problemas, no faltaba menos. Éste nervio revolucionario ya no se encuentra en 1984, una obra en la que la revolución está contemplada de manera cuanto menos ambivalente. Al final no está claro que la propuesta del gran negador Goldstein (una combinación entre Trotsky y Nin según afirma Bernard Crick tomando en cuenta la documentación utilizada por Orwell) sea auténtica y no una oscura maniobra del propio poder. En su trama subyace un fatalismo en el que la sociedad sucia, cruel, uniforme, puritana y archicontrolada se impone como final de la historia.

Comen­tando este proceso, Mary McCarthy creyó ver con razón el principio de una evolución de Orwell hacia la derecha anticomunista, y escribió que fue una bendición que muriese tan joven. Desgraciadamente no se trata de una hipótesis  descabellada. En aquellos años, evoluciones de este tipo no fueron precisamente una excepción. Escritores que habían sido paradigma de las izquierdas como André Malraux o John Dos Pasos, dieron ese paso, un paso que, conviene subrayar, no contradecía el carácter “subversivo” de su obra anterior.

Una vez muerto, la obra final de Orwell pasó a ser enmarcada y etiquetada como un material cultural inapreciable para la guerra fría cultural. Esta manipulación afectó la imagen del Orwell izquierdista que fue bastante olvidado, y obras como El camino de Wigan Pier o Homenaje a Cataluña pasaron a segundo o tercer término entre sus obras. En los medias pasó a ser un “profeta” que anticipaba una nueva manera de ver el mal social. Con la invención del “totalitarismo” el juego se reducía al fascismo y al comunismo. El capitalismo quedaba redimido por la democracia realmente existente. Con esta regla de tres, hoy intelectual arrodilladas ante el Dios Mercado como Vargas Llosa puede dictaminar que los males del mundo no son la concentración de la riqueza y el poder, ni la destrucción ecológica, sino dictadores como Castro o Sadam.

En esta operación, todo el contenido anticolonialista y anticapitalista de la obra de Orwell, desaparecía o se difuminaba en aras a su “sentido” primordial  En aras a estos planteamientos, hoy es más que sabido que la CIA apostó al inicio de los años cincuenta por la promoción extraordinaria de Animal Farm  y de 1984 hasta el punto de auspiciar sendas adaptaciones cinematográficas made in Hollywood, “camelando” la viuda con la promesa de que contaría con el mismísimo Clark Gable. Sus resultados fueron muy desiguales, Animal Farm (John Halas&Joy Bachelor, 1954) fue una costosa y sugestiva versión en dibujos animados en la que su alegato anticapitalista (¡hay que recordar que los animales proletarios se rebelan contra un sistema esclavista¡) aparece debidamente diluido, y su final puede interpretarse como una revolución o como una contrarrevolución (en la versión digital del 2001, ya no hay dudas: hay una contrarrevolución). En cuanto a la adaptación de 1984 encargada a un “artesano” obediente en ciernes como Michael Anderson (el mismo que perpetró La vuelta al mundo en 80 días con Cantinflas), no convenció a nadie. A pesar de contar con un vistoso reparto encabezado por Edmond O´Brien, Jan Sterling y Michael Redgrave, que empero no llegó a tener difusión, en parte porque la viuda de Orwell la consideró como una “traición” respecto al original literario, y exigió su retirada, y en parte porque los ajustes temáticos para diseñar la “esencia” totalitaria de manera que nadie dudara que se refería a la URSS de Stalin, a los productores tampoco les convenció (11).

De hecho, no sería hasta los inconformistas años sesenta que el auténtico Orwell fue ampliamente recuperado como parte de una denuncia democrática  y revolucionaria del estalinismo, como el cronista de una revolución socialista concreta, la española, cuya represión significó la muerte moral de la República, y que hasta entonces se había tratado de ocultar.

Después de más de un año de la aparición de la noticias sobre la “delación” de Orwell, unas notas de la pequeña columna que Eduardo Haro Teglen tiene diariamente en El País (02-09-04) ha resucitado la historia. Según Haro: “Orwell fue trotskista, vio los desmanes contra los suyos en la guerra de España y luego entregó listas de comunistas clandestinos a Estados Unidos”. Días después, y en respuesta a la andanada de Fernando Savater  (4-09-04), Haro insiste en la lista que “envió desde el hospital -murió meses después- al Information Research Departement, servicio de propaganda anticomunista del Foreign Office, al que, por cierto, perteneció Isaiah Berlin durante la guerra fría, en Washington, donde figuró con la cobertura de secretario de Embajada (12). El añadido norteamericano es algo amplifica el gesto, y es un detalle que Haro no refrenda y que en el contexto resulta diferente al IRD tal como lo que expone con precisión Andy Durgan. Aunque comienza matizando su culpa como una reacción comprensible del “trotskismo” de Orwell, lo que queda colgando es la acusación de delación, que ya fue ofrecida por El País desde el primer día sin que Savater tuviera a bien levantar su briosa.

La nota revela a mi entender, que en sus esquemas políticos, Haro sigue bastante confundido con lo del “trotskismo”, algo que no se puede decir de Savater que lo considera sin más mera arqueología. Durante años no ha dejado de definir reiteradamente a Orwell y al POUM como “trotskistas” sin mayores matices, título que también ha concedido una y otra vez al antiguo poumista Julián Gorkin, y además al evocar las actividades de éste en instituciones financiadas por la CIA. No obstante, justo es añadir que esta extraña fijación reduccionista –y un tanto delirante- no ha estado reñida por su parte con un amplio reconocimiento tanto del POUM como de Trotsky, reconocimiento expresados muchas veces en las páginas y portadas de las revistas que animó como la casi mítica revista Triunfo (13) así como en Tiempo de Historia. Justo es recordar cuando estas cosas ya se olvidan, que Haro siempre  ofreció una amplísima cobertura a todas las criticas y disidencias en los partidos comunistas y en los países del Este, y se mantuvo una firme defensa de la “primavera de Praga”. Y es que  Haro fue abiertamente un “compañero de ruta” del PCE en una época en que este partido era la “bestia negra” del franquismo, y tal como él suele expresar, mientras que él se ha mantenido firme en sus convicciones, buena parte de los dirigentes de dicho partido han acabado cambiando de camisa.

No es necesario poseer la agudeza del autor de La infancia recuperada para captar que la defensa incondicional de Orwell suena a pretexto para apuntar contra el “canalla” de Haro por motivos varios. Tampoco deja de resultar significativa esta fijación polémica destemplada “de izquierdas” cuando, con todas las críticas que se le pueda hacer –y el que más y menos las hace-, Eduardo es sin duda, una de las contadas plumas representativa de la izquierda combativa –o sea la que se muestra en los hecho, actuando- en las columnas de un diario en el que la presencia derechista es más notoria de lo que pueda parecer. Esta particularidad hace que mucha gente militante asfixiada, suele comenzar la lectura de este diario “independiente” respirando por su columna, situada por cierto en las páginas finales, como un añadido a los comentarios sobre los canales televisivos.

Savater no solamente defiende el honor de Orwell (en  términos semejantes a los ya expresados desde la Fundación Andrés Nin),  sino que va mucho más allá, Aplica contra Haro su estilo “demoledor” denigrándolo con alusiones “contra el sectarismo totalitario de los pseudo progresistas“, con expresiones del tipo “¡Vaya qué malos han sido siempre los antiestalinistas!”, como si Haro hubiera reducido a Orwell a ese gesto, como si la acusación sirviera para todos los críticos del estalinismo. Savater ofrece otro indicio sobre donde van sus tiros recordando que “en aquellos tiempos la mayoría de intelectuales políticamente comprometidos simpatizaban con Stalin (como cuenta estupendamente Martin  Amis en Koba el Terrible)”. Este último comentario es todo un indicio que el camino de Savater a Orwell en el mismo que el de Garton Ash (14).

En el trasiego del debate una alusión a qué el antaño trotskista Christopher Hitchens (recomendado por Savater y que Haro justificar anacrónicamente como alguien al que los estalinistas querían matar) sobre Orwell es el autor de un texto sobre “Las mentiras de Michael Moore”, lleva a Savater ironizar tontamente sobre “San Michael Moore” para concluir malévolamente: “quedo a la espera de otros nombres de compañeros de viaje de Bush, que sin duda nos proporcionará próximamente Haro”, algo que no podía ser una delación ya que estos gozan de  muy “buena prensa”,  prácticamente de toda la prensa norteamericana y buena parte de la internacional. Evidentemente, Moore no es ningún santo, ni siquiera un genio indiscutible, aunque tampoco lo fue Orwell. Ahora a resultas de la reelección de Bush se ha convertido en alguien a abatir con el sarcasmo.

Nuestro Orwell es el que descubrió la clase trabajadora, el de la revolución y el POUM, mientras que el agonizante que redactó unas bochornosas listas se acerca más al que trató de instrumentalizar la CIA y al canonizado por intelectuales en plantilla como Garton Ash, cuyo Orwell no tiene nada que ver nada con la clase trabajadora, el antifascismo…El suyo es alguien perfectamente encuadrado en el carro de la Victoria o sea el que  si existió alguna vez fue a través de esos cuadernos producto de una neurosis final que confundió su antiestalinismo con el más vulgar anticomunismo.

      Notas

(1)     Michael Shelden, George Orwell (Empecé, 1993, p. 426.

(2)     Citado por Frances Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural (Debate, Madrid, 2001, p.418).

(3)      El artículo de Garton sobre Orwell apareció publicado en El País (16-06-01) El lector encontrará más información sobre el anticomunismo de Garton Ash en una reseña sobre el libro de Martin Amis Koba el Terrible en el número 197 (09/04) de El Viejo Topo

(4)      Cf. Enrique Krauze, La paradójica santidad de Orwell (El País, 29-06-03); José Miguel Oviedo, La lista negra de Orwell (El País, 13-10-03).

(5)     Cuando  la URSS y Gran Bretaña se aliaron durante la II Guerra mundial, el “prosovietismo” se hizo generalizado, y el propio Orwell sufrió las consecuencias. El pacto con el “Diablo” del que habló Churchill no evitó por ejemplo que hasta el cine británico produjera, de la mano de Anthony Asquith (hijo del famoso ministro conservador), una película a la mayor gloria del régimen estalinista, La mitad del paraíso (1943), y en la que un ingeniero ruso (el mismísimo Laurence Olivier), demuestra a los ingleses el acto grado de organización científica y de economía del trabajo logrado por la URSS, amén de una simpatía que resulta algo así como la negación de la Greta Garbo de Ninostka.

(6)     Deustcher cuenta en el mismo artículo (1984, el misticismo de la crueldad, incluido en la antología Herejes y renegados, Ed. Ariel Barcelona, 1970), como un vendedor ciego de Nueva York le recomendó el libro diciendo: “¿Ha leído usted ese libro?. Tiene que leerlo, señor. Entonces sabrá usted por qué tenemos que lanzar la bomba atómica sobre los bolcheviques”.

(7)     Cit.  Michael Shelden, ob. Cit., p. 428.

(8)     Una aproximación a la historia del comunismo británico no puede ofrecer la muestra un partido que atravesó diversas etapas con graves contradicciones, y con una militancia que brilló especialmente en el mundo cultural, y en éste el debate sobre el estalinismo fue prácticamente continúo. El lector que quiera un mayor acercamiento a la historia del comunismo británico tendrá que hacerlo a través de las memorias y estudios biográficos de algunos de los intelectuales que formaron parte de él como  el grupo de poetas de Oxford, Philby,  Eric J. Hobsbawn o  E. P. Thompson.

(9)     En Herejes y Renegados, Deustcher establece con claridad meridiana las diferencias entre los renegados (que abjuraron de su ideal) y los herejes (que lo interpretaron libremente), y entre los intelectuales como Koestler o Spender que únicamente conocieron el comunismo estalinista, y los que como Ignazio Silone fueron revolucionarios que tomaron parte en la construcción de los partidos comunistas. Esta diferencia también se da en Orwell que fue un revolucionario que militó en un partido revolucionario como el POUM. Esta “iluminación” nunca la olvidó, al contrario que Koestler, convertido en un vulgar sicario de la CIA.

(10) Llama la atención que en el citado artículo Garton Ash subraye una y otra vez la honradez, su rabiosa independencia que le llega hasta desconfiar de los partidos, como una característica más determinante en Orwell. Sobre todo porque no hay en sus escritos la menor voluntad de profundizar en los problemas no oficiales de nuestro tiempo, todos ellos son una apología del presente, y no ofrecen la menor muestra de inquietud por saber lo que ocurre detrás de las fachadas institucionales, lo suyo es ante todo legitimar a los que mandan.

(11) La historia de la producción de estas películas está ampliamente tratada en la obra cita de Stonor Saunders, p. 410 y ss,  Ofrecían una “coartada cultural” que no poseían los más burdos productos que el gobierno impuso al cine como un cupo de pantalla, y que tuvieron  prácticamente que cumplir todos los cineastas norteamericanos.

(12)  No es este el lugar de entrar en la parte de la polémica que corresponde a Berlín, pero si creo necesario señalar que, sin menoscabo de la talla intelectual de éste, su orientación política no tenía nada que ver con la izquierda, la clase obrera o  el POUM, antes al contrario. Stonor Saunders dice muchas más cosas que las pudiera insinuar Haro. Cosas que van mucho más allá que unas “listas” escritas con cuarenta grados de fiebre, y que solamente se les puede amalgamar bajo el manto del “antitotalitarismo2, un concepto que Berlín jamás aplicaría a las multinacionales que están haciendo que lo del “totalitarismo”  pueda parecer cosas de aficionados.

(13) Para quienes lo hayan olvidado: Triunfo fue el equivalente en el exilio interior de lo que el exilio exterior representó Ruedo Ibérico para el antifranquismo militante, y aunque en su línea general la presencia del PCE y de sus “proches” era obvia (también lo fue en Cuadernos para el Diálogo), reducirla a una plataforma “comunista” es tan aberrante como atribuir a Haro vinculaciones estalinistas. El propio Savater pudo escribir sus trabajos de signo libertario como una apasionada exaltación de Bakunin, quien lo diría.

(14) Con relación a Martin Amis me remito a la nota 3.

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