Orwell y el comunismo
Desde que en la edición del domingo 22 de junio del 2003, el corresponsal de El País en Londres, Walter Oppenheimer, ofreció la crónica sobre como “Orwell delató a 38 simpatizantes comunistas”, se han dado diversas polémicas sobre este gesto final, efectuado cuando estaba enfermo de tuberculosis en el pulmón izquierdo. Orwell fue hospitalizado en junio de 1948, y aunque se recupera vuelve a recaer. Es también la época en acaba la redacción de 1984, que en un principio quiso titular El último hombre en Europa.
La recaída le lleva a ser ingresado en el sanatorio de Graham, en el sur de Inglaterra, y fuertemente medicado, falleció el 21 de enero de 1950. Entre sus papeles se encontraron unas notas sobre los sueños que le habían obsesionado durante los dos últimos años: “A veces es el mar o la playa, más a menudo grandes y espléndidos edificios, o calles, o barcos, en los que suelo perderme, pero siempre con un peculiar sentimiento de felicidad y de estar al sol al despertar. Indudablemente todos estos edificios, etc, significan la muerte. Soy casi consciente de ello incluso soñando, y estos sueños se hacen más frecuentes cuando mi salud empeora y pierde la esperanza de recuperarme. Lo que nunca puedo entender es por qué, si no tengo miedo a la muerte (miedo al dolor y al momento de morir, pero no a la extinción), esta idea tiene que aparecer en más sueños bajo distintos disfraces” (1).
De entre sus últimos papeles de este tiempo se encontraba un cuaderno sobre el que el gobierno británico no ha levantado el secreto oficial, y que por lo tanto se han hecho públicos. Se trata del documento FO 1110/189 (FO indica Foreign Office), ya de lectura libre en el Archivo Nacional Británico y en que se ofrece una lista de 38 "criptocomunistas”. Se trata de un cuaderno informal que en el que el escritor fue estableciendo una lista privada de ciudadanos occidentales a su parecer eran criptocomunistas o “compañeros de ruta”, según el término acuñado por Trotsky en Literatura y revolución para describir los que hacía parte del viaje con la revolución, y luego aceptado como parte del léxico del movimiento comunista aunque ya no se trataba de la revolución sino de colaborar con la política exterior soviética, una colaboración concebida por los más idealistas como un contrapeso del nazi-fascismo, o bien de la prepotencia imperialista que continuaba subyugando a los pueblos colonizados.
El cuaderno dejó de ser un secreto cuando fueron reseñados en la biografía autorizada, George Orwell. A life, de Bernard Crick publicada a principios de los años ochenta. Crick defiende la lista de Orwell, argumentando que “no era distinto de los ciudadanos responsables que hoy pasan información a la brigada antiterrorista sobre personas que conocen y piensan que son activistas del IRA. Se consideraba una época muy peligrosa, el final de los cuarenta” (2). Y añadía que Orwell siempre se manifestó contrario a cualquier medida represiva contra el Partido Comunista británico. Al biógrafo le otorgaron la razón un sector de la intelectualidad británica que coincidía en la reafirmación del mito de la existencia de un grupo intelectual, unido por sus vínculos con Moscú, y agrupados oscuramente en un intento sedicioso de preparar el terreno para el estalinismo en Gran Bretaña, un temor que a finales de los años cuarenta podía hacer perder el sueño a mucha gente, pero que actualmente carece del más mínimo fundamento documental. No obstante había algo que fallaba en el razonamiento, primero por que, como se verá, ninguno de los implicados tuvo la menor relación con actividades ilegales, nada que permita una más que abusiva comparación con los republicanos irlandeses. De hecho, muy pocos entre los señalados se distinguieron como tales “compañeros”. Solamente uno de ellos (Peter Smollet), se ha comprobado que fue ciertamente un agente soviético.
No obstante, el cuaderno se convirtió en “gran noticia” cuando un intelectual tan orgánico –y tan bien pagado- como Timoty Garton Ash publicó en el diario The Guardian (22-06-03) una relación de 38 componentes incluidos en el documento oficial, asegurando que Orwell recurrió a la delación (según su propia definición) por su amor imposible con Celia Kirwan, militante laborista ligada a la corriente de izquierdas presidida por Aneurin Bevan (con la que Orwell estaba muy identificado tiempo atrás) y funcionaria. Fue la hija de Celia la que lo entregó a Garton Ash como si fuera una primicia. El artículo apareció en varias cadenas de prensa internacional. La prensa amarilla no desaprovechó la ocasión. Así el Daily Telegraph cuando divulgó la noticia la tituló de la siguiente manera en primera plana: "Icono socialista convertido en un delator”. Anotemos que normalmente el socialismo de Orwell no es algo que suela subrayar en la prensa convencional.
Garton Ash era lo suficientemente inteligente para no tener que destruir el “icono socialista”, la bastaba con darle la vuelta siguiendo las pautas del neolenguaje. El suyo es un Orwell mediáticamente consagrado como “el escritor que captó la esencia del totalitarismo y avistó el futuro con libros como Rebelión en la granja y 1984”. En aras de esta tentativa de un Orwell a la medida neoliberal, Garton en imponer varias maniobras con concuerdan con las tesis sobre el “final de la historia”. Desde este canon, el socialismo de Orwell no era más que una respuesta quijotesca a unos molinos de vientos (el Capital, el colonialismo británico, el fascismo, etc), que ya no existían (al menos no lo busquen en los escritos de Garton Ash). El comunismo tampoco, pero debe de estar algo más vivo porque para el popular historiador, Orwell es ante todo un anticomunista. Y esto en el sentido que la gente como Garton le dan al concepto.
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