Francisco Fernández Buey y la perestroika (V)
Salvador López Arnal (editor)
Presentamos en esta entrega un texto del autor de Marx (sin ismos), sin título -podríamos titularlo “Sobre las causas de la desintegración de la URSS”- y sin fecha (probablemente de abril-mayo de 1996), que puede consultarse entre la documentación depositada en la Biblioteca Central de la UPF. Comenta Fernández Buey en el escrito las informaciones del New Perspective Quarterly de Los Angeles y el Courrier International n.º 283, 4/10 de abril de 1996 que habían publicado las actas de una conversación -8 de octubre de 1995, montañas de Colorado (USA)- entre Margaret Thatcher (primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990), George Bush (presidente de los EEUU de 1988 a 1992), François Mitterrand (presidente de Francia entre 1981 y 1995) y Mikhail Gorbachov (Secretario General del PCUS de 1985 a 1991). En el encuentro, se analizó, cinco años después, las causas del hundimiento de la URSS.
Se trataba sin duda, en opinión del profesor de la UPF, de un documento excepcional para interpretar las causas históricas del hundimiento de la URSS por el papel protagonista de los convocados. Era, además, “un documento apasionante tanto desde el punto de vista político como para historiografía”, porque mostraba “hasta qué punto el pasado reciente se interpreta ya en función del presente.”
El presidente de EEUU apenas habló. Se limitó a recordar “aspectos muy secundarios, casi anecdóticos, para la cuestión principal”. Lo cual, en opinión de Fernández Buey, ponía de manifiesto, una vez más, “el pragmatismo de la política exterior de la gran potencia que representa y que ha salido, obviamente, muy reforzada de la nueva situación que se creó en 1990-1991.”
Margaret Thatcher, la más crítica de la situación creada a partir de 1990, consideró un error la reunificación de Alemania por lo que eso tenía “de germanización de la política de la Unión Europea” y advirtió de los peligros que comportaba la nueva situación con referencia a la situación de los años treinta en Europa.
Mitterrand, el más crítico de la política exterior y militar ofensiva de los EEUU y del Reino Unido en los años de la “segunda guerra fría” (1980-1986), se mostraba ahora “comprensivo con todo lo que ha pasado y también con lo que hay en 1995.”
Gorbachov, que seguía teniendo clavada la espina de su derrota en la URSS por la oposición a su proyecto de nueva federación de la antigua Unión Soviética, pensaba ahora, muy razonablemente en opinión del autor de Leyendo a Gramsci, que “el asunto de la identidad nacional en la época de la globalización de la economía es el más aguado de los problemas del mundo actual y relaciona esto con sus argumentos de entonces para reformar -sin descomponer- la URSS.”
Hay un aspecto particularmente interesante en la conversación, señala el profesor de Filosofía Moral y Política, una curiosidad sociopolítica imperante:
La interpretación más lúcida de los hechos pasados y de la situación presente la hace MT, que ya había sido derrotada en el partido conservador del Reino Unido, en el partido conservador inglés en 1990. El único de los cuatro que habla como un demócrata de verdad, en el sentido occidental del término, el único que tiene un concepto serio de democracia y hace consideraciones pertinentes relacionadas con el gobierno del pueblo (entonces y ahora), y que no se queda en apreciaciones sólo geopolíticas o de alta política, es Gorbachov, cuyo predicamento en su país es, como se sabe, casi nulo (no llega ni al uno por ciento de los votos en las últimas elecciones legislativas y presidenciales en Rusia) [la cursiva es mía]
Margaret Thatcher consideraba que el factor decisivo en el hundimiento de la URSS fue la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDS), la “guerra de las estrellas o de las galaxias”, propiciada por el ex presidente norteamericano Ronald Reagan y apoyada por ella misma desde comienzos de los años ochenta. Su argumento, un argumento conocido y compartido por muchos: “que el gobierno norteamericano de entonces sabía que esta ofensiva estratégico-militar (una variante ofensiva de la estrategia nuclear) iba a exigir una enorme capacidad tecnológica (sobre todo en el campo de la informática y la telemática) para la cual la URSS no estaba en absoluto preparada”.
Así, pues, el factor decisivo en el hundimiento de la URSS habría sido, según Thtacher, el cambio operado en la estratégico-militar de los EEUU -y de la OTAN- en la llamada segunda fase de la “guerra fría”, los años 1980-1986:
Poner a la URSS contra las cuerdas de manera que la anticuada estructura económico-teconológica de aquel país no pudiera resistir ya esta ofensiva. No hay duda de que éste ha sido el punto de vista dominante en el partido republicano desde Nixon (el consideraba que se había entrado en la “tercera guerra mundial” sin más) y en las altas esferas estratégicas del Pentágono a partir de 1982-1983.
En cambio, Mijail Gorbachov, prosigue el autor de Conocer a Lenin y su obra, niega el papel decisivo de la IDS reaganiana con dos argumentos. El primero:
No admite que las reformas iniciadas en la URSS en 1985-86, conocidas en su momento con el nombre de perestroika, hayan sido una consecuencia de la ofensiva estratégico-militar de Reagan-Thatcher, sino decisión propia motivada por la necesidad de abordar con una nueva óptica liberalizadora los problemas internos de la URSS.
El segundo:
Mantiene que la lección que podría sacarse de esta interpretación de Thatcher para el futuro sería errónea (seguramente pensando que tal interpretación da alas a los críticos del gorbachovismo en la propia URSS luego en la CEI).
Gorbachov puso los acentos, por el contrario, en la decisión soviética de 1985, en el sentido de cambiar la política exterior -priorizar el desarme nuclear- y liberalizar las relaciones interiores para adaptar la estructura política de la URSS a los cambios que se habían producido en la economía y en la sociedad durante las décadas de los años sesenta y setenta. Pero se ve obligado naturalmente, señala FFB, “a diferenciar lo positivo de la política de la perestroika (la liberalización y la tendencia pacifista) del resultado final de todo el proceso (la desaparición de la URSS), negativo también para él”. De manera que, al valorar las causas del fracaso de la perestroika y del hundimiento de la Unión Soviética, tiene que poner el acento en otro asunto: “las resistencias que hubo en la propia URSS a aceptar las reformas en curso, sobre todo en lo concerniente a la nueva configuración federal de la Unión”.
Evidentemente, sostiene el autor de 1917, tanto en el caso de Thatcher como en el caso de Gorbachov se trata de justificar, con la distancia del tiempo, las respectivas políticas seguidas entre 1986-1990, en esa segunda fase de la guerra fría. Thatcher tenía que justificar en 1995 una decisión muy criticada en aquel momento por amplios sectores pacifistas occidentales con la consideración, acertada en opinión de FFB, de que esta estrategia ponía a Europa en peligro de guerra nuclear.
Bastará con recordar a este respecto la amplitud de las protestas ciudadanas contra aquella política en el Reino Unido, Alemania, Francia, Países Bajos, España, etc. El pacifismo europeo de entonces llegó a hablar de que se estaba entrando en una fase “exterminista” y muchos científicos compartieron este análisis. El cine y la literatura de los años centrales de la década de los 80 han dejado varias muestras del ambiente de pánico que se creó en Europa.
En el caso de Mijail Gorbachov se trataba de justificar en 1995 la voluntariedad de una política, la perestroika, que “obviamente, conduciría al fracaso político de su principal exponente en Rusia y a la desintegración definitiva del sistema que se pretendía reformar”. Atender sólo, o principalmente, a los factores internos permitía descargar la culpa del fracaso o de la derrota en “la incomprensión y el primitivismo de gran parte de las compatriotas”. Lo anterior ligaba con el hecho, indiscutible para FFB, de que Gorbachov había sido “al mismo tiempo el dirigente ruso más popular en Occidente y más impopular en Rusia”.
El presidente francés, por su parte, opinaba, ya al final de su vida, que lo que había provocado el hundimiento del sistema soviético había sido más bien la incapacidad para controlar los movimientos de desagregación que se habían producido en los países del Este de Europa en los años 80. Sobre todo en Polonia, Checoslovaquia y, finalmente, en la RDA. Esa incapacidad “habría estado vinculada, positivamente, a la voluntad de no resolver tan conflicto aplicando la fuerza”.
En opinión del profesor de la UPF, la argumentación de Mitterrand conducía a considerar como factor decisivo del hundimiento de la URSS la impotencia manifiesta a la hora de controlar la migración que a partir del año 1989 “se produjo en la RDA hacia Hungría, Checoslovaquia y la RFA”. Sobre todo, recordaba FFB, cuando en noviembre de aquel año se había producido la caída del muro de Berlín.
Atendiendo al argumento de Mitterrand, Mijail Gorbachov admitía la importancia de tales movimientos, pero sugería al mismo tiempo que la política soviética de no-intervención, en 1989-1990, no había sido consecuencia de la impotencia sino “una manifestación más de la voluntariedad de la nueva política exterior”, del alejarse de la política brezneviana de “soberanía limitada”. No sólo en el caso de Afganistán sino también en los países que entonces formaban parte del Pacto de Varsovia.
Ahora bien, proseguía el autor de Marx a contracorriente, mientras que en lo referente a la disgregación del Pacto de Varsovia Gorbachov piensa que en 1989 “se había creado algo así como un estado de necesidad y que, por tanto, la URSS ni tenía ni podía tener otra política distinta del dejar hacer”, al analizar el hundimiento, la desintegración de la URSS en 1991, el antiguo secretario general del PCUS ponía “el acento en la importancia que tuvo la acentuación de las tendencias centrífugas, disgregadoras y nacionalistas para el estado plurinacional que era la Unión Soviética.”
En su intervención en el foro del Colorado, Gorbachov señaló que la clave para explicar este último hecho, el final de la URSS, se había de buscar en lo ocurrido durante los meses que van de junio a diciembre de 1991. FFB recuerda las fechas siguientes:
la elección de Boris Yeltsin como Presidente (12 de junio), el intento de golpe de estado contra el propio Gorbachov (21 de agosto), la declaración del fin de la URSS por los presidentes de Rusia, Ucrania y Biolorrusia y la fundación de la CEI (8 de diciembre), la asunción del mando de las fuerzas armadas por Boris Yeltsin (21 de diciembre) y la dimisión final del principal protagonista de la perestroika (el 25 de diciembre de 1991).
Qué ocurrió durante esos meses decisivos, se pregunta el autor de Poliética.
Más allá de la interpretación de Gorbachov, pero arrancando de ella, había que decir que se produjo entonces una amplísima coincidencia entre sectores muy diferentes de la población (y por motivos distintos) que se oponían al nuevo Tratado de la Unión en términos federativos.
La cuestión de las nacionalidades pasó a primer plano con virulencia precisamente porque siendo, como lo era, un asunto central en un estado plurinacional y pluriétnico había sido silenciado durante demasiado tiempo. Este silencio, del que hay que hacer responsable al grupo dirigente del PCUS en la época brezneviana, se convirtió casi de repente, como suele ocurrir, en contradicción clamorosa.
A partir de ese momento, prosigue FFB, ya no hubo una sola perestroika sino varias:
Contra la versión gorbachoviana de la perestroika federalista se unieron -”contra natura”, diríamos en el lenguaje político occidental- los representantes de las tendencias a la separación en seis de las repúblicas de la antigua URSS (Armenia, Georgia, Moldavia, Lituania, Estonia y Letonia), los representantes de las tendencias más oportunistas e irresponsables que en el seno del PCUS, y por razones de poder, deseaban desplazar a Gorbachov, y los representantes de la eslavofilia más o menos nostálgica del Imperio.
Lo que en lenguaje político ilustrado se tendía a llamar “contra natura” o antinatural, podía ser lo más natural del mundo desde el punto de vista sociocultural, advertía el estudioso de Karl Kraus. Sobre todo cuando lo más natural del mundo -las diferencias étnicas, lingüísticas y culturales, de un lado, y el mestizaje producido por las migraciones de otro-, era silenciado, ocultado o ideológicamente disfrazado, de manera que no llegaba “a tener expresión política propiamente dicha que es la mediación racional de las diferencias”.
En ese caso, prosigue el profesor de Filosofía moral y política, todas las palabras importantes del lenguaje político habitual -”autodeterminación”, “federalismo”, “socialismo”, “libertad”, “democracia”- cambiaban de sentido como por ensalmo. Y ya no se escuchaban los argumentos del otro sino que sólo se prestaba atención al sonido de las palabras. Yendo al caso:
Cuando pase el tiempo se verá que tan “antinatural” habrá sido el denominado “nacional-bolchevismo” como la declaración de Clinton llamando “triunfo de la democracia” a la consolidación del caos y de la catástrofe representados por Yeltsin.
Cuando falta mediación política, cuando falta cultura política -y ese era el caso de la URSS en su opinión-, “los deseos, los expectativas, los intereses y las pasiones de las gentes suelen asemejarse a un gran péndulo en el que da la impresión de que los extremos se tocan porque realmente los sujetos no saben dónde están, no saben nombrar todavía su posición, su ubicación”. Van y vienen de un lado a otro, sin que lleguen a encontrarse.
En este caso, el encuentro, cuando se produce si se produce, toma la formaba de la paradoja y de la catarsis. Rusia había sido históricamente -así se había dicho siempre- un país de extremos, de paradojas y de catarsis.
Cuando se pone en marcha -como solía recordar Dostoievski- se asemeja al viejo gigante que dormita durante décadas y décadas y creer tener que volver a empezar diciendo siempre desde el principio. Lo que el viejo gigante necesita es que alguien o alguienes le digan dónde se quedó la voz anterior, por qué camino iba. Por desgracia, los dirigentes políticos occidentales han demostrado una vez más en estos cinco años que no son ese alguien. Cabe esperar, por tanto, de nuevo, la paradoja histórica y la catarsis interior.
FFB pensaba entonces que, con el fin de la era Yeltsin, la paradoja histórica estaba a punto de llegar en Rusia. Las gentes se movían, volvían las manifestaciones por abajo. Las pancartas que las gentes llevaban en las manifestaciones de aquellas semanas volvían a llamar a las cosas por su verdadero nombre:
El pensamiento propio de los abajo sobre las realidades económicas y sociales está empezando a ocupar el lugar de la ideología y del verbalismo. Lo que dicen estas pancartas es veraz, digno y razonable. Es otra cosa: nada que ver con la nostalgia del autoritarismo burocrático ni con la fascinación inducida por un mercado que está resultando tan catastrófico para los de abajo como el viejo estatatismo.
Podía ser que Rusia, conjeturaba el autor de Utopías e ilusiones naturales, nos deparara todavía el espectáculo edificante de una nueva paradoja histórica:
La de acabar reconociendo, por aproximación de los extremos del péndulo, que Gorbachov habiendo equivocado en su momento las palabras tenía, sin embargo, razón en todo lo fundamental, a saber: en su apuesta por un punto de equilibrio entre mercado y estado y en su proyecto federalista para un conjunto de comunidades diferenciadas cuya separación precipitada empieza a verse ahora como una de las causas del hambre generalizado y de la desmoralización de las personas [la cursiva es mía]
Las paradojas históricas chocaban a menudo con el concepto racional de la justicia. Podría darse por tanto, señalaba Fernández Buey, que “el hombre del 1%” no volviera a tener un papel decisivo en la nueva Rusia. Tampoco de eso podría decirse el día de mañana que fuera “antinatural”.
Pero, ¿cuántas cosas “antinaturales” de este tipo, recordaba finalmente el analista de la perestroika, habíamos vivido también en esta otra parte de Europa? ¿No había dicho el revolucionario sardo, con razón remarcaba FFB, que la revolución de octubre de 1917 había sido una revolución contra El capital?