Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Sobre la risa (1969)

Karel Kosík

(En recuerdo de Frantisek Cervinka)

Discusión en la Oficina Editorial de Plamen el 5 de junio de 1969, en la que participaron las siguientes personas: Frantisek Cervinka, Iva Janzurova, Milos Kopecky, Milan Moravek e Ivan Vyskocil. La discusión se tituló: «La risa y la liberación». La condujo el inolvidable Frantisek Cervinka, quien abrió con la frase: «…el humor es un asunto importante y un problema importante». El registro de esta discusión nunca se publicó debido al hecho de que la publicación del Plamen se prohibió poco después. En una revisión de mi casa en 1972, agentes de la Seguridad Estatal expresaron cierto interés en el registro estenográfico de este diálogo. Cuando se les preguntó si el régimen tenía miedo de la risa, el comandante del equipo de asalto rió, y después apuntó el fajo de material estenográfico titulado «Risa y liberación» en el registro de material confiscado con el número A27. En abril de 1991, le comenté sobre la existencia de este ensayo al periódico Literarni noviny (soy miembro del consejo editorial), pero el editor en jefe lo rechazó con la concurrencia de «la mayoría del consejo editorial», porque no «correspondía con el espíritu de los tiempos. Tales son las aventuras y el destino cómico de esta vieja conversación sobre la risa.

1 de mayo de 1991, Karel Kosik

¿No es la mayor cualidad de la risa el hecho de que la gente ríe y puede reír de diferentes formas, sin saber o necesitar saber lo que es la risa, en tanto la risa pasa por todo aquel que piensa sobre ella y que pregunta sobre su carácter esencial? Eso indicaría que la risa está relacionada con el lenguaje. Después de todo, la gente habla sobre el más amplio abanico de temas y disfruta haciéndolo, y no le incomoda en lo más mínimo el hecho de no conocer la definición de una frase o de ignorar las disputas de los filólogos o los filósofos. En realidad, la relación entre lenguaje y risa es más profunda de lo que parecería a simple vista. Sólo un ser dotado con el lenguaje puede reír, y el habla y la risa no son apéndices a la existencia humana, sino sus partes constitutivas.

Quien quiera comprender la esencia de la risa debe renunciar a la idea de que de alguna forma tiene que ver con la interrelación de músculos, bocas abiertas, voces y ruido. La risa tampoco implica que alguien tenga que volverse alegre y radiante. La esencia de la risa está en el estado mental. La palabra checa para mente [mysl] alude al pensamiento y a la cogitación, pero su significado elemental se aproxima al alemán «Gemiit» y al griego «psyche», como lo indican expresiones tales como «estar de buen humor», «no descorazonarse», «libre pensar», etc. Los demócratas checos de la primera mitad del siglo diecinueve se pusieron felices cuando descubrieron una joya entre proverbios que parecía confirmar su idea de que la gente ordinaria también se enfrasca en la filosofía: «La mente humana−infierno y cielo». Como la risa proviene de la mente, todo estado mental crea su propia risa particular. Podemos diferenciar entre una risa bien intencionada, una maliciosa y una llena de astucia; también podemos saber si una risa es afable o cruel, natural o fingida, etc.

Lo que una persona tiene en mente, y lo que en la mente brota y madura, no tiene que ser sinónimo de cómo se expresa en el rostro. Éste y la mente existen de manera diferenciada, de manera que es posible que una mente enojada pueda parecer amable, de igual manera que una mente triste puede ocultar su pena bajo una «sonrisa ligera». En la risa y con la risa una persona puede deshacerse de su rigidez e incomodidad, y abrir su entorno y a sí misma. La risa implica liberarse, y ambos elementos corpóreos mediante los que la mente se refleja en el rostro, ojos y boca otorgan a estas libertades toleradas una forma y fungen como modelo de las mismas. En algunos tipos de risa la relajación excede todo límite e interfiere con todas las precauciones. Entonces presenciamos risas inadecuadas, impropias, ofensivas o incluso crueles. La risa libera y la rigidez, o incluso sólo la seriedad ordinaria, de manera gradual cede el paso a la risa ligera. De manera alternativa, puede de pronto estallar en una explosión de risa incontrolada y salvaje.

La risa es preciosa y excepcional. Quien ríe todo el tiempo y de todo, en momentos inadecuados o lugares impropios, no sólo revela superficialidad sino también el desequilibrio de su propia mente: es alguien frívolo.

II

La razón aguda (der Witz) no cuenta chistes o historias graciosas, sino que más bien tiene que ver con una profunda disposición mental o receptividad que está consciente de lo que ocurre y se puede comportar de manera correspondiente. La agudeza es la disposición mental multiplicada. Esta receptividad no une percepciones e impresiones individuales para conformar un cuadro comprehensivo, sino que más bien reconoce de inmediato y en un solo acto de qué se trata el asunto. Debido a esto es que puede actuar a tiempo. La razón aguda no es un frío cálculo sin humor; es una receptividad abierta y chispeante que percibe las conexiones con aquello que pareciera ser distante y extraño. En vez de ello, de una tajada −con una incisión o una broma− separa lo que el azar y la apariencia externa han colocado juntos. La agudeza es distinta de las bromas y del hacer bromas. Estas actividades son sólo una imitación de lo que ya se ha dicho y revelado, y tan sólo acompañan a una brillantez superficial y vana. La razón aguda es ingeniosa y sabe cómo discernir a partir de implicaciones lo que está ocurriendo. La esencia de esta aguzada receptividad es la imaginación, que fusiona hechos relacionados en uno sólo y amputa crecimientos enredados y accidentales. La risa es tanto símbolo como simbolismo; tiene preferencia por la brevedad, la consistencia y lo sorprendente. Elimina cualquier especie de tedio, pomposidad y verbosidad.

La agudeza como receptividad chispeante constituye la base de la risa social. En esta risa nace una sociedad de gente que se reconoce, que no se ríe de los demás sino que ríe junta de su propia ridiculez, de su capacidad de hacer reír a los demás y de provocar una tormenta de risas. (El perspicaz e intrépido Prometeo tenía sentido del humor y reía, mientras que su torpe hermano carecía de este don).

La risa social revela lo que no es razonable: quien intente cobrar notoriedad y situarse por encima de los demás, aquel que en sus actos, comportamiento y discurso va más allá de la moderación y exagera, es devuelto a su lugar −mediante la risa. Aquellos que participan de la risa social reconocen su propia falibilidad, finalidad, mortalidad, y, de esta manera, su propia ridiculez. También reconocen su propia dignidad e igualdad, su inalienable humanidad. Esta risa es un duelo y una justa, en la que hay una regla no escrita de que sólo quien sepa responder a la irrisión, insinuaciones y a la subestimación con presta agudeza permanecerá en el juego, y el juego continuará. Éste es arruinado por la persona que no puede mantener el creciente tempo de las respuestas ingeniosas y en vez de ello recurre a la vulgaridad o a los insultos en su debilidad. Jugar la baza de los juegos de palabras y burlas elimina toda subordinación o superioridad entre los que participan; equilibra diferencias en estatus, educación y edad. El espíritu −el ancestro de la risa− es concreto y existe sólo como el encuentro y el detonante de espíritus: la carencia de espíritu es monopólica y aburrida. No produce ninguna chispa y genera tan sólo aburrimiento y dolor. Al bromear y molestar vuelan las chispas, y una respuesta ingeniosa supera y derrota a la anterior. La atmósfera de cercanía y confianza se crea bajo esta risa mutua, donde no cabe ninguna ofensa u algo ofensivo. Quien es ofendido por una frase rápida pero no cae al suelo derrotado, sino que más bien ríe junto con los demás, de inmediato repele el ataque y lo dirige al otro. Esta risa libera a la gente del abandono y la soledad, y les devuelve un sentido de pertenencia; incluso, quizá lo crea. Mediante la risa común una persona se emancipa del cerrado y egoísta «yo», que sólo mira por sí mismo y se concentra en su propio beneficio. Después, junto con otros, ingresa en una comunidad de los que son igualmente falibles, pero también iguales en nobleza y libertad.

Además de esta común risa social, desde luego que existe un tipo de risa falso, artificial y lambiscón; es el tipo de risa con el que los cortesanos y los súbditos deben responder a las bromas de los señores, mostrando así su obediencia.

III

En su Historia de la Revolución Francesa, Thomas Carlyle describe una escena del año 1789, cuando el pueblo rompe con el viejo régimen mediante la risa. La procesión de parisinos detonó la revolución al hacer ver ridículo al rey. Fue un espectáculo irrepetible: «fue el único “ja ja” ilimitado e inarticulado, una risa global que se extendió por todo el mundo, que sólo puede ser comparada con la vieja Saturnalia». De la misma manera, en 1968 el pueblo de Praga dijo adiós al viejo orden mediante la risa. En las reuniones públicas en las que predomina la juventud, irrumpen los estallidos de risa y los oradores compiten mediante bromas, y entre mayores sean las carretadas de risas generadas en la gente, más se involucra en la acción política. En estas emocionantes épocas, parece que la política se ha transformado en el arte de hacer que el pueblo ría.

Desde luego que la risa es parte integral de la política; es una de las formas de «destruir a los adversarios (el sofista Gorgias)», de hacerlo menos, de reducirlo a circunstancias dudosas y ridiculizarlo. A fin de cuentas, puede eliminarlo como factor público y sacarlo de la jugada. Sin embargo, esta risa también tiene sus límites, y si traspasa estas fronteras se vuelve absurda ella misma; es decir, se vuelve infantil y naif. La risa no es todopoderosa ni siquiera en la política, y si se convence de que puede cambiar las condiciones por sí misma, sucumbirá ante una mentira.

La historia es irónica y traicionera; nada se decide de antemano y de una vez por todas. Una de las formas en las que el viejo sistema se extingue es cuando se ve obligado a ceder, cuando se derrumba internamente de manera que se vuelve ridículo en virtud de su propia fragilidad e incertidumbre, con lo cual la risa del pueblo magnifica esta debilidad. Sin embargo, un sistema pasado de moda también desaparece de otra forma. Puede resistir quebrarse hasta el último momento y permanecer desafiante, sin renunciar a la fuerza y la violencia, y desplegarse en masacres en las que los inocentes e indefensos también caen en la trampa. Hay todavía otra forma de desaparición, en la que la gente del pueblo se topa con la irónica burla de la historia. El régimen ridículo desaparece, pero no se rinde, y la historia funge como un encuentro oculto entre la risa pública del pueblo y la pesadumbre oculta de los que se retiran, pero que sueñan con la venganza, con regresar a una época en la que la risa de las masas que ríen desaparecerá. ¿Cómo fue la risa de la gente en la primavera de 1968? Y, ¿qué tipo de gente reía? El pueblo reía como si hubiera recordado los orígenes de su propio nombre, y mostró en sus acciones que la gente es humana. El pueblo rió de los gobernantes en aprietos, pero no les hizo ningún daño; simplemente no se le ocurrió a la gente vengarse de los gobernantes de forma alguna. Esta gente rió, y su risa fue magnánima; su risa fue la risa de un pueblo magnánimo.

Es así que el intento revolucionario de 1968 se enlazó con el inagotable potencial de la magnánima democracia y con la democrática magnanimidad del siglo XIX, en el que la experiencia de opresión, humillación y criminalidad que experimentó la gente entonces fue percibida −al igual que el sometimiento y las referencias a todo esto− con humor. La experiencia de la persecución y la prisión, como testimonian dos magníficas obras de literatura checa −«Tyrolské elegie» [Elegías de Tyrol] (1852) y «Ozivene hroby» [Tumbas revividas] (1863)− representan un tipo de experiencia particular. La opresión era insoportable, pero no era extrema, y así permitía la posibilidad del humor. De la misma forma, la prisión y el exilio representaban un espacio −aunque pequeño y limitado− para la humanidad. De esta forma, también daban cabida al humor, mientras que otras condiciones simplemente no permitían dicha posibilidad. En La casa de los muertos de Dostoievsky no hay lugar para el humor; ahí se libra una batalla a muerte, sin compasión ni misericordia. Autores tan distintos y antitéticos −ambos talentosos, uno un hombre real y personaje, el otro un verdadero radical y más tarde un informante policiaco sin principios− retrataron una cárcel austriaca. Ésta era una cárcel ablandada por una dosis de tolerancia, algo impensable en la Rusia zarista.

La risa y el humor representan una armonización de la mente en tanto expurgan y repudian como algo ridículo e indigno todo lo falso, lo deformado o lo que tiende a perpetuar lo malo. Por tanto, están en conflicto permanente con el poco exitoso cuarteto de la malicia −con el malicioso cuarteto de la envidia, el odio, la sospecha y la imperiosa vigilancia. Un estado de mente humoroso se vuelve confiado y la vileza lo derrota. Esta vileza no se detiene ante nada y no renuncia a ningún medio para su fin. La risa y el humor tienen una tendencia irreparable a subestimar el mal; tienden a perder de vista el hecho de que el mal es mal y es malvado, de que el mal acecha y espera su momento, conspira y prepara su venganza.

Los que son temporalmente derrotados organizan en secreto su desquite contra la alegre y exultante risa de un pueblo ebrio de la promesa de libertad. Juntos alimentan la esperanza de que quien ríe al último en verdad ríe mejor. La Primavera de Praga de 1968 fue así, vista desde una cercanía que rompa con la superficialidad. Fue un conflicto histórico entre una risa abierta y confiada y las risillas rencorosas y secretas de quienes preparan su venganza. Contra la risa abierta del pueblo se tienen las muecas de astucia de los conspiradores.

Parecería que la infeliz fecha del 21 de agosto [1968] confirma que la gente que ríe, confiada, sucumbirá −como ha sucedido tantas veces antes− ante una minoría bien organizada. Esta minoría carece de sentido del humor y está obsesionada por el deseo de regir, y de esta forma parecería que la astucia de los conspiradores reirá al último. Sin embargo, esta conclusión es prematura. La malicia puede ocasionar que la gente que ríe llore, pero no reirá al último porque no sabe cómo reír. La malicia suprime y mutila la risa, así que la victoria de la malicia que conspira sobre la risa implicaría el fin de cualquier especie de risa. Ya nadie reiría nunca más. El regreso de los conspiradores al poder anuncia que la risa se ha terminado; ¿por el momento? ¿Para siempre?

IV

La malicia es una caricatura y una falsificación de la risa. Es una risa pervertida e injusta. La antirisa aparece bajo el disfraz de la risa.

¿Qué es la risa maliciosa?

Era un acto de malicia lo que hacían los guardias de los campos de concentración cuando seleccionaban a un prisionero, lo ataban de manos y pies, le ordenaban que escapara, y después reían de su total impotencia.

Era un acto de malicia cuando Moravec, un ministro en el gobierno del Protectorado [alemán durante la Segunda Guerra Mundial] repetía su frase favorita: que Marx era un judío letrado que al final de su vida no podía distinguir su mano izquierda de la derecha sin la ayuda de un diccionario académico.

Era un acto de malicia cuando el Procurador Vyshinsky anunció en un tribunal de Moscú: «Tú, acusado Bukharin, eres mitad zorro y mitad cerdo»

Era un acto de malicia cuando el Secretario Zhdanov afirmó frente a escritores reunidos que una gran poetisa rusa era «mitad puta, mitad monja».

Un acto de malicia es aquel en el que la gente se divide de un plumazo en jueces arrogantes, en cuyos ojos ya subyace la horca, y las humilladas víctimas, en cuya visión ya apareció a medias el horror de la extinción. La malicia es una palabra o acto que transforma a la gente en animales cazados y en una muchedumbre humillada. En la malicia y desde la malicia es posible escuchar el sonido de un látigo azotando a una persona (cuerpo y alma). En la malicia una persona es degradada al nivel de un objeto, a una simple cosa a la que los propietarios se dirigen con desdén con el mayor insulto posible: «du mensch». En la malicia este «algo» es subordinado para que «alguien» (señor, secretario [del partido], inquisidor, burócrata) sea elevado ante su mirada y ante la opinión del público que observa.

En la malicia confluyen tres tipos de risa. El primero es la risa silenciosa o ruidosa como «creador» (autor) satisfecho por su propio ingenio, ebrio de superioridad provocadora, que se maravilla con complacencia de su propia brillantez y capacidad de «ser irónico». Ésta es la sonrisa de victoria triunfal. La segunda es la irrisión que, como flecha venenosa que ha emprendido su camino, se incrusta en la víctima y la derriba. Al hacer esto crea una relación entre el creador y el objeto como la del arquero y el blanco viviente, el martillo y el yunque, o el cazador y su presa. En contraste con la edificante y liberadora risa compartida, la malicia irrisoria divide a la gente en diferencias irreconciliables. Otro tipo más de risa es la del público que es llamado a presenciar un espectáculo y que mediante su recepción («animación en la sala», «risa», «ronda de aplausos») otorga la verdad al ganador y deja a la víctima en un marasmo total. En contraste con este «público» −la tercera figura involucrada en el juego de la malicia− que se divierte, la pasa bien, y no se sorprende por nada, el espectador que llega tarde o que contempla a la distancia se horroriza y no ríe para nada ante este espectáculo orquestado. Tan sólo pregunta sin comprender cómo es posible que ocurra algo así.

V

El humor vigila a una persona como ángel guardián y evita que caiga en la tristeza o en la insolencia. También evita que se hunda en la lastimera queja, o que sienta que se le ha cometido una injusticia. El humor pone en tela de juicio y trae a la luz cuatro tipos de visión falsa, y el mismo número de enfoques dañinos:

1- La altivez, la vanidad y la superioridad aristocrática. Entonces, el humor personifica un carácter radicalmente democrático.
2- La sospecha, la ira y el odio. Entonces, el humor protege a la abundante alegría y a la emoción contra el rencor y la envidia desde abajo (y por tanto de toda multitud).
3- La supervisión, la custodia, el espionaje. En su ridiculización de todos los celadores, gerentes y disciplinarios reside el significado de la justicia y la liberalidad.
4- La obsesión de cualquier tipo: con la riqueza, el poder, la fama la fe o la determinación. Entonces, el humor opera contra el fanatismo o el apoderamiento o la posesión como el liberador y extravagante poder de un entendimiento liberador y de cierto rango de visibilidad.

La ausencia de humor es alarmante. ¿Qué es lo que se afirma cuando no hay humor, o no el suficiente? La ausencia de humor proclama la pérdida de algo esencial: una persona sin humor carece de algo vital y padece esta pérdida. No se le priva de algo insignificante o incidental, sino que en realidad adolece de algo relevante. Si el humor −como la risa− implica «saber distinguir», como lo dijo Vladislav Vancura en 1930 y en 1937, entonces esto significa que los periodos históricos o la sociedades sin humor están afligidas por la falta de verdad en los mismos cimientos de su conocimiento; a éste le falta algo esencial. Donde no hay humor no se trata de un asunto de un simple lapso, error o descuido, sino de una falta de verdad manifiesta. El humor no es una recolección de información o conocimiento (de historias y anécdotas); es la manifestación de la más elevada imaginación. Hay algo disfuncional, discordante, fuera de sintonía en el solitario edificio de la existencia humana si se ha perdido el humor. La falta de humor significa que el orden interno −aquella afinación que armoniza al hombre con lo que existe− ha sido reemplazado por un orden externo. La ausencia de humor deja un vacío que es llenado por un sucedáneo, una imitación, o por la depresión. Entonces, el espacio vacío es llenado por la astucia, el engaño, los chistes irónicos y la jovialidad. De la misma manera en la que el colapso de cierta arquitectura significa algo más relevante que el simple hecho de que se caigan edificios horribles, o que la decadencia del lenguaje expresa algo más elemental que el simple hecho del reinado de frases huecas y palabras gastadas, la ausencia de humor no sólo significa que la felicidad ha dejado a todos de lado. En todos estos casos lo que subyace a la superficie es el mal haciendo que todo carezca de valor.

VI

Para poder defender las enseñanzas del maestro, un crítico checo de Bergson en 1966 tuvo que eliminar todas las formas de risa que no tenían la característica de irrisión o racionalidad, pero mediante esta servidumbre carente de crítica tan sólo logró enfatizar y desnudar las debilidades de toda la concepción. Es un error asociar la risa tan sólo con lo que es cómico o equipararla con lo ridículo. La sonrisa de una madre también es una forma de risa; después de todo, no está ridiculizando al niño, ni lo ve como un objeto ridículo. Su rostro radiante muestra con claridad su gusto y afecto por el niño. La risa que nos producen los jóvenes humanos y animales es una expresión de alegría ante la incansable vitalidad de esta vida naciente conforme experimenta con su entorno. Incluso la Tierra sonríe; es sólo la naturaleza que ha sido reducida a la fuente de las materias primas y que es devastada sin amor la que ha perdido su risa.

La risa es el estado mental que se refleja de manera corporal; en la corporalidad espiritual o corporal de aquel órgano humano en el que lo corporal y el espíritu son uno: en el ojo. La sonrisa es la acción al unísono de los ojos y la boca.

La madre sonríe ante el niño, y su sonrisa pertenece sólo a ese niño. Con esta sonrisa dos seres humanos entran en diálogo, y la sonrisa es el indicador externo y vínculo de esta comprensión. Esta cercanía se distingue por la sonrisa, y esta relación se diferencia de esta manera de cualquier otra y de todo su entorno.

En contraste con este tipo de sonrisa, la sonrisa de «sigue sonriendo» pertenece a todo el mundo de manera indiscriminada. Por esta razón todo el mundo se puede sentir halagado por la sonrisa de una estrella de cine, que parece exhibirse para todo el mundo, y cada quien puede decirse: «su apariencia está dirigida a mí». Este tipo de sonrisa, la de un boxeador o de un político frente a una cámara, pertenece a todo el mundo y por lo tanto no se dirige en concreto a nadie en especial. Esta sonrisa se dirige a todo el mundo, en tanto estén reducidos al anonimato, a sombras y a ser don nadies intercambiables. «Sigue sonriendo» es la sonrisa de una era en la que el espectáculo suprime a la veracidad, la apariencia conquista a la realidad, el papel que se desempeña es más importante que la persona, y la máscara y la función son más importantes que la propia humanidad. «Sigue sonriendo» es la risa de una época invertida, en la que los sujetos son transformados en recipientes y transportados a una región ficticia, a un castillo de fantasmas e ilusiones en el cielo. La persona que muestra la sonrisa de «sigue sonriendo» piensa que es el centro del universo, y cree que con esta pantomima convencional difunde la risa y se convierte en un poderoso mago bajo cuya mirada «todo el mundo ríe». Todo aquel que lo mira debe sentirse honrado por esta sonrisa artificial, e inmerso en la ilusión de que esta sonrisa le pertenece a él y a nadie más. Sin embargo, en realidad esta sonrisa se dirige a todos y a nadie; transforma a la gente en una progresión de cosas idénticas sin significado.

«Sigue sonriendo» representa la victoria de la convención sobre el pensamiento y lo pensativo. «Sigue sonriendo» significa: sonríe, ya que eso es lo que demandan la costumbre y la presión de la opinión pública.  «Sigue sonriendo» se impone mediante una fuerza externa; la persona está subordinada a ello, ya que sabe que reírse de esta demanda y verla con humor implicaría el suicidio social. El funcionario público que no muestra esta sonrisa requerida y ritualizada renuncia a su carrera y prepara su propia caída.

«Sigue sonriendo» es la risa de las multitudes, y del público anónimo que ha perdido toda comprensión de la sonrisa secreta de la Mona Lisa. Son impotentes ante su sonrisa, y no saben qué hacer con ella (¿valorarla, imitarla, ignorarla, condenarla?). De la misma forma ciega, consideran que la sonrisa de la madre que se aproxima a su hijo es un asunto privado sin significado alguno.

¿Pero qué es esta enigmática sonrisa? Esta sonrisa no se ríe de nada ni hace bromas sobre nadie. No está dirigida a alguna persona o ser particular, pero es universal. Lo abarca todo y tiene que ver con todo lo que existe: es un reflejo de todo lo que es, como la dualidad de alegría y tristeza, la cercanía y la distancia, la vida y la muerte, lo abierto y lo secreto. La risa enigmática no es dolorosa, menos lastimera, pero conoce el significado del dolor. No es ni efervescente ni alegre, pero conoce la alegría. El talante enigmático de esta risa no reside en una cierta tendencia a ocultar algo o callarlo, en que conozca algún secreto que no quiere divulgar. Esta sonrisa es enigmática precisamente porque expresa la conexión oculta entre dolor y alegría, entre lo lejano y lo cercano, el anhelo de vida y lo inevitable de la extinción.

Esta sonrisa secreta no es maligna, pero, al mismo tiempo, tampoco está inocentemente llena de buena voluntad. En el rostro de la Mona Lisa no se ve ni la cálida amabilidad del Naumburg Regelindis, ni la provocativa imperiosidad de Uta. En esta enigmática sonrisa los labios no son impasibles o cerrados con hermetismo, pero tampoco están del todo abiertos o semiabiertos. Hay un atisbo de relajación inscrito en los labios, pero permanecen cerrados e incluso reservados. El comienzo de su relajación se expande hacia el resto de la cara y le confiere una forma de relajación sonriente, como el secreto de la sonrisa. La sonrisa enigmática se encuentra más cerca de lo pensativo que de la frivolidad, y está más próxima al valor y a la contención que a la debilidad de corazón o a la desesperanza. Pero esta sonrisa enigmática es el opuesto exacto de aquella risa salvaje con la boca abierta por completo: el latín «fatuus», con la boca abierta, por completo, que también denota banalidad, ridiculez e ineptitud.

En la tradición cristiana Jesús y la risa han sido mutuamente excluyentes. Tomás Moro sostuvo que el Salvador no podía reír, pero se refería a una risa estruendosa, la que raya con lo inadecuado. Cuando Jesús se encuentra con el Gran Inquisidor de Dostoievsky sonríe, pero sonríe con una sonrisa amable que apenas se advierte, que comprende y perdona todo. Sonríe con una sonrisa enigmática.

VII

Ésta es una época en la que la indiferencia se ha fundido con el fanatismo, el alejamiento tímido con la agresión abierta, donde todo se funde y fluye en un imparable proceso que elimina la certitud, los contornos y los límites, y en el que el eslogan del día es el crecimiento ilimitado. Es la época que ha echado a varias cosas de sus sitios tradicionales y las lanzó por los aires o las derribó; es una época de cambio, transformación y confusión ininterrumpidos. Esta época también ha mezclado y alterado las posiciones usuales de risa y seriedad, y ha invertido la relación normal que guardaban entre sí. Sin embargo, esto significa que a lo largo del tiempo esta época ha movido y despedazado la estructura cronológica previa, ha sacudido ideas profundamente arraigadas y, lo que es más significante, sacudido todas las formas y maneras anteriores que otras eras tenían de comunicarse y encontrarse con los demás. El tiempo que se reservaba a la tristeza solía estar estrictamente separado del de la alegría y celebración. La época moderna ha sacudido y despedazado las cosas −objetos, costumbres, personas, valores− moviéndolas de sus sitios habituales y otorgándoles nuevas ubicaciones. Los sitios son ocupados por gente y por cosas extrañas, y la gente y las cosas son avasalladas por una obsesión de apoderarse para sí de lugares y tiempos que no les pertenecen, que no son sus propios lugares y tiempos. En esta confusión generalizada la risa también aparece en el momento inadecuado o en lugares inoportunos. La gente ríe en momentos y en lugares donde debería hacer duelo, o se conmueve y llora cuando podrían reír con sinceridad y libertad.

Se ha desperdiciado y disipado toda medida, todo ha sido cambiado, intercambiado y confundido, y los lugares que habitaban cosas y personas son de pronto, o de manera gradual y a hurtadillas, ocupados por algo por completo distinto. Las cosas que durante tanto tiempo han aparecido de cierta forma de pronto son presentadas de una manera diferente, inusual y en apariencia nueva. El zarismo, por supuesto que perfeccionado y modernizado, se hace pasar como la vanguardia del proletariado mundial; el paganismo alemán resucita de nuevo y se muestra ante el mundo como el único heredero legítimo de la Grecia de Heráclito y Sófocles.

Sin embargo, el estilo particular de esta época no reside en lo que es transparente y evidente para todo el mundo tarde o temprano. Lo característico de ella es la actitud que ríe del nuevo zarismo o de la histeria del Führer, que se considera por encima de ambos, pero que no se da cuenta de que esos fenómenos que son ridículos, sujetos de burla y desdén están inscritos en la misma sustancia de la época. Debido a que esta actitud no comprende esta sustancia, rechaza su manifestación como si fuera un cuerpo extraño. La grotesca perversidad de las formas y fenómenos históricos de esta época se halla en el trastorno de los cimientos, y de este modo también en la confusión entre historicidad y mera historia.

Tanto la risa como la tristeza, el júbilo y la pena, son removidos de sus sitios, cambiados y arrojados hacia otra parte, y colocados bajo otras circunstancias. En el proceso pierden su propio tiempo, no están en el lugar correcto, y vienen y se muestran en el momento equivocado. Hay un momento para llorar y otro para regocijarse, un momento para trabajar y otro para descansar, un momento para dormir y otro para despertar. Sin embargo, bajo las condiciones invertidas de esta época descarrilada, los momentos se mezclan y se penetran unos a otros. De pronto y sin advertencia, el lugar de la risa lo ocupan el miedo y el horror, y en un parpadeo la risa se convierte en temblor y parálisis. El asombro que admira y la veneración de pronto degeneran, todo tipo de grandeza y gloria se convierte en cenizas, se convierte en harapos o en piedras rotas, y sólo queda una sonrisilla amarga e infeliz.

Cuando la diferenciación y los contornos se borran, resulta una unidimensionalidad en la que la alegría no está separada de la tristeza, sino en la que ambas se fusionan en algo indefinido. La noche y el día se vuelven indistinguibles, y ambas se tornan grises. El resultado final de todo esto es el aburrimiento y la preocupación.

Lo insignificante y lo incidental alzan el vuelo y proclaman para sí un estatuto soberano: el adjetivo ríe del sustantivo. La ciencia es ciencia, pero siempre que el adjetivo «ario» o «proletario» se adjuntan a este sustantivo, la ciencia deja de serlo en y por sí misma, y se convierte en no-ciencia. La justicia es justicia, la ley es la ley, pero la «Volksgericht» [El «Tribunal del Pueblo» nazi (N. del E.] es una irrisión de la ley y la justicia. Aquello destinado a fortalecer la sustancia como aliada se vuelve contra la sustancia como enemigo, devora la sustancia, y la reemplaza con la apariencia, en un caparazón sin centro.

Mientras que en el pasado la vacuidad y majestuosidad de la naturaleza estaban contenidas en sus criaturas finales y limitadas (la naturaleza estaba en estas criaturas), ha sucedido algo grotesco: la santidad y carácter de intocable de una vaca, la santidad y carácter de intocable de un chimpancé. La época moderna tiene sus propias formas de pensamiento grotesco. Si el poder humano se transforma en oro y dinero, o en el alambre de púas, y ambos son intocables, protegidos por la fuerza y por la ley y a ambos −el dinero y el alambre de púas− se les garantizan sitios privilegiados en la cúspide, evocando miedo y respeto, entonces lo grotesco pasa al centro de los acontecimientos como señor y victorioso. «Sigue sonriendo» es también una manifestación de esto grotesco; «sigue sonriendo» en la forma de la sonrisa obligatoria, como un tributo pagado con una convención, como una reverencia obligada, de modo que la persona pueda obtener el favor de la gente y no pierda renombre público. Lo grotesco se conjura en esta sonrisa, en esta caricatura de sonrisa, en esta artificialidad y amaneramiento de la risa.

La persona fabrica la risa, se comporta como el hacedor de la risa artificial: exhibe una placa dental. La sonrisa amanerada y la placa dental van de la mano; son el adorno y la gema del hombre moderno, que se ha rebajado a ser un mero personaje. En esta degradación, la gente no se sonríe entre sí, sino que más bien se hace muecas y traslucen las formas más variadas de dientes artificiales que se enseñan en aras del espectáculo. La inversión de esta época se refleja en la sonrisa artificial de prótesis manufacturadas como en un espejo; no se trata de gente que se dirige sonrisas amigables entre sí, sino más bien de productos terminados que relucen sus dientes de manera competitiva contra los demás.

VIII

¿Es la suerte del filósofo ser ridículo? ¿Cuándo se vuelve ridículo un filósofo? Esto ocurre cuando está tan ocupado contemplando las estrellas que ignora la Tierra y cae en un agujero, cuando en una sociedad que ríe mantiene una rígida dignidad y transmite un aire solemne. En ambos casos cae en la falta de verdad porque olvida que el ser es concreto. La observación de los distantes cuerpos celestiales no puede ignorar la gravedad terrestre, y la realidad no es sólo seria. También es humorosa, ridícula, y en ocasiones también evoca alegre risa.

¿Cuándo cae en un agujero el filósofo? Cae en un agujero cuando no es fiel a su llamado (vocación) y cae bajo el influjo −de manera temporal o permanente− de alguna ideología que lo aleja de este llamado. Es ahí cuando el filósofo está equivocado, de manera fatal; deja de ser él mismo en este punto y se transforma en algo por completo diferente: alguien que promueve la falsa conciencia.

La caída en el agujero no es graciosa en sí misma, y podemos imaginar que una chica tracia que ríe cuando contempla al filósofo tambaleándose sobre el agujero no ríe con mala intención. No ríe una risa maligna. El filósofo tan sólo se vuelve ridículo, incluso de manera dolorosa, en el instante en el que asevera que no se cayó de ninguna manera, que en realidad volaba. Se vuelve ridículo cuando explica su error diciendo que en realidad representaba la verdad de la historia. Acusa a la chica que rió de no saber de qué reía; como sus horizontes se limitan a preocupaciones cotidianas, no había forma de que pudiera entender la profundidad y amplitud del movimiento del filósofo.

La chica tracia era franca e ingeniosa, y sabía que a su edad la alegría correspondía más que el pesimismo. Por otro lado, mientras el filósofo caía no advirtió el hecho de que en la risa de la chica se lograba la «negación» de la falta de atención y la indiferencia. Si mientras caía hubiera irrumpido en una carcajada en respuesta a la risa de la chica que pasaba se hubiera producido una situación por completo nueva. Dos personas habrían reído juntas del error de él y de su caída. Errar es humano. Esta humanidad no se ve disminuida sino antes incrementada cuando una persona es capaz de reír de sus propios errores.

Sin embargo, Heidegger también acierta mientras pondera la magnitud de la caída del filósofo: para él la chica que ríe es tan sólo una niñita, un ejemplo común de la vida ordinaria («ein Durchschnittsmensch»). Nadie se halla a salvo de los obstáculos de la vida, y todo el mundo está expuesto al peligro de caer en el abismo y llegar hasta el fondo. El filósofo puede mantener su dignidad incluso mientras cae, siempre y cuando permanezca fiel a sí mismo y piense sobre su caída. Después de todo, la experiencia de su propia crisis es también la experiencia del pensamiento que se enriquece y que admite lo que en realidad es la caída. No obstante, la verdadera pregunta es si esta experiencia de fracaso, debacle, error y derrota se convertirá en parte de la experiencia del pensamiento, o si el pensamiento rechazará esta realidad como si fuera la preocupación de alguien más, se encerrará en sí mismo, en ideas carentes de experiencia. ¿Puede la filosofía evitarse el dolor del error, o está tan conectada con la humanidad de una persona que tiene que pasar por la amargura del fracaso, la catástrofe y la ausencia de verdad −como todos los demás− para poder pensar sobre lo que ocurre en el mundo y sobre lo que es el ser?

Si el filósofo no abandona sus facultades críticas, es decir, su carácter de pensativo, no cae en un agujero, sino más bien en un pozo. Este pozo es un pozo de iluminación, y mientras el filósofo desciende le caen gotas de agua viva. Mediante la experiencia de la caída, el declive y el fracaso de su pensamiento el filósofo comprende la naturaleza liberadora de la risa, y ahora puede reír junto con los otros y animar a los demás (Nietzsche rió, pero rió sólo). La gloria y grandeza de Europa reside en el hecho de que piensa y no pierde su sentido del humor, se involucra en la filosofía y aún puede reír de sí misma.

La idea de que la risa evita que caigamos denigra a la risa y no advierte su relevancia. La gente siempre, hoy y en el futuro, caerá en el error y en la mistificación, se desviará del camino correcto. Sin embargo, la risa hace posible examinar lo que ocurre en el mundo, y es este rasgo el que constituye su irremplazable importancia. El mundo es −a pesar de todos los horrores, de la falibilidad del hombre, y de la fealdad en el mundo− singularmente hermoso.

IX

El discurso también ríe; ríe de la realidad que se da aires y resopla hasta que no puede más. Es entonces que el discurso es aquella pequeñez sin importancia, ese simple alfiler, el que con un pinchazo desinfla la cabeza hinchada, la pose vacía y la pomposidad. El discurso tiene tanto sentimiento y capacidad de percepción que su espíritu crítico y su pensamiento vigilante que nunca falla de inmediato reconocen y de un plumazo separan la pretensión de la verdad.

Si yo dijera que la nación se divide entre aquellos que pertenecen a un partido político y los que no, puedo averiguar la naturaleza factual de dicha aseveración, y hasta cierto punto también puedo averiguar algo sobre la naturaleza del sistema político. Por otro lado la frase «la nación se divide entre aquellos que pertenecen al partido y los que no son miembros del partido» (véase en relación a esto mi ensayo, «Nuestra crisis presente», primera parte) muestra el carácter grotesco de todo el sistema. El discurso mismo ridiculiza lo no verdadero (lo pseudoconcreto) y se ríe de esta inversión de la verdad. Una partícula (pars) pretende ser el todo; aparece disfrazada de totalidad, de modo que cada paso que da y cada acción que emprende genera y produce, inicia e introduce, inestabilidad y confusión, y por tanto falta de verdad. Poco a poco y de manera parcial intenta obtener el monopolio de la totalidad, es decir, de toda la realidad. La parcialidad se transforma en una expansiva y demandante indagación. El todo, la realidad, es concreto y no es un todo vacío o agotado. El reinado del partido y del espíritu del partido sobre el todo implica la dominación de la abstracción sobre lo concreto y el discurso perceptivo ridiculiza este engaño.

Quien escuche con atención el discurso escuchará su risa. El discurso no tolera la estupidez y la ridiculiza. Al discurso no le agrada la insolencia y la hace ver ridícula. Mientras escuchaba con atención la palabra «Rakousko» (Austria, Österreich), Karel Havlicek escuchó dos frases ridiculizantes, que precisamente denotaban las tendencias reaccionarias de la monarquía de Habsburgo: la primera fue «rak» [cangrejo], que camina hacia atrás, mientras que la segunda fue «ouzkost» [ansiedad], como sentimiento de ausencia de libertad al interior de un sistema tal. Si Havlicek hubiera escrito en francés habría escuchado en la palabra «l’Autriche» un simbolismo análogo: «ostrich» (l’autruche), y quizá incluso engaño (tricher).

El enorme carácter de integración del lenguaje ruso se manifiesta en su capacidad de incluir palabras extranjeras en su acervo básico y de tratarlas como propias. El espíritu del lenguaje no se altera por expresiones como: parikmakherskaya [del peluquero], butebrot [sandwich], platzdarm [cabeza de playa], sino que las usa con confianza todo el tiempo como expresiones rusas novedosas. El lenguaje checo no soportaría el peso o la carga de tales palabras. Estallaría en una carcajada si tratara de incorporar tales frases a su vocabulario como palabras normales. Para que el checo pueda incorporar palabras extranjeras tiene que someterlas a un breve, o en ocasiones largo, proceso. Debe transformarlas y muy a menudo las despoja de su significado original y las transforma de manera que se adecuen a su espíritu. Este espíritu es muy importante para el humor y el ingenio. La lengua debe jugar con estas palabras extranjeras que han sido
incorporadas al idioma, y en este jugar demuestra su capacidad para bromear. La lengua deriva un inocente placer infantil de los trucos de malabares que puede hacer por sí misma, de la forma en la que sabe cómo jugar con todo lo que le pertenezca como discurso −entonación, ritmo, pronunciación, gramática− y está en su elemento cuando juega de esta forma y ríe por cuenta propia, no mediante alguien más.

Parecería que el poder de la imaginación en el discurso ha tomado el lugar de y equilibrado la impotencia del pueblo, como si la imaginación en el discurso se atreviera a enfrascarse en una lucha victoriosa donde la política real falló y fue derrotada.

Al principio del siglo XIX el checo era un lenguaje de sirvientes y mozos de establo, de artesanos, de granjeros cabeza dura en el campo y simple gente trabajadora en las ciudades. El lenguaje era impotente, desfigurado y mancillado, en apariencia incapaz de expresar cualquier cosa que fuera de una naturaleza más alta o elevada. Y atención: este lenguaje que fue profanado, ridiculizado, excluido de la (alta) sociedad y de la vida cultural venía de abajo, y como por un milagro desarrolló en sí mismo un increíble poder para voltear la situación y revertirla. Todo lo que en él había sido denigrado y no tomado en serio, excomulgado, ahora atrae interés tan sólo por este acto de genialidad. Aunque el lenguaje estaba lleno de germanismos y era un mosaico lingüístico logró convertir esta debilidad en algo útil, o incluso en una ventaja. No sólo no cede ante los ataques de los colonizadores, ocupadores u opresores, sino que logra derrotarlos al hacerlos ver ridículos. De esta forma el checo se ha convertido en uno de los lenguajes más ricos en cuanto al vocabulario hace. En un amplio espectro de realidad tiene dos expresiones para las cosas. Una tiene raíces checas, y es la que se utiliza de manera común o regular para describir o designar cosas. Por otro lado, la segunda, la palabra extranjera incorporada al idioma, coloca a las cosas de una manera sarcástica, ridícula y
degradante.

Pavel Eisner recopiló varios pares y dobles de este tipo. El lenguaje juega con estas palabras extranjeras que ha incorporado; deriva un placer poco común de poderlas despojar de su pathos, presunción y superioridad todopoderosa y en vez de ello asignarlas a una posición subordinada y degradada. De esta forma pronuncia el veredicto de justicia por encima de aquellos que tienen el poder físico para destruir a la nación. La nación oprimida está en los hechos en una posición de debilidad en relación a su opresor, pero el lenguaje revierte y modifica esta situación. El lenguaje checo eleva a la nación de la impotencia a las alturas, y mediante el poder mágico de la palabra lleva a cabo una transformación liberadora. Los profanadores, ocupadores y colonizadores se vuelven ridículos todos: el oficial comisionado [dustojnik] se vuelve tan sólo «oficial» [oficir], el monarca [mocnar] se convierte un «potentado» [potentat], el partido político [strana] tan sólo un «partido» [partaj] y un funcionario [prislusnik] de la Policía Secreta Estatal (geheime Staatspolizei) se convierte en el «tipo de la Gestapo» [gestapak].

La persona que de manera equívoca y fuera de la ley se eleva a sí misma es bajada y puesta en su lugar; el lugar que merece se le asigna: «Jedem das Seine» [a cada cual lo que le corresponde]. Esto nunca adopta la forma de «desquite» o venganza, sino más bien de justicia. Quienquiera que destruya límites, es decir, la justicia, es llevado a la corte por el aparentemente impotente lenguaje. Llama a rendir cuentas a esta persona y lo condena a la prueba máxima: lo asigna a su lugar correspondiente con ridículo y risa.

[*] Texto titulado originalmente en checo como “O smíchu” publicado sólo en 1991, traducido por James H. Satterwhite, en su edición de la antología de textos de Karel Kosík The Crisis of Modernity. Essays and observations from the 1968 era. Maryland, Rowman & Littlefield Publishers, Inc. 1995. Págs. 183-198. A partir de esta versión se realizó la traducción al castellano, de Eduardo Rabasa, que puede encontrarse on-line en: https://es.scribd.com/document/237082476/01-Kosik-2c-Karel-Sobre-La-Risa.

Fuente: Decencia y crítica (30/11/2019)

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