El escándalo radical
Pier Paolo Pasolini
Publicamos el texto de la intervención de Pier Paolo Pasolini que iba a tener lugar en el Congreso del Partido radical de noviembre de 1975. Sólo se pudo leer, ante un auditorio trastornado y en medio de un silencio sepulcral. Passolini había sido asesinado dos días antes. Existe un grave peligro – nos advierte el gran poeta y ensayista – que se cierne sobre el Partido radical debido precisamente a los grandes éxitos obtenidos en la conquista de los derechos civiles. Un nuevo conformismo de izquierdas se apresura a apropiarse de vuestra batalla por los derechos civiles «creando un nuevo contexto de falsa tolerancia y de falso laicismo». Precisamente, los intelectuales del sistema utilizarán la cultura radical de los derechos civiles, de la Reforma, de la defensa de las minorías como fuerza terrorista, violenta y opresora. El poder se prepara a «adoptar a los intelectuales progresistas como sus clérigos». La previsión de Pasolini se ha verificado, no sólo en Italia, sino también en el resto de la sociedad occidental en donde, en nombre del progresismo y del modernismo, se ha afirmado una nueva clase de poder totalizador y transformista, sin lugar a dudas mucho más peligrosa que las tradicionales clases conservadoras. «Contra todo ésto vosotros no tenéis más que seguir simplemente siendo vosotros mismos, lo cual significa ser continuamente irreconocibles.
Olvidad rápidamente los grandes triunfos y seguid impertérritos, obstinados, eternamente contrarios, en vuestro afán por pretender, querer e identificaros con lo distinto, seguid escandalizando y blasfemando.
En primer lugar, quisiera justificar mi presencia. No estoy aquí en calidad de radical. No estoy aquí como socialista. No estoy aquí como progresista. Estoy aquí como marxista que vota por el Pci (Partido comunista italiano) y que ha depositado sus esperanzas en la nueva generación de comunistas. Que confía en la generación de comunistas por lo menos como confía en los radicales. Es decir, con esa dosis de voluntad e irracionalidad y tal vez algo de arbitrariedad que permiten desplazar – un poco escuchando a Wittgenstein – la realidad para poder razonar libremente. Por ejemplo, el Pci oficial declara que acepta, sine die, la praxis democrática. Así pues, yo no debiera dudar. Por descontado, el Pci no se refiere con ello a la praxis democrática codificada y convencionalizada por el uso durante los últimos tres decenios, sino que se refiere, sin lugar a dudas, a la praxis democrática entendida en la pureza original de su forma, dicho con otras palabras, de su pacto formal.
Por lo que se refiere a la religión laica de la democracia, sería una autodegradación sospechar que el Pci se refiera a la democraticidad de los democristianos; y no se puede interpretar tampoco que el Pci se refiera a la democraticidad, por ejemplo de los radicales.
Primer párrafo
A) Las personas más adorables son las que no saben que tienen derechos.
B) Son también adorables las personas que, aun sabiendo que tienen derechos, pretenden lo contrario o renuncian a ellos. C) Son bastante simpáticas las personas que luchan por los derechos de los demás (sobre todo por aquellos que no saben que tienen derechos). D) en nuestra sociedad existen explotados y explotadores.
Pues muy bien, peor para los explotadores. E) Existen intelectuales, intelectuales comprometidos, que consideran deber propio y de los demás informar a las personas adorables, que no lo saben, que tienen derechos; incitar a las personas adorables que saben que tienen derechos pero que renuncian a ellos para que no renuncien a ellos; empujar a todo el mundo a sentir el impulso histórico de luchar por los derechos de los otros; y, por último, considerar fuera de toda discusión y controversia el hecho de que, entre explotados y explotadores, los infelices son los explotados.
Entre estos intelectuales que desde hace más de un siglo han adoptado un papel similar, en los últimos años se han distinguido grupos particularmente emperrados en hacer de dicho papel un papel extremista. Así pues, me refiero a los extremistas, a los jóvenes y a los ancianos aduladores. Dichos extremistas (quisiera ocuparme sólo de los mejores) se plantean como objetivo primario y básico el de difundir entre la gente, yo diría apostólicamente, la conciencia de los derechos de la persona. Lo hacen con determinación, rabia, desesperación, paciencia optimista o impaciencia dinamitada, segun los casos (…)
Segundo párrafo
Desobedeciendo la distorsionada voluntad de los historiadores y de los políticos de profesión, además de la de las feministas romanas – voluntad que me habría confinado en Elicona exactamente como los mafiosos en Ustica – una noche de este verano, participé en un debate político en una ciudad del Norte. Tal y como suele suceder, un grupo de jóvenes quiso continuar el debate por la calle, en la cálida velada llena de cantos. Entre estos jóvenes se hallaba un griego. Que era, precisamente, uno de esos extremistas marxistas «simpáticos» de los que hablaba. Sobre el fondo de plena simpatía afloraban los más vistosos defectos de la retórica y de la subcultura extremista. Era un «adolescente» un tanto desastrado en el vestir, incluso me atrevería a decir un poco golfillo, pero, al mismo tiempo, tenía una barba de auténtico pensador, oscilando entre Menippo y Aramis; pero el pelo, largo hasta los hombros, corregía la función gestual y grandilocuente de la barba, con un algo de exótico e irracional, una alusión a la filosofía brahamánica, a la ingenua altanería de los gurumparampara. El joven griego vivía su retórica en la más completa ausencia de autocrítica. Ignoraba que poseía estas señales tan vistosas, y por eso resultaba tan adorable, al igual que las personas que no saben que tienen derechos…. Entre sus defectos tan cándidamente vividos, el más grave de todos era sin lugar a dudas esa vocación por difundir entre la gente («despacio, sin prisas» decía, para él la vida era una cosa larga, casi sin fin) la conciencia de sus derechos y la voluntad de luchar por ellos. Pues bien, he ahí la enormidad, tal y como la entendí en ese estudiante griego, encarnada en su persona inconsciente. A través del marxismo, el apostolado de los jóvenes extremistas de extracción burguesa – el apostolado a favor de la conciencia de los derechos y de la voluntad de realizarlos- no es más que la rabia inconsciente del burgués pobre contra el burgués rico, del burgués joven contra el burgués viejo, del burgués impotente contra el burgués potente, del pequeño burgués contra el gran burgués. Es una guerra civil inconsciente – disfrazada de lucha de clases – dentro del infierno de la conciencia burguesa. (Insisto, estoy hablando de extremistas, no de comunistas). Las personas adorables que no saben que tienen derechos, o las personas que lo saben pero renuncian – en esta guerra civil disfrazada – revisten una conocida y antigua función, la de ser carne de cañón. Con hiprocresia inconsciente, éstos son utilizados, en primer lugar, como sujetos de un transfert que libera la conciencia del peso de la envidia y del rencor económico, y, en segundo lugar, son lanzados por burgueses jóvenes, pobres, inciertos y fanáticos, como un ejército de parias «puros», en una lucha inconscientemente impura, precisamente contra los burgueses viejos, ricos, auténticos y fascistas.
Entendámonos, el estudiante griego que he tomado como símbolo, también él era, a todos los efectos (excepto con respecto a una feroz verdad) un «puro», como los pobres. Y esa «pureza» se debía precisamente al radicalismo que había en él.
Tercer párrafo
Es hora de decirlo: los derechos de los cuales estoy hablando son los «derechos civiles» que, al margen de un contexto estrictamente democrático, tal y como podía ser un ideal de democracia puritana en Inglaterra o en los Estados Unidos – o bien laica en Francia – han adquirido un color clasista. La italianización socialista de los «derechos civiles» no podía fatalmente (históricamente) hacer otra cosa que vulgarizarse. De hecho, el extremista que enseña a los demás a tener derechos ¿Qué está enseñando exactamente? Enseña que hay que pretender la misma felicidad que la de los explotadores. El resultado que de esa manera se consigue es una identificación, en el mejor de los casos una democratización en el sentido burgués. La tragedia de los extremistas consiste en haber provocado una regresión en una lucha que ellos definen verbalmente como revolucionario-marxista-leninista, en una lucha civil vieja como la burguesía, esencial para la existencia misma de la burguesía. La realización de los derechos no hace más que ascender a quien los obtiene al grado de burgués.
Cuarto párrafo
¿En qué sentido la conciencia de clase no tiene nada que ver con la conciencia de los derechos marxistizados? ¿En qué sentido el Pci no tiene nada que ver con los extremistas (aunque a veces a través de la vieja diplomacia burocrática los llama a su seno, por ejemplo, tal y como ha hecho al codificar el Sesenta y ocho en la línea de la resistencia)? Es bastante simple, mientras que los extremistas luchan por los derechos civiles marxistizados pragmáticamente, en nombre, tal y como he dicho, de una identificación final entre explotado y explotador, los comunistas, por el contrario, luchan por los derechos civiles en nombre de una alteridad. Alteridad (no simple alternativa) que por su misma naturaleza excluye toda posible asimilación de los explotados con los explotadores. La lucha de clases ha sido hasta ahora una lucha en pro del predominio de otra forma de vida (citando de nuevo a Wittgenstein potencial antropólogo), es decir de otra cultura. Tanto es así que las dos clases en lucha eran también – ¿como diría yo? – racialmente distintas. Y en realidad, lo siguen siendo básicamente. En plena edad del consumo.
Quinto párrafo
Todos saben que los «explotadores» cuando (a través de los «explotados») producen mercancía, producen en realidad humanidad (relaciones sociales). Los «explotadores» de la segunda revolución industrial (llamada también consumismo, es decir, grandes cantidades, bienes supérfluos, función hedonista) producen nueva mercancía, así que producen nueva humanidad (nuevas relaciones sociales). Ahora bien, durante los casi dos siglos de su historia, la primera revolución industrial ha producido siempre relaciones sociales modificables. ¿Cuál es la prueba? La prueba es la certeza substancial de la modificabilidad de las relaciones sociales en aquellos que luchaban en nombre de la alteridad revolucionaria. Ellos nunca han propuesto ni a la economía ni a la cultura del capitalismo una alternativa, sino, precisamente, una alteridad. Alteridad que hubiera debido modificar radicalmente las relaciones sociales existentes, es decir, antropológicamente hablando, la cultura existente. En el fondo, la «relación social» que se encarnaba en la relación entre siervo de la gleba y señor feudal, no era muy distinta de la que se encarnaba en la relación entre obrero y patrón de la industria. Y, en cualquier caso, se trata de «relaciones sociales» que se han demostrado igualmente modificables. Pero, ¿y si la segunda revolución industrial – a través de las nuevas e inmensas posibilidades que ofrece – produjese de ahora en adelante «relaciones sociales» inmodificables? Esta es la gran y tal vez trágica pregunta que hay que plantearse. Y en esto consiste en definitiva la burguesización total que está teniendo lugar en todos los países, definitivamente en los países capitalistas, definitivamente en Italia. Desde este punto de vista, las perspectivas del capital son de color rosa. Las necesidades creadas por el viejo capitalismo se parecían mucho a las necesidades primarias. Las necesidades que el nuevo capitalismo puede crear son total y perfectamente inútiles y artificiales. He ahí por qué, a través de ellas, el nuevo capitalismo no se limitaría a cambiar históricamente un tipo de hombre sino la humanidad misma. Cabe añadir que el consumismo puede crear «relaciones sociales» inmodificables, o bien creando, en el peor de los casos, en lugar del viejo clérigofascismo un nuevo tecnofascismo (que podría realizarse sólo con la condición de que se le llamase antifascismo), o bien creando como contexto de su propia ideología hedonista un contexto de falsa tolerancia y de falso laicismo, de falsa realización, es decir, de los derechos civiles, que en realidad es lo más probable. En ambos casos, el espacio para una auténtica alteridad revolucionaria se reduciría a la utopía o al recuerdo. Reduciendo de esa manera la función de los partidos marxistas a una función socialdemócrata, incluso competamente nueva desde el punto de vista histórico.
Sexto párrafo
Querido Pannella, querido Spadaccia, queridos amigos radicales, pacientes con todo el mundo como santos, y también conmigo. La alteridad no está sólo en la conciencia de clase y en la lucha revolucionaria marxista. La alteridad existe también por sí misma en la entropía capitalista. Es ahí en donde goza (o mejor dicho, sufre,y a menudo sufre horriblemente) su carácter concreto, su factualidad. Lo que es, y lo que existe en eso, son dos datos culturales. Entre dichos datos existe una relación de prevaricación, a menudo, horrible. Transformar su relación en una relación dialéctica es precisamente la función, hasta el momento presente, del marxismo. Relación dialéctica entre la cultura de la clase dominante y la cultura de la clase dominada. Dicha relación dialéctica no seguiría siendo posible si la cultura de clase desapareciese, se eliminase o se abrogase, como decís vosotros. Es por ello que hay que luchar para conservar todas las formas alternas y subalternas de cultura. Es lo que habéis hecho vosotros durante todos estos años, especialmente en los últimos años. Y habéis conseguido encontrar formas alternas y subalternas de cultura en todas partes, en el centro de la ciudad y en los rincones más lejanos, más muertos y más poco frecuentados. No habéis tenido ningún respeto humano, ni ninguna falsa dignidad y no os habéis subyugado a ningún chantaje. No habéis tenido miedo ni de rameras ni de recaudadores, ni tampoco – todo hay que decirlo – de fascistas.
Séptimo párrafo
Los derechos civiles son básicamente los derechos de los demás. Ahora bien, decir alteridad es enunciar un concepto casi ilimitado. En vuestra afabilidad y en vuestra intransigencia, no habéis hecho distinciones. Os habéis comprometido hasta el final por toda alteridad posible. Pero hay que hacer una observación. Existe una alteridad que atañe a la mayoría y otra que atañe a las minorías. El problema que concierne a la destrucción de la cultura de la clase dominada, como eliminación de una alteridad dialéctica y amenazante es un problema que atañe a la mayoría. El problema del divorcio es un problema que afecta a la mayoría. El problema del aborto es un problema que afecta a la mayoría. De hecho, los obreros y los campesinos, maridos y mujeres, padres y madres constituyen la mayoría. A propósito de la defensa genérica de la alteridad, a propósito del divorcio, a propósito del aborto, habéis obtenido grandes triunfos. Ello constituye – y vosotros lo sabéis perfectamente – un gran peligro. Para vosotros – y vosotros sabéis perfectamente como reaccionar – y para todo el país que, por el contrario, especialmente en niveles culturales que deberían ser altos, reacciona bastante mal. ¿Qué quiero decir con ésto? A través de la adopción marxistizada de los derechos civiles por parte de los extremistas – de los que he hablado en la primera parte de mi intervención – los derechos civiles han entrado a formar parte no sólo de la conciencia sino también de la dinámica de toda la clase italiana de fe progresista. No estoy hablando de vuestros simpatizantes … No hablo de los que habéis llegado hasta los más remotos y distintos lugares, hecho del que estáis justamente orgullosos. Hablo de los intelectuales socialistas, de los intelectuales comunistas, de los intelectuales católicos de izquierdas, de los intelectuales en general (…)
Octavo párrafo
Se que estoy diciendo cosas gravísimas. Por otra parte, era inevitable. Si no ¿A qué iba a haber venido aquí? Os anuncio – en un momento de justa euforia de las izquierdas – lo que para mí es el mayor y el peor peligro que nos acecha, especialmente a nosotros los intelectuales, en el futuro próximo. Una nueva «trahison des clercs», una nueva aceptación, una nueva adhesión, un nuevo claudicar ante el hecho consumado, un nuevo régimen incluso sólo como nueva cultura y nueva calidad de vida. Me remito a lo que he dicho al final del quinto párrafo. El consumismo puede hacer que se conviertan en inmodificables las nuevas relaciones expresadas por el nuevo modo de producción «creando como contexto de su propia ideología hedonista un contexto de falsa tolerancia y de falso laicismo, de falsa realización, es decir, de los derechos civiles». Ahora bien, la masa de los intelectuales que ha tomado de vosotros, a través de una marxización pragmática de extremistas, la lucha por los derechos civiles haciéndola entrar en su código progresista, o conformismo de izquierda, no hace otra cosa que seguirle el juego al poder. Cuanto más fanáticamente convencido está un intelectual progresista de la bondad de su contribución a la realización de los derechos civiles, más acepta la función socialdemócrata que el poder le impone aboliendo, a través de la realización falsificada y totalizadora de los derechos civiles, cualquier alteridad auténtica. Así pues, dicho poder se prepara para adoptar a los intelectuales progresistas como sus clérigos. Y ellos ya han dado a ese poder invisible una adhesión invisible haciéndose un carnet invisible. Contra todo ésto vosotros no tenéis más que seguir simplemente siendo vosotros mismos, lo cual significa ser continuamente irreconocibles.
Olvidad rápidamente los grandes triunfos y seguid impertérritos, obstinados, eternamente contrarios, en vuestro afán por pretender, querer e identificaros con lo distinto, seguid escandalizando y blasfemando.