¿Todavía es posible luchar por otra India?
Avijit Pathak
El éxito espectacular de Narendra Modi y la coalición NDA dirigida por el BJP ya ha generado una gran cantidad de reflexiones y pensamientos.
Sí, los comentaristas han articulado diversas razones para explicar el éxito de Modi: su capacidad para proyectarse como el salvador definitivo del país, su habilidad dramatúrgica de comunicar directamente con las masas para estimular sus sentimientos ‘nacionalistas’ y religiosos, y, sobre todo, la energía sin límites que radia de ser un entendido en tecnología.
De la misma manera, han hablado de la ausencia de una alternativa razonable, la falta de dirección y coherencia de la débil/fragmentada oposición y su incapacidad para combatir el enorme poder organizativo que tiene el nexo BJP-RSS.
Una cosa está clara. Esta vez, la cuestión cultural -no necesariamente la económica- ha surgido como la cuestión más importante. Y Modi, parece, se ha convertido en la encarnación de esta identidad cultural resuelta que sus innumerables seguidores y fans aman vincular a India.
¿Es que la oposición -o, es más, el discurso secular-liberal-izquierdista- ha fracasado a la hora de plantear una idea contra-hegemónica?
Nación: Fragmentos, uniformidad y unidad rítmica
Para empezar, reconozcamos que la búsqueda de ‘unidad’ no es antinatural, aunque India sea conocida por sus abrumadoras diferencias.
Sin embargo, el discurso intelectual ‘progresista’ -dirigido por la intelligentsia liberal y científicos sociales próximos al marxismo, el ambedkarismo y el posmodernismo- parecen haber deconstruido constantemente este énfasis en la nación india unitaria.
Por el contrario, han hablado de conflictos y divisiones, fragmentos y diferencias, jerarquías de casta y disparidades regionales. Para algunos, India no es una ‘nación’. Como mucho, una especie de ‘unidad administrativa’ que busca reconciliar diversas ‘nacionalidades’ -bengalí y tamil, o asamesa y kannada-. Y para algunos, las jerarquías de casta son tan profundas que la idea de ‘unidad’ es un mito.
Además, algunos posmodernistas se reirán siempre de cualquier cosa que sea ‘grande’. India, para ellos, es simplemente un objeto de la imaginación, o una construcción brahmánica/colonial. Y por lo que se refiere a los marxistas, mientras su análisis económico es excelente, no son muy sensibles al significado cultural/religioso que la gente busca unir a su patria.
Sin embargo, como acabo de decir, a pesar de los conflictos y diferencias, también ha habido búsqueda de la unidad. Una larga historia de la civilización índica llena de experiencias de comercio, peregrinaje y circulación de tradiciones clásicas y populares seguramente ha elevado el espíritu de empatía y unidad.
En tiempos recientes, esta búsqueda ha adquirido un nuevo significado por tres razones.
Y tercera, en un mundo caracterizado por conflictos transfronterizos, violencia terrorista, islamofobia y carrera armamentística acelerada, la idea de consolidar la ‘nación hindú’, manteniendo sus fronteras herméticas y asegurando su seguridad ha adquirido una nueva dimensión.
Es en este contexto que Modi parece haber tenido éxito en crear una emoción pomposa centrada en la nación india y el nacionalismo. Mientras gente como Mayawati raramente cruza las fronteras de la limitada política identitaria centrada en la casta, Modi habla de una idea ‘mayor’: una nación ‘hindú’ que vaya de la colonia ‘bahujan’ en Lucknow a las zonas pijas de las Malabar Hills en Mumbai.
O aún más, mientras los campeones de las ‘subnacionalidades’ hablan de diferencias lingüísticas/regionales/étnicas, Modi hace posible llevar la ideología hindutva a las colinas del noreste; o, como estamos viendo, bengalíes cantando ‘Jai Shri Ram’ y jóvenes y viejos en Karnataka llevando una máscara de Modi y bailando.
¿Significa esto entonces que la visión segmentada de la oposición ha fracasado al combatir la ‘gran’ idea del nacionalismo hindú de Modi?
Pero hay un problema. El discurso sobre el nacionalismo que la política del BJP populariza es dialéctico por naturaleza. Su llamamiento ‘unitario’ (todos los ‘hindús’ deben unirse) es ‘terapéutico’ y da una misión: no soy solamente un vendedor de té, un conductor de rickshaw, un artesano rural; soy un ‘hindú’ y debo ‘salvar’ la cultura hindú.
En un mundo alienado da algún tipo de ‘propósito’ de existencia a las masas por otra parte sin poder. En este sentido, puede incluso decirse que tiene un toque ‘subalterno’.
Pero luego es también algo negativo, y principalmente orientado al ‘enemigo’, sea este Pakistán o la ‘problemática’ comunidad musulmana. El hecho es que levanta pasiones salvajes (‘Bharat Mata ki Jai’ – un mantra popular estos días no suscita un sublime sentimiento de amor, o el espíritu de un trabajo honesto para la gente que vive en India, al contrario, se trata más bien de agresión, un gesto que busca transmitir a las minorías que sus días han terminado) y centrarse en el ‘enemigo’ es su llamamiento. Su humor tóxico tiene un poder enloquecedor.
De hecho, en la imaginación popular es ambas cosas: un nacionalista hindú enraizado en la ‘cultura’ así como un modernizador global amigo de la tecnología. Lo es todo: de Kedarnath [lugar en las montañas al que se retiró Modi recientemente para meditar] a los trenes bala.
Pero, incluso en estos tiempos oscuros, no deberíamos olvidar que hubo una narrativa sobre India completamente diferente. La unidad no era vista como uniformidad. Al revés, era un intento de experimentar el hilo sutil de la conexión civilizatoria entre diferencias espléndidas.
La unidad era pensada como un proceso continuo (no un producto acabado de uniformidad militarista) hacia la fusión de horizontes mediante el amor, el diálogo y la asimilación. A través de un lenguaje secular, Nehru, parece, buscaba verlo en El descubrimiento de India; Tagore lo sentía a través de su universalismo poético y lo más importante, Gandhi lo hizo mediante un énfasis constante de sincretismo, diálogo inter-religioso y una amplia agenda de swaraj.
En otras palabras, su nacionalismo, lejos de ser hiper-masculino con un eslogan de ‘uniformidad’ era razonablemente amable y lleno de algún tipo de sueños socialistas/de estado del bienestar.
Sin embargo, esta visión de India, parece, no atrae a una nueva generación intoxicada con simulaciones de los medios de comunicación, soluciones tecno-militaristas y algún tipo de afirmación hipermasculina: la urgencia por ser agresivo y demostrar el poder de uno a cualquier coste.
¿O es que los partidos de oposición tampoco están muy convencidos de estos ideales perdidos? ¿Es que a su política -digamos las circunscripciones por casta de Akhilesh Yadav, el regionalismo de Chandababu Naidu o el faccionalismo dentro del Congreso Nacional Indio- les falta una gran visión?
Secularismo desespiritualizado, religión politizada y religiosidad del amor
Posiblemente, la alternativa es una modernidad espiritualizada -un modo de vivir que busca unir valores más altos al mundo fenoménico: valores como el amor, no herir, la sensibilidad ecológica y la compasión. Mientras los defensores del ‘secularismo’ -con el énfasis en el cientifismo, la objetividad y el empiricismo- han fracasado a la hora de satisfacer la búsqueda espiritual del hombre, las religiones organizadas y su clericalismo asociado han añadido un énfasis exagerado en los rituales y externalidades de la religión, y por tanto alienado a verdaderos buscadores como Kabir, Rabindranath Tagore y Mahatma Gandhi.
A cambio, tenemos un discurso de nacionalismo hindú ruidoso/militante -promovido por toda clase de ‘sadhus’, babas célebres y, sobre todo, la banda entera de nacionalistas hindúes-. Y atrae a muchos ‘hindúes’ porque genera el sentimiento de que los hindúes todavía no han sido capaces de recuperar su tierra y cultura por culpa de los ‘conspiradores pseudo-seculares’ que permanecen silenciosos ante el daño que ‘invasores extranjeros’ como los musulmanes han causado al país.
En un país como el nuestro, conocido por una relación compleja entre estas dos comunidades religiosas, las heridas psíquicas asociadas con la Partición, y el mero formulismo en nombre del secularismo en lugar de un sincero esfuerzo por alimentar una verdadera comprensión inter-religiosa y relaciones en la vida cotidiana, no es difícil jugar con el sentimiento religioso.
Posiblemente, la respuesta es una filosofía político-económica y cultural liberadora que nos lleve a una idea del hombre y la sociedad más amplia/inclusiva y cosmopolita. Y siempre he creído que cultivar esta práctica radical estéticamente enriquecida requiere una continua conversación con Kabir y Ambedkar, Gandhi y Tagore, y Marx y Nehru.