Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Introducción de The Great Agrarian Conquest de Neeladri Bhattacharya

Neeladri Bhattacharya. The Great Agrarian Conquest: The Colonial Reshaping of a Rural World, Permanent Black, 2018.

Hace unas semanas publicamos la traducción de una reseña aparecida en la revista india Economic & Political Weekly en la que se destaca la importancia de esta obra en el marco de la historia agraria india. Coincidiendo con esta valoración hemos decidido traducir y publicar la introducción de esta obra, que puede ser adquirida en diversas plataformas, tanto en formato papel como libro electrónico.

 

Este libro se basa en la premisa de que la idea de lo agrario que damos por hecha tiene una historia que debe ser explorada. Rastrea los procesos mediante los cuales -en la India colonial- lo agrario fue naturalizado como lo rural universal, y el paisaje de agricultura campesina asentada fue proyectado como lo normativo. Busca descifrar los conceptos que organizan la economía agraria cuya legitimidad tan a menudo aceptamos sin cuestionar. La colonización agraria sin duda no hubiera podido proceder sin la creación de espacios que se ajustaban a las necesidades de tal colonización, ni sin el establecimiento de un régimen apropiado de categorías -arrendamientos, tenencias, propiedades, residencias- y los marcos de costumbres y leyes que hicieron tal colonización posible.

La colonización agraria fue en este sentido una conquista profunda. No se produjo simplemente a través de algún proceso económico inexorable que desplazó formas anteriores de medios de vida y de trabajo. Actuó desarrollando un imaginario nuevo y propicio en el que el universo rural podía ser completamente rehecho: revisualizado, reordenado, reorganizado y completamente transformado. El proceso supuso reconfigurar los términos utilizados para describir las relaciones sociales y los vínculos que unían las comunidades. Alteró las percepciones del espacio y el tiempo, de lo legal y lo permisible, lo ideal y lo normal. Definió el telos hacia el que la historia rural se iba a mover. Produjo nociones específicas de desarrollo y crecimiento; hizo que pareciese necesario y deseable la represión de ciertas prácticas y formas de subsistencia; celebró patrones específicos de vida y devaluó otros. Al naturalizar este nuevo marco, dio forma a la manera en que lo rural podía ser imaginado. Al suponer la agricultura campesina establecida como la norma en el mundo rural -creando lo “normativo rural”- negó la legitimidad de otras formas de estilos de vida y paisajes rurales. Los cambios introducidos fueron, al mismo tiempo, culturales, discursivos, legales, lingüísticos, espaciales, sociales y económicos. Por tanto, para entender las diversas capas de significado compactadas en el término ”agrario”, debemos analizar esta gran conquista y la forma aparentemente silenciosa y discreta en que fue llevada a cabo.

Centrarse en lo imaginario es, en un nivel, analizar las ideas y discursos, su estructura constitutiva, los recursos intelectuales en los que se basan, y las formas en que son apropiados, reelaborados y utilizados. Pero los imaginarios no son solo ideas ni surgen simplemente en el nivel de las ideas. Se forman mediante procesos materiales y se encarnan en cosas materiales: registros, manuales, papeles de asentamiento, mapas catastrales, límites vecinales. Se codifican en leyes -leyes de propiedad, códigos de costumbres, normas de herencia, derechos de los arrendatarios-. Están integrados y dan forma en las prácticas de mapeo, escritura, clasificación, categorización, demarcación de campos individuales, establecimiento de límites entre aldeas, juicio de conflictos, planificación de riego, introducción del cultivo de nuevas variedades, plantación de árboles, eliminación de matorrales y restricción del acceso a las tierras comunales. Si los imaginarios, en este sentido, están constituidos por la historia, también son constitutivos de la historia.1 Este es el sentido en el que hablo de la creación de un imaginario agrario.

Mi foco de atención principal no son las grandes proyectos estatales de ingeniería ni los programas espectaculares de alta modernización.2 Estos son importantes y analizaré mediante un estudio de caso cómo pudieron desarrollarse en el contexto colonial. Pero mi preocupación principal es comprender cómo un nuevo mundo dado por sentado llega a surgir bajo el colonialismo, reconfigurando el viejo y normalizando la modernidad colonial. Me centro en la rutina aparente, lo discreto, el día a día, en actos que organizan la vida e institucionalizan prácticas, integrando gentes y cosas en un nuevo orden de normatividad en el mundo rural. Lo que analizo fue una conquista de fenomenales proporciones. Pero lo hondo y profundo no es siempre grande y espectacular.

Esta conquista no fue dirigida por una visión unitaria. No hubo un plan pre-escrito de ingeniería social que el estado colonial puso en práctica, ninguna estrategia de reordenación colonial que los funcionarios británicos respaldasen sin cuestionarse. Henry Lawrence, John Lawrence, el marqués de Dalhousie y James Wilson -algunos de los individuos en que se centra este libro- fueron todos funcionarios coloniales que afirmaron la lógica del colonialismo; pero actuaron de formas muy diferentes, imaginaron el poder de modos distintos, y a menudo expresaron sus diferencias -privada y públicamente- con gran vigor polémico. Y estas diferencias importaban. Nos hablan de la elasticidad e incluso las contradicciones al imaginar lo agrario colonial, la formulación de la política y la naturaleza de la gobernanza. Es importante escudriñar esta heterogeneidad entre los funcionarios, la diversidad de voces y la especificidad de cada una de ellas, y las tensiones internas en las mentes de los funcionarios. En esta búsqueda de lo heterogéneo, sin embargo, es igualmente importante no ignorar la unidad global que, con todas sus diferencias constitutivas internas, se puede reconocer sin embargo como unidad. Disonancia no significa desacuerdo paralizante, las ambigüedades no congelan las decisiones, y los conflictos de opinión no bloquean la posibilidad de una acción confiada. Intento explorar cómo tales diferencias se articulan, negocian y se trascienden, cómo se expresa la autoridad del imperium.3

La simple afirmación de una voz autoritaria, sin embargo, no la hace necesariamente efectiva. El soberano puede ordenar una norma que puede ser subvertida por sus súbditos. Hay una distinción entre intención y efecto, entre el deseo y su realización. ¿Cómo acabo la gente aceptando el régimen colonial de leyes y categorías, su redefinición de lo que era normal y permisible? ¿Cómo se constituyó y naturalizó este nuevo habitus? ¿Qué significa, de hecho, una aceptación y normalización generales? Para explorar estas preguntas me baso en el concepto de “habitus” de Bourdieu, pero reviso su formulación. Para Bourdieu, habitus es el mundo dado por descontado dentro del cual viven los sujetos; define la forma en que la gente actúa espontáneamente sin ser conscientes de las normas sociales que regulan su conducta, sus disposiciones. La noción de Bourdieu está apuntalada, sin embargo, por un determinismo estructural, a pesar de que una de las intenciones de su oeuvre es trascender la oposición entre estructura y práctica; objetivismo y subjetivismo. Dentro de este marco, el habitus produce acciones ciegas y espontáneas, respaldando la santidad de un mundo normativo pre-dado y pre-escrito -aquel en el que se encuentran localizados los sujetos-.4 Mi idea de habitus, por otra parte, muestra el mundo prefigurado dado por sentado como continuamente revisado por seres humanos y clases mediante las acciones cotidianas; la norma es socavada por su constante transgresión.5 Así, a parte de defender que el poder colonial nunca pudo crear un régimen regulador que incorporase constantemente a los sujetos en su seno -en otras palabras, que los sujetos subsumidos en el orden disciplinario siempre pudieron definir su distancia de él-, intento mostrar que las operaciones del estado y las prácticas de poder crearon espacios de conflicto y negociación que la gente reconfiguró. Al maniobrar, transgredir y negociar, la gente cuestionó el significado de las nuevas normas y reelaboró sus implicaciones. El orden que consiguió legitimidad surgió de tales reconfiguraciones. Lo normativo se crea mediante la elaboración de esta dialéctica entre la norma y su transgresión, el código y su subversión. No hay un mundo dado por sentado que no lleve la huella de aquellos que habitan ese mundo.6Mi objetivo es explorar la visión agraria así como sus reformulaciones, y la conexión constitutiva que las unía.

Defender esto es cuestionar el marco mismo en el que yo mismo empecé a entender los estudios agrarios. A mediados de los 70, la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi, donde yo estudiaba, era un lugar encantado. Bullía de actividad política, intensa discusión intelectual, polémicas y debates teóricos. Todas las formas del pensamiento radical flotaban en sus pasillos, captando la imaginación de los estudiantes, dando forma la las preguntas que se planteaban. La actividad intelectual, incluso los escritos de historia, era ampliamente sentido, tenían que ser socialmente relevantes y con significado político; debían ayudar a la transformación social. La Emergencia de 1975-77 consiguió impedir las discusiones públicas, pero no silenciar el pensamiento Inspirados por los ideales del socialismo y los sueños de un futuro mejor, muchos en el Centro de Estudios Históricos, yo incluido, empezamos investigando las historias de los campesinos y los trabajadores, y la economía agraria e industrial en la que se encontraban.

La cuestión agraria -siempre central para el imaginario nacionalista y socialista- se había convertido en una obsesión en las décadas posteriores a la Independencia. Los problemas del sector rural y los problemas del atraso, era ampliamente compartido, no se podían solucionar sin resolver el problema agrario. Mientras el estado seguía con su proyecto de alta industrialización y la revolución verde, los economistas hablaban de las barreras sociales al desarrollo y de las limitaciones al crecimiento agrario. Para conocer estas barreras, argumentaban los economistas marxistas, era esencial estudiar la estructura interna de la economía agraria e identificar los modos de producción en la agricultura.7 En el debate, los problemas de definición conceptual y la cuestión de la caracterización nunca fueron resueltos, y las diferencias persistieron, pero los antagonistas compartían un supuesto: que analizar el modo de producción era centrarse en lo agrario, no en los espacios más allá de los límites de la agricultura establecida. Sin embargo, lo rural era caracterizado -feudal, semi-feudal, capitalista-, el objeto de análisis era la economía campesina establecida.

Las categorías utilizadas en estos debates se convirtieron en parte del habitus intelectual de la época, proporcionando el marco en el que se desarrollaban otras discusiones. Muchos de nosotros, que nos veíamos como marxistas críticos, sentíamos la necesidad de definir una relación dialógica con los debates de la época. Pero no había escapada del debate del modo de producción. Las narrativas de transición -del feudalismo al capitalismo- daban forma a nuestra visión, aunque nos resistiésemos al poder de este marco. Alejándonos de un foco exclusivo en las décadas posteriores a la Independencia, eramos entusiastas de un análisis de longue durée de la economía agraria. Para explorar el mundo agrario colonial empezamos cartografiando las formas de trabajo, buscando la lógica de los cultivos arrentadarios, las interrelaciones de los diferentes mercados, los movimientos de precios y rentas y las consiguientes transformaciones que reflejaban.8 Cuestionábamos teleologías unilineales así como la aplicación mecánica de términos sacados de los debates occidentales, pero seguíamos centrados en las transformaciones dentro del mundo agrario, no más allá de él.

Al hacer historia agraria nos veíamos comprometidos en producir un cambio radical respecto a las historias sobre ingresos públicos de las décadas anteriores y las lecturas nacionalistas de la crisis agraria.9 Los niveles de extracción de impuestos habían afectado sin duda las vidas campesinas, pero un enfoque único en los impuestos parecía miope. No nos podía decir todo lo que valía la pena conocer sobre el funcionamiento de la economía colonial agraria. Apartándonos de la idea nacionalista de un mundo agrario homogéneo -uniformemente devastado por la expropiación colonial- buscábamos variaciones -entre regiones y dentro de ellas-. El proceso colonizador tenía que operar en diferentes contextos sociales, enfrentarse a estructuras insertas que eran diversas y a régimenes medioambientales que eran diferentes. Desde lo homogéneo colonial hubo por tanto un giro hacia lo heterogéneo agrario.10En otras partes, también, los historiadores agrarios estaban conceptualizando tales variaciones, operando con marcos diferentes, terminando con respuestas variadas. Fueron examinadas muy atentamente las distinciones entre zonas húmedas y secas, el este y el oeste de la India, Bengala y Punjab.11Pero el foco de toda esta investigación estaba sobre el funcionamiento interno de la economía colonial agraria. La búsqueda de la heterogeneidad seguía limitada dentro de la la frontera agraria.

A mediados de los 80, era evidente que había problemas con este enfoque sobre el mundo agrario. Era exclusivista. Bloqueaba la visión de los historiadores de muchas maneras. Proporcionaba un marco dentro del cual sólo importaban los campesinos —pobres, medianos, ricos—. El mundo rural, se daba por supuesto, era sinónimo del mundo agrario. Había otros fuera del espacio del mundo urbano que no aparecían en este enfoque. ¿Qué pasaba, por ejemplo, con los pastores, los habitantes de los bosques, los recolectores de comida y los cultivadores itinerantes que rechazaban establecerse? ¿Por qué sus historias y vidas quedaban fuera del marco de nuestro interés, eran excluidos de los temas que nos interesaban? ¿Por qué no aparecían en las páginas de nuestras historias?

Parte del problema se encuentra en la forma en que las transformaciones a largo plazo habían sido identificadas en el pasado precolonial de India. En la narrativa longue durée aceptada en esa época —ampliamente compartida incluso hoy—, los historiadores rastreaban una transición de una sociedad tribal a una campesina establecida a finales del periodo Védico, cuando los pastores se establecieron, adoptaron el arado de acero, desarrollaron la economía agraria y ampliaron la frontera agraria.12 La historia posterior era leída mayoritariamente como el desarrollo gradual de esta economía agraria en diferentes formas y contextos históricos, con subidas y bajadas, sus fases de expansión y contracción. A medida que la agricultura se extendía por las llanuras fértiles, se producían excedentes que podían financiar al estado y mantener grupos sociales —las castas superiores— que no trabajaban la tierra. Con su entusiasmo por rastrear las transiciones dentro de la agricultura campesina establecida, los historiadores ignoraron lo no agrario dentro de este reino rural. Era como si los habitantes de los bosques y los pastores fuesen figuras evanescentes de un pasado obsoleto y por tanto, irónicamente, no mereciesen el interés de los historiadores —quienes debíamos centrarnos en trayectorias que presagiaban el futuro—.

En esta narrativa sobre la transición del mundo rural indio, la historia se mueve inexorablemente hacia una sociedad campesina establecida. Esta teleología se da por sentado que es normativa, como si hiciese referencia a un proceso natural e inevitable. Esta historia se centraba en los tramos aluviales y los cinturones fértiles con campesinos establecidos, no tanto en las zonas secas, las zonas de matorrales, los bosques y los pastos.13 La extracción de excedentes agrarios —impuestos sobre la tierra y rentas— aparecía en primer plano, mientras se pasaba por alto la importancia de otras formas de exacción que estaban relacionadas con espacios rurales no agrarios. Una consecuencia natural fue que la aldea fuese vista como lo universal rural, excluyendo otras formas de residencia y asentamiento. Hablar de lo rural era centrarse en la aldea. La casta —el orden social de las zonas agrarias aluviales— era considerado en consecuencia una institución universal. Era un marco agrariocéntrico, estadocéntrico, campesinocéntrico para investigar el pasado. Como siempre, los límites del marco inevitablemente estructuraron la naturaleza de las conclusiones.

Insatisfechos con lo que quedaba borrado, algunos historiadores de India volvieron su mirada a los bosques y los pastos, a la historia de las “tribus” y pastores, la recolección y la agricultura itinerante. Rastrearon la forma en que el estado colonial extendió su control sobre los recursos forestales, estableció un nuevo régimen de silvicultura “científica” e integraron las economías forestales en las estructuras de explotación colonial.14 Otros exploraron la implicación de las políticas estatales sobre los pastores y las economías pastoriles.15 A medida que la historia medioambiental adquiría prestigio intelectual, los bosques y los pastos desplazaron lentamente el campo del campesino como el objeto de interés histórico.16

Este alejamiento de lo agrario fue, en un nivel, inmensamente productivo, abriendo muchos nuevos campos de investigación. Los historiadores empezaron a explorar la historia de la agricultura itinerante y la silvicultura científica, ríos y montañas, animales e insectos, presas y canales, minerales y plantas.17 Pero en el proceso algo se perdió. Ahora, la historia agraria era vista como algo anticuado, restos de un tiempo pasado. Creada como un campo distinto y definida en oposición a la agraria, la historia medioambiental buscaba, al menos en sus primeras articulaciones, recuperar un estado de naturaleza no tocado por la agricultura establecida. Ni indagaba sobre lo agrario, investigaba la forma en que su vida e historia tomaron forma por su conexión con lo que era visto como no agrario. La íntima y complicada historia de estas interconexiones seguía quedando inexplorada.18

No es suficiente, sin embargo, explorar estas interconexiones. No es suficiente investigar la forma en que diferentes modos de vida, espacios e historias se entrelazan, creando sus formas mutuas. Debemos llevar la discusión más allá. El punto importante es explorar cómo lo agrario acabó convirtiéndose en lo universal rural. La misma idea de lo agrario, destaco, tiene que ser problematizada e historizada.

Al desarrollar mis argumentos también discuto contra dos ortodoxias. Cuando empecé a investigar, hacer historia económica y social era excitante. “Económica” y “social” eran vistas como categorías fundacionales. Es como si su materialidad estuviese preconstituida, solo su funcionamiento tuviese que ser entendido. Eramos críticos del marxismo esquemático y las explicaciones reduccionistas, pero no investigamos la naturaleza constituyente de las categorías con que operábamos. Eramos conscientes de la necesidad de ser sensibles a las cuestiones de cultura, pero no reconceptualizamos adecuadamente el objeto de nuestro estudio —la economía— para tener en cuenta la mediación cultural.19

Cuando el giro discursivo barrió el mundo académico a finales de los 80 y los 90, la seducción de la historia económica se desvaneció rápidamente. Los historiadores se volvieron hacia el estudio de discursos y textos, signos y representaciones.20 Lo que siguió fue una reconsideración radical de la idea del archivo, exploraciones críticas de las ideas de verdad e historia y una apertura a nuevas áreas de investigación. Molestos por este giro cultural, muchos historiadores económicos abogaron por un regreso a la vieja historia económica. Veían en las corrientes intelectuales del momento la disolución de todo lo que ellos valoraban.

En cierto sentido ambas tendencias tenían algo en común. El giro discursivo y cultural se alejó del reino de la economía, como si el estudio de la economía no tuviese que ser repensado, como si el dominio en el que los historiadores económicos se habían centrado antes estuviese irrevocablemente mancillado. Era como si hablar de lo agrario fuese un regreso a algo arcaico. Por otra parte, el ruego desesperado de los historiadores económicos por volver a la historia económica no era simple hostilidad contra el giro discursivo. Presuponía que el dominio de lo económico podía y debía ser estudiado solamente en el modo que lo había sido antes, incontaminado por el giro crítico y discursivo.

Este libro es un producto de mi esfuerzo por negociar estas oposiciones.21 Yo no creo que abrirse al giro discursivo signifique renunciar a lo agrario como materia de estudio. Ni siento que un estudio de lo que anteriormente era visto como la esfera de lo económico pueda, y deba hacerse mediante una vuelta a la historia económica como era practicada anteriormente. Para repensar el mundo agrario debemos analizarlo como una categoría y someterlo a un examen crítico. Podemos hacerlo, creo, mediante un compromiso productivo y dialógico con los hallazgos del giro discursivo.

El lugar de mi investigación es Punjab, aunque los argumentos que ofrezco tienen un valor mucho más amplio. Como historiador desarrollo mis argumentos mediante un diálogo con los registros y las fuentes, de manera que el archivo define ciertos límites espaciales a mi investigación, como hacen otros historiadores. Pero me esfuerzo por alejarme de los límites provincianos de lo local, conectar —como se dice a menudo— lo local con lo global. Alguien podría darle la vuelta al argumento para defender el punto opuesto. Lo global solo puede existir históricamente mediante los muchos locales. El capital, por ejemplo, puede ser conceptualizado como una categoría universal, pero opera en contextos locales, se enfrenta a estructuras integradas, se reconfigura mediante procesos históricamente específicos y se personifica en seres humanos “reales”. Como categoría universal, el capital es una abstracción, pero históricamente existe en formas concretas, como capitales específicos. No se puede comprender lo abstracto universal en sus formas históricas sin investigar cuidadosamente sus articulaciones concretas. De manera similar, la historia de la colonización nos fuerza a reflexionar sobre un proceso supuestamente universal; pero el colonialismo opera bajo diferentes formas, se articula de formas distintas en sitios distintos, y es reconfigurado por las historias locales. Solo lo local puede infundir a lo abstracto universal densidad y espesor, crear sus formas distintivas. Mi narrativa se centra en una historia local que también nos puede hablar de procesos más amplios de colonización agraria.

El libro está organizado en cuatro partes. Empiezo en la Parte I con una discusión sobre el estilo específico de gobernanza colonial que tomó forma en el Punjab del siglo XIX. Lo que allí se desarrolló, sugiero, fue un paternalismo masculino y un ideal de gobernanza. Este ideal surgió mediante una negociación sitiada por una visión utilitaria alternativa del gobierno, y sus contornos tomaron forma por estos ideales en conflicto. El paternalismo masculino definió la visión en la que la sociedad agraria del Punjab fue imaginada y se desarrollaron sus categorías marco. Sin comprender los elementos constitutivos de esta visión, argumento, no podemos explorar la forma en que lo agrario llegó a existir.

En la Parte II mis esfuerzos se centran en explorar el imaginario agrario tal como evolucionó en el Punjab. En cuatro capítulos, rastreo la ascendencia de un conjunto de categorías e instituciones que proporcionaron el gran marco de la reordenación agraria. Estas se convirtieron en la base de una impresionante reorganización del paisaje rural, una revisión radical de cómo eran percibidos los grupos sociales y las formas en que las relaciones entre las personas y las cosas eran legalmente constitutidas. Analizo la categoría “aldea” para mostrar cómo las aldeas fueron consagradas como la forma universal de asentamiento rural. Al crear mapas sobre la totalidad del paisaje, los británicos desplazaron formas alternativas de residencia y medio de vida. Se tomó el control sobre la totalidad del terreno y fue delimitado como un espacio dentro del cual se ampliaría la frontera agraria, los pastores y las comunidades nómadas serían desplazadas y se instituiría la agricultura estable. Demarcar los límites entre las aldeas se convirtió en un acto de conquista agraria, un acto de cercamiento a una escala masiva.

Analizo entonces la recreación de las costumbres, la constitución de tipos de propiedad y la producción de categorías mediante las cuales las relaciones sociales en el campo fueron ordenadas y el paisaje se hizo legible. Mis esfuerzos se centran en investigar la lógica interna de estos procesos de recreación —los recursos conceptuales a los que recurrieron, las tensiones internas en los discursos sobre propiedad, costumbres, tenencias y arrendamientos, y las implicaciones del establecimiento de este régimen codificador.

Sin embargo, el deseo de legibilidad no crea necesariamente un mundo legible; los proyectos de simplificación a menudo terminan en circunvoluciones clasificatorias. Lo que tenemos que ver son las formas en las que los proyectos y planes funcionaron sobre el terreno, la manera en que las visiones se concretan, se leen las leyes y se reciben las notificaciones. Por tanto, en la parte III cambio de la exploración de modelos a la de estrategias, de los códigos a las prácticas, de los discursos de poder a las actividades de la vida cotidiana. Estos no fueron ni binarios estrictos ni oposiciones absolutas. No podemos entender la creación de un código sin investigar la forma en que es reordenado mediante las prácticas; no podemos explorar discursos de poder sin indagar las prácticas discursivas en las que están incorporados, sin examinar las formas en que son interpretados, cuestionados y reconfigurados en la vida cotidiana. Pero el foco central de análisis puede cambiar. Si en las partes I y II aludía brevemente a las prácticas mientras mantenía el foco central sobre la creación de los ideales de gobernanza y la visión colonial agraria, en la parte III miro más de cerca el funcionamiento del régimen codificador sobre el terreno —las prácticas cotidianas que a la vez dan forma y son reformadas por el régimen de normas, códigos, leyes y categorías.

Investigo a continuación las formas en que la redefinción de derechos era percibida por los campesinos que despejaron las tierras comunales y se instalaron en el terreno, esperando que sus derechos no serían tocados, como había sido la costumbre en el campo. Mediante los versos de un poeta campesino y las protestas que se desarrollaron en una parte de Punjab, reflexiono sobre cómo experimentaron los campesinos el proceso de colonización. Un nuevo régimen de derechos no se convierte simplemente en parte del habitus una vez las reglas son legalmente codificadas. La gente entiende y reacciona a los nuevos códigos a su modo, recurriendo a nociones e ideales que les son familiares, creando así espacios de conflicto y negociación. Analizo la turbulenta historia de estos encuentros que mediatizaron la constitución de este nuevo régimen de derechos y costumbres.

Si los códigos buscan fijar el significado de costumbres y derechos, las batallas en los tribunales revelan las ambigüedades de su definición. Y así el libro se desplaza a la sala del juzgado. Fue aquí, mediante el proceso judicial y las luchas por su interpretación, donde se desenmarañaron y se rehicieron las ideas de derechos. Las prácticas de herencia, las reglas de adopción y donación y las ideas de patrilinealidad y primogenitura fueron continuamente reformuladas y reespecificadas mediante la litigación. El nuevo régimen de propiedad que surgió fue un producto de estas historias. Arrendatarios y terratenientes, padres e hijos, madres e hijas, no operaban en un habitus legal pre-escrito cuyo guion tuviesen que seguir incuestionablemente. Al impugnar los códigos a la vez afirmaban su poder y subvertían su fijeza.

Más allá de los tribunales, en la vida cotidiana, los códigos son negociados de muchas maneras. Ninguna norma tiene consecuencias predecibles. Históricamente, vemos individuos y grupos en diferentes contextos, enfrentándose a las normas creativamente, reconfigurando sus implicaciones. Sigo analizando las formas en que los campesinos negociaron las implicaciones de la primogenitura, frustrando las percepciones oficiales. Recurriendo a la experiencia en Inglaterra, los funcionarios coloniales menospreciaron la costumbre del herencia masculina igualitaria como una práctica irracional responsable de todos los males del campo: fragmentación de propiedades, parcelización de la tierra, proliferación de parcelas poco rentables que bloqueaban toda posibilidad de mejorar la agricultura. Para desvelas las premisas coloniales de estas suposiciones comunes, rastreo la historia de parcelas individuales, exploro las estrategias desplegadas por los terratenientes para consolidar sus campos y examino la lógica de la dispersión.

En las partes II y III, por tanto, examino las muy diferentes formas en que lo agrario fue creado mediante procesos discursivos, legales y sociales. Se suponía que ahora todo tenía que transcurrir mediante los términos establecidos dentro del régimen agrario. En la parte IV, sigo explorando una forma más espectacular de conquista agraria. A finales del siglo XIX, el proceso de conquista agraria se había extendido más allá de los límites de los viejos asentamientos agrarios en el Punjab Central para transformar los vastos pastos de las tierras altas hacia el oeste.

En la imaginación colonial, los pastos y los matorrales eran baldíos improductivos, espacios vacios esperando ser poblados y cultivados. Tenían que ser medidos, mapeados y delimitados. Los derechos de los comunes tenían que ser restringidos, los movimientos de los pueblos móviles regulados, los pastores convertidos en campesinos, establecida la agricultura a gran escala, introducidos los canales de riego y promocionada la agricultura “científica”. En las tierras altas del Punjab al oeste del río Sutlej, vemos un experimento de ingeniería estatal, una forma más agresiva de colonización agraria. Cambio el foco ahora a la forma en que estas tierras de pasto al oeste del Punjab —los bārs, como son conocidos— fueron primero apropiados y luego radicalmente transformados. Analizo tanto el proyecto de colonización tal como fue imaginado e iniciado, como las formas en que los campesinos establecidos y los pastores nómadas experimentaron este proceso.

Concluyo distinguiendo dos formas distintas pero relacionadas de conquista agraria una que opera desde abajo, transformando lenta y silenciosamente el mundo de los campesinos, y otra que es implantada más drásticamente desde arriba, desplazando a la fuerza anteriores mundos de vida. El significado de la violencia colonial difería dentro de estos dos procesos. Mis esfuerzos en este libro tratan de comprender este significado.

1Castoriadis. La institución imaginaria de la sociedad.

2De alguna forma mis intereses en este libro concuerdan con los de James C. Scott en Seeing like a State. Pero Scott se centra principalmente en los grandes proyectos estatales de ingeniería, los muy modernistas proyectos que han fracasado a menudo. Yo me centro principalmente en los pequeños proyectos de ingeniería social por parte del estado colonial que produjeron el orden agrario colonial.

3Los provechosos comentarios de Bhabha sobre la ambivalencia y la ambigüedad en “Of Mimicry” (y en otras partes en The Location of Culture) se han fetichizado a menudo en conceptos sin sentido, disolviendo la idea de mando imperial. Véase Cooper and Stoler, de. Tensions od Empire, para exploraciones creativas de la ambivalencia en el discurso colonial y las ansiedades de gobernar.

4Véase Bordieu, Outline of a Theory of Practice, idem, The Logic of Practice. Para una crítica, véase de Certeau, “Foucault and Bourdieu”; Bouveresse, “Rules, Dispositions, and the Habitus”.

5Mis ideas aquí son próximas a las de Michel de Certeau aunque él tiende a separar demasiado abruptamente los espacios disciplinarios de los transgresores. Esta separación se hace difícil si exploramos su entrelazamiento mutuo y la forma en que cada espacio define al otro. Véase de Certeau, The Practice of Everyday Life; idem, Heterologies.

6En este sentido, el uso de la idea fructífera de E.P. Thompson de “economía moral” sigue siendo problemática. El concibe los códigos morales como preconstituidos, como una tradición heredada: dan forma a la acción de la multitud pero no son reconfigurados mediante esta acción. Véase Thompson “La economía moral”.

7Las contribuciones importantes al debate están hoy reunidas en Patnaik, Agrarian Relations and Accumulation; véase también Banaji, “Mode of Production in Indian Agriculture”; idem, “Capitalist Domination and the Small Peasantry”.

8Bhattacharya, “The Logic of Tenancy Cultivation”; idem, “Agricultural Labour and Production”; Guha, “Commodity and Credit in Upland Maharashtra”; idem, The Agrarian Economy of the Bombay Deccan, Mohapatra, “Land and Credit Market in Chota Nagpur”.

9Algunos de los mejores historiadores veteranos de aquella época habían trabajado sobre las políticas de impuestos en India y era ampliamente asumido que el estudio del mundo colonial agrario tenía que ser un estudio sobre la política de impuestos en sus diversas encarnaciones. Stokes, The English Utilitarians and India; Guha, A Rule of Property for Bengal.

10Bhattacharya, de. Essays on the Agrarian History of Colonial India.

11Ludden, Peasant History in South India; Bose, Agrarian Bengal; Charlesworth, Peasants and Imperial Rule; Washbrook, “Economic Development and Social Stratification in Rural Madras”; Islam, Bengal Agriculture, 1920-1946.

12Véase Sharma, Material Culture and Social Formation; Thapar, From Lineage to State. Sobre la tecnología del acero y el cambio agrario véase la recopilación de ensayos en Sahu, ed. Iron and Social Change in India.

13Para el giro hacia los pastos y los bosques en los estudios de la India precolonial, véase Ratnagar, de, On Pastoralism; Thapar, “Perceiving the Forest”.

14En India dos libros fueron pioneros en el cambio en el enfoque: Guha, Unquiet Woods, y Grove, Green Imperialism. Más internacionalmente, Ends of the Earth de Worster y Ecological Imperialism de Crosby, se convirtieron en los textos fundacionales de la historia medioambiental. Véase también Cronon, Changes in the Land.

15Bhattacharya, “Pastoralists in a Colonial World”; Singh, Natural Premises.

16La fecundidad del nuevo campo de estudios medioambientales en India se puede ver en muchas recopilaciones que fueron publicadas en los 90: Arnold y Guha, Nature, Culture, Imperialism; Damodaran y Sangwan, Nature and the Orient. Véase también Rangarajan, Fencing the Forest; Prasad, “The Political Ecology of Swidden Cultivation”; Skaria, Hybrid Histories; Rajan, Modernizing Nature.

17Véanse los ensayos en Arnold y Guha, Nature, Culture, Imperialism; Grove, Damodaran y Sangwan, Nature and the Orient. Una gran selección de ensayos publicados durante varios años están ahora recopilados en Rangarajan y Sivaramakrishnan, India’s Environmental History, 2 vols. Para una amplia historia medioambiental trasnacional de la modernidad temprana, véase Richards, The Unending Frontier.

18Este marco se puso en cuestión en los 90. Véase Agrawal y Sivaramakrishnan, Agrarian Environments; también Bhattacharya, ed. Forests, Fields and Farms. Véase también Prasad, “Forests and Subsistence in Colonial India”.

19Aunque La formación de la clase obrera en Inglaterra tuvo una inmediata y poderosa influencia sobre los estudios de la clase trabajadora, no tuvo el mismo efecto transformador sobre el estudio de la “economía”. El mismo Thompson se movió gradualmente hacia el estudio de las practicas y rituales, leyes y costumbres culturales populares.Véase Thompson, Costumbres en común. En su gran serie sobre la era moderna, Hobsbawm escribió capítulos separados sobre cultura, economía y política sin explorar sus mediaciones mutuas. Véase Hobsbawm, La era del imperio; idem, La era del capital.

20En India los ensayos publicados en Subaltern Studies — especialmente tras los primeros cuatro volúmenes— expresan este cambio muy claramente.

21He destacado durante mucho tiempo la necesidad de reconciliar estas oposiciones en algunos de mis ensayos generales conceptuales. Véase Bhattacharya, “Rethinking Marxist History”, e ídem, “Lineages of Capital”. Para un énfasis similar en la necesidad de repensar la categoría “economía”, véase Mitchell, Rule of Experts.

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