Un punto de encuentro para las alternativas sociales

¿Qué hacer?: la génesis del leninismo

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Con las teorías políticas existen numerosas dificultades, sobre todo si “se mueven”. Es gris mientras que el movimiento es verde, y si no avanzan, retroceden, así lo entendía Lenin lector de Hegel mientras se enfrentaba a los “leninistas” (Zinoviev, Kamenev, Stalin). Un estudio sereno de ¿Qué hacer? (1) nos demuestra que resulta una tentativa de resolver una dificultad no menor: luchar con todas las consecuencias con un Estado policiaco que no permite la creación de organizaciones socialistas estables.

Los diversos escritos de Lenin sobre el debate organizativo en  la socialdemocracia rusa que le oponía a los mencheviques (con los que, empero, estaba de acuerdo en una oposición al “revisionismo” de Bernstein y sus acólitos rusos), se centran en el pe­ríodo 1900-1904, y dan lugar-particularmente- a dos obras, ¿Qué hacer? (1902) así como Un paso adelante, dos pasos atrás (1904). Se puede decir que en ambas Lenin que expresa una concep­ción teóricamente “centralista” del partido, lo que en su momento se entendió como un subrayado específico a la situación que el movimiento socia­lista vivía bajo el zarismo. ­

Algunos estudiosos además han tratado de “explicar” esta opción remitiéndose a las “fuentes rusas del bolchevismo”. Concretamente al maquiavelismo y al culto a los jefes propios de Netchaiev, así como al `sub­jetivismo’. de Pietr Lavrov, sin olvidar el jacobino­-blanquismo de Tkatchev, entre otros. No hay duda que dichas tradiciones del siglo XIX ruso -sobre todo estructura conspirativa del grupo terrorista Narodnaia Volia (“la voluntad del pueblo”) fueron en uno de los marcos socioculturales de las teorías desarro­lladas en ¿Qué hacer?; no en vano, se inscribían bajo el mismo Estado policial. Es más, el propio Lenin lo reconoce. En algunos de sus escritos no oculta su admiración por el grupo Tierra y Libertad. Decía que se trataba de una ‘magnífica organización” “que debería servirnos a todos de mo­delo”.  Poca gente sabe que los herederos directos de estas corrientes,  los socialrevolucionarios (o eseristas), aprobaron con fervor el centralismo de Lenin antes de 1905. Luego –sobre todo desde el tratado de paz de Brest-Litovk, ocasión en la que atentaron contra Lenin y Trotsky y asesinaron a dos comisarios del pueblo-  se hicieron acérrimos antibolcheviques. De ahí, a aceptar  estereotipos del calibre “Lenin igual Netchaiév”, media un abismo. No conviene olvidar que las “fuentes” no explican gran cosa, sino que, por el contrario, piden ser explicadas. O dicho de otra manera, hay que demostrar por qué Lenin se inspiró, precisamente en el período 1901­-1904, en los esquemas centralistas de los conspiradores rusos del siglo XIX, abocados a acelerar una crisis que no llegaba.

Al entrar en este terreno, no se puede obviar que, primero: estamos hablando del periodo anterior a revolución de 1905. Segundo, que las teorías leninistas se insertan en un contexto social muy concreto. Por aquel entonces, como había mostrado la tentativa de un primer congreso (en 1898), la socialdemocracia era un grupo cerrado, y mi­noritario que comenzaba a plantear una alternativa de signo marxista a la mayoría populista. Era un cerebro con un cuerpo muy pequeño, y más que un movimiento social (como en Europa) estaba representada  por unos cuantos círculos pequeños de “revo­lucionarios profesionales”, que comenzaban a relacionarse con un incipiente movimiento de masas. Tampoco que dicho movimiento era más bien de tendencia  “economicista”; trataba de vadear el enfrentamiento con el Estado  No es otra cosa lo que expresaban las peticiones que defendían los manifestantes del “Domingo rojo” (rojo de sangre) de 1905.Además de disperso, la socialdemocracia era una corriente bastante dividida (por razones múltiples, había por ejemplo una socialdemocracia hebrea, el Bund)…

Esta situación de  división y desorganización facilitaba la represión policíaca del régimen y, por lo mismo, la con­siguiente, carácter restringido, “profesional” y no de­mocrático de la organización. Además, el propio Lenin presenta las exigencias de la lucha clandestina como una de las principales justificaciones de sus tesis centralistas. Esta tesis son indisociables de la lucha de los marxistas contra la corriente “marxista legal” o “economi­cista” que, aceptaban la industrialización como un factor totalmente progresivo y  tendían a re­ducir su “marxismo” a la lucha por las reformas. Consideraban  que la dinámica económica hacía innecesaria la lucha revolucionaria.. cuando se habla de “trade-unionismo”, Lenin no se refiere solamente al sindicalismo británico que era una realidad. Se refiere al culto de la “espontaneidad sindicalista de las masas obreras” por sus mejoras parciales, en oposición a su politizadas. Los “economistas” no solamente negaban la nece­sidad de un partido clandestino centralizado, también se cuestionaban el propio partido obrero. Años más tarde, Lenin anotará en más de una ocasión que sus tesis eran ante todo expresión de “una polémica contra el “eco­nomicismo”. Fue una batalla ganada, pero inicialmente la situación era favorable a estos últimos.

Por otro lado, el fundamento teórico más general de las concep­ciones  de Lenin sobre este punto radica  en la macada distinción que establece entre dos formas de la conciencia de clase del proletariado. Distingue primero  las formas “espontáneas” de dicha conciencia. Es la que surge orgánicamente de las primeras luchas motivadas por una reacción emocional -“ex­presión de la desesperación y de la venganza”-, a partir de la cual  logra ulteriormente su pleno desarrollo en “una con­ciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.”. Este primer estadio constituyen el nivel más alto que la conciencia que la clase obrera logra al­canzar por su propia experiencia. Se sitúa en el interior de una esfera limitada a las luchas económicas, a la protesta por las humillantes relaciones obreros-pa­tronos. Normalmente, cuando dicha conciencia adquiere expresión político, se sitúa preferentemente en las exigencias inmediatas de reformas jurídico-económicas (derecho de huelga, leyes de protección del trabajo. etc.), y no aborda la alternativa socialista.

Para llegar a la conciencia “socialista” se requiere ir más allá de la espontaneidad, y del sindicalismo estrecho. Desde el punto de vista de Lenin, dicha conciencia es introducida “desde fuera” por los intelectuales socialistas, en ruptura con las clases poseedoras. Es una opción que se impone mediante un combate ideológico que crítica las limitaciones del sindicalismo estrecho cuya lógica le conduce a una supeditación  respecto de la ideología burguesa. La socialista es una conciencia que parte del antagonismo fundamental entre los intereses del pro­letariado y los de las clases dominantes, y por lo mismo del régimen político existente. Es la clase en sí que asume la conciencia de clase para sí, o sea para n proyecto propio. Establece un criterio central sobre la base del cual  comprende y analiza las elaciones de todas las clases entre sí, al conjunto de una sociedad de clases. Implica  asimilar  cada acontecimiento en esta línea general en una época en la que el socialismo se ha convertido en una necesidad para toda la humanidad. En este esquema, Lenin construye su teoría del partido, en la que propone la institu­cionalización -en términos organizativos-  de estas dife­rentes formas de conciencia.

En primer lugar, Lenin establece una línea clara de demarcación entre el partido y la clase, la van­guardia-organización y el movimiento-masa, la mi­noría consciente y la mayoría vacilante en el seno del proletariado; al mismo tiempo, trata de crear lazos entre los dos compartimientos. En Un paso adelante, dos pasos atrás, Lenin sugiere hasta cinco niveles jerarquizados siguiendo el grado de organización y de conciencia. Empezando por el partido nos encontramos, primero, con las organizaciones revolucionarias (profesionales), y luego con las organizaciones de obreros (revolucionarios).  Fuera de éste distingue las organizaciones de obreros ligadas al partido, luego las organizaciones de obreros no ligadas al par­tido, pero sometidas de hecho a su control y direc­ción, y finalmente, los elementos no organizados de la clase obrera que obedecen. durante las grandes manifestaciones de la lucha de clases.

Lenin proclama que nunca pensó en “erigir el pro­grama, en principios especiales, a las fórmulas de ¿Qué hacer?”. Sugiere que estas fórmulas correspon­dían a la época en que la socialdemocracia estaba encerrada en el marco estrecho de los “círculos”, y añade: “Sólo la afluencia de elementos proletarios en el partido así como la acción de masas abierta hará que desaparezca toda huella de la mentalidad de los círculos, que en el momento actual no es más que una traba. y el principio de una organiza­ción democrática, proclamado por los bolcheviques, en noviembre de 1905, en la Novaia Xizn, cuando las circunstancias permitieron la acción abierta, ha sido ya, en el fondo, una ruptura irreparable con lo que había de periclitado en los antiguos círculos”. Evidentemente, este cambio profundo de las tesis de Lenin entre 1904 y 1907 guarda relación estrecha con un acontecimiento histórico que se sitúa entre estas dos fechas y que ha mostrado la prodigiosa inicia­tiva política de las masas obreras rusas: la revolución de 1905-1906. Para convencerse de esto basta con leer los escritos de Lenin durante 1905, que esbozan toda una nueva visión de conjunto del movimiento obrero y socialdemócrata, concepción que no es le­jana, en ocasiones, de la de Rosa Luxemburgo.

De entrada, Lenin ya no habla de conciencia “introducida desde fuera”, sino de una toma de conciencia de las masas por su propia práctica, por su experiencia revolucionaria concreta: .las masas…intervienen activamente en la escena y combaten. Estas masas se educan a través de la práctica, ante los ojos de todos, a fuerza de ensayos, de tanteos, a jalones, poniéndose a prueba y poniendo a prueba a sus ideólogos…nada se podrá comparar jamás, por lo que respecta a la importancia, a esta educa­ción directa de las masas y de las clases en el transcurso mismo de la lucha revolucionaria”. En su célebre artículo de enero de 1905. “El comienzo de la revolución en Rusia”, escribió, a propósito del “domingo sangriento” del 9 de enero en San Petersburgo: “La educación revolucionaria del proleta­riado, en el espacio de un día, ha hecho más pro­gresos que los que podría haber realizado en meses y años de existencia monótona, gris y sumisa”.  Hacia fines de 1905, llega hasta el extremo de afirmar que “la clase obrera es socialdemócrata por instinto, de modo espontáneo, y en diez años largos bajo la so­cialdemocracia ha hecho mucho, muchísimo, para convertir esa espontaneidad en conciencia”. Ve ahora la relación entre los dirigentes y la clase de una manera nueva, y subraya, en un comentario de 1906 sobre la insurrección de Moscú (diciembre de 1905), que “la modificación de las condiciones ob­jetivas de la lucha, y, por consiguiente, la necesidad de pasar de la huelga a la insurrección fueron sen­tidas por el proletariado antes de serIo por sus di­rigentes. Como siempre, la práctica precedió a la teoría “.

Así pues, aparece en Lenin una nueva concepción de la relación entre el partido y las masas, que subraya con insistencia el papel decisivo de la iniciativa propia de las masas: “Ahora, la iniciativa de los obreros se manifestará en proporciones en las que ni nos atrevíamos a soñar los conspiradores y los ‘circuladores’ “.  Por esta razón propone -en oposición a los “comiteros” del Partido- la trans­formación del soviet de diputados obreros en centro político de la revolución, en gobierno provisional revolucionario; esboza inclusive una proclama pú­blica de este futuro gobierno, alrededor del tema central siguiente: “¡No nos aislamos del pueblo re­volucionario, sino al contrario, sometemos a su ve­redicto cada uno de nuestros pasos, cada una de nuestras decisiones, nos apoyamos total y exclusiva­mente en la iniciativa libre que emana de las propias masas trabajadoras”. Por último, el “nuevo curso” se manifiesta tam­bién al nivel de la organización interna del partido, que recibe la adhesión en masa de los obreros revo­lucionarios. Se convoca un cuarto congreso del par­tido y Lenin exige que se admita a delegados de los nuevos adherentes obreros, al lado de los represen­tantes de los antiguos “comités”. Por lo demás, ve en la decisión de convocar el cuarto congreso “un paso decisivo hacia la aplicación total del principio democrático en nuestras organizaciones”.

Es instructivo comparar la actitud de Lenin ante el estallido de la revolución, en enero de 1905, con la de Stalin, que es típica de los “comitards” del Partido: en un folleto dirigido a los “obreros del Cáucaso”, Stalin escribía: “¡Tendámonos la mano y agrupémonos estrechamente en torno a los comités del Partido! No debemos olvidar ni un momento, que sólo los comités del Partido pueden dirigirnos dignamente, que sólo ellos nos alumbrarán el ca­mino hacia esa ‘tierra de promisión’ que se llama mun­do socialista!” En la misma época, Lenin incitaba a la formación de comités revolucionarios. Es decir, de comités en los que se reunirían todos los revo­lucionarios, socialdemócratas o no en cada fábrica en cada distrito urbano, en cada localidad impor­tante”.

De todo ello existe una relación bastante detallada en la cronología que sobre 1917 ordenó Hermann Weber, y que he trascrito con algunas modificaciones en otro trabajo publicado en Kaos.

Nota

— (1)  Este artículo deriva –primordialmente- de una lectura de minuciosa edición que del ¿Qué hacer? realizó Vittorio Strada el historiador marxista italiano (de su evolución ulterior mejor no hablar) con el subtítulo “Teoría y práctica del bolchevismo” apareció en ediciones Era (México,  traducción en 1977 de Ana Mª Palos  de la edición italiana en Guilio Einaudi, 1971). La edición comprende igualmente las “Actas del II congreso de POSDR” (1903) y de los escritos de V. Akimov, P. Alxelrod, A. Bogdánov, Lenin, Mártov, Riazánov , Trotsky, Vorovsky y Rosa Luxemburgo sobre el concepto del partido. La aportación de Trotsky, publicada como El informe da la delegación siberiana, ha sido traducida al castellano en Espartakus en castellano. No he incluido pies de página sobre cada una de las citas, primero porque creo que ya no se leer, y segundo porque sí alguien las quiere verificar no tiene más que darle un repaso al libro…

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