El Estado y el socialismo
[1]
Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 28 de junio a 5 de julio de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
Publicamos este artículo de For Ever aunque se trate de una colección de despropósitos y de divertida fraseología. Para For Ever, el Estado de Weimar es un Estado marxista; nosotros, los del «Ordine Nuovo» somos adoradores del Estado, queremos al Estado ab aeterno (For Ever quería decir in aeternum, evidentemente); el Estado socialista es lo mismo que el socialismo de Estado; han existido un Estado cristiano y un Estado plebeyo de Cayo Gracco; el Soviet de Saratov podría subsistir sin coordinar su producción y su actividad de defensa revolucionaria con el sistema general de los Soviets rusos, etc. Afirmaciones y necedades semejantes se presentan como una defensa de la anarquía. Y sin embargo publicamos el artículo de For Ever. For Ever no es sólo un hombre: es un tipo social. Desde este punto de vista no debe ser puesto de lado; merece ser conocido, estudiado, discutido y superado. Lealmente, amistosamente (la amistad no debe ser separada de la verdad y de toda la aspereza que la verdad comporta). For Ever es un pseudorevolucionario; quien basa su acción en mera fraseología ampulosa, en el frenesí de la palabrería, en el entusiasmo romántico, es simplemente un demagogo y no un revolucionario. Para la revolución son necesarios hombres de mente sobria, hombres que no dejen sin pan la panaderías, que hagan marchar los trenes, que surtan las fábricas con materias primas y consigan cambiar los productos industriales por productos agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad personal contra las agresiones de los malhechores, que hagan funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al pueblo a la desesperación y a la demencial matanza interna. El entusiasmo verbal y la fraseología desenfrenada hacen reír (o llorar) cuando uno solo de esos problemas tiene que ser resuelto aunque sólo sea en una aldea de cien habitantes
Pero For Ever, pese a ser un tipo característico no representa a todos los libertarios. En la redacción del Ordine Nuovo contamos con un comunista libertario, Carlo Petri. Con Petri la discusión se sitúa en un plano superior; con comunistas libertarios como Petri el trabajo en común es necesario e indispensable; son una fuerza de la revolución. Leyendo el artículo de Petri publicado en el número pasado y el de que publicamos en este número[2] -para fijar los términos dialécticos de la idea libertaria: el ser y el no ser- hemos llegado a estas observaciones. Por supuesto, los camaradas Empédocles y Caesar[3], a los que Petri se refiere directamente, son libres de responder por su cuenta.
I
El comunismo se realiza en la Internacional proletaria. El comunismo será tal sólo cuando y en tanto sea internacional. En este sentido, el movimiento socialista y proletario está contra el Estado, porque está contra los Estados nacionales capitalistas, porque está contra las economías nacionales que tiene su fuente de vida y toman su forma de los Estados nacionales.
Pero si de la Internacional Comunista se verán suprimidos los Estados nacionales, no sucederá lo mismo con el Estado, entendido como «forma» concreta de la sociedad humana. La sociedad como tal es pura abstracción. En la historia, en la realidad viva y corpórea de la civilización humana en desarrollo, la sociedad es siempre un sistema y un equilibrio de Estados, un sistema y un equilibrio de instituciones concretas, en las cuales la sociedad adquiere conciencia de su existencia y de su desarrollo y únicamente a través de las cuales existe y se desarrolla.
Cada conquista de la civilización humana se hace permanente, es historia real y no episodio superficial y caduco, en cuanto encarna en unas instituciones y encuentra una forma en el Estado. La idea socialista ha sido un mito, una difusa quimera, un mero arbitrio de la fantasía individual hasta que ha encarnado en el movimiento socialista y proletario, en las instituciones de defensa y ofensiva del proletariado organizado, en éste y por éste ha tomado forma histórica y ha progresado; de él ha generado el Estado socialista nacional, dispuesto y organizado de modo que le hace capaz para engranarse con los otros Estados socialistas; condicionado incluso de tal modo que sólo es capaz de vivir y desarrollarse en cuanto se adhiera a los otros Estados socialistas para realizar la Internacional Comunista en la que cada Estado, cada institución, cada individuo encontrará su plenitud de vida y de libertad.
En este sentido, el comunismo no está contra el «Estado» e incluso se opone implacablemente a los enemigos del Estado, a los anarquistas y anarcosindicalistas, y denuncia su propaganda como utópica y peligrosa para la revolución proletaria.
Se ha construido un esquema preestablecido, según el cual el socialismo sería un «puente» a la anarquía; se trata de un prejuicio sin fundamento de una arbitraria hipoteca del futuro. En la dialéctica de las ideas, la anarquía es una continuación del liberalismo, no del socialismo; en la dialéctica de la historia, la anarquía se ve expulsada del campo de la realidad social junto con el liberalismo. Cuanto más se industrializa la producción de bienes materiales y a la concentración del capital corresponde una concentración de masas trabajadoras, tantos menos adeptos tiene la idea libertaria. El movimiento libertario se difunde aún donde prevalece el artesanado y el feudalismo rural; en las ciudades industriales y en el campo de cultivo agrario mecanizado, los anarquistas tienden a desaparecer como movimiento político, sobreviviendo como fermento ideal. En este sentido la idea libertaria dispondrá aún de un cierto margen para desplegarse; proseguirá la tradición liberal en cuanto ha impuesto y realizado conquistas humanas que no deben morir con el capitalismo.
Hoy, en el tumulto social promovido por la guerra, parece que la idea libertaria haya multiplicado el número de sus adeptos. No creemos que la idea tenga de qué vanagloriarse. Se trata de un fenómeno de regresión: a las ciudades han emigrado nuevos elementos, sin cultura política, sin entrenamiento en la lucha de clases con las formas complejas que la lucha de clases ha adquirido en la gran industria. La virulenta fraseología de los agitadores anarquistas prende en estas conciencias instintivas, apenas despiertas. Pero la fraseología pseudorevolucionaria no crea nada profundo y permanente. Y lo que predomina, lo que imprime a la historia el ritmo del progreso, lo que determina el avance seguro e incoercible de la civilización comunista no son los «muchachos», no es el lumpenproletariado, no son los bohemios, los diletantes, los románticos melenudos y excitados, sino las densas masas de los obreros de clase, los férreos batallones del proletariado consciente y disciplinado.
Toda la tradición liberal es contraria al Estado.
La literatura liberal es toda una polémica contra el Estado. La historia política del capitalismo se caracteriza por una continua y rabiosa lucha entre el ciudadano y el Estado. El Parlamento es le órgano de esta lucha; y el Parlamento tiende precisamente a absorber todas las funciones del Estado, esto es, a suprimirlo, privándole de todo poder efectivo, puesto que la legislación popular está orientada a liberar a los órganos locales y a los individuos de cualquier servidumbre y control del poder central.
Esta postura liberal entra en la actividad general del capitalismo, que tiende a asegurarse más sólidas y garantizadas condiciones de concurrencia. La concurrencia es la enemiga mas acérrima del Estado. La misma idea de la Internacional es de origen liberal; Marx la toma de la escuela de Cobden y de la propaganda por el libre cambio, pero lo hace críticamente. Los liberales son impotentes para realizar la paz y la Internacional nacional, porque la propiedad privada y nacional genera escisiones, fronteras, guerras, Estados nacionales en permanente conflicto entre ellos.
El Estado nacional es un órgano de concurrencia; desaparecerá cuando la concurrencia sea suprimida y un nuevo hábito económico haya aparecido, a partir de la experiencia concreta de los Estados Socialistas.
La dictadura del proletariado es todavía un Estado nacional y un Estado de clase. Los términos de la concurrencia y de la lucha de clases han variado, pero concurrencia y clases subsisten. La dictadura del proletariado debe resolver los mismos problemas del Estado burgués: de defensa externa e interna. Estas son las condiciones reales, objetivas, que debemos tener en cuenta; razonar y obrar como si existiese ya la Internacional Comunista, como si estuviera superado ya el periodo de la lucha entre Estados socialistas y Estados burgueses, la despiadada concurrencia entra las economías nacionales comunistas y las capitalistas, sería un error desastroso para la revolución proletaria.
La sociedad humana sufre un rapidísimo proceso de descomposición, coordinado al proceso de disolución del Estado burgués. Las condiciones reales objetivas en que se ejercerá la dictadura del proletariado serán condiciones de un tremendo desorden, de una espantosa indisciplina. Se hace necesaria la organización de un Estado socialista sumamente firme, que ponga fin lo antes posible a la disolución y la indisciplina, que devuelva una forma concreta al cuerpo social, que defienda la revolución de las agresiones externas y las rebeliones internas.
La dictadura del proletariado debe, por propia necesidad de vida y de desarrollo, asumir un acentuado carácter militar. Por eso el problema del ejército socialista pasa a ser uno de los más esenciales a resolver; y se hace urgente en este periodo prerrevolucionario tratar de destruir las sedimentaciones del prejuicio determinado por la pasada propaganda socialista contra todas las formas de la dominación burguesa.
Hoy debemos rehacer la educación del proletariado; habituarlo a la idea de que para suprimir el Estado en la Internacional es necesario un tipo de Estado idóneo a la consecución de este fin, que para suprimir el militarismo puede ser necesario un nuevo tipo de ejército. Esto significa adiestrar al proletariado en el ejercicio de la dictadura, del autogobierno. Las dificultades a superar serán muchísimas y el periodo en que estas dificultades seguirán siendo vivas y peligrosas no es previsible sea corto. Pero aunque el Estado proletario no subsistiera más que un día, debemos trabajar a fin de que disponga de condiciones de existencia idóneas al desarrollo de su misión, la supresión de la propiedad privada y de las clases.
El proletariado es poco experto en el arte de gobernar y dirigir; la burguesía opondrá al Estado socialista una formidable resistencia, abierta y disimulada, violenta o pasiva. Sólo un proletariado políticamente educado, que no se abandone a la desesperación y a la desconfianza por los posibles e inevitables reveses, que permanezca fiel y leal a su Estado no obstante los errores que individuos particulares puedan cometer, a pesar de los pasos atrás que las condiciones reales que la producción pueda imponer, sólo semejante proletariado podrá ejercer la dictadura, liquidar la herencia maléfica del capitalismo y de la guerra y realizar la Internacional Comunista.
Por su naturaleza, el Estado socialista reclama una lealtad y una disciplina diferentes y opuestas a las que reclama el Estado burgués. A diferencia del Estado burgués, que es tanto más fuerte en el interior como en el exterior cuanto los ciudadanos menos controlan y siguen las actividades del poder, el Estado socialista requiere la participación activa y permanente de los camaradas en la actividad de sus instituciones. Preciso es recordar, además, que si el Estado socialista es el medio para radicales cambios, no se cambia de Estado con la facilidad con que se cambia de gobierno. Un retorno a las instituciones del pasado querrá decir la muerte colectiva, el desencadenamiento de un sanguinario terror blanco ilimitado; en las condiciones creadas por la guerra, la clase burguesa estaría interesada en suprimir con las armas a las tres cuartas partes de los trabajadores para devolver elasticidad al mercado de víveres y volver a disfrutar de condiciones privilegiadas en la lucha por la vida cómoda a que está habituada. Por ninguna razón pueden admitirse condescendencias de ningún género.
Desde hoy debemos formarnos y formar este sentido de responsabilidad implacable y tajante como la espada de un justiciero. La revolución es algo grande y tremendo, no es un juego de diletantes o una aventura romántica.
Vencido en la lucha de clases, el capitalismo dejará un residuo impuro de fermentos antiestatales, o que aparecerán como tales, porque individuos y grupos querrán eludir los servicios y la disciplina indispensables para el éxito de la revolución.
Querido camarada Petri, trabajemos para evitar cualquier choque sangriento entre las fracciones subversivas, para evitar al Estado socialista la cruel necesidad de imponer con la fuerza armada la disciplina y la fidelidad, de suprimir una parte para salvar el cuerpo social de la disgregación y la depravación. Trabajemos, desplegando nuestra actividad de cultura, para demostrar que la existencia del Estado socialista es un eslabón esencial de la cadena de esfuerzos que el proletariado debe realizar para su completa emancipación, para su libertad.
[1] Notas a un artículo de For Ever (el anarquista turinés Conrado Quaglino), titulado «En defensa de la anarquía».
[2] For Ever partía del trabajo de Gramsci La poda de la historia, para acusar a los socialistas «comprendidos los revolucionarios, los soviéticos, los autonomistas», de ser adoradores del Estado, como los economistas burgueses y los socialdemócratas alemanes («El Estado de Weimar»). For Ever afirmaba que «la Comuna es la negación aplastante del Estado» y que «un poder de políticos», aunque fuera el poder de Lenin y los bolcheviques, oprimía de todos modos al «individuo anárquico». «No hay diferencia -escribía Quaglino- entre ser oprimido y aplastado por la blusa obrera y la bandera roja o por la levita y la bandera tricolor».
[3] Empédocles era el seudónimo de Palmiro Togliatti, y Caesar el de Cesare Seassro.