El sorprendente giro de los acontecimientos en los EEUU en las dos semanas que siguieron al horrible asesinato de George Floyd inmerso en un aún más asombroso giro de los acontecimientos en los últimos meses en el mundo, nos ofrece una ocasión para una estupefacta reflexión. Las profundas líneas de fallas de la humandad –racista, machista, clasista, casteista y demás– han quedado claramente expuestas en ambos. Como lo han hecho las líneas de falla entre la humanidad y el resto de la naturaleza, y aquello que hemos dado en llamar erróneamente «democracia». Una serie de respuestas a lo largo de todo el mundo, desde la resistencia a las acciones de solidaridad, muestran que la gente quiere actuar para corregir estas divisiones… ¿pero conseguiran cambiar el desastroso curso que hemos trazado hasta ahora?

La solidaridad mundial con los movimientos Black Lives Matter (y relacionados) en los EEUU ha sido importante. Es importante destacar que ha trascendido las barreras de raza (artificiales en cualquier caso), cuando ha tomado parte gente de diversas etnicidades, orígenes, culturas, geografías y géneros. Igualmente destacable es que ha generado apoyo desde dentro de los escalones del estado, aunque haya sido de manera marginal.

Aunque no haya sido de una forma coordinada, coherente, esta oleada de expresiones se unen en al menos una cosa: el profundo disgusto, ira y frustración por las desigualdades que caracterizan a todas las sociedades y que se han profundizado con el capitalismo promovido desde el estado. Sectores de la sociedad que han sido marginados y maltratados durante siglos o milenios se han unido en las protestas: tendencias sexuales y de género diversas (LGBTQ+), perseguidas por heterosexuales dogmáticos, pueblos indígenas cuyos territorios han sido arrebatados y generaciones robadas, minorías étnicas y religiosas sobre las que se han impuesto fuerzas mayoritarias (y a menudo culturalmente homogeneizantes), y muchos otros.

Nos queda cada vez máqs claro que estos fuegos que se propagan en los EEUU tienen una importancia global, tanto porque tienen parecidos y vínculos con los pueblos oprimidos de otros lugares como porque muestran claramente que un país que ha impuesto su poder imperial sobre el resto del globo sea tan profunda y abiertamente vulnerable desde dentro.

Pero la efusión de estas protestas de solidaridad no pueden por ellas mismas ser una fuerza para la transformación global. Lo que se necesita es su interconexión con movimientos que llevan mucho tiempo buscando cambios fundamentales, sistémicos, en las estructuras políticas y económicas, y en nuestras relaciones entre nosotros y con la Tierra. Muchos de estos movimientos se han vuelto a su vez más activos y francos en medio de la crisis actual del Covid-19, mostrando cómo esta crisis también ha expuesto las profundas líneas de falla que mencioné más arriba. Muestran también cómo la gente –a menudo gente ‘normal’ de quien de otra forma nadie se daría cuenta– ha mostrado un rango de vías alternativas viables para resolver las necesidades y aspiraciones humanas sin despedazar la Tierra y sin crear una desigualdad abismal. Los movimentos ecologistas, de justicia climática, feministas, obreros, indígenas, campesinos, de autodeterminación, de soberanía alimentaria, pacifistas, de derechos de la naturaleza, ecoespirituales, de fe radical, de jóvenes por el futuro y muchos otros no se han puesto en pie necesariamente en solidaridad con Black Lives Matter, pero sus articulaciones y demandas están inextricablemente ligadas.

¿Pero entienden esto ellos –o más bien, nosotros–? ¿Somos, en cualquier parte del espectro de los movimientos «progresistas» en el que nos consideremos, una ‘clase en sí», para parafrasear a Marx? ¿Vemos una causa común?Si nuestro diagnóstico de los problemas a los que nos enfrentamos surge de una perspectiva de política económica y ecología política, debería plantear a qué nos enfrentamos. Hay profundas fuerzas estructurales responsables del desastre en el que nos encontramos, localizadas de manera diversa en relaciones machistas, estatistas, capitalistas, racistas, casteistas y antropocéntricas… y surgiendo de estas, en el «desarrollismo» de las últimas décadas, la homogeneización afanosa de un mundo biocultural increíblemente diverso en clones de la modernidad occidental. Reformar simplemente la sociedad, por ejemplo «enverdeciendo» el crecimiento económico, o haciendo que las corporaciones y gobiernos se comporten de una forma más favorable al estado del bienestar, no va a desafiar a estas fuerzas.

Una Monsanto que repentinamente cambie a una agricultura con «inteligencia climática» seguirá expulsando a centenares de millones de pequeños campesinos de la tierra, o convirtiéndolos en trabajadores asalariados. Una BP que se aparte de los combustibles fósiles para abrazar la energía solar y eólica seguirá creando un impacto ecológico y social masivo con sus megaproyectos al intentar maximizar beneficios. Los gobiernos del estado del bienestar en Escandinavia sin ninguna duda han sido mejores en la creación de una seguridad económica y social que muchos otros países, pero sus patrones de consumo siguen provocando enorme daño ecológico por todo el planeta.

Sin enfrentarse a las desigualdades sobre cómo se gobierna y gestiona la tierra y la naturaleza (y como nos identificamos con ella), o sin cuestionar una demanda de energía y productos que crezca hasta el infinito (estimulada por la increíblemente inteligente industria de la publicidad), las injusticias de diverso tipo continuarán. Hasta un Green New Deal relativamente radical, del tipo que se ha generalizado políticamente en los EEUU, Europa y Corea del Sur, seguirá siendo neocolonial si no se enfrenta a las desigualdades profundamente enraizadas entre el Norte y el Sur globales.

Tenemos muchísimo campo en común en relación a lo que nos enfrentamos, ya estemos trabajando en  medio ambiente, derechos humanos, igualdad de género o cualquier otra lucha por la justicia. Y mientras promovemos o adoptamos una enorme diversidad de alternativas para resolver los problemas de hambre, pobreza, salud, educación, conflicto, alienación, vivienda, soledad y muchos más –un pluriverso de formas de ser, hacer y soñar– aún podemos ver que hay hilos comunes en la ética de la vida: solidaridad, amor, interconexión, reciprocidad, autonomía, libertad, responsabilidad, derechos, diversidad, no violencia y otros.

Diversas concepciones de lo anterior ha llevado a una serie de intentos por crear un movimiento global hacia la transformación. En tiempos recientes el más destacado ha sido el Foro Social Mundial (FSM), ahora en su vigésimo año. La mayor reunión mundial de la sociedad civil durante todos estos años, su lema de ‘otro mundo es posible’ ha inspirado o implicado a micro y macro movimientos por todo el planeta. Sin embargo, sigue buscando que su potencial se convierta en una masa crítica para un cambio macro-sistémico, y frecuentemente ha habido una pobre representación de negros, indígenas u otras comunidades semejantes, y una explícita orientación contra la toma de posiciones colectivas. La mayor parte de sus miembros constituyentes se preguntan si ha terminado su curso natural y se necesita algo diferente. Estos temas no pasan desapercibidos para sus líderes y esperemos que llevará a su resurgimiento de alguna forma en su próxima sesión en enero de 2021 en México (¡si el Covid lo permite!).

Mientras tanto, han surgido alguno otro, justo antes o durante la crisis del Covid. A mediados de 2019, diversas personas vinculadas a movimientos de alternativas radicales se agruparon para iniciar un Tejido Global de Alternativas que ha conseguido el respaldo de 30 redes globales o regionales y muchas más personalidades prominentes. Su objetivo es tejer, de formas no jerárquicas, redes de movimientos que practiquen y apoyen la transformación radical, y estimular dichas redes donde no existan. A principios de 2020, varias organizaciones iniciaron un Diálogo Global para el Cambio Sistémico, que ha comenzado con una serie de webinarios para presentar movimientos y con el objetivo de estimular asambleas populares en muchas partes del mundo, culminando en una o más asambleas globales. Por esa misma época, varias personalidades «de alto nivel» y organizaciones vinculadas, entre los que se incluyen antiguos jefes de estado y destacados académicos-activistas de izquierda, han lanzado una Internacional Progresista. Tiene también como objetivo unir a movimientos progresistas de todo el mundo. La crisis del Covid ha dado pie también a varias declaraciones de agendas alternativas, para regiones o países específicos o para el planeta en su conjunto. Un ejemplo de lo anterior es el singular Plan de Recuperación Económica Feminista para el covid-19 en Hawaii, o un manifiesto para acciones alternativas a largo plazo para India. A una escala más amplia, tenemos una declaración sobre la necesidad de dejar de tratar al trabajo como una mercancía y democratizar el espacio de trabajo, lanzada por 3.000 investigadores de 600 universidades; otra sobre cinco formas de movernos hacia sociedades sostenibles e igualitarias; para la sociedad industrial en su conjunto por parte del movimiento decrecentista, y por un pacto social, ecológico, económico e intercultural para América Latina, publicada por casi 300 organizaciones.

Cada una de ellas, por supuesto, es bastante diferente de las otras en sus detalles, pero comparten un compromiso por la igualdad socioeconómica, la sostenibilidad ecológica y los derechos humanos y colectivos. La mayor parte de ellas también reconoce que, aunque buscamos democratizar la política y la economía de manera que la gente y colectivos puedan determinar sus propias vidas en lugar de estar a merced de estados-nación y corporaciones, para el inmediato futuro pedimos también que los gobiernos recuperen su papel de garantizar las necesidades y derechos básicos. Esto incluye reclamar que salud, educación, agua y otros suministros sean gestionados por el sector público, dada la enorme cantidad de gente a la que la privatización de estos sectores ha vuelto vunerable, como muestra la actual pandemia.¿Pero conseguirán todos estos movimientos aprovechar el momento para tejer un tapiz que cambie el cuadro general? No está tan claro. En el espectro listado más arriba, se encuentran aquellos que creen que el cambio vendrá de «capturar el estado», recuperando gobiernos de izquierda. Dado que partidos así llamados revolucionarios que tomaron el poder en muchos países de América Latina, en Grecia y otros lugares, fueron incapaces o reticentes a reemplazar patrones insostenibles de crecimiento industrial (o incluso la dependencia de los combustibles fósiles), o de confiar en la democracia radical basada en la autodeterminación local, este enfoque no inspira mucha confianza. Mucho más radicales son los movimientos hacia un gobierno genuínamente centrado en la gente y feminizado, y la economía centrada en la tierra priorizando los comunes.

Estos se ven, por ejemplo en los movimientos zapatista y de autonomía kurda, en elementos de la justicia ambiental que tienen lugar actualmente en la lucha antiracista en los EEUU, en el movimiento decrecentista en Europa, en los movimientos de autodeterminación territorial de pueblos indígenas en América Latina, Canadá y Australia, en los movimientos Africans Rising y otros de mujeres y jóvenes en ese continente, en las iniciativas de autogobierno o swaraj en el sur de Asia, y demás (para un diálogo sobre cómo se podría «planetizar el movimiento», véase ¡Planetiza el movimiento!). Es urgentemente necesaria una nueva imaginación política que reconozca el lugar del poder en las manos de gentes y colectivos, cuestione tanto los estados-nación como las corporaciones privadas e imagine un realineamiento de la toma de decisiones políticas según contigüidades culturales y ecológicas. Es igualmente necesario una nueva visión económica centrada en la soberanía del productor y del consumidor, la localización abierta, el reconocimiento de los límites ecológicos, el autocontrol y los comunes.

Quizá lo más importante, sin embargo, sean los cambios culturales que es necesario que se produzcan. La triste realidad de nuestro tiempo es que gobiernos autoritarios neofascistas o elitistas y figuras como Trump, Bolsonaro, Modi y Putin tienen una sólida base de apoyo, y esto no solo entre las élites del mundo. La globalización económica ha restado poder o empobrecido a millones de personas en las «mayorías» en muchos países (blancos en EEUU, hindús en India), y los partidos nacionalistas de derechas les pueden ofrecer chivos expiatorios convenientes (negros, musulmanes) a los que echar la culpa, desviando así la atención de sus propios fracasos y de las estructuras de opresión subyacentes. Es crucial crear espacios para el diálogo y la acción colaborativa entre miembros de diferentes etnias y fe y entre diferentes sistemas de conocimiento y formas de ser (viene a la mente el ejemplo inspirador de Darryl Davis, supremamente gandhiano).

Crear oportunidades para que niños y jóvenes aprendan en y de culturas diversas, subrayando historias de solidaridad entre las divisiones existentes para enfrentarse al covid u otras crisis, haciendo posible una mayor reflexión espiritual y ética. Estas y muchas otas formas de cambiar mentes y corazones tienen que ser un elemento central de cualquier proceso progresista.

Se necesitan desesperadamente procesos que unan todo esto, basados en valores compartidos en común a la vez que se respeta y celebra la diversidad de enfoques y estrategias, si queremos convertir las oportunidades que nos da el Covid, la tragedia de Floyd, y muchas otras en todo el mundo, en un movimiento global de transformación duradero.

Fuente: https://wsimag.com/economy-and-politics/62475-lives-matter
Traducción de Carlos Valmaseda