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Reseña de Amianto. Una historia obrera

Salvador López Arnal

Amianto. Una historia obrera (de Alberto Prunetti, Xixón: Hoja de Lata, 200 páginas, prólogo de Isaac Rosa, traducción de Francisco Álvarez).

 

Si tienen dudas de si este libro, esta carta obrera al padre, va con ustedes o no, lean estas líneas: «Yo miraba aquellas manos callosas y pensaba que los callos en las manos de los obreros son bonitos, al igual que las arrugas en las caras de los viejos» (Isaac Rosa, el prologuista, llama la atención también sobre ellas). Si les parece un paso sin poso, una tontería, una nadería, esta novela, una novela muy documentada sobre el amianto (que no es por otra parte el protagonista de todas sus páginas) no es para ustedes. No es esta su historia, la historia de una muerte prematura, de un asesinato causado (como tantos otros) por una de las industrias más criminales de la historia de la Humanidad, que es también una historia de vida, de goce, de felicidad, de relaciones obreras, de aprendizaje, de digna y hermosa vindicación del mal llamado trabajo manual. Recordemos las palabras de John Ruskin (Las piedras de Venecia, 1851-1853, párrafo 21): «En esta época hay un afán constante por separar ambas clases de trabajo; queremos que unos hombres estén siempre pensando y otros siempre trabajando y a los primeros les llamaos caballeros y a los segundos operarios. En realidad, empero, el trabajador debería pensar con frecuencia y el pensador también tendría que trabajar a menudo y ambos deberían ser caballeros en el mejor sentido de la palabra. Tal como están las cosas convertimos a ambos en ungentle [en contraposición a gentleman], el uno envidiando y el otro despreciando a su hermano. Al final, el grueso de la sociedad está compuesta por pensadores mórbidos y por obreros miserables».

Alberto Prunetti, nombrado escritor toscano del año en 2013, no es un letrateniente. Es un escritor y traductor italiano (se define como trabajador cognitivo precarizado) embarcado actualmente en la escritura de una trilogía (afortunadamente muy realista a tenor de lo visto en este libro) sobre la clase obrera italiana. Amianto. Una historia obrera, la primera entrega, fue finalista de los premios Pozzale Luigi Russo y Chianti Narrativa, alzándose con el Premio Especial del Jurado Grotte della Gurfa. 108 metros. The new working class hero es la segunda entrega (aún no traducida; un homenaje explícito, también Amianto, a la canción de Lennon) fue publicada en italiano en 2018.

Prunetti, autor y también protagonista de Amianto (como también su madre), concebido dice él en Casale Monferrato, «la capital del luto y el amianto», narra la historia de Renato, un trabajador -un soldador tubero para el que «un trabajo era algo que exigía que te rompieras el culo; los que estaban frente a una mesa y no sudaban, no trabajaban»- que se cría en la posguerra italiana y comienza su vida laboral a los catorce años, un obrero «que funde electrodos en miles de chispas a pocos pasos de gigantescos tanques de petróleo», un hombre trabajador que respira «zinc, plomo y buena parte de la tabla de elementos de Mendeleyev, hasta que una fibra de ese amianto que le rodeaba llega a su pecho» y permanece allí durante años.

Prunetti narra la historia con estas armas: «Me habría gustado que esta historia no hubiera sucedido realmente. Que fuera producto de la fantasía del autor… Sin embargo, es la realidad la que llama a la puerta en estas páginas». La imaginación, admite el autor, ha rellenado los huecos «como yeso de poco valor y ha redibujado ciertos episodios para reflejar la historia de una vida y de una muerte. De una biografía obrera».

Esta es, señala Prunetti, la historia obrera de un tipo cualquiera, una historia como tantas, de los que se criaron en la posguerra (Renato nació en 1945), «obraron un pedazo del boom económico italiano con la propia piel, vivieron la crisis del petróleo de 1973 en sus bolsillos y murieron a comienzos del nuevo siglo, enfermos tras dejar de trabajar», aniquilados por un «asesino implacable en serie que actuaba en Casale Monferrato, en Taranto, en Piombino y en decenas de lugares más». Esta, añade, es la historia de un hombre que empezó a ganarse el pan muy pronto, «que entró en la fábrica y que nunca llegó a salir de ella en realidad, porque las instalaciones industriales hicieron anidar en sus células su propia carga negativa», alguien que se vio «forzado por motivos profesionales a exponer su cuerpo a todo tipo de metales pesados», un trabajador que «vio cómo las condiciones de seguridad en las factorías se iban deteriorando cada vez más», un padre, como tantos otros, que hizo todo lo que pudo, incluidos sacrificios, para que «sus hijos con la engañosa creencia de que mandarlos a la universidad era una forma de evitarles la subordinación de clase», alguien que además «se enfundaba guantes de amianto y monos de amianto, y que se metía él mismo bajo una lona de amianto, porque derretía electrodos que liberaban chispas de fuego a pocos pasos de gigantescos tanques repletos de petróleo».

Luego, una vez cerrada su cartilla de trabajo, tras años y años de duro trabajo, las fibras de amianto comenzaron a teñir de negro las células de Renato, corroyendo la materia neural de la espina dorsal hasta llegar al cerebro. Un óxido que Renato ya no podía lijar, lesiones cerebrales que no podía soldar. Juntas, señala Prunetti, «empezaron a tener fugas, en el estado de ánimo, en la memoria, en la locomoción, en la orientación…».

En la discusión actual sobre cómo redefinir la lucha de clases, señala Isaac Rosa en el prólogo, «son necesarias lecturas como esta, que toman la memoria de la clase obrera pasada y la infiltran en nuestra conciencia (de clase)». Lleva mucha razón el autor de El vano ayer, tanto como cuando en las páginas finales de su presentación (pp. 26-29) argumenta que si Amianto es un novela radicalmente obrera lo es, sobre todo, «por su escritura, por sus decisiones formales, por sus elecciones estéticas que son por supuesto éticas», porque evita las trampas dulces «de la novela burguesa, prescinde de un realismo convencional (y comercial) que acaba siendo conservador y reproduciendo una visión (burguesa) del mundo».

No pasen por alto una hermosa y trágica historia (la de Guido, pp. 92-94) ni la búsqueda de la habitación en Siena (p. 117). Tampoco las hermosísimas fotografías finales, pp. 195-200, son parte de la historia, que incluyen fotografías de Renato, de su taller, de un compresor fabricado por él, también de los dos Prunetti y del paso del tiempo en el rostro del padre tras 35 años de trabajo, además de un pasquín escrito por él -¡observen la letra!- para una huelga convocada por él mismo como representante del comité de empresa de la planta de Busalla.

Marta Sanz lo ha resumido así: «Herramientas, universo sensorial del soldador, estados de la materia, metamorfosis: el hermoso destello convulso de estos procesos que tan raramente ocupan el altar de la literatura. A la vez, la reivindicación de lo pequeño que refleja lo grande: una letal fibra de amianto representa un mundo de mentiras, explotaciones y carne de cañón que ojalá acabe pronto. Pura literatura de intervención que suelda, brillante y resistentemente, qué y cómo. Al fin y al cabo, Alberto y Renato Prunetti hacen lo mismo con distintos materiales.»

¿Quién escribirá algún día una trilogía sobre la clase obrera española? ¿Quién escribirá algún día un Amianto. Una historia obrera española? Tarea pendiente, deber de todos.

 

PS. Hablando de Casale, el lugar donde el autor fue concebido el autor, conviene recordar estas palabras de Laurie Kazan-Allen, International Ban Asbestos Secretariat (IBAS), «Otro golpe amargo para las víctimas italianas del amianto: Una noticia televisiva sobre la realidad actual de la vida bajo encierro en Casale Monferrato, la ciudad italiana en el epicentro de la epidemia de asbesto del país, presentó entrevistas con la oncóloga Daniela Degiovanni, especialista en cuidados paliativos, y directora de un hospicio que ha atendido a pacientes con asbesto, durante más de una década, y el actual alcalde, Federico Riboldi. Los oradores explicaron, cómo la lucha, de décadas, de la ciudad, contra el mortal peligro del amianto, había creado una propensión a que la población local tomara en serio este peligro, en evolución, del siglo XXI. Hubo, dijo la Dra. Degiovanni, un gran temor, entre la población, con la gente del pueblo, y los trabajadores de la salud, afectados por el virus. La transmisión, incluyó imágenes de tiendas cerradas, en el centro de la ciudad, personas con máscaras faciales, y la bandera icónica, con los colores nacionales, que pedían: Eternit Giustizia (Eternit, Justicia)».

No hay duda, prosigue la autora, de que las personas que ya padecen enfermedades y afecciones respiratorias relacionadas con el amianto “serán menos capaces de evitar los efectos del coronavirus. También es probable, que los médicos que los atienden, sean parte, o se conviertan en parte, de equipos médicos, que atienden a pacientes con el virus”. De hecho, el 12 de marzo de este añlo, “la Dra. Federica Grosso, jefa de la Unidad de Mesotelioma en Piamonte, Alessandria, a unos 30 kilómetros de Casale Monferrato, subió un tweet, que señalaba la triste desaparición de su primer paciente con mesotelioma, debido al coronavirus. Según un informe, publicado en «La Stampa», el ex policía de tránsito, y paciente de mesotelioma, Giorgio Rosso, murió el 8 de marzo, de Covid-19. El señor Rossi, de setenta y un años, había trabajado en Casale Monferrato desde 1973, hasta el año 2005, y había sido diagnosticado del cáncer característico del amianto, en el 2018”.

Fuente: El Viejo Topo, octubre de 2020.

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