Cuando pensar es vivir: diálogo entre Fernández Buey y Simone Weil
Rafael Ruíz Andrés
Reseña de FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY, Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados (edición y presentación de Salvador López Arnal y Jordi Mir García), Barcelona, El Viejo Topo, 2020, 198 páginas.
En nuestra época de pensamiento mainstream, corrientes que marcan el sentir y el pensar de lo que debe ser sentido y pensado, acercarnos a la particularidad de aquellas mujeres y hombres que han sabido erigirla como virtud supone un reto indudable. En este esfuerzo, la particularidad deviene resquicio para la reflexión sobre el mundo desde una mirada única, que permite el desvelamiento de cuestiones a las que los demás solo –y solo quizá– lleguemos por medio de intuiciones tan breves como repentinas. El autor del libro Sobre Simone Weil, Francisco Fernández Buey, es uno de estos pensadores particulares. La filósofa retratada en la obra, también, y así lo explicita en varias ocasiones el propio filósofo palentino a través de la comparación de Weil con otros “incomparables” de la talla de Walter Benjamin o Antonio Gramsci. Gran acierto de la editorial Viejo Topo, que se ha atrevido a publicar una obra en la que el pensamiento único de Simone Weil es complementado por la reflexión del propio Fernández Buey en distintos textos, alguno de ellos inéditos antes de la aparición del libro.
Desde esta clave, en la presentación “Ser, sentir y pensar desde y con los de abajo”, escrita por Salvador López Arnal y Jordi Mir, descubrimos a Fernández Buey en Simone Weil. Los editores, que exponen distintos puntos de conexión entre ambos pensadores a modo de prólogo, proporcionan las claves para la comprensión del entusiasmo, “la lectura apasionada” (p. 16), del palentino por la francesa. A continuación, el lector podrá descubrir a Simone Weil en Fernández Buey a través de diez escritos del autor, que son complementados con un –last but not least– anexo sobre religión y ciencia.
El libro no demanda una desgranada reseña de los textos incorporados uno por uno, sino más bien la exposición crítica de las múltiples intersecciones entre las distintas reflexiones de Fernández Buey sobre el pensamiento de Weil. Así pues, sucede que, inevitablemente, parte de las ideas son repetidas a lo largo de la obra. Sin embargo, y lejos de hacer tediosa la lectura, la reiteración no siempre es demérito en un libro, dado que permite descubrir “las intersecciones no vacías entre los materiales” (p. 20), como señalan los editores. Los buenos maestros saben de la importancia de la repetición para comprehender –con h intercalada– la lección.
¿Cuáles son, a mi juicio, las principales intersecciones analizadas por esta obra-palimpsesto?
En primer lugar, Fernández Buey recorre el perfil más inexplorado de la filósofa. No dedica en sus reflexiones tiempo destacado al periodo anarquista de la francesa ni a su etapa mística sensu stricto, sino que privilegia la bisagra entre ambas etapas, sobre la que constantemente se mueve el autor. Frente a la idea exclusivamente mística de Weil, que aparece claramente en el análisis realizado por parte del recientemente fallecido Jiménez Lozano (p. 35), el palentino recorre las rupturas y continuidades entre ambos periodos de la pensadora. De ahí que Fernández Buey acentúe precisamente el espacio cronológico que media entre 1934 y 1939, hiato entre una aceptación previa de la tradición revolucionaria por parte de Weil hasta asumir, a partir de 1939, un posicionamiento más netamente religioso. En este periodo, en el que Weil efectuó la lectura de los trágicos griegos y de la Ilíada (p. 111), también se forjó el progresivo (aunque no del todo contradictorio) desplazamiento del interés de la autora hacia lo ético-religioso y ético-estético, desplazamiento que se vio acompañado por el cambio en sus interlocutores principales: del sindicalismo revolucionario a los pensadores religiosos (p. 181).
La teoría y la práctica. En segundo lugar, el autor destaca en varios textos que la genialidad de Weil descansa en que fue “una pensadora en la que el decir y el hacer fueron de verdad de la mano hasta la muerte” (p. 152). “Admirable combinación”, señala el autor en otro fragmento (p.11). Esta combinación teoría/praxis a lo largo de la vida de Weil puede ser rastreada en dos líneas mayores que aparecen a lo largo de los distintos escritos de Fernández Buey.
Por un lado, estamos ante una pensadora que sitúa un énfasis particular en los conceptos de “atención” y “soledad”. La “atención”, concepto que recoge el modo de acercamiento de la filósofa a la realidad cotidiana, constituye para Weil una categoría central, que le permite operar el tránsito hacia “lo impersonal” (p. 68) y la única vía por la que “puede bajar el bien” (p.74).
Por otro lado, la máxima de la praxis como sede de la teoría se observa de modo meridiano en la radicalidad que concede Weil no solo a la idea, sino a la práctica del trabajo. Ella, que estuvo trabajando en la fábrica de Renault para comprender de primera mano la suerte de la clase trabajadora, establece la primacía del propio trabajo como pacificador (p. 95) y como eje de (re)construcción social y personal. Sin embargo, tampoco deja Weil que la práctica ahogue el horizonte de lo imaginable, como refleja en sus reflexiones sobre la libertad: la proyección de una libertad más perfecta a aquella que vivimos es la que (pro)mueve la propia consecución de la libertad (p. 131, p. 177).
En tercer lugar, el concepto “desdichados” constituye una categoría fundamental para Simone Weil, y así aparece reflejado en distintas reflexiones de Fernández Buey. No por casualidad los editores han escogido “El compromiso con los desdichados” como subtítulo del libro. La opción por los últimos guio su etapa de pensamiento más netamente revolucionario, así como constituyó el motor que la condujo desde su experiencia fabril hacia el catolicismo. Fue en Portugal donde Weil, tras contemplar una procesión de unas pescadoras, comprendió que el cristianismo era la religión de los esclavos, también en el siglo XX. También para ella, como esclava que se sentía (p, 52). “El pueblo necesita poesía, como de pan”, sostenía Weil: “esa poesía es Dios” (p. 59). Ya en su etapa propiamente religiosa, el amor a la posibilidad de desdicha aparecerá como gracia sobrenatural (119). El propio Cristo, desdichado entre los desdichados, descendió y la abrazó, según relata la propia pensadora su experiencia en la abadía de Solesmes. Quizá entre las diversas rupturas que caracterizan el pensamiento de Weil, tal y como lo expone Fernández Buey, la opción por los desdichados constituye una de las continuidades más claras y evidentes, uno de los ejes de comprensión de Weil en su totalidad. Rescatando una frase de León Felipe, la opción vital de Weil fue la reflexión “desde el nivel exacto del Hombre”.
Por último, y frente a la continuidad, Buey también recorre el carácter contradictorio de la autora, que la convierte en una pensadora inclasificable prácticamente. Weil fue contradictoria, porque asume que lo real es esencialmente contradicción, idea de la pensadora repetida en varias ocasiones por Buey (p. 54) y que se ejemplifica en su posicionamiento frente a las ideologías e instituciones con las que dialoga a lo largo de su vida.
A pesar de su mayor vinculación con la opción revolucionaria en su primera etapa vital, desconfió del término “revolución” por la sangre vertida en torno a él, por el esfuerzo que en torno a él y su ideal de progreso se ha invertido. Para Buey, y sin obviar las carencias de las que adolece la propia reflexión sobre Marx efectuada por Weil, la pensadora erigió una de las críticas más pertinentes del marxismo (p. 103) y su providencialista noción de progreso (p. 105). Frente a la lectura providencialista de la historia que propugna parte del marxismo, Weil rescata el carácter azaroso de la existencia. Y, por consiguiente, cuando el azar entra en juego, la Providencia no constituye un mecanismo aplicable (p.128).
Tampoco se ahorra Fernández Buey las críticas que Weil dedicó a las iglesias cristianas, incluso tras su conversión religiosa. La pugna argumental que sostuvo en su día con sus conversadores marxistas y revolucionarios se tornó, en paralelo a su giro existencial, en polémica con las voces cristianas, ya que cuando Weil aceptó plenamente la tradición cristiana, en la que “se está”, no asumió la institución, a la que “se entra”. Poco intuyó la pensadora francesa que sus reflexiones y experiencias luego serían citadas por el pontífice Juan Pablo II.
Estas contradicciones de la autora también son exploradas por Buey en torno a sus escritos políticos, particularmente en su análisis sobre la relación entre política y religión. En su reflexión, Weil parece reclamar la premisa pre-moderna de fusión entre ambas esferas a simple vista, pero no para la mirada de Fernández Buey, quien analiza el texto de Weil a partir del eje central del escrito: la justicia. Además, aclara Fernández Buey, el propio planteamiento religioso de la autora se aleja del concepto “religión” stricto sensu, y por lo tanto, de toda potencial propuesta de mera actualización de la alianza Trono-Altar. En su progresiva radicalización de la crítica a la política, Weil concluirá con el rechazo explícito al sistema de partidos por su tendencia hacia una deriva “totalizadora” (p. 145).
En definitiva, “pensamiento propio: originalidad, radicalidad, singularidad en el tratamiento de asuntos y acontecimientos que acuciaban a los más” (p. 87) conforman las claves fundamentales con las que Fernández Buey analiza la obra de Simone Weil, que sí, efectivamente finalizó sus días en una deriva mística pero no fue solo una mística.
Así pues, y a pesar de la querencia de la propia autora hacia “santos y genios” por su particular comprensión por los desdichados (al contrario que las personas de “talento”), la obra no constituye una hagiografía en absoluto, como declara el propio autor (p.150). No es una hagiografía, porque que intenta constantemente apuntar a lo más interesante de la autora: Weil como persona, como pensadora, con su evolución y sus contradicciones. Weil como mística, sí, pero –como todo místico– en comunión con esa serie de “iconoclastas o desdeñadores en estética y anarquistas en sociopolítica; conservadores por indiferencia mundanal y escépticos, pesimistas o nihilistas en lo que respecta a la estructura misma del poder, de cualquier clase que sea” (p. 154). Como señala el propio Fernández Buey: algunos han caído en la tentación del desprecio al “interés de las afirmaciones y tesis de la filósofa francesa porque sonaban a ‘música reaccionaria’ ” (p. 17). Fernández Buey no cae en la tentación de la etiqueta, y su análisis, ponderado a pesar de la fascinación que siente y confiesa por la autora, se efectúa sobre los contenidos de su obra y pensamiento, y no sobre ningún tipo de categoría vacía para clasificar a la autora, que evita en todo momento.
Tampoco Weil fue especialmente proclive al etiquetado. A pesar de su participación con los anarquistas en la Guerra Civil española, la pensadora sintió una profunda relación de empatía con el monárquico Bernanos, también recogida a lo largo de los textos del libro (p. 115). Este potencial del pensamiento sin etiquetas es, precisamente, el que a mi juicio permite establecer un diálogo excepcional a Fernández Buey con Simone Weil, y también una interpelación en el sentido contrario: desde Simone Weil hacia Fernández Buey. Quizá porque en su pensar, convertido en vivir, comprendieron ambos que la vida es, ante todo, contradicción.
Fuente: ISEGORÍA. Revista de filosofía moral y política, nº 63 (2020)