Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Sobre mitos, imposibilidades e implicaciones

Ricardo Díaz Calleja

Hay tres cosas de las que todo el mundo se cree autorizado a hablar: de Religión, de Medicina y de Termodinámica. (dicho popular).

 

Introducción.

La aportación con más consecuencias de la Tesis de M. Ricou (1) es la introducción de los conceptos de procesos predecesores y seguidores a uno dado. De alguna manera tal introducción implica una forma de secuenciación temporal en esos procesos. De dicha Tesis se extraen algunas conclusiones que serán el punto de partida para el análisis que sigue. Las principales, en forma de definiciones y teoremas (sin demostrar) son:

1.- Definición: Primera Ley Débil (Weak First Law = WFL):
Si {Pn} es una sucesión de procesos seguidores de uno dado P, donde P es un proceso de P(S) entonces si el trabajo W(Pn) producido tiende a infinito, el calor Q(Pn) necesariamente tiende a infinito. Rn otras palabras, si Q(Pn) está acotado superiormente, entonces W(Pn) también estará acotado superiormente.
La Primera Ley Débil rompe la simetría entre trabajo y calor, ya que de acuerdo con ella, es posible construir una máquina térmica que absorba cantidades arbitrariamente grandes de calor sin producir ningún trabajo.

2.- Definición: Primera Ley Débil para ciclos.
Si P es un proceso cíclico de Pc(S), entonces W(P)>0 implica Q(P)>0.
En esas condiciones si se admite una máquina reversible E con un par de procesos cíclicos reversibles (R, R´) compatible con el sistema S (la compatibilidad se admite implícitamente en la mayoría de los textos clásicos de Termodinámica), entonces existe una constante positiva universal J (J>0) tal que para todo P perteneciente al conjunto de procesos predecesores Pp(S) se tiene
Sup{W(P´)-JQ(P´): para todo P´perteneciente al conjunto de seguidores de P, Foll(P)}<infinito.
(Sup significa supremo)

3.- Por ello, se puede definir una función energía E(P) que cumpla las condiciones de ser dicho supremo.
Teorema: De esta forma, si P y P´son procesos predecesores en el conjunto Pp(S) y P´sigue a P entonces se tiene
JQ(P´)-W(P´)≥E(P´)-E(P). La consecuencia de ello es que la energía no necesariamente se conserva, simplemente nunca se crea. Si P es cíclico, entonces P=P´ y JQ(P´)-W(P´)≥0. Además, si P es reversible R, entonces JQ(R)-W(R)=0. Por ello la constante J se puede obtener si existe un par reversible, y por ello es universal en un universo compatible con una máquina reversible.

4.- Corolario: Por ello si P,P´es un par reversible entonces JQ(P)-W(P)=E(P)-E(P´).

En resumen, de la Primera Ley Débil (WFL) se puede inferir a) una (WFL) para ciclos, b) una función energía bien definida, c) una desigualdad de la energía para cualquier proceso y d) una ecuación de conservación para procesos reversibles.

Sin embargo reforzando la Primera Ley Débil, se puede obtener la Primera Ley Fuerte (Strong First Law = SFL) para ciclos aunque no un principio de conservación de la energía válida para todo tipo de procesos. En consecuencia, la Primera Ley Fuerte no debe ser confundida con el Principio de Conservación de la Energía. Lo expuesto requiere en algunos casos de pruebas, las cuales se ha omitido para evitar tecnicismos formales. En cualquier caso, lo anterior representa una clara alternativa a los tratamientos clásicos de la Termodinámica bajo un punto de vista más general.

Perpetuum Mobile.

De acuerdo con la definición clásica, un móvil perpetuo (de primera especie) es una máquina térmica motora que produce trabajo sin consumir calor u otra forma de energía (2). La prohibición de la existencia del perpetuum mobile conduce al llamado Principio de Conservación de la Energía que en su versión clásica implica que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se le cambia de nombre. Como hemos visto esa versión queda superada por el teorema expresado en el punto 3) anterior, ya que se puede preparar un sistema térmico de tal manera que en un proceso predecesor se le aporte alguna forma de energía para que en un proceso seguidor, sin aporte de calor en tal proceso, convierta esa energía en trabajo mecánico. El mejor ejemplo son las baterías de pilas, las cuales almacenan energía que luego, conectando dichas baterías a unos cables eléctricos, pueden producir trabajo mecánico.

Naturalmente, no se puede sacar trabajo u otro tipo de energía de la nada, lo que sería magia, pero eso no significa que la energía no se pueda almacenar, para luego ser utilizada o transformada, en otra forma de energía. En realidad, la existencia de la nada es un subterfugio tan mítico como cualquier otro. Lo contrario de lo que no es, no es necesariamente la nada, sino la plenitud de lo que es. Lo que no es, abre la puerta a lo que es y lo hace inteligible. Hasta puede ser una forma de comodidad intelectual. Pero el intento de trascender los límites es lo que hace pasar del animal a la persona. El ser humano puede concebir otros mundos, aunque no pueda alcanzarlos en un tiempo razonable, es decir, compatible con la duración de su vida material. Por la misma razón, la ausencia de un trabajo útil, no es la nada, no implica la ausencia de calor, ya que dicho calor puede haberse disipado inútilmente en forma de rozamiento. En todo caso, es pertinente notar, que las Leyes de la Termodinámica Clásica se presentan usualmente como declaraciones acerca de imposibilidades o prohibiciones, lo que les da un cierto sabor dogmático y dictatorial. Sin embargo, como acabamos de ver existen versiones de las Leyes, en particular de la Primera Ley, que no contradicen la existencia de móviles perpetuos tal como se conciben en su forma habitual. Por eso la negación de la existencia del Perpetuum Mobile en su versión clásica tiene todas las características de ser un mito, lo mismo que la afirmación de su existencia.

Es también pertinente decir en el presente contexto que la aplicación de las leyes, de todo tipo de leyes, supone en la práctica bloquearse ante otras posibilidades. Más específicamente, la muerte de otras alternativas. Si esas alternativas pasan por la vida de seres humanos, el asunto pasa a ser algo bastante más serio. El problema está en identificar el cumplimiento de una ley con lo que es éticamente justo. En el evangelio de Juan (Jn. 8, 1-11), Jesús salva la vida de una chica adúltera a la que la ley condenaba a muerte por lapidación. La condena era justa, ya que la justicia se realizaba en el cumplimiento de ley. Por supuesto, hoy día en nuestra cultura occidental, esa ley sería considerada injusta, pero entonces no era así. La asignación de la categoría justicia a una condena a muerte inmuniza la conciencia de culpa a través de la convicción de haber cumplido la ley. En particular cuando el que ejecuta la condena, que no es precisamente el juez que la decreta, lo hace en un acto de obediencia debida a la autoridad del citado juez. Por ello, si un verdugo se niega a ejecutar una condena a muerte dicho acto es objeto de sanción porque supone la violación de la orden de ejecución. Es lo que le pasó a Jesús, que negándose a asumir la lapidación de la adúltera, se hizo reo de castigo. E igualmente lo que le aconteció a Oscar Romero al prohibir a los soldados la obediencia debida a sus superiores si estos les ordenaban disparar contra el pueblo desarmado.

Mitos. 1) (3)
Los mitos son narraciones, leyendas o fábulas que elaboran marcos categoriales frente a la contingencia del mundo en general y de la vida ante la muerte en particular, lo que no excluye que puedan tener una base histórica. Porque la muerte está garantizada para todos y todas, lo que no está asegurado es el lugar, hora y demás circunstancias que rodearán al óbito. En tal sentido, según dice Bergson, «el origen de la religión es una reacción defensiva de la naturaleza contra la representación, por la inteligencia, de la inevitabilidad de la muerte» (4).

Los mitos desaparecen cuando desaparece la racionalidad de la razón instrumental (medio-fin) a favor del verdadero, por racional, juicio vida-muerte. En efecto, mientras el cálculo del capital, que es hoy el dominante, corresponde a la racionalidad medio-fin, aparece la necesidad de un juicio sobre el conjunto del proceso de producción, distribución y consumo que se remita al criterio vida-muerte. Por tanto, aunque no se puede vivir sin los artificios del principio de causalidad y del cálculo capital-ganancia, tampoco es sostenible la vida sin remitirse al dilema vida-muerte. Se trata de un problema político, no exclusivamente técnico, de tal forma que intentar suprimir el conflicto resultante es una ilusión, una fantasía. La modernidad asociada a este sistema de producción, distribución y consumo intenta definirse contra el mito: la razón ilumina y deja atrás el mito, dicen. Sin embargo, la modernidad piensa míticamente, produce nuevos mitos y transforma los antiguos por el procedimiento de secularizarlos. Produce un mundo mágico mediante los mitos de la ciencia y el progreso. Las pandemias y otros desastres más o menos naturales han puesto al descubierto no sólo la contingencia de la vida humana sino esa forma de afrontar el problema que consiste en negarlo a partir de ilusiones trascendentales. No queremos asignar a los mitos una connotación totalmente negativa, pero hay que saber cuando estamos tratando con un mito, cosa harto frecuente, y como tratarlo. Los conceptos de proceso cíclicos y de procesos reversibles, son claramente míticos. Son extrapolaciones de la realidad a un mundo imaginario. No existen procesos totalmente reversibles ni completamente cíclicos. Otra cosa es que puedan servir de muletas para aproximarse al caso real, auténtico, tal como hemos visto en la introducción. Bajo ese punto de vista, se pueden considerar como útiles herramientas de trabajo. Lo mismo sucede con la mutua interconvertibilidad de calor y trabajo como formas de energía. Interconvertibilidad sí pero según en que condiciones. La mutua y universal interconvertibilidad de calor y trabajo está reservada para procesos ideales en el sentido de cíclicos y reversibles y está además sujeta a las posteriores restricciones que impone la Segunda Ley de la Termodinámica. En particular, el concepto de proceso cíclico apela a la noción matemática de periodicidad, pero su traducción mítica se produce en el marco del eterno retorno. El mito del eterno retorno es la estrategia acomodaticia de la modernidad para escapar a la contingencia de la muerte: Dionisos vuelve a la vida periódicamente, de la misma forma que el ave fénix revive de sus cenizas. Con relación a la interconvertibilidad y la reversibilidad de procesos, su versión teológica reside en el misterio de la comunión de los santos, que es lógicamente un artículo de fe cristiana. Aquí también la imposibilidad se trasciende en posibilidad cuando se prescinde de la materialidad de los hechos y de la empiría.

Referencia especial debe hacerse al mito-historia de Abraham. Algo debió de quedar en la cabeza de aquellos hombres cuando según la narración (Gn. 16) un padre llamado desde entonces Abraham cometió el mayor acto de apostasía al negarse a asesinar (sacrificialmente) a su hijo primogénito a un dios que presuntamente iba a garantizarle a cambio las buenas cosechas y el éxito en sus empresas. La trascendencia de tal acontecimiento radica en que funda no sólo una nueva religión, en el sentido de una nueva forma de relacionarse con Dios, sino un pueblo, una nación distinguida entre las demás con la conciencia de ser nación elegida, amada, y en tal sentido, privilegiada sobre las demás. Se trata del no asesinato fundante.

2) La racionalidad instrumental frente al criterio vida-muerte.

Pero, ¿por qué está amenazada la vida humana? Porque los artificios ideológicos asociados a la razón instrumental desarrollan unas consecuencias fatales para esa vida. Es lo que dice Marx (5), «la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y los procesos anexos a dicha producción, dejando al margen las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el trabajador que la cultiva». Tierra, techo y trabajo dignos y, sobre todo preservados, se ha convertido en la más reciente reivindicación de la Doctrina Social de la Iglesia (6) frente al sistema dominante.

Sin embargo, el terreno, el espacio, donde se realiza la reflexión sobre la relación que opone la vida humana y la empiría de las ciencias positivas es precisamente el espacio mítico. Por un lado es el espacio donde nacen y se desarrollan artificialmente los mitos del poder y del progreso infinitos y por otro el de la crítica al fetichismo inherente a tales artificios. No se trata sólo de «confianza irracional en el progreso» (7), la irracionalidad está en considerar al progreso material ilimitado (8). Nadie ha mostrado nunca tal cosa, porque el planeta es limitado, lo que sería el equivalente a admitir la existencia del Móvil Perpetuo de Primera Especie, en la que ningún científico dice creer. Por eso las ciencias empíricas contienen implícitamente una metafísica y una teología, aunque esta, se encuentre secularizada, pero que sigue siendo fundamentalista. ¿En que consiste esa metafísica? Lo acabamos de ver, en la creencia en procesos cíclicos, en procesos reversibles, en la unión compatible de sistemas, en procesos predecesores y seguidores, todo ello condición necesaria para elaborar ese principio de conservación de la energía venido a menos y que hemos titulado la desigualdad de la energía. Así la ciencia moderna es menos racional de lo que pretender ser, por más que los electrodomésticos y los coches funcionen, eso sí conducidos por personas y por supuesto consumiendo electricidad y gasolina a mayor honra, gloria y beneficio económico de las compañías eléctricas y de las petroleras. No existe por tanto certeza absoluta en ese terreno, siempre existe el riesgo de estar equivocado, y en última instancia la muerte es precisamente la que provoca la incertidumbre. Por eso se construyen leyes para la vida sin muerte, se hace abstracción de la muerte, lo cual siendo legítimo en el contexto de las ciencias empíricas, se emplea en la práctica para salir adelante al dejarse penetrar por la metafísica. Con relación a W. Benjamin, podemos decir con él que la ciencia empírica es cristianismo secularizado. Lo que estaba en ese lugar que antes llamábamos cielo, está ahora en el interior de esa realidad que ahora llamamos empiría. Lo mismo pasa con el capitalismo, las ciencias empíricas son su teología: concibe la vida sin muerte y una mano invisible omnisciente y todopoderosa. Es por tanto inimaginable, que en la construcción ideológica de un mercado perfecto, aparezcan las necesidades. Lo que aparecen, en cambio, son las apetencias, los apetitos en el lenguaje de san Juan de la Cruz. La ciencia empírica es, por tanto, tan religiosa como el capitalismo. Sólo que en el capitalismo el culto se rinde al dinero, mediante el procedimiento de dejar el campo libre a la codicia. Una religión construida sobre esas bases no puede tener ninguna ingerencia negativa en la marcha del sistema, sino todo lo contrario, y sólo puede chocar con elementos que no son sustanciales para la marcha del mundo tal como va. Las pandemias y otros desastres más o menos naturales han puesto al descubierto no sólo la contingencia de la vida humana sino esa forma de afrontar el problema que consiste en negarlo a partir de ilusiones trascendentales.

3) Límites y trascendencia.

La realidad debe ser re-construida sobre el criterio vida-muerte. Veámoslo.

No conocemos bien nuestros límites. El ser humano es infinito, pero atravesado por la finitud. O quizá es al revés. El límite de todos los límites es la muerte. En Termodinámica se habla de la muerte térmica. Pero incluso eso tiene también un cierto carácter mítico. En la conciencia de ese límite se expresa la diferencia entre un ser humano y un animal. Los animales no entierran a sus muertos, el ser humano, sí. Y es que sólo un ser infinito atravesado por la finitud puede tener conciencia de dicha finitud. El ser humano empieza a trascender los límites de la muerte cuando es consciente de esa realidad y por eso deja de ser un animal. No se trata todavía de actos religiosos, sino de actos antropológicos. Por eso la reflexión sobre la muerte nos convierte en humanos ya que evidencia nuestra condición contingente y limitada. Descubrir ese límite hace afirmar la vida, transforma la vida y abre a nuevas posibilidades concebidas en relación con la infinitud.

Sin embargo esa experiencia no la pueden hacer las ciencias empíricas en la medida en que hacen abstracción del sujeto y de la muerte. Juegan con sus cachivaches como si no hubiera muerte. Se pretende haber descubierto leyes que permiten activar tecnologías que orientan las acciones en la lógica de la racionalidad medio-fin. El sujeto, así negado, se transforma en un calculador de utilidades, de eficiencias, de rendimientos. Por eso detrás de la muerte se encuentra la nada, no la vida. Desde esa visión del ser humano, tanto Heidegger como Sartre no superan el marco categorial de la imbecilidad. Por eso lo que no es, no es la nada, es la vida en plenitud.

Es lo que explica el cuento de G. Greene La última palabra. (9)

Cuando el general va a disparar para matar al último cristiano, que naturalmente es el Papa, le dice este:

¿Tiene usted la intención de matarme?

Contesta el general: Sí

El anciano papa sintió alivio, no temor. Dijo:

Va usted a enviarme donde a menudo he deseado ir durante los últimos veinte años.

¿A la oscuridad?, le dice el general

Oh, la oscuridad que yo he conocido no era la muerte. Sólo era una ausencia de luz. Usted me va a mandar a la luz. Le estoy agradecido. … … …

Cuando el general disparó, entre el momento de la presión ejercida sobre el gatillo y la explosión de la bala, una extraña y aterradora duda le vino al pensamiento: ¿sería posible que lo que aquel anciano hombre creía fuera verdad?

Entonces, cabe preguntarse: ¿Qué es la Nada?

En un mundo en que todo está remitido al valor de cambio de las mercancías, su precio en dinero, todo está homogeneizado por ese valor de cambio. De ahí la aparente tolerancia de un sistema para el que todo vale, porque todo se reduce a lo mismo, al dinero. Y si todo vale porque todo es cuestión de elección mercantil (mientras no estés descartado, por no ser poseedor de ese valor universal), entonces nada vale la pena sobre cualquier otra alternativa o mercancía posible. O sea, que en virtud del dinero, nada vale nada. ¿A ver si resulta que el dinero es la Nada?

4 Éticas y Mitologías.

Frente a los conflictos que surgen al querer trascender los límites, se desarrolla una ética. Un ser que pretende trascender los límites no puede vivir sin una ética. Pero esa ética tiene muchas dimensiones. Y la dimensión dominante hoy consiste en eliminar al otro como superación del límite para acceder al mundo, en la medida que ese otro es poseedor de lo que yo deseo. Se trata del décimo mandamiento de aquella antigua, pero todavía vigente, ley de Dios. Un décimo mandamiento que para Lacan es el más importante y compendia a todos lo demás. Aquí también la muerte atraviesa la vida y la finitud a la infinitud. Aparece el asesinato fundante como resultado del ethos cultural dominante. Lo contrario del no-asesinato de Abraham al que nos hemos referido más arriba. Freud lo invierte y lo llama el asesinato del padre, o sea, que si el padre no mata al hijo, es el hijo el que acaba matando al padre. Así nace la administración de la muerte mediante la Ley, que es una extensión de la doctrina de Pablo, la cual es a su vez una reflexión pormenorizada de la historia de la mujer adúltera de Juan (Jn. 8, 1-11).

El problema está en confundir lo legal con lo justo. Jesús viola la ley salvando la vida de la mujer adúltera mediante la estrategia conocida por todos y que ha dado lugar a constituir esa frase en patrimonio de la humanidad: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero violando la ley se hace reo de castigo, y la muerte se levanta como amenaza contra él. La muerte, más bien asesinato, de Jesús se perpetró cumpliendo la ley, la ley judía y la ley romana, es decir la del imperio, ambas consideradas justas. Frente a eso no hay conciencia de culpa. Cumpliendo la ley se está exento de culpa. La conciencia de culpa es inmunizada por la convicción de haber llevado a cabo una acción justa. Por eso según Pablo hay una maldición inherente a la ley, a toda ley. Cumpliendo la ley se comete pecado. Además se trata de un pecado que no tiene perdón, porque está exento de culpa y de conciencia de culpa. Ese tipo de pecado sólo puede ser quitado. Por eso no decimos Cordero de Dios que perdona los pecados del mundo, sino Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La diferencia es sustancial. La culpa no es de “unos hombre malos” que aplicaron la ley indebidamente, o peor, equivocadamente. El problema está en la misma ley. Cuando la ley sirve para quitar la vida de la adúltera, Jesús hace insumisión y eso se vuelve contra Él. Esa defensa de la vida, le costó la suya. Notemos de pasada, que los jueces, civiles o eclesiásticos, nunca matan, esa tarea sucia se la dejan al “brazo secular”, es decir al verdugo, que como en la película del mismo nombre es un pobre diablo al que le toca tragarse el marrón. Por cierto, la primera confesión formal acerca de la divinidad de Jesús que aparece en los evangelios (Mc. 15, 39) la pronuncia el jefe del pelotón de ejecución, el centurión romano para más señas, personaje al que, en cumplimiento de las ordenanzas, le tocó en desgracia la desagradable tarea de la brutal ejecución de aquel joven de Nazaret.

En la práctica eso es lo que sucede en el mercado global. Ese mercado es legal, de hecho es lo único legal: la propiedad y el cumplimiento de contratos y eso se considera como lo que es justo. Sin embargo, el mercado no mata, sino que deja morir, de forma que el resultado es el mismo aunque se haga de forma no intencional. Este sistema mata, dice Francisco, y ese es un juicio ético elaborado sobre una construcción mítica, la de la justicia de la ley.

Por eso hay éticas que derivan de mitologías. En cualquier caso, se trata de construcciones mitológicas en el sentido de que son construcciones que parten de la racionalidad medio-fin. Pertenecen a la llamada razón utópica que arranca desde los tiempos de Tomás Moro, sigue con Campanella, Saint-Simon y otros y que acaban siendo primas hermanas de las construcciones de mundos perfectos propias de las ciencias empíricas. Ya lo hemos visto: el sistema ideal, el gas perfecto, el proceso cíclico, el proceso reversible, etc. Y en economía son la competencia o la planificación perfecta y todos sus derivados. Todo ello son construcciones utópicas que parten de la misma racionalidad instrumental.

Marx hablaba de un resultado que ya existía en la mente del obrero, como existencia ideal, antes de pasar al acto. Sin embargo eso, que vale para la construcción material de una casa, no se puede generalizar. El hombre se propone objetivos que no puede alcanzar, y a partir de ello descubre lo que sí puede alcanzar a la luz de los objetivos que no puede alcanzar. Hasta ahí llega. Lo imposible, por no alcanzable, abre al mundo de las posibilidades. Pero si confunde lo que no puede alcanzar con objetivos alcanzables volvemos a la ilusión trascendental.

Es la historia del tonto del pueblo.

En todos los pueblos hay un tonto del pueblo, en otros lugares los hay a manta. El que yo conocí, era un personaje entrañable que no dudaba en repetir sus historias a todo el que se lo demandaba. Poseía un cierto estatus social, y era acreedor a un relativo cierto respeto como el alcalde del pueblo, el médico, el cura o el cabo de la guardia civil. Al que me refiero, decía que había subido a la luna en un ascensor. Otro decía que tiraba piedras que llegaban hasta la luna. Siempre objetivos inalcanzables. Evidentemente, este último, nunca llegó con sus piedras a la luna, pero acabó siendo el que más lejos tiraba las piedras de todos los del pueblo.

5. Lo posible y lo imposible.

Lo que acabamos de referir como construcciones, son construcciones lógicas y teóricamente posibles, por tanto no son formalmente imposibles, pero nadie los ha visto. Por lo tanto lo de TINA (There Is Not Alternative) es falso, además de ser políticamente reaccionario. Pero ahí empieza la sospecha de que otro mundo es posible. Y lo que es más difícil todavía, porque no parece a nuestro alcance, convertir lo imposible en posible. Ese es el asunto objeto del presente apartado. Es interesante notar incidentalmente a este respecto que las imposibilidades aparecen en la Biblia como situaciones en las que no es posible esperar un embarazo que sin embargo acaba produciéndose, superándose la imposibilidad, como por ejemplo en Gn. 18, 14. Recordemos también el embarazo de Isabel (Lc.1, 13) y también el de María, a resultas del cual se dice claramente: para Dios no hay nada imposible (Lc. 1, 37)).

Por lo tanto, el paso de la muerte a la vida es un imposible. Bajo el punto de vista de la racionalidad científico-técnica, desde luego que lo es. De acuerdo con ello, para Badiou es absolutamente imposible creer en la resurrección (10). Si cito a Badiou es a cuenta de lo que sigue.

Sin embargo hay quién, ya hace tiempo, expresó una convicción en sentido contrario (1Jn. 3, 14). Y además no es necesario recurrir al nuevo testamento. De hecho los mitos semi-paganos del amor entre Tristán e Isolda (11) o Lanzarote y Ginebra apuntan en la misma dirección. El caso es que el amor verdadero franquea siempre una imposibilidad. Es decir, no es que el amor sea una posibilidad, sino el franqueamiento de algo que en principio parece imposible. En absoluto es un cálculo de posibilidades. Por eso la propaganda para encontrar el soltero perfecto es falaz. No es como en el cuento de la cenicienta con el desfile de pretendientes. Es el franqueamiento de una imposibilidad lo que se plantea en el comienzo del amor. Claudel lo hace a través del tema de la mujer prohibida: «Distantes, dejando de pesar el uno sobre el otro» se dice al final de Partage de midi (12). Se trata de la “pesanteur” de S. Weil (13), palabra difícil de traducir al castellano y que quiere decir algo así como la gravidez. La ausencia física de la persona amada es lo que provoca la ausencia de gravidez. Simplemente el amor se consuma en otro nivel, que para los que estamos en este lado donde sufrimos las contingencias del amor, es inaccesible, pero no por ello puede ser menos real. Es en ese otro nivel donde el amor se consuma y no sólo espiritualmente, aunque no sepamos el cómo. Por eso el amor no muere. Y por eso es posible creer en la resurrección. De igual forma, y esto lo dice Badiou (14), las formas a explorar en una política orientada a la liberación, deberán estar inscritas en una resurrección donde no estaremos sujetos a la gravidez (pesanteur) de los apetitos inherentes a la propiedad privada, ni a la codicia furiosa del Capital. Por eso la fidelidad a ese amor, que parece imposible, significa a la vez una intrusión de la eternidad en el tiempo y una piedra en la rueda del implacable mercado total. Podríamos por tanto aventurar la tesis de que el amor es todavía más implacable que el mercado.

6. Implicaciones. (Un criterio bajo la forma de una implicación).

Acabamos de sugerir que lo imposible se puede hacer posible en el marco categorial del amor. De esa manera, lo irracional se vuelve racional. Pero eso es lo contrario de las apariencias, porque en la mitología asociada a la racionalidad instrumental medio-fin lo que resulta es la irracionalidad de la ley del mercado total que hace abstracción de la vida y por eso produce muerte aunque sea como efecto colateral. Por eso el criterio de la verdad es puramente práctico: verdad es aquello con y por lo que se puede vivir. Así mientras el cálculo utilitario del capital está circunscrito a la racionalidad medio-fin, aparece (como la presencia oculta en una ausencia) la necesidad de un juicio sobre los procesos de producción, distribución y consumo fundado sobre el criterio vida-muerte. Así lo irracional es lo que conduce a la muerte, mientras que lo racional es lo que produce vida. La irracionalidad de lo racionalizado de acuerdo con el criterio medio-fin, es el resultado de la reducción del ser humano a un individuo calculador que sólo se hace una pregunta a cada instante: ¿Qué es lo que más me conviene? De nuevo aparece la falacia del TINA, como un mundo cerrado a la vida y abocado a la muerte. Por eso, no se trata sólo de un criterio ético, sino sobre todo de un criterio basado en la verdadera racionalidad que se enfrenta a las irracionalidades de la ley. Por eso lo primero que reclama ese criterio no es sólo la legitimidad de una intervención en los mercados, sino la de obligar a dicha intervención.

Ese criterio lo llama Pablo amor al prójimo (Rm. 13, 8) en un sentido que sobrepasa ampliamente el concepto tradicional del amor reducido generalmente a un sentimiento de afecto o incluso de ternura, como se dice ahora. Frente a ese criterio, la ley del mercado dice: Yo soy si te derroto, si te aniquilo a Ti. Pablo dice: Yo soy si Tu eres. O si le damos un contenido procesual: Yo voy llegando a ser en la medida de que Tú vas llegando a ser, lo que tiene un estrecho paralelo con lo que en la introducción hemos titulado la Primera Ley Débil: Un sistema produce trabajo en la medida en que consume calor. Cuanto más calor absorbe, más capacidad tiene de producir trabajo. El trabajo producido tiende a infinito si el calor absorbido tiende a infinito. Por eso producir trabajo de la nada, llegar a ser aniquilando al otro, es como el Perpetuum Mobile, una falacia en la que ningún científico dice creer, incluidos los científicos al servicio del mercado. Es lo mismo que decir: Yo llego a los pobres desde la fe (y el correspondiente seguimiento) en Jesucristo. Lo contrario no es tan seguro, aunque es probable que también sea cierto. Yo llego a los pobres sii (si y sólo si) tengo fe y sigo a Jesucristo. Es la condición necesaria y suficiente. ¿Pero, es en realidad suficiente? Si así fuera, eso sería lo equivalente a la Primera Ley Fuerte: Un sistema produce trabajo sii (si y solo si) absorbe calor. O en los términos con los que hemos comenzado nuestra formulación: Yo llegaré a la plenitud sii Tu llegas a la plenitud. Más sencillo aún: Yo vivo si como pan (o sea, ingiero alimento). Es la condición necesaria. Pero ¿es suficiente? No está tan claro, porque «no sólo de pan vive el hombre…» (Mt. 4, 4 citando al Deuteronomio 8, 3)

Se trata de la paradoja-misterio de la alteridad, que es la racionalidad de la vida frente a la irracionalidad de la muerte. Porque la muerte es lo más irracional que hay y los himnos dedicados a ella son más que nada una blasfemia. La primera consecuencia que deriva de lo dicho es que no hay prójimo sin ese vaciamiento de uno mismo. Esa es la paradoja, que Yo llego a ser si Tu llegas a ser. Ese es el amor al prójimo creer, no que Yo soy como El, sino que El es como Yo. Por eso no existe una simetría total entre el Yo y el Tu. Por eso, yo puedo creerme que puedo llegar a ser aunque el Tu sea menos que Yo. Sería lo mismo que decir: Existe una máquina térmica que puede producir más trabajo que el calor absorbido, cosa que no se cree nadie en el ámbito científico, pero sí en el económico. Sería como el dinero producido sin trabajo humano. Se le puede dar a la máquina de los billetes, claro, pero eso es un artificio, que además de provocar inflación, facilita los procesos especulativos.

7) El exceso.

En todo proceso productivo hay un exceso. Ese excedente permite asegurar la vida en el futuro. Hasta los animales almacenan en verano el alimento para el invierno, menos la cigarra de la fábula. Es por tanto un proceso predecesor que garantiza que en otro proceso seguidor se puede usar ese excedente. Ese excedente tiene un componente antropológico. En las relaciones humanas para que haya un exceso, se necesitan al menos dos sujetos. El que Yo pueda llegar a ser si Tu eres garantiza un exceso. Es decir, que en el amor entre dos sujetos hay un exceso. Pero se trata de dos sujetos indigentes. Porque sólo se pueden amar dos sujetos que se reconocen indigentes y de ahí nace el exceso. Así cuando un hombre se acerca a la mujer que ama sólo lo puede hacer como un indigente (dame limosna de amores, dice la copla). Porque la indigencia está en lo más profundo de la naturaleza humana. Entonces el exceso, el excedente viene solo y es apropiado y gozado por los propios sujetos que pasan a ser dos en uno. Hay un reflejo de ello en la naturaleza, ya que si se mezclan dos líquidos siempre se produce un exceso en términos de su energía libre de Gibbs de mezcla.

En las relaciones mercantiles, sin embargo, el exceso es apropiado indebidamente por una de las partes, la que no es indigente: el Capital. De hecho el excedente adopta la forma sacramental de plusvalor en el marco del capitalismo. Por eso la relación Capital-Trabajo es esencial y socialmente asimétrica, como lo es la relación entre el calor y el trabajo en la Primera Ley Débil. Y esa asimetría social es una injusticia. Por eso el Dios cristiano es asimétrico, pero en un proceso compensatorio de la asimetría que produce la apropiación indebida del excedente económico. De ahí el bienaventurados los pobres, pero no los ricos, que ya tienen su propia consolación, mientras que a los pobres les es debida una compensación (Lc. 6, 20, 24). Pero además, el amor de Dios es también intrínsecamente excesivo (Jn. 13, 1-15). Un exceso que reviste muchas veces la forma sacramental a la vez que violenta del deseo celoso. Dios nos ama con un amor cuya menor representación nos reduciría a polvo, decía Bernanos.

8) La fuente del valor.

Solo el trabajo humano es fuente de valor. Pero eso requiere una explicación.

Definición: Se llama plusvalor a la cantidad de valor que, en el plustiempo de trabajo crea más valor del que se obtiene con el pago del salario.

Eso es así porque el tiempo necesario para reproducir el valor del salario, necesario para la subsistencia, es siempre inferior al tiempo real de trabajo. Por tanto hay un trabajo que el Capital no paga. Es más, el Capital emerge de ese intercambio desigual, por no llamarle robo. Entonces, ¿Qué es el Capital?

Definición: Se llama Capital al movimiento, a la incorporación en la mercancía, de la fuerza de trabajo humano en cuanto va creciendo y circulando.

Hay aquí un nuevo mito: El Capital crea riqueza. Falso.

¿De donde saca la riqueza el Capital? En absoluto de la nada o sea ex nihilo, lo que sería un Perpetuum Mobile. Muy al contrario, la única fuente creadora de riqueza es el trabajo humano que ha sido previamente expoliado por el Capital sobre la base de un contrato desigual. El gran secreto, cuidadosamente guardado, por los capitalistas, es la suposición de que existe “un capital humano” o que el trabajo tiene valor. El trabajo ni es valor ni tiene valor, sino que es la fuerza de trabajo, la que produce cansancio, la que produce el valor. Por eso el trabajo es la fuente creadora de valor. Y además es la única. El trabajo tiene dignidad, que es mucho más que el valor. El valor sin embargo, se mueve en la esfera de la producción, pero cuando ese producto aparece en el mercado (el mercado de trabajo, se dice) aparece el precio. En el mercado el valor se convierte en precio, en salario. De aquí el refrán: Sólo el necio confunde el valor con el precio. La realidad, es que es el propio trabajador vivo el que posee la capacidad universal (como la constante universal J, mencionada más arriba) de creación de riqueza. El producto así producido, lleva en sí la vida misma del trabajador, la parte del ser del trabajador que ha sido expoliado por el Capital en aquel intercambio desigual. La acumulación de valor en el Capital, es por tanto, acumulación de vida humana, que convertida en un fetiche, vive gracias a la muerte del trabajador. La vida implica el trabajo y el trabajo implica el valor, de la misma forma que el trabajo implica el calor. Lo contrario no está tan claro. Por el contrario, el trabajo vivo queda alienado en el valor como Capital en cuanto puede dar vida al poder que a su vez lo exprime y explota. El valor, en su estatuto ético pasa a ser la maldad, la perversidad intrínseca, y ello porque es vida ajena no pagada, sino robada. El Trabajo ya no es para la vida, sino la vida para el trabajo que acaba en muerte. La existencia del Capital es vida del trabajador acumulada. El Capital se alimenta de la vida del trabajador, de su cuerpo y de su sangre como en una eucaristía y como el Moloch, fetiche fenicio, al que se le sacrificaban las vidas de los primogénitos y ante el que se plantó Abraham al no querer matar a su hijo, porque todos los fetiches exigen sangre, específicamente sangre de pobre. Bartolomé de las Casas, mucho tiempo después (1514) lo entendió perfectamente: «robar el pan al pobre para ofrecer sacrificios es como inmolar al hijo en presencia del padre». Eso es el capitalismo. Esto es historia: Los ricos de las ciudades comerciales de la costa oriental del mediterráneo, podían inmolar a los dioses, en lugar de sus propios primogénitos, niños comprados a los pobres que tenían muchos hijos de sobra. Y la cosa sigue igual, aunque un poco maquillada y bajo una mascarilla para no contaminarnos con la verdad.

Sacar eso a la luz no es sólo un acto político, sino sobre todo un acto de tierno amor en el sentido paulino del término.

9. Conclusiones.

Sólo se puede concebir el evangelio como lo que es, es decir como Buena Noticia a los Pobres, si uno previamente se ha convertido. En breve: Creo si he sido convertido. El inverso (creo si y sólo si me he convertido), es decir la doble implicación, aunque probable no está tan claro. Pero convertirse, a ¿Qué?. Seguramente a llegar a ser pobre, que es el estado natural del sujeto, aquel estado como se viene a este mundo y como se sale de él.

De esta manera la Primera Ley Débil aparece como un reflejo de una ley más universal, todavía no bien formulada en términos científico-técnicos, si es que es ese el lenguaje adecuado para expresarla. Esa ley establece una secuenciación lógica en los procesos naturales, por tanto físicos y espirituales, que afectan al sujeto antes siquiera que tal sujeto llegue a ser persona. Por ejemplo, «no se puede llegar a ser en plenitud si no se ama» es el mensaje inherente en la teología antropológica de Pablo. Esa ley débil, aunque lo de débil es aquí un adjetivo un tanto inapropiado en este caso, evidencia una falta de simetría en el sentido de que la proposición inversa: «no se puede llegar a amar si no se es en plenitud», no es tan obvia. La falta de simetría de esa ley universal, parece ser una constante de la naturaleza y se observa sistemáticamente en todo lo concerniente a la vida y a su preservación. Rompe la linealidad, la homogeneidad y la infinitud del tiempo y del espacio y nos traslada a un mundo mucho más real que el mundo de apariencias en que vivimos. No se trata de un alegato religioso, aunque puede ser una cuestión de fe antropológica, lo cual lo convierte en un tema trascendente, que no es ajeno al carácter misterioso de la misma realidad.

Bibliografía.

1) M. Ricou Ph D Thesis in Mathematics, University of Minnesota (1984) Dir. Prof. J. B. Serrin. Ver también Archive for Rational Analysis and Mechanics 101, 365-385, (1988).

2) Tsaousis, D. (2008). Perpetual Motion Machine. Journal of Engineering Science and Technology Review, 1, 53-57

3) Todo lo que sigue está parcialmente inspirado en dos libros de F. Hinkelammert, Hacia una crítica de la razón mítica (El laberinto de la modernidad) y La maldición que pesa sobre la ley (Las raíces del pensamiento crítico en Pablo de Tarso). Ambos publicados en Arlekin (info(a)editorialarlekin.com) el segundo con la colaboración del Centro Cultural de la Embajada de España en Costa Rica.

4) H. Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión. Ed. Sudamericana, p.149.

5) K. Marx, El Capital I, p. 423. Ver también K. Polanyi en La gran transformación.

6) Ver, por ejemplo Laudato Si de Francisco.

7) Francisco, Laudato Si, 19.

8) Francisco, Curar el mundo en tiempos de pandemia Librería Editrice Vaticana, 2020, p. 62

9) G. Greene, La última palabra y otros relatos. Seix Barral, Biblioteca Breve, 1990.

10) A. Badiou San Pablo, fundador del universalismo. Anthropos, 1999.

11) Denis de Rougemont, Amor y occidente. Ed. Leyenda S.A. Mexico, (1938).

12) P. Claudel, Partage de midi. Extraña obra de carácter surrealista, ya que el lenguaje surrealista sea el que mejor expresa lo que decimos. Al fin y al cabo la pretensión del surrealismo es mostrar una realidad más profunda, y por ello más real, que la que nos ofrece la empiría.

13) S. Weil, La pesanteur et la Grace.

14) A. Badiou (entrevista) Elogio del amor. Café Voltaire, Flammarion (2008).

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