Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Engels, un revolucionario

Manuel Monleón Pradas

«En 1847 el socialismo era un movimiento de la clase media, el comunismo lo era de la clase trabajadora. El socialismo era de recibo en los “salones”, al menos en el continente; el comunismo, justo lo contrario. Y como desde el principio fuimos de la opinión que “la emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de la clase trabajadora”, no podía caber duda sobre cuál de los dos nombres debíamos elegir. Aún más: desde entonces, no se nos ha pasado nunca por la cabeza cambiárnoslo».[1]
Federico Engels (1820-1895)

Engels es un gigante del siglo XIX. Revolucionario en armas en su juventud, intelectual de saber enciclopédico, de intereses múltiples, forjador de una visión del mundo, organizador y consejero de máxima influencia del naciente movimiento obrero internacional, publicista prolífico y precoz, …sin olvidar que también fue empresario de la industria del algodón en Manchester, en las décadas en que esa industria y esa ciudad eran el epicentro de la gran transformación del mundo derivada de la industrialización basada en el vapor. El siglo de Engels es el que emerge de las consecuencias de la paz de 1815, con la Santa Alianza, y llega hasta los albores del capitalismo en su fase monopolista e imperialista, el siglo que ve desaparecer y aparecer imperios, rehacerse las fronteras, el surgimiento de nuevos estados nacionales, guerras y revoluciones en 1830, 1848, 1871, y con éstas, la aparición de un nuevo actor en el escenario político: la clase trabajadora, el proletariado moderno. El cartismo nace en 1824, cuando Engels tiene 4 años; durante décadas, representa la más avanzada y casi única expresión política propiamente obrera, y está circunscrita a Inglaterra.

En la vejez de Engels, la organización política de la clase trabajadora es una fuerza internacional, de influencia política y cultural en todos los países europeos. El arco que se tiende entre esos dos estadios, el de la incepción y el de la plena madurez del movimiento obrero político, está presidido por la figura de Engels. Dos años antes de morir, tras una vida no fácil, llena de renuncias en lo personal, podía decir ante una asamblea socialdemócrata que le rinde homenaje en Viena: «todo lo que sucede en el mundo entero lo hace con la vista hacia nosotros. Somos una potencia, temida, de la que depende más que de ninguna otra de las grandes potencias. ¡Ese es mi orgullo! No hemos vivido en vano, y podemos mirar atrás con orgullo y satisfacción por nuestro trabajo[2]».

Pero Engels fue, ante todo, amigo de su gran amigo Marx, a quien, puede decirse, dedicó la mayor parte de su vida hasta sus años finales, incluso tras la desaparición de Marx. Desde poco después de su primer encuentro en 1842 ambos constatan la congruencia de sus puntos de vista, y deciden trabajar conjuntamente. Inician una relación que es un caso singular de longeva y especialísima amistad, extendida con el tiempo a las respectivas familias [Gabriel, 2014]. Además de artículos, informes y comunicados, juntos firmaron La sagrada familia (1845) y el Manifiesto del Partido Comunista (1848), y juntos escribieron La ideología alemana (1846), texto que no publicaron en vida, pero que constituye la puesta en claro, mano a mano, de lo que luego se llamaría la concepción materialista de la historia, un texto-fuente al que ambos harían referencia con posterioridad, y cuyas tesis aparecen ya vertidas en el Manifiesto. Las obras de Marx y Engels (incluidos artículos, intervenciones y correspondencia) forman 42 volúmenes en la edición standard de las Marx Engels Werke (MEW), y son 114 en la nueva edición histórico-crítica que se publica desde 1975 (la MEGA2, la Marx Engels Gesamtausgabe, que incluye borradores, extractos y marginalia).

La correspondencia entre ambos ahí recogida muestra el continuo diálogo intelectual, preguntas y respuestas, aclaraciones y consultas mutuas respecto de los más variados temas. Una correspondencia que se extiende durante toda su vida, y que en los veinte años de separación (Engels en Manchester, Marx en Londres) por poco no alcanza frecuencia diaria en ocasiones. El grado de imbricación y sintonía de ambos tiene en ella su mejor prueba. Curiosa circunstancia: las obras completas de un autor publicadas conjuntamente con las de otro… pero es que, en vida, ambos ya eran vistos por terceros como un dúo.

En la pareja Marx & Engels éste ha pasado a la historia como el amigo, el apoyo, el colaborador de Marx que divulgó su pensamiento. «Lo que hizo Marx, no hubiera podido hacerlo yo. Marx estaba más alto, veía más lejos y más rápido que todos nosotros. Marx era un genio, nosotros a lo sumo talentos», dice en 1886 Engels en su Ludwig Feuerbach, al rememorar su colaboración. Las muestras de admiración hacia Marx y de enorme modestia respecto de la propia contribución a las empresas comunes abundan en los escritos de Engels y en su correspondencia. Esta subordinación asumida por él mismo ya en vida ha tenido como consecuencia una minusvaloración de sus propias contribuciones, una visión de Engels como un actor secundario. Ello no hace justicia a la realidad. Engels fue un pensador independiente, que en puntos se anticipa a Marx, que trata temas que éste no trató, y que, en el periodo inicial del movimiento que se cierra con el Manifiesto, tiene plenamente merecido el estatuto de cofundador.

La concepción materialista de la historia

Engels se emancipa de la religiosidad pietista de su ambiente familiar en Barmen a través de la lectura de David Strauss y su crítica de la religión. Durante el periodo de su servicio militar en Berlin (1841) entra en contacto con los hermanos Bauer y el círculo de los “jóvenes hegelianos”. Allí, en su tiempo libre, asiste como oyente a las lecciones de Schelling en la universidad, contra quien escribe un par de artículos: crítica en ellos la puerta abierta al irracionalismo y la superstición que ve en la postura de Schelling; frente a éste, Engels defiende a Hegel. Algunas de estas ideas juveniles no le abandonaran (las formulaciones sobre la “identidad del ser y el pensar”). La resonancia de estos trabajos es tal que, un año más tarde, Arnold Ruge (editor de la Gaceta renana), al dirigirse a él por primera vez, lo hace como Herr Doktor, y Engels ha de corregirle: «no soy doctor, ni podré llegar a serlo» (carta a Ruge de 15 junio 1842). Porque, en efecto, su padre le ha obligado a interrumpir los estudios y a formarse como comercial para trabajar en la empresa familiar. A ello va a Manchester, donde estará de 1842 a 1844 en estancia formativa. De camino, pasa por Colonia para visitar la redacción de la Gaceta renana, donde ha empezado a colaborar. Y allí encuentra por primera vez a Marx. No es un encuentro caluroso este primero.

En Manchester, donde ha llegado ya con ideas republicanas y democráticas radicales y experiencia publicística, Engels aprovecha el tiempo. No solo se forma en la empresa de la que su padre es socio, Ermen & Engels; lee y estudia economía política, filosofía, y se presenta en la redacción del Northern Star, el órgano de los cartistas. Conoce y se vincula emocionalmente a Mary Burns, una trabajadora que se convertirá dos años después en su compañera vital. Recorre con ella los suburbios obreros, y va a las bibliotecas a extractar libros y recopilar datos. De alguna manera, es aquí, en este instante histórico, cuando se produce la fusión entre el socialismo y el movimiento obrero. ‘Socialismo’ era en ese momento un conjunto de posicionamientos morales sobre la sociedad, con influencia en las clases acomodadas, pero no en el proletariado. Engels es el crisol de esa fusión. Sus colaboraciones periodísticas desde Inglaterra abren los ojos de los socialistas continentales sobre una realidad de la que éstos poco sabían: las condiciones de vida y la posición en la moderna sociedad industrial de la clase obrera.

Escribe en 1844 un texto que Marx y Ruge publican en los Anales Franco-Alemanes: Umrisse einer Kritik der Nationalökonomie, “Esbozo de una crítica de la economía política”. Es el primer intento de fundar las reivindicaciones socialistas del movimiento obrero en un análisis de la estructura económica de la sociedad. Es un texto primerizo, no hay en él, por ejemplo, asomo de una teoría del valor como la que desarrollaría Marx más tarde. Pero sí numerosas ideas que aún hoy poseen la fuerza de entonces: la descripción de la desposesión, de los efectos de la competencia, y de las consecuencias de tratar como mercancías al trabajo y a la tierra (ideas que adelantan, en este punto, a las muy celebradas tesis de Karl Polanyi en La gran transformación).

En 1844 es la lectura de los Umrisse de Engels la que hace ‘descubrir’ a Marx que la clave de todo está en la producción de las condiciones de la vida material (la ‘economía’), y no, como él pensaba entonces, en la crítica del derecho y de la política (la de la religión, el tercer pilar del estado prusiano, ya la había hecho Feuerbach), proyectos que eran los suyos propios de ese tiempo, y que entonces abandona en beneficio del estudio de la economía [Kopf (2015), pp 34, 58]. En el prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política (1859) Marx llamará “esbozo genial” a este texto de Engels, y lo citará varias veces en El Capital.

Al regreso de Manchester, Engels plasma en libro sus conclusiones: La situación de la clase obrera en Inglaterra (1844), un texto que merece la consideración de clásico. Durante muchos años, el único texto ‘marxista’ reseñado y presente en bibliotecas, traducido a todos los idiomas, pionero en tantas cosas: del análisis social de la salud, del urbanismo, del trabajo de la mujer… Y de la metodología materialista de análisis de los fenómenos sociales [Brie (2020)]. 23 años después, mientras escribe El Capital, Marx lo repasa… «Volver a leer tu escrito me ha hecho notar con pesar cómo envejecemos. ¡De qué manera más fresca, apasionada, valientemente anticipatoria, sin reparos académicos, está tratado el tema! Y la ilusión misma de que mañana o pasado la historia pueda alumbrar el resultado… Todo ello le confiere calidez y un humor lleno de vitalidad» (carta a Engels de 9 abril 1867).

En ese viaje de vuelta a Barmen desde Manchester en 1844 Engels se detiene en París a visitar a Marx, donde pasan encerrados diez días poniendo en común sus puntos de vista. De este encuentro, esta vez sí, nace la amistad y colaboración indisoluble de por vida. Se fragua en el intercambio de ambos amigos la “concepción materialista de la historia”.

Las ideas fundamentales, tal como aparecerán sintetizadas en el famoso prefacio de Marx a su Contribución a la crítica de la economía política de 1859, aparecen formulados casi verbatim en los textos de Engels de 1845 preparatorios de la Ideología alemana (en la que estos pasajes están manuscritos por… ¡Engels!, con anotaciones al margen de Marx [Kopf (2015), pp 11-24, 59-60]). Y en muchos artículos periodísticos de Engels durante 1847 aparecen formulaciones coincidentes con pasajes del Manifiesto del partido comunista de 1848 [Kopf (2018), p 34]; éste viene precedido por redacciones previas de Engels (el “ideario comunista” y los “principios del comunismo”), que es quien primero se pone a trabajar en el encargo que les ha hecho la Liga de los Justos: «piénsate algo lo del ideario. Creo que lo mejor es que abandonemos la forma de catecismo y que titulemos la cosa Manifiesto. Puesto que hay que contar historia en él, la forma presente no es adecuada. Te mando esto que he hecho; es un relato sencillo, pero está miserablemente redactado, deprisa y corriendo» (carta a Marx, 24 noviembre 1847). De ello hará Marx el Manifiesto. Éste fue publicado de forma anónima; cuando lo cita Marx en El Capital, lo hace con atribución de autores por primera vez, poniendo a Engels en primer lugar. Engels mismo, sin embargo, siempre atribuyó lo esencial de “la idea” a Marx. He aquí ésta, formulada con sus palabras en el prólogo de 1888 al Manifiesto: «Esta idea consiste en lo siguiente: en cada época histórica la manera de producción y de intercambio dominante y la articulación social que necesariamente se deriva de ella constituyen el fundamento sobre el que se erige la historia intelectual y política de esa época, que sólo pueden ser explicadas a partir de ese fundamento. Consecuentemente, la historia entera de la humanidad (desde la desaparición del orden de la gens con su propiedad comunal de la tierra) ha sido una historia de luchas de clases; luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y oprimidas. La historia de estas luchas de clases constituye un desarrollo que en la actualidad ha alcanzado un estadio en el que la clase oprimida y explotada, el proletariado, no puede alcanzar su liberación del yugo opresor de la clase dominante, la burguesía, sin liberar al mismo tiempo, y de una vez para siempre, a la sociedad entera de toda explotación y opresión, de todas las diferencias de clase, y de todas las luchas de clases».

Este núcleo fundamental de ideas Engels se dedicará a exponerlo y divulgarlo a lo largo de toda su vida, escribiendo prefacios y presentaciones para reediciones y traducciones de los escritos de Marx una vez desaparecido éste, y en numerosos estudios históricos específicos propios. Ya en su madurez, en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884) la formulación contiene una novedad significativa:

Las consideraciones de Engels en este libro sientan los rudimentos de una teoría materialista de la civilización, con el germen de una teoría de las relaciones entre géneros. «Según la concepción materialista el momento determinante en última instancia en la historia es el de la producción y reproducción de la vida inmediata. Pero éste es de naturaleza doble: por un lado, la producción de medios de vida, elementos de alimentación, vestimenta, vivienda y las herramientas necesarias para ello; por otro lado, la producción de los seres humanos misma, la continuación de la especie. Las instituciones sociales bajo las que viven los humanos de un determinado país y época histórica están condicionadas por ambos tipos de producción: por el estadio de desarrollo del trabajo, de un lado, y por el de la familia, de otro».

A partir de mediada la década de los 1870s la influencia de la socialdemocracia, y de las ideas de Marx y Engels dentro de ella, crecen imparablemente. En su vejez, ya como autoridad intelectual y moral indiscutida del movimiento socialdemócrata, Engels tendrá también que aclarar y matizar las tesis del materialismo histórico y combatir interpretaciones simplificadas que acaban siendo caricaturas.

En una serie de cartas a militantes e intelectuales influyentes (Ernst, Schmidt, Joseph Bloch, Borgius, Mehring, Bernstein, Kautsky, Sombart y otros) que se dirigen a él solicitando opiniones y aclaraciones sobre la interpretación materialista de la historia, Engels se explaya sobre cómo entender el condicionamiento “en última instancia” de la superestructura social por su base, sobre la relación entre libertad y necesidad [Timpanaro (1970), pp 91-94], y expone un concepto de ley (histórica, social) que hoy calificaríamos de “emergentista” (cartas a Schmidt,  J Bloch, Borgius, Mehring). Engels se autocritica por formulaciones suyas y de Marx que han podido dar lugar a interpretaciones deformadas y que, por simplificadas, se alejan de un planteamiento dialéctico (cartas a J Bloch de 1890 y a Mehring de 1893). Estas cartas constituyen la última contribución engelsiana a la teoría, y son una fuente riquísima de ideas originales que trascienden los contextos en que se las formula.

La ‘visión del mundo’

Engels es el autor de las primeras exposiciones de conjunto de la doctrina que Marx y él elaboraran, en los libros La subversión de la ciencia por el Sr Dühring (el ‘Anti-Dühring’, 1878) y La evolución del socialismo desde la utopía a la ciencia (1880), estando formado éste último por capítulos extraídos del primero. Marx llama a este texto, en el prólogo que le escribe, «una introducción al socialismo científico». Junto con la reseña Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana (1886) y las notas editadas póstumamente como Dialéctica de la naturaleza (1873-1882, 1ª ed 1925), estos textos constituyeron la base de la formación de miles de militantes obreros [3] y formaron la fuente de la que se nutrió con posterioridad el género manualístico.

Están en el origen del marxismo como ideología difusa del movimiento comunista internacional: el “marxismo-concepción del mundo” (Weltanschauungsmarxismus), el “marxismo de movimiento obrero” (Arbeiterbewegungsmarximus), términos empleados despectivamente por quienes reprochan a Engels haber desvirtuado a Marx y haber creado “el marxismo”, que tendría poco que ver con el ‘auténtico’ pensamiento de Marx… Esto se ha convertido en lugar común del así llamado “marxismo occidental” (no deja de sorprender que muchos autores de este “marxismo occidental” reaccionen con alergia ante el concepto de ‘visión del mundo’ si asociado a Engels, pero lo compren sin reparos cuando se trata de Labriola o Gramsci, autores ambos en los que ocupa una importancia central). Es cierto que estos textos, siendo como fueron lo más próximo a exposiciones de carácter sistemático, necesariamente tenían que servir a los fines de divulgación mejor que otros, más técnicos o más circunstanciales, y los manuales de marxismo se nutrieron de ellos especialmente. Ahora bien, el problema no es la existencia de manuales, sino su calidad y, sobre todo, nuestra relación con ellos [4].

Sobre qué sea una ‘visión del mundo’, su papel y su necesidad (también sobre lo que no debe ser), Manuel Sacristán dejó palabras escritas que requieren poca adición [Sacristán (1964), p 28]. Engels no se inventó esa necesidad: hay que recordar la coyuntura ideológico-cultural de la sociedad alemana en la que aparece el Anti-Dühring. Las décadas sucesivas de los 1850s, 1860s y los 1870s conocen las denominadas como “polémica del materialismo” (Materialismusstreit, Moleschott, Vogt, Büchner,…), “polémica del darwinismo” (Darwinismusstreit, Haeckel, Lange, Büchner,…) y la “polémica del ignorabimus” (Ignorabimusstreit, du Bois-Reymond, Nägeli, Dilthey, von Hartmann,…), respectivamente. Contra el fondo del avance impetuoso de las ciencias y de sus aplicaciones técnicas a mediados del XIX el pensamiento conservador reacciona o reacomoda sus parámetros. No solo académicos se implican en estas polémicas: los salones se llenan de público para escuchar debates. El materialismo, la cognoscibilidad del mundo, la evolución natural y el origen de la especie humana… ¿A qué genero pertenecen las preguntas, preocupaciones y pronunciamientos referidos a estos temas?

La respuesta natural es: a la ‘concepción del mundo’. Engels reconoce que una clase ascendente debe tener una visión del mundo, y debe desembarazarse de otras. Y más aún los dirigentes: «en adelante deberá ser obligación de los dirigentes ilustrarse más y más sobre todas las cuestiones teóricas, liberarse de la influencia de frases que pertenecen a concepciones del mundo superadas, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha convertido en ciencia, debe ser ejercido también como ciencia, es decir, debe ser estudiado», dice en una nota de 1874 a la reedición de su Guerra campesina alemana. En el naciente movimiento socialdemócrata (en 1869 tiene lugar el congreso de Eisenach) influencia importante es aún la de Lassalle, y modas del momento son el positivismo, Comte, el darwinismo social, el evolucionismo. Dühring, un profesor universitario cercano al partido socialdemócrata, ha sido uno de los primeros en reseñar El Capital, expresando severas críticas hacia el “hegelismo” de Marx.

De modo que cuando Liebknecht alerta sobre la influencia creciente que los puntos de vista de Dühring tienen entre los dirigentes socialdemócratas, Marx presiona a Engels para que la emprenda con él. Superando reticencias y aparcando los proyectos en los que está trabajando desde hace años (singularmente, la Dialéctica de la naturaleza) Engels acomete la crítica pedida. Y, como él dice en uno de los prólogos, es el propio carácter de sistema de la obra de Dühring el que le fuerza a hacer, él también, una exposición sistemática de «nuestros puntos de vista» (unsere Ansichten), como entre ellos se refieren Marx y Engels a sus ideas comunes en la correspondencia.

La consecuencia es que, una década después, al finalizar la legislación de excepción contra los socialistas promulgada por Bismarck (la ‘Sozialistengesetz’, 1878-1890), la socialdemocracia emerge reforzada no sólo como potencia política, sino también como potencia ideológica: el ‘marxismo’ ha triunfado en su seno sobre todas las influencias, y se presenta a la sociedad como la visión del mundo de la fuerza social ascendente. Las élites dominantes así lo entienden [Kopf (2015), pp 84 ss], y por un momento se sienten en inferioridad ideológica frente a un adversario que les presenta «un sistema de pensamiento compacto» [Dilthey (1893), p 91]. Wolfgang Harich llega a atribuir la “necesidad de cosmovisión” (Weltanschauungsbedürfnis) diltheyana directamente a una reacción frente al Anti-Dühring y su influencia [Harich (2000), pp 212-127].

Marx y Engels fueron extraordinariamente sensibles a los desarrollos de las ciencias naturales de su tiempo: comprendieron su importancia no sólo para la tecnología, sino para el pensamiento contemporáneo. Asimilaron rápidamente de ellas conceptos como el de ‘metabolismo’ (Stoffwechsel), ‘interacción’ (Wechselwirkung), ‘corte transversal’ (Durchschnitt) para expresar de manera precisa ideas propias de matices nuevos, en una operación de transfección conceptual que va más allá de la metáfora. Y quisieron pensar la naturaleza y las ciencias naturales de manera dialéctica. ¿Cómo podrían unos pensadores dialécticos querer pensar la naturaleza sino dialécticamente?

En el Anti-Dühring y en la Dialéctica de la naturaleza se habla mucho de eso: de conceptos y problemas de las ciencias, y de dialéctica. Se le ha hecho el cargo a Engels de inaugurar una vía que conducía a la “ontologización” de la dialéctica, a una comprensión de ésta como esquema dogmático, precrítico, al que las ciencias debían ajustarse; la expresión “leyes de la dialéctica” constituiría la prueba… Pero este término es Marx quien lo emplea por primera vez, y Engels hace uso de él en contadas ocasiones [Liedman (1997), Kangal (2020)]. Las categorías centrales de la dialéctica de Engels son las de interacción, nexo o vínculo (Zusammenhang), movimiento, forma de movimiento, forma de existencia… Y su programa es el de una ampliación del concepto de materia superador del materialismo reduccionista del siglo XVIII.

Se trata del programa de una visión procesista, sistemista y no-reduccionista, capaz de pensar la aparición de la novedad cualitativa, como en su momento supo bien apreciar Ernst Bloch. Estas nociones, que aparecen en los apuntes de los 1870s de Engels para la Dialéctica de la naturaleza (que, no cabe olvidar, no pudo dejar en forma publicable: nunca sabremos qué forma definitiva hubiera acabado adquiriendo este proyecto), las vemos operativas una década más tarde en sus cartas sobre el materialismo histórico a interlocutores diversos (Schmidt, Joseph Bloch, Mehring,…) en sus matizaciones y aclaraciones sobre la relación entre base y superestructura, sobre los procesos individuales y los colectivos, sobre la irreductibilidad de los procesos sociales a sus fundamentos biológicos.

Cuando en nuestros días se reactivan debates sobre reduccionismo y emergentismo y, en ellos, ‘materialismo’ sigue siendo sinónimo de mecanicismo, sólo cabe constatar que el programa de un materialismo dialéctico sigue siendo un proyecto inacabado para una necesidad real. Y cuando se piensa en la crisis sistémica del metabolismo socio-natural una comprensión dialéctica de los procesos naturales se hace imperativa [Bellamy Foster (2020)].

Estrategia y táctica del movimiento obrero internacional

El Engels pensador no es «ni con mucho, la mitad del hombre[5]», pues su pensamiento y sus estudios estuvieron siempre al servicio de la acción: de la causa de la emancipación de la clase trabajadora y del género humano. Engels es un revolucionario, desde antes de 1848 hasta el final de sus días.

Su adhesión a las ideas del comunismo en 1842-43 va pareja de la convicción de que la transformación del orden social vigente sólo es posible mediante una revolución. Los problemas asociados a la revolución son una inquietud permanente en él: quién la debe protagonizar, cómo ha de ser, con qué aliados, con qué programas… Y es un revolucionario práctico cuando toca: organizador de comités de correspondencia comunistas antes de 1848, participante fusil en mano en alzamientos y batallas contra el ejército prusiano en 1849, dirigente de la Internacional en el periodo 1870-1872 (donde su conocimiento de 14 lenguas le hace Secretario correspondiente para numerosos países, entre ellos España y Portugal), líder moral y consejero de los partidos socialdemócratas y obreros europeos en su vejez [6]

Las ideas de Engels respecto de los problemas de la revolución evolucionan con el tiempo, al compás de su análisis de los cambios sociales y de la propia experiencia del movimiento. Pero hay una constante que recorre sus pronunciamientos (y los de Marx) desde el inicio hasta el final: la necesidad de que el proletariado se constituya como partido político independiente. «Lo principal es conseguir que la clase trabajadora actúe como clase; una vez se haya conseguido esto, ella misma encontrará pronto la orientación correcta» (carta a Florence Kelley, 28 diciembre 1886).

Hay en esta idea central varias dimensiones: la clase ha de constituirse en partido político, y éste ha de ser independiente. Es la constitución del proletariado como sujeto político lo que Marx y Engels subrayan una y otra vez, y lo que los desmarca de otras tradiciones apoliticistas presentes en el movimiento obrero (así el anarquismo).

La preocupación por el estado, por la universalización del sufragio, por la participación las elecciones, etc, se explican por esa convicción. El proletariado debe tomar el poder del estado. En segundo lugar, es la independencia respecto de otras clases lo que se pone en el orden del día. El proletariado no puede ser un apéndice de fuerzas políticas liberales y democrático-radicales, como lo había sido en Inglaterra hasta la aparición del cartismo (y después de su crisis), y como seguía siéndolo en el continente.

La necesidad de esa independencia política se deriva del programa: la reapropiación por parte de la sociedad de los medios de producción. La insistencia tenaz en estos principios, a lo largo de toda la vida de Marx y Engels, explica también el curioso hecho de que la mayoría de sus escritos teórico-políticos están dirigidos contra personalidades ‘cercanas’, son, hasta cierto punto, polémicas ‘internas’: contra Bauer, Stirner, Feuerbach, Schapper, Proudhon, Vogt, Lassalle, Bakunin, Dühring… Esta circunstancia adquiere significado cuando se la inserta en un proceso de aclaración de principios en la constitución de la clase como sujeto político.

La firmeza en esos tres elementos (política, independencia, programa), sin embargo, se combina en Engels con la más amplia flexibilidad en la estrategia y la táctica. En el prólogo que escribe en 1895 para la reedición de Las luchas de clases en Francia 1848-1850 de Marx, Engels recuerda cómo durante los años iniciales del movimiento su concepción acerca de qué es la revolución está muy marcada por la experiencia de la Gran Revolución Francesa de 1789-1793: la acción de una ‘minoría’, apoyada más o menos pasivamente por la ‘mayoría’. Ese escrito sistematiza su reflexión de años previos sobre los cambios sociales, tecnológicos y militares que modifican las condiciones para la toma del poder por la clase trabajadora, y le conducen al concepto de ‘revolución de la mayoría’, en el que lo decisivo es la participación activa de las grandes masas.

Concienciación y política de alianzas se convierten en preocupaciones centrales para una ‘revolución de la mayoría’. Ya desde la década de los 1850s, como resultado de la derrota de la oleada revolucionaria de 1848, Engels comprende la necesidad de ganar al campesinado como aliado: éste constituye la mayoría de la población, y ninguna revolución podrá triunfar con su oposición. Esta conclusión está presente también en su análisis del aislamiento del proletariado parisino que conduce a la derrota de la Comuna en 1871. Cuando el Partido Socialdemócrata alemán comienza a cosechar éxitos electorales, aparece claro que la mayoría sólo se logrará con el apoyo del campesinado. Y Engels dedica una significativa parte de sus estudios y actividad publicística a la cuestión campesina, tratando de hacer cobrar conciencia a esta clase de su confluencia de intereses con el proletariado e incluso de su tradición revolucionaria (La guerra campesina alemana, La marca, La cuestión campesina en Francia y Alemania, y otros escritos).

Los problemas de la ‘revolución de la mayoría’ presiden los escritos y cartas de Engels en su madurez [Callesen (2010)]: los problemas de la agitación electoral, «aprender a usar las elecciones» según el ejemplo de la Socialdemocracia alemana, los problemas de la huelga general, la combinación de las acciones de masas y las elecciones, las consecuencias de una llegada prematura al poder (que hace en La guerra campesina alemana), la cuestión de la necesidad o no de la violencia en la revolución, el problema del creciente militarismo como fenómeno nuevo que ve emerger en la política internacional… También los de la organización, los del Partido. Engels considera imprescindible la unidad del partido en torno a principios revolucionarios claros, pero, al mismo tiempo, defiende la necesidad de la máxima libertad de expresión en su seno e incluso de una prensa de partido independiente de la dirección y de la fracción parlamentaria (cartas a Trier de 18 diciembre de 1889, a Bebel de 1 mayo 1887 y 19 nov de 1892, ‘Carta de despedida a los lectores del Sozialdemokrat’ de 1890).

Engels editor de Marx

Es imperativo hacer referencia brevemente a la labor de Engels como editor de Marx. Cuando Marx muere, ha publicado bajo su nombre Misère de la philosophie (1847, solo en Francia), Las luchas de clases en Francia 1848-1850 (1851), la Contribución a la crítica… (1859) y el Libro I de El Capital (1867). Salvo éste último, que es reeditado, ninguna otra obra suya se encuentra disponible en ese momento. Y Engels abandona todo otro proyecto personal para emprender el rescate, reedición, traducción a diferentes idiomas, y presentación de todos los textos importantes de Marx, muchos inéditos (entre ellos, las Tesis sobre Feuerbach y Salario, precio y beneficio), con el objeto de asegurar la influencia de su pensamiento (el de Marx) en el momento en que la socialdemocracia se convierte en potencia política internacional. Es de ese modo como nace “el marxismo”: siendo editado, traducido y leído en diferentes idiomas, de manera más o menos simultánea. Y, por supuesto, Engels edita los inconclusos Libros II (1885) y III (1894) de El Capital.

El trabajo que ello le supone es ingente. Es conocido el poco efectivo método de trabajo de Marx (que Rubel llamaba “lectura bulímica”), que le ha impedido toda su vida completar proyectos a tiempo, o completarlos sin más; el estado en que Engels encuentra la redacción de los Libros II y III, que él creía poco menos que listos para la imprenta, le descorazona.

Completar una versión legible del Libro III le cuesta 10 años. Eike Kopf, durante muchos años uno de los curadores de la MEGA2, ha calculado los volúmenes de esta edición que no existirían sin Engels; y del Libro III, dice: «Engels él solo hizo entre 1883 y 1894 lo que un equipo de 50 colaboradores de la MEGA2 en Moscú, Halle, Berlin, Sendai y Tokio tardaron en hacer 30 años» [Kopf (2015), pp 107, 95]. Este mérito se ha convertido, a ojos de sus críticos, en un nuevo cargo: el de haber desvirtuado el carácter de la obra marxiana, en particular, el Libro III.

Al parecer, Engels puso “Zusammenbruch” (derrumbe) donde Marx escribió “Klappen” (abatimiento)… Michael Krätke, Eike Kopf han dejado claro que no es tal el caso: la edición engelsiana es lo más fiel que se puede ser a los manuscritos originales. Incluso Rubel, nada sospechoso de ser filoengelsiano, dice que en la nueva edición del Libro III en la MEGA 2 «se recobra el mismo Marx que Engels había copiado fielmente» [Rubel (1995), p 524]. Pero sí, hay que conceder a los críticos de Engels que sin Engels no habría marxismo. «Sin ti nunca habría finalizado el trabajo, y te aseguro que me pesa en la conciencia que hayas tenido que malgastar tu proverbial fuerza en el comercio fundamentalmente por mi culpa, y que into the bargain [encima] hayas tenido que pasar conmigo todas mis petites misères [pequeñas miserias]» (Marx a Engels, carta de 7 de mayo de 1867, al finalizar de escribir El Capital).

Actualidad de Engels

Engels es una extraordinaria figura histórica, cuya consideración, hoy, no está a la altura de sus merecimientos. Están, por un lado, quienes lo han tomado como chivo expiatorio para ataques que, en realidad, tienen otros destinatarios (el movimiento comunista, la URSS, el diamat, la fosilización doctrinaria del marxismo), y han tratado de establecer un hiato insalvable entre su obra de pensamiento y la de Marx. Por otro lado, están quienes, en el afán de defender la indisoluble trayectoria teórico-política de ambos, consideran su obra una mera repetición, fiel, de las ideas marxianas.

En ambos casos, el resultado es una barrera levantada en el acercamiento a sus escritos. Faltan traducciones de sus obras menos canónicas: escritos históricos, prólogos e introducciones y, sobre todo, correspondencia. Hay que saludar por ello la reciente iniciativa de González Varela de ofrecernos los textos de Engels anterior a Marx [González Varela (2020)].

Engels es un pensador original, de talla propia: no es un clon de Marx ni su sombra. Sus textos, extraordinariamente variados, están bien escritos y resultan amenos, y sus temas son nuestros temas de hoy: cómo pensar la revolución, cómo pensar el comunismo, la estrategia y la táctica, las alianzas, las elecciones, las acciones de masas, la definición de una visión del mundo racional que no sea reduccionista, la integración en ella de los conocimientos de las ciencias… Engels ha escrito sobre ello. ¿Cómo lo ha hecho, para qué, con qué limitaciones? Fuera de toda idolatrización, fuera cualquier pretensión de ‘sistema’, pensar con él y aprender sobre estas cuestiones con él es tratarlo como a un clásico, uno de los muy grandes del movimiento obrero.

 

Literatura citada

Bellamy Foster J (2020), “Engels’s dialectics of nature in the anthropocene”. Monthly review, en: https://monthlyreview.org/2020/11/01/engelss-dialectics-of-nature-in-the-anthropocene

Brie M (2020). “Friedrich Engels’ früher Suchprozess und seine Wirklichkeitsanalyse”. En: Die Natur ist die Probe auf die Dialektik—Friedrich Engels kennenlernen. VSA, Hamburg.

Callesen G (2010), “Eine neue revolutionäre Taktik. Zur Diskussion der Aufgaben der Arbeiterbewegung zwischen Victor Adler und Friedrich Engels”. Beiträge zur Marx-Engels-Forschung Neue Folge 2010, 209-224.

Dilthey W (1893), Weltanschauung und Analyse des Menschen seit der Reformation. En: Gesammelte Abhandlungen Bd 2. Teubner, Leipzig 1914.

Gabriel M (2014). Amor y capital. El viejo topo, Barcelona.

González Varela N (2020), Friedrich Engels antes de Marx. El Viejo Topo, Barcelona.

Harich W (2000), Nicolai Hartmann. Leben, Werk, Wirkung. Königshausen & Neumann, Würzburg.

Kangal K (2020), Friedrich Engels and the ‘Dialectics of Nature’. Palgrave Macmillan (Springer Nature Switzerland AG), Cham.

Kopf E (2015), Marxismus ohne Engels? PapyRossa, Köln.

Kopf E (2018), Ein gelungener Wurf. Studienanregungen zu Marx und Engels. PapyRossa, Köln

Krätke M (2020), Friedrich Engels. Wie ein ‘Cotton-Lord’ den Marxismus erfand. Dietz, Berlin.

Liedman S-E (1997), “La Logique de Hegel et le matérialisme d’Engels”. Pp 263-272 de: G Labica, M Delbraccio (eds), Friedrich Engels, savant et révolutionnaire. PUF, Paris.

Rubel M (1995), “Nach hundert Jahren: Plädoyer für Friedrich Engels”. IWK Int wiss Korrespondenz z Gesch d deut Arbeiterbewegung 31 (1995) 520-531

Sacristán M (1964), “La tarea de Engels en el Anti-Dührung”. Ahora en: M Sacristán, Panfletos y materiales I. Icaria, Barcelona 1983.

Timpanaro S (1970), Sul materialismo. Nistri-Lischi, Pisa (trad esp: S Timpanaro, Praxis, materialismo y estructuralismo. Fontanella, Barcelona 1973)

NOTAS

[1] Engels, prólogo a la edición de 1888 del Manifiesto del Partido Comunista.

[2] Discurso ante una asamblea de obreros socialdemócratas en Viena, 14 septiembre 1893.

[3] En carta de 7 de abril de 1884 Bernstein informa a Engels de que «como mínimo, las tres cuartas partes de la [primera] edición [del Anti-Dühring] ha sido leída por trabajadores».

[4] Sobre los manuales y su necesidad, dice Machado: «Juan de Mairena lamentaba la falta de un buen manual de literatura española. Según él, no lo había en su tiempo. Alguien le dijo: “¿Y también usted necesita un librito?” “Yo—contestó Mairena—deploro que no se haya escrito ese manual, porque nadie haya sido capaz de escribirlo. La verdad es que nos faltan ideas generales sobre nuestra literatura. Si las tuviéramos, tendríamos también buenos manuales de literatura y podríamos, además, prescindir de ellos» (Machado, Juan de Mairena, Obras (Losada), p 384). Y Brecht: «Lo que necesitamos es un esquema… También el “progreso” resulta utilizable solo cuando se lo hace esquemático» (Brecht, Schriften 1, GBFA, p 386).

[5] palabras que Engels refiere a Marx en su discurso de despedida, y que con igual propiedad le aplican a él.

[6] Víctor Adler, dirigente del partido austriaco, recuerda en sus memorias que la II Internacional tuvo que dotarse de un buró internacional sólo cuando Engels murió, para sustituir la labor de coordinación e información que Engels hacía.

Fuente: Nuestra Bandera, diciembre de 2020.

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