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Víctor Erice: espíritu intelectual insatisfecho

Antonio Ruiz

El cine en España durante el régimen dictatorial franquista y hasta el final de los años cincuenta fue principalmente propaganda del sistema político por su contenido y forma, a veces anti-cine por su vulgaridad. Hubo honrosas excepciones: Bardem Muerte de un ciclista (1955), Berlanga Bienvenido Mister Marshall (1953), Fernando Fernán Gómez La vida por delante (1958), Marco Ferreri El pisito (1959) e incluso algún acólito al sistema como José Antonio Nieves Conde autor de Surcos (1951), importante película del realismo español de esa época que causó impacto en el público y problemas con el régimen al director.

En mayo de 1955 Basilio Martín Patino Nueve cartas a Berta (1965) junto con Bardem y  Carlos Saura La caza (1965), entre otros, organizan unas jornadas sobre cine que llamaron Conversaciones de Salamanca. El objetivo que se plantean es la de reflexionar sobre las distintas corrientes cinematográficas que se estaban dando es España a partir de la guerra civil. Asistieron personas del entorno cinematográfico: autores, técnicos, industriales, estudiantes y representantes de la administración. Entre estos se encontraba el franquista José Luis García Escudero, polifacético intelectual e historiador cinematográfico que más tarde ocupo la Secretaria Cinematográfica y Teatral entre 1962-1967.

Este encuentro marcó una nueva etapa en el cine Español, en lo técnico, organizativo y, sobre todo, en la creación y surgimiento de autores jóvenes. Esto fue debido a una moderada apertura producida con la complicidad del secretario de cine, García Escudero, hasta que dimitió obligado por su gestión poco ortodoxa con el régimen. El pequeño giro ya estaba en marcha y se notaba, en primer lugar por el nuevo perfil creativo que mostraban algunas de las últimas películas producidas y también por la regulación académica de cinematografía donde van a ir surgiendo las siguientes generaciones de creadores con nuevas ideas. De uno de  ellos nos ocupamos a continuación.

VICTOR ERICE ARAS (Director y película)

Víctor Erice nace en Karrantza Harana (Vizcaya) en 1940. Licenciado en ciencias políticas, derecho y dirección cinematográfica en 1963.

Erice se inicia profesionalmente como crítico de cine en varias revistas y posteriormente como ayudante de producción con cineastas de una generación anterior: Martín Patino y Miguel Picazo (La tía Tula 1967). Comienza a rodar cortometrajes y realiza uno de los tres episodios de Los desafíos (1969) con sus compañeros de generación Claudio Guerín y José Luis Egea. La produce Elías Querejeta y será la primera colaboración entre ambos.

Realiza su primer largometraje El espíritu de la colmena (1973), producida por Querejeta, con un guion basado en una idea original suya.  Gana la Concha de oro en el Festival de San Sebastián el mismo año, siendo la primera película española en conseguirlo. La repercusión de su primer largo tras el éxito de  público y profesionales del cine, le concede el reconocimiento de toda la profesión y es valorado como un nuevo director con personalidad propia de difícil comparación  y creador de una de las películas más importantes del cine español.

Realiza  su segunda película  El Sur (1983), de nuevo producida por Querejeta y con guion basado en un escrito de su esposa, la escritora extremeña Adelaida García  Morales. En este segundo largo se inicia un proceso de falta de entendimiento con el productor: Según Erice por cuestión económica y según Querejeta por tener suficiente  material rodado  para una buena película. Finalmente se concluye la película  sin desarrollar por completo el contenido del guion y rompiendo las relaciones con el productor. Erice siempre ha manifestado que la película está inacabada, pues la historia debería finalizar en el sur peninsular como indica el título y le habría gustado llevarlo a cabo en algún momento. Sin embargo, tras el éxito en su estreno entendió que ya no era posible. Hay quien defiende que de haber podido desarrollar todo el guion esta película  hubiese podido ser superior a la primera.

En los ochenta trabaja en la preparación de varios proyectos que finalmente no llega a realizar y se dedica a trabajar para televisión y a dirigir doblajes de películas.

En 1990 comienza a visitar al pintor Antonio López en su estudio. Se habían conocido   preparando una obra para televisión sobre pintura que tras un tiempo trabajando en el guion, finalmente no se realizó pero les quedó la amistad. Una tarde Erice propone al pintor hacer un cortometraje mientras este pinta un membrillero que tiene en el huerto del estudio. Sin guion ni necesidad de presupuesto inician el proyecto. Es de imaginar que,  para dos artistas que trabajan con un concepto de la  perfección tan exquisito, el corto no puede ser muy corto  y la pintura… El resultado fue el largometraje El sol del membrillo (139 minutos), donde hay documental pero no cuadro. Se ve el proceso creativo del pintor mientras los membrillos van madurando con los días hasta caer a tierra uno tras otro sin finalizar el cuadro. La meticulosidad artística de Antonio López requería un membrillero de cosecha bianual. La película se estrena en 1992 y se presenta a festivales ganando varios premios. Veinticinco años después, el festival de Cannes reestrenó el documental restaurado por Erice con algunas escenas nuevas.

Uno más de tantos proyectos que no llegaron a buen término ocurrió entre 1994-98. El productor Andrés Vicente le encargó a Erice la creación de un guion para rodar la adaptación de la novela El Embrujo de Shanghai de Juan Marsé. La historia se desarrolla en el barrio de Gracia de Barcelona y Erice se instaló en su entorno para trabajar el guion.  Leí en la prensa que el director se pasaba horas en determinada plaza todos los días. Mi curiosidad me hizo  llamar a un amigo que vive cerca del lugar para que me lo confirmara.  El amigo me dice que sí,  después de haber hablado con el dueño del bar en cuya terraza se solía sentar, este le informa que «viene casi cada día, se sienta y toma notas en una libreta,…». Erice tardó tres años en terminar el guion  trabajando en diez versiones diferentes. Al presentarlo tuvo la aceptación del productor y de Marsé, al que le pareció muy bueno. Programan iniciar el rodaje en 1998 y llegado el momento todo se suspende, una vez más, por excesivo coste. Marsé llegó a decir que estaba apesadumbrado, tenía la ilusión de que Erice adaptase su novela. En 2002 fue el director Fernando Trueba quien realizo la película con otro guion. Erice acabó editando el suyo.

En 1998 Erice crea su propia productora Nautilus Films con dos socios más, la poetisa Isabel Escudero y  Ramón Cañellas docente de realización. Con esta plataforma ha seguido haciendo y creando distintos trabajos: cortos a nivel colectivo o individual; documentales sobre Rossellini, André Malraux o sobre la guerra civil española; críticas; cursos; conferencias; jurado en festivales,… todo dentro de lo que es su mundo, el cine.

Víctor Erice no es simplemente un cineasta más, es bastante peculiar, como lo es su  trayectoria laboral.  Admirado como cineasta en general, con numerosos premios  y que solo ha realizado tres largometrajes (para él sólo una película y media de ficción y un documental) en cincuenta y ocho años. Ha escrito múltiples guiones pero no hay dinero para realizarlos como él desea y se ha de conformar con editarlos. Finalmente, tiene que construir su propia productora para crear lo que siente y poder transmitirlo. Una vez más la contradicción entre creación artística y rentabilidad económica, entre ser humano que desea transmitir su trabajo como él lo ha creado y el sistema capitalista donde solo vale la creatividad humana que produce más capital.

El espíritu de la colmena

Director: Víctor Erice. Guión: V. Erice y Ángel Fernández Santos. Dirección de fotografía: Luis Cuadrado. Duración: 97 min. Año: 1973.

Argumento: Otoño-invierno de 1940 a pocos meses de la imposición, tras el golpe de Estado y guerra civil, del régimen dictatorial franquista.  Llega a un pequeño pueblo de la estepa y rastrojos de Castilla, un cine ambulante a proyector una película: Doctor Frankenstein, creador del monstruo. Se va llenando la improvisada sala de público arrastrando cada cual su silla de anea o madera, sobre todo mujeres y niños, y entre ellos dos hermanas de 6 y 8 años que viven a las afueras del pueblo en una casa familiar de rancio abolengo con sus padres y una sirvienta. Él se interesa más por la ciencia de las abejas que por las personas de su entorno, mientras ella se consuela de su hastío escribiendo a un antiguo amor. En esta familia se concentra la historia con especial atención a la visión y sentir de la niña menor.

Cuando se dio a conocer El espíritu de la colmena al gran público en los cines de barrio, que entonces aún existían, pocos fueron quienes en positivo o negativo se quedaron indiferentes ante su visión. Recuerdo que la primera vez que la vi me pareció interesante por la forma de exponer los hechos pero, paralelamente, estos los percibía envueltos en cierta oscuridad narrativa. La he seguido viendo en el tiempo y en cada ocasión he ido desgranando esa forma peculiar de hacer de su autor, sobre todo cuando pude compararla con  su segundo  largometraje  El sur (1982) y descubrir que era su estilo personal de creación. Erice utiliza esa forma tan propia de él al transmitir un realismo natural en imágenes de luz especial, captando las miradas, la expresividad, los movimientos, el entorno y cuidando escrupulosamente todo detalle de lo que aparece en escena con palabras justas y de denso contenido. La cámara con su ritmo hace el resto. Él no  expone antecedentes de lo que cuenta, ni tampoco que hará mañana el personaje, pero sí  invita y anima a que pienses por ti mismo.

Todas las escenas por sencillas que parezcan están intentando decir algo que requiere de otras de la historia para adquirir sentido: La disquisición sobre las abejas; las clases de la maestra; la selección de las setas donde se ha de diferenciar entre buenas y malas;  la montaña hábitat no solo para plantas y animales irracionales;  las niñas con su sentir ante el mundo; los tiros de madrugada que  nadie oye, no los deben oír;  el cadáver que no existe, nadie lo conoce.

Los padres: Él, encerrado en su mundo de ciencia, abejas, setas y recuerdos de estirpe y tiempos que no volverán;  ella, que le escribió «A mi querido misántropo» cuando aún no tenía experiencia en amores reales, ni fingía dormir cuando se acerca al aposento el marido no deseado, hoy se le acaba la esperanza de matar el hastío y seguirá en su auto cárcel.

La escuela: La enseñanza en forma de canto. Memorizar con rutinarias notas musicales la tabla de multiplicar y también la historia y forma de vida del franquismo, sin cambio sustantivo de cómo lo vivimos otras generaciones de niños quince o veinte años después, sin la suerte de tener una maestra de la dulzura que muestra el personaje. También nos viene a la memoria la significativa música colegial que el guion utiliza en determinados momentos: «Por el mar corre la liebre… Vamos a contar mentiras  traaalará vamos a contar mentiras…», con obvia intención.

Las niñas: Isabel  tiene miedo desde que vio la película, pavor al monstruo hecho de piezas humanas desarticuladas que se acerca para hacerte compañía sin comprender que, a pesar de su forma, no es humano. Es un engendro creado por un ser que se dice humano y tampoco es, es el miedo, la duda, lo que nos enloquece sin percibirlo, el que mata a seres humanos que no tienen para comer, eso que no te deja dormir, lo que tendrás con el tiempo que descubrir para no mirar para otro lado, como otros. Ana, solo tú  ves la ausencia, la sangre, la sorpresa del  sonido del reloj donde no debía estar, ¿es un sueño? No. Ana no tiene miedo al monstruo ni al tren ni al maquis que socorrió, lo que desea es saber, conocer, aprehender de los  seres y de las cosas que ve, de lo que ocurre y porqué, por eso corre hasta perderse en la estepa buscando con sus ojos siempre curiosos hasta encontrar la fuente en que sacie su inquietud. Hoy niña mañana mujer que podrá engendrar nueva vida y forma de vida.

Todos los personajes tienen el nombre propio real de sus intérpretes, un aporte más del realismo con el que Erice desea impregnar su historia. Todas las interpretaciones están ajustadas a lo que espera el director: Fernando Fernán Gómez siempre acertado, Teresa Gimpera  (musa de lo que se llamó Escuela de Barcelona por influencia de La nouvelle vague francesa de final de los cincuenta), sin maquillaje se ajusta adecuadamente a su papel, y las niñas  Isabel Tellería y Ana Torrent. Conseguir una interpretación correcta de niñas de 6 y 8 años no debe ser nada fácil, pero en este caso, además, la pequeña Ana es el personaje central de la cinta, la que sirve de guía a la narración y cuyo realismo y expresividad –¡esos ojos que hablan!– no es posible que pasen desapercibidos, y a la vez, es una herramienta fundamental  para transmitir la sustancia de lo que quiere el director en determinadas escenas. Completan el reparto: Laly Soldevila  como sensible maestra, Miguel Picazo  como médico, y un personaje sin texto que dignifica la interpretación; Juan Margallo (director de teatro independiente), como el maquis.

Considero que de esta peculiar cinta, del aun más peculiar director, no es fácil obtener todo lo que encierra en una primera visión. Tampoco ha pasado desapercibida a quien la ha visto en otras culturas y países, ya que muestra en su forma de desarrollo dramático algo general. Para nosotros tiene una ubicación concreta y unas raíces históricas que se pueden determinar, pero su esencia pretende lo universal como relaciones humanas.

En 2004 fue restaurada  por Erice con mejor material y  sin modificación de contenido para su reestreno comercial. Todas las cintas que podamos ver hoy son de este reestreno.

Quizás no sea esta la mejor película del cine español, pero sí de las mejores. Igual que su autor.

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