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Dar la nota

Salvador López Arnal

Lo confieso: desde hace años soy lector entusiasta de las sabatinas de Gregorio Morán. No las he leído todas pero no ando lejos del 80%. Admiro su aproximación a Ortega y Gasset y la cultura en el erial y me sigue deslumbrando el enorme trabajo y la sabiduría de su historia del PCE. Sin embargo, soporto cada vez menos su estilo contundente y algo maleducado, su persistente deseo de dar la nota y situarse en primer línea de toda disidencia crítica y su mirada nada amable, sin apenas resto positivo, de la historia de la tradición marxista-comunista. Dicho rápido y mal, usando jerga prestada, diríamos que a veces me parece un poco salido de tono.

En la sabatina intempestiva de este 12 de julio, Gregorio Morán dedicada gran parte del texto a comentar la última película de Nanni Moretti, “Caos calmo”. Admite Morán que le gustan todas sus películas, incluso las que no le entusiasman. Se identifica con Moretti y sus personajes. Será esa la razón porque, en mi opinión, el último film del magnífico director, actor y guionista italiano no provoca ningún deslumbramiento ni siquiera un goce mínimo.

A partir de la definición de inconsecuente como de un radical cansado, Morán se adentra en su sabatina en un rápido comentario sobre dos libros de memorias recientemente publicados en España. El primero, en Península, Pedía la luna, de Pietro Ingrao y el segundo en Foca, La muchacha del siglo pasado, de Rossana Rossanda.

El punto de vista de Morán merece ser reproducido, neto indicio en mi opinión de un estilo que empieza a ser (o acaba siendo ya) la pose autorreferente, sólo la pose intuyo, de un antiguo radical cansado:

[…] Y aquí es donde entramos en los apeaderos de los radicales cansados. Esos lugares donde la gente que ha gozado durante buena parte de su vida de una indiscutible capacidad de juicio y de análisis deviene en jardineros jubilados, o lo que es peor, en payasos sin disfraz.

No puedo comentar con detalle su aproximación a las memorias de Ingrao. Las he podido ojear pero no las he podido leer con detalle. Coincido con Morán en que algunas aproximaciones a sucesos históricos de tan enorme importancia como el de la Primavera de Praga y la invasión soviética son más bien anodinos, por no decir de escaso interés. En todo cado, creo que vale la pena detenerse en unos breves detalles del comentario de Morán.

No se ve la razón por la cual uno puede afirmar, aparte del cultivo de la exageración contundente, que sólo el título de las memorias de Ingrao –estúpido en su opinión- sirva para descalificar el libro. Y no de cualquier forma por lo demás. Esta es la forma moraniana:

Lo digo con franqueza: sólo un viejo chocho y acabado, un fantasma que vendía motos políticas por Italia, puede tener la frivolidad de cerrar su vida militante haciendo un libro que se titule Quería la luna.

Que el título en castellano no sea exactamente el que apunta Morán no importa pero tampoco es fácil ver a qué viene llamar a Ingrao, en un tono tan suyo y con tanta mala baba, funcionario de la revolución

Por lo demás, Morán afirma que nunca conoció a ningún militante comunista en la clandestinidad que pidiera la luna. Debió conocer a pocos, o bien, tratando a muchos, los conoció muy mal o acaso no les escuchaba con atención porque yo sí conocí a muchos militantes comunistas clandestinos que sigo tratando y que deseaban un cambio radical de la situación. No eran, no son intelectuales ni universitarios. Son trabajadores que siguen pensando que el mundo debe cambiar de base. ¿Y eso no es, entendámonos, pedir o querer la luna?

No se entiende tampoco a qué viene situar en el mismo saco a Ramón Tamames, Jordi Borja y Josep Piqué. ¿Conoce Morán la evolución política de los tres nombres que cita? La conoce. ¿Qué vinculación tiene la posición política y social de Jordi Borja y Josep Piqué en la actualidad? Desconocida hasta la fecha.

Morán afirma que en su vida ha luchado por ninguna utopía. Luchar por algo imposible es un ejercicio religioso al que no se ha visto tentado nunca. Será el caso, y fue seguramente el caso de casi todos, pero es obvio que hay otros significados de utopía, alejados de cualquier quimera imposible, que encajan bien con las finalidades muchos ciudadanos que participaron en aquellas (y estas) luchas. Este, por ejemplo, que tomo prestado de la cita inicial que abre un libro reciente de Francisco Fernández Buey[1]: “Parece un absurdo pero es exactamente verdadero que, siendo todo lo real una nada, no hay cosa más real ni sustancial en el mucho que las ilusiones”. Leopardi es el autor del texto.

Las memorias de Rossana Rossanda son de otra rama, admite Morán. Del mismo árbol eso sí. Rossanda sabe escribir con algo más de soltura que el funcionario Ingrao, el título de su ensayo no presenta delirios utópicos y, por otra parte, las partes más interesantes no son las dedicadas a su militancia comunista y radical, sino los capítulos sobre su adolescencia. Hecho el reconocimiento viene el estoque.

Morán apunta, como de pasada, que “es divertido el pudor calvinista de estos estalinistas convictos y no confesos. Logramos enterarnos de que Rossanda estuvo casada en la página 305”. Aparte de que no es exactamente así y que en la página 257 hay una referencia a su relación con K. S. Karol, aparte de que Rossanda habla en la página 305 de su primer matrimonio con el hijo del que fuera su maestro, el filósofo Antonio Banfi, admitiendo la buscada y permanente contención sentimental de la autora, no se entiende a qué viene hablar de “estalinistas convictos y no confesos”, sobre todo en el tono de exterioridad con que Morán lo hace, como si la cosa siempre fuera con los demás pero en ningún caso con uno mismo. Basta mirar por lo demás el índice analítico y nominal del libro para darse cuenta de que las referencias a Stalin, y las reflexiones en torno a su significado político y su inmensa sombra en la historia del comunismo europeo y mundial, son abundantes en La muchacha del siglo pasado, cuya autora, además, no se sabe que destacara nunca por su estalinismo cerril, delirante y religioso.

Una crítica más política cierra el artículo de Morán. No acaba de entender el autor de un discutido Rafael Barrett “cómo se puede ser tan irresponsable y dejar a la gente con la basura en la puerta” (sic). Habrá que explicar, señala, cómo acabó la cosa, ese PCI idolatrado, y cómo llegó Berlusconi, de la mano de Bettino Craxi y del PSI, primero a la riqueza y luego al poder.

Rossana Rossanda, como es sabido, no ha dejado precisamente de hacerlo durante años y años. Ese es uno de los motivos centrales de su abundante producción periodística. Si el lector tiene alguna duda basta con que acuda a sus artículos de Il Manifiesto traducidas en su mayor parte al castellano por Joaquín Miras y que pueden leerse en www.sinpermiso.info (o en aquí mismo, en www.rebelion.org y en Espai Marx). Por lo demás, en las páginas finales del volumen (página 431 y siguientes), Rossanda da algunas pistas sobre el tema señalado por Morán y el libro, el primer volumen de sus memorias, acaba precisamente con estas palabras:

[…] Caímos en plena crisis de la Universidad y de las luchas obreras. Esperábamos ser el puente entre aquellas ideas jóvenes y la sabiduría de la vieja izquierda, que había vivido sus horas de gloria. No funcionó. Pero esto es otra historia.

No parece, pues, que acabe aquí la historia que nos quiere contar Rossanda ni que la autora de un Viaggio in Spagna quiera dejar la basura en la puerta de nuestras mentes. De hecho, esa necesaria continuación parece ser la sospecha (y la petición a un tiempo) de Mario Tronti, el autor del prefacio que abre el volumen: “El relato de una elección”.

Contradiciéndose con una consideración anterior, Rossana Rossanda, una vieja política en opinión de Morán, no insiste por lo demás en hacer mala literatura. ¿”Mala literatura” la literatura de La muchacha del siglo pasado? ¿Nos leemos a nosotros mismos? ¿Qué podemos decir entonces de nuestra propia literatura?

Que Gregorio Morán finalice su artículo recomendándonos, frente a las autobiografías de Ingrao y Rossanda, el “Caro calmo” de un Moretti no dirigido por Moretti como un cine ciudadano inseparable de la política, parece indicio casi probatorio de que a estas alturas del curso, de nuestra vida y de la historia casi todos chocheamos, incluso personas más jóvenes que Ingrao y Rossanda (el que suscribe este apunte es un ejemplo a tener muy en cuenta) y que incluso los buenos, por no escribir excelentes, escritores, periodistas, analistas e investigadores como Gregorio Morán dan alguna cabezada de cuando en cuando. Acaso en la sabatina de este sábado 12 de julio, dos días antes de la celebración del 219 aniversario de la toma de la Bastilla.

 

[1] Francisco Fernández Buey, Utopías e ilusiones naturales. El Viejo Topo, Barcelona, 2007.

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