¿Ontología?
El 13 de Noviembre del año pasado, el amigo Joaquín Miras escribía un correo dirigido a Salvador López Arnal felicitándolo por la edición del libro de Manuel Sacristán Seis Conferencias que había corrido a su cargo. Lo felicitaba por el libro y le proponía discutir sobre algo que aparecía en una de las conferencias del citado libro, la dedicada a Lukács (Sobre Lukács), pensar sobre un “asunto que ya hace mucho me ronda por la cabeza y que ha vuelto a planteárseme otra vez ahora”, el tema en cuestión es la ontología y sobre si “se necesita tal artefacto para reconocer la objetividad”.
Joaquín parece compartir la idea expresada por Sacristán en dicho libro, en el sentido de la no necesidad de un “artefacto ontológico” para reconocer y conocer la objetividad aunque la substitución que Sacristán propone de la ontología por la ciencia le parece peligrosa y deficiente en cuanto podría justificar la presencia de técnicos (élites) interpuestos entre nosotros y la realidad. Acaba Joaquín proponiendo para este reconocimiento de la realidad un estatus parecido a la “doxa”, un saber inmediato, contingente, “oportunista”, el sentido común gramsciano.
Que yo sepa, el envite de Joaquín no tuvo respuesta, él mismo parecía predecirlo afirmando “que el tema está aún lejos del sentir de los políticos y los filósofos”. Comparto esa extrañeza con dos matizaciones, la primera referente a que “el lugar filosófico” donde Joaquín propone discutir ha sido centro del pensar de algunos de los grandes filósofos del siglo XX y una segunda matización que propone sacar rendimiento de esa lejanía, en el sentido que ya expresa algo de lo que somos en este momento. Me ha parecido interesante escribir estas notas aunque sólo sean un comentario sobre la conferencia ya citada porque también creo fundamental, en estos momentos, abrir de verdad ese debate proponiendo cuestiones concretas sobre lo cotidiano, sobre lo político que despejen el terreno, porque no puede ser de otra manera, y no cerrarlo anticipadamente en la divergencia expresada por los partidarios de la “intuición oportunista” por una parte y los “tecnólogos ontológicos” por otra.
Vamos ahora a la conferencia Sobre Lukács que parece estar en el origen de toda esta cuestión, se trata de una conferencia pronunciada por Sacristán a finales de abril de 1985 en la librería Leviatán y ante un auditorio mayoritariamente joven y revolucionario. Seguramente, la categoría que predomina en la disertación es ambivalencia, “lo que Lukács nos deja es muy ambivalente”, así, por ejemplo, se constata en el terreno político, junto a su independencia como intelectual su excesiva flexibilidad, su estar “demasiado atento a las necesidades de disciplina del momento.” La conferencia acabará centrándose en aquello que Sacristán considera más interesante, el último Lukács y especialmente su pensar político que corresponde a la segunda mitad del decenio de los sesenta, Lukács murió en el verano del 71; abundan las referencias al libro Conversaciones con Lukács de Abendroth, Kofler y Holz, que recoge el pensamiento del autor en esta misma época.
Referente al tema que separa a Sacristán de Lukács, la necesidad de una ontología, aquel afirma que, en las conversaciones citadas, “Lukács no se olvida de poner fundamentos filosóficos a lo que va a decir políticamente y el principal fundamento filosófico que pone aquí, en esta entrevista, y luego en esa Ontología póstuma, es afirmar que hay que poner un fundamento ontológico a la política y a la ciencia social en general.”[1]
Esto vendría a significar que sin negar la lucha de clases, sin negar el posicionamiento de las clases, Lukács afirma una objetividad existente e irrenunciable. Sacristán refleja claramente la ambivalencia con la que juzga el legado del filósofo húngaro; “al decir que tiene que haber un plano ontológico en el pensamiento marxista yo comprendo que Lukács está defendiendo que tiene que haber un criterio de objetividad para examinar las cuestiones teóricas y científicas. Pero, en lo que me separo de él, es que a mí me parece que después de la Edad Media y terminado el poder, la tiranía de la teología cristiana sobre la filosofía, no hay por qué considerar que la base objetiva ha de ser ontología. Basta con decir que ha de ser ciencia empírica, ciencia real, sin necesidad de ir a una metafísica para fundamentar.”[2]
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