Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La lucha por la hegemonía en el frente intelectual: la práctica política de Manuel Sacristán Luzón

Joaquín Miras Albarrán

“El pecado del intelectual es echar un velo sobre la realidad”

M.S.L.

El propósito de esta ponencia es facilitar una primera aproximación a la obra de Manuel Sacristán Luzón para un posible  lector novel, imbuido, como Sacristán, de inquietud moral revolucionaria. Toda introducción esclarecedora  a la obra  de Manuel Sacristán Luzón debe comenzar refiriéndose a su compromiso político como comunista. Manuel Sacristán se organizó –es el término apropiado- en el Partido Comunista en Cataluña, el PSUC, en 1956, y fue hasta el final de su vida un Comunista y un marxista.

Como podemos leer en la penúltima conferencia que pronunció, sobre Lukacs, menos de 4 meses antes de su muerte,  al final de su vida seguía reiterándose en sus principios y reconociéndose públicamente comunista y marxista, aunque matizaba la primera palabra, y se decía “comunista de izquierdas” [1] .

Es necesario resumir  -hoy como siempre, por lo demás- lo que significa ser comunista. Más si se tiene la pretensión de que el texto sirva como aproximación hermenéutica a la obra de Sacristán por parte de las generaciones jóvenes actuales. El comunismo es una corriente de la tradición de la democracia que se caracteriza por considerar que la explotación económica y la dominación humanas sólo pueden ser resueltas mediante la lucha de clases y la transformación revolucionaria de la sociedad. Esta ruptura con el orden político y económico capitalista tiene como objetivo la socialización de los medios de producción y cambio, que deben convertirse en propiedad de la comunidad, es decir, en propiedad o cosa pública. En este proceso de lucha, el Estado debe comenzar a ser reabsorbido por la Sociedad Civil, pues se fundamenta en la división jerárquica, burocrática de la actividad entre los hombres –mandar/obedecer-  y reproduce la dominación.

Estas ideas eran compartidas por Manuel Sacristán. Consiguientemente, Sacristán militó, como ya he escrito en un partido comunista –el PSUC-. Conviene aclarar estas dos palabras subrayadas. Un partido comunista, tal como lo entendía Sacristán, no es una organización formada por profesionales de la política que elaboran programas electorales y ejecutan su actividad política desde las instituciones del Estado, a modo de ingeniería social, usando de los recursos financieros y humanos puestos a su alcance por el propio Estado. Este tipo de actividad política, basada en la división jerárquica del trabajo, aun cuando se impulse en nombre de ideales emancipatorios, se hace siempre por cuenta y a beneficio del capital, y no es sino un ejercicio de lo que Gramsci denominó Revolución Pasiva: El Estado atiende a la resolución de aquellas necesidades más exacerbadamente sentidas por los explotados a condición de que estos renuncien a su condición de ciudadanos y permanezcan desorganizados y políticamente inactivos, en lugar de ejercer su soberanía y constituirse en poder organizado.

Un partido comunista es una organización voluntaria de individuos no profesionalizados en la política que deciden actuar directamente en la Sociedad Civil. Su objetivo es lograr la incorporación a la acción política estable y microfundamentada de todos los individuos explotados, para imponer, mediante la lucha, el poder colectivo democrático, real y estable, en la sociedad, y constituir así un nuevo poder político o soberanía popular: esto es, un poder político de nuevo tipo. En consecuencia, la militancia es un acto de ciudadanía, mediante el que el individuo rechaza delegar sus derechos políticos y trata de constituirse en verdadero soberano de su sociedad. Los objetivos inmediatos que debe tratar de proponer el comunista a los demás asalariados y dominados, según Sacristán, habían de ser elaborados en concreto y debían tener un claro carácter “antijerárquico” –por decirlo con una palabra grata a Sacristán, que él recoge de los clásicos-: es decir, en contraposición con la desactivación que promueve la política institucional, debían ser objetivos que exigiesen en una u otra medida el aumento del poder y del protagonismo permanente de los individuos sobre su propia actividad; debían incitar a la ciudadanía subalterna a la actividad protagonística sostenida, y eliminar, en consecuencia,  las jerarquías de mando basadas en criterios no funcionales al proceso de trabajo -por tanto, a igual trabajo, igual poder de mando e igual salario- , pues su criterio de organización obedece a la intención de someter a los asalariados al poder de la clase dominante. Volveré sobre todo esto.

Manuel Sacristán desempeñó cargos de responsabilidad en el partido, en el Comité Central y en el Comité Ejecutivo, pero nunca aceptó profesionalizarse como político. Su tarea primordial, tanto cuando estuvo en la dirección como durante toda su vida militante, se desarrolló en el ámbito social de los trabajadores intelectualmente cualificados, particularmente, los docentes, porque es el mundo con el que él se relacionaba naturalmente durante el ejercicio de su actividad laboral como profesor de la universidad –el “Frente Intelectual”-, y también luego, como traductor, y la militancia política de un comunista no es algo separado de su vida cotidiana.

Manuel Sacristán abandonó el PSUC hacia finales de los años 70, tiempo después de que la dirección reformista cambiara la estructura que organizaba a la militancia para la práctica política directa, y acabara así con la posibilidad de ejercer militancia activa de forma orgánica; el partido pasaba a ser una organización profesional, separada de la Sociedad Civil,  orientada hacia la actividad política en las instituciones. En puridad, por lo tanto, no se puede decir de Manuel Sacristán que abandonara la militancia, sino que, tan sólo, se “desafilió”.

En cuanto al marxismo de Manuel Sacristán, en el que inspiraba su propio pensamiento creativo, político: Sacristán conocía de forma exhaustiva  el pensamiento que se autodenomina marxista. Había traducido al castellano a múltiples pensadores marxistas, incluso. Pero los clásicos del pensamiento revolucionario no eran para Sacristán venerables santos de palo, cuya obra debiera ser objeto de erudición reverente, sino pensadores que recogían la experiencia de la práctica revolucionaria histórica y que debían ser leídos en función de la propia práctica revolucionaria presente, para inspirar nuevo pensamiento político.

A la hora de fundamentar su propio pensamiento político hay algunos revolucionarios cuya obra influye de forma muy destacada en Sacristán: Carlos Marx, Engels y Lenin, Antonio Gramsci, y Georg  Lukacs.

De Carlos Marx, al que Sacristán conocía como pocos entre nosotros, recoge en particular su concepción de la lucha de clases, y su estudio de la sociedad capitalista: la teoría de la explotación capitalista en la producción, mediante la división social del trabajo y la relación salarial. Su potente teoría sobre la división del trabajo, tanto la técnica como la social, a la  que Sacristán denomina “sustancial” u originaria  del periodo manufacturero capitalista, esto es, “jerárquica”. La división jerárquica o social del trabajo es aquella mediante la cual  la clase dominante se perpetúa detentando el monopolio sobre los cargos sociales dirigentes de la sociedad y para ello monopoliza los saberes imprescindibles para la reproducción de la sociedad y la vida. Y la teoría de la plusvalía relativa, que explica la introducción de la ciencia como factor productivo directo e inmediato, masivo, lo cual ocasiona la reducción de la jornada laboral –y el paro estructural-, y en consecuencia, la disposición de tiempo libre de forma masiva por parte de los explotados y de sus hijos, y da cuenta también de la necesidad que tiene el capital de disponer masivamente de fuerza de trabajo cualificada con conocimientos superiores. El interés de Sacristán se centra en aquellos elementos del análisis de Marx que permiten comprender los cambios en la composición del capital por ser los que explican los cambios sociales producidos entre las clase subalternas: la transformación del trabajo asalariado, el aumento de los trabajadores intelectuales asalariados, la evolución del tipo de trabajador manual existente –p.e. el Taylor fordista- , etc. Las teorías, en suma, que permiten el análisis microfundamentado, capilar, de los cambios sociales, más que las teorías globales sobre la expansión mundial del capitalismo, etc. El propósito de Sacristán era la elaboración de una política de masas aquí y ahora, y ello precisaba del análisis concreto de la situación concreta.

Y también la antropología marxista: la plasticidad y carácter social e histórico del ser humano, y su individualización y singularización precisamente como resultado de su socialización en la colectividad, es decir, de las posibilidades para la libertad de cada individuo que abre el desarrollo de las fuerzas sociales productivas, y de las nuevas exigencias de las que los individuos son portadores como resultado de su moldeo por el desarrollo social y material impuesto por el capitalismo.

Estas ideas de Marx permiten analizar y explicar en concreto  los fenómenos sociales contemporáneos de las sociedades capitalistas actuales, y la evolución de los segmentos sociales dedicados al trabajo intelectual asalariado, en los que Sacristán militaba, los cuales crecían imparablemente.

He citado en segundo lugar, en la lista de influencias, los nombres unidos de Engels y Lenin, porque ambos revolucionarios influyen en Sacristán en relación con el mismo asunto: el antiestatismo de Manuel Sacristán. El antiestatismo de cuño político, no anarquista, ha sido una de las características de la tradición de la democracia revolucionaria y, en consecuencia se documenta fácil y reiteradamente también en la obra  Marx. Basta para ello acudir al sólido resumen de ideas y selección de citas que elabora Lenin en su obra El Estado y la revolución. Pero el debate sobre este tema adquiere una particular importancia durante el último cuarto del siglo XlX y a comienzos del XX en el seno de la socialdemocracia, a consecuencia del estatismo de esta corriente política: una enormidad intelectual para la tradición histórica de la democracia revolucionaria. Por ello sería Engels, debido a su longevidad, y Lenin quienes trataron el asunto con más reiteración. En resumen, las ideas de estos revolucionarios que Manuel sacristán  adopta son: que el Estado burocrático es una maquinaria que oprime y esclaviza pues es un instrumento para someter al poder jerárquico de la clase dominante a las clases subalternas, y allí donde existe perpetúa y reproduce el poder y la dominación de unos seres humanos sobre otros. Que los orígenes históricos del Estado burocrático están en el estado feudal absolutista. Que no puede ser un medio para la liberación contra la explotación, y que, en consecuencia el Estado debe ser destruido por la revolución. En la lucha revolucionaria, los explotados deberán organizar un poder político de nuevo tipo democrático y no burocrático ni delegativo, un ya- no- estado: “destruir de golpe la vieja maquina burocrática y comenzar acto seguido a construir otra nueva, que permita ir reduciendo gradualmente a la nada toda burocracia (.) desterrar la administración jerárquica y reducirlo todo a una organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio, en nombre de toda la sociedad a “obreros, inspectores y contables” [2] , para decirlo con una cita que recoge esa palabra reiteradamente repetida por Sacristán cuando se fija como objetivo político la lucha por la liquidación de la división jerárquica del trabajo dentro del aparato docente y de la universidad. Los procedimientos de lucha que adopta Sacristán, sin embargo no proceden de estos dos revolucionarios, pues Sacristán propondrá, como se verá, la lucha para ir diluyendo ya desde el momento presente, antes de la revolución, y desde la sociedad civil, el orden jerárquico existente.

De Antonio Gramsci  se inspira en la idea de que el marxismo es una praxeología o “filosofar de la praxis”, en el que, en expresión del mismo Manuel Sacristán,  el sustantivo “praxis” es sintácticamente “un genitivo subjetivo, no un genitivo objetivo”; esto es, un filosofar en el que no se trata de elaborar una teoría “de pizarra” sobre la práctica política, sino que son los mismos agentes de la práctica política desarrollada, los que, a partir de su experiencia, que es saber sustantivo, y de su nuevo grado de organización –poder- filosofan sobre su actividad con el fin de extraer todas las conclusiones posibles para la propia práctica política futura: lo que propone Gramsci no es una filosofía que trata sobre el objeto de la praxis, sino la praxis que se auto reflexiona. Y esta idea fecunda es asumida por Sacristán.

También asume Sacristán la reflexión de Gramsci sobre los instrumentos de cohesión social que desarrolla el enemigo desde la Sociedad Civil, o conjunto de instituciones no estatales o no directamente estatales, cuyas funciones para la producción y reproducción de la vida son controladas por agentes proburgueses. La necesariedad de las funciones ejercidas por estas instituciones y su eficiencia  refuerza el prestigio y el consenso en torno a la sociedad existente y otorga la dirección moral de la sociedad o hegemonía a la burguesía. Así como la idea de que es condición previa indispensable para estar en situación de ruptura revolucionaria que se haya producido una reforma moral entre las masas subalternas que las haya hecho intelectualmente y moralmente autónomas respecto de la hegemonía de la clase dominante. Y también el proyecto de lograr poner de acuerdo a la mayoría de las clases subalternas en contra del capitalismo mediante una alianza cultural y programática que permitiese construir un nuevo Bloque histórico antagónico, o bloque popular democrático, que sea capaz de imponer una ruptura revolucionaria e instaurar una nueva sociedad en transición hacia el socialismo. Esta idea de la constitución de una alianza  del pueblo -obreros, campesinos, pequeña burguesía- procede de la tradición de la democracia revolucionaria moderna, desde su fundación por Robespierre, y llega a Gramsci a través de Lenin.

Adoptó de Gramsci también la idea de que el Estado no sólo  es el conjunto de aparatos burocráticos ejecutivos que dependen del gobierno, sino  la suma de la Sociedad Política más la Sociedad Civil.

Sacristán asumió también la teoría gramsciana del partido como intelectual orgánico del movimiento de masas organizado en lucha contra el capitalismo; esto es, como organización inseparable de los movimientos de masas que constituyen, en ciernes, el Bloque histórico revolucionario, pues sus militantes trabajan en el seno de ellos. El partido es el sistema nervioso de esa anatomía en desarrollo, por usar un símil que dé fuerza visual a la absoluta inseparabilidad de partido y movimientos de masas. El intelectual colectivo debe adecuarse al movimiento real, asegurar establemente la acumulación de experiencias, y su elaboración y devolución como inspiración dirigente, y debe promover la apertura y el desarrollo del movimiento con la incorporación de nuevos segmentos sociales.

Según el propio Gramsci, a partir de estos elementos heurísticos se abre la  reflexión política concreta, que debe ser elaborada de forma pormenorizada y empírica, sector social a sector social, teniendo en cuenta, permanentemente, la propia experiencia de la lucha de todos los militantes, que deben participar en el proceso público de deliberación. Se trata elaborar propuestas concretas de  lucha, de carácter democrático, que puedan ser impulsadas capilarmente, de forma directa, cara a cara,  por cada militante en su ámbito de militancia, que recojan y expresen las aspiraciones de las masas, que sean sensatas y aplicables e inviten a los explotados no comunistas a la movilización y a la organización permanente, y que recojan ya, aunque sea conativamente, elementos que apunten hacia la sociedad socialista.

De Georg Lukacs  le interesa sobre todo la reflexión política del último Lukacs, la que se abre paso en las conversaciones de 1967 [3] , cuando, como señala el propio Sacristán, ya se había apropiado de la concepción política de Antonio Gramsci. En especial, el análisis que hace Lukacs sobre la novedosa situación registrada por él, que consiste en la penetración del capitalismo en la vida cotidiana de las clases populares subalternas. Tradicionalmente la industria capitalista  había sido productora de bienes de equipo para la producción;  pocos habían sido los productos fabricados que tuviesen como fin el consumo inmediato: tejidos sin confeccionar, harina, azúcar, eran casi en exclusiva las únicas producciones fabricadas para el consumo directo de las masas. Tras la segunda guerra mundial, había surgido una nueva industria ligera, que aprovechando las nuevas tecnologías, se dedicó a la fabricación de bienes de consumo de uso individual o familiar –electrodomésticos, gama blanca, automóvil privado, etc., y luego, servicios para el ocio popular, como el “turismo”,  etc- , cuyo uso transformaba radicalmente las formas de vida y moldeaba la cultura que organizaba la vida cotidiana de las clases subalternas. La cultura que había estructurado, hasta entonces, de forma autónoma, la vida cotidiana de las clases subalternas, y cuya autonomía había sido condición de la existencia de una cultura de izquierdas, desaparecía. Esta inaudita penetración del capitalismo en la vida cotidiana del individuo, con su capacidad de desautonomizarla y de supeditarla a sus necesidades de valorización de capital,  imponía a la política revolucionaria inspirada por Gramsci nuevas exigencias. Sacristán comprende que para una política práctica de cuño gramsciano, que considera condición previa para la apertura de un proceso revolucionario la plena autonomía cultural, se hace imprescindible la creación de una nueva cultura material autónoma.

Reflexionando sobre esta nueva situación, Sacristán escribe: “Desde los tiempos de Gramsci el Estado del capitalismo monopolista ha penetrado la Sociedad Civil aún más profundamente, lo que complica la perspectiva estratégica abierta por Gramsci, pero la hace aún más esencial” [4] .

Esa concepción de la práctica política basada en la inspiración de la obra de Antonio Gramsci será la  que Sacristán sostenga durante toda su vida. Ciertamente Manuel sacristán siguió indagando sobre los nuevos problemas que el capitalismo industrialista originaba a la Humanidad. Los Informes del club de Roma, que alertaban sobre el peligro de destrucción de los equilibrios naturales que posibilitan la perpetuación del ser humano en la biosfera, le pusieron sobre aviso y le hicieron comprender que en lo futuro el nuevo Bloque Histórico estaría integrado también por fuerzas sociales movilizadas por este grave peligro ocasionado por el capitalismo,  y que el modelo civilizatorio alternativo futuro debía ser repensado drásticamente a la luz de los datos revelados. También la movilización de las mujeres en lucha por la libertad en torno al feminismo fue motivo de reflexión para él, que comprendió que no existiría un Bloque histórico futuro posible sin la incorporación del feminismo al mismo. Pero el proyecto político base, la alianza de las clases subalternas y la construcción de un Bloque histórico, la lucha por la autonomía intelectual y moral, la paciencia militante y la revolución socialista siguieron siendo válidas para él.

El dirigente político del Frente intelectual

Los textos en los que Sacristán desarrolla su reflexión sobre la práctica política en el frente intelectual deben ser  valorados de forma especial. Precisamente en ellos se despliega de forma empírica la concepción práctico política general que, como ya he escrito, Sacristán sostendrá durante toda su vida, y resultan  por tanto, iluminadores de actitudes y posicionamientos posteriores. Como marxista y gramsciano, Sacristán considera que la política debe ser elaborada en concreto, para cada sector social determinado, desde los problemas y conflictos que se plantean al movimiento militante organizado en su interior  y desde las particularidades sociales del segmento social en cuyo interior se trabaja políticamente. Sacristán conocía el sector intelectual porque  militaba en el mismo, y por ello se sentía capacitado para emprender una tarea de orientación práxica en concreto.

Sus escritos, verdaderamente deslumbrantes, son textos cuya finalidad es orientar la práctica militante de los comunistas,  por eso él les daba el nombre que reciben estos textos en nuestra tradición: materiales. El lector que recurra a la obra de Sacristán no debe olvidar esto cuando descubra sorprendido la “excesividad” de esos escritos: del análisis inmediato de un asunto político surgido en un sector social, a las raíces económico sociales del mismo, generadas por el capitalismo, y a los proyectos políticos orgánicos defendidos por la burguesía, desde sus necesidades, para ese sector social determinado; y de ahí a la reflexión sobre los segmentos sociales de ese sector en contradicción con los designios del capitalismo y las razones de esa confrontación; a partir de ahí la reflexión sobre las posibles propuestas políticas de objetivos de lucha de masas, plausibles desde la situación dada y realizables,  además de potencialmente compartibles, por amplias mayorías, pero que apunten hacia el socialismo e introduzcan en la realidad elementos, aunque pequeños, reales de avance hacia esta meta.

La mayor parte de los documentos que escribió Sacristán para ayudar la deliberación política entre los militantes del Frente Intelectual –señaladamente, los estudiantes y profesores de la universidad- fue elaborada tras su expulsión de la institución, en 1964, por su condición de comunista, y a petición de los militantes del partido. La expulsión de la universidad, que lo obligó a ponerse de traductor y a cambiar su actividad como intelectual, no le separó de la lucha en este frente.

La propuesta política elaborada para la universidad en aquellos breves documentos, el más extenso de los cuales alcanza el medio centenar de páginas, revela a un político práctico verdaderamente genial; hay que recalcar esto, porque cuando, desde la dirección del partido, se  fue a por él, se  hizo correr la difamación de que era un idealista político, falto de sentido práctico y desconectado de la realidad. Ciertamente, él nunca ocupó un escaño parlamentario ni una poltrona ministerial, si es a eso a lo que se llama “realismo” y sentido político; por el contrario, permaneció siempre serenamente sentado en su esquina, contemplando con cuánto azacaneo corrían, desaladas, las calles. Fueron sus detractores los que triunfaron, hay que reconocerlo, y dirigieron en consecuencia el proceso político que finalizó con la aniquilación de la fuerza comunista en España.

Manuel Sacristán comienza su reflexión sobre la práctica política de los militantes universitarios analizando cuál es el objetivo político que tiene, para esta institución de la Sociedad Civil –para esta “trinchera” de la Sociedad Civil, según el término gramsciano- el capitalismo burgués, y a qué necesidad política obedece ese objetivo. Precisamente Antonio Gramsci, en su reflexión sobre el Risorgimento italiano del siglo XlX, mediante la que elabora subrepticiamente su análisis sobre la derrota del movimiento revolucionario italiano a manos del fascismo, durante los años veinte, repite una y otra vez que la derecha, -durante el Risorgimento, el Partido Moderado- pudo derrotar al Partido de Acción debido a que el Partido Moderado conocía cuáles eran los proyectos del Partido de Acción, mientras que el Partido de Acción, y su dirigente máximo, Mazzini, era incapaz de saber  a qué necesidades, problemas y objetivos obedecía el proyecto Moderado [5] .

El propio Gramsci siguió este consejo, y en los Cuadernos de la cárcel sostiene una larga polémica con la obra del filósofo Benedetto Croce, al que interpreta en clave de intelectual orgánico de la burguesía.

Manuel Sacristán elige de entre los proyectos y pensadores orgánicos de la burguesía al más potente y agudo. El proyecto liberal burgués elaborado por Ortega y Gasset.  La razón es clara, el liberalismo posee conciencia de la fractura del mundo social  moral en el que vive, y de los problemas y amenazas que esto comporta para su proyecto de dominación política; en consecuencia sabe que tiene la necesidad de desarrollar una estrategia de vertebración social, esto es, de hegemonía sobre la Sociedad Civil, de forma que esta sea revertebrada –“España invertebrada”-. Escribe Sacristán: “La actividad liberal contiene siempre y explícitamente una aspiración a componer la fragmentada vida moral de los individuos de la sociedad capitalista (.) “Hay que reconstruir con los pedazos dispersos –disiecta membra- la unidad vital del hombre europeo” dice [Ortega], por de pronto, llegando finalmente a la realidad social elemental, la vida del individuo. “(.) ¿Quién  puede hacer esto sino  la universidad?” (.) Ortega llega por ese camino al tema de la hegemonía: es necesario, para reorganizar una sociedad de clases en fragmentación, que una capa de individuos –“muchos individuos”- (.) dicte al resto de la población valores y creencias concordes con las dominantes sociopolíticas de la base social””. Y sigue Sacristán con esta cita de  Ortega: “” (.) en toda sociedad manda alguien (.) Y por mandar no entiendo tanto el ejercicio jurídico de una autoridad como la presión e influjo difusos sobre el cuerpo social. Hoy mandan en las sociedades europeas las clases burguesas, la mayoría de cuyos individuos es profesional. Importa, pues, mucho a aquéllas que estos profesionales, a parte de su especial profesión, sean capaces de vivir e influir vitalmente (.) Ésa es la tarea universitaria radical”” [6] .

Ortega considera que, de las tres funciones desempeñadas hasta ahora por la universidad, a saber,  el desarrollo de la investigación científica, la formación profesional superior y la función hegemónica, las dos primeras pueden quedar, en el presente, en manos de las empresas capitalistas, y una vez desembarazada de ellas, la universidad debe entregarse a desarrollar la tarea de rearticulación social dedicándose a elaborar y enseñar una cultura que reafirme a los cuadros burgueses y los ayude a influir en la vida de las gentes. Así,  según la cita de Ortega reproducida por Manuel Sacristán: “es ineludible crear en la universidad la enseñanza de la cultura” [7] .

Sacristán ahonda en el análisis sobre las causas del modelo de universidad propuesto por Ortega. La lucha de clases de los explotados, es, por un lado, una amenaza para el capitalismo; de otro, la misma desorganización de la vida social por el capitalismo amenaza las bases de reproducción del mismo. El capitalismo necesita salir al paso de esas amenazas, debe dar respuesta a las demandas principales de los explotados, y articular alternativas desde su propio proyecto: Hegemonía.

La Universidad es el centro de creación y producción de discurso hegemónico y de cuadros adecuados para impulsarlo. La misión primordial de la misma debe ser la preparación de cuadros que refuercen la división social del trabajo, propia del capitalismo, entre trabajo manual y trabajo intelectual, de forma que queden  en manos de los capitalistas y sus agentes los cargos y funciones que garantizan la dirección social de las diversas instancias e instituciones  de la Sociedad Civil,  sin la que no se puede reproducir ese sistema productivo. Para lograr este fin de dirección moral o hegemonía, deben usar del prestigio y ascendiente que poseen en tanto que profesionales y técnicos: en tanto que poseedores de saberes indispensables para la vida. Por supuesto, el acceso a esos saberes reales, que poseen ascendiente  debido a su eficacia material debe quedar restringido también. “ a lo largo de los siglos, los hombres entran en la división del trabajo  y quedan encasillados en sus diversas ramas, no por consideraciones racionales, sino por su pertenencia a determinadas clases sociales” [8] .

Por ello concluye: “el problema de la división social y clasista del trabajo es la raíz del interés que tiene el tema de la universidad para la clase obrera en general y para el movimiento socialista en particular. (.) La principal función de la universidad desde el punto de vista de la lucha de clases es tradicionalmente la producción de hegemonía mediante la formación de una elite y la formulación de criterios de cultura, comportamiento, distinción, prestigio, etc. “ [9] .

Pero Manuel Sacristán sabe que cuando una clase tiene que preocuparse de organizar su hegemonía es que su proyecto histórico se encuentra ya en discusión y  existen ya condiciones para abolir, en parte fundamental como mínimo, su propia existencia como clase dominante: toda lucha hegemónica, también la capitalista, es siempre y en todo lugar: optimismo de la voluntad, pesimismo de la razón [10] .

Tras elucidar cuál es el proyecto burgués para la universidad y a qué motivos de fondo obedece, pasa entonces Manuel Sacristán a evaluar qué posibilidades práxicas se abren a la izquierda revolucionaria en ese ámbito de lucha de la Sociedad Civil. Sacristán  registra un nuevo fenómeno que se produce en la universidad: la masificación de la población estudiantil. En primer lugar señala sus causas; es el propio desarrollo de la sociedad capitalista, con la aparición de la plusvalía relativa, lo que ha liberado de la producción directa a amplias masas al acortar la jornada necesaria de trabajo.

“en la génesis de la nueva situación universitaria [y de la] reivindicación del derecho al conocimiento por parte de las clases trabajadoras y populares (.) la causa más básica  [de la masificación estudiantil en la universidad] está en la energía productiva liberada por la gran industria, incluso en medio de catástrofe. (.) en este caso la contradicción entre la productividad de la gran industria maquinista e incipientemente cibernética y la división del trabajo de tradición manufacturera.” [11] .

Esta es la condición que ha posibilitado que los hijos de los asalariados, e incluso de los obreros manuales, hayan estado en condiciones de acceder masivamente a la universidad. La otra condición es el aprecio por el saber que se producía entre amplios sectores de las clases subalternas, que les empuja, en cuanto se abre la posibilidad, a desear el acceso a la universidad. Por supuesto, el deseo de acceder a la universidad y el gusto por el estudio vienen acompañados, en bastantes casos, por un espejismo: la expectativa del ascenso social; pero eso se debe a que no tienen en cuenta las consecuencias de su masivo acceso a la universidad.

“la sociedad no absorbe los resultados de la explosión universitaria de un modo concorde con el sistema, sino empieza a “devaluar” los títulos universitarios. A la larga, si se generaliza ese fenómeno, acarrearía la pérdida del “valor de cambio” de los títulos, y por tanto, de su completa pérdida de valor en cuanto piezas de organización social capitalista”. (.)  la crisis (.) [de la universidad] ilumina la crisis de la función social apoyada en ellas [en la ciencia y la formación profesional]: la crisis de la producción de hegemonía. Pues lo radicalmente puesto en crisis es la división jerárquica del trabajo, a cuya interiorización sirve, con su creación de prestigio social, el aparato hegemonizador, que es, tradicionalmente, la institución universitaria” [12]

Por tanto están dadas las condiciones para llevar la lucha contra la hegemonía capitalista al interior de la propia institución civil a la que la burguesía confía la producción de hegemonía, y comenzar a inhabilitarle el  instrumento para ese fin,  a la par que se utiliza la institución para producir cuadros propios  para la hegemonía popular.

“La lucha ya hoy, bajo el capitalismo, contra la división del trabajo instituida y, por tanto, contra la universidad como institución de esa división del trabajo, es un sendero que desemboca en el camino principal del cambio histórico, de la lucha directa por el poder político” [13]

El proyecto universitario para el movimiento socialista  ha de basarse en primer lugar en la defensa del derecho al acceso a la universidad de los asalariados y demás clases populares, a la vez que se abre los ojos a los estudiantes y se les explica que el acceso al estudio es un derecho irrenunciable que deben defender, porque el estudio y el saber  poseen un valor antropológico por sí mismos, aunque el estudio no les garantice en absoluto un puesto de trabajo en la especialidad que cursen : “Con esto están puestas las condiciones fundamentadoras (no realizadoras) de un proceso en el curso del cual la división técnica [del trabajo] primero, y la social después, dejen de ser jerárquicas para convertirse en funcionales, esto es, para que la distribución de los trabajos deje de estar mediada por el estatus de los individuos, y lo esté sólo por la funcionalidad colectiva, sin fijación material ni formalmente coactiva de los individuos” [14] .

Para aprovechar estas nuevas condiciones históricas resulta importante plantear objetivos de lucha realistas que impulsen la lucha contra la división clasista del trabajo y que permitan movilizar mayorías que puedan imponerse mediante la lucha en cada una de la instituciones de la Sociedad Civil –trincheras y casamatas- que organizan el uso de esa fuerza de trabajo intelectual, y, en este caso concreto, en la universidad. Se trata de lograr la consolidación de nuevas relaciones de poder en cada trinchera de la Sociedad Civil, de forma que quede instaurada de facto, y luego reconocida, una situación que rompa con la organización jerárquica de la división del trabajo funcional al capitalismo, y que apunte ya hacia otra sociedad.

“encontrar una línea de conducta y unos objetivos intermedios [entre el ahora capitalista y el socialismo. J.M.] que 1º sean planteables con verosimilitud, sin neurótica ignorancia de la realidad, en el seno del aparato de enseñanza capitalista, pero que 2º, tengan algún elemento que apunte al rebasamiento de ese horizonte”. Un tipo de reivindicación y objetivo “que permita conseguir sobre ella el consenso [sinónimo de “hegemonía” J.M.] de una población que, por sus raíces sociales (y pese a la gran sensibilidad que tiene para motivaciones científicas y morales) difícilmente arrojará una mayoría socialista” pero en “el justiciero igualitarismo parcial de la enseñanza (.) queda indicado la punta por la cual la reivindicación laboral para profesores  universitarios públicos rebasa el horizonte puramente burgués: esta desacralización del estatus del profesor le libera a éste de ataduras arcaicamente estamentales y le permite fundirse con las capas trabajadoras (.) la ristra de cuestiones suscitadas por la reivindicación de contratación laboral en la enseñanza del estado permite que se una en torno a ellas muchas personas interesadas en los aspectos más inmediatos (.) [pero] la radicalidad democrática de este objetivo intermedio es mayor de lo que puede parecer a primera vista: contiene, en efecto, alguna punta de ruptura con los límites formales  tradicionales del Estado (.) alteraría ya un poco la noción burocrática burguesa de Estado” [15] .

El objetivo de lucha, por tanto,  ha de ser la liquidación de la división social del trabajo, que es el instrumento de hegemonía que posee la burguesía, tanto fuera de la universidad, como dentro de la propia universidad; el objetivo en abstracto es “a igual trabajo, igual salario”. Dentro de la enseñanza, y en concreto, dentro de la universidad, se trata de quebrantar aquellas divisiones de la organización del trabajo que sólo poseen una fundamentación jerárquica o de dominio por cuenta del poder superior y de clase: las cátedras, y demás poderes. Objetivos inspirados, según escribe Sacristán, en la democracia radical o  material, no en la democracia formal. “Pues la sustancia de una institución es el principio político “ético-jurídico”, como decía Gramsci, de su contenido de clase. Por eso lo que hay que contraponerle –por de pronto- no es (.) sino otro principio “ético –jurídico”. Este principio no puede ser otro sino el socialismo. Pues lo único que se puede oponer al principio de la división clasista, jerárquica y fijista, manufacturera, del trabajo, que ya en la gran industria entra en contradicción con la movilidad y la consciencia de los obreros, es una división no fijista ni jerárquica, sino simplemente funcional a la producción y, sobre todo, despojada de sanción represiva estatal  y de protección hegemonizadora, interiorizadora. Y esa nueva división así (.) sería ya incipientemente socialista, como toda transformación democrática material o radical [16] .

Toda propuesta de acción en esa dirección cuenta con el consenso de la mayoría de los estudiantes y de los intelectuales asalariados sometidos al mandarinato jerárquico, aunque no sean socialistas Todo paso en esa dirección no puede ser asimilado y desactivado, una vez conseguido, como puede ocurrir con otras reivindicaciones, por justas que sean, pues su logro, precisamente aumenta el poder inmediato de todos los trabajadores de la enseñanza y de la universidad sobre su propia actividad, y, una vez conseguido, obliga a su uso: es una meta cuya consecución no desactiva la movilización de los individuos que han luchado; no pueden volver a la inactividad, sino que se ven impelidos a usar de ese protagonismo conseguido y que les cae encima. Es lo que tiene la libertad.

El proyecto de izquierdas para la universidad democrática, esto es, para la democratización radical de la universidad, ha de ser la democratización del saber científico y profesional, y el consiguiente rechazo del saber cultural general que afirma pautas de vida y valores burgueses: “Las ciencias y los oficios son, vistos estructuralmente, herramientas para la administración de las cosas; la hegemonía, en cambio, es un instrumento que organiza la interiorización del poder sobre los hombres” [17] .

Unas palabras sobre esta cita. Las frases subrayadas por Sacristán mismo proceden de la obra de Federico Engels, El anti düring [18] , y hacen referencia explícita a una idea fundamental de la tradición socialista marxista: destruir todo aparato de dominación de unos seres humanos sobre otros seres humanos, para organizar una sociedad en la que lo que se decida sea, no cómo dominar a las personas, sino cómo administrar las cosas. La obra es un alegato militante en contra de las ideas estatistas, corrientes en la socialdemocracia, y fue reeditada y aumentada en diversas ocasiones por Engels, la última poco antes de su muerte, en 1894. La obra insiste reiteradamente en que  “El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista” y en que “La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto… Esa solución no puede consistir sino (.) [en] que la sociedad tome abierta y directamente posesión de las fuerzas productivas que desbordan  ya toda dirección que no sea la suya” [19] . Este libro era apreciado particularmente por Sacristán en su calidad de texto de divulgación de las ideas socialistas, y había sido traducido y prologado por él. Era la propuesta de introducción a las ideas socialistas que  Sacristán hacía, lejos absolutamente de todos los esquematismos neopositivistas – estructuralistas de los Poulitzer y las Martas Harneker. Termino el inciso.

El mismo principio de lucha contra la “cultura general”, o ideología, elaborada por la burguesía, es el que informa su decisión  cuando Sacristán piensa sobre la reforma de los estudios de filosofía. Sacristán defiende la desaparición de la facultad de filosofía, que sólo elabora un saber general, sistemático y especulativo, cerrado sobre sí mismo y reñido con las ciencias positivas, y su sustitución por un instituto que sólo acepte a licenciados graduados ya en un saber sustantivo previo, cuyo conocimiento les permita filosofar. Frente a la filosofía como sistema propone el filosofar en relación con un saber [20] .

Pero lo expuesto hasta aquí no agota la reflexión de Sacristán sobre los objetivos de lucha. Sacristán siempre prestará gran atención a aquellos objetivos de lucha que surjan entre los trabajadores intelectuales que ocupan los puestos subalternos dentro de las relaciones de poder marcadas por la división jerárquica del trabajo. Y por ello, medita pormenorizadamente sobre las consecuencias de la  consigna del contrato laboral, elaborada por el movimiento de PNNs a partir de la experiencia de lucha del movimiento, y que apunta hacia la desjerarquización del aparato de enseñanza, esto es, hacia la ruptura con la organización jerárquica de la cadena de mando, ya posibilitada por la masiva aparición de licenciados asalariados, y, en consecuencia, hacia el desmantelamiento del aparato escolar y educativo como pieza del Estado, en manos de la burguesía, y hacia su reabsorción democrática en el seno de la Sociedad Civil: hacia su verdadera publicidad. Objetivo que es un avance hacia el socialismo. Este mismo caso sirve como ejemplo de lo que es la relación que se establece entre el partido o intelectual orgánico comunista gramsciano y el movimiento: no es la imposición de consignas arbitrarias, inventadas por el partido,  sino la atención y el estímulo de aquellas iniciativas valiosas surgidas en el movimiento, la extensión y propaganda de las mismas, la elaboración que permita comprender a los miembros del movimiento el calado y el sentido que puede tener la iniciativa,  la ayuda a la deliberación sobre los medios para impulsarlas e imponerlas, el impulso a otros proyectos en consonancia con ellas, etc. Es de abajo arriba. Como en el caso del nacimiento de las CC OO.

Sólo el avance verdadero de la superación de la división del trabajo en el seno de las instituciones de la Sociedad Civil que componen el aparato docente es considerado por Sacristán una verdadera democratización. Podemos recordar su opinión ante los procesos de sedicente democratización que no consistían en pasos de avance en esa línea real. Durante los últimos años de la década del setenta se discutió en la universidad sobre la Autonomía Universitaria. Luego este proyecto, como sabemos, sería el que organizase la universidad. El partido, al igual que las demás fuerzas políticas de la izquierda, apoyó entusiastamente el proyecto como un avance democrático. Pero ni Manuel Sacristán ni Giulia Adinolfi se dejaron engañar: romper la jerarquía burocrática de mando superior, nacida de Napoleón, sin liquidar antes los poderes jerárquicos universitarios internos, que reproducían el poder en el seno de la institución, era tan sólo, según decían, con razón, volver a la universidad feudal. La formalidad democrática, la democracia no real, podía tener efectos perversos.

Como podemos ver el tipo de práctica política democrática propuesta por Sacristán requiere siempre la movilización directa de los grupos explotados y subalternos, su organización y su lucha. Estos medios de hacer político no eran, para Sacristán, expedientes de lucha impuestos por la represión fascista, sino que eran las formas de lucha por la democratización real para todo tiempo y lugar. La democracia no es representación, sino en primer lugar ejercicio material del poder del individuo sobre sí mismo –libertad- y, en segundo lugar,  codeterminación colectiva real, mediante deliberación entre todos, de los objetivos comunes al trabajo colectivo. La elección de un delegado para que ocupe un cargo de dirección funcional, no jerárquico, -para utilizar palabras reiteradamente usadas por Sacristán-  sólo sirve realmente a la democracia cuando la realidad organizativa de base ha sido ya previamente democratizada, o como medio para imponer la democratización, cuando un movimiento organizado de masas actúa de forma operativa y elige un delegado para acometer desde el puesto de función directiva, gracias al poder que posee el movimiento, los cambios previamente decididos por éste. Si no, en el mejor de los casos es una opción estéril que el poder real de quienes detentan la jerarquía impuesta por la división social del trabajo harán fracasar, y en el peor de los casos, permite la cooptación de un cuadro propio por el poder. Un caso ejemplar de lo que Gramsci denominaba Revolución Pasiva.

LA LUCHA CONTRA LA REVOLUCIÓN PASIVA: El sindicato de enseñanza de CCOO

Acabo de introducir otro de los luminosos conceptos heurísticos elaborados por Antonio Gramsci, y que Manuel Sacristán manejaba. Como sabemos, por Revolución Pasiva se entiende el conjunto de medidas adoptadas por la clase dominante, cuando se encuentra acosada por el enemigo de clase en su pugna política, para conseguir desactivar la fuerza de masas enemiga y derrotar al contrincante. Consiste en adoptar como propio parte del programa de las fuerzas rivales y ponerlo en práctica, cambiando algo para que nada cambie, de forma que se desmovilice y se fracture el movimiento. De otro lado, consiste en la cooptación y asimilación en sus propias filas de los cuadros y dirigentes del movimiento enemigo. La Revolución Pasiva puede ir acompañada o no, de medidas de violencia extrema, tales como el asesinato masivo de aquellos sectores de cuadros y militantes enemigos movilizados que resultan irreductibles. Esto sucedió durante el fascismo de los años veinte, pero no en el periodo del Risorgimento. Precisamente Sacristán, en el mismo texto sobre La universidad y la división del trabajo nos recuerda que el keynesianismo es una estrategia de Revolución Pasiva: “Pero en la realidad, casi toda la acción del poder capitalista –incluido el trabajo de sus ideólogos y, cosa más importante, el de sus científicos, esto es, no sólo el de Ropke, por ejemplo, sino también el de Keynes- está destinada a frenar y desviar el desarrollo de las contradicciones  (.) Nada más peligroso para el movimiento obrero que olvidar esta situación”  [21]

La transición española desde el fascismo hacia la monarquía parlamentaria es un caso ejemplar de Revolución Pasiva y así lo comprendió Sacristán. Desde el interior y  también desde el exterior del país, principalmente desde los Estados Unidos y desde la República Federal de Alemania, se puso en marcha un vasto proyecto de reabsorción y eliminación del movimiento popular democrático antifranquista hegemonizado por el partido. Este programa podía  ser desarrollado en buenas condiciones porque el fascismo no había sido derrotado y las fuerzas burguesas y el aparato de poder franquista estaban en condiciones materiales de encabezar organizadamente una respuesta. La violencia fue parte del proceso, como lo testimonian los casi setenta muertos que hubo –tan sólo uno en el proceso democrático portugués-. El objetivo primordial consistía en desmovilizar asumiendo las reclamaciones más sentidas del movimiento popular, a la par que se manejaba el miedo de amplios sectores sociales no movilizados o sociológicamente próximos al franquismo, y se impulsaba, además, la opción de absorber cuadros rivales. Esto se hizo, en un primer momento imponiendo cuál iba a ser la fuerza política que fuese cooptada  desde el poder, mediante todo tipo de ayudas,  para ser la mayoritaria en la izquierda y entrar así a integrarse y a ser reconocida como potencial fuerza gubernativa. Las ayudas llegaron. Por ejemplo, la fundación Ever desembolsó miles de millones de pesetas para montar la UGT. Se señalaba a los cuadros del movimiento antifranquista que quisieran tener aspiraciones de carrera política o desempeñar los cargos buenos de dirección de la Sociedad Civil cuál era la fuerza ganadora, y que, quizá, habían equivocado su opción personal. Por otro lado, el aparato exterior del partido quedó aterrorizado ante la posibilidad de ser excluido del área de gobernabilidad e intentó competir patéticamente, en el “meritoriaje” por el papel de fuerza mayoritaria de la izquierda, “apuntando maneras”, entregándose a la liquidación del movimiento de masas organizado, y a la destrucción de la estructura organizativa de la militancia basada en el principio del trabajo de masas, como “prueba fehaciente” de la disposición a abandonar toda estrategia de lucha basada en la movilización y la lucha de clases y popular, mostrando sus buenas intenciones parlamentaristas, y su aceptación del proyecto de la transición, propuesto por las fuerzas franquistas y encabezado por la monarquía franquista. El fin fue la liquidación de la fuerza comunista en España y la canonización de Santiago Carrillo como patriota insigne y luminaria política con acceso a Palacio. Toda esta farsa y licencia, con su rey castizo, su corte de los milagros y su coro de esclavos que gritan ¡viva mi dueño!, aguarda todavía a un Valle Inclán que la narre.

El Bloque dominante hizo enormes y fructíferos esfuerzos por cooptar cuadros intelectuales del área de la izquierda. Y, precisamente, se hizo un excelente trabajo entre la intelectualidad y en el área de la universidad.

Manuel Sacristán era consciente  de la nueva situación que se estaba desarrollando: tanto del entreguismo ciego y sordo, suicida, de la dirección del partido como de las intenciones del Bloque dominante; también de lo que implicaba que el tirano hubiese muerto en la cama: “suponer que en España se pueda evitar desde el principio la pluralidad sindical es pasar por alto la incidencia de la política mundial, los intereses de las grandes potencias imperialistas (principalmente USA y la República Federal Alemana) en España; y pasar por alto, también, la circunstancia de que el fascismo español no ha sido derrotado, sino que termina por muerte natural, dejando tranquilamente su herencia a un heredero intacto que es encarnación política de la misma clase dominante” [22] . Se traba por lo tanto de organizar el repliegue sin perder fuerzas.

La dirección del partido, sin plantearse cuál podía ser la política del enemigo, ni sus necesidades, sus problemas y sus intereses  a la hora de reconstruir su hegemonía sobre bases firmes, emprendió una absurda política de aislamiento organizativo de los sectores de intelectuales asalariados respecto del resto de los trabajadores. Así, promovió el proyecto de sindicación de trabajadores intelectuales en sindicatos Autónomos de las centrales sindicales. Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi se percataron de la gravedad de las repercusiones que podía tener la medida. Se abría la posibilidad de liquidar todo el trabajo hecho entre los intelectuales asalariados por el partido que había dado excelentes resultados, y que había producido una generación de intelectuales asalariados recién salidos de las universidades que eran antifascistas y de izquierdas. Se trataba, por lo tanto, de estabilizar la relación recién establecida entre el movimiento obrero manual y aquellos nuevos sectores de asalariados intelectuales evitando el intento de cooptación y Revolución Pasiva que iba a desarrollar el poder

Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi se lanzaron a la polémica, e inspiraron la constitución del sindicato de enseñanza de CCOO, cuyos documentos fundacionales fueron redactados por Sacristán [23] . Se trataba de sostener un proyecto de unidad de clase que además fuese capaz de ser instrumento de lucha en pugna por la hegemonía dentro del aparato educativo y en sus diversos niveles. Para ello Sacristán elaboró el objetivo de la “Escuela Pública”. Se inspiró sin duda en La crítica al programa de Gotha, de Carlos Marx: “Eso de “educación popular a cargo del Estado” es absolutamente inadmisible.¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etcétera y velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra cosa, completamente distinta, es nombrar al estado educador del pueblo. Lejos de esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela a toda influencia   por parte del gobierno y de la Iglesia” [24] . Como dice pocas líneas más abajo, se trata de abandonar la “fe servil (.) en el Estado”. Páginas antes el texto declara que cuando el pueblo trabajador reclama soluciones al Estado, en primer lugar “por el mero hecho de plantear estas reclamaciones al Estado, exterioriza su plena conciencia de que ¡ni está en el poder ni se halla maduro para gobernar!”, y además “Lo verdaderamente escandaloso (.) es (.) que se abandone el punto de vista el movimiento de clases para retroceder al del movimiento de sectas” [25] . “Sectas” es el nombre que da El manifiesto comunista a los grupos utópicos, que se oponían y enfrentaban al movimiento de masas organizado. Como vemos, la idea se repite aquí: es utópico confiar que el Estado burocrático trabaje a favor de la emancipación de los trabajadores.

La propuesta de proyecto de escuela pública elaborado por Manuel Sacristán recoge su  objetivo de lucha contra la división social o jerárquica del trabajo dentro de los trabajadores intelectuales, en  favor de la democratización sustantiva o radical de las instituciones docentes. Por un lado propone que el poder de gestión del centro repose sobre la asamblea de profesores, la asamblea de alumnos y la asamblea de padres. Por otro, se pronuncia por el objetivo del cuerpo único de profesores con igual titulación. Se trata de reabsorber, una vez más, desde la Sociedad Civil parcelas de actividad controladas por el aparato de Estado, de poner el aparato de hegemonía bajo la influencia de los trabajadores asalariados, asamblea de padres, asociaciones  de padres, sindicatos, partidos políticos, los propios trabajadores directos, etc.- y de romper la jerarquización interior entre los trabajadores del aparato docente. La consigna exigía la movilización social en lucha por el logro de esa meta, y posteriormente, la constante movilización en el ejercicio del gobierno activo y de la preservación de la meta conquistada. Era una consigna que se proponía como objetivo la democratización radical o material, según las expresiones usadas por Sacristán en sus textos más teóricos, el aumento del poder de las clases subalternas sobre una de las trincheras y casamatas  de la Sociedad Civil y el avance hacia el socialismo. Era un proyecto de democracia de base microfundamentada, permanente y este objetivo estaba en el camino hacia el socialismo.

Conclusión

En su elaboración de estrategia política concreta para el sector en que militaba, Sacristán se orientó siempre a partir del análisis de la evolución del capitalismo y por la evolución social de las fuerzas populares como consecuencia del desarrollo del propio capitalismo. Su opción de lucha es la organización de las masas en la Sociedad Civil, de forma estable, para ganar hegemonía social y constituirse en contrapoder.

La opción primordial por el trabajo en la Sociedad Civil que propugna siempre Manuel Sacristán para el trabajo político es a veces valorada, sin embargo, como un resto de los límites políticos impuestos a las fuerzas populares por la dictadura fascista. Hoy día, en el régimen de libertades que tenemos, se habría abierto otra posibilidad, la verdadera, de hacer política: la ocupación, mediante elecciones, de los puestos de dirección de los aparatos burocráticos del Estado.

Sacristán, siguiendo a Gramsci y a toda la tradición demo revolucionaria, no compartió nunca esta opinión ni esa táctica. La Sociedad no se gobierna desde el aparato de Estado, sino desde la Sociedad Civil: un partido que desee dirigir una sociedad debe ser el inspirador y organizador de la vida social desde el interior de la propia Sociedad Civil. Antonio Gramsci teoriza de forma inequívocamente general, esa forma de hacer política como la única política revolucionaria para todos los tiempos. En el proceso de acceso al poder, además, no puede darse, sin más, la asunción de poder del aparato burocrático de estado, por parte del Bloque social popular, dado que ese proceso de reforzamiento de la actividad de la Sociedad Civil, en el que las fuerzas revolucionarias se hayan empeñadas,  implica la paulatina absorción del poder burocrático del Estado en ella. El desarrollo de la democracia implica el aumento de la participación permanente del pueblo en la política, y la debilitación consiguiente del aparato burocrático del Estado; todo ello no es sino el avance hacia el socialismo. Escribe Gramsci:

“”príncipe” podría ser un jefe del Estado, un jefe de gobierno, pero también un jefe político que quiere conquistar un Estado o fundar un nuevo tipo de Estado: en este sentido “príncipe” podría traducirse en lengua moderna “partido político”. En la realidad de cualquier Estado, el “jefe del estado”, es decir, el elemento equilibrador de los diversos intereses en lucha  contra el interés preponderante, pero no exclusivista en sentido absoluto, es precisamente  el “partido político”; éste sin embargo, a diferencia del derecho constitucional tradicional, ni reina, ni gobierna jurídicamente: tiene el poder de hecho, ejercita la función hegemónica y por consiguiente equilibradora de los intereses diversos, en la “sociedad civil”, que, sin embargo,  está hasta tal extremo entrelazada de hecho con la sociedad política que todos los ciudadanos sienten que éste por el contrario, reina y gobierna. Sobre esta realidad en continuo movimiento no se puede crear (.) sino solamente un sistema de principios que afirman como fin del Estado su propio fin, su propio desaparecer, esto es, la reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil” [26] .

Esta es la línea de inspiración política que desarrolló creativamente Sacristán  entre nosotros. Por ello sus propuestas sirven para inspirar práctica política tanto en el sector social en el que él militó como en los demás, y tanto para su época como para la nuestra: para el periodo del capitalismo de la plusvalía relativa.

[1] “Visto desde un punto de vista de izquierda comunista, que seguramente sería de poco interés para los demás. Desde un punto de vista de izquierda comunista lo primero que hay que decir…. (.)…yo también soy demasiado viejo como marxista para usarlo”, p. 176. “…No nosotros, los pocos colectivos y partidos marxistas radicales solos, pero sí  nosotros en el seno de una proliferación de pequeños movimientos…”. “Sobre Lukacs” en Seis conferencias sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, edición de Salvador López Arnal,  Ed El Viejo Topo, B. 2005,  pp. 159, 176, 184.

[2] Lenin El Estado y la Revolución, Ed Anagrama, B. 1976 p. 46

[3] Hans Holz, Wolfgang Abendroth, Leo Kofler: Conversaciones con Lukacs, Ed Alianza, M.,  1ª ed. en castellano, 1967

[4] “La universidad y la división del trabajo” en Intervenciones políticas. Panfletos y Materiales, ed Icaria, B, 1985, 1ª ed., p 147.

[5] “Entre el partido de acción y el partido moderado ¿cuál representó las efectivas “fuerzas subjetivas” del Risorgimento? Ciertamente, el partido moderado, y precisamente porque tuvo conciencia incluso de la tarea del Partido de Acción: por esta conciencia su “subjetividad” era de una cualidad superior y más decisiva. En la expresión, propia de un sargento mayor, de Víctor Manuel ll: “Al partido de Acción nos lo hemos metido en el bolsillo”, hay más sentido histórico político que en todo Mazzini” Antonio Gramsci  Quaderni del carcere, ed. a cargo de Valentino Gerratana, Vol tercero, Q. del 12 al 29, (1932 – 1935) Ed Einaudi, 2ª ed. 2001, pag. 1782

[6] “La universidad y la división del trabajo” en Intervenciones políticas. Panfletos y Materiales, Ed. Icaria, B, 1985, 1ª ed., pp. 108, 112, 113

[7] Mismo texto, p. 113

[8] “Studium generale para todos los días de la semana” en Intervenciones políticas Panfletos y materiales lll,. pag. 48

[9] “La universidad …” pp. 119, y 134

[10] “La función de la hegemonía de la sociedad es, en una sociedad capitalista, manifestación de la división del trabajo que puede ser abolida y superada, a saber, la división jerárquica, física y coactiva que Marx  describió como propia de la manufactura”.  La universidad y la división… p. 135

[11] “La universidad y…” p 143

[12] “La universidad y…” pp. 144 y 145

[13] “La universidad…” p.148

[14] “La universidad…,” p. 141

[15] “Sobre el sentido de la reivindicación laboral del los PNN de universidad, 1976” en Escritos sindicales y de política educativa, selección a cargo de Salvador López Arnal, Ed. EUB 1997, pp 91 y 92)

[16] “La universidad y…” p 137. Y también: “Por eso los universitarios socialistas no se pueden proponer ya una estrategia democrático-formal, sino sólo una estrategia democrático-material, socialista. (.) Por lo demás, esta conclusión no se refiere sólo a la universidad, sino a toda sociedad capitalista no muy atrasada. Pues (.) su base está en la producción en revolución permanente (sic)  desde la generalización del maquinismo, desde la revelación de la ciencia como fuerza productiva directa”; mismo texto, p. 145. La referencia en el primer texto, citado en el cuerpo de la ponencia, a la sanción represiva estatal y a la protección hegemonizadora, se refiere a la reelaboración por Gramsci del concepto del centauro Maquiavélico: un ser mitad hombre mitad bestia, con el que se simboliza la política en sus dos aspectos, el del consenso y el de la violencia.

[17] “La universidad…” p. 135

[18] Federico Engels El anti düring, Ed Grijalbo, México 1964. Traducción y prólogo de Manuel Sacristán Luzón, p. 278.

[19] Federico Engels, Op. Cit. P. 276. Entre las obras de Engels que tratan sobre este mismo asunto, puede verse también, La crítica al programa del congreso socialdemócrata de Erfurt, de 1891.

[20] “Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores” en Papeles de filosofía- Panfletos y materiales ll, Ed.  Icaria, B. , 1984, pp. 356 a 380.

[21] “ La universidad… “,  p. 131. En una de las conferencias de su último periodo, en la que reflexiona sobre la extraña situación de crisis del marxismo en plena crisis del capitalismo, Sacristán se reitera en su opinión sobre el keynesianismo como medida de excepción adoptada por la clase dominante contra el movimiento popular revolucionario de los años treinta y como medio para neutralizarlo y derrotarlo: “Tradición marxista y nuevos problemas”, en Seis conferencias sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, edición de Salvador López Arnal,  Ed El Viejo Topo, B. 2005,  p. 122.

[22] Manuel Sacristán, “Una cuestión mal planteada” en Escritos sindicales y de política educativa, edición a cargo de Salvador López Arnal, Ed. E. U. B., 1997, 1ª ed., p.  96

[23] “Proyecto de “Líneas programáticas de la federación de enseñanza de CCOO”, en  Homenaje a Manuel sacristán. Escritos sindicales y de política educativa. , edición a cargo de Salvador López Arnal, Ed. EUB, B., 1997, pp. 99 a 124

[24] Carlos Marx, Crítica del Programa de Gotha, Ricardo Aguilera editor, 4ª ed. M. 1971, p.42

[25] Mismo texto p. 35

[26] Antonio Gramsci: Quaderni del carcere, ed. a cargo de Valentino Gerratana, Vol. Primero, Q. del 1 al 5, (1929-1932) Ed Einaudi, 2ª ed. 2001, pag.  p. 662. Probablemente leído por Sacristán, a principios de los años 70 en el volumen titulado Note sul Machiavelli sulla politica e sullo Stato moderno,  Editori Riuniti , Torino, p. 116.

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