Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Ambigüedad de la idea de frente

Joaquín Miras Albarrán

En el presente asistimos a la crisis de las fuerzas políticas que se han declarado de izquierdas o progresistas. Unos partidos políticos que decían representar los intereses de los sectores populares, pero que, como consecuencia de la derrota de la transición, al menos desde el 78/81 –con la excepción de Herri Batasuna- nunca poseyeron base movilizada de masas, nunca fueron fuerza orgánica estructurante de un movimiento de masas real, y cuya actividad política se reducía a la generada por los aparatos políticos que se fueron profesionalizando como cargos institucionales, y que desarrollaron en su seno fracciones de la clase política que nos gobierna. Estas fuerzas políticas a veces poseen militancias cuya vida política es nula y cuyo papel es un cero a la izquierda, que, en los excepcionales casos en los que hacen oír su voz –por ejemplo en el caso de IU en Extremadura- son excomulgadas por los aparatos de funcionarios.

Hemos asistido en este periodo, en resumen, a un proceso que ha conducido a la privatización de la política, esto es, a la privatización de la cosa que debería ser pública –cosa pública, res publica- a manos de las élites burocráticas de los partidos políticos –y de los sindicatos- , constituidas en verdadera clase política, hasta unos extremos flagrantes que han hecho que la ciudadanía dé la espalda a tales instituciones y que la movilización que ha irrumpido en el presente se organice al margen de los mismos

Pero la actual situación política hace que sea de nuevo pertinente, no solo la reflexión sobre las formas de organización de la práctica política, cosa que siempre se puede hacer. Sino plantearse en concreto la creación de nuevas formas de organización política.

Y creo esto precisamente porque se ha abierto un nuevo proceso de movilización de masas, la emergencia de una nueva generación social a la lucha política, a la que ya me he referido. El surgimiento, esto es, de una nueva vanguardia social –este es, creo, el único uso aceptable de la palabra “vanguardia”-, conectada con las expectativas, las protestas, las demandas y exigencias de una amplia mayoría social, que a su vez, como vemos, se incorpora a la movilización cuando toca defender a su joven nueva vanguardia de los ataques de las autoridades –el caso catalán del 19 j-

Porque plantearse la creación de una fuerza política al margen de un proceso real de ascenso de luchas y de movilizaciones es una aventura que termina como ya conocemos, y en lo que ya conocemos: El poder de la política profesionalizada y de la administración desde las instituciones “en nombre de” pero de espaldas a la organización y la actividad ciudadana

Pero, ahora nuevamente surge la movilización y se hace pertinente pensar formas de organización política que ayuden a estabilizar, a desarrollar y extender el nuevo movimiento de masas. Desde dentro del mismo -¿cómo, si no?-. Que, por lo tanto, acompañen el viaje del nuevo movimiento, se comprometan con el mismo y no traten de sustituirlo ni de “representarlo”. El viaje real de un movimiento que puede malograrse aún si no se le ayuda. El viaje real de un movimiento real, esto es histórico, cuyas capacidades son, como las de todo movimiento histórico y como la propia historia, impronosticables, como lo ha sido su propia aparición. Un acompañamiento que debe consistir en aportar por parte de los que venimos de otras épocas, la experiencia de lo que hemos vivido; el patrimonio de la experiencia de luchas históricas, derrotadas, fracasadas, el patrimonio de nuestros fracasos, como la mejor aportación que nosotros podemos hacer –en absoluto es un sarcasmo contra nosotros mismos-.para evitar que la institucionalización del movimiento se convierta en algo ajeno a su propia organización capilar y estable como movimiento de masas, y vuelva a producirse una derrota. Para evitar que la nueva forma organizativa de que se dote, el nuevo “partido” sea algo diferente de su propia estructura organizativa de movimiento. Para evitar que el posible brazo de representación del movimiento en los aparatos político administrativos se convierta en un poder autónomo respecto de la voluntad del movimiento.

Una vez surge un movimiento de masas en ciernes –y surge de forma impronosticable siempre, tal como hemos visto, aunque a posteriori podamos explicárnoslo racionalmente, como también vemos- la reflexión sobre la derrota, el pensar la práctica nueva del movimiento a la luz de esa experiencia el participar en las deliberaciones colectivas desde nuestro patrimonio intelectual, el real, el que es consecuencia de nuestra experiencia política, si no nos arredra la tarea, nos confiere a nosotros y, por lo tanto al movimiento, una ventaja intelectual sobre la reflexión de los triunfadores, incluida la de las clases políticas de la izquierda, tal como –me permito una cita y perdonad la pedantería- reconocía el derrotado Reinhart Koselleck.

Que la historia sea impronosticable implica que la sociedad no es un objeto con una dinámica propia, que posee leyes propias y que pueden ser explicadas, u observadas o como se quiera decir, al margen de sus individuos formantes y de su actividad, sus consciencias y experiencias participantes. Sino que la historia es el resultado de una praxis, esto es, consecuencia de una “voluntas” –sin aceptar esta idea no es posible la de res publica o “volonté general”, para decirlo en términos ya reconocibles, de Rousseau; ni por lo tanto, la consiguiente de “democracia”-. Si se quiere matizar, la sociedad es el resultado del conflicto entre varias volontés organizadas, cuando existen varias volontés activas, esto es organizadas, creadas mediante la auto organización consciente, para la lucha. Marx, que se planteaba la necesidad de crear la volonté de los subalternos constituyéndolos en clase, en sujeto que debe ser construido, llamaba a esta dinámica entre volontés, lucha de clases. Y el origen y desarrollo de este proceso de movilización y organización es siempre imposible de desentrañar intelectualmente por adelantado, ni se puede pronosticar su futuro más allá de saber que ahora, como siempre, la lucha política entraña peligros, pero que el mayor peligro es que los subalternos no estemos en la lucha. Por tanto el proceso y sus fines van a depender del número de personas que se integre en el movimiento organizado, de sus capacidades y facultades –fuerzas- de la experiencia que sus éxitos o fracasos genere, de las expectativas y adhesiones que su dinámica cree entre los que están dentro y entre los que estén fuera y se incorporen al mismo, de la imaginación política que el proceso despierte y de la elaboración de fines que la misma vaya haciendo a partir de los problemas reales de cada sociedad –Galicia tiene los suyos- . No de los análisis , de los pronósticos, de la posición de fines que hagan determinados colectivos al margen desde fuera y desde antes del proceso de lucha cívica, por parte de colectivos políticos organizados al margen llámesele consciencia externa o teoría o ciencia

Ejemplos en contra

Estamos en el inicio de un periodo en que es pertinente plantearse la renovación, la creación de nuevos proyectos políticos para hacer de veras política. Porque presenciamos el final de un periodo histórico, de una base económica que entra en crisis, -fin del ladrillazo etc- y del consenso social creado desde el inicio dela transición. Como consecuencia de todo esto, se ha producido la deslegitimación del régimen y de las fuerzas políticas en las que se apoya, y se ha abierto el proceso de movilización de masas que estamos presenciando.

Pero estos proyectos deben acompasarse al proceso real existente. Deben ser proyectos que ayuden a construirlo desde dentro, deben ser proyectos, esto es, pacientes. deben plantearse colaborar, ser partícipes en la reflexión y en la elaboración de ese nuevo sujeto político social. El nuevo sujeto movimiento de masas, y no un trozo de clase política profesionalizada en las instituciones al margen de la movilización social.

Sin embargo, las elaboraciones de propuestas en el momento presente por parte de la izquierda suelen tener poco que ver con estos fines. Tanto en sus objetivos como en sus medios.

He escrito la palabra “izquierda”, pero antes de seguir, debo ayudar a explicitar para nosotros mismos quién es el referente de este término. La “izquierda” que reflexiona sobre el momento presente al margen del movimiento es –somos- el conjunto de colectivos que procedemos de la tradición en continuidad del movimiento antifranquista, derrotado y desaparecido, somos fragmentos de aquel movimiento que resistimos a la desaparición del mismo, y dentro de ellos, los sectores moralmente honestos que estamos descontentos con el proceso y las consecuencias de las organizaciones que surgieron tras la liquidación del movimiento democrático antifranquista, a las que pertenecimos: o sea, una minoría social cultural perteneciente a tres generaciones de militantes, y a un pequeño grupo de miembros aún vivos pertenecientes a generaciones anteriores. Hemos de tomar consciencia de esto: porque ni la sociedad/historia es un objeto natural a estudiar, observar, y pronosticar. Ni el “sujeto” observador es, en consecuencia una realidad objetiva natural, sino un grupo pequeño sociológicamente definible, que poseemos una experiencia y un patrimonio, y también, y por cultura, una propensión a autoconsiderarnos poseedores en monopolio de la capacidad de creación intelectual política de las clases subalternas.

Una vez recordado quienes somos, vuelvo a tratar de resumir lo que a mi juicio vuelve a ser la reflexión política en el presente. Lo habitual suele ser que la izquierda moralmente comprometida, en el presente momento y dada la situación de crisis por la que atraviesan las fuerzas mayoritarias y que nosotros percibimos , tratemos de pensar en la creación de proyectos políticos alternativos que las sustituyan

Y que para encontrar salidas ante esta situación, sabiendo que la política debe transformar la realidad y que nuestra escasa entidad organizativa no posibilita la articulación de proyectos verosímiles, nos dirigimos a los otros grupos de ese mundo de asteroides surgidos de la implosión generada por el éxito de la Reforma del Franquismo o de la derechización de las formaciones políticas a consecuencia del acomodo en las instituciones. Se trata entonces de llegar a compromisos y alianzas entre grupos políticos organizados que existen al margen del movimiento de masas actual A este tipo de actividad se le suele dar denominación de creación de un frente.

Estas plataformas políticas estables, que en principio deberían ser el motor de la acción civil, tienen como tarea principal la elaboración de programas electorales que permitan a la nueva fuerza presentarse a las elecciones en las diferentes instancias políticas. La política queda nuevamente reducida a la representación de la ciudadanía ante las instituciones del estado y a la administración de los presupuestos generales del estado. Las nuevas fórmulas políticas, bajo el nombre que sea, son tan solo coaliciones electorales constituidas por fuerzas que han tenido la capacidad de autosostenerse durante largos periodos políticos, pero que no conectan con los sectores sociales movilizados. Si buscamos en los documentos de estas coaliciones –frentes, plataformas…- veremos que no existen directrices que propongan a sus activistas, en concreto la participación organizada en los movimientos de masas, ni tienen una idea clara sobre cuál sea el papel de los movimientos –“la relación partido/ movimientos”- en la trasformación de la sociedad más allá de ser pensados como granero de votos que permitirán a los cargos electos de la coalición acceder a las instituciones, desde las que se desarrollarán políticas que transformen la sociedad y como medios instrumentales para la agitación en contra de las fuerzas políticas contrarias. La concepción política de estas nuevas fuerzas sigue anclada en la política institucional y no tienen elaboración política concreta que ayude a desarrollar la organización y el protagonismo de la lucha social, el desarrollo del tejido social civil.

La actividad de estas fuerzas está lejos de tener como objetivo el fin deseable, la movilización ciudadana, la organización de un tejido social nuevo, mediante cuya actividad se pueda proceder a la estructuración de una nueva sociedad, de un nuevo orden político social.

Una fuerza política que se propusiese desarrollar en la práctica ese otro fin político, debería comenzar la actividad política incorporándose a la acción social, esto es haciendo que sus militantes y simpatizantes pasen a ser agentes activos, y no instrumentalizadores del nuevo movimiento social emergente. En otro periodo anterior de nuestra actual historia inmediata, este objetivo debiera haber sido el propio de toda fuerza que se propusiera regenerar la vida política de la única forma en que esta se regenera, esto es, mediante la conversión de la ciudadanía en el único agente protagonista de la misma a través de su lucha. Pero en esos otros periodos es cierto, no había movilización social y pensar en organización de masas como la principal finalidad política podía ser considerado algo irreal y desalentador. Por cierto, sabemos hoy muy bien a dónde conduce toda actividad política hecha al margen de la ciudadanía, y en su representación, desde las instituciones políticas del estado, a la aparición de una clase política entregada al capital financiero –“a los mercados”- y a la corrupción. Hoy día sin embargo, con la movilización que se inicia a consecuencia del cierre de un ciclo político económico y del nuevo orden que intenta imponer el capital financiero, creo que resulta mucho más factible, mucho menos desesperante, asumir la relación entre medios y fines para quienes quieran entender la política como actividad que transforma la realidad social al servicio de las clases subalternas.

Impulsar las asambleas y organizaciones directas que permitan a la ciudadanía reflexionar, deliberar y luchar problemas concretos, -paro, desahucios , cierre de centros de salud, pensionazo, privatizaciones, recortes de servicios públicos y de derechos etc.- es la tarea primordial de una fuerza que de veras quiere transformar la realidad social y aumentar el control democrático sobre la propia sociedad, aumentar la soberanía sobre la misma. Si se pretende transformar la sociedad, el primer trabajo político debe ir encaminado a dar protagonismo a los individuos formantes de la misma. Pero si el objetivo es ese, se trata más bien de que los militantes de las fuerzas de izquierda reconviertan en activistas comprometidos con los movimientos existentes. Se trata de favorecer la existencia de un frente común de los diversos movimientos de masas, y de potenciar en cada lugar concreto la potencia la estabilidad de las organizaciones civiles o de masas, existentes, de ayudar a desarrollarlas. Crear democracia, crear soberanía significa ante todo sacar a la ciudadanía de la heteronomía, salvarla de quienes tratan de salvarla representándola en lugar de tratar de salvarla ayudando a organizarse como sujeto activo que desarrolla poder gracias a su organización y actividad

Cuando existe movilización de masas, la colisión entre las coaliciones electorales que declaran querer representar a los ciudadanos y a los sectores sociales de izquierdas y esos ciudadanos organizados en movimiento, es solo cuestión de tiempo: el tiempo en que esos movimientos decidan crear sus propios instrumentos subordinados de representación del movimiento ante la instituciones políticas, participando en las elecciones mediante la creación de candidaturas que, esas sí, representarán a alguien.

Porque desde luego, para poder representar a alguien, para poder expresar la voluntad de alguien para ser expresión de un movimiento, – o para ser expresión del proletariado de todas las luchas de la modernidad, para decirlo con frase célebre de El manifiesto- antes hay que haber hecho existir ese movimiento y haber logrado que mediante su desarrollo, mediante el crecimiento de su organización, éste se convierta en sujeto, en agente social. En ese caso, una vez se dé esto sí habrá un sujeto cuya voluntad soberana pueda y deba ser representada en el frente político secundario pero relevante en son las instituciones políticas.

Para terminar. De dónde procede esa concepción de la política que fija su objetivo fundamental en las instituciones de gobierno y solo es capaz de pensar los movimientos de masas como instrumentos para aquel fin.

La profesionalización de la política es consecuencia de pensarla como actividad casi exclusivamente ejecutada desde las instituciones o aparatos políticos de poder –el “estado”, los “aparatos de estado”, entendidos estos como la maquinaria burocrática e institucional de administración de los recursos recaudados y desde la cual se incide en la sociedad civil. Ésta a su vez es pensada como una realidad diferenciada, distinta del Estado con su propia dinámica. Este modelo modelo explicativo heurístico en el que se inspira la práctica política de las fuerzas políticas en general, incluidas las de izquierda, se basa en la concepción liberal de la sociedad y la política, si bien puede poseer retoques y matizaciones . Pero la matriz es la misma. Consiste en pensar una sociedad civil “natural”, o anterior al propio estado, que posee una dinámica propia y sobre la que el Estado, entendido como el conjunto de instituciones y aparatos político administrativos de gobierno sólo debe actuar para corregir, desde fuera, las deficiencias que la dinámica social pueda generar. Para el liberalismo la libertad consiste precisamente en la no interferencia de los poderes estatales en la vida privada de los individuos, quienes se relacionan entre sí mediante el mercado, el intercambio entre iguales. La interferencia de la ley puede ser aceptada para evitar la violencia, el robo, etc o para evitar –“proyectos sociales”, “La cuestión social”- los abusos económicos, las excesivas diferencias entre seres humanos. La actividad política se desarrolla en las instituciones gubernativas en todo caso, y desde ellas se interviene rectificando la dinámica de la sociedad civil. En el límite, lo que apareció como la gran transformación de la sociedad capitalista desde la fundación del la segunda internacional, el socialismo del programa de Gotha, seguía aceptando la gran antinomia estado y sociedad civil. Sólo que la centralización de capitales hacía plausible desde ese esquema que fuese el estado entendido como conjunto de instituciones político administrativas de gobierno el que nacionalizase y dirigiese técnicamente, –a esto se redujo la “socialización” de los medios de producción y cambio, esto es la idea que sugería la devolución del control sobre la base económica de la sociedad a la propia sociedad, que era concomitante de la devolución del poder político de la sociedad, escindido de la misma a la propia sociedad- las empresas y fábricas poniéndolas bajo el control de las instituciones gubernativas.

Hasta mediados del siglo XlX –más o menos, socialismo de estado, socialismo de cátedra- sin embargo no había existido esta variante ideológica que sólo se explica desde al liberalismo. Una variante que era un novum, enfrentado con toda variante de pensamiento político de matriz clásica o mediterránea: el republicanismo, y el republicanismo democrático, del que surge la revolución francesa, y cuya apropiación por el movimiento obrero a través del jacobinismo Thomposon, etc- produce los orígenes de la clase obrera.

Esta otra tradición, que es la clásica, considera que es imposible la existencia de una sociedad sin Estado, esto es, sin actividad política dirigida a constituir esa sociedad, a organizar y ordenar sus relaciones sociales básicas, a articular su entramado societario capilar. Sociedad es comunidad civilmente organizada, es humanidad ordenada. El orden civil/social (polis, civitas) es la cultura material, el conjunto de saberes normativos y práctico productivos que ordenan el mundo humano, esto es la sociedad. Es, esto es, el “ethos” –Aristóteles- el “ethos” o “espíritu objetivo” –Hegel, seguidor a pies juntillas de esta tradición y que de joven usa “ethos” y en su obra madura usa el otro término-.

La sociedad la estatuyen las leyes, es decir, la política, y esta denominación – ley- abarca tanto a la ley escrita como al ethos o ley no escrita. En el Critón –diálogo 2 de Platón-, las leyes visitan a Sócrates en sueños y le dicen: nosotras te hemos criado, te hemos educado…ley es otro nombre de ethos, de cultura material: las leyes ordenan la buena vida, y por eso merece la pena morir por la polis –Tucídides, discurso de Pericles-, etc. Política es poder constituyente del orden cívico social y, a la realidad así creada, que emerge de esa intervención creadora se le denomina polis, o si se quiere, estado

Estado es, en consecuencia, toda acción política, y acción política es toda praxis encaminada a estatuir el orden civil. Por eso mismo, Antonio Gramsci, una persona que entendió perfectamente esta idea y que por lo mismo se niega a separar estado y sociedad civil, escribe: “& 61. Lucha de generaciones (.) Lo más grave es que la generación anciana renuncia a su tarea educativa en determinadas situaciones, sobre la base de teorías mal comprendidas o aplicadas en situaciones diversas de aquellas de las que eran expresión. Se cae en formas estatolátricas: en realidad cada elemento social homogéneo es “Estado”, representa el Estado, en cuanto se adhiere a su programa: de otra forma se confunde el Estado con la burocracia estatal. Todo ciudadano es “funcionario” si es activo en la dirección social trazada por el Estado-gobierno, y es tanto más funcionario cuanto más se adhiere al programa estatal y lo elabora inteligentemente.

Precisamente esta imposibilidad de separar orden político y orden civil social en la realidad, es la que nos da la pauta para entender el concepto de hegemonía y la noción de reabsorción del estado por la totalidad de la sociedad civil –impidiendo, esto es, que solo actúe como estado organizador de la sociedad una parte de la misma, por ejemplo el capital financiero-

Solo desde este principio pueden entenderse pasos como el siguiente: 661)& 127 (…) Si hubiese que traducir al lenguaje político moderno la (662) noción de “Príncipe” tal como esta opera en el libro de Maquiavelo, se debería hacer una serie de distinciones: príncipe podría ser un jefe de Estado,, un jefe de gobierno, pero también un político que quiere conquistar un Estado o fundar un nuevo tipo de Estado; en este sentido príncipe podría traducirse en lengua moderna por “partido político”; este sin embargo, a diferencia del derecho constitucional tradicional ni reina ni gobierna jurídicamente: tiene “el poder de hecho”, ejerce la función hegemónica y por tanto equilibradora entre los intereses diversos, en la “sociedad civil”, que sin embargo está hasta tal extremo entrelazada de facto con la sociedad política que todos los ciudadanos sienten que este reina y gobierna. Sobre esta realidad que está en continuo movimiento no se puede crear un derecho constitucional, del tipo tradicional sino solo un sistema de principios que afirman como fin del Estado su propio final, su propia desaparición, es decir la reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil

Precisamente en esta tradición, la clásica o mediterránea, que se actualiza y se adapta a la contemporaneidad de la mano de Hegel, la política no es pensable como actividad elaborada intelectualmente desde fuera de la praxis de la razón práctica, la praxis de la gente. Estas ideas, que son fácilmente rastreables en El Manifiesto, de Marx etc, se desarrollan en Gramsci a lo largo de todas las reflexiones en torno a la Reforma, esto es al movimiento de masas alemán del siglo XV y XVl. El asunto está tematizado bajo esta palabra por Hegel, quien considera que la libertad existe solo en el luteranismo porque carece de sacerdocio, esto es de una institución que desde fuera de la cultura o ethos, desde fuera de la razón práctica, subjetivamente, como “arbitriedad” o “certeza” frente a la “razón” –ferretería hegeliana- elabora un corpus de ideas que le es impuesto desde fuera, como “consciencia exterior del proletariado” a la sociedad. La política es un proceso de reflexión, elaboración, desde la experiencia de lucha, y de lucha, que surge de la propia razón práctica, esto es del movimiento de masas cuyo hacer crea una nueva cultura. El movimiento y su cultura, su nuevo ethos, sus mores, es el nuevo Estado, y el partido partido es en consecuencia, tan solo el sistema de nerviación interno, orgánico (intelectual “orgánico”) del mismo. Monstruos a contrario son, para el Hegel maduro, los católicos –en la juventud republicana pro revolucionaria de Hegel, todo el cristianismo-, Don Quijote, que trata de ahormar el mundo según su arbitrariedad intelectualmente elaborada al margen de la razón práctica y –en la Fenomenología, en una versión que falsifica la historia y la praxis del gran revolucionario orgánico de los campesinos- Robespierre

Para Marx, que conoce y hereda la vieja tradición y Hegel, los que piensen el hacer político desde fuera de la praxis de masas del movimiento son denominados “utópicos”

Al comienzo de este texto señalaba que se ha producido una privatización de la política al quedar ésta en manos de especialistas que ejercen la actividad política desde las instancias burocráticas de gobierno. La burocracia, tal como recordaba Rousseau es un fenómeno de la edad moderna. Nace con el Estado absolutista –con la centralización de las monarquías- El esquema es heredado por el liberalismo que protesta de la inmiscusión de la política en la sociedad pero que sin embargo, concibe la política como privatización de la actividad pública en manos de especialistas –“estado”-. Para la tradición mediterránea, hoy día denominada republicanismo, que es la única cultura política existente en nuestro área geográfica, como pensamiento normativo al menos, hasta el liberalismo, y que concibe la política como res publica, la burocratización, esto es la circunscripción de la política en el seno de aparatos de gobierno es “privatización”. El pensamiento revolucionario democrático de raíz res publicana, heredero, esto es del pensamiento político existente, así lo entendió siempre. En 1870, en texto célebre – Guerra civil en Francia– escribe Marx, refiriéndose al proceso mediante al cual la enseñanza deja de ser “estatal” y “privada” –la de los curas- para ser pública: “todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la iglesia y del Estado. Así, no solo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el Poder del gobierno”. Publicidad es un concepto distinto de privacidad pero también de estatalidad, como se puede ver. Pero es que unas líneas antes Marx escribe: “Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del gobierno central. En manos de la Comuna [res publica] se pusieron no solamente la administración municipal sino toda iniciativa llevada hasta entonces por el Estado”1.

Para la tradición de pensamiento emancipatorio a la que pertenecemos, la democracia jacobina heredera del republicanismo mediterráneo, la política jamás puede ser entendida como un proceso al margen de la sociedad, ni como estado ni como partido. Ambos nombres designan la actividad organizada por los propios individuos ciudadanos desde su praxis y razón práctica para ordenar constituyentemente su sociedad

Y ya con esto creo que es pensable la política sobre otros ejes, los de la lucha del movimiento como creadora de un nuevo ethos, una nueva forma de hacer política, un nuevo orden político en ciernes.

1 Carlos Marx, Guerra civil en Francia, Ed Ricardo Aguilera editor, Madrid, 1970, pp, 67, 6 66

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