Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Cuestionario para una encuesta obrera ( 1880)

Presentación

Ningún gobierno ( monárquico o republicano burgués) ha osado emprender una encuesta seria sobre la situación de la clase obrera francesa. Pero, en revancha, ¡cuántas encuestas sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales, comerciales, políticas!

Las infamias de la explotación capitalista reveladas por la encuesta oficial del gobierno inglés; las consecuencias legales que estas revelaciones han producido (limitación de la jornada de trabajo a diez horas, leyes sobre el trabajo de las mujers y de losniños, etc.) han hecho a la burguesía francesa aún más temerosa de los peligros que podría representar una encuesta imparcial y sistemática.

Esperando que podamos obligar al gobierno republicano a imitar al gobierno monárquico de Inglaterra, a abrir una vasta encuesta sobre los hechos y desgracias de la explotación capitalista, vamos, con los débiles medios de los que disponemos, a intentar iniciar una por nuestra parte. Esperamos ser apoyados, en nuestro trabajo, por todos los obreros de la ciudades y campos, que comprenden que únicamente ellos pueden describir con conocimiento de causa los males que soportan; que únicamente ellos, y no salvadores providenciales, pueden aplicar enérgicamente remedio a las miserias sociales que sufren; contamos también con los socialistas de todas las escuelas que, deseando una reforma social, deben querer un conocimiento exacto y positivo de las condiciones en las que trabaja y se mueve la clase obrera, la clase a quien pertenece el provenir.

Estos Cuadernos del trabajo son la tarea primera que se impone a la democracia socialista para preparar la renovación social.

Las cien preguntas que siguen son las más importantes. Loas respuestas deben llevar le numero de orden de la pregunta. No es preciso responder a todas las preguntas; pero recomendamos responder de la forma más abundante y detallada posible. El nombre de la obrera o del obrero que responde no será publicado, a menos que sea autorizado de forma expresa; pero se nos debe facilitar, así como su dirección, para que podemos comunicar con él.

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Obrerismo

«Operaïsme»[1], en Bensussan – Labica, Dictionnaire critique du marxisme, Paris, Quadrigue – Presses Universitaires de France, 1999.

Movimiento teórico y político italiano, el operaísmo es fundamentalmente activo durante los años sesenta y el comienzo de los setenta. En una época donde el movimiento obrero en crisis está dominado por los debates excesivamente “ideológicos”, el operaísmo se caracteriza esencialmente por proponer un “retorno a la clase obrera”. Se caracteriza por:

1) Un método. – “También nosotros hemos considerado en primer lugar el desarrollo capitalista, y sólo después las luchas obreras. Esto es un error. Es necesario invertir el problema, cambiar el signo, y recomenzar: y el comienzo es la lucha de la clase obrera” (M. Tronti, p. 105). Por lo tanto, no sólo la lucha de clases es el motor de la historia, sino que, sobretodo, la relación es asimétrica. Son los movimientos, siempre visibles, de la clase obrera los que explican los del Capital y de la sociedad capitalista, y no a la inversa.

Esta idea abstracta adquiere su sentido con la introducción del concepto composición de clase. La clase obrera no es una noción mitológica, sino un conjunto construido históricamente. Composición técnica: análisis del proceso de trabajo, de la tecnología, no en términos sociológicos, sino como sanción de las relaciones de fuerza entre las clases. Ejemplo: fordismo y taylorismo existen desde el principio para aplastar la resistencia de los obreros de oficio y de sus sindicatos imponiendo un nuevo tipo de proceso de trabajo. Conviene, pues, analizar en detalle el proceso de trabajo, sus modificaciones, para comprender lo que significa “lucha de clases”: “evidencia” marxista que no lo ha sido más. Composición política: en el seno de la clase obrera ciertas fracciones juegan un papel político menor. La clase obrera no se contenta con reaccionar frente al dominio del Capital, está inmersa en proceso continuo de recomposición política, y el Capital se ve obligado a responder con una continua reestructuración del proceso de trabajo. Conviene, por lo tanto, analizar esta recomposición política, la circulación de las luchas.

2) Un punto de vista global. – Desde los primeros textos de Raniero Panzeri la atención se centra sobre la planificación. El Capital adquiere más relevancia como poder social que procura controlar los movimientos de clase que como propiedad privada. De ahí surge una nueva visión del Estado: ya no es el simple garante, sino el organizador de la explotación, interviniendo directamente en la producción. La forma de Estado es una consecuencia de la composición de clase. Antonio Negri puede así mostrar que el Estado “keynesiano” y, en general, lo que el denomina “Estado-plan” no es otra cosa que la inserción de la Revolución de Octubre en el seno del desarrollo capitalista: el poder obrero es considerado como variable independiente.

3) Un movimiento político. – Si la clase obrera es el motor del desarrollo capitalista, puede igualmente ser, y es, una fuerza de ruptura. En un período de reflujo aparente, en el que se habla de voluntad de integración de la clase obrera, los obreristas predicen, e intentan organizar nuevas luchas impulsadas por una nueva figura: el “obrero masa”, el trabajador no cualificado de las grandes fábricas. Luchas por la igualdad del salario, no como reivindicaciones corporativas, sino como fuerza de ruptura política susceptible de bloquear el sistema y aumentar el poder obrero. El movimiento del 68 será percibido como una confirmación de estas tesis. Existe la posibilidad de ruptura, y por lo tanto de construcción del comunismo (contra el socialismo, forma nueva de desarrollo); pero el Estado puede igualmente imponer su reestructuración, transformando una vez más a las luchas obreras en simples motores del desarrollo.

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La primera crisis del posfordismo

Toni Negri

Una de las raras diversiones de esa izquierda lúgubre, agobiada por los remordimientos, las derrotas y la ausencia de imaginación ha sido, durante los últimos años, debatir sobre el hecho de saber si habíamos entrado o no en una nueva fase de la organización del trabajo y la sociedad– tras el taylorismo, el fordismo y el keynesianismo. Lo que parecía evidente para la mayoría de la gente dotada de buen sentido se revelaba tan difícil de digerir para la izquierda que, incluso cuando la evidencia se imponía (la informatización de lo social, la automatización en las fábricas, el trabajo difuso, la hegemonía creciente del trabajo inmaterial, etc.), sólo la aceptaba con fuertes gestos de repugnancia, amorfismo caracterizado, acompañados de ‘sí… pero’, y de una tendencia irresistible a girar en círculo. El efecto era singularmente cómico. No se quería admitir a ningún precio, en fin, que todo había cambiado después de 1968– y por tanto durante los últimos veinte años, y que, en particular, el rechazo del trabajo expresado por la clase obrera, combinándose con la innovación tecnológica que le siguió (precisamente los fenómenos de inmaterialización del trabajo a gran escala), había determinado una situación nueva e irreversible, tanto en la organización del trabajo como en la del Estado, y que obligatoriamente tenía que derivarse una emancipación total del movimiento obrero frente a toda su tradición, y la invención de formas de lucha y organización adecuadas.

Pronto la comedia se ha tornado en tragedia. Vaciadas de toda referencia a la realidad, la ideología e incluso la pasión sincera que animaban a tantos militantes se han revelado pura estupidez.

En el número 10 de Futur Antérieur, como en el presente número, hemos tratado de dar cuenta de la intensidad y la profundidad de las mutaciones del trabajo, tanto en su situación como en su concepto, y de las leyes sociales que determinan su nueva valorización. Hoy se hace cada vez más urgente poner en el orden del día la cuestión de la producción de una subjetividad adecuada a estas mutaciones. Se trata de actuar desde el interior mismo de las modificaciones de la estructura de clase, de la sociedad, de lo ideológico, de lo político. Se trata de plantear en el corazón del debate nuevas categorías: comunicación, nueva cotidianeidad, nuevas experiencias de explotación y de antagonismo.

Durante mucho tiempo, hemos trabajado en esta elaboración casi en la clandestinidad. Hoy, toda una serie de acontecimientos políticos– con frecuencia superficiales pero no por ello menos importantes y repetidos– parecen imponer una aceleración del debate, parecen obligar a todo el mundo a abandonar tanto las antiguas convicciones como los resentimientos históricos y las incertidumbres teóricas. ¿Qué pasa? Lo que pasa es que en el imperio neoliberal dominante, un nuevo Presidente vuelve a lanzar un New Deal extravagante, que en la Alemania monetarista el industrialismo vuelve al primer plano para responder al desafío de la unificación nacional, que la derecha francesa, ahora victoriosa sobre diez años de mitterrandismo, está, también, a la búsqueda de nuevos corporativismos y nuevos industrialismos. Y, en fin, está el big bang de Rocard: el enarca de servicio propone a los socialistas y a la izquierda reconocerse y reorganizarse en el posfordismo. Sin embargo, un hecho es más fundamental: era preciso que se desencadenara la primera crisis del posfordismo, sin que nadie sepa cómo controlarla, para que todo el mundo acepte reconocer finalmente que nos encontramos en una situación nueva– económicamente, políticamente, simbólicamente. ¡Ahí estamos, y de lleno! Es cierto, lo sabemos desde hace años. Pero ¿será posible– para militantes que han vivido la crisis del antiguo modo de producción y de las viejas organizaciones no como una derrota, sino como una necesidad– reunir las energías, reinventar el porvenir, construir comunidades de investigación y acción vastas y determinadas? ¿Lograremos estudiar la primera crisis del posfordismo como la forma en la que se presentarán las próximas crisis del nuevo modo de producción y en cuyo seno la pasión del comunismo podrá hacerse de nuevo experiencia de masa? Volvamos a nuestro tema: el análisis del trabajo. ¿Cuáles son los puntos en torno a los cuales se concentra la primera crisis del posfordismo y que la hacen evidente de ahora en adelante? El primer punto reside en la formidable asimetría que revela el sistema del mando internacional entre los instrumentos de control monetario-financiero y la valorización productiva. Asimetría que equivale a crisis. Porque el mando monetario y financiero, reclamando la socialización de la producción, la participación de las clases trabajadoras, la recuperación de los fenómenos de cooperación productiva, que necesitan la anticipación de la empresa capitalista pero que están preconstituidos por el desarrollo social del trabajo inmaterial, dejando de lado las contradicciones que revela en sí mismo… y que son enormes, se vuelve caótico e incapaz de un proyecto racional cuando se ve enfrentado a las nuevas modalidades de valorización del capital. El segundo punto consiste en la salida a la luz de nuevos antagonismos en el interior de la nueva organización del trabajo. Allí, en la empresa automatizada, la nueva valorización tiene que apelar al ‘alma’ misma del obrero, a la floración de su libertad y su inteligencia; en el trabajo terciario, la nueva valorización se basa en la capacidad del sujeto que trabaja de recoger y utilizar la relación social en el acto productivo; en el trabajo de la comunicación, la nueva valorización se instaura sobre la creatividad de la cooperación, de la elaboración de sentido, en el despliegue total de la subjetividad interactiva; en la ciencia, la nueva valorización opera agenciamientos de máquinas complejas que construyen con toda libertad una nueva naturaleza. En cada uno de estos casos la valorización productiva se opone, radicalmente, al mando. El capital, la propiedad, la disciplinarización, la jerarquía, el Estado son parasitarios en esencia. Asimetría del mando y la producción igual a crisis, ecuación válida a nivel económico-político macroscópico y que se verifica cada vez más a medida que el análisis se sumerge en lo microscópico, al nivel de las individualidades y de los sujetos colectivos de producción. La vida productiva reacciona contra un orden que pretende ser legítimo pero que no sabe ni puede organizar el consenso, la participación, la representación.

En esta crisis objetiva, son numerosas las vías que intentan tomar las fuerzas sociales y políticas.

Hay las que, en la desesperación y el extravío, amplias capas de la población buscan casi espontáneamente, prótesis ilusorias para agarrarse antes de tiempo a un punto de referencia cualquiera. En ese registro, los viejos nacionalismos y los nuevos localismos, las ideologías de la seguridad y los fantasmas de proximidad se articulan en formas confusas y monstruosas. Por Europa pululan especies de este nuevo zoo arcaico. Las guerras que no puede dejar de producir esta irracionalidad insidiosa, guerras intestinas tanto como internacionales, ya han resurgido ante nuestros ojos. Existe otra opción, más reflexionada pero igual de reaccionaria, que cobra también un vigor inesperado: es la vía populista, entendida en el sentido de la defensa del statu quo, que consiste– en particular, en el seno de los nuevos parámetros de la producción– en mantener bajo nuevas formas viejos compromisos institucionales y corporativos. Lo que se explica en los ambientes de la jerarquía imperial del orden monetario (reconociendo al mismo tiempo que este aspecto de la crisis es fundamental) es que la salvación sólo puede venir de la recodificación de los flujos del mando internacional, en función de las normas de un orden productivo que ha dado muestras de sus capacidades: si no, nos espera el salto al vacío… No hay ninguna dificultad para reconocer ahí el buen número de soluciones que hoy se presentan con el nombre de nuevo industrialismo, keynesianismo renovado, nuevo impulso ‘comunitario’ (en el sentido norteamericano del término) de compromisos institucionales.

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ENTRE « COMPROMIS HISTORIQUE » ET TERRORISME Retour sur l’Italie des années 70

Toni Negri

EX-DIRIGEANT historique du groupe Pouvoir ouvrier, l’équivalent italien de la Gauche prolétarienne (maoïste), Antonio (dit Toni) Negri est actuellement incarcéré à la maison d’arrêt Rebibbia, à Rome. Décidé à mettre un terme à son « histoire judiciaire » et à celle des militants d’extrême gauche encore poursuivis, il s’est livré, le 1er juillet 1997, après quatorze ans d’exil à Paris. Condamné à trente ans de prison pour « insurrection armée contre l’Etat » et à quatre ans et demi pour « responsabilité morale » des affrontements entre militants et police à Milan entre 1973 et 1977, il lui reste théoriquement – compte tenu du temps passé en détention préventive et des remises de peine – plus de quatre ans à purger. En attendant l’ indulto (remise de peine) général que les parlementaires italiens se refusent jusqu’ici à voter, Toni Negri a été autorisé, fin juillet, à travailler à l’extérieur. Il évoque ici l’expérience politique des années 70 en Italie.

 

Parler des années 70 dans l’histoire italienne, c’est parler du présent. Non seulement parce que les conséquences des politiques répressives d’alors perdurent – les lois spéciales n’ont pas été abrogées, deux cents personnes au moins sont encore incarcérées et autant en exil (1). Non seulement parce que la désagrégation du système politique d’après-guerre, réduit en miettes par la chute du mur de Berlin, avait atteint des limites insoutenables. Mais aussi, et surtout, parce que le traumatisme social (et psychologique) de cette décennie n’a encore été ni refoulé ni cicatrisé.

Les années 70 sont présentes parce qu’elles ont posé à l’Italie le problème de la représentation démocratique dans la transformation des modes sociaux de production, ce noeud central des sociétés capitalistes avancées qui n’est pas encore dénoué. En Italie, la présentation de ce noeud de problèmes a pris à ce moment-là une tournure tragique.

Toutes les forces politiques impliquées dans ce drame ont été vaincues. Deux auteurs, plus que d’autres, ont témoigné sur cette tragédie radicale : d’un côté Leonardo Sciascia (2), de l’autre Rossana Rossanda (3). Le premier assurait la chronique des événements en soulignant combien la crise tenait du labyrinthe, la seconde relatait chaque jour, sans jamais se désengager, l’impuissance désespérée des protagonistes à trouver une issue.

En Italie, les années 70 commencent, en fait, en 1967-1968 et se terminent en 1983. En 1967-1968 le mouvement étudiant, comme dans tous les pays développés, érigea des barricades. Pourtant, son envergure et son impact n’eurent pas la même ampleur que dans les autres pays européens : en Italie, le mai 68 étudiant proprement dit fut faible.

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Lo “Stato competitivo”

Mauro Casadio, James Petras, Luciano Vasapollo

Sono ormai anni che nel quadro della indagine sulla composizione di classe nel nostro paese e nell’area europea, ci si è dovuti misurare con una questione in molti casi rimossa dal dibattito politico e sindacale: il ruolo di classe dello Stato.

Negli ultimi tempi, il mito acritico della "globalizzazione" sembra aver messo in ombra non solo processi come la competizione intercapitalista o le relazioni internazionali fondate sulla Triade USA, Europa, Giappone ma anche, e qui si entra direttamente nel campo che si vuole affrontare, il ruolo degli Stati.

Esistono molti iconoclasti – anche a sinistra – che hanno ritenuto ormai inservibile la categoria di "comitato d’affari della borghesia" come chiave di lettura dello Stato. Tuttavia questa categoria coglie, ancora meglio di altre, la sostanza del ruolo dello Stato nel sistema politico ed economico del capitale e si rivela in tal senso ancora di estrema pertinenza.

Sul piano pratico, se è vero che lo Stato è tornato pienamente a svolgere la funzione di comitato d’affari del capitale finanziario, ciò significa che la dinamica della tassazione, degli investimenti, dei salari e dei profitti – in sostanza della distribuzione reale della ricchezza – segue un trend ben preciso che ha ricadute pesanti sulla realtà sociale e sui lavoratori. Ciò non riguarda solo i meccanismi dell’accumulazione capitalista ma chiama in causa direttamente anche la funzione dello Stato.

Per alcuni decenni, anche nella sinistra e nel sindacato, si era diffusa la convinzione che lo Stato (e soprattutto la "Repubblica nata dalla Resistenza" e "fondata sul lavoro") avesse assunto appieno il suo carattere universale, neutrale ed in un certo senso "superpartes". Aver confuso le conquiste sistematizzate in un sistema approssimativo di Welfare State con un cambiamento più profondo della natura dello Stato in questo sistema politico-economico, ha portato a sottovalutazioni clamorose e distorsioni analitiche significative.

La devastante offensiva antioperaia messa in moto nella seconda metà degli anni ’70 (a seguito della "grande paura" seguita alla grande crisi del ’73 e allo sviluppo delle lotte operaie, studentesche ma anche di quelle anticoloniali nel terzo mondo), ha via via liquidato ogni pretesa di neutralità o di universalità dello Stato del capitale e lo ha reistradato nella sua funzione storica.

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La desaparición de la sociedad civil

Michael Hardt

El concepto de sociedad civil ha gozado últimamente de renovado interés, no solamente en Europa occidental o en Norte América, donde existe una larga y gloriosa tradición a sostén de las posiciones políticas más variadas, sino aquí y allá en el mundo; particularmente en aquellos países en Asia y en Europa oriental que están viviendo la transición del socialismo al capitalismo, tal como en los regímenes postautoritarios y postdictatoriales en América latina. La sociedad civil es vista cómo el carácter determinante de cada democracia: la infraestructura institucional príncipal por las mediaciones de la política y por el mercado. Sin embargo, al analizar las funciones democráticas que el concepto y la realidad de la sociedad civil han hecho posibles, es importante también darse cuenta de las funciones de disciplina y explotación que son inherentes e inseparables de estas mismas estructuras. Además, tenemos que preguntarnos si las instituciones sociales necesarias para la construcción y el funcionamiento de la sociedad civil todavía están presentes en las formaciones sociales contemporáneas. Lo que quiero mantener es que en los últimos años las condiciones de posibilidad para la sociedad civil se han debilitado progresivamente en Norte América, Europa y en otros lugares (si bien es verdad nunca ha existido más allá del mundo europeo)[1]. Aunque consideráramos la sociedad civil como la realidad políticamente más deseable, cualquier evocación del concepto al momento actual corre el riesgo de quedar vacío e inútil.

Concentrar el análisis alrededor del concepto de sociedad civil nos desafía así a nuevas perspectivas sobre una problemática más general. Dicho de otro modo, reconocer el deterioro de la sociedad civil nos da los términos para mejor agarrar aquellos fenómenos que demasiado a menudo son indicados vagamente con referencia al final de la modernidad o al final de la sociedad moderna. Los términos modernos y posmodernos están faltos de aquella especificidad necesaria que les hagan útiles más de cierto punto. La sociedad que estamos viviendo, más específicamente, es definible como una sociedad postcivil.

La sociedad de la organización del trabajo abstracto

En la filosofía política, el concepto de sociedad civil es conectado fundamentalmente a la noción moderna de trabajo, una conexión hecha extraordinariamente evidente de G.W.F. Hegel. Más bien, quizás sea el concepto de sociedad civil la más importante contribución de Hegel a la filosofía política, aunque ciertamente él no fue el primer teórico a emplearlo. Por todo el primer período de la modernidad, de Hobbes a Rousseau al menos, la distinción entre sociedad natural y sociedad civil, o mejor entre estado de naturaleza y estado civil, desempeñó un papel fundamental en cuanto dualismo que fundó y justificó el orden político. En estas primeras teorías de la era moderna, la preocupación principal fue que el orden racional de la sociedad civil fuera contrastado por el desorden irracional de la sociedad natural. El paso de una sociedad de naturaleza a una civil fue presentado como el movimiento histórico y teóretico de la civilización humana.

El tiempo en que Hegel desarrolló su teoría política, en todo caso, el eje fundamental de esta distinción fue cambiado, así que Hegel se concentró ante todo no en el contraste entre sociedad de naturaleza y sociedad civil sino sobre entre sociedad civil y sociedad política, o bien entre sociedad civil y Estado. Así, cuando miramos el empleo del concepto de sociedad civil que Hegel hace con respecto del fondo histórico en que se introdujeron las primeras teorías de la modernidad, somos golpeados por dos innovaciones estrechamente relacionadas. La primera, que debería ser acreditada a la tonalidad del período histórico más que al propio Hegel, es que la sociedad civil tiene ganada una definición económica más compleja, debida al menos en parte a la progresiva extensión y a la consolidación del capitalismo. Muchos estudiosos han subrayado como Hegel ha desarrollado su concepción de sociedad civil sobre la base de los escritos de los economistas ingleses del tiempo, y que la traducción alemana del inglés "civil society", que Hegel usó, fue bürgerliche Gesellschaft o "sociedad burguesa" Este hecho debería empujarnos a subrayar el nexo entre la concepción de la sociedad civil en Hegel y las concepciones, abundantemente vigentes al tiempo, que miraron al mercado y las relaciones capitalistas de producción como proceso de civilización. Según Hegel (Hegel 1952, ƒ255), por las necesidades, el trabajo, los cambios y la búsqueda del propio interés particular, los "átomos no organizados de la sociedad civil" van organizándose hacia lo universal – no justo a través de la misteriosa acción de la mano invisible de Adam Smith, sino por las instituciones competitivas de la producción y la circulación capitalista. Desde este punto de vista, por lo tanto, se puede decir que el ámbito económico de la sociedad civil cumple el papel típico de la naturaleza, con respecto del que Hegel opone el orden racional del reino de la política.

La segunda innovación en el empleo que Hegel hace del concepto de sociedad civil, estrechamente relacionada a la primera pero que asume en la formulación hegeliana una seña específica, es relativo a la acentuación del carácter educativo de la sociedad civil. Aquí aparece con evidencia como Hegel no quiere reemplazar el dualismo originario (sociedad natural/sociedad civil) con otro dualismo (sociedad civil/sociedad política), cuanto encaminar una concepción articulada en tres partes (natural, civil, política). El estado de naturaleza como reino de las necesidades y la búsqueda del propio interés, no tienen para Hegel una relación directa con el Estado político sino que tiene que pasar por encontrar una mediación con la sociedad civil antes de convertirse en política. La sociedad civil, subraya Hegel (ƒ209),comparte con la sociedad de naturaleza el hecho de ser el reino de las necesidades y del interés particular, pero la sociedad civil también es "la esfera del emparentamiento -la esfera de la educación" En otras palabras, la sociedad civil asume el sistema humano natural de necesidades e intereses privados y pone en relación unos con otros a través de las instituciones sociales capitalistas de la producción y el mercado y, así, sobre la base de la mediación y de la subsunción de lo particular, pone las bases sobre las que el Estado puede realizar el interés universal de la sociedad" en la realización de la Idea ética" (ƒ257). El concepto hegeliano de educación en la sociedad civil es un proceso de subsunción formal , un proceso en que las diferencias particulares, extraños a lo universal, son negadas e integradas en unidad.

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Trabajo afectivo

Michael Hardt

http://aleph-arts.org/io_lavoro/index.html 04-1999

La preocupación con la producción de afectividad en el entorno laboral y social a menudo ha servido como una buena base para desarrollar proyectos anticapitalistas dentro del discurso en torno a conceptos como deseo y valor y uso. El trabajo afectivo constituye directamente y en sí mismo la creación de comunidades y de subjetividad colectivas. El circuito productivo dentro del que se mueven los afectos y los valores se ha visto en gran medida como un circuito autónomo de creación de subjetividad, una alternativa al proceso de valoración capitalista. Sistemas de pensamiento que acercan a Marx y Freud asocian el concepto del trabajo afectivo con ideas como el trabajo dentro de la familia y el cuidado de otros. Cada uno de estos análisis revela procesos mediante los que, dentro de la actividad laboral, producimos subjtividades colectivas, socialidad y que, en último término, dan lugar a la sociedad en sí.

Esta manera de concebir el trabajo afectivo hoy en día (aquí entro en el asunto principal de este ensayo) debe, sin embargo, percibirse en relación con el papel cambiante que en la economía capitalista tiene el trabajo afectivo. En otras palabras, aunque el trabajo afectivo nunca ha sido completamente ajeno a la producción capitalista, los procesos de posmodernización económica que se han estado desarrollando durante los últimos 25 años han situado el trabajo afectivo en una posición donde, no sólo produce capital sino también está en la cima de la jerarquía de formas de trabajo. El trabajo afectivo es una de las manifestaciones de lo que denominaré "trabajo inmaterial", que ha adquirido una posición predominante con respecto a los otros tipos de trabajo dentro de la economía capitalista global. Afirmar que el capital ha incorporado y exalta el trabajo afectivo como una de las más rentables formas de trabajo productor de valor no significa que este tipo de trabajo, contaminado por su relación con el capitalismo no tenga ya un lugar en proyectos anticapitalistas. Por el contrario, dado el importante papel que desempeña el trabajo afectivo como uno de los principales eslabones en la cadena de la posmodernización capitalista, su potencial subversivo y su autonomía no hacen sino crecer.

Dentro de este marco reconocemos el potencial biopolítico del trabajo, entendido el biopoder según la concepción de Foucault, que a la vez se invierte. Quiero proceder, por tanto, en tres fases: la primera, situar el trabajo inmaterial dentro de la fase contemporánea de la posmodernización capitalista; segunda, situar el trabajo afectivo en relación con otras formas de trabajo inmaterial; y finalmente, explorar el potencial del trabajo afectivo en relación con el biopoder. Posmodernización Resulta muy común hoy en día percibir el relevo de paradigmas económicos sucesivos dentro del ámbito de los principales países capitalistas como un proceso en tres fases bien definidas, cada una por un sector económicamente aventajado: en el primer paradigma, la agricultura y la obtención de materias primas eran el motor de la economía, en el segundo, la industria y la fabricación de bienes duraderos ocupaban una posición privilegiada, y en el tercero, los servicios y la manipulación de información están en el núcleo de la producción de capital. La posición hegemónica ha pasado, por tanto, del sector primario, al secundario y más tarde al terciario. La modernización económica fue la seña de identidad de la primera transición, de la hegemonía de la agricultura a la de la industria. Modernización era sinónimo de industrialización. La segunda transición, de la hegemonía de la industria a la de los servicios e información se podría denominar posmodernización de la economía, o, para ser más exactos, informatización.

Los procesos de modernización e industrialización llevaron consigo la transformación y redefinición de todos los elementos configuradores del plano social. A medida que la agricultura se modernizó convirtiéndose en una industria, la granja se fue convirtiendo en fábrica aplicando la disciplina, la tecnología, las relaciones salariales, etc. características de ésta. En general, la sociedad se industrializó gradualmente, hasta llegar al punto en que las relaciones y la naturaleza humanas también se transformaron. La sociedad se convirtió en una fábrica. A principios de siglo, Robert Musil hizo una bella reflexión sobre la transformación de la humanidad en esta transición del mundo agrícola a la fábrica social. "Hubo un tiempo en que la gente se adaptaba naturalmente a las condiciones con las que se topaban, y esto era una manera muy coherente de convertirse en uno mismo. Pero hoy en día, con toda esta agitación que separa las cosas de la tierra en la que se criaron , incluso en lo que se refiere a la producción de almas, realmente se debería, por decirlo de algún modo, reemplazar la artesanía tradicional por el tipo de inteligencia característica de las máquinas y las fábricas." [1] La humanidad y su alma se producen dentro de los procesos mismos de producción económica. El proceso de transformación en ser humano y la naturaleza misma del ser humano se trastocaron fundamentalmente en el cambio cualitativo que supuso la modernización.

En nuestros días, sin embargo, la modernización ha llegado a su fin, o, como expone Robert Kurz, la modernización se ha venido abajo. En otras palabras, la producción industrial ya no extiende su área de control sobre otras formas económicas y fenómenos sociales. Un síntoma de este cambio aparece en los cambios cuantitativos en el ámbito del empleo. Mientras los procesos de modernización se vieron reflejados en la migración de la mano de obra, de la agricultura y minería (sector primario) a la industria (sector secundario), los procesos de posmodernización o informatización se reflejan en una migración del empleo en el sector de la industrial al del sector servicios (terciario), un cambio que se viene produciendo en los principales países capitalistas (especialmente en los Estados Unidos) desde principios de 1970. [2] El concepto "servicios" engloba una amplia gama de actividades, desde la sanidad, la educación y la cultura al transporte, los espectáculos y la publicidad. Los empleos requieren, en su mayoría disponibilidad para viajar y adaptabilidad a diferentes funciones. Pero, lo que es más importante, también se caracterizan por el papel esencial que en ellos desempeñan el conocimiento, la información, la comunicación y la emoción. En este sentido, podemos referirnos a la economía postindustrial como una economía de la información.

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Una lectura prohibida: El Manifiesto Comunista

José Luis Escohotado Ibor

El texto, inédito hasta ahora, es reproducción de la conferencia impartida por el autor en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, con motivo de un ciclo organizado por dicha institución en el año 2000 sobre libros prohibidos.

Debo agradecer a mi buena amiga de hace tantos años, Isabel Pérez Schwarz, la invitación que me ha hecho como Directora de la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, para participar en esta serie de conferencias sobre lecturas prohibidas o censuradas a través de la historia.

Como todos ustedes saben, desde antiguo, la expresión cultural espontánea sufre diversas formas de represión ideológica, de prohibición absoluta o de censura, ejecutadas por los poderes establecidos contra lo que se supone puede socavar la autoridad o el orden moral. Los ejemplos de intolerancia que representan la Inquisición, el Índice de libros prohibidos por la Iglesia, las hogueras de libros quemados por los nazis, los procesos políticos estalinianos, la caza de brujas del senador Mc Carthy o la censura previa de todas las publicaciones por la policía administrativa franquista, no son más que casos exacerbados de un fenómeno mucho más amplio de refracción ideológica bajo el yugo de la cultura dominante. De todas formas, siempre es preferible que se quemen los libros a que se quemen los autores de los libros. Desde la moral del poder y la óptica oficialista, siempre se ha tendido a demarcar lo tolerable y lo prohibido, la conformidad y la disidencia, la ortodoxia y la trasgresión, generándose un principio de censurabilidad ideológica difusa que funciona subrepticiamente a lo largo de todas las expresiones culturales, incluso en los regímenes políticos que hacen declaración explícita de libertad de expresión.

En nuestra época, lejos de haberse cumplido el ideal ilustrado del libre pensamiento, los métodos de exclusión se han hecho mucho más complejos y sutiles, a través del control del mercado de la cultura por las grandes empresas multinacionales, cuya influencia oligopolística sobre los medios de emisión cultural se realiza de manera oculta y privada. En una cultura masmediotizada como la nuestra, en la que ya todo es mercantilizable, – dios, patria, sexo, órganos, verdad, ocio y genes –, el criterio de rentabilidad publicitaria puede funcionar, de hecho, como una censura excluyente. En esa situación, el mercado mismo es la censura.

PANFLETO POLÍTICO

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Marxismo: La categoría de trabajo y la filosofía clásica en el último Lukács

Antonino Infranca

En este ensayo quiero mostrar que la categoría de trabajo, que Lukács desarrolla acabadamente sobre todo en la Ontología del ser social, replantea en el panorama de la filosofía contemporánea la relación con las raíces clásicas del pensamiento filosófico. Lukács ha encontrado en la categoría de trabajo la solución final a un problema que había comenzado a plantearse ya desde sus primerísimas obras: la relación sujeto-objeto, que, siendo ella misma un antiguo problema de la filosofía clásica, requirió una solución a su vez “clásica”. Al mismo tiempo, haber buscado una síntesis entre sujeto y objeto en la categoría de trabajo representa también la proposición de nuevas cuestiones que, olvidadas por la filosofía contemporánea, han vuelto al centro de la atención de los filósofos, que vuelven periódicamente a un modo “clásico” de hacer filosofía.

El rol del filósofo en la sociedad contemporánea y, por consiguiente, la relación aporética entre filosofía y política, o bien la definición de una nueva ética, son cuestiones fundamentales de la filosofía desde los griegos hasta hoy. Son cuestiones que impulsan continuamente a los filósofos a reflexionar sobre el fundamento del pensamiento mismo y de la realidad histórica que viven.

Aquí no tengo intención de afrontar estas cuestiones, sino de interpretar la categoría de trabajo de Lukács a la luz de ellas, considerando esta categoría como parte integrante de una tradición filosófica que de muchas maneras se identifica con la filosofía misma. Utilizaré, por lo tanto, los cánones historiográficos de la filosofía clásica como elementos hermenéuticos del pensamiento del último Lukács, tratando de hacer emerger el valor teorético de algunas de sus conclusiones. Interpretar Lukács en la misma medida que un filósofo clásico, como son Aristóteles o Hegel, Platón o Kant, es un modo de entenderlo; de entender sobre todo que se trata de un pensamiento “fuerte”. Naturalmente, se trata de un enano que se ha alzado sobre las espaldas de gigantes; gigantes que son otros filósofos. En el período de disolución de las ideologías, es oportuno recordar que ningún ideólogo puede alzarse sobre las espaldas de los filósofos, pues sólo un filósofo es capaz de hacerlo. Entonces, se puede releer a Lukács, tal como se lee a otros pensadores “malditos” como Heidegger o Gentile, más libremente, sin el miedo de tener que etiquetarlos o de tener que inscribir la propia lectura en esquemas ideológicos preexistentes. Finalmente, se ha comprendido que los ideólogos, de cualquier signo que sean, son siempre “débiles”, o mejor dicho, producen “falsa conciencia”. Ya es hora de volver a interpretar la palabra ideología en su significado originario: logos del eidos, es decir, de un discurso sobre las ideas, sobre los conceptos. Mi propósito es precisamente intentar una primera aproximación de este tipo con un filósofo que ha sido interpretado ante todo como un ideólogo; para alcanzar este propósito es oportuno restituir al logos y al eidos todo su sentido originario. Puede parecer extraño o paradojal que Lukács se preste a semejante intento, pero quien hace “filosofía a la manera de Aristóteles o Hegel” [1] ,o quien sabe apreciar este tipo de filosofía, ya no es un ideólogo sino un filósofo, aunque sea un enano sobre las espaldas de los gigantes.

La categoría de trabajo

Entrando rápido en el tema, querría precisar que considero el trabajo en Lukács como una “categoría” más que un concepto. No se trata de una cuestión insignificante, al contrario, permite afrontar el tema de este ensayo: la relación entre Lukács y la filosofía clásica. En términos generales es posible definir como “categoría” a la concepción lukacsiana de trabajo, pero en términos históricos no es legítimo. Hablar de categoría implica referirse a los tradicionales significados de “categoría” en la historia de la filosofía, pero el trabajo de Lukács está fuera fundamentalmente de estos significados. De hecho, el trabajo no es una categoría lógica, sino una categoría de la realidad, es decir, una actividad práctica que es capaz de determinar el ser. En tal sentido, el significado hegeliano de “categoría” es invertido, en la más correcta tradición del pensamiento marxista.

El trabajo es, sin embargo, también organon, instrumento, porque permite “el pasaje en el hombre que trabaja del ser meramente biológico al ser social” (Lukács, 1981a, vol. II, pág. 14.). Como tal, el trabajo es instrumento de fundación histórica del ser, porque exterioriza las cualidades de este ser en formas nuevas y originales. El trabajo es la actividad a través de la cual no sólo un objeto viene a ser, sino también el sujeto que trabaja asume una nueva determinación del ser. Este poder de transformación ontológica de la categoría lukacsiana de trabajo la hace una suerte de principio, en el sentido clásico del Anfang y al mismo tiempo, de la proposición fundamental, Grundstaz.

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La aspiración comunista en el nuevo siglo: condiciones de posibilidad

Joaquín Miras Albarrán, Joan Tafalla

De te fabula narratur

En los días 27 y 28 de enero del 2001 el Comité Nacional del PCF convocaba la celebración de un Congreso extraordinario para la segunda quincena de octubre del presente año. Misión del congreso: concretar la mutación propuesta hace años por Robert Hue[1], y desarrollada en el congreso de Martigues. Esta concreción se deberá hacer en el congreso extraordinario en forma de estatutos de un nuevo partido comunista[2]. Sin embargo, el debate, según Hue no puede detenerse únicamente en el tema estatutario. Ello constituiría un “congreso autocentrado”, poco útil para aquello que, según Hue, necesitan los comunistas franceses o sea : “…impulsar hasta el final la lógica de Martigues… ir hacia un congreso de donde saldrá efectivamente el nuevo Partido comunista”[3].

El dossier que presentamos forma parte del debate desarrollado en Francia entre intelectuales marxistas en torno a las perspectiva de refundación, relanzamiento o creación de una “ nueva fuerza comunista”. Lógicamente, se trata de una pequeñísima parte de un debate que no ha afectado únicamente a los intelectuales miembros o no del PCF, sino a muchos, muchísimos militantes comunistas, o no, miembros del llamado en Francia “movimiento social” o de otras corrientes de la izquierda revolucionaria. Naturalmente, en la selección de textos hemos optado por destacar algunos de los temas que a nuestro modesto entender nos parecían cruciales. Otros observadores habrían hecho, sin duda otras miradas y habrían focalizado otros documentos, otros artículos, otros autores y otros temas.

Nuestra mirada no es neutral sinó la de observadores intervinientes. No podía ser de otro modo. En la época de la globalización capitalista y de la construcción de un espacio europeo tendiente a diluir los antiguos estados nacionales, y a modificar los marcos de lucha de clases , ampliándolos, aquello que discute la izquierda francesa no es un asunto simplemente francés. Es un asunto europeo, y seguramente, nos quedamos cortos. Sin entrar en las decisiones de cada organización, nos sentimos concernidos por el debate y por los asuntos que se tratan. Por otra parte muchos de los cambios sociales de los que hablaremos a continuación son similares a los que suceden en nuestro pais.

Este año se celebran congresos de diversas fuerzas comunistas en nuestro pais: congresos del PCE, del PSUC y del PCC. Toda el área comunista en Europa occidental está inmersa en un debate sobre sus esencias, sobre su identidad, sobre su función, sobre la forma-partido, sobre la estrategia de transformación social, sobre lo que se llama en jerga “política de alianzas”,…. Refundación Comunista, el Partido de los Comunistas Italianos, Izquierda Unida, el PDS de Alemania, el PCP… Luchan, actúan y debaten para encontrar un espacio en el futuro. Sin embargo, mientras los comunistas nos lamemos las heridas del estalinismo, de la caida del muro, de las falsas salidas reformistas como el eurocomunismo o la disolución del PCI, la reestructuración de los sujetos sociales que dieron base a los potentes partidos comunistas de occidente de los años cincuenta y sesenta se desarrolla al albur de los cambios sociales. Es una reestructuración que viene de lejos, de mucho antes del 89 y que no se resuelve con debates nominalistas. Esta reestructuración social se inicia en un largo ciclo de luchas iniciado a finales de los sesenta y principios de los setenta, en el pase del fordismo al postfordismo. Un ciclo de luchas derrotado entre mediados y finales de los setenta, coincidiendo con la crisis del 73/74 y con la adopción de nuevas estrategias por parte del capital. El modelo neoliberal de acumulación, una nueva división del trabajo, el apoyo en la nueva ideología globalista entre otras medidas servirá para infligir graves derrotas al movimiento obrero. Todo ello incidió en la parálisis e incluso la disolución de potentes sujetos políticos antagonistas como habían sido los partidos comunistas del siglo XX. Una parálisis y una disolución que han incluido la cooptación de numerosos cuadros comunistas a las filas de la tercera via ( ello ha pasado a nivel individual tanto como en Francia, España o Portugal; caso a parte fué Italia con la disolución del PCI y la creación del PDS). Otra vía ha sido la de los que se han mantenido fieles a la identidad comunista, pero se han instalado en la derrotad, integrándose a las filas del ejército de la resignación, del “no hay otra via” tatcheriano. Al planteamiento de que el único espacio posible y la única función real sería, para los comunistas, hacer de “farolillo rojo” del socialiberalismo.

Sin embargo, los nuevos sujetos sociales de la rebeldía social postfordista se mueven. Bullen, se enfrentan y resisten. Un relanzamiento que pasa por Chiapas, por el Movimiento de los Sin Tierra, por la huelga generalizada de otoño del 95 en Francia, por las Marchas Europeas contra el paro, por lo movimientos de los sin papeles capaces de victorias importantes en Francia del 96 o en la España del 2001, por experiencias tan interesantes como la del PT brasileño, por movidas tan fuertes como las de Seattle, Praga, Washington o próximamente Barcelona, por experiencias como las del Presupuesto Participativo en Porto Alegre… la izquierda social se mueve y resurge de las cenizas de los grandes sujetos político-sociales de la época del fordismo y del estado de Bienestar. Y este resurgir de las cenizas es el marco en que se inscribe el debate que presentamos.

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