Trabajo afectivo
Michael Hardt
Fuente: http://aleph-arts.org/io_lavoro/textos/io_lavoro_hardt.html 04-1999
La preocupación con la producción de afectividad en el entorno laboral y social a menudo ha servido como una buena base para desarrollar proyectos anticapitalistas dentro del discurso en torno a conceptos como deseo y valor y uso. El trabajo afectivo constituye directamente y en sí mismo la creación de comunidades y de subjetividad colectivas. El circuito productivo dentro del que se mueven los afectos y los valores se ha visto en gran medida como un circuito autónomo de creación de subjetividad, una alternativa al proceso de valoración capitalista. Sistemas de pensamiento que acercan a Marx y Freud asocian el concepto del trabajo afectivo con ideas como el trabajo dentro de la familia y el cuidado de otros. Cada uno de estos análisis revela procesos mediante los que, dentro de la actividad laboral, producimos subjtividades colectivas, socialidad y que, en último término, dan lugar a la sociedad en sí.
Esta manera de concebir el trabajo afectivo hoy en día (aquí entro en el asunto principal de este ensayo) debe, sin embargo, percibirse en relación con el papel cambiante que en la economía capitalista tiene el trabajo afectivo. En otras palabras, aunque el trabajo afectivo nunca ha sido completamente ajeno a la producción capitalista, los procesos de posmodernización económica que se han estado desarrollando durante los últimos 25 años han situado el trabajo afectivo en una posición donde, no sólo produce capital sino también está en la cima de la jerarquía de formas de trabajo. El trabajo afectivo es una de las manifestaciones de lo que denominaré «trabajo inmaterial», que ha adquirido una posición predominante con respecto a los otros tipos de trabajo dentro de la economía capitalista global. Afirmar que el capital ha incorporado y exalta el trabajo afectivo como una de las más rentables formas de trabajo productor de valor no significa que este tipo de trabajo, contaminado por su relación con el capitalismo no tenga ya un lugar en proyectos anticapitalistas. Por el contrario, dado el importante papel que desempeña el trabajo afectivo como uno de los principales eslabones en la cadena de la posmodernización capitalista, su potencial subversivo y su autonomía no hacen sino crecer.
Dentro de este marco reconocemos el potencial biopolítico del trabajo, entendido el biopoder según la concepción de Foucault, que a la vez se invierte. Quiero proceder, por tanto, en tres fases: la primera, situar el trabajo inmaterial dentro de la fase contemporánea de la posmodernización capitalista; segunda, situar el trabajo afectivo en relación con otras formas de trabajo inmaterial; y finalmente, explorar el potencial del trabajo afectivo en relación con el biopoder.
Posmodernización
Resulta muy común hoy en día percibir el relevo de paradigmas económicos sucesivos dentro del ámbito de los principales países capitalistas como un proceso en tres fases bien definidas, cada una por un sector económicamente aventajado: en el primer paradigma, la agricultura y la obtención de materias primas eran el motor de la economía, en el segundo, la industria y la fabricación de bienes duraderos ocupaban una posición privilegiada, y en el tercero, los servicios y la manipulación de información están en el núcleo de la producción de capital. La posición hegemónica ha pasado, por tanto, del sector primario, al secundario y más tarde al terciario. La modernización económica fue la seña de identidad de la primera transición, de la hegemonía de la agricultura a la de la industria. Modernización era sinónimo de industrialización. La segunda transición, de la hegemonía de la industria a la de los servicios e información se podría denominar posmodernización de la economía, o, para ser más exactos, informatización.
Los procesos de modernización e industrialización llevaron consigo la transformación y redefinición de todos los elementos configuradores del plano social. A medida que la agricultura se modernizó convirtiéndose en una industria, la granja se fue convirtiendo en fábrica aplicando la disciplina, la tecnología, las relaciones salariales, etc. características de ésta. En general, la sociedad se industrializó gradualmente, hasta llegar al punto en que las relaciones y la naturaleza humanas también se transformaron. La sociedad se convirtió en una fábrica. A principios de siglo, Robert Musil hizo una bella reflexión sobre la transformación de la humanidad en esta transición del mundo agrícola a la fábrica social. «Hubo un tiempo en que la gente se adaptaba naturalmente a las condiciones con las que se topaban, y esto era una manera muy coherente de convertirse en uno mismo. Pero hoy en día, con toda esta agitación que separa las cosas de la tierra en la que se criaron , incluso en lo que se refiere a la producción de almas, realmente se debería, por decirlo de algún modo, reemplazar la artesanía tradicional por el tipo de inteligencia característica de las máquinas y las fábricas.» [1] La humanidad y su alma se producen dentro de los procesos mismos de producción económica. El proceso de transformación en ser humano y la naturaleza misma del ser humano se trastocaron fundamentalmente en el cambio cualitativo que supuso la modernización.
En nuestros días, sin embargo, la modernización ha llegado a su fin, o, como expone Robert Kurz, la modernización se ha venido abajo. En otras palabras, la producción industrial ya no extiende su área de control sobre otras formas económicas y fenómenos sociales. Un síntoma de este cambio aparece en los cambios cuantitativos en el ámbito del empleo. Mientras los procesos de modernización se vieron reflejados en la migración de la mano de obra, de la agricultura y minería (sector primario) a la industria (sector secundario), los procesos de posmodernización o informatización se reflejan en una migración del empleo en el sector de la industrial al del sector servicios (terciario), un cambio que se viene produciendo en los principales países capitalistas (especialmente en los Estados Unidos) desde principios de 1970. [2] El concepto «servicios» engloba una amplia gama de actividades, desde la sanidad, la educación y la cultura al transporte, los espectáculos y la publicidad. Los empleos requieren, en su mayoría disponibilidad para viajar y adaptabilidad a diferentes funciones. Pero, lo que es más importante, también se caracterizan por el papel esencial que en ellos desempeñan el conocimiento, la información, la comunicación y la emoción. En este sentido, podemos referirnos a la economía postindustrial como una economía de la información.
La afirmación según la cual el proceso de modernización se ha acabado y la economía global de hoy en día se encuentra en fase de posmodernización, enfocada hacia la economía de la información, no significa que se vaya a prescindir de la producción industrial o que vaya a dejar de tener un papel predominante, incluso en las zonas más desarrolladas del mundo. Del mismo modo que la industrialización transformó la agricultura y potenció su capacidad de producción, la revolución de la información transformará la industria y redefinirá y pondrá al día los procesos de fabricación a través de la integración, por ejemplo, de redes de información dentro de los procesos industriales. La nueva consigna en lo que a gestión refiere es «trata la industria como un servicio». Así, a medida que las industrias se transforman, la división entre fábrica y servicios se difumina. Del mismo modo que a través de la modernización toda producción se industrializó, así, a través de la posmodernización, toda la producción tiende a convertirse en producción de servicios, tiende hacia la economía de la información.
El hecho de que la informatización y el giro hacia el sector servicios se adviertan más claramente en los principales países capitalistas no debe llevarnos a pensar en la situación económica global en función de fases de desarrollo, como si hoy en día los países dominantes fueran economías de basadas en los servicios y la información, sus subordinados los regidos por una economía industrial y tras estos se encontrasen los países de economía agrícola. Para los países subordinados, el fin de la modernización significa, en primer lugar, que la industrialización ya no puede verse como el factor clave para el desarrollo y la competitividad económica. Algunas de las regiones más relegadas, como algunas áreas del África subsahariana, han sido excluidas del movimiento de capital y de las nuevas tecnologías y así carecen incluso de la ilusión de las estrategias de desarrollo y se encuentran a punto de morir de inanición (debemos, sin embargo, ser conscientes de que la posmodernización ha determinado esta exclusión, pero no por ello cesa su dominio sobre estas regiones). La competición por alcanzar los puestos intermedios en la jerarquía global se lleva a cabo no a través de la industrialización, sino de la informatización de la producción. Países grandes con economías heterogéneas, como India, Brasil y Rusia pueden albergar simultáneamente todo tipo de procesos de producción: producción de servicios a través de la economía de la información, producción industrial de bienes y producción artesanal, agrícola y minera. No es precisa una progresión histórica entre estas formas de producción, que simplemente se mezclan y coexisten: no es necesario pasar por la modernización antes de incorporarse a la informatización. La producción artesanal se puede informatizar inmediatamente; se pueden instalar inmediatamente teléfonos móviles en ignotos pueblos de pescadores. Todas las formas de producción coexisten dentro de las redes del mercado mundial y bajo el control de la producción informatizada de servicios.
Trabajo inmaterial
La transición hacia una economía de la información conlleva necesariamente un cambio en la calidad del trabajo y en la naturaleza de los procesos laborales. Esta es la consecuencia sociológica y antropológica más inmediata de la transición entre paradigmas económicos. La información, la comunicación, el conocimiento y la afectividad pasan a tener un papel fundamental en el proceso de producción. Para muchos, una primera faceta de esta transformación está constituida por cambios en el sistema laboral de las fábricas con la industria del automóvil como punto de referencia esencial- así se ha pasado del modelo ford al toyota. [4] El principal cambio estructural entre estos dos sistemas se refiere al sistema de comunicación entre la producción y el consumo de mercancías, es decir, el trasvase de información de la fábrica al mercado. El modelo fordista establecía una relación «muda» entre producción y consumo. En el modelo fordista se producían modelos estándar en masa a sabiendas de que existía una demanda para ellos, por lo que no había una necesidad de «escuchar» atentamente al mercado. Un circuito de retroalimentación de información que unía el sector de consumo con el de producción hacía posible que algunos cambios en el mercado impulsaran cambios en la producción, pero esta comunicación era limitada (debido a que los canales de planificación eran rígidos y estaban muy compartimentados) y muy lenta (dada la limitación tecnológica y los procesos de la producción en masa).
El modelo toyotista se basa en una inversión del modelo fordista de comunicación entre producción y consumo. Lo ideal, de acuerdo con este modelo, sería que se estableciera una comunicación continua e inmediata entre planificación de producción y mercado. Así las fábricas no tendrían mercancía en sus almacenes, y la producirían de acuerdo con la demanda que exista en un momento dado en los mercados activos. Este modelo no sólo requiere un circuito de comunicación más rápido sino también que funcione endirección contraria, porque, al menos en teoría, la decisión de producir viene después de que el mercado tome su decisión. Dentro de este contexto industrial vemos los primeros indicios del papel fundamental que la comunicación y la información van a desempeñar en la producción. Se podría afirmar que la acción comunicacitiva y la acción instrumental van íntimamente unidos dentro de los procesos industriales de la era de la información. (Sería interesante y útil considerar de qué manera estos procesos alteran la división establecida por Habermas entre acción instrumental y acción comunicativa, del mismo modo que lo hacen con la distinción que Arendt crea entre «labor», «trabajo» y «acción».) [5]. Debo precisar que nos estamos refiriendo a una concepción muy limitada de comunicación, a la mera transmisión de datos de mercado.
Los sectores de servicios de la economía presentan un modelo de comunicación productiva más rico. De hecho, casi todos los servicios se basan en el continuo intercambio de información y conocimientos. Ya que la producción de servicios no deriva en la producción de bienes materiales y duraderos, podríamos denominar este tipo de trabajo ‘trabajo inmaterial’, es decir, trabajo que produce bienes no materiales como servicios, conocimientos o comunicaciones. [6] Un aspecto del trabajo inmaterial puede describirse con una analogía con el funcionamiento de un ordenador. El uso cada vez más generalizado de ordenadores ha ido redefiniendo las practicas y relaciones laborales (y paralelamente todas las prácticas y relaciones sociales). La familiaridad con la tecnología de la información y la habilidad para manejarla se están convirtiendo en requisitos básicos para acceder a cualquier puesto de trabajo en los países dominantes. Incluso cuando no hay un contacto directo con ordenadores, el uso de símbolos e información característicos de la informática se ha generalizado. Una innovación aportada por el ordenador es que su funcionamiento está en constante transformación a través de su uso. Incluso las manifestaciones más primitivas de inteligencia artificial permiten al ordenador ampliar y perfeccionar su forma de operar basándose en la interacción con el usuario y su entorno. Este tipo de interactividad continua caracteriza a muchas de las actividades productivas contemporáneas en todos los sectores de la economía, intervengan o no equipos informáticos. En épocas anteriores los trabajadores aprendían a actuar como máquinas tanto dentro como fuera de la fábrica. Hoy en día a medida que el conocimiento general social se convierte en un medio de producción cada vez más directo, pensamos cada vez más como ordenadores y el modelo interactivo de tecnología de la comunicación es una parte cada vez más esencial de nuestra actividad laboral. [7] Los aparatos interactivos y cibernéticos se convierten en prótesis integradas en nuestros cuerpos y mentes y constituyen una lente a través de la cual los redefinimos. [8]
Robert Reich denomina este tipo de trabajo inmaterial «servicios simbólicos-analíticos»- trabajo que incluye entre otras tareas la «resolución de problemas, la identificación de problemas y las actividades de broker estratégico.» [9] Este tipo de trabajo tiene el más alto valor y por tanto Reich lo identifica como la clave para competir en la nueva economía global. Reconoce, sin embargo, que el desarrollo de estos trabajos basados en una economía del conocimiento y que requieren una manipulación creativa de los símbolos conlleva la proliferación de infra empleo que requiere escasa capacidad de manipulación simbólica, que será rutinaria, como es el caso de la captación de datos y el procesamiento de textos. Así empieza a surgir una división fundamental en el sector laboral dentro del campo de los procesos inmateriales.
El modelo del ordenador, sin embargo, puede explicar solamente una de las facetas de la labor comunicativa e inmaterial que forma parte de la producción de servicios. La otra faceta del trabajo inmaterial lo constituye el trabajo afectivo que representa el contacto y la interacción humanas. Este es el aspecto del trabajo inmaterial del que resulta menos probable que hablen economistas como Reich, pero, a mi entender, es el aspecto más importante, el elemento unificador. Los servicios sanitarios, por ejemplo, se fundamentan principalmente en el trabajo afectivo y de cuidados a otros y la industria del espectáculo y las restantes industrias culturales también se centran en la creación y manipulación de afectos. Hasta cierto punto, este trabajo afectivo tiene un papel determinado en las industrias de servicios, desde los restaurantes de comida rápida a los proveedores de servicios financieros, fundidos con los momentos de interacción y comunicación humanas. Este trabajo, aun cuando corporal y afectivo, es inmaterial en cuanto que sus productos son intangibles: una sensación de libertad, bienestar, satisfacción, excitación, pasión, e incluso la sensación de estar conectados o en comunidad. Categorías como los servicios en persona o los servicios de proximidad a menudo se utilizan para identificar este tipo de trabajo, pero lo esencial -su aspecto «en persona»- es realmente la creación y la manipulación de afectos. Esta producción afectiva, este intercambio y comunicación esta generalmente asociado con el contacto humano, con la presencia real de otro pero este contacto puede ser tanto real como virtual. En la producción de afectos en la industria del espectáculo, por ejemplo, el contacto humano, la presencia de otros, es principalmente virtual, pero no por ello menos real. Este segundo aspecto del trabajo inmaterial, su aspecto afectivo, va más allá del modelo de inteligencia y comunicación que plantea el ordenador. El trabajo afectivo se entiende mejor desde lo que los análisis feministas de la «mujer en el trabajo» denominan «trabajo en modo corporal». [10] El cuidado de otros está ciertamente ligado a lo corporal, lo somático, pero los afectos que genera son, sin embargo, inmateriales. Lo que el trabajo afectivo produce son redes sociales, manifestaciones de la comunidad, biopoder.
Aquí quizás podamos reconocer una vez más que la acción instrumental de la producción económica se mezcla con la acción comunicativa de las relaciones humanas. En este caso, sin embargo, la comunicación no se empobrece, antes bien, la producción se ha enriquecido al nivel de complejidad de la interacción humana. Mientras que en un primer momento, en la informatización de la industria, por ejemplo, se podría decir que la acción comunicativa, las relaciones humanas y la cultura se han instrumentalizado, cosificado y «degradado» al nivel de las interacciones económicas, debemos rápidamente matizar que, a través de un proceso recíproco, en este segundo momento la producción se ha convertido en un proceso comunicativo, afectivo y desinstrumentalizado y ha sido «elevado» a la categoría de relaciones humanas, pero, por supuesto, relaciones humanas que se desarrollan dentro del capital y están dominadas por éste. (Aquí la división entre economía y cultura empieza a desmoronarse). En la producción y reproducción de afectos, dentro de aquellas redes de cultura y comunicación, se producen las subjetividades colectivas dando lugar a lo social, incluso si ambas pueden ser directamente explotadas por el capital. Aquí es donde podemos comprobar el enorme potencial de trabajo afectivo.
No pretendo argumentar que el trabajo afectivo en sí mismo sea algo nuevo, como tampoco creo que lo sea el hecho de que produce valor. Los análisis feministas, en particular, llevan mucho tiempo reconociendo el valor social del trabajo afectivo, el trabajo familiar, criar a los hijos y otras actividades propias de una madre. Lo que es nuevo, por el contrario, es hasta qué punto este trabajo afectivo e inmaterial está ahora directamente ligado a la producción de capital así como lo generalizado de su alcance, que llega a amplios sectores de la economía. En efecto, como componente de trabajo inmaterial, el trabajo afectivo ha alcanzado una posición dominante de grandísimo valor en la sociedad contemporánea de la información. En lo que se refiere a la producción de almas, como Musil podría decir, no debemos dirigir nuestra mirada a la tierra y al desarrollo orgánico, ni a la fábrica y al desarrollo mecánico, sino hacia las formas hegemónicas de producción económica, esto es, a la producción definida como una síntesis de cibernética y afectividad.
Este trabajo inmaterial no es característico tan sólo de un ramo de la población activa, es decir, los programadores informáticos y los enfermeros, que constituirían potencialmente la nueva aristocracia laboral. Antes bien, el trabajo inmaterial, en sus diferentes encarnaciones (informacional, afectivo, comunicativo y cultural) tiende siempre a extenderse por toda la población activa y todas las tareas como un componente, de mayor o menor peso, de todos los procesos laborales. Habiendo dicho esto, hay abundantes divisiones dentro del ámbito del trabajo inmaterial divisiones por nación, sexo, raza, etc. Como diría Robert Reich, el gobierno de los Estados Unidos luchará en la medida de lo posible por mantener en lo más lato el listón del valor del trabajo inmaterial en los Estados Unidos y exportar aquellos trabajos de menor valor a otras regiones. Es una tarea importante establecer con claridad cuáles son estas divisiones del trabajo inmaterial, que, debo matizar, no coinciden con las divisiones en el trabajo a las que estamos acostumbrados, especialmente las referidas al trabajo afectivo.
En resumen, podemos distinguir tres clases de trabajo inmaterial que impulsan al sector servicios a colocarse en la cúspide de la economía de la información. La primera clase se ocupa de la producción industrial y se ha informatizado, incorporando la tecnología de la información de manera que se ha transformado el propio proceso de producción industrial. La fabricación se entiende como un servicio y el trabajo material que representa la producción de bienes perdurables se mezcla con el trabajo inmaterial y tiende a fundirse con éste. En segundo lugar está el trabajo inmaterial de las funciones analíticas y simbólicas, que, por su parte, se subdivide por un lado en manipulación inteligente y creativa y por otro en funciones simbólicas rutinarias. Por último, un tercer tipo de trabajo inmaterial se ocupa de la producción y manipulación de los afectos y requiere un contacto y una proximidad humanas, ya sean reales o virtuales. Estos son los tres tipos de trabajo que guían la posmodernización o informacionalización de la economía global.
Biopoder
Por biopoder entiendo el potencial del trabajo afectivo. El biopoder es el poder de crear vida, es la producción de subjetividades colectivas, de lo social y de la sociedad en sí. Los afectos y las redes de producción de afectos como principal objeto de análisis nos revela estos procesos como procesos de constitución social. Lo que se crea mediante las redes de trabajo afectivo es una forma de vida.
Cuando Foucault analiza la idea de biopoder, la contempla únicamente desde arriba. Se trata de la patria potestad, el derecho del padre sobre la vida y la muerte de sus hijos y siervos. O lo que es más importante, el biopoder es el poder de las fuerzas emergentes de potencial gobierno para crear, dirigir y controlar a la población el poder de controlar la vida[11]. Otros estudios más recientes han llevado la idea de Foucault más allá determinando el biopoder como el reino de lo soberano sobre la «vida al desnudo», la vida, aislada de sus diversas manifestaciones sociales [12]. En cada caso, lo que está en juego en el poder es la vida en sí. Este tránsito político hacia la fase contemporánea del biopoder es paralelo a la transición económica que constituye la posmodernización del capitalismo en el que el trabajo inmaterial se encuentra en la posición hegemónica. También en este caso, en la creación de valor y en la producción de capital, lo esencial es la producción de vida, la creación, la dirección y el control de la población.
Esta perspectiva foucaultiana del biopoder, sin embargo, sólo plantea la situación desde arriba, como la prerrogativa de un poder soberano. Cuando observamos la situación desde el punto de vista del trabajo que conlleva la producción biopolítica, podemos empezar a reconocer el biopoder como se manifiesta visto desde abajo.
Lo primero que advertimos cuando adoptamos esta perspectiva es que el trabajo de la producción biopolítica está fuertemente configurado como un trabajo organizado de acuerdo al sexo. Es más, muchas corrientes de teoría feminista han desarrollado análisis en profundidad sobre la generación de biopoder desde las capas inferiores. Una vertiente del ecofeminismo emplea el término biopolítica (de manera que podría parecer muy diferente al uso que al término da Foucault) para referirse a la política de las varias manifestaciones de biotecnología que imponen las compañías transnacionales a las poblaciones y entornos, especialmente a regiones del mundo subordinadas [13]. La Revolución Verde y otros programas tecnológicos que se han presentado como medios para un desarrollo económico capitalista han supuesto tanto una violación del entorno natural como un establecimiento de nuevos mecanismos de subordinación de la mujer. Estos dos efectos, en realidad se reducen a uno. Según estos autores, el papel tradicional de la mujer ha sido principalmente el de cumplir la función reproductiva. Este papel ha sido el más afectado por la intervención ecológica y biológica. Desde este punto de vista, por tanto, la mujer y la naturaleza se encuentran simultáneamente controladas, pero también cooperan contra el ataque de las tecnologías biopolíticas, con el fin de producir y reproducir vida. Mantenerse vivos: la vida se ha convertido en el tema crucial de la política y la lucha es la de las capas altas del biopoder contra las bajas. En un contexto muy diferente, varios autores feministas estadounidenses han analizado el papel fundamental que tiene el trabajo de la mujer en la producción y reproducción de vida. En particular, el trabajo afectivo que conllevan las labores maternas (aquí creamos una distinción entre las labores maternales y la tarea específicamente biológica que representa el dar a luz) ha demostrado ser un terreno extraordinariamente rico para el análisis de la producción biopolítica [14]. En este caso la producción biopolítica consiste principalmente en el trabajo que conlleva la creación de vida. No me refiero a la actividad de la procreación, sino la creación de vida precisamente a través de la producción y reproducción de afectividad. Aquí podemos reconocer claramente cómo la frontera entre producción y reproducción se viene abajo, como también sucede con la distinción entre economía y cultura.
El trabajo opera directamente sobre la afectividad, produce subjetividad, produce sociedad, produce vida. El trabajo afectivo, en este sentido, es ontológico, revela un trabajo vivo que constituye una forma de vida y así demuestra nuevamente el potencial de producción biopolítica [15].
Debo advertir, sin embargo, que ninguna de estas posturas se deben aceptar sin matizaciones, sin reconocer los enormes peligros que conllevan. En el primer caso la identificación de mujer y naturaleza supone el riesgo de hacer natural y absoluta la diferencia entre los sexos, añadiendo, además una definición espontánea de la naturaleza en sí. En el segundo caso, la celebración de las labores maternales puede fácilmente constituir un argumento que apoye la división del trabajo según sexos y las estructuras familiares dominio y de subjetivización edípicas. Incluso en estos análisis familiares del trabajo materno queda claro lo difícil que puede resultar separar el potencial del trabajo afectivo tanto de las construcciones patriarcales de reproducción como del subjetivo agujero negro de la familia.
Estos peligros, con independencia de su relevancia, no pueden negar la importancia del potencial del trabajo como biopoder, biopoder desde las capas más bajas. El contexto biopolítico es precisamente el campo de una investigación sobre la relación productiva entre afectividad y valor. Con lo que nos encontramos no es tanto con la resistencia de lo que podríamos denominar «trabajo necesario desde el punto de vista afectivo» [16], sino el potencial del trabajo afectivo necesario. Por una parte, el trabajo afectivo, la producción y reproducción de la vida es un cimento profundo sobre el que se levanta la acumulación capitalista y el orden patriarcal.
Por otra, sin embargo, la producción de afectividad, subjetividad y formas de vida presenta un potencial enorme para los circuitos autónomos de valoración, y quizás liberación.
Notas
[1] Robert Musil, The Man Without Qualities, vol. 2, trans. Sophie Wilkins (Nueva York: Vintage, 1996) 367
[2] Para más información sobre los cambios en el mundo laboral en los países hegemónicos, véase Manuel Castells y Yuko Aoyama, «Paths towards the informational society: Employment structure in G-7 countries, 1920-90,» International Labour Review 133:1 (1994): 5-33.
[3] François Bar, «Information Infrastructure and the Transformation of Manufacturing,» in The New Information Infrastructure: Strategies for U.S. Policy, ed. William Drake (Nueva York: Twentieth Century Fund Press, 1995), 56.
[4] Para más información sobre la comparación entre el modelo Ford y Toyota, véase Benjamin Coriat, Penser à l’envers: travail et organisation dans l’ entreprise japonaise (París: Christian Bourgois, 1994).
[5] Pienso principalmente en Jürgen Habermas y su The Theory of Communicative Action, traducción al inglés de Thomas McCarthy (Boston: Beacon Press, 1984); y Hannah Arendt, The Human Condition (Chicago: University of Chicago Press, 1958). Para un excelente análisis de la división de Habermas entre acción comunicativa e instrumental en el contexto de la posmodernización económica, consultar Christian Marazzi, Il posto dei calzini: la svolta linguistica dell’economia e i suoi effetti nella politica (Bellinzona, Suiza: Casagrande, 1995), 29-34.
[6] Para una definición y análisis del trabajo inmaterial, véase Maurizio Lazzarato, «Immaterial Labor,» in Radical Thought in Italy, ed. Paolo Virno y Michael Hardt (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1996), 133-47.
[7] Peter Drucker ha interpretado la transición a la produccióninmaterial como la completa destrucción de las categorías tradiciones establecidas por la economía política. «The basic economic resource ‘the means of production, ‘ to use the economist’s termis no longer capital, nor natural resources (the economist’s ‘land’), nor ‘labor.’ It is and will be knowledge.» Peter Drucker, Post-Capitalist Society, (Nueva York: Harper, 1993), 8. Lo que Drucker no comprende es que el conocimiento no se entrega, sino se produce y que esta producción conlleva nuevos medios de producción y trabajo.
[8] Marx emplea el término «intelecto general» para referirse a este paradigma de actividad social productiva. «The development of fixed capital indicates to what degree social knowledge has become a direct force of production, and to what degree, hence, the conditions of the process of social life itself have come under the control of the general intellect and been transformed in accordance with it. To what degree the powers of social production have been produced, not only in the form of knowledge, but also as immediate organs of social practice, of the real life process.» Karl Marx, Grundrisse, trans. Martin Nicolaus (Nueva York: Vintage, 1973), 706.
[9] Robert Reich, The Work of Nations: Preparing Ourselves for 21st-Century Capitalism (Nueva York: Knopf, 1991), 177.
[10] Véase Dorothy Smith, The Everyday World as Problematic: A Feminist Sociology (Boston: Northeastern University Press, 1987), 78-88.
[11] Véase principalmente Michel Foucault, The History of Sexuality, vol. 1, traducción al inglés Robert Hurley (Nueva York: Vintage, 1978), 135-45.
[12] Véase Giorgio Agamben, Homo Sacer, (Turin: Einaudi, 1995); y «Form-of-Life,» traducción al inglés Cesare Casarino, en Radical Thought in Italy, ed. Paolo Virno y Michael Hardt (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1996), 151-56.
[13] Véase Vandana Shiva y Ingunn Moser, ed., Biopolitics: A Feminist and Ecological Reader (Londres: Zed Books, 1995); y en términos más generales Vandana Shiva, Staying Alive: Women, Ecology and Survival in India (Londres: Zed Books, 1988).
[14] Véase Sara Ruddick, Maternal Thinking: Towards a Politics of Peace (Nueva York: Ballantine Books, 1989).
[15] Para más información sobre las capacidades constitutivas ontológivas del trabajo, especialmente dentro del marco de la teoría feminista, ver Kathi Weeks, Constituting Feminist Subjects (Ithaca: Cornell University Press, 1998), 120-51.
[16] Véase Gayatri Chakravorty Spivak, «Scattered Speculations on the Question of Value,» in In Other Worlds (Nueva York: Routledge, 1988) 154-75.
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