Román
Recibo la noticia de la muerte Román por correo electrónico. La noticia, previsible, me golpea y extrae de algunos rincones de la memoria anécdotas que son categorías. Compartirlas con el lector es el modesto homenaje que puedo rendir a Román.
Con las horas, me indigno. Me indigna el silencio de los medios que deberían informar de un suceso tan importante. Una nota en El Periódico de Catalunya, una necrológica en El País, escrita por Jordi Miralles. Ese medio ni tan sólo consideró necesario reflejar el suceso como noticia. Ningún medio televisivo ( incluida la TV3 del tripartito) en el entierro. Ninguna representación de ese gobierno. Los buenos hacen mutis en silencio. Aquellos que mantenían el silencio cuando era preciso hablar y comprometerse, no consideran oportuno dedicar a Román ni un minuto en sus “partes” de noticias. Quizás no debiera indignarme. Pero aún conservo suficiente grado de ingenuidad para hacerlo.
Román pertenece a esa estirpe de gente que trajo las libertades a España, tras mantener un pulso de cuarenta años con la dictadura. Esa estirpe está constituida por unos escasos centenares de personas en el conjunto de España. En Catalunya quizás sólo lleguen a una cincuentena. Se trata de una estirpe de gente que, cuando la masa, golpeada hasta la saciedad, aterrorizada por el genocidio fascista, se resignaba a duras penas a la miseria y al hambre, se mostraron a la altura de las circunstancias históricas y se enfrentaron como enanos valerosos al gigante de la dictadura fascista. Un gigante a quien todos daban por vencedor definitivo de la contienda de clases en nuestro país. Román perteneció a esa ínfima minoría que no sólo no dio el combate por perdido sino que decidió continuarlo con todas las consecuencias.
A Román y a esa mínima minoría, le debemos los comunistas, los demócratas y los republicanos la dignidad. Como un inmenso “lager” España se levantaba y se acostaba al son del himno fascista. Las prisiones rebosaban, la represión acabó con toda una generación y trató de cercenar el comunismo del país. Las tapias de los cementerios asistían mudas a los fusilamientos en aras de la “paz”, mientras Román y la mínima minoría, aún a sabiendas que su futuro no podía ser otro que la tortura, la prisión, eventualmente la muerte arrostraban su destino con la certeza trágica de que la única forma de acabar con el fascismo era organizar la lucha contra él. No como los “demócratas de toda la vida” que “luchaban” por la democracia ostentando cargos en el franquismo, ni como los de la oposición pasiva que esperaban que la democracia llegara de la mano del Mercado Común o de los USA.
En Catalunya, Román ocupó , con un puñado de valientes el puesto de mando de un destacamento de combate que aseguró la transmisión de la tradición comunista, de la tradición republicana y frentepopulista entre generaciones separadas por la noche y la niebla fascistas. Con Gregorio López Raimundo, con Joan Comorera, Con Margarita Abril, con Pera Ardiaca, con Miguel Nuñez y algunos más, a pesar de las polémicas y las escisiones que los laceraron, cumplieron esa tarea histórica. Y a fe que la cumplieron bien. A fe que las nuevas generaciones obreras y estudiantiles que en los años sesenta y setenta se incorporaron a la lucha, encontraron gracias al trabajo de esas personas una tradición política y social a la que referirse cuando elaboraban su experiencia de lucha. Román y algunos, pocos más, están tras un “misterio” que nadie se explica: aquel misterio de que el PSUC fuera, en Catalunya “el partido”. El único, el inimitable, el auténtico “partido”.
Demasiado joven para haber conocido los tiempos heroicos de Román, recuerdo la primera vez que le ví y que le oí: era en otoño del año 1973 o 1974. Había sido convocado a una Conferencia local del PSUC de Barcelona que se celebraba en una parroquia del lado norte de la ciudad. Uno de los alicientes para asistir a un acto, la profundidad de cuyos debates se me escapaba, era ver y oír al “camarada Román”. Allí estaba, en la tribuna ( sí es que podía llamarse de este modo) del acto. Con un aspecto que francamente, me decepcionó: con su calva, su bigotillo, la orondez de su barriga y luciendo un jersey muy historiado, tejido con lanas verdes marrones y negras. Un jersey de los que le tejía el amor de otra persona de leyenda: Margarita Abril, a quién hemos perdido aún más silenciosamente el año pasado.
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