¿Día de la memoria o día de la cancelación de la memoria? Reflexiones sobre memoria y olvido
Adriana Chiaia
En el 2000 una ley del Estado italiano instituía «el día de la memoria», a celebrarse el 27 de enero, en homenaje de la liberación de los prisioneros supervivientes en el campo de exterminio de Auschwitz.
En este homenaje los medios de comunicación de masas han utilizado, en los últimos años, expresiones del tipo: «27 de enero de 1945: caen las verjas de Auschwitz» o bien: «Las verjas de Auschwitz, abiertas por los aliados», es decir, los ingleses, estadounidenses y franceses. E incluso es británico el carro armado de la homenajeada película La vida es bella de Benigni, ganadora del Oscar 1999.
Hemos protestado recurriendo al testimonio de Primo Levi, superviviente de
ese campo, que describe así la llegada de los liberadores:
«… La primera patrulla rusa es avistada en el campo hacia el mediodía del día 27 de enero de 1945. […] Eran cuatro jóvenes soldados a caballo, que avanzaban cautelosamente, con las ametralladoras al brazo, por la carretera que limitaba el campo. […] Cuatro hombres armados, pero no armados contra nosotros, cuatro mensajeros de la paz, de rostros toscos y pueriles bajo los pesados gorros de piel. No saludaban, no sonreían, parecían abrumados, más que por la piedad, por un confuso reparo, que sellaba sus labios y ofuscaba sus ojos ante el fúnebre escenario. Era la misma vergüenza que nosotros conocíamos tan bien […]: la vergüenza que los alemanes no conocerían, aquella que siente el justo ante la culpa cometida por otros, y que provoca remordimiento por el simple hecho de existir, por haber sido introducida de forma irrevocable en el mundo de las cosas que existen….» (1)
Recuperada así la memoria, se ha admitido que sí, efectivamente, a Auschwitz llegaron los rusos.
Pero…¿por qué tanta amnesia? ¿Por qué, justo en el día de la memoria, se comete esta ofensa contra aquellos jóvenes soldados?
Porque de otro modo se habría tenido que reconocer en su turbación, en su sentimiento de vergüenza libre de toda culpa, el símbolo que representaba Auschwitz ante su mirada atónita: la cima infranqueable entre dos concepciones opuestas del mundo que entraban en contacto. De una lado, la concepción del mundo basada en la ideología fascista del odio y del racismo, en la perversa ideología revanchista de la conquista de los territorios ajenos, por medio de la eliminación o la reducción a la esclavitud de las pueblos que se consideran inferiores, en nombre de un obsceno culto a la superioridad de una raza elegida. Del otro, la concepción del mundo basada en los ideales del comunismo, de la fraternidad entre los hombres, de la abolición de la explotación del hombre por el hombre, de la sustitución de la esclavitud del trabajo asalariado por la libre asociación de los productores.
De esto no se quiere hablar, dado que, por el contrario, y especialmente en los últimos tiempos, se ha arraigado el uso de la innoble ecuación entre una y otra visión del mundo: comunismo = nazismo, y que, recientemente, la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa en Estrasburgo ha debatido una condena a los regímenes comunistas a propuesta del Partido Popular Europeo, el mismo que un año atrás había pedido que, junto con los símbolos del nazismo, ¡se prohibiera el de la hoz y el martillo!
De aquellos jóvenes soldados del Ejército Rojo, lanzados a una ofensiva victoriosa a través de la Europa del Este que les llevaría hasta Berlín a izar la bandera roja de la URSS sobre el Reichstag, no se quiere hablar, porque de hacerlo sería necesario recordar el precio de aquella victoria: más de 20 millones de muertos, de los cuales cerca de la mitad eran civiles y prisioneros de guerra asesinados y torturados por los nazis en los territorios soviéticos ocupados, y más de 40 millones de heridos y mutilados. Los nazis destruyeron 1.710 ciudades, más de 70.000 pueblos y villas, 32.000 empresas industriales, 98.000 koljoses, 1.876 sovjoses. Hicieron saltar 65.000 kilómetros de líneas ferroviarias, dañaron o se llevaron 16.000 locomotoras y 428.000 vagones.
Sería necesario recordar el exterminio sistemático de los ciudadanos soviéticos en los territorios ocupados y en las ciudades asediadas. «…. tan solo en Leningrado, asediada durante 900 días, se calcula que los muertos de hambre fueron 632.258…y, siempre en Leningrado, los muertos por los bombardeos, excluyendo a los militares, fueron 16.747 y los heridos 33.782.» (2).
Sería necesario recordar que para los prisioneros de guerra soviéticos «…en general prevalece el principio, enunciado en varias ordenanzas alemanas, según el cual «el soldado soviético ha perdido todo derecho a ser tratado como un soldado honesto». Lo cual significaba […]: eliminación instantánea de los heridos y de aquellos que no podían seguir las marchas de traslado; utilización de los prisioneros válidos en los trabajos forzados y asesinato cuando caían extenuados…» (3)
Sería necesario recordar que «de los 16.000 prisioneros soviéticos enviados al campo de Auschwitz, fueron encontrados con vida, el día de la liberación del campo, tan solo 96.» (4) Sería necesario recordar, por lo demás, que Gran Bretaña y los Estados Unidos aplazaron reiteradamente la prometida apertura del segundo frente en la Europa occidental (el desembarco de las tropas anglo-americanas en Normandía en junio de 1944), dando prioridad a la conquista de posiciones estratégicas en otras partes del mundo y dejando que la URSS se enfrentara sola a la mayor fuerza de choque de los ejércitos nazis. El grueso de la Wehrmacht, de hecho, se había desplegado contra los soviéticos: 179 divisiones alemanas, 16 divisiones húngaras y otras tropas (en total más de 3 millones de hombres), mientras que contra ingleses y americanos se desplegaban 107 divisiones. De esto no se quiere hablar, porque equivaldría a reconocer que el pueblo soviético, con su dedicación y sacrificio, salvó a Europa del peligro nazi.
De esto no se quiere hablar, porque habría que reconocer la admiración por la resistencia épica de las ciudades asediadas y la contraofensiva del Ejército Rojo, que tomó la iniciativa en la liberación de Stalingrado (2 de febrero de 1943), admiración expresada incluso por los enemigos históricos de la sociedad socialista: por el mismo Churchill(que en su tiempo había exhortado a sofocar el comunismo desde la cuna), por el rey Jorge de Gran Bretaña que otorgó a Stalingrado una «Espada de Honor» y por el presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, que hizo entrega de un «diploma de honor» a los heroicos defensores de la ciudad, convertida en símbolo de resistencia contra el nazismo.
De esto no se quiere hablar porque haría falta sobre todo recordar que la derrota de los nazis en Stalingrado alentó la resistencia de los partisanos en los territorios europeos ocupados y restituyó la esperanza a los pueblos oprimidos por el nazismo.
«Los éxitos soviéticos en la guerra, la victoria de Stalingrado, su peso decisivo desde el punto de vista militar, han tenido un eco difuso entre las masas y la política internacional. La admiración y la simpatía por la Unión soviética, la estima por Stalin, se han convertido en sentimiento y patrimonio del antifascismo, también del no comunista.» (5)
De esto no se quiere hablar. Si así fuese, habría que recordar que esta admiración y este reconocimiento quedaron bien pronto liquidados. Ya la conferencia de Postdam (julio-agosto 1945) que habría tenido que decidir el futuro de la Alemania derrotada y sentar las bases para una paz duradera, marcó un brusco giro en la actitud que los Estados Unidos, fuertes en aquellos días tras el éxito de la primera explosión nuclear en Fort Alamo, tenían ante la URSS.
Habría que recordar que el inútil (el emperador de Japón había iniciado los contactos diplomáticos para acordar la rendición) y por tanto doblemente criminal bombardeo nuclear, que eliminó la ciudad de Hiroshima y Nagasaki y provocó de inmediato 300.000 muertos, fue una advertencia a la Unión Soviética. Y no solo esto. La supremacía en la posesión de armamento nuclear, por lo menos mientras los Estados Unidos tuvieron el monopolio, fue el trasfondo de los planes secretos de destrucción de la URSS, que fueron urdidos entre 1948 y 1957 por los estados mayores del gobierno de los Estados Unidos, con el sustancial apoyo de Gran Bretaña. (6).
Sería necesario recordar que la guerra fría, declarada oficialmente en 1946 con el célebre discurso de Churchill en Fulton, USA: («Desde Stettino en el Báltico a Trieste en el Adriático, un telón de acero ha caído sobre el continente») y definitivamente sancionada con el mensaje al Congreso de los Estados Unidos del presidente Truman en el que se lanza la famosa teoría sobre la división entre el mundo «libre» (es decir, el de las democracias burguesas) y el mundo sujeto «a un poder despótico impuesto por el terror»(es decir, el de los Estados socialistas).
Sería necesario recordar el bloqueo militar, económico y cultural impuesto durante muchos años a la Unión Soviética, un cerco que hizo mucho más difícil el trabajo de reconstrucción de su economía.
Por eso de todo esto no se quiere hablar.
2 En ocasión del » día de la memoria» también este año se han multiplicado las iniciativas para celebrarlo y, aunque la mayor parte se ha dedicado a la Shoah, se ha empezado a recordar los «exterminios olvidados». Así la Cámara del Trabajo de Milán ha recordado, en una sesión vespertina en su sede, la matanza de los Rom y de los Sinti en los campos de concentración nazis. Una iniciativa loable, especialmente en una ciudad tan poco hospitalaria con estas minorías, perseguidas de un campamento a otro mediante el incendio doloso o la demolición de sus improvisadas barracas o las redadas «manu militari» de las «fuerzas del orden».
Aún así, éste no es el único exterminio olvidado. Según las estadísticas de la ANED (Asociación Nacional de exDeportados políticos en los campos nazis), los deportados italianos en los campos de exterminio nazis fueron cerca de 44.000. De ellos 8.000 eran judíos, 12.000 eran obreros (muchos de las fábricas de Turín, de Sesto San Giovanni y de las vidrierías de Empoli y sus alrededores), arrestados y deportados tras las huelgas de 1944, 2.750 eran mujeres (600 de Lombardia). Volvieron alrededor de 4.000, menos del 10% del total.
¿Por qué, en el día de la memoria, no se ha realizado ninguna celebración expresamente dedicada a recordar a los 12.000 obreros, más de un cuarto del total de deportados?
¿No se quiere hablar de esto, quizás, porque, como dice un manido lugar común, la clase obrera es una categoría obsoleta? (A no ser que, en un sobresalto, se esté obligado a reconocer su existencia, cuando decenas de miles de trabajadores del metal invaden las plazas y bloquean las vías de comunicación para exigir el fin de su convenio, caducado hace 13 meses).
No se quiere hablar de esto, sobre todo, porque de hacerlo sería preciso recordar que «.. ha sido la clase obrera, han sido los trabajadores los que han rendido a la Resistencia el mayor tributo en términos de sacrificio, sangre e ideas. Los trabajadores se encontraron con que eran los protagonistas, la fuerza principal de la Resistencia, no por casualidad, sino porque su posición en la sociedad italiana les llevó a la cabecera de la gran batalla contra el fascismo y para la reconquista de la libertad, para la renovación social de Italia…» (7).
Con las huelgas de 1943 y con la huelga general de 1944 la clase obrera dio un espaldarazo determinante a la ocupación nazi y al colaboracionismo fascista, abriendo el camino de la insurrección general del 25 de abril de 1945.
En el día de la memoria, no se quiere hablar de los 12.000 obreros deportados, porque de hacerlo sería necesario recordar que los mismos patronos que habían entregado a los verdugos nazis y fascistas las vanguardias de la lucha, destinándolas a la tortura, el fusilamiento o la deportación a los campos de exterminio, esos mismos patronos, salidos después de la Liberación de sus cómodos refugios helvéticos, y una vez reasegurados del desarme de los partisanos impuesto por los aliados, aislaron, persiguieron y despidieron a los mismos obreros que con las armas habían salvado a las fábricas de la destrucción de los nazis en retirada y se las habían restituido indemnes.
«La fábrica no tiene que ser una prisión» denunciaba Pietro Secchia en un discurso al Senado el 13 de marzo de 1953. «En Milán, la sociedad Montecatini tiene a sueldo a centenares de guardias armados de la policía y de las ex brigadas negras, que trabajan en los establecimientos para registrar a los obreros a la entrada y a la salida, para hurgar en sus casillas en búsqueda de una octavilla sindical, comunista o socialista, para impedir que la comisión interna durante las horas de trabajo pueda hablar con los obreros, para escuchar si los obreros hablan de política, para controlarlos incluso cuando van al cuarto de baño. En Milán, el pasado diciembre, un propietario de una empresa, ciudadano extranjero por lo demás, despidió a dos obreras aduciendo, abierta y descaradamente, que habían participado en el Congreso de la Cámara de Trabajo.[…] Esto es el fascismo que vuelve….» (8) Pero de esto no se quiere hablar. 3
Cuando se habla de los deportados en los campos de exterminio es justo recordar a los homosexuales (los «triángulos rosas»), que sufrieron indeciblemente y a menudo encontraron la muerte, y más ahora que el Vaticano incluye a estos ciudadanos en sus renovadas excomulgaciones y pretende limitar sus derechos civiles.
Pero hay también otra «categoría» de internos en los campos, los «triángulos rojos», los detenidos políticos, a veces calificados eufemísticamente como «opositores al régimen» o simplemente olvidados. De los centenares de miles de detenidos en los campos de concentración y en las cárceles fascistas y nazis, de torturados y condenados a muerte, de fusilados, de ahorcados, incluso de guillotinados, no se habla o se habla entre dientes: los antifascistas, los comunistas, los partisanos, que desde todos los rincones de Europa rescataron el honor de nuestro país invadido, ocupado, gobernado por siervos colaboracionistas. Es una infamia denigrarlos y es una vileza olvidarlos.
Es un deber hablar de ellos para honrarlos. Empecemos por la situación más difícil que tuvieron que afrontar: la Alemania nazi. El nazismo, que ocupa el primer lugar en el número de lutos y en el alcance de la ruina que causó en los países ocupados, había primero instaurado un régimen de terror en su propio país.
Es necesario, sobre todo, recordar que en el macabro listado de los campos de concentración y exterminio, cuyos nombres son tan tristemente conocidos en todo el mundo, a menudo no se incluyen algunos campos de concentración menos notorios, que sin embargo constelaron el territorio de muchos países, tanto los de régimen fascista, como los ocupados por los fascistas y los nazis (9).
Los más importantes surgieron en Alemania con el ascenso al poder de Hitler.
«Los primeros campos de concertación surgieron como hongos durante el primer año de gobierno de Hitler: a finales de 1933 había ya medio centenar, casi todos instaurados por las SA para dar a sus víctimas una buena paliza y pedir un rescate a sus parientes o a sus amistades por una suma proporcional a sus posibilidades.» (10) «Poco después de la purga de Röhm (11), Hitler puso los campos de concentración bajo control de las SS (Schutz-Staffeln, «Escuadras de Protección») que se pusieron a organizarlos con la eficiencia y absoluta falta de piedad que caracterizan a este cuerpo elegido. El servicio de guardia fue confiado en exclusiva a las unidades «Cabezas de muerto», cuyos miembros se reclutaban entre los nazis más fanáticos y llevaban la conocida insignia de la calavera en la casaca negra (12).
«Los [campos] más importantes eran (hasta el inicio de la guerra, momento en el que se extienden también a los territorios ocupados): Dachau en Munich, Buchenwald en Weimar, Sachsenhausen […] en Berlín, Ravensbrück en Meclemburgo (para mujeres) y, después de la ocupación de Austria en 1938, Mauthausen en Linz. Estos nombres, junto a los de Auschwitz, Belsec e Treblinka, campos que se crearon algo más tarde en Polonia, estaban destinados a ser demasiado familiares en casi todo el mundo.»(13) En ellos, aunque su finalidad todavía no era el exterminio, reinaba un régimen de terror. Valga de ejemplo un artículo del reglamento del campo de Dachau (después trasladado al resto de los campos):
«Art. 11. Será ahorcado como agitador cualquiera que haga política, de discursos, instigue, forme asociaciones, se demore con otros; aquél que, con el fin de proporcionar a la propaganda de la oposición episodios de atrocidad, recoja informaciones verdaderas o falsas sobre el campo de concentración, recopile estas noticias, las conserve, hable de ellas a otros, las propague a escondidas a visitantes extranjeros, etcétera» (14).
Por detenerse en el ejemplo de Alemania, se calcula que desde el inicio al fin del régimen hitleriano, se realizaron 32.000 ejecuciones capitales (con sentencia de tribunal civil o militar) de ciudadanos del Reich condenados por oposición al nazismo y a la guerra nazi o por deserción de la misma. Hay que tener en cuenta que esta cifra es irrelevante respecto al número de ciudadanos que murieron, de forma violenta o no, por motivos políticos o raciales; los detenidos en los campos de concentración, de los que alrededor de medio millón no volvieron; los sorprendidos por la Gestapo, las SS, las SA, asesinados al ser arrestados o durante el interrogatorio; los militares, en los países ocupados, ajusticiados por haberse unido a los partisanos (15).
En los libros de historia y en la propaganda burguesa no se olvida citar el intento de golpe de estado para propiciar la caída del régimen nazi, que debería haberse iniciado con un atentado para asesinar a Hitler. Es el conocido complot del 20 de julio de 1944, urdido por las altas jerarquías militares y exponentes de la burguesía imperialista. Como es sabido, el complot falló y en cualquier caso, si hubiera tenido éxito, se hubiera limitado a sustituir el nazismo por un régimen autoritario, militarista, que pretendía restablecer las viejas relaciones de alianza con las potencias imperialistas en clave antisoviética.
Lo que se debe recordar, por el contrario, es que este régimen de terror no impidió la formación y la acción de grupos políticos clandestinos. Además del grupo denominado la «Rosa blanca», el más conocido por su inspiración ético-religiosa y la radicalidad de sus objetivos, por el impacto emotivo de la extremada juventud y de la determinación que llevó al sacrificio a sus protagonistas, hubo numerosos grupos políticos clandestinos que operaron en el interior, en coordinación con la emigración en el exterior. De sus heroicos intentos no se habla casi nunca, dando pie, a partir del amplio respaldo de masas que efectivamente tuvo el régimen nazi, al menos hasta su derrota final, al lugar común alemanes = nazis, profundamente injusto para todos aquellos valientes que osaron oponerse en condiciones dificilísimas.
El nazismo había destruido todas las organizaciones de la clase obrera, pero aún así, en los primeros dos años de poder hitleriano hubo muchas huelgas en las principales fábricas, por motivos económicos (a causa del recorte de los salarios), pero también de contenido político, contra los despidos de obreros non gratos al régimen y en solidaridad con los perseguidos políticos. El partido comunista, obligado a pasar a la clandestinidad, no cesó nunca de operar en el interior, y al hilo del VII Congreso de la Internacional Comunista, impulsó la formación de un «frente unido» con el partido socialdemócrata, que había superado su tradicional anticomunismo con el manifiesto de Praga de 1934. Los vínculos con la emigración, compuesta sobre todo por intelectuales que trataban de representar, frente al mundo entero, das beste Deutschland, lo mejor de Alemania, funcionaron con la difusión de prensa ilegal, realizada en el exterior, al menos hasta que Checoslovaquia fue invadida por las tropas del Tercer Reich.
Hubo intentos, incluso consistentes, de coordinación entre los diversos grupos de la resistencia. Citamos, a título de ejemplo, el núcleo anti-nazi más importante, de indudable influencia comunista, que se formó antes del estallido de la guerra. El grupo fue denominado por la policía nazi Rote Kapelle, «orquesta roja».
«El carácter político de la Rote Kapelle se puede definir como frente popular de amplio espectro antifascista; su principal actividad fue la propaganda y la solidaridad con los perseguidos políticos y raciales, pero también el apoyo activo a los movimientos de resistencia en los territorios ocupados por los nazis. Tras la agresión contra la Unión Soviética, el grupo intensificó la actividad de propaganda y llegó incluso a establecer contacto radiofónico con la URSS.» (16). La violenta represión por parte de la Gestapo, con sesenta condenas a muerte, puso fin a la valiente actividad del grupo.
Recordemos finalmente, aunque sea de forma breve, que los súbitos reveses de las fuerzas armadas alemanas pusieron en crisis el respaldo al nazismo de los sectores menos politizados y concienciados de la población, favoreciendo las acciones de propaganda contra la guerra y de sabotaje de la producción de material bélico. «¡La derrota de Hitler no es nuestra derrota, sino nuestra victoria!» era la consigna de un importante grupo comunista de Hamburgo, de composición mayoritariamente obrera, promotor de la organización comunista centralizada con la reagrupación de varios núcleos clandestinos. También esta red fue desmantelada en septiembre de 1944, con la condena a muerte de sus principales dirigentes y centenares de otras condenas que dan testimonio de su amplitud.
Pero de esto no se quiere hablar porque el sacrificio de sangre, la heroica actividad de los antifascistas, tras la caída de Hitler, la derrota del ejército hitleriano, el fracaso de las ideologías nazis, hubiera debido llevar al renacimiento de una Alemania libre y democrática. Habría que recordar que las solemnes declaraciones firmadas en Postdam el 2 de agosto de 1945, por parte de los aliados occidentales y la Unión Soviética, que ocupaban respectivamente el territorio occidental y oriental de Alemania, parecían reconocer estos principios. En ellas se afirmaba: «El militarismo alemán y el nazismo serán extirpados y los Aliados adoptarán de común acuerdo, en el presente y el porvenir, las medidas necesarias para que Alemania no pueda volver a amenazar a sus vecinos y a la paz mundial. No está entre las intenciones de los Aliados el destruir o reducir a la esclavitud al pueblo alemán. La intención de los Aliados es dar al pueblo alemán la facultad de rehacer su propia vida sobre bases democráticas y pacíficas.» (17)
Esta declaración implicaba la depuración de las instituciones y de la administración de la nueva Alemania de todos aquellos que habían apoyado el nazismo y, especialmente, en la medida en que era evidente que sin el apoyo de las grandes corporaciones industriales Hitler nunca habría alcanzado el poder, los firmantes se comprometieron a «eliminar los actuales excesos de concentración de poder económico que, [en Alemania] se caracteriza en particular por los carteles, trusts y otros organismos de carácter monopolístico.» (18)
De esto no se quiere hablar porque los acuerdos de Postdam fueron violados por las potencias occidentales.
Los expertos de la comisión del Gobierno Militar americano en Alemania, que debía haberse ocupado de la «descartelización», renunciaron uno tras otro, denunciando que las injerencias de altos cargos del gobierno y de las principales sociedades capitalistas estadounidenses habían impedido que la comisión alcanzara los objetivos para los cuales había sido constituida; sus maniobras, por el contrario, habían impedido que los principales industriales y banqueros alemanes que habían dado apoyo a Hitler fueran llevados a los tribunales, en la medida en que se sostenía que «quien había ayudado a Hitler era el mejor colaborador de los Americanos en la lucha contra el bolchevismo» (19).
En lo que respecta a la desnazificación, es conocido el reclutamiento de las SS en los servicios de inteligencia estadounidenses, al igual que es conocida la operación ODESSA (Organización de los Veteranos de las SS) que permitió la salida de los bienes materiales de los nazis fuera de Europa y creó las redes de fuga de las SS. «Desde cualquier rincón de Alemania los senderos de la fuga llevaban a Menningen, en Baviera, después a Roma y, finalmente, vía mar, a las numerosas colonias para nazis que se habían creado en el hemisferio sur.»(20)
De todo esto no se quiere hablar porque habría que recordar que la guerra fría ya se había declarado y que tenía repercusiones en todos los ámbitos. Por este motivo, por ejemplo, en las zonas ocupadas por los ingleses y los americanos, la prensa alemana, por disposición de las autoridades de la ocupación que en la práctica la controlaban, había adquirido tonos y contenidos violentamente anticomunistas, comparables a los que estaban en boga durante el régimen nazi.
Con estas premisas, la conferencia de Londres entre las potencias vencedoras, que hubiera debido llegar a un acuerdo para el futuro de Alemania, se hizo fracasar. El proyecto de unificación de Alemania fue relegado y, por el contrario «… el 7 de junio de 1948, los ministros de exteriores de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Holanda decidieron unilateralmente la formación de un gobierno de la Alemania Occidental y once días más tarde procedieron a una reforma monetaria también unilateral que rompía la unidad económica de Alemania.» (21)
De todo esto no se quiere hablar porque sería necesario recordar que el espíritu con el cual la URSS había sostenido que no se hiciera pagar al pueblo alemán las culpas del nazismo era el mismo que, al acabar la primera guerra mundial, había inspirado el tratado de Rapallo, no un simple tratado comercial entre Alemania y la República Soviética, sino el intento, por parte de esta última, de tender una mano al pueblo alemán, postrado por las condiciones impuestas por la paz de Versalles, en nombre del principio del internacionalismo proletario que debía guiar las relaciones entre los pueblos. En Postdam, así como en Rapallo, el objetivo de los Soviéticos era evitar que en la Alemania derrotada se desarrollaran los sentimientos de rencor y desquite, las malas hierbas del nacionalismo reaccionario y el revanchismo, que habían constituido el caldo de cultivo del nazismo.
De todo esto no se quiere hablar porque sería necesario denunciar la responsabilidad de las potencias occidentales a la hora de hacer fracasar los principios reafirmados en Postdam, conducentes a la creación de una Alemania unida, democrática y pacífica que hiciera finalmente realidad los ideales de los patriotas que habían osado desafiar al régimen nazi y habían tenido que pagar con sufrimientos indecibles esta elección. Los intereses de los gobiernos occidentales y los grandes monopolios prevalecieron en el intento de hacer de Alemania Occidental un bastión contra la Unión Soviética y el comunismo.
Alemania Oriental se constituyó como República Democrática Alemana tan solo en 1949, y en ella fue posible establecer las bases de una sociedad democrática, inspirada en la justicia social y en la fraternidad entre los pueblos. 4
Ante la imposibilidad de hacerlo en el espacio de un artículo, remitimos a la obra más citada (22) para una reseña de las formas de represión y de la Resistencia en los países europeos ocupados por los nazis y los fascistas durante la segunda guerra mundial, en presencia o no de gobiernos colaboracionistas. En esta ultima parte de nuestro escrito nos detendremos en las especificidades de la situación en nuestro país, y, en este marco, en el papel de los deportados políticos.
En Italia hubo dos centros de internamiento para la deportación a los campos de exterminio en Alemania o las zonas ocupadas por los nazis: Borgo San Dalmazzo (Cuneo) y Fossoli di Carpi (Modena). Un campo de concentración de las SS fue instituido en Risiera di San Sabba (Trieste), en la zona bajo administración militar alemana, donde funcionaron los hornos crematorios. (23)
De los 44.000 italianos deportados a los campos, 8.383 deportados políticos fueron asesinados o murieron de extenuación por los trabajos forzados (24). Para ellos, los señalados con el triángulo rojo, en el día de la memoria, no hay ningún homenaje en particular. Y sin embargo, ellos representaban en los campos los sectores más conscientes de la revuelta contra el fascismo: les animaba no solo la desesperada voluntad de sobrevivir, sino la certeza de haber hecho una elección justa, la esperanza y la voluntad de construir una sociedad radicalmente distinta. Al igual que en la Resistencia armada de la que hablaremos en breve, los detenidos políticos antifascistas y, sobre todo, comunistas, que venían de la experiencia de la clandestinidad, del exilio, de la guerra española, del confinamiento y las cárceles fascistas, llevaban con ellos, aún en el régimen brutal de los campos de concentración, la conciencia de la dignidad humana y la solidaridad.
En esos campos, en los que se peleaba por una zanahoria, «… guardo en mi mente magníficos recuerdos de solidaridad, cuando (…) al hermano agonizante se le da el último trozo de pan para que aún pueda vivir un cuarto de hora; cuando los compañeros, los comunistas especialmente, organizan entre ellos el «colectivo» y se ven obligados (es una obligación que ellos mismos se imponen) a dar al colectivo todo el pan, toda la sopa que tienen y repartirla entre los compañeros, de modo que el que más tenga pueda compartirlo con los demás» (25).
Pero no se quiere recordar estas cosas. En un contexto de criminalización de los comunistas, no es conveniente rastrear la génesis de la Resistencia y la insurrección popular.
«Nunca hubo -lo hemos dicho otras veces- ni en Milán, ni en ninguna otra localidad, ese fenómeno que quizás ahora se quiere idealizar, el fenómeno de un país que al ser invadido por los alemanes es capaz de romper con la lacra de veinte años de dictadura y coger las armas contra los ocupantes y los traidores fascistas. […] No hubo, en modo alguno, ese enrolamiento espontáneo en las formaciones partisanas. Las dificultades a vencer no eran pocas, especialmente al principio. El país estaba ocupado por los alemanes y se sabía hasta qué punto estaban armados y eran feroces. Ellos lo tenían todo y nosotros no teníamos nada. Sin base de operaciones, sin armas, no solo sin carros armados, sino también sin fusiles, sin pistolas… sin medios para empezar ninguna guerra. […] Hacerlo parecía una locura, y de hecho muchos nos tildaron de locos» [26].
Esos «locos» eran los cuadros del Partido Comunista Italiano, el único partido que durante el régimen fascista había conservado una dirección en el interior. Sus cuadros entraban en Italia de forma clandestina, hacían de enlace entre la dirección en el exterior y los grupos de militantes que habían permanecido en el país, introduciendo la prensa y la propaganda ilegal, volviendo a tejer la organización del partido y del movimiento sindical disueltos durante el régimen fascista.
«… Nosotros nos quedamos en Italia, trabajamos en Italia, porque nosotros somos el partido de la clase obrera italiana y la clase obrera italiana no está en Francia, ni en China, ni en Australia, está en Italia. Nos quedamos en Italia, trabajamos en Italia porque no pensamos que la derrota del fascismo sea posible sin la intervención de las masas trabajadoras y sin la dirección obrera de esta intervención.» (27)
Había sido una elección justa, que solo al cabo de algunos años fue seguida por otros movimientos antifascistas que acabaron convenciéndose de la necesidad de reemprender la lucha organizada en Italia (28). Una elección que sentó las bases del papel fundamental que jugó el PCI, en el marco del CNL (Comité Nacional de Liberación) de cara a la transformación de los grupos iniciales de fugitivos, que se habían echado al monte después del 8 de septiembre de 1943 para sustraerse al reclutamiento en el ejército de la República de Saló y evitar las batidas alemanas, en destacamentos, brigadas y finalmente en un ejército partisano.
«Se sabe que alrededor de la mitad de los efectivos de combate de los partisanos italianos se encuadraron en las Brigadas de asalto Garibaldi, en cuanto a los «gapistas», es decir a los audaces terroristas [sic! Evidentemente para Spriano este término no tenía su actual connotación demonizada. Ndr.] que componían los Grupos de acción patriótica, es un hecho universalmente reconocido que eran comunistas alrededor del 80-90%, por no hablar de la dirección de las luchas y las huelgas de la clase obrera. Es así que un ejército de decenas de miles de personas es impulsado y después organizado y conducido en combate por uno u otro cuadro comunista forjado tras diez, quince, veinte años de militancia en la clandestinidad, en la prisión, en la emigración. Este es el dato que parece una demostración perfecta de la famosa afirmación estalinista según la cual «los cuadros lo deciden todo» (29).
De todo esto no se quiere hablar. Porque de hacerlo, sería necesario recordar que las actuales corrientes revisionistas y reaccionarias que van desde la crítica a la «retórica» de la Resistencia hasta su denigración, desde la comprensión de los «muchachos de Saló» a la condena por la exposición del cadáver de Mussolini y sus jerifaltes en plaza Loreto, no son nuevas, que la denigración y la criminalización de la Resistencia comenzaron mucho tiempo atrás, a partir de la disolución de las formaciones partisanas, de la desautorización del CNL, de la restauración en el poder de los monopolios capitalistas y de las fuerzas políticas que los representan. Tendencias reaccionarias que, ya en curso desde 1947, se recrudecieron después de las elecciones del 18 de abril de 1948, cuando con todos los medios de propaganda, de terror y de corrupción y con el apoyo del Vaticano y de los Estados Unidos, la Democracia Cristiana conquistó la mayoría del Parlamento y el gobierno de nuestro país.
El compendio más completo de la criminalización de la lucha partisana, respaldado por una puntual documentación, fue planteado y denunciado con fuerza por Pietro Secchia en su discurso ante el Senado del 2 de octubre de 1948, al cual nos remitimos para completar la información. (30)
Veamos los puntos más destacados. Pietro Secchia exhortó sobre todo a los parlamentarios que se sentaban en los bancos del gobierno a asumir la responsabilidad de las órdenes emanadas del CLN el día después de la Liberación, suscritas por los representantes de todos los partidos que formaban parte de este comité.
Vale la pena, para refrescar la memoria de los desmemoriados y para informar a los más jóvenes, reproducir por entero el decreto emanado, en la prefectura dirigida por Riccardo Lombardi, por parte del CLNAI (Comité de Liberación Nacional de la Alta Italia), en su primer acto, en el momento de la insurrección victoriosa y la Liberación:
«El Comité de Liberación Nacional de la Alta Italia, delegado del único gobierno legal italiano, en nombre del pueblo y de los Voluntarios por la Libertad, asume todos los poderes de administración y de gobierno para la continuación de la guerra de Liberación en el flanco de las Naciones Unidas, por la eliminación de los últimos restos del fascismo y por la tutela de los derechos democráticos. Los italianos deben darle pleno apoyo. Todos los fascistas deben hacer acto de rendición a las autoridades del Comité de Liberación Nacional y entregar las armas. Aquellos que se resistan serán tratados como enemigos de la patria y como tales serán exterminados (El subrayado es de la redacción).
Firmado: el CLNAI. Palacio de la Prefettura 26.4.1945. Luigi Longo (Gallo) del Partido Comunista Italiano, Emilio Sereni del Partido Comunista Italiano, Ferruccio Parri del Partito de Acción, Leo Valiani del Partito de Acción, Achille Marazza del Partido de la Democracia Cristiana, Augusto De Gasperi del Partido de la Democracia Cristiana, Giustino Arpesani del Partido Liberal Italiano, Filippo Jacini del Partido Liberal Italiano, Rodolfo Morandi del Partido Socialista de Unidad Popular, Sandro Pertini del Partido Socialista de Unidad Popular.
Los firmantes de un decreto tan contundente, difundido en decenas de miles de copias, a un pueblo en armas -denunciaba Secchia- deben asumir la responsabilidad y defender a los partisanos que ajusticiaron a los fascistas, a los espías, a aquellos que habían colaborado con los nazis para llevar a cabo los más execrables delitos. Por el contrario, los partisanos fueron incriminados, arrestados y detenidos ilegalmente en las casernas de los «carabinieri», donde eran sometidos a malos tratos y torturas e incluso se les obligaba a cavar las fosas donde se enterraban a los ajusticiados. Que no se trataba de casos aislados está demostrado por el alto número de partisanos recluidos y encarcelados durante largos períodos. Solamente en la provincia de Modena, de 18.411 partisanos combatientes, 3.500, el 20%, fueron interrogados en 18 meses. La infame acusación era siempre la misma: homicidio por rapiña. Una acusación que en la inmensa mayoría de los casos se desestimaba durante la instrucción o bien acababa en absolución tras el proceso judicial. Pero no había ningún tipo de resarcimiento por las humillaciones, los malos tratos y las injustas detenciones sufridas por los partisanos, sino que, todo lo contrario, la prensa reaccionaria, que se había apresurado a enfangarlos, se guardaba muy bien después de hacerles justicia.
Pietro Secchia, con un listado detallado de los arrestos ilegales, los malos tratos, las torturas y las encarcelaciones, acusaba abiertamente a la política del gobierno, y en particular al Ministerio de Interior, a cuyo frente estaba Scelba, de ser conscientemente responsable de la persecución de los partisanos.
Igualmente firme fue la denuncia del parlamentario comunista, en el mismo discurso al Senado, acerca de la composición de las fuerzas policiales. Después de haber recordado que los cerca de 5.500 partisanos que habían sido reclutados para las fuerzas de la policía después de la Liberación habían sido, uno a uno, alejados por su presunta incapacidad de ser imparciales, Secchia denunciaba que los hombres «imparciales», designados por el ministro de Interior eran, en un porcentaje notable «…ex-miembros de la policía fascista, «ex-repubblichini», ex-capos de la OVRA. Entre ellos hay por tanto muchas de aquellas dignísimas personas que durante veinte años han servido fielmente al régimen de Mussolini, responsables de innumerables delitos urdidos y consumados durante las dos décadas fascistas…» (32).
Pietro Secchia concluía su acta de acusación contra el gobierno con la denuncia de la reanudación del fichaje policial a los políticos, no solo en las comisarías, sino también con la creación del «Registro Político Central» del Ministerio de Interior. Los calificativos más que elocuentes utilizados para fichar a los partisanos y militantes comunistas y socialistas eran: «violentos, políticos, capaces de actos de terrorismo». De todo esto no se quiere hablar. 5
Hemos abierto esta reseña de recuerdos y hechos con una fecha oficial, el 27 de enero, establecida por ley como el «día de la memoria». Terminamos con otra fecha a la que se ha dado mucho relieve, aunque un solo sentido, por parte de los principales medios de comunicación. Se trata de la institución, a propuesta de la Alianza Nacional, del denominado «día del recuerdo», a celebrarse el 10 de febrero (fecha de la ratificación del Tratado de París de 1947, según el cual Italia tuvo que ceder a Yugoslavia una gran parte de Istria) para conmemorar la tragedia de las «fobie» y el éxodo de la población italiana de los territorios que pasaban a jurisdicción yugoslava. El intento de los proponentes fascistas es evidente: contraponer a los crímenes nazis (redimensionados, cuando no simplemente negados) los crímenes de los partisanos de Tito y por extensión del «régimen» comunista que se instauraría en Yugoslavia. En este intento tampoco falta un punto nostálgico de revanchismo por las «tierras irredentas».
Pero lo que no debería se tan evidente es la aceptación por parte del presidente de la República y de los políticos de todos los colores, derecha, centro e «izquierda» revisionista, de una historia demediada, que se inicia en 1945 y extiende un manto de olvido sobre la discriminación y la desnacionalización que sufrieron los pueblos eslavos a manos de los gobiernos monárquico-fascistas en el período de entreguerras, sobre la invasión nazi y fascista de Yugoslavia durante la segunda guerra mundial, sobre los estragos de la población eslovena, sobre las represalias de los «camisas negras», sobre las deportaciones a los campos de concentración, entre otros el tristemente famoso de Arbe.
Esta evidente falsificación de la historia acaba por respaldar el infame paralelismo entre nazismo y comunismo y, en nombre de la condena a la violencia «venga de quien venga», pone en el mismo plano a carniceros y victimas, proponiendo una paz sin verdad ni justicia. No podemos abrir aquí otro capítulo para reconstruir la otra mitad de la historia, instrumentalmente ocultada por parte de la mayoría de los medios de información (con algunas loables excepciones (33)) convertidos ahora en megáfono de la propaganda anticomunista.
Solo podemos remitir a las numerosas investigaciones históricas que han reconstruido el contexto histórico en el que se desarrollaron aquellos trágicos hechos.
Hemos mencionado la fecha del 10 de febrero, que debería hacer de contrapeso del 27 de enero, para subrayar la exhortación innumerablemente repetida (véase la intervención de Fassino en el Corriere della sera del 9 de febrero de 2006) a construir la así denominada memoria «compartida», que pasando por la condena a todos los «totalitarismos», pusiera las bases de una Europa democrática de donde seria erradicado el racismo y las discriminaciones étnicas y religiosas. Por tanto, la imagen de una sociedad ideal, en la cual triunfe el respeto de los «derechos humanos» y en la cual los crímenes y los errores del siglo que acaba de pasar no se repitan «nunca más».
No nos sorprende que Fassino, Violante y socios, que desde hace tiempo han abjurado de los ideales comunistas, extraigan esta moraleja de los hechos del pasado. A otros que aún se tienen por comunistas querríamos pedirles que se abstengan de tanta hipocresía y que miren a su alrededor, que aprendan de la realidad que les rodea aquí y ahora.
El apoyo directo e indirecto de los estados de la Unión Europea, el aval de la ONU a las guerras desencadenadas por los Estados Unidos en nombre de la paz y de la democracia, primero en la ex Yugoslavia, en Irak después, no han conseguido la pacificación de estas zonas, pero sí que han reforzado las divisiones étnicas y religiosas. Los estragos nazis se han reproducido en los bombardeos «quirúrgicos» que tanto daño han hecho a las poblaciones civiles, que han destruido ciudades, países, centros productivos y estructuras esenciales para la supervivencia. Las prisiones de Guantánamo y de Abu-Ghraib, los secuestros de los presuntos «terroristas», su deportación clandestina a lugares de tortura desconocidos, han hecho revivir todas las prácticas extrajudiciales, los malos tratos y los asesinatos alegales propios de los regímenes nazi-fascistas. No hace falta reivindicar la concepción materialista y dialéctica de la historia, la realidad habla como un libro abierto.
La lógica del imperialismo es la lógica inscrita en el modo de producción capitalista: la del máximo beneficio. Por ello los grupos imperialistas estadounidenses, europeos, asiáticos etc., y sus gobiernos están dispuestos a fomentar guerras civiles, a exacerbar los conflictos étnicos- religiosos en los países ex coloniales para así explotar mejor sus enormes riquezas naturales; están dispuestos a azuzar las reivindicaciones nacionalistas para crear el máximo de dependencia económica y política de los países que formaron parte de la Unión Soviética y del campo socialista, están dispuestos a asediar económicamente y a minar con cualquier medio, incluso incitando a la subversión interna, la integridad de los países «del eje del mal», es decir, los países culpables de revindicar su soberanía nacional y su autonomía en las relaciones económicas. Sobre ellos, sobre Cuba, sobre Venezuela, sobre Corea del Norte, planea de continuo la amenaza de invasión armada. En lo que respecta a Siria, y sobre todo a Irán, ya se han dado los primeros pasos para preparar una nueva guerra de agresión, una vez más con el tácito acuerdo de la UE y con el aval de la ONU que, por impotencia y sumisión a USA, se parece cada vez más a la Sociedad de las Naciones, súcubo de las potencias imperialistas occidentales y fallida con el estallido de la segunda guerra mundial.
Por todo esto, si es justo hacer hincapié en la consigna «Ahora y siempre Resistencia», si hemos de rebatir las regurgitaciones nazi-fascistas, hemos de ser conscientes de que el nazismo y el fascismo non son más que la forma más extrema de ordenamiento de los estados capitalistas; hemos de ser conscientes de que resistencia hoy significa lucha antiimperialista.
En nuestro país y en Europa significa luchar contra las formas de opresión y explotación capitalista, por el derecho al trabajo, a la vivienda, a la educación, a la salud, por la defensa de las libertades fundamentales. A escala internacional (esta vez denominada, a propósito, «global») significa luchar contra todas las guerras imperialistas, significa alinearse con determinación del lado de la resistencia del pueblo iraquí, del pueblo palestino y de todos los pueblos que luchan por su independencia y su liberación.
En el internacionalismo proletario revive el auténtico espíritu de la Resistencia y solo con la victoria contra el imperialismo se recuperará la esperanza de un futuro de paz y de justicia social y la realización de los ideales por los cuales lucharon y murieron los comunistas y los antifascistas en el mundo entero.
Adriana Chiaia
Milán, 13 de febrero de 2006
Notas
[1] Primo Levi, La tregua, Einaudi, Torino, 1963, pp. 9-11.
[2] Lettere di condannati a morte della Resistenza europea, Einaudi editori, 1954, p. 693.
[3] Ibidem, p. 695.
[4] Ibidem, p. 696.
[5] Paolo Spriano, Storia del Partito Comunista Italiano. V. La Resistenza. Togliatti e il partito nuovo. Einaudi, Torino, 1975, p.78.
[6] Filippo Gaja, Il secolo corto. La filosofia del bombardamento. La storia da riscrivere, Maquis Editorial, Milano, 1994, pp. 62 y siguientes.
[7] Pietro Secchia, «Lotta armata e lotta di massa a Milano» en Fascismo e antifascismo (1936-1948). Leziomi e testimonianze, Feltrinelli, Milano, 1962, p. 610.
[8] Pietro Secchia, La resistenza accusa. 1945-1973, Gabriele Mazzotta editor, Milano, 1973, pp. 176-177.
[9] Sobre la génesis histórica y la ubicación geográfica de los campos de concentración y de exterminio, véase: Sterminio in Europa tra due guerre mondiali, folleto a cargo de la Asociación Nacional ex-Deportados políticos en los campos Nazis (ANED), Milano, via Bagutta 12. Reproducción en formato reducido de una muestra de 40 paneles, a disposición de las escuelas y de las asociaciones.
[10] William L. Shirer, Storia del Terzo Reich, Giulio Einaudi editore, 1962, p. 297.
[11] Röhm, comandante de las SA (Sturm-Abteilungen, Tropas de Asalto) fue aasesinado en Monaco-Stadelheim junto con cerca de 120 capos de las SA.
[12] Storia del Terzo Reich, Op. cit., p. 298.
[13] Ibidem, p.298.
[14] Ibidem, pp. 298- 299.
[15] Datos extraidos de: Lettere di condannati a morte della Resistenza europea. Op. cit. pp. 240-241.
[16] Enzo Collotti, La Germania nazista. Dalla repubblica di Weimar al crollo del Reich hitleriano, Einaudi, 1962, p. 294. Obra a la que remitimos para un relato más completo de la oposición al nazismo.
[17] Il secolo corto, Op. cit., p. 280.
[18] Ibidem, p. 280.
[19] Citado en: Il secolo corto, Op. cit., p. 281, a la que remitimos para mayores detalles.
[20] Ibidem, p.259.
[21] Ibidem, p.284.
[22] Lettere di condannati a morte della Resistenza europea, Op. cit.
[23] Sobre la particularidad de este campo de concentración, sobre sus múltiples funciones, tanto como para ser definido como un «microcosmos» de las diversas formas de represión nazis, véase la reseña «La deportazione dalla Risiera di San Sabba», di Tristano Matta, en Atti del convegno di Trieste sulle tragedie del Confine orientale, jornada celebrada en clausura del XIII Congreso de ANED, Trieste, septiembre 2004.
[24] Según los datos de la Enciclopedia Italiana, Apéndice II, entrada «Campi di concentramento».
[25] Fascismo e antifascismo (1936-1948). Lezioni e testimonianze, Op. cit., Testimonio de Piero Caleffi: «I campi di sterminio», p.435.
[26] Ibidem, Testimonio de Pietro Secchia: «Lotta armata e lotta di massa a Milano», p.601.
[27] Palmiro Togliatti, «Il nostro partito» en Lo Stato operaio, n.3, marzo 1928. Citado en La Resistenza accusa, Op. cit., p.364.
[28] De los 4.671 condenados del Tribunal especial, 4.030 eran comunistas, 13 socialistas, 42 pertenecían al movimento Giustizia e Libertà, 22 anárquistas, 6 republicanos, 323 antifascistas sin otra filiación, 203 antifascistas y patriotas eslovenos y 32 objetores de conciencia por motivos religiosos. Ibidem, Nota a p. 360.
[29] Storia del Partito Comunista Italiano. V. La Resistenza. Togliatti e il partito nuovo, Op. cit., p.58.
[30] La resistenza accusa 1945 – 1973. Op. cit., pp. 66-96.
[31] Ibidem, p.70.
[32] Ibidem, p.84.
[33] Véase, por ejemplo, Il manifesto del 10 febrero 2006, que publica la clarificadora entrevista de Galliano Fogar, historiador del Instituto para la Historia del Movimento de Liberación en Friuli – Venezia Giulia.