Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Recordando a Francisco Fernández Buey (1943-2012) (Entrevistas a Xesús Alonso Montero y Perfecto Andrés Ibáñez)

Salvador López Arnal

Nueve años después del fallecimiento del autor de La gran perturbación (reeditado recientemente por El Viejo Topo) y de tantos otros libros imprescindibles, es justo y necesario seguir recordando su obra y su comprometido estar en el mundo. Incluimos hoy en este recuerdo sendas entrevistas, publicadas en El Viejo Topo de julio-agosto, a dos personas muy próximas a él, su profesor de Literatura de secundaria, Xesús Alonso Montero, y su amigo palentino de juventud, Perfecto Andrés Ibáñez.

Entrevistas de interés, en mi opinión, para toda la ciudadanía interesada en asuntos culturales y políticos, para todos/as los que nos reconocemos en la obra y en el hacer del autor de Marx (sin ismos) y Leyendo a Gramsci, especialmente, para quien escriba, más pronto que tarde, una biografía político-filosófica y humana de este maestro de muchos de nosotros, de este grande del pensamiento (miembro sin alardes de la Academia de Ciencias de Estados Unidos), de la filosofía y la praxis emancipadora, consistente y autocrítica, al que seguimos echando mucho en falta.

Hablando de maestros y amigos, aprovecho la ocasión para recordar las palabras que le dedicó otro profesor no olvidado, Juan Carlos García-Borrón (1924-2003), en su España siglo XX. Recuerdos de observador atento, Barcelona: Ediciones del Serbal, 2004, pp. 166-167:

«[…] Mientras [finales de los sesenta], en la Universidad de Barcelona, yo había tratado a nuevos estudiantes y conocido a profesores jóvenes. Entre estos, Eugenio Trías [1942-2013] y Xavier Rubert de Ventós [1939], más llamado a la política (si bien por no mucho tiempo) el segundo que el primero, aunque también este seguía con atención e interés el desarrollo de los acontecimientos. Estudiantes míos, a los citados al hablar de mi entrada en la facultad añado aquí, en particular por la notoriedad que adquiriría entre sus compañeros y en seguida ante el público en general, a Guillermina Motta [1942], y de modo muy especial a otro futuro maestro universitario, Paco Fernández Buey. A ambos les conocí algo más tarde, en mis clases de historia en la filosofía española, cuando terminaban su licenciatura.

En un principio reparé en Fernández Buey por su calidad intelectual y su comportamiento estudiantil irreprochable, en un tiempo en que aquello no era lo más general (en ciertos casos, porque estudiantes conscientes estaban más por la protesta que por la disciplina académica, y en bastante otros porque muchos se aprovechaban del ambiente general de rebeldía para frecuentar más el bar que las aulas). Su papel de líder del proyecto sindical universitario sólo lo conocí con motivo del encierro en los Capuchinos [formación del SDEUB, el Sindicato Democrático de Estudiantes de la UB, en 1966].

De modo que muy coherente pero bastante inusitado iba a darme la muestra más decisiva de su seriedad escolar no en una clase, sino en pleno transcurso de su activismo político. Andaba con su entonces novia, Neus [Porta i Tallada, su esposa y compañera; falleció en 2011] –también, por cierto, ex alumna mía en el [Instituto de enseñanza media] Montserrat–, escondiéndose de la policía cuando nos encontramos en un establecimiento de comidas preparadas. Al lamentarse conmigo de que en su situación no esperaba poder presentarse a examen, le dije que con toda tranquilidad de conciencia yo podría calificarle como estaba seguro que merecía. Bastaría con que nos reuniéramos a hablar de su preparación en el lugar y momento que él considerase conveniente para su seguridad. Se mostró cordialmente agradecido, pero dijo con firmeza que no le gustaba la idea de recibir lo que de hecho sería un trato de favor; y que tampoco entraba en su concepto de lo que debe ser el estudio universitario una laxitud que en su acción política no debía admitir.»

Entrevista a Xesús Alonso Montero

«Eficaz expositivamente, hay libros suyos que durarán tiempo. De su temple moral habla su estancia “a fortiori” en África, y hablan tantas vicisitudes en la Universidad. Paco Fernández Buey es un grande.»

Xesús Alonso Montero (Vigo, 1928), ensayista y sociolingüista (de concepción marxista, tanto que una periodista madrileña dijo de él que «era el filólogo de la lengua de los pobres»), historiador –muy crítico– de las Letras gallegas (con algunas incursiones fuera de este ámbito: Cervantes, Unamuno, Valle, Machado, Lorca…, Gabriel Aresti, Salvador Espriu, Ricard Salvat, Eduardo Jorge Bosco), autor de algunos libros en verso (donde utiliza 28 seudónimos) y de una breve obra de teatro sobre la problemática sociolíngüística gallega en 1942, catedrático de Literatura gallega de la Universidad de Santiago de Compostela hasta 1999, ha sido presidente de la Real Academia Gallega en el período 2013-2017. Militante del PCE desde 1962 (ese año, para viajar a la URSS, se hizo en Francia un pasaporte falso a nombre de Alonso Quijano), ha mantenido durante décadas un sueño: ser presidente de la III República española. Entre sus numerosas obras cabe citar: La palabra en la realidad (1963), Realismo y conciencia crítica en la literatura gallega (Ciencia Nueva, 1968), Cartas de republicanos galegos condenados a morte (2007), Aníbal Otero. Política e Lingüística no franquismo e nos primeiros anos da Posguerra (2009), Ricard Salvat e o teatro galego (2016), Estudios sobre Antonio Machado (en prensa). Autor de libros sobre escritores gallegos importantes: Martín Códax, Rosalía, Curros Enríquez, Leiras Pulpeiro, Castelao, Otero Pedrayo, Celso E. Ferreiro, Ramón Piñeiro, Filgueira Valverde, Francisco de la Iglesia…

Salvo error por mi parte, llegó usted al Instituto Jorge Manrique de Palencia, el único que había entonces en la ciudad, a finales de los años cincuenta. Tendría usted unos 30 años y era catedrático de Literatura española de secundaria. ¿Por qué solicitó ese destino? ¿Tenía amistad con profesores del Instituto?

Llegué en junio de 1959, con 30 años, poco después de finalizadas las oposiciones a cátedras de Instituto. Escogí el Instituto “Jorge Manrique” de Palencia no por el nombre (Jorge Manrique es uno de mis clásicos; ya lo era para don Antonio Machado) sino por el hecho de que en Palencia podía ejercer, también, como catedrático de la Escuela de Magisterio, cátedra que tenía, por traslado (de Santiago) y cuerpo al que pertenecía desde 1956.

Por esta declaración parece que soy un funcionario franquista “enchufado”. No hay tal. Entonces –dado que el sueldo de un catedrático de Secundaria no era gran cosa– era legal –¡y no estaba mal visto!– cobrar una de las cátedras como sueldo y la otra, como complemento.

Previamente, no conocía a ningún profesor del Instituto.

¿Qué atmósfera se respiraba en aquellos momentos en la ciudad del Carrión? ¿Existían núcleos de resistencia cultural antifranquista en aquellos momentos? ¿Era muy fuerte la influencia del nacional-catolicismo? Creo que un obispo de origen gallego, Souto Vizoso, marcaba severamente las costumbres de la ciudad.

El ambiente, el de una ciudad pequeña, castellana, en esa altura del franquismo.

Los núcleos de resistencia, que yo sepa, estaban en la cárcel (por ejemplo, Jaime Ballesteros: lo supe años después por él mismo). Juraría que no había organización del Partido, pues, de existir, hubieran conectado con José Rodríguez Martínez y conmigo ya que emitíamos, públicamente, bastantes signos inconformistas.

Yo conecté con un comerciante –dueño de una tienda de tejidos–, Narciso Poza, muy republicano de ideas, que, algunos años después, sin ser comunista, ayudó económicamente a la editorial Ciencia Nueva, implicándose alguno de sus hijos, alguno alumno del Instituto.

Del obispo, Souto Vizoso (sic), supe muy poco. Sé que era del clero más preconciliar, y permítame una anécdota. A primeros de octubre, yo pronuncié en el Instituto la conferencia inaugural (esta locura: «El esperanto y las lenguas regionales») pues tenía cierta fama de “orador”. Pues bien, asistió el Obispo (con el Gobernador, etc.) y, al parecer, se durmió, cosa que yo no advertí, pero, sí, don Fernando Unamuno (hijo mayor de Unamuno, arquitecto municipal jubilado, con el que yo, a veces, tomaba café). Finalizada la “lección inaugural”, y en el momento de las felicitaciones, Unamuno (¡el hijo!), tras saludarme, apostilló en voz baja: «Y no se preocupe usted por el hecho de que el señor Obispo se haya dormido, porque, cuando habla él, nos dormimos todos».

¿Qué ambiente se respiraba en el Instituto? ¿Muy conservador también?

Antes de llegar JRM y yo, en el Instituto se daban las clases preceptivas mejor o peor. No conocí a ningún profesor antifranquista y con nosotros no había por qué disimular. Pero la dirección y el claustro nos permitieron actividades que no los emocionaban pero que, pudiendo, no dificultaron.

Como en PREU, aquel año, la asignatura de Literatura era “Cervantes y el Quijote”, yo organicé un elenco de actividades: exposición, teatro, certamen literario, conferencias –varios alumnos y alumnas se estrenaron como conferenciantes, y algunos abordaron una cuestión en la que yo insistía en clase, la del quijotismo (un creer que genera un hacer concorde) y del palomequismo (un creer que se queda en eso, como le ocurría en la gran novela, a Juan Palomeque “el Zurdo”, el segundo ventero)–.

Por cierto, no sé si Paco, que no era alumno de PREU, era de 6º, asistió a estas “misas” cervantinas.

Yo tampoco lo sé aunque no me extrañaría dada su admiración por Cervantes y el conocimiento de su obra. ¿Qué orígenes sociales tenían los estudiantes del Instituto?

Los propios de la mayoría de los Institutos en España: pocos hijos de la “gente bien” y muchos de familias de aceptable pasar. Los más humildes, en general, no asistían.

Paco Fernández Buey estudiaba entonces en el Instituto. ¿De qué curso fue alumno suyo? ¿De Lengua? ¿De Literatura castellana?

Fue alumno de 6º curso (1959-60), de Literatura; se denominaba Literatura española (desde el Cantar del Cid a nuestros días).

Él ha escrito sobre usted: «En mi recuerdo, lo primero que pensé al escuchar a Xesús en las aulas del Instituto fue: he aquí una fuerza de la naturaleza y un abridor de ojos. Xesús, Don Jesús, como le llamábamos todos los alumnos, llegaba desde su Galicia natal a aquel trozo semiadormecido de Castilla con todo el ímpetu del docente joven dispuesto a desasnar, al decir de entonces, todo lo que se encontrara por delante». Veo que llegaba usted con muchas ganas. ¿Le decepcionaron los alumnos que tuvo?

El curso de Paco (unos 20 chicos y 8 o 10 chicas, en la fila delantera) es inolvidable. Aún recuerdo algunos nombres. Lo mismo me acontece con PREU.

¿De qué autores, de qué escritores les habló en sus clases?

Yo, como otros profesores, estaba condicionado por el Programa, que eran 60 autores, cualquiera de los cuales podía “caer” en la Reválida: 50 de lengua castellana + 10 (algún extranjero: Shakespeare… y dos regionales, Rosalía de Castro y Verdaguer, el de los Idillis i cants místics, en edición bilingüe).

Cierto que yo le dedicaba especial atención: a) A las jarchas mozárabes (descubiertas en 1948, aún no venían en los libros de texto) para relacionarlas, por el género, con las “cantigas de amigo”, en gallego-portugués, lo que ya me permitía, sin dejar de ejercer de filólogo (no como “político”), hablar de la España plurilingüe (tetralingüe), lección bien recibida por aquellos alumnos probablemente educados en el monolitismo castellano. b) Arcipreste de Hita, Jorge Manrique. c) Cervantes (insistencia en lo de Palomeque y don Quijote). d) Ilustración y Larra. e) Rosalía de Castro y el “Rexurdir” gallego. f) El 98: Unamuno, San Antonio Machado, Valle…g) Lorca!

Recuerdo la emoción de algunos cuando oían recitar a Gabriela Ortega (disco) el «Llanto por la muerte de Ignacio Sanchez Mejías».

Otro de los recuerdos de Paco: «Como no había costumbre de hablar e intervenir en las clases, salvo cuando el profesor preguntaba, y como, además, en su curso estábamos excepcionalmente juntos chicos y chicas, en una de las clases se produjo cierto jolgorio, no sé si por la extrañeza o por las efusiones hormonales, que Don Jesús cortó de inmediato por lo sano. Un grupo de estudiantes fuimos a verle a su casa para aclarar el incidente y disculparnos. Y allí, en el piso en que vivía, tuvimos la oportunidad, cosa rara también entonces, de hablar con un profesor sin la distancia habitual en el aula, con una proximidad que nunca se nos había permitido con otros docentes». ¿Qué recuerda usted de aquella visita? Para él fue el inicio de «lo que con el tiempo iba a ser una larga amistad».

Dice mucha gente que tengo una gran memoria; pues bien, confieso que no recuerdo esa visita.

Paco habló también en muchas ocasiones de otro profesor con el que también tuvo una excelente relación, José Rodríguez Martínez. Creo que usted y él fueron amigos. ¿Qué nos puede decir de este profesor de filosofía?

José Rodríguez Martínez, más alto que yo, más buen mozo y con algún año en Europa, era, con frecuencia, la estrella del Centro. De Filosofía. Sabía alemán y había hecho una tesis sobre Heidegger. Era un marxista entusiasta y con muchos más conocimientos que yo. Quizás, en 1959-1960, excluido Manuel Sacristán y algún otro catalán, uno de los hombres de mejor formación marxista en España. El germen de Paco está en él más que en mí. Paco, cuando llega a Barcelona (léase M. Sacristán) ya sabe el abecedario.

Es lástima que JRM, que hablaba muy bien, escribiera tan poco (casi nada o nada). Era de los que pensaba que había que leer muchas cosas antes de escribir sobre un tema. No fue –que yo sepa– un escritor marxista pero, sí, un lector, un gran lector, marxista.

Fue profesor de Paco dos años, en 6º y en PREU; yo, solo uno.

También Paco ha comentado que usted le descubrió el Machado prosista, republicano (también Unamuno y Lorca). Conjetura que en aquel entonces Machado era para usted un autor esencial de la literatura castellana. ¿Era así?

Grosso modo es así.

Usted escribió muchos años después que, por aquel entonces, durante su estancia en Palencia, no era todavía marxista sino un machadiano republicano. ¿En su evolución político-filosófica jugó algún papel aquel tiempo palentino ?

En estos días acabo de escribir mis «Memorias machadianas» y en ellas afirmo lo que ya dije en tantas ocasiones: yo llegué al marxismo, en Santiago, en el curso 1957-1958, por un volumen de la editorial Losada (Buenos Aires), adquirido semiclandestinamente, en el que figuraban dos textos en prosa de don Antonio que me marcaron: «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas» y «Lo que yo recuerdo de Pablo Iglesias», ambos de 1937.

Cuando llego a Palencia tenía muy presentes las páginas de Machado; ya en ese curso, el contacto con JRM fue, creo, importante para la consolidación de mis puntos de vista y de mi actitud civil.

Paco ha hablado también de sus encuentros en el Monte el Viejo, con motivo de sus visitas posteriores a la ciudad, una vez se trasladó. ¿Qué recuerda de esos encuentros?

Sé que, ya en Lugo, fui a dar una conferencia a Palencia sobre «Menéndez Pelayo y el problema de España», muy importante para mí por reencontrarme con los alumnos. Por cierto, yo ya les había enviado un ejemplar del magnífico libro de texto de Dámaso Alonso sobre la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora, el autor y la obra que había que cursar en PREU y que yo explicaba en Lugo.

Inició usted su militancia en el PCE en 1962. Paco lo hizo dos años después. ¿Pudo influirle usted de algún modo? ¿Hablaron sobre esa coincidencia en alguna ocasión?

No recuerdo haber hablado con Paco de ese tema. Los que influyeron en él son personas que usted conoce mejor que yo (Manolo [Sacristán], Giulia [Adinolfi]…).

Cuando Paco vino a Barcelona, usted le aconsejó que contactara con el profesor de literatura José Manuel Blecua, uno de aquellos docentes, dice Paco, «cuya presencia y enseñanza en la Universidad servirían, sin más, para negar el tópico de que la España de entonces era simplemente un desierto cultural». ¿Era usted amigo de Blecua? ¿Conocía su obra?

Sí, tuve una gran relación con Blecua (padre) y asistí, y hasta le ayudé un poco, a sus reñidísimas oposiciones en 1959 (Antonio Vilanova, Guillermo Díaz-Plaja…). En una carta me hablaba, muy bien, de Paco como alumno y hasta creo que elogiaba un trabajo escolar suyo sobre poesía tradicional (romances…). Sordo o casi sordo, era un gran docente.

¿Supo del decisivo papel de Paco en la formación del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona?

Naturalmente. Por otra parte, Clío ya lo ha puesto en algunos libros de Historia.

Creo que usted le fue enviando los libros y artículos que iba publicando y que se cartearon durante años. ¿Conserva sus cartas? ¿Qué comentaban en ellas?

Hubo algunas cartas, pocas. Infelizmente (como se dice en portugués), no las conservo.

Sí, le envié algunas de mis publicaciones, pocas. Eran sobre erudición gallega.

Paco recuerda muy bien un ensayo suyo: «El Príncipe Luis Luciano Bonaparte en la lingüística gallega». ¿Qué contaba en ese trabajo?

Es un trabajo erudito, muy de los míos de entonces, sobre historia de la Lingüística gallega. El Príncipe, sobrino-nieto de Napoleón, gastó parte de su fortuna pagando a gentes de muy distintas lenguas de Europa la traducción de textos bíblicos (Evangelios, «Parábola del sembrador»…), previamente solicitadas por él. En 1861 publicó en Londres, con prólogo suyo sobre cuestiones fonéticas, el Evangelio de San Mateo, traducido por un tal José Sánchez de Santamaría. Es el primer libro en gallego de la literatura moderna (el primero de Rosalía es de 1863). Yo “descubrí” un ejemplar en la Nacional de Madrid. El Príncipe es un gran lingüista del vasco. Visitó y pateó el País Vasco a la búsqueda de las formas del verbo en euskera, al parecer un tema peliagudo.

Vuelvo a citarle. Paco Fernández Buey habla de una carta suya: «La carta de Xesús empezaba así: “Querido Paco: 1) No me llames más profesor ni apreciado. Si lo haces tendré que tratarte de usted y de distinguido alumno. Así se entiende la democracia”. Lo que sigue en ella es ya la declaración, aunque todavía en lenguaje cifrado, del estar en el mismo barco, en aquel barquito del Infante Arnaldos, que, en el romance, dice no decir su canción sino a quien va con él. Hablaba Xesús allí de intercambiar folletos en curso y acababa interesándose por lo que hacían o se podía prever que harían los estudiantes universitarios de Barcelona. Era, en efecto, el momento en que algunos nos comprometíamos en la Universidad para romper ya con el SEU, el sindicato universitario de origen fascista.» ¿Recuerda algo más de esa carta? ¿Paco le contestó?

No, pero el romance del Infante Arnaldos fue comentado en clase. Siempre va conmigo.

Paco ha hablado de una visita que le hicieron Neus Porta, su esposa y compañera, y él en agosto de 1968, cuando la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. ¿Qué recuerda de aquel encuentro? ¿Era usted partidario del intento de renovación democrático-comunista que significó la Primavera de Praga? “Los tanques soviéticos a Vietnam” creo que es un comentario suyo.

Cuando se casaron, en el viaje de novios, durmieron en mi casa de Lugo una noche. No lo asocio a lo de Praga.

Entonces como hoy yo entendía que el socialismo soviético no era un humanismo muy atractivo.

Por cierto, ¿qué era eso de la Internacional Gallega en Barcelona?

Los gallegos, muchos, con los que me relacionaba cuando iba a Barcelona: profesores (Moncho Ramos, Basilio Losada…), estudiantes, algunos conocidos de Paco y Solé Barberá, en cuya casa estuve. Por cierto, en abril del 72, casi me sacan de una conferencia los “grises” por una cuestión toponímica: denominar una determinada ciudad gallega “Ferrol de… Pablo Iglesias”.

Volvieron a encontrarse, esta vez en Vigo, cuando usted publicó Informe dramático de la lengua gallega. ¿De qué hablaron? ¿Tenía Paco interés en el importante movimiento obrero gallego de aquellos años?

Mi Informe dramático es del 73 y yo estaba en Lugo (1960-1976). En otras entrevistas, aquí o en Barcelona, hablamos bastante del movimiento obrero gallego.

Luego vinieron sus encuentros en Madrid, en reuniones del PCE e IU. ¿Mantuvieron posiciones próximas? ¿Se entendían políticamente?

Yo nunca asistí, en Madrid, a reuniones del Partido, en el cual siempre fui “un verso libre”, como se dice ahora. En Galicia mi proyección pública (conferencias –no todas autorizadas–, artículos en la prensa…) hacía creer a mucha gente que yo era el responsable de Cultura en el Partido; lo era un médico orensano, muy amigo mío, ayer y hoy, Manuel Peña-Rey, directivo del Ateneo de Ourense que invitó (1973?) a Francesc Vallverdú.

¿Le aconsejó usted que escribiera un ensayo sobre el filosofar de Antonio Machado? ¿Hablaron de ello?

No lo recuerdo pero es probable, dada mi obsesión por el Mairena y otras páginas en prosa de Machado.

Vuelvo a citar a nuestro amigo: «Pero también me conmovió, en esa entrevista y en otras, la autoironía con que Xesús sigue hablando de lo que han sido y son sus deseos, de su compromiso renovado y de sus esperanzas, de lo que dice, con humor, querer ser “cuando sea mayor”. Por mi parte he de decir que pocas veces, muy pocas veces, nos es dado reconocer en esta vida, al cabo de tanto tiempo, al maestro que conocimos en la adolescencia, al maestro que ha envejecido bien, que ha cambiado, desde luego, pero que ha cambiado de otra manera, como cambian los que saben de los cambios y no se reconcilian con el mundo que les ha tocado sufrir.» ¿Quiere hacer algún comentario?

La última entrevista no telefónica con Paco fue en A Coruña donde lo presenté en una conferencia del Ateneo Republicano de Galicia. Ya enfermo Paco, telefoneé alguna vez.

En cuanto a esas palabras de Paco, tan bien escritas, me gustaría merecerlas. Lo procuraré.

¿Quiere añadir algo más?

Paco, dentro o fuera del Partido, era un intelectual de una pieza. Extraordinaria cultura, capacidad asombrosa de trabajo en un medio familiar (¡la gran Neus!) donde no interferían ninguna de las prácticas de cualquier “gauche divine”. Fiel y consecuente con nuestro ideal liberador –la música más hermosa que ha sonado en la Historia— que hubo que servirlo desde la “iglesia” de un partido, atado históricamente al Vaticano de Moscú.

Eficaz expositivamente, hay libros suyos que durarán tiempo. De su temple moral habla su estancia “a fortiori” en África, y hablan tantas vicisitudes en la Universidad. Es un grande.

(Estas son ideas que escribo, para terminar, en un minuto, pero que deberían convertirse en un ensayo sobre aquel intelectual, en el fondo, tan independiente).

*

Entrevista a Perfecto Andrés Ibáñez

“Me interesó particularmente su relación con Marx y con el marxismo, su modo de ser marxiano (marxista «sin ismos»), insensible a las modas.”

Perfecto Andrés Ibáñez perteneció a Justicia Democrática (asociación clandestina bajo el franquismo). Es uno de los fundadores de Jueces por la Democracia. Fue presidente de sección en la Audiencia Provincial de Madrid, juez de instrucción en Madrid, juez de primera instancia e instrucción en Logroño, juez de instrucción en Bilbao y juez de primera instancia e instrucción de Toro (Zamora). Ha sido también magistrado de la Sala Segunda (de lo Penal) del Tribunal Supremo y vocal del Consejo General del Poder Judicial. Actualmente es miembro del Tribunal Permanente de los Pueblos (Fondazione Internazionale Lelio Basso). Fue director (durante más de 30 años, también fundador) de la revista Jueces para la Democracia. Información y debate. Es autor de múltiples publicaciones en torno a la jurisdicción, los derechos fundamentales y las garantías procesales. Colaboró durante más de treinta años con el diario El País.

Conociste a Paco Fernández Buey a finales de los años cincuenta. ¿Cómo era la Palencia de aquellos años?

Palencia, a finales de los 50 del pasado siglo, era poco más que un pueblo grande. Allí —según escribí, precisamente, en un texto para homenajear a Paco en su 60 cumpleaños—, como en la película de Bardem, «nunca pasa[ba] nada», y solo pasaba realmente lo sucedido en la Calle Mayor y su área de influencia. Era una ciudad con una fuerte presencia de funcionarios y empleados, muy conservadora y levítica, con una gran influencia de la iglesia. Como en las medievales de las que trata Huizinga, el curso de los días estaba pautado por el tañer de las campanas: el «cimbalillo» de la catedral, las de las parroquias llamando por las mañanas desde temprano a las innumerables misas; y las de los conventos desgranando las horas canónicas. Además, una estampa muy propia de aquel paisaje urbano era la de los seminaristas, un grupo numeroso que, en fila de a dos, con una beca roja sobre el negro de la sotana, salían de paseo algunos días. Y recuerdo bien que, muy a finales de la década, los primeros guateques, organizados en una habitación adyacente al «Bar Tirol», que alquilaba el dueño de este, fueron enseguida estigmatizados desde algún púlpito. Palencia apenas tenía vida cultural, más allá de una milagrosa experiencia de cineclub, que arrancó ya entonces y duraría muchos años, bajo el impulso de un buen aficionado, en el cine de los kostkas. Entonces había una sola librería, la de «El Diario Palentino», también, si no, más bien, papelería. En semejante contexto, en materia de ocio, los muchachos de nuestra edad teníamos muy pocas opciones. Diría que cuatro: matar las horas en los parques de «El salón» o de «Los jardinillos», correr tras el balón en «las eras de la Bioquímica» o en «las del Manicomio», jugar al chapolín en los billares de la calle de Panaderas y, los domingos, asistir a «la infantil» del cine Ortega, a las 3 de la tarde. Con todo, guardo un buen recuerdo de aquellos años.

¿Estudiasteis juntos el bachillerato?

No. Paco lo hizo en el Instituto y yo (lamentablemente) en La Salle. Por eso, y porque había escasa comunicación entre los alumnos de ambos centros, a pesar de que vivíamos muy cerca y nos conocíamos de vista, no comenzamos a relacionarnos hasta finales del bachillerato.

¿Qué recuerdas de aquellos años? ¿Cómo se forjó vuestra amistad?

El contacto surgió a través de un amigo común, Miguel Ángel Ibáñez, compañero de curso de Paco, que había dejado el seminario y al que yo conocía. De este modo empezamos a frecuentarnos justo el año en que, en el Instituto, se produjo un acontecimiento singular, que trascendió enseguida a la vida de la ciudad. Me refiero a la llegada al claustro del «Jorge Manrique» de José Rodríguez y Xesús Alonso Montero, catedráticos de filosofía y literatura, respectivamente. Ambos, si no militaban formalmente en el Partido Comunista, estaban clarísimamente en su órbita. Los dos eran profesores excepcionales que se ganaron enseguida a los alumnos. Y que —en el marco de una docencia cortada por el más rancio patrón de la lección magistral y activamente confesional en la mayoría de los casos— pusieron en práctica un modelo por completo alternativo: laico, crítico, participativo y enormemente sugestivo en el modo de abordar la enseñanza de las respectivas disciplinas. En clases que regularmente se prolongaban fuera del aula. Hay una anécdota que da cuenta muy bien de lo que trato de explicar: un día de primavera, no sabría decir cuál, los alumnos del último curso, por tradición, se saltaban las clases. Pues bien, ese año aceptaron la propuesta de Pepe y de Xesús de cambiar ese asueto infractor por una especie de encuentro lectivo informal con los dos. Y hubo otro día, no sé si el anterior o el siguiente a la fiesta de los estudiantes, en el que la hora de filosofía se dedicó a Santo Tomás de Aquino, el patrono, a partir de una ponencia ingenuamente desmitificadora. Esta corrió a cargo de Miguel Ángel Ibáñez, que se tomó la revancha de lo soportado en el seminario. Como no podía ser de otro modo, la calidad de los contenidos impartidos por ambos y su espléndida relación con los alumnos, acabaron desatando una verdadera celotipia enfermiza en un importante sector del claustro, que derivó en auténtica campaña de acoso, secundada (o encabezada) por un caracterizado exponente de la iglesia local, canónigo catedralicio y profesor de religión. Esto hizo que, al fin, tras solo un par de cursos, creo, los dos acabasen pidiendo el traslado. El primero a Bilbao y el segundo a Galicia, su tierra. En ese contexto, se produjo el «flechazo», en particular, entre José Rodríguez y Paco, debido a la sorprendente madurez intelectual y la pasión por el conocimiento de este. De hecho, fue aquel —«Pepe el filósofo», como se le recordaría— quien le puso en contacto con Manuel Sacristán.

¿Os recomendabais libros? ¿Compartisteis lecturas e intereses?

Cierto. La influencia de Pepe y Xesús llegó también a algunos de nosotros que no habíamos sido sus alumnos que, a partir de ahí, comenzamos a hacer otras lecturas. En los años sucesivos tendríamos muy en cuenta las sugerencias de Paco en la materia, obviamente, mucho mejor informado que nosotros.

¿Estuvisteis en contacto con algún colectivo o grupo antifranquista?

No. Entonces, el encuentro con la izquierda fue el tímidamente cultural que acabo de describir. Unos años más tarde, cuando yo preparaba oposiciones en Palencia, sí había un grupo políticamente activo, en torno a Nazario Aguado (amigo de toda la vida), que militaba en el PT [Partido del Trabajo], donde no tardó en asumir responsabilidades de organización, hasta que un día tuvo que perderse en la clandestinidad. Mientras permaneció en la ciudad (cosa de unos tres años), su casa fue habitual lugar de encuentro de varios de nosotros. Yo sin militancia: bastante tenía con gestionar el lío consistente en hacer compatible la irracional preparación del temario con aquellos debates interminables y unas lecturas particularmente perturbadoras que, en mi caso, no se llevaban nada bien con el Código civil, y menos aún, entonces, con el penal.

Paco vino a Barcelona a estudiar Filosofía en la Universidad de Barcelona. ¿Seguisteis en contacto? ¿Os escribíais?

Curiosamente, fue a partir de la marcha de Paco a Barcelona cuando nuestra relación se hizo más estrecha, a pesar de que los encuentros fueran escasos (alguno también en esta ciudad).

Y sí, mantuvimos una correspondencia, más bien ocasional, de la que solo conservo algunas cartas. Una de 1978, en la que Paco me acusa recibo de un trabajo, publicado en Materiales sobre «La izquierda judicial italiana», que, siendo juez en Toro (Zamora), escribí como prólogo a un libro (Política y justicia en el estado capitalista) formado por textos debidos a significados exponentes de aquella, que traduje y editó Fontanella.

Otra carta, esta, especialmente interesante, es de 1989. En ella Paco me hablaba de Félix Novales (ex militante del PC(r) y de los GRAPO), preso en la cárcel de Soria, que unos años antes había pedido ayuda a Manuel Sacristán para estudiar filosofía. Félix, que inició su militancia en aquellas organizaciones siendo jovencísimo, cumplía una larga condena y había experimentado un impresionante proceso de maduración autocrítica, que llevó al papel, y del que Paco escribía: «[es] el testimonio más conmovedor y digno que he leído en muchos años». Félix tenía interés en ser trasladado a la cárcel de Nanclares, para estar cerca de su madre, que vivía en Basauri. Contaba con un informe positivo del equipo que había hecho su seguimiento, pero con la oposición de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Paco me adjuntaba su escrito contestando esta decisión (francamente sin fundamento) para que diera mi opinión. La razón estaba, claramente, de su parte y me parece que la Audiencia Nacional se la dio.

El relato y la reflexión introspectiva de Félix Novales acabó siendo un libro impresionante: El tazón de hierro. Memoria personal de un militante de los GRAPO, edición al cuidado de Aurelio Arteta con prólogo de Francisco Fernández Buey, Crítica, Barcelona, 1989. El texto de Paco (conservo la versión mecanográfica con una nota manuscrita), con un título enormemente sugestivo —«Florecimiento de la conciencia, alegría de la lucidez»— es espléndido. Antes de escribirlo (es como era), quiso estar con Félix, porque «necesitaba ver sus ojos, la dimensión y el giro de sus manos y el óvalo de su rostro para que lo dicho no se me convirtiera a mí mismo en uno de esos prólogos de oficio al uso o en una muleta que se presta al prójimo inválido por mera cortesía distante. Conocer, pues. Conocerle».

Paco concluía esta carta de un modo también muy suyo: «Sigo haciendo lo mismo de siempre. Dedico un montón de horas al trabajo en la universidad, arrimo un hombro, que empieza a estar ya un tanto deformado, a grupos y organizaciones pacifistas y rojas y sigo colaborando habitualmente en la revista mientras tanto, convencido de que con este título sí que acertamos».

¿Tuviste noticias del papel que jugó Paco en la constitución del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona?

Sí, sabía por él de su fuerte implicación en tales vicisitudes. Pero también en este punto puedo hacer uso de otra carta que conservo, de indudable valor testimonial. Está datada en 1994, y en ella Paco acusa recibo de otra mía enviándole un recorte del ABC, hallado entre mis papeles, con una foto de las páginas en sepia, clarísima, en la que, en un momento del curso académico 66/67, aparecía él, dirigiéndose a la gente que llenaba el paraninfo de la Universidad de Barcelona. El acto estaba convocado por Luis Ortega Escós, a la sazón presidente de las oficialistas Asociaciones Profesionales de Estudiantes, que trataba de ser la alternativa dentro de la legalidad al movimiento estudiantil. Paco escribía: «Lo recuerdo muy bien. Ya nos habían expedientado a todos los de la junta de delegados del “sindicato libre” […] y yo estaba en una de esas situaciones en las que te lo dan todo hecho: de una sola tacada me quitaron la beca con la que había estudiado desde el bachillerato, me echaron de la universidad (“de todas las universidades españolas”, decía el papelito de turno) por tres años y, consiguientemente, me quitaron la prórroga militar; de manera que […] estaba esperando saber a dónde me iban a mandar los mandamases que de verdad mandaban». Lo cierto es que, aquella intervención de Paco, hizo que el acto informativo de las APE acabase siendo en realidad un acto del Sindicato. Con duras consecuencia para él, enseguida preso en la cárcel Modelo de Barcelona, y con la perspectiva de salir de ella hacia el Sáhara para hacer la mili.

La carta termina con un ejercicio de autoironía, también muy suyo: «Y yo, que iba entonces, decían, de joven promesa de la filosofía, me salvé aquel día de convertirme en un pingo almidonado y hasta puedo escribirte el 27 de enero del 94 estas cosas haciendo huelga, en minoría de a uno en mi facultad. ¡Gran suerte la de la libertad, vive Dios! Me veo ahí en la foto y pienso: solo estoy más gordo y más calvo. Y no te digo que sigo pensando igual que entonces, porque mientras tanto leí a Brecht y me enteré de que decir eso ahora sería como no haber aprendido nada».

¿Os veáis cuando Paco viajaba a Palencia para estar con sus padres y hermanas en las fiestas navideñas?

Sí, nos veíamos cuando aparecía por Palencia, solo o con Neus. Generalmente a la hora del aperitivo y siempre organizábamos algo más reposado en la tarde-noche, para charlar distendidamente, sin prisa. Y, ya que hablamos de esto, aprovecharé para cerrar con una anécdota. Una de aquellas navidades, estando Paco en Palencia, la policía recibió la orden de detenerle y devolverle a Barcelona. El encargo de ejecutarla correspondió a un inspector de apellidos Rollán Ortiz, que era escritor aficionado y poeta, paradójicamente, de alguna «sensibilidad social», que se decía entonces, y muy tímido. Además, cosas de la pequeña ciudad, era vecino de Miguel Ángel Ibáñez. No sé por qué fuente, pero me consta que salió en busca de Paco y dio con él, que en ese momento paseaba con Miguel Ángel y conmigo por la Calle Mayor. Total, en semejante situación no se atrevió a detenerle y esperó a hacerlo en otro momento, de forma más discreta, como en efecto lo hizo. Luego salieron los dos hacia Barcelona, imagino que en el famoso shangai. Algún tiempo después, Paco nos contaría que durante el viaje se puso a leer el Anti-Düring, de Federico Engels (en la traducción y con un estudio introductorio de Manuel Sacristán, publicado por Grijalbo, México DF, en 1964). Y que vio enseguida interrumpida su lectura por una pregunta del policía: «Oye, ¿dónde puede conseguirse ese libro?». Mi ejemplar, profusamente subrayado, tiene anotado el año de su compra, 1967. Es obvio que la adquisición tuvo que responder a una sugerencia de Paco.

No te robo más tiempo, no abuso de tu generosidad. ¿Quieres añadir algo más?

Creo que de lo respondido a las anteriores preguntas puede inferirse con claridad bastante lo que pienso de Paco, como persona de convicciones e intelectual riguroso y comprometido, hasta las últimas consecuencias, capaz de poner en riesgo todo lo que tenía, al servicio de aquellas y como amigo. Me impresionaron siempre su honestidad y su coherencia, y su capacidad de reinventarse con la reelaboración imprescindible a partir de los mismos presupuestos, bien asentados. Y me interesó particularmente su relación con Marx y con el marxismo, su modo de ser marxiano (marxista «sin ismos»), insensible a las modas. Me interesó mucho su inteligente y convincente propuesta al respecto, estableciendo una neta demarcación entre lo que fue y sigue siendo una de las más grandes, imprescindibles construcciones culturales de la historia y su brutal instrumentación política, fuente de todos los horrores. Reivindicando, cargado de razón, lo que justamente hay que reivindicar de ese pensamiento poderoso, con su enorme capacidad de transformación. Dicho con palabras de Bobbio y Ferrajoli: la actitud crítica, la visión de la historia desde el punto de vista de los oprimidos, la dignidad del trabajo, la refundación de la política desde abajo contra la explotación y la opresión. En definitiva, lo que, en buena parte, políticas comunistas de oposición, como las escenificadas en Italia y en España aportaron a la construcción de la democracia en ambos países. Y que es lo que hace, como dice el segundo de aquellos, que ningún demócrata consecuente pueda decirse, en tal sentido, no marxista.

Magníficas palabras para cerrar nuestra conversación. Gracias por ellas.

Un comentario en «Recordando a Francisco Fernández Buey (1943-2012) (Entrevistas a Xesús Alonso Montero y Perfecto Andrés Ibáñez)»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *