Cartas de Salvador Espriu, el autor de La pell de brau, a Manuel Sacristán, traductor de Joan Brossa y Ausiàs Marc , sobre lógica, solidaridad, Giulia Adinolfi y una cátedra universitaria
Salvador López Arnal
A vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol:
recorda sempre això, Sepharad.
Fes que siguin segurs els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles diverses dels teus fills.
Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats
i l’aire passi com una estesa mà
suau i molt benigna damunt els amples camps.
Que Sepharad visqui eternament
en l’ordre i en la pau, en el treball,
en la difícil i merescuda
llibertat.
Salvador Espriu[1]
El primer momento de la relación entre el poeta Salvador Espriu (1913-1985)[2] y el filósofo Manuel Sacristán (1925-1985) fue seguramente indirecto. Lo ha contado Xavier Folch, político, editor, amigo de ambos.
Unos estudiantes barceloneses del incipiente movimiento universitario barcelonés de finales de los cincuenta fueron a ver a Sacristán, entonces profesor ayudante en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona: querían dar respuesta a un artículo del ministro franquista de Educación, Jesús Rubio, y veían a pedirle ayuda.
El ya entonces autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger tomó nota de sus inquietudes, de las posiciones críticas que le manifestaron y redactó un texto en su nombre que llevaba por título “La enfermedad nacional”. Poco después, esos mismos estudiantes visitaron al poeta de las “Cançons de la roda del temps” y le pidieron que tradujera al catalán el texto redactado por Sacristán. Estaban inseguros de escribir correctamente su propio idioma, una lengua duramente perseguida por el franquismo en aquellos años (y en años posteriores por supuesto).
Una versión castellana[3] de la elegante y exquisita traducción de Espriu del original de Sacristán se iniciaría con las siguientes palabras:
Bajo el título “La buena salud universitaria”, el ministro de Educación Nacional, don Jesús Rubio, publicó en La Hora un artículo en el que aseguraba que el estado de salud de la Universidad española era malo: lo explica de la manera siguiente: “Nuestros jóvenes universitarios, en contraste con lo que pasa en otros países, no son suficientemente aplicados”. Después de este diagnóstico y de su comentario (“Se precisa, por el propio equilibrio y por el equilibrio de la colectividad a la que pertenecen, que nuestro esfuerzo tenga una aplicación exacta…”), el núcleo del artículo queda redondeado con una promesa (“El resto le será otorgado por añadidura”), mezclada con una amenaza elegante: “…y no hay error más grave que el de intentar alcanzar directamente aquello que tan sólo por añadidura se puede conseguir”.
Nosotros, los universitarios de Barcelona, muy especialmente afectados por la política y por las frases del señor Ministro, creemos que esa acusación no está fundamentada. Por el contrario, los funcionarios del Ministerio de Educación Nacional han repetido muchas veces que jamás no se había estudiado en España con tanta aplicación como ahora. Es cierto que el testimonio de unos funcionarios no puede convencer de nada al ciudadano español actual, pero en este caso coincide con nuestra experiencia: muchos de nosotros hemos visitado en estos últimos años universidades extranjeras y hemos podido comprobar que nuestra inferioridad intelectual, respecto al estudiante europeo de nuestra edad y de nuestra misma especialidad, no consiste en una mayor aplicación por su parte. Por el contrario, es normal que el estudiante español sea, por decirlo así, más “erudito” que su colega extranjero: sabemos más cosas -datos, por ejemplo, o, títulos de obras, o nombres de cónsules romanos-, adquiridos con una paciente aplicación. Nuestra inferioridad proviene de otra fuente: del hecho de no conocer casi nunca el planteamiento actual de los grandes problemas ideológicos y científicos. Si no tenemos la suerte de encontrarnos con un profesor ajeno a los elaboradores de cuestionarios oficiales, o si alguna casualidad no nos ayuda a dirigir con buenas lecturas nuestro forzado autodidactismo, somos inevitablemente, con todas nuestras montañas de cosas con tanta aplicación aprendidas, unos rústicos provincianos en la cultura del siglo XX, unos provincianos a los que nadie ha mostrado donde radica la fuente, signo de estudio y de discusión, de la vida espiritual del mundo en que vivimos.
Cuanta más aplicación, peor, se seguía apuntando, porque a excepción de las disciplinas técnicas, cuya esterilidad en España provenía de otra causa, básicamente, del desorden económico imperante, era imposible enseñar y aprender nada auténtico en un régimen desprovisto de toda libertad científica y de todo contacto con la situación real de la humanidad.
No hay ninguna cultura que pueda florecer en el suelo uniforme -puro carbón de piedra- de una tiranía ideológica como la que soporta la Universidad española. El señor Ministro tendría razón si se limitara a decir, por una parte, que la Universidad española está mal, y seguiría teniendo razón si, por otra parte, ampliara su diagnóstico y dijera. “Toda la cultura española está herida de muerte, esterilizada”. En efecto: el prestigio cultural del país se alimenta todavía de la cultura que en él floreció hasta la agonía de la libertad.
No es sólo la Universidad la que está enferma. La deficiencia universitaria no es más que un síntoma de la enfermedad que sufre toda nuestra cultura, fusilada por el “¡Muera la inteligencia!” que el general Millán Astray disparó a Unamuno[4] el año 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca; un síntoma de la enfermedad nacional que se llama “tiranía”.
Y, sin embargo, es cierto que el estudiar con aplicación los cuestionarios ideológicamente decretados por el Régimen puede dar algo por añadidura: puede dar unas cuantas sinecuras. Pero lo que necesita el país en el terreno universitario no es la solución poco digna de los problemas personales de cien estudiantes astutos, sino el restablecimiento de la libertad científica y de cátedra. Y esto no se consigue por añadidura, sino, empero, de una manera inversa: con nuestra lucha política conseguiremos, con la libertad de la nación, la libertad universitaria -por “añadidura”-. Por eso, pues, combatimos.
El razonamiento es tan obvio que no podemos creer que el señor Ministro haya expuesto sinceramente sus razones. Y lo creemos aún menos cuando recordamos, por ejemplo, aquel “NO-DO” destinado a calmarnos y en el que el locutor nos aconsejaba con insistencia. “Lo esencial es divertirse”. Decían lo mismo las octavillas puestas en circulación por la Autoridad, en la Universidad de Barcelona, durante las acciones de enero y febrero. El señor Ministro no es sincero cuando pide aplicación: él sabe bien que los estudiantes del divertirse, los estudiantes de la estudiantina y de la “Casa de Troya” son los únicos que están a su lado.
Más allá del tema central, el artículo del ministro de Educación franquista comentaba dos cuestiones a las que los estudiantes barceloneses querían aludir brevemente: la primera era el reproche de “juvenilismo” que hacía el ministro franquista a los universitarios rebeldes.
Este reproche es también injusto. Nosotros no creemos que la juventud sea un valor moral; sólo han podido creer una cosa así las personas de contextura cerebral más peregrina que jamás haya existido: los fascistas, es decir, el señor Ministro y sus compañeros de partido. Nosotros no luchamos en nombre de la juventud contra la vejez, sino en nombre de la verdad, de la libertad, de la justicia y de la honradez -valores tan viejos como el ser humano-, contra la mentira de la prensa dirigida, contra la esclavitud bajo una tiranía que impone a los exámenes universitarios la “solución” unívoca de cada tema, contra la injusticia de la ilegalidad oficial en la que vivimos y contra la corrupción administrativa que aumenta todavía más los sufrimientos que causan estas tres plagas que acabamos de citar: la mentira, la esclavitud, la injusticia.
Por lo demás, entre los cuadernos y carpetas depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán, se conservan unas cartas de Salvador Espriu dirigidas a Sacristán, con quien por lo demás coincidió en la Caputxinada[7], en la fundación, convertida en encierro por la presión y represión de la policía franquista, del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona. Estas son, por cierto, las palabras que Sacristán, autor del Manifiesto del SDEUB, dedicó a la asamblea[8]:
Miquel Caminal ha señalado[9], con ocasión de las jornadas de homenaje a Sacristán celebradas en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona en noviembre de 2005, algunas de las tesis centrales mantenidas por Sacristán en el ámbito de la política universitaria: El autor de “La Universidad y la división del trabajo” cuestionó el mito de la Universidad como «el hogar de la libertad» al señalar que bastaba con recordar cómo se sometió y sirvió al nazismo la más clásica universidad del Occidente moderno. La Universidad como institución, su gobierno y la mayoría del profesorado se adaptan normalmente a las ideas y los valores dominantes. Hoy vivimos en una época de hegemonía ultraliberal y las universidades se adaptan a la mercantilización del conocimiento y de la ciencia, e incluso se someten a su misma privatización abierta o encubierta. La mercantilización de la profesión universitaria se traduce en las dos desviaciones que Sacristán ya anunciaba con relación a la investigación científica y a la docencia, y que los últimos 20 años han confirmado hasta el extremo. Por otra parte, Sacristán sostuvo insistentemente que una buena parte de la investigación universitaria era determinada por la necesidad de «publicar» para ganar cátedras, becas y honores en la carrera universitaria, papeles, escritos, tesis, que no apenas tenían valor de conocimiento ni eran en muchos casos aportaciones originales Acertó también Sacristán, señalaba Caminal, cuando, ante el fenómeno de la masificación universitaria, la división de las titulaciones en diplomaturas y licenciaturas, y la jerarquización clasista del conocimiento universitario y de las salidas profesionales, denunciaba la devaluación de los títulos universitarios hasta perder incluso todo valor de cambio. ¿Para qué un título universitario si no aprendes nada y te sirve en el mercado para menos? Ésta sería la pregunta lógica del candidato a titulado universitario. Pero la institución universitaria debería preguntarse si se puede tolerar una mercantilización desenfrenada de las funciones de la Universidad sin poner en serio riesgo el sentido de la misma institución pública dedicada al cultivo del saber en libertad. Sacristán tenía una concepción de la enseñanza universitaria centrada en la libertad del alumno para decidir su propio itinerario académico bajo la guía de un tutor y con muy pocas asignaturas obligatorias. Proponía una mayor precisión en el perfil general de la titulación y unos planes de estudios independientes de las presiones corporativas e interdependientes e interdisciplinarios en sus contenidos. Esta interdependencia dejaba sin sentido los exámenes o pruebas por asignaturas, dando paso a exámenes o pruebas más generales sobre el conjunto de las materias cursadas. Sacristán era partidario de dos exámenes, un examen propedéutico después de por lo menos dos años de estudios y otro al finalizar la carrera, otro tipo de examen que debería ser «largo, cuidadoso y personalizado»[10]. No cabe duda de que estas ideas de Sacristán quedan lejos de lo que sucede en la mayoría de los centros universitarios. No creo que la solución esté en la Declaración de Bolonia, ni en la convergencia para la creación de un espacio europeo de educación superior. El problema viene de lejos y supera las buenas intenciones de quienes de buena fe quieren mejorar la calidad de la enseñanza universitaria. Faltan recursos, pero principalmente falta un giro radical en la actitud y motivación del profesorado. Y por encima de todo, se necesita un cambio en la política universitaria de los poderes públicos, demasiado condescendientes con la mercantilización de las universidades públicas y con el corporativismo de su profesorado. La educación es un derecho, no una mercancía, dicen los estudiantes que defienden una Universidad pública y de calidad. Tienen razón.
Pues bien, precisamente después de la expulsión de Sacristán de la Universidad barcelonesa, vía no renovación del contrato[11], Salvador Espriu le escribió una carta el 16 de octubre de 1965 expresándose en los siguientes términos:
Dr. Manuel Sacristán.
Mi querido y admirado amigo:
Acabo de enterarme del inaudito e incalificable atropello de las autoridades académico-ministeriales contra Usted. No comentaré, porque no vale la pena, un acto tan arbitrario como estúpido. Le ruego acepte la renovada expresión de mi amistad y le recuerdo que me tiene, para cuando necesite, a su entera disposición.
Reciba un cordial abrazo de su afmo.
Espriu
Dos meses más tarde, el 25 de diciembre de 1965, Salvador Espriu volvía a dirigirse a Sacristán a propósito de sus prólogos a Goethe y Heine y de la recepción de su manual de lógica, de Introducción a la lógica y al análisis formal[12].
Querido Dr. Sacristán:;
No quiero que pasen más días sin escribirle, como le prometí aunque sean una breves líneas, pues mi tiempo no permite otra cosa. He leído sus excelentes prólogos (Ud es más justo con Goethe que lo fue Brecht, al fin y al cabo, “Über allen Gipfeln”, es una espléndida poesía de circunstancias, tal vez una improvisación) que postulan quizá un mayor desarrollo, para intentar, junto con los otros trabajos de me habló, un libro de ensayos. En cuanto a su “Lógica”, creo que me va a ser muy útil. Le agradezco de nuevo y muy de veras su generoso y valioso presente. Les deseo a Vd., y a los suyos, un buen año 1966 y espero que en el transcurso del mismo se vislumbre su reincorporación a la Universidad. Veo muy claro que no debe Vd marchar de Barcelona, pues su puesto está aquí. Reciba un muy cordial abrazo de su afmo.
Espriu
“Lógica”, claro está, remite a la Introducción a la lógica y al análisis formal, volumen editado por Ediciones Ariel en la colección Zetein. Es muy probable que Sacristán le enviaría un ejemplar a Salvador Espriu con alguna carta anexa que no se ha podido recuperar[13].
Años después, el 25 de febrero de 1980, muy pocos días después del fallecimiento de Giulia Adinolfi, Salvador Espriu escribía nuevamente a Sacristán:
Mi querido amigo,
Supe ayer tarde que su esposa había fallecido, después de una larga enfermedad. Crea usted que lo siento muy de veras. Como las palabras son, en estos casos, necias e inútiles, me limito a recordarles, a usted y a su hija, que pueden contar siempre con mi amistad, en lo poco que sin duda vale.
Un muy fuerte abrazo de su afmo.
Salvador Espriu
El 6 de marzo de ese mismo, Espriu volvió a escribir a Sacristán esta vez a propósito de su nombramiento como catedrático extraordinario:
Mi querido y admirado amigo:
Tal vez sea prematuro y, por lo tanto, indelicado y necio que le hable ahora de eso, pero voy a arriesgarme: deseo de todo corazón que obtenga el nombramiento de catedrático efectivo o profesor numerario (o como cuernos lo llamen) y que le hagan con ello, al fin, una mínima justicia, aunque nuestra universidad sea una porquería, como el resto de las instituciones del país, y éste también, “en bloque”, y no se acerque usted, por su estado de salud o de ánimo, a la santa Casa.
Si se ven ustedes, como supongo, mis mejores recuerdos a Xavier Folch.
No se tome usted la molestia de responderme. Reciba un muy cordial abrazo de su afmo.
Salvador Espriu
Espriu falleció el 22 de febrero de 1985, Sacristán moría medio año más tarde, el 27 de agosto del mismo año.
En la que fuera una de sus últimas cartas, de 30 de junio de 1985, Sacristán había escrito a Eloy Fernández Clemente, entonces director de la revista Andalán, expresándose en los términos siguientes:
Nota: Raimon musicó este poema de Espriu y el cineasta barcelonés Xavier Juncosa usó su canción como música de su película “Le temps et le silence“. Raimon, como esabido, participó en los documentales “Integral Sacristán”, dirigidos por Xavier Juncosa.
Quan la llum pujada des del fons del mar
a llevant comença just a tremolar,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Quan per la muntanya que tanca el ponent
el falcó s’enduia la claror del cel,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Mentre bleixa l’aire malalt de la nit
i boques de fosca fressen als camins,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Quan la pluja porta l’olor de la pols
de les fulles aspres del llunyans alocs,
he mirat aquesta terra, he mirat aquesta terra.
Quan el vent es parla en la solitud
dels meus morts que riuen d’estar sempre junts,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Mentre m’envelleixo en el llarg esforç
de passar la rella damunt els records,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Quan l’estiu ajaça per tot l’adormit
camp l’ample silenci que estenen els grills,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Mentre comprenien savis dits de cec
com l’hivern despulla la son dels sarments,
he mirat aquesta terra,
he mirat aquesta terra.
Quan la desbocada força dels cavalls
de l’aiguat de sobte baixa pels rials,
he mirat aquesta terra, he mirat aquesta terra.
ANEXO 1: APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA
Salvador Espriu i Castelló nació en Santa Coloma de Farnés, el 10 de julio de 1913 y falleció en Barcelona, 22 de febrero de 1985. Fue un poeta, dramaturgo y novelista catalán. Aunque sus padres eran ambos de la localidad de Granollers, Espriu nació en Santa Coloma de Farnés debido a que su padre era notario de dicha localidad. Su padre era una persona conservadora, si bien de espíritu abierto, mientras que su madre era de una profunda religiosidad.
En 1915, cuando Espriu tenía dos años, su familia se trasladó a Canovelles, aunque siguió pasando los veranos en Arenys de Mar. La epidemia de sarampión en 1922, a raíz de la cual murió su hermana María Isabel, le obligó a pasar mucho tiempo en cama. Espriu aprovechó la circunstancia para leer la amplia biblioteca familiar.
Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, creada durante la Segunda República, licenciándose en 1935; allí conoció al poeta Bartomeu Rosselló-Pòrcel, gran amigo suyo fallecido de tuberculosis en 1938. En 1936 se preparó para estudiar lenguas clásicas y egiptología, proyectos que truncó la guerra. Al iniciarse la guerra civil, declaro Espriu, “yo me sentía republicano y partidario del concepto de una España federal. Por tanto, no deseaba entonces, ni deseo ahora, el enfrentamiento sino la concordia. Sufrí mucho, espiritualmente, porque sufrí por ambos bandos”.
Acabada la guerra, la Universidad Autónoma fue suprimida y fue sustituida por la universidad oficial. Se prohibió el catalán con lo que se acabaron para Espriu las posibilidades de dedicarse a la enseñanza, que era su vocación. Trabajó durante veinte años como ayudante en una notaría, teniendo poca actividad literaria ante la imposibilidad de publicar en catalán. Su vida transcurría entre Barcelona y Arenys de Mar, lugar de origen de su familia y «patria chica» del poeta, la “Sinera” de sus obras.
En 1966 los estudiantes barceloneses celebraron una reunión en el convento de los capuchinos de Sarrià, en Barcelona, a la que invitaron a diversos intelectuales, entre ellos a Espriu, que fue detenido y multado.
Fue Espriu uno de los cuatro primeros miembros fundadores de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana.
Josep Maria Castellet, un amigo de juventud de Sacristán, ha destacado la capacidad de la obra de Espriu para asimilar culturalmente la herencia mítica de la humanidad: el Libro de los muertos del antiguo Egipto, la Biblia, la tradición mística judía y la mitología griega. Castellet ha clasificado las formas en que se organiza la variedad literaria de la obra de Espriu en la lírica, la elegíaca, la satírica y la didáctica.
Espriu renovó, junto con Josep Pla y Josep Maria de Sagarra, la prosa catalana. Su producción literaria es extensa pero destacan tres obras esenciales: El cementiri de Sinera, Primera història d’Esther y La pell de brau (La piel de toro), probablemente su obra más conocida, en la que desarrolla la visión de la problemática histórica, moral y social de España.
Su poesía de posguerra destaca por lo hermético y simbólico. En los escritos de esta época intentaba plasmar un estado de ánimo dominado por la tristeza del mundo que le rodeaba, por el recuerdo todavía presente de la muerte y de la devastación ocasionados por la guerra.
Espriu recibió en 1971 recibió el Premio Montaigne. Fue candidato al Premio Nobel de Literatura en 1971 y en 1983 y fue Premio de Honor de las Letras Catalanas en 1972. En 1980 recibió la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña y en 1982 la Medalla de Oro de la Ciudad de Barcelona. Doctor honoris causa por la Universidad de Barcelona y por la Universidad de Tolosa de Languedoc, en 1982 rechazó la concesión de la Cruz de Alfonso X el Sabio.
Obras:
1929: Israel, su primer libro, escrito en castellano
1931: El Dr. Rip
1932: Laia
1934: Aspectes
1935: Ariadna al laberint grotesc (Ariadna en el laberinto grotesco), Miratge a Citerea (Espejismo en Citerea)
1938: Leticia, Fedra, Petites proses blanques
1943: Historia antigua (en colaboración con Enrie Bagué)
1946: Cementiri de Sinera
1948: Primera història d´Esther (Primera historia de Esther)
1949: Les cançons d´Ariadna (Las canciones de Ariadna)
1951: Mariàngela l´herbolària (Mari Ángela la herbolaria), Tresoreres
1952: Anys d´aprenentatge, Les hores, Mrs Death
1954: El caminant i el mur (El caminante y el muro)
1955: Final del laberint, Les hores, Antígona
1957: Evocació de Rosselló-Pòrcel i altres notes
1960: La pell de brau (La piel de toro), Sota la fredor parada d´aquests ulls (Bajo la quieta frialdad de estos ojos)
1963: Obra poètica. Antología de sus poemas, Llibre de Sinera
1967: Per al llibre de Salms d´aquests vells cecs (Para el libro de salmos de estos viejos ciegos)
1968: Aproximació, tal vegada el·líptica, a l’art de Pla Narbona
1969: Tarot per a algun titella del teatre d´Alfanja (Tarot para algún títere del teatro de Alfaranja)
1978: Una altra Fedra, si us plau
1980: D’una vella i encerclada terra algunos poemas serán incorporados a Per a la bona gent
1981: Les roques i el mar, el blau
1984: Per a la bona gent
Edició crítica de les Obres Completes de Salvador Espriu. Centre de Documentación y Estudio Salvador Espriu / Ediciones 62.
ANEXO 2: UN COMENTARIO A UN POEMA DE MIGUEL DE UNAMUNO: “ELEGÍA EN LA MUERTE DE UN PERRO”.
La siguiente reseña sobre “La “Elegía en la muerte de un perro” de Miguel de Unamuno” se publicó en el número 2 de Qvadrante (1947), la revista que codirigieron Sacristán y Juan Carlos García Borrón.
Unamuno merece que se aborde el estudio de sus ideas, de sus sentimientos y vivencias, de sus cosas, desprendiéndose previamente de la normal sistemática de una crítica. Se duele Julián Marías en su Miguel de Unamuno de que se llame filosófica e ideológica a la poesía de Unamuno. Pero si esta protesta es justa en cuanto se refiere al conjunto de la obra poética unamunesca, la Elegía que examinamos hoy justifica ese marchamo de poesía conceptual, intelectual y expositiva. Es improcedente analizarla con un criterio exclusiva o preponderantemente literario, pues la anécdota real que motivó la composición no tiene sino un ligero eco en tres versos del principio (v. 6-8)
Sus ojos mansos
no clavara en los míos
con la tristeza de faltarle el habla…
Todo otro verso de la Elegía lleva un contenido ideológico, filosófico o biófilo, como quiera decir el lector, según el concepto que tenga de las relaciones de Unamuno con la filosofía. Aun en los tres versos trasladados, se da ya la expresiva nota de un perro con habla.
No es pues arte literario. Desde el primer verso, desde la primera palabra, estamos leyendo una de las condensadas y sinceras síntesis unamunescas. Hay que buscar, pues, en seguida, el contenido sustancial de la Elegía y hurgarle los entresijos para iluminarlos.
Con esta disculpa y razón, eludamos un mejor proemio y entremos en nuestro estudio. Consciente o inconscientemente, Unamuno construyó esta poesía con organicidad, como un crítico expondría sus teorías. Progresivamente, pues, recorremos la Elegía desde el primero al último verso.
Al enfrentarnos con el tema de la muerte pura -muerte de animal, sin aditamentos ni ambientación cerebral humana-, Unamuno conserva en el animal muerto su viejo hallazgo de lo agónico. Y así, el perro moribundo no está caracterizado -como hubiera querido la tópica poética- como fiel, ni evocado como cariñoso y querido. Tampoco es la muerte que se lo lleva una guadaña que corta los lazos que unen a perro y amo. Se trata sencillamente de que
la quietud sujetó con recia mano
al pobre perro inquieto… (v. 1 y 2)
La quietud, es decir, la negación de la agonía -hablamos de Unamuno- se apodera de la vida perruna. Paralelamente, el perro no tenía carácter más interesante que el de su inquietud. La muerte es la quietud y el perro -cuando vive- era inquieto.
A este aldabonazo de lo agónico en los dos primeros versos de la composición se abre toda la inspiración con unamunesca y brota de ella esta Elegía, esquema magnífico del proceso agónico. Van desgranándose las turbias premisas de la duda vital, madre de la agonía del espíritu. Y -exactamente igual que en su pensamiento expuesto en prosa- aflora primeramente a la conciencia de Unamuno el elemento inicial, negro, obscuro, lúgubre, del agotismo: la promesa de nihilismo, hecha por una terrible y destructora razón. En Unamuno, serenidad, reflexión, discurso, significan destrucción filosófica a la corta o a la larga, y aun a la cortísima muchas veces. Tras de tocar el tema del vivir eterno (v. 14-65) la predisposición cerebral de hombre culto le trae la negación a la pluma:
Yo fui tu religión, yo fui tu gloria; (v. 69)
Mis ojos fueron para ti ventana (v. 71)
del otro mundo.
…
¡También tu dios se morirá algún día!
Pero es ya cosa sabida que frente al negador intelectualismo de Unamuno se levanta siempre en él, alimentado ansiosamente, el opuesto principio de una esperanza vital proyectada a lo eterno. También se conoce como, con su habitual violencia intelectual, Unamuno potencia esa esperanza inmensa hasta elevarla a la voluntad -es más ibérico y unamunesco voluntad que ansia, palabra usada por los comentaristas- de divinidad. Aun cuando reservaremos este punto para más adelante, reseñamos aquí como está expresada esta vivencia en la Elegía:
Tal vez cuando acostabas la cabeza
en mi regazo
vagamente soñabas en ser hombre
después de muerto (v. 88-91)
No es la única vez que Unamuno intenta arcanizar, ponerse en la tesitura de la divinidad para intentar penetrar en su meollo poético, creador. Como muy bien señala Julián Marías en la obra citada, este es el sentimiento que le conduce -en Niebla– a convertirse en creador y en ejecutor de un “ius necandi omnimoso”
Lo agónico nace en el choque, al choque y por el choque de estos dos principios tan claramente aludidos en la Elegía: el intelectual desespero y la espiritual esperanza a la ibérica volitiva, schopenhaueriana.
*
Visto como se plantea Unamuno en estos versos el tema del agonismo, podemos decir cuál es el especial interés de la elegía, el que nos ha incitado a trabajarla, con preferencia a otras producciones poéticas de Unamuno más conocidas y prototípicas. Y este interés es doble.
En primer lugar, si bien Unamuno agoniza siempre, expone en pocos momentos la substancia del agonismo como lo hace aquí.
En segundo término -o unamunescamente primero, por vital- observamos lo siguiente: En casi todos las escaramuzas agónicas de Unamuno, su espiritualismo le lleva a una victoria -ligera siempre- del esperanzador principio, aunque sea recurriendo a su entrañable hallazgo de la “fe en la fe“. Pues bien, en este combate agónico que es la Elegía ocurre lo contrario; aquí vence el principio de la tristeza y de la muerte, aunque en el último verso -”¿adónde vamos?”- Unamuno intente asirse a la duda salvadora.
Ya a media composición, deja caer el verso desesperado:
¡También tu dios se morirá algún día!
(Y en Unamuno eso significa: y te morirás tú, que eres su sueño.) Desde ese momento (v. 75) el pesimismo va dominando en el desarrollo agónico. Y, algo más adelante (v. 105 a 111) a lo San Francisco, el hermano amo apostrofa el cadáver del hermano perro comparando sus suertes respectivas. Sobrecoge el pesimismo que respecto al hombre respiran estos versos:
Tú has muerto en mansedumbre,
tú con dulzura,
entregándote a mi en la suprema
sumisión de la vida;
pero él, él que gime
junto a la tumba de su dios, de su amo,
ni morir sabe.
No hay aquí ni fe en la postura del hombre ante a muerte. Y, en cuanto a lección del animal, no nos confunda ese “sabe morir” del último verso. Se trata de otra cosa, que no es lección ética, sino deseo de seguridad confiada. Compárese si no con algún fragmento estoico o eticista en el que se ensalce la serena muerte de los animales como lección: la “Mort du loup [Muerte del lobo]”, de Alfredo de Vigny, por ejemplo. El lobo de Vigny, serio, pétreo, magistral expone y aconseja al hombre:
Fais inlassablement ta longue et dure tâche
dans la voie où le sort a voulu t´appeller.
…Puis, après, comme moi, souffre et meurs sans parler
[Haz incansablemente tu larga y dura tarea
en la senda donde la suerte ha querido llamarte
(…) entonces, después, como yo, sufre y muere sin hablar]
No hay, por el contrario, lección alguna en el perro de Unamuno. Hay sencillamente seducción, envidia amistosa y cordial de la dulce entrega mortal del perro, con fe en la muerte y en el amo, o mejor, con seguridad en ambos casos. Y por eso, los tres últimos versos de los transcritos son una comparación.
* * *
Prosigamos la lectura. La vital tristeza -cósmica, infinita, teñida de su trasconsciente panteísmo se precipita por momentos.
Tú al morir presentías vagamente
vivir en mi memoria
no morirte del todo,
pero tu pobre hermano
se ve ya muerto en vida,
se ve perdido
y aúlla al cielo suplicando muerte.
Nunca ha derrumbado Unamuno -por transitoriamente que fuera- una concepción suya tan rudamente. Y aquí lo hace nada menos que con su desorientadora idea de la apocatástasis. Trasladándola al perro -bien nos hace ver así que no es idea, sino vivencia- Unamuno la reconoce falta de base para profesarla vitalmente un hombre; o, más que reconocerle, la siente falta de base.
Hemos encontrado a Unamuno en un momento negro de su agonismo. Esta es la causa del triste color de esta Elegía en la muerte de un perro.
ANEXO 3: UNA TRADUCCIÓN DE L’altra qüestió és la de la justificació que de la seva violència contra els estudiants de Barcelona dona el senyor Ministre, el qual diu així: “La més envilida de totes les formes de l´adulació és aquella que hom rendeix a la col.lectivitat”. Nosaltres proposaríem al senyor Ministre que substituís la “moral” de pura emoció “viril” que li dicta aqueixa frase, per la moral d´éssers racionals atents als postulats de la justícia púbica. Aleshores obtindria, enlloc de la sentència viril-glandular acabada de citar, la següent afirmació ètico-jurídica: “La més monstruosa de totes les formes de dictadura és aquella que tiranitza una col.lectivitat majoritària, constituïda pràcticamet pet tot un poble.
Esta es la carta respuesta del Centre de Documentació i Estudis Salvador Espriu:
Benvolgut,
Dispensi el retard en la resposta. Em sap molt de greu informar-lo que Salvador Espriu no va conservar la correspondència rebuda, excepte tres o quatre cartes soltes. Això significa que amb tota probabilitat les cartes de Manuel Sacristán a Espriu ja no existeixin.
En algun cas molt esporàdic s’han pogut publicar les cartes d’Espriu i les del seu corresponsal perquè aquest acostumava a guardar-ne còpia, però no és el cas més habitual.
De tota manera, transmetré la seva consulta als familiars de l’escriptor, però no compti que hi hagi sort. Si hi hagués cap novetat no dubti que li faré saber.
Com pot comprendre em sap molt de greu no haver pogut atendre la seva petició per tot el que significa.
Rebi una cordial salutació.
Montserrat Caba
Centre de Documentació i Estudi Salvador Espriu
Pavelló Sert – Can Nadal, s/n – 08350 Arenys de Mar
[1] “A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, /pero nunca ha de morir todo un pueblo/ por un solo hombre:/recuerda siempre esto, Sepharad./Haz que sean seguros los puentes del diálogo/ e intenta comprender y amar / las razones y las diversas hablas de tus hijos. /Que la lluvia caiga poco a poco en los sembrados / y el aire pase como una mano tendida / suave y muy benigna sobre los anchos campos. / Que Sepharad viva eternamente / en el orden y en la paz, en el trabajo, / en la difícil y merecida / libertad” (Traducción de Carlos Vitale). Sepharad es el nombre mítico usado por Espriu para hacer referencia a España o a la Península Ibérica.
[2] Para algunos datos biográficos básicos de Salvador Espriu, véase el anexo 1.
[3] Agradezco al filólogo y poeta Carles Gil la ayuda dispensada en este punto.
[4] Para una reseña del joven Sacristán de un poema de Unamuno, véase el anexo 2.
[5] Puede verse la versión catalana de Salvador Espriu del texto de Sacristán en el anexo 3.
[6] M. Sacristán, “Heine, la consciencia vencida”. Lecturas, Icaria, Barcelona, 1985, pp. 209-211 (el prólogo está fechado en enero de 1963).
[7] Véanse sobre este encuentro las declaraciones de Ricard Salvat para los documentales dirigidos por Xavier Juncosa sobre la vida y obra de Sacristán: “Integral Sacristán”, El Viejo Topo, Barcelona, 2006.
[8] Véase “Asamblea constituyente del SDEUB. Parlamentos de los profesores García Calvo, Jordi Rubió y Manuel Sacristán”,Materiales extraordinario nº 1, pp. 59-60.
[9] El País, noviembre de 2005.
[10] Sobre las propuestas curriculares de Sacristán, véase el anexo 4.
[11] Sobre la resistencia universitaria ante el atropello de la expulsión de Sacristán es imprescindible: “La historia de una expulsión universitaria durante el franquismo. Entrevista con Pep Mercader Anglada”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=77866.
[12] Salvo error u omisión por mi parte, además de Espriu, dirigieron cartas a Sacristán a propósito de la publicación de su Introducción: Miguel Sánchez Mazas, Josep Ferrater Mora y Víctor Sánchez de Zavala.
[13] Sobre la situación de la correspondencia de Salvador Espriu, véase el anexo 3.
[14] Sobre Marx y marxismo y Papeles de filosofía. Los otros tres volúmenes aparecieron después de su fallecimiento.
[15] Sacristán falleció de un infarto a finales de agosto de 1985 cuando regresaba a su domicilio de la Diagonal de Barcelona, tras salir de una sesión de diálisis.
[16] Mª Dolores Albiac Blanco, de quien debe verse su magnífico “En el cuarto de estar: leer y hablar con Manuel Sacristán”. En Salvador López Arnal e Iñaki Vázquez (eds), El legado de un maestro. Papeles de la FIM, Madrid, 2007, pp. 137-148.
[17] Sacristán publicó notas en mientras tanto haciéndose eco de este llamamiento.