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Soberanía y anticolonialismo: el modelo chino

Liu Han

Liu Han

Han pasado veinte años desde que ese habla del «Consenso de Beijing» (multilateralismo, no injerencia y diplomacia). El significado del término sigue siendo objeto de debate, pero es un concepto que se puede interpretar tanto de forma sustancial como procedimental. En primer lugar, cabe preguntarse cuáles son los aspectos que hacen única la experiencia que China ha introducido al mundo en las últimas dos décadas, junto con su rápido crecimiento. En este sentido, el debate sigue abierto. Algunas características del desarrollo económico de China, como el crecimiento orientado a la exportación, tienen precedentes. La organización económica «con características chinas», como la empresa de la ciudad que floreció en la década de 1980, nunca se ha afianzado a nivel nacional.

Además, China es tan grande y diversa que es difícil generalizar: dentro de ella existen varios modelos, como el «Modelo de Jiangsu del Sur» caracterizado por empresas colectivas a nivel de municipio y aldea y el «Modelo de Wenzhou», basado en los negocios familiares. Si, por el contrario, consideramos el «Consenso de Beijing» desde una perspectiva de procedimiento, en este caso la pregunta es si el desarrollo económico debe encontrar primero necesariamente un modelo a seguir. En esta dimensión, el «Consenso de Beijing» no solo desafía el Consenso de Washington, sino que incluso lo trasciende, rechazando la existencia de un modelo de desarrollo económico universalmente aplicable.

Cada país debe formular políticas y aplicarlas a la luz de sus propias tradiciones, circunstancias y condiciones. Es en este último sentido en el que el «Consenso de Beijing» es particularmente digno de mención. La experiencia de China muestra que el mejor «modelo» de desarrollo es realmente no seguir ningún «modelo». Al mismo tiempo, las autoridades pueden tomar prestadas selectivamente experiencias útiles de países extranjeros de forma incremental y experimental.

Ahora bien, no hay duda de que las ideas deben contextualizarse. Cuando se inventó el término «Consenso de Beijing» a principios del siglo XXI, el crecimiento económico de China apenas comenzaba a atraer la atención de los observadores externos. Seguía habiendo un optimismo generalizado de la posguerra fría sobre la expansión global del neoliberalismo. Después de la crisis financiera de 2008 y el ascenso de Trump en 2016, el mundo ha cambiado mucho. Sin embargo, lo que no ha cambiado es la esencia del «Consenso de Beijing»: las circunstancias políticas, económicas y culturales de China hacen que sea necesario seguir su propio camino de desarrollo. Aunque la economía china ha seguido creciendo desde que se lanzó el concepto de «Consenso de Beijing», el proceso de desarrollo aún está en curso. Hay logros notables (como la reducción de la pobreza, educación mejorada y mayor influencia internacional), pero aún deben abordarse cuestiones como la protección del medio ambiente y el envejecimiento de la población. El debate sobre la naturaleza del desarrollo chino aún está en curso.

Eso lleva a preguntarnos sobre cuáles son las fortalezas y debilidades del sistema político y económico chino. O mejor, sobre cuáles son las principales características del sistema político y económico chino. Si tomamos el sistema constitucional, no hay duda de que es la centralidad del Partido y una dirección centralizada, además de la presencia de líderes elegidos por méritos. El liderazgo es capaz de tomar decisiones importantes a largo plazo para el desarrollo económico y el progreso social de forma rápida y decisiva. Wuhan logró construir un hospital en diez días durante la pandemia. El sistema electoral occidental a veces puede convertirse en un obstáculo.

Sin embargo, desde un punto de vista sustantivo, la dirección del Partido y sus decisiones muestran sobre todo una gran resistencia. El liderazgo actúa sabiendo que los formuladores de políticas pueden acomodar e incorporar una variedad de políticas y adaptarlas a la situación. Pueden combinar el sistema de partidocentralizado con políticas económicas descentralizadas para garantizar la estabilidad sistémica y promover la innovación institucional. Por ejemplo, China puede absorber algunos elementos occidentales para la reforma fiscal, pero debe tener cuidado con los derechos de propiedad y la reforma judicial.

Qué se dice en China sobre el «Consenso de Beijing»

Ha habido una acalorada discusión en la academia y foros públicos sobre si el «modelo chino» realmente existe y si el éxito económico de China proviene de aprender sobre el neoliberalismo. Según los partidarios de esta teoría, seguir el Consenso de Washington, al menos en parte, es fundamental para el rápido desarrollo del país. Esta facción identifica una marcada división entre los 30 años anteriores a las reformas y los 40 años posteriores. Luego hay otra escuela de pensamiento, para la cual el neoliberalismo no es suficiente para explicar el éxito económico de China, y más bien enfatiza los cimientos sentados durante la era proto-socialista: la capacidad del partido-estado para movilizar al pueblo, la estructura industrial y la difusión de la educación básica que ha permitido la creación de una fuerza de trabajo con la formación adecuada.

Pero más allá del debate sobre el «Consenso de Beijing», la reafirmación de la importancia de las antiguas tradiciones chinas, alguna vez consideradas un obstáculo para la modernización, es sin duda sorprendente en los últimos años. En los últimos 20 años se ha comenzado a valorar la continuidad, más que la ruptura, entre la China antigua y la moderna.

Durante las últimas dos décadas, la influencia económica de China ha aumentado, mientras que la pandemia ha puesto de manifiesto algunas debilidades del sistema occidental. ¿Qué podrían aprender los países occidentales de China? El control relativamente rápido y efectivo de China sobre la pandemia ha demostrado cómo un liderazgo fuerte y centralizado puede responder a crisis graves.

Algunos académicos occidentales están comenzando a repensar las instituciones políticas y legales democráticas a la luz de la lucha contra la crisis. En el sector legal, por ejemplo, después del 11 de septiembre hubo un debate sobre si los gobiernos podrían forzar los procedimientos democráticos para responder a las emergencias. Antes de la pandemia, se temía que las situaciones de crisis pudieran conducir fácilmente a reacciones excesivas de los gobiernos, limitando incluso las libertades civiles. Ahora, sin embargo, ha surgido el problema opuesto: según estudios recientes de derecho constitucional, la reacción de los gobiernos ha sido en gran medida insuficiente.

Todavía es demasiado pronto para decir si la experiencia china se puede trasplantar a otros lugares y cómo. Quizás la experiencia china pueda proporcionar un recordatorio: en cualquier sociedad moderna, a veces se necesita una fuerza unificadora, al menos en tiempos de crisis.

Eso ha repercutido, además, en la percepción que se tiene en el extranjero del «Consenso de Beijing» y cómo gracias al crecimiento económico constante de China ha ganado cierta popularidad en el extranjero, especialmente entre los países en desarrollo. Sobre todo porque el énfasis de China en la soberanía nacional, y el hecho de que el gobierno se las arregla para mantener la soberanía en la práctica, es una fascinación para los países en desarrollo. De acuerdo con los principios del derecho internacional, cada estado-nación goza de «soberanía de jure». Pero mantener la «soberanía de facto», especialmente en el sentido económico y financiero, es otra cosa. En un mundo globalizado, la invasión de la soberanía nacional ya no toma la forma de ocupación territorial, sino que tiene lugar a través de la penetración económica para controlar el destino político de un país.

China siempre se ha tomado la soberanía muy en serio, especialmente en el contexto de la globalización posterior a la Guerra Fría. Esto hace que China sea más independiente que otras economías no occidentales. El enfrentamiento con EEUU, la disputa con la URSS y la reconciliación con EEUU han sido ejemplos de la afirmación de la soberanía, la independencia y la autonomía. De hecho, China nunca ha aceptado plenamente el Consenso de Washington o su antítesis; lo que podríamos llamar el Consenso de Moscú. El éxito de la reforma económica de China se basa en un replanteamiento del modelo soviético, pero no en el recurso directo al modelo estadounidense. Incluso mientras se esfuerza por aprender de Occidente en varias áreas, China toma prestado de manera selectiva.

Liu Han, profesor asociado de derecho y subdirector de la Oficina de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Tsinghua en Beijing.

Traducido para el CEPRID por J. F.

Fuente: Il Manifesto. Traducción y publicación en español: CEPRID (https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2610)

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