Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Obreros y capital: Mario Tronti como buen operaista

Isidoro Cruz Bernal

Un libro mítico, de mediados de los años sesenta, que prefigura aspectos relevantes de la lucha de clases en la Italia de la década siguiente y que a nosotros, latinoamericanos, nos llega como testimonio de una época pasada, como monumento histórico.

No quiero decir que careció de lectores en términos absolutos. Siempre existieron marxistas latinoamericanos que siguieron las publicaciones de izquierda italianas, singularmente ricas en ese tiempo[1]. Pero es evidente que este libro no tuvo ninguna clase de impacto significativo en el marxismo de la región. Hace poco más de quince años la editorial Akal lo tradujo al castellano y nos llegó de esta manera como un libro clásico que traía consigo los fuegos de una etapa concluida de la lucha de clases.

La pregunta posible, y razonable, es si este libro tiene aún algo para decirnos. Si puede exceder la condición de ser un «clásico» circunscrito a un tiempo histórico y pasar a la condición de un verdadero clásico del pensamiento teórico-político marxista.

En cierto sentido la pregunta ya está respondida, aunque por la vía del malentendido. La fama de Mario Tronti como teórico aun hoy le debe mucho más a esta obra, que data de 1966 y tiene una reedición en 1971, que a sus escritos posteriores. Esta fama no es producto del azar. Obreros y capital es el texto que expresa más acabadamente el conjunto de las tesis operaistas[2] y también la detección de una serie de problemas que este corpus teórico arrastraba. El libro ya no representa las posturas actuales de Tronti pero lo persigue fantasmática y obstinadamente hasta el presente.

El operaismo y su tiempo

Se ha relatado muchas veces. Lo ha hecho el entonces todavía marxista Lucio Colletti y en un tiempo relativamente reciente también lo hizo Perry Anderson con su habitual precisión[3]. El PCI después de su renuncia al combate por el poder político supo canalizar las energías de los movimientos dinámicos de la sociedad italiana, la mayoría de la clase obrera sindicalizada y la hegemonía en la esfera de la cultura. En este ámbito supo polarizar, que es una manera eficaz de imponer temas, y ganar. Esta cultura, según Anderson, expresaba un momento efímero, quizás ya anticuado, de la cultura occidental. El PCI fue eficaz en la lucha política y, a la vez, anticuado en su apropiación de la herencia cultural, con su reivindicación del humanismo croceano en una versión izquierdizada vía Gramsci, y en el análisis del capitalismo italiano. Anderson piensa que estas raíces fueron dejándolo progresivamente desarmado ante el avance de una cultura de masas cada vez más mercantilizada.

En el inicio de este proceso, en los años sesenta, surgió el operaismo a través de una serie de revistas intensas y efímeras. Quaderni Rossi, en el momento inicial del operaismo, y Classe Operaia en el momento en que Obreros y capital se escribió. Contropiano y Primo Maggio durante los años setenta.

El esfuerzo operaista se concentraba en bucear en las nuevas formas de trabajo, la reconfiguración de la clase obrera, la crítica a las instituciones corporativas que mediaban entre el trabajo y el capital, la aparición de nuevas figuras obreras y el rastreo de su potencialidad antagonista. El operaismo quería encontrar la configuración del capitalismo en su versión más moderna y, al mismo tiempo, realizó su apuesta en las formas espontáneas de lucha, que mostraban radicalidad pero que evocaban, de alguna manera, la infancia del movimiento obrero. Visto sin condescendencia, era un error. Y evocando la frase con la que Weber intentó, sin lograrlo, liquidar el programa de Marx, era un error de alto nivel intelectual pero un error.

Pero un error en política nunca se comporta de manera similar a los senderos muertos de la investigación científica. Así como el PCI era competente en ciertos aspectos de la vida italiana y anticuado en otros, el operaismo significó una modernización intelectual del marxismo peninsular a pesar de su oculta vertiente neoromántica de teoría idealizadora de la clase obrera terrone, de origen campesino, que era expresión de una muy lograda actividad entre las formas militantes del nuevo proletariado inmigrante del sur. El célebre obrero masa, alejado de la cultura organizativa tradicional del movimiento obrero pero más intensamente conflictivo.

El operaismo y el resto de la nueva izquierda italiana (especialmente con Il Manifesto de Rossanda, Magri, Natoli, Castellina y Pintor o la neomaoísta Avanguardia Operaia) llenaron con su activismo un espacio obrero radicalizado que la política del PCI dejaba libre[4]. Pese a ser ampliamente exitosos en la conducción de los conflictos llamados salvajes de finales de los sesenta hasta el fin de la década siguiente, este espacio no consiguió reconvertir esa energía social en un proyecto político para un sector más amplio de las clases subalternas de Italia. Fue el destino de formaciones como el PdUP (Partido de Unidad Proletaria) o de la coalición más amplia llamada Democracia Proletaria, ambas obtuvieron representación parlamentaria pero nunca pasaron del 2 % de los votos. Este aislamiento afectó únicamente a las organizaciones más clásicas de extrema izquierda pero no al operaismo que descartaba el ámbito electoral.

Obreros y capital y operaismo

¿Cuáles eran los puntos de vista desarrollados por este texto central del operaismo?[5]

La principal tesis operaista era que el desarrollo capitalista constituía una respuesta a las luchas de la clase obrera. Los operaistas se rebelaban contra una lectura de El Capital por la que, en nombre de la economía política, el capital se convertía en el sujeto de la historia. Contrariamente Tronti afirmaba la primacía de la relación de clase establecida por el proletariado por sobre la estructuración de la burguesía como clase. La clase obrera fue tal antes que sus explotadores.

Otra tesis central operaista era que la revolución ya no había que esperarla a partir del eslabón más débil sino donde existiera la clase obrera más fuerte. El escenario de la revolución era, necesariamente, el capitalismo moderno. Esto significaba colocar el eje, de forma equivalente a la de los clásicos términos marxianos, en un capitalismo fundado en el plusvalor relativo. A esto se le adosaba la vertiente más propiamente operaista de definir la organicidad del capitalismo a partir de la cada vez más profunda imbricación entre fábrica y sociedad.

Se puede decir que alguien es operaista si defiende las dos tesis arriba explicitadas.

Ni el joven Tronti ni sus compañeros pusieron la menor esperanza en las revoluciones coloniales o los procesos de liberación nacional. No estaban en contra de que existieran allí donde eran necesarios. Pero no esperaban que brotara de ellos ninguna especie de desarrollo socialista o comunista.

Esta concepción del necesario marco del capitalismo moderno para la revolución obrera, llevaba a los operaistas a rechazar la política gramsciana nacional popular en la versión del PCI y en general. La tesis operaista era la afirmación de una primacía tal de la clase obrera que los llevó a formular su teoría del sujeto revolucionario como «clase obrera sin aliados»[6]. Este era el eslogan que proclamaban sus grupos militantes en marzo de 1964.

Una de las certezas del Tronti de Obreros y capital es que, ya sea por la vía tercermundista o por la vía gramsciana, el marxismo se estaba convirtiendo en una ideología populista.

La concepción del sujeto antagonista es concebida en Obreros y capital a partir del doble carácter de la fuerza de trabajo. Si el análisis marxiano de El Capital se centraba en la dialéctica del valor y del valor de uso de la fuerza de trabajo para rematar la explicación «contable» de la explotación (Althusser dixit), en la obra de Tronti la fuerza de trabajo es pensada como mercancía y como sujeto. Es decir, como el sujeto y su producto, aunque en el capitalismo la cosa presentificada que sale de la producción va antes que el sujeto así como en el Manifiesto Comunista el tiempo pasado predomina sobre el tiempo presente. El sujeto queda del lado del antagonismo, es su personificación subjetivizada. La fuerza de trabajo es fuente de valor y, para Tronti es el no-capital. La razón de fondo de esto es que la fuerza de trabajo es el consumo de la corporeidad de la figura del obrero, raíz del antagonismo. La clase obrera se contrapone a la máquina, o mejor dicho a su uso capitalista, pero también a la fuerza de trabajo en tanto capital variable. La perspectiva de la lucha obrera es impedir la transformación de la fuerza de trabajo en trabajo efectivo (es decir, de su valor de uso). De allí sale la consigna operaísta del rechazo del trabajo. Tronti lo formula de la siguiente manera, dando un paso más: el empresario da trabajo y el obrero es dador de capital.

La conclusión política de esto es que la clase obrera debe poder descubrir que forma parte del dispositivo de conjunto del capital para poder emerger como su antagonista general. Para Tronti y los operaistas es por esa suerte de absorción en el capital que la clase obrera puede transformarse en sujeto revolucionario contra el orden social vigente. Quizás la tesis no sea completamente novedosa y pudiera ser fácilmente hallada en el corpus marxiano. Sin embargo la mirada con que el operaismo se aproximaba a esta problemática traía nuevas perspectivas de apertura teórica.

En términos generales, el esquema teórico operaista que está formulado en Obreros y capital subraya que la subversión de la sociedad burguesa es solamente posible desde su interior. El centro de esa subversión se encuentra en las fábricas. Desde allí hay que construir el poder obrero. Pero no es únicamente desde la práctica cotidiana de la lucha de clases en la fábrica que el proceso revolucionario es posible. El papel de la teoría es fundamental. El trabajo teórico pasa por anticipar el desarrollo objetivo de la sociedad burguesa y apostar a los combates allí donde la clase obrera es más fuerte.

Algunas consideraciones sobre clases y lucha de clases

La base teórico-política del operaismo y de esta obra de Tronti tiene una virtud nada desdeñable: plantearon sus posiciones de forma definida y clara. El lector sabe a qué atenerse.

La tesis central operaista en la que la lucha obrera es la principal variable independiente a considerar cuando queremos entender el desarrollo capitalista era una idea aguda que podía defenderse respecto a la infancia del movimiento obrero o al período abierto después de la crisis de 1929 y la construcción de los estados de bienestar[7]. Respecto al régimen social de acumulación neoliberal instalado desde fines de los años setenta sería bastante más difícil afirmar una tesis de esta clase[8] Pero no se trata solamente de un problema de periodización histórica.

Existen también cuestiones teóricas más generales. Personalmente me encuentro entre aquellos que consideran al capital, en tanto que valor que se auto-valoriza, como el principal agente activo en las formaciones sociales capitalistas.

Hay que considerar un importante matiz: los mecanismos de la acumulación del capital no pueden entenderse exclusivamente a partir de la actividad conciente de los sujetos (está el célebre dictum marxiano de «no lo saben pero lo hacen») ya que parte esencial de esos mecanismos ocurren a espaldas de los agentes. Marx escribió un libro llamado El Capital y no La burguesía. Es un mecanismo; son las relaciones de producción capitalistas las que ordenan el marco en que se da la correlación entre las clases. El capital es el sujeto histórico de la sociedad capitalista, aunque es un error identificarlo de manera inmediata con una clase social. Del mecanismo de las relaciones de producción se deriva una posición de clase claramente diferenciada en la apropiación del valor, forma capitalista de la riqueza.

Otro error muy extendido es pensar a las relaciones de producción y a la lucha de clases como dos mundos absolutamente separados. En las formaciones sociales capitalistas el antagonismo de clase ocupa una posición central. Pero esto no se debe a que las fuerzas sociales que se enfrentan puedan entenderse como fuerzas de clase sino que éstas desenvuelven el conflicto social a través de formas que estructuran esta lucha y que direccionan su dinámica y su dirección. Las clases en lucha definen y redefinen su configuración, especialmente las subalternas, en el mismo escenario del conflicto y en la matriz estructurante de las relaciones de producción.

Para desarrollar esta tarea teórico-programática hay que partir de los conceptos centrales de la crítica marxiana de la economía política: valor, dinero, capital y de sus articulaciones. No puede negarse que el Tronti de Obreros y capital intentó llevar esto a cabo. Pero lo hizo de una forma que podríamos calificar de inmediatista, como si la aparición de cada categoría se correspondiera vis a vis con el concreto real de las formaciones histórico-sociales. Esta decisión conceptual, que juzgamos errada, era sin duda muy congruente con el programa teórico-político del operaismo. Aquí Tronti hace jugar a las categorías teóricas como si pudieran presentarse tal cual en su realización histórica, como si ya fueran las fuerzas sociales antagonistas reales. El punto de vista de Marx comienza utilizando la categoría de clase social para configurar una identidad conceptual y solamente después remite a un sujeto real que arrastra una historia socio-política, prácticas organizativas y formas de identificación propias. Pero no es nunca una categorización que se le asigna a una entidad pre-existente. En Obreros y capital hay una identificación inmediata entre categorías teóricas y clases sociales históricamente existentes que constituye el principal flanco débil del libro. Al mismo tiempo, este elemento era uno de los rasgos más atractivos del marxismo operaista.

El rasgo apuntado no se encuentra sólo en los pasajes más claramente teóricos del libro sino en los análisis más históricamente situados que podemos encontrar en el final de la obra.

Partido y clase

En la tradición teórica operaista el tema del partido siempre fue una cuestión conflictiva.

La concepción de las clases y la lucha de clases que compartían los operaistas arrastraba una dificultad para aprehender algunos aspectos de la especificidad de la práctica política. Decimos algunos aspectos y no todos ya que el operaismo como tal implica una perspectiva de enfrentamiento entre las clases que es política desde su inicio. La dificultad pasa más por una reflexión sobre la naturaleza de los instrumentos propiamente políticos del enfrentamiento social que por una actitud de indiferencia hacia la lucha política.

La concepción societalista que tenían los operaistas de los enfrentamientos que atraviesan la sociedad se reflejó en varias propuestas de los militantes de esta corriente sobre el tema partido. Hay textos sobre este tema de Panzieri y Tronti, Negri, Panizieri y Libertini. En sus páginas se pueden encontrar elementos analíticos interesantes sobre las experiencias clásicas del movimiento obrero. El problema que arrastraban era la tesis que planteaba la relación del partido político obrero con una determinada fase del capitalismo. Tesis que, planteada así, implica necesariamente un enfoque reduccionista e historicista mientras que la cuestión del partido es un problema claramente político que involucra la acción común entre un grupo de personas y las estructuras organizativas que se dan, cuestión que trae varios nudos de víboras, y que en esa embarcación (frágil o poderosa) intentan trabar relación orgánica con las clases sociales, corporaciones, burocracias, etc en pos de un proyecto de sociedad (progresivo o reaccionario), en el que van dosificando diversas combinaciones entre intereses e ideales. El operaismo procedió en general a llevar adelante un punto de vista sociologista en el que los partidos eran traducciones de estrategias implementadas ad hoc por las clases sociales[9], cuestión que era dinamizada por el proletariado por su posición central en la relación social general. En algunos textos operaistas las ideas-fuerza en torno a los partidos remitían a la composición de clase10, lo cual lleva a claves de interpretación que navegan entre el economicismo y el societalismo.

El Tronti de Obreros y capital dedica un breve capítulo de su libro a la cuestión del partido y su relación con la clase obrera. De su lectura se puede evaluar que el autor busca conservar el enfoque de conjunto del operaismo mientras que le hace unos retoques a su casi ausencia de teoría del partido revolucionario. Es probable que esta preocupación se relacione con la experiencia de Tronti en el PCI, previa al operaismo. Además, en todo el texto de Obreros y capital aparece la reivindicación de Lenin y de la necesidad de tenerlo presente cuando se quiere hacer la revolución.

¿Qué pensaba Tronti en este libro? Postula dos tesis centrales.

La primera es afirmar la necesidad de retornar a la unidad del enfrentamiento de la clase obrera contra el capital. El movimiento obrero clásico desarrolló dos estrategias: el sindicalismo, que se confinaba a la lucha meramente económica de la clase obrera y conducía necesariamente al oportunismo, y la representación puramente política, la cual en un capitalismo moderno que se volvía cada vez más compatible con cierta forma de la democracia política, también terminaba en una forma de oportunismo ligado a las instituciones. Tronti postula una política de clase que unifique ambos niveles de la lucha de clases.

Con esta tesis es difícil no estar de acuerdo ya que constituye solamente la traducción al lenguaje teórico de los grandes fracasos de la historia del movimiento obrero.

Es en la segunda tesis de Tronti dónde aparece una propuesta explícita para darle un perfil más definido y no solamente una descripción del terreno, y quizás una aproximación en torno a qué hacer. Tronti en este libro afirma que: «La clase obrera posee una estrategia espontánea de sus propios movimientos y de su desarrollo; y el partido no tiene más que revelarla, expresarla y organizarla. Pero la propia clase no posee desde ningún punto de vista, ni desde el de la espontaneidad, ni desde el de la organización, el momento verdadero y propio de la táctica»[11].

Tronti da relevancia al momento táctico de la lucha de clases y plantea que las grandes derrotas de la clase obrera en los momentos cruciales de una crisis revolucionaria se debieron a la mala lectura del momento táctico, que es el punto en el que la existencia del partido es crucial.

En este punto es interesante la comparación de esta aguda lectura con otro tipo de conclusiones más habituales en la izquierda radicalizada, que es la de achacarle el fracaso de una coyuntura de enfrentamiento abierto entre las clases a la ausencia de un partido revolucionario[12]. Efectivamente podría señalarse que Tronti podría coincidir, y de hecho coincide, con esta lectura ya que en el texto hay una vigorosa defensa de la necesidad del partido.

Sin embargo, hay una diferencia que abre un mundo. Las corrientes que explican las derrotas por la ausencia de partido suelen tener una lectura que adjudica a este la posesión de la estrategia revolucionaria. El Tronti de Obreros y capital confina al partido al ámbito de la táctica[13], momento que resalta superlativamente en su argumentación pero que no es el de la estrategia. La estrategia está en manos de la clase obrera como tal.

Tampoco podría decirse que Tronti construya una teoría del partido revolucionario. En su libro siempre se refiere al partido obrero. Y a una variante del partido obrero que parece estar referida a un partido de toda la clase, ya que como señalamos el partido debe revelar, expresar y organizar la contestación contra el capital plasmada en la estrategia obrera. Probablemente la formulación de Tronti en este libro sea la aproximación más política a la que llegó el sociologismo en clave espontaneísta que fue una marca del operaismo en toda su historia. A pesar de la persistente reivindicación de Lenin que hace Tronti, la concepción que formula sobre el partido obrero y su relación con la clase obrera parece más próxima a la de Rosa Luxemburg, que también era una defensora del partido de toda la clase y de una determinada definición de la espontaneidad obrera[14].

La estrategia y la política

¿Es satisfactoria la opción entre la posición de Tronti que reduce la actuación del partido al momento táctico y la postura alternativa de la mayor parte de las organizaciones revolucionarias tradicionales que piensan al partido como poseedor de la estrategia y de la táctica? El mero hecho de formular la pregunta adelanta una postura negativa.

La segunda posición encarna una parte importante del conservadurismo teórico de la mayoría de la izquierda radicalizada internacional, la cual arrastra una crisis de estancamiento que lleva varias décadas, a pesar de periódicos resurgimientos seguidos de crónicas caídas. Quizás el mayor peso muerto que arrastran estos grupos y organizaciones es el apego a una normativa programática excesivamente anclada en el siglo XX y que se ha resistido formular tesis sobre los acontecimientos centrales del fin del siglo XX, como la globalización o la implosión del socialismo real. Subrayo tesis y no monografías universitarias o artículos que no exceden el rango del periodismo. Y afirmo que la mayoría de los grupos y organizaciones de la izquierda radicalizada no lo ha hecho debido a que no podrían haberlo llevado a cabo y continuar siendo trotskistas, maoístas o cualquier otra denominación surgida de las disyuntivas del siglo pasado. Lo uno excluye lo otro.

La idea de Tronti de que existe una estrategia obrera espontánea, que puede seguirse en sus acciones, movilizaciones, reclamos, es completamente razonable. Mucho más discutible es que a través de la estrategia espontánea de la clase obrera sea viable la transformación de las relaciones de producción capitalistas, ya que, salvo contadas excepciones, esta estrategia consiste en avanzar lo máximo posible en el escenario de la sociedad existente.

La versión más frecuente de la estrategia obrera espontánea se cristaliza en el sindicalismo que, como formuló agudamente Lenin, es política burguesa para obreros. Es una combinación que sirve para vender la fuerza de trabajo lo más cara posible y, al mismo tiempo, le permite a las organizaciones sindicales, y especialmente a sus direcciones, incidir en la escena política y negociar su lugar en el régimen político vigente.

Se puede decir entonces que si bien la estrategia obrera espontánea que describe Tronti es una hipótesis sensata, es mucho menos probable que el papel de las organizaciones revolucionarias se reduzca a la resolución del momento táctico.

La clase es sólo estrategia plantea Tronti y ésta se afirma de manera completamente objetiva. Esto es así porque en la perspectiva operaista de Tronti la estrategia es el rechazo. El rechazo del trabajo, una práctica materialmente incorporada a la masa social obrera.

La táctica es equivalente a la organización. Allí Tronti coloca la mediación partidaria. Además la táctica siempre modifica a la estrategia a través del camino de implementarla. Aquí las nociones de táctica y estrategia quedan trastocadas[15]. Lo cual, por supuesto, es una discusión posible pero corre el riesgo de producir un ruido conceptual innecesario, ya que la primacía que Tronti adjudica al momento táctico sobre el estratégico modifica, sin advertirlo, el uso de estas nociones que se encuentra en las obras de Clausewitz y Lenin.

La primacía táctica, en Obreros y capital queda claramente expresada en el énfasis de Tronti en la manera que describe cómo el partido violenta la estrategia obrera, cuyo zenit es Lenin diciendo que el asalto al Palacio de Invierno debía hacerse el 26 de octubre porque el 25 es prematuro y el 27 demasiado tarde. La transformación táctica de la estrategia debe ser impuesta desde el exterior a la clase obrera[16]. De alguna manera la estrategia se convierte en una especie de monarca constitucional de la lucha de clases.

Una alternativa interesante a esta formulación (y a la de las organizaciones revolucionarias tradicionales) podemos encontrarla en el marxismo del CICSO (especialmente Lito Marín pero también Beba y Beatriz Balvé)[17] que defendía la existencia paralela de una estrategia obrera y de una estrategia revolucionaria, cuya finalidad última era producir un punto de encuentro entre las dos. Ambas estrategias coexisten, distintas en la mayor parte de las situaciones y coyunturas pero la estrategia revolucionaria tiene como fin conseguir la confluencia con la estrategia obrera, sin adaptarse a ella, llevándola hacia el campo de la revolución[18].

En esta propuesta, el telón de fondo sí es Lenin y el que sin duda es su mejor libro, el Qué hacer. La base de la postura teórico-política de Lenin es la afirmación de una diferencia irreductible entre lo político y lo social. A pesar de todos los vasos comunicantes que puedan existir entre ambas esferas de la estructura de la sociedad siempre va a subsistir una zona en la que se expresará nítidamente la autonomía de la práctica política. En el Qué hacer la lucha de clases no se proyecta en forma directa en el campo social sino mediante la articulación de los distintos niveles del todo: el económico, el político y el ideológico.

La práctica política que formaba parte del plan organizativo de Lenin que aparece en el Qué hacer no aconsejaba irse de las fábricas pero afirmaba que reducir la acción de los socialistas a las fábricas era la concepción más estrecha de la política. Planteaba abiertamente la necesidad de ir hacia todas las clases sociales de la nación. Y no sólo hacia las clases sino hacia todos los grupos y estratos en los que se subdividen estas clases y que deben su constitución a los más diversos factores: culturales, ideológicos, políticos, religiosos, etc. Lenin reafirma la necesidad de denunciar todos los abusos, de buscar representar a todos los oprimidos de la sociedad y no solamente a los obreros[19]. No se nos escapa que el plan diseñado por Lenin en el Qué hacer existe una serie de elementos contextuales propios de la formación social rusa de principios del siglo XX. Pero también hay en el Qué hacer otro componente de proposiciones cognitivas que, a falta de una mejor denominación, podemos llamar metodológicas que conforman una serie de sugerencias teórico-políticas extremadamente útiles para pensar una teoría marxista de la política, una vez diferenciadas del elemento de contexto histórico y de los límites pragmáticos que afectan a cualquier teoría, ya sea en sus centros o sus márgenes.

El noveno planeta

No apuntamos todavía a realizar un balance de los límites y virtudes que tiene Obreros y capital como texto sino a analizar aquellos que el propio Tronti encontraba en el corpus operaista a principios de los años setenta. Tronti realiza una crítica implícita de este corpus. No se trata de una impugnación abierta sino de un señalamiento de los problemas que su armamento teórico-político arrastraba. Pero no a partir de problemas puramente teóricos sino de problemas prácticos de la historia de la clase obrera que el punto de vista operaista no abordaba. Y que también el marxismo revolucionario en general parecía estar desinteresado en examinar.

Tronti las reúne en un conjunto de problemas[20], que empiezan por lo que denomina the progressive era, a la que caracteriza por la coexistencia de la violencia obrera y el reformismo burgués pero en la que ya empiezan a desaparecer las insurrecciones imprevistas y se afirma la gestión política de la relación social general y la propiedad privada. Esta época termina hacia los años veinte pero en cierto modo, el tipo de iniciativa capitalista que la singulariza se prolongó en el tiempo, si seguimos el curso de las sociedades occidentales avanzadas.

Un efecto propio de esa época es la separación de la economía respecto a la política, evento protagonizado por Alfred Marshall[21]. En parte irónicamente y en parte totalmente en serio Tronti describe a Marshall como el nuevo Hegel de la burguesía, aquel que reconstruye la economía del capital y la eleva al rango de teoría. Una teoría que aparece como pura historia del capital y borra a la clase obrera y, especialmente, a sus luchas.

El paso posterior de Tronti es desacralizar la versión marxista clásica de la historia del movimiento obrero, cuyo actor central de sus inicios es el Partido Socialdemócrata alemán (SPD). Tronti empieza subrayando la persistente correlación entre el desarrollo del SPD y el régimen bismarckiano. Sin Bismarck no habría existido un fuerte SPD y al mismo tiempo sin SPD no se habría dado un desarrollo tan fuerte de la industria alemana. Esta tesis, aguda y provocativa, fue parcialmente refrendada en el curso de la frustrada revolución alemana de enero de 1919. La coalición de hecho entre una socialdemocracia, deseosa de hacerse del poder político, y el militarismo prusiano ahogó en sangre la insurgencia obrera y decapitó a su dirección política, encarnados en Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.

No sólo esto. Hay un nivel más profundo aún. El planteo más duro de Tronti en relación a la historia del SPD y su centralidad en la historia del movimiento obrero occidental es cuando dice que gracias a la prodigiosa malla organizativa del SPD, Alemania es el país en el cual es más difícil acceder a las luchas obreras. No afirma que éstas no existan sino que quedan «sumergidas bajo las consecuencias organizativas que de modo inmediato han provocado»[22]. Esta circunstancia ha generado, según Tronti, una mirada falsa en aquellos que tratan de entender el movimiento obrero alemán y el SPD, desde Franz Mehring en adelante.

La socialdemocracia alemana, en la versión de Tronti, fue el producto de una práctica cotidiana conciliadora (menchevique dice Tronti) que se mantenía unida a una ideología que defendía fines de subversión social. El autor dice, un poco al pasar pero es claro que se trata de una tesis fuerte, que esta combinación determinó que la socialdemocracia alemana fuera, antes que nada, un fenómeno formidable de organización.

Pero aún hay más. Tronti piensa que esta densa malla organizativa es solidaria con una gran mediocridad intelectual, con la miseria teórica. El SPD creía que tenía a la ciencia de su lado pero la ciencia estaba fuera y en contra de la socialdemocracia[23]. El SPD alimentaba una escolástica marxista que hacía perder mucho tiempo a los verdaderos políticos del movimiento obrero, como Lenin. Mientras tanto la ciencia del capital crecía sin oposición seria.

A partir de aquí podemos explicitar el contenido más general del análisis histórico de la última parte de Obreros y capital: este panorama desmiente la concepción que defendía la idea de que el movimiento obrero europeo partía de condiciones atrasadas pero que tuvieron derivaciones de tipo revolucionario, si se lo comparaba con el movimiento obrero norteamericano.

Tronti defiende la tesis de que, a partir de 1930, los obreros norteamericanos desarrollaron las respuestas más creativas y avanzadas. Las que mostraban que la frase de Marx, tan criticada, la que dice que el país adelantado le muestra su futuro al atrasado tiene un fuerte contenido de verdad en importantes zonas de la realidad histórica. El comportamiento de la clase obrera norteamericana no constituía la excepción a la regla sino que muestra la política obrera adecuada a una sociedad de capitalismo maduro.

La clase obrera norteamericana es un problema socio-político ante el cual la teoría marxista ha retrocedido –piensa Tronti–. ¿Es necesario recordar que se trata de la clase obrera del país capitalista más desarrollado y del país imperialista más importante? Sin embargo, la clase obrera norteamericana no parece haber sido una cuestión a estudiar para la inmensa mayoría de los marxistas norteamericanos[24]. Es una región desconocida para los sensores que usa la teoría marxista más usual.

¿Qué dice Tronti sobre la clase obrera norteamericana? Posteriormente al fin de la primera guerra mundial y en los años veinte, Tronti da cuenta de las derrotas de las luchas obreras a causa de la intransigencia capitalista y de un período posterior azarosamente próspero. Pregunta un poco cínicamente ¿para qué luchar si no hay posibilidades de obtener nada? Y adjudica esta pregunta a los propios obreros norteamericanos.

La crisis de 1929 lleva al proceso de reorganización sindical que concluye en la creación del CIO (Congress of Industrial Organizations) en 1935. Este proceso de reorganización, que en general es considerado como una combinación de auto-organización obrera y la constitución de una nueva burocracia sindical, es interpretado de una manera muy distinta por Tronti. La consigna que animó la conformación del CIO «organizar al que no esté organizado» convenía tanto al capital en su conjunto como a la clase obrera. La lucha obrera radical, plantea Tronti, suele ser un disparador eficiente para la autoconciencia del capital[25]. En este sentido, Tronti lleva las tesis operaista un paso más adelante. Se niega a aceptar que la tesis operaista que afirma la existencia de formas parciales de poder obrero deba quedar confinada a la fábrica o a la escena más general de la lucha de clases y debe ser proyectada hasta el aparato de estado.

El proceso político que termina comandando esta confluencia es el New Deal de Roosevelt[26]. El resultado a que esto lleva es que el estado del capital norteamericano le abre la puerta a un poder obrero moderno que sirve de contrapeso frente a un poder patronal atrasado[27]. Tronti ubica a Estados Unidos como el tipo ideal donde se produce un nudo indisoluble entre la iniciativa del capital y la organización avanzada de los obreros. El capital y su estado en alianza con la clase obrera enfrentaron con éxito a los capitalistas individuales. Tronti está lejos de idealizar este proceso socio-político. Lo caracteriza como un paso pragmático, casi cínico, de adaptación de la máquina estatal a las necesidades del desarrollo capitalista.

Sin embargo Tronti plantea que los logros del CIO en Estados Unidos no los consiguió ningún partido de clase en el resto del mundo. Incluso afirma que, en ciertas condiciones, el sindicalismo puede actuar como un partido político. Acepta el elemento pragmático y adaptativo del orden del capital que implica el New Deal pero señala los logros obreros que encuentra en él. Logros que no se limitan a conquistas materiales –el célebre plato de lentejas– sino a lo que Tronti piensa como la utilización obrera de la organización capitalista del trabajo industrial. Esta ambigüedad del proceso de la clase obrera norteamericana, que protagonizó lo que el autor define como la tradición más política del movimiento obrero, constituye lo que Tronti ubica como hechos problemáticos, inadecuados para ser pensados desde la visión marxista ortodoxa del problema obrero pero que siguen allí, aunque los diferentes marxismos no se hagan cargo de abordarlos.

La clase obrera norteamericana es «este oscuro enigma, esta cosa social en sí que se sabe que existe, pero que no puede conocerse, este es el punto de no retorno de la investigación»[28]. ¿Por qué Tronti afirma la existencia de este problema? Aquí llegamos a un punto problemático de la investigación de Obreros y capital que es la tesis trontiana de que el movimiento obrero como tal estaba llegando al fin de una era. La formulación que plantea, que no llega a ser una tesis es: «Las luchas obreras tienen necesidad hoy de una nueva unidad de medida, porque la vieja, la nuestra, no es suficiente y ya no nos sirve»[29].

Tronti detecta que la clase obrera alcanzó una cuota grande de poder en la sociedad capitalista, cuya expresión más clara es la negociación colectiva del precio de la fuerza de trabajo. Postula un plano de la guerra de clases bastante paradójico: la negociación colectiva expresa la victoria en una batalla de la lucha de clases. Sin embargo también entiende que en una visión de más largo alcance, plantea que la clase obrera debe pegar un salto adelante en su organización para poder ponerse a tono con las nuevas luchas y evitar una derrota en un plazo indeterminado. Quien se retrasa, pierde dice Tronti.

Los contenidos de las nuevas luchas obreras (de fines de los sesenta y comienzos de los setenta) quizás los tuvieran claros los militantes operaístas, de la nueva izquierda o quienes fueran los interlocutores hipotéticos a los que se dirige Tronti. Un lector contemporáneo, aun informado de la historia de las luchas obreras y de la izquierda italiana, carece de pistas razonables para siquiera sospechar en qué consistían semejantes novedades, si es que éstas eran algo distinto a los batallones más concentrados de la clase obrera fordista[30].

Lo que se puede colegir es que Tronti empezaba a tener conciencia de que el programa operaista de investigación empezaba a mostrar sus límites. Los cuales no siempre aparecen a través de sus problemas centrales sino generalmente a través de elementos sintomáticos.

En ese sentido, la clase obrera norteamericana parecía convertirse en un elemento prometedor para fortalecer las tesis operaistas sobre la existencia de formas de poder obrero en la sociedad capitalista que sin embargo terminó siendo un problema que obligaba a ir hacia zonas de la realidad que quedaban afuera de las coordenadas operaistas.

Tronti sitúa el escenario que ve aproximarse en la lucha de clases como el de un capitalismo maduro (aquí podemos observar cierta continuidad con el operaismo) al que ve como una sociedad compleja, contradictoria y en la que existe más de una sede que se atribuye la fuente del poder. No está dicho de manera explícita pero este diagnóstico se contrapone a una de las tesis iniciales y más importantes de Obreros y capital que planteaba que en el capitalismo maduro la sociedad tendía a identificarse con la fábrica. Afirma, esto si explícitamente, que había que continuar la investigación, a partir de la sensación que empezaba una etapa posclásica de la lucha de clases y que era necesario poder anticipar sus rasgos desde la teoría.

Un sujeto y sus problemas

Después de Obreros y capital Tronti pasa a orientar sus investigaciones hacia la autonomía de lo político. Es decir hacia la relación de implicación y de discordancia entre la esfera económica y la esfera política. Sin embargo la parte final de este libro no trae como consecuencia la ruptura con una serie de tesis fuertes del programa operaista. Fue solamente el principio de esa ruptura. Pero fue un principio cuya secuencia, una vez iniciada, no pudo ser detenida.

Tronti y algunos de sus compañeros operaistas continuarán su camino planteando su investigación sobre la centralidad obrera en el interior del Partido Comunista Italiano. Mantuvieron esa pertenencia de manera crítica aunque, aparentemente, sin lograr incidir políticamente en su curso. Tronti fue crítico de su auto-abolición y de las sucesivas mutaciones del PDS, DS y que terminaron en el Partido Democrático pero no se retiraron de la organización.

Sus otros compañeros operaistas persistieron en algunas de las posturas más afines al operaismo inicial, persistiendo en militar en organizaciones del estilo de Potere Operaio[31]. Probablemente la tesis de la fábrica difusa, explicitada por Toni Negri, haya sido formulada en contraposición de las tesis trontianas sobre la autonomía de lo político. Esta tesis implicaba una continuidad pero también la conciencia de que la situación de la forma de existir y de actuar de la clase obrera estaba empezando a sufrir cambios decisivos. Negri fue el más conocido expositor de esta fracción de los activistas operaistas, los cuales terminarán cambiando sus coordenadas de militancia y confluirán en la llamada Autonomía Organizada, que tuvo su apogeo en los años setenta y ochenta. La Autonomía Organizada continuaba las tesis operaistas pero buscaba adaptarlo a un mundo en el que la clase obrera fordista empezaba a reducirse y que ello tenía como efecto, no su desaparición, pero sí su desplazamiento del centro de la escena política. Los autonomistas optaron por extender la situación de la clase obrera a la mayoría de la sociedad. Recurso criticado por Tronti en la parte final de Obreros y capital como una grave concesión a las tradiciones democráticas. La Autonomía Organizada se constituyó como una versión altamente intelectualizada de lo que Bensaid denominó la «utopía social», uno de los nombres contemporáneos de la denegación de la política[32].

Este libro de Tronti representa el más importante documento teórico-político del primer operaismo. Tanto en lo que expresa, creativa y fielmente, las tesis operaístas como en la búsqueda de profundizar y mejorar ese programa de investigación. Y finalmente, hacia 1970, en los puntos de crisis del operaismo. De todas formas el comienzo de la crisis del operaismo, a pesar de las distancias que marcamos al inicio de este artículo con las tesis operaistas, estuvo marcado por la crisis del compromiso de clase institucionalizado en el estado de bienestar y el sustrato conformado por la clase obrera fordista.

El Tronti de Obreros y capital muestra muchas de las virtudes de la relectura operaista del marxismo. Ello es visible en sus primeras tres partes en las que aparece un marxismo subjetivista y materialista muy original y apegado a la realidad del sujeto que buscaba investigar/interpelar.

Al mismo tiempo no puede dejar de señalarse que tanto en la parte de Obreros y capital más apegada al operaismo como en la parte final, más expresiva del inicio de su crisis, la teoría parecería generar diversas astucias de la razón en las cuales la clase obrera parece no poder escapar a su destino transformador aún sin proponérselo.

Una hipótesis posible para poder captar las razones por las cuales Tronti y los operaistas produjeron estas manipulaciones dialécticas es cierta fascinación ante el poder real que llegó a acumular el sujeto fordista durante los treinta gloriosos, tan alejada de la clase obrera del siglo XIX que navegaba entre el primitivismo artesanal y el miserabilismo dickensiano. Ciertas ideas expresadas en el libro acerca de la continuidad entre sindicatos y partidos nos llevan a no poder calibrar cual era el límite que los operaistas le daban al uso obrero de las instancias sindicales, industriales o estatales. Una idea creativa e interesante cuando no encuentra su límite puede llevar hacia una deriva teórico-política claramente infundada y poco razonable. Es el caso de este espíritu obrero que siempre acierta a soplar por todas partes. Las relaciones de producción pueden admitir distintas estructuraciones entre capital y trabajo pero tienen un límite. Los usos obreros no son tan amplios como aparecen en los textos operaistas.

La renovación teórica operaista fue víctima de la ilusión que consistía en que el mecanismo capitalista, que aumentaba geométricamente la producción de una clase obrera cada vez más homogénea, era un mecanismo permanente de la formación social capitalista. Esta trama podía presentar desvíos en uno u otro sentido pero era un dato mucho más estable no sólo para los operaistas sino la mayoría de los marxistas. El operaismo, a pesar de sus variadas virtudes, fue tributario a su pesar del Programa de Erfurt, por lo menos en esta cuestión.

Obreros y capital también es un documento teórico que trataba de dar cuenta del poder que alcanzó la clase obrera en la sociedad capitalista. Y también presentaba la sospecha, la intuición de que esto podía cambiar en los años venideros. La etapa capitalista que vivimos desde hace más de cuarenta años –y que por hábito llamamos neoliberalismo– mostró que ese poder era real y que, al mismo tiempo, el capital veía esta situación como algo altamente indeseable. Mediante una serie de iniciativas combinadas, que no fueron advertidas en todo su alcance, logró desalojar a la clase obrera de las fortalezas y trincheras que consiguió construir en la sociedad capitalista. Pero también desestructurar las condiciones en que se sustentaba la propia clase y que eran la fuente de su poder.

Es tan ridícula la pretensión de que la clase obrera no existe más como también su periódica reafirmación sustancialista, que la ubica en sentido cosista, como un material del que se da fe permanente de su existencia y al que se le rinde culto. Es no tener en cuenta que sus frecuentes fases de reestructuración van, en la mayoría de los casos, a la zaga del desarrollo capitalista. Asistimos hoy a su reconfiguración más profunda de la mano del capital. Firmemente instalada en Asia y migrando cada vez más fuertemente hacia África, su existencia social actual en las sociedades más avanzadas de Europa y Estados Unidos ¿y por qué no de América Latina? se presenta bajo la máscara de la heterogeneidad y la fragmentación, aunque distintos fragmentos obreros se encuentren bajo el dominio de un mismo capital. Otro hecho relevante, producto de esta época y de las sucesivas victorias del capital es la promoción de una extensa población sobrante. Esto es particularmente vigente en sociedades como las latinoamericanas, que se han auto-subdesarrollado a partir de las imposiciones de sus clases capitalistas[33]. El signo heterogéneo que ostenta la situación de la clase obrera y del conjunto de las clases subalternas ha producido el retorno, en parte irónico, de lo nacional-popular en el sentido gramsciano, del cual los diversos relatos teórico-políticos en favor del populismo constituyen un síntoma distintivo de nuestro tiempo.

Pero también la pretensión obrerista de que la clase obrera tiene un destino revolucionario al que no puede escapar también ha mostrado sus profundos límites. La clase obrera ha sido un sujeto ambiguo, protagonista de hechos notables y heroicos así como de la mayor sumisión y la complicidad con el sistema y sus valores.

La pregunta por el sujeto antagonista, la transformación social y la posibilidad de una sociedad radicalmente distinta a la capitalista expresa la acumulación de ruinas que acompaña la trayectoria histórica de las clases subalternas así como lo insoportable de las condiciones actuales de la vida social.

Buenos Aires, octubre de 2018

Notas

[1] José Aricó y Jorge Tula, hasta donde sabemos, fueron lectores casi contemporáneos de este verdadero hito del pensamiento marxista europeo.
[2] Escribimos operaismo y no obrerismo debido a que la traducción castellana del término italiano tiene una connotación crítica, que alude a una concepción estrecha, y muchas veces sindicalista, de la lucha política y de la teoría marxista.
[3] Anderson, Perry (2009) «La herencia dilapidada de la izquierda italiana» en Viento Sur nº 104.
[4] Estas dos organizaciones, influenciadas ampliamente por el maoísmo, aunque leído en una clave original, rebelde y libertaria, ponían importantes esperanzas en las luchas anti-imperialistas del llamado Tercer Mundo, cuestión que los diferenciaba claramente de los operaistas. Sin embargo, tenían en común una voluntad de profundizar y renovar la teoría marxista de la explotación.
[5] Otro libro que se podría colocar al lado de este como lo más representativo del operaismo es Sulla Fiat e altri scritti de Romano Alquati. El lado de sociología concreta de la lucha de clases que siempre tuvo el operaismo adquiere en este texto una demostración práctica de la riqueza contenida en este tipo de análisis. El libro de Alquati es una antología que arranca desde Quaderni Rossi hasta los años setenta. Pero es un libro bastante tardío en su aparición ya que data de 1975. Es decir, en el atardecer del operaismo.
[6] Relatado por el propio Tronti en «Nuestro operaismo», NLR 73, january-february 2011.
[7] De hecho Antonio Negri ubicó a los estados de bienestar como una respuesta a la revolución rusa. Incluso dijo provocativamente que la clase obrera occidental debería agradecerle a Lenin por sus conquistas materiales.
[8] Imaginamos que los herederos del operaismo podrían plantear el surgimiento del neoliberalismo es la respuesta del capital ante la lucha obrera de los años setenta. Y existirían algunos buenos argumentos para justificar esta tesis. Sin embargo la especificidad del neoliberalismo como desestabilizador de las condiciones de existencia obreras exigiría otras precisiones que, creemos, desbordan el alcance del marco teórico operaista.
[9] Por supuesto no es la única mirada marxista que cae en estos vicios interpretativos.
[10] Aunque esta matriz interpretativa estaba referida en general a los partidos que actuaban en la clase obrera.
[11] Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid, Editorial Akal, 117. En la edición italiana de Einaudi de 1971 esta cita se puede encontrar en las páginas 111-112.
[12] Una conclusión recurrente en los grupos trotskistas ortodoxos, aunque no se les puede adjudicar exclusividad en esta cuestión.
[13] Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid, Ed. Akal 114-124. Ed Einaudi 108-118.
[14] Muy bien definida por el propio Tronti cuando explicando el sentido de la huelga general en Rosa Luxemburg define bien el tipo de espontaneidad luxemburguista como «lucha que precede a la organización, lucha que hace organización». Ver pág. 319 en la edición de Akal y pág. 313 en la de Einaudi.
[15] Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid, Ed. Akal 262-269. Ed. Einaudi 254-262.
[16] Aquí diferimos claramente con la interpretación de Obreros y capital respecto al Qué hacer. La exterioridad referida por Lenin es respecto a la lucha económica de los obreros, no a la clase obrera como tal. Admitimos que cierto contexto de la argumentación de Lenin da lugar a ambigüedades por lo menos en dos aspectos. El uso de una cita de autoridad de Kautsky para después proponer una tesis distinta. La otra cuestión es que, entendida de forma apresurada, el énfasis de Lenin en diferenciar lo social y lo político puede llevar a una lectura solidaria con la idea de la exterioridad respecto a la clase obrera como tal. Pero esto no quita que la tesis de a exterioridad no apunta a la clase obrera en tanto clase.
[17] El texto clásico al que remitimos al lector inquieto es Marín, Juan Carlos «La noción de “polaridad” en los procesos de formación y realización de poder». Buenos Aires, Cuadernos del CICSO nº 8. Descarga en la página web del CICSO (Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales).
[18] Otra tesis interesante que aparece en la obra de Juan Carlos Marin y en el marxismo del CICSO es la que afirma que las clases sociales nunca se enfrentan en forma directa o pura sino que lo hacen alineadas en fuerzas sociales que cortan transversalmente la estructura social y presentan una gran heterogeneidad de fracciones de clase organizadas en una alianza de clases.
[19] Un ejemplo paradigmático de la amplitud con que pensaba Lenin este tipo de denuncias acerca de la opresión son los disidentes religiosos que eran encarcelados por el zarismo. Respecto a la dimensión adquirida por esta cuestión en la sociedad rusa de hace poco más de un siglo y cómo esto se refractaba en la diversidad del movimiento revolucionario puede verse el relato «Entre lo divino y humano» de Tolstoi.
[20] Fechados en diciembre de 1970, según consta en la edición de Einaudi, dato faltante en edición de Akal, que también los subdivide de igual forma que los capítulos anteriores del libro cuando en verdad en la edición italiana aparecen como una unidad, como si se tratara de un único capítulo con algunos apartados.
[21] De hecho a Marshall se debe el desplazamiento nominal de economía política, usado por Adam Smith y David Ricardo, por el de economics (cuyo sentido implícito era el de una técnica neutra aplicable ante cada problema de la sociedad y válido para todos).
[22] Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid, Ed Akal, 284. Ed. Einaudi, 278. Un agudo operaista alemán, Karl Heinz Roth, sistematizó esta mirada en su interesante obra titulada Historia del otro movimiento obrero alemán.
[23] No está explicitado por Tronti cuál es su concepción de ciencia. Intuitivamente parecería que se refiere a la teoría. A la que hace época en un sentido historicista y a la que está un poco por encima de las coyunturas. Marshall y Keynes por un lado, Hegel, Marx y Weber por el otro. La concepción de ciencia de Tronti está fuertemente sobredeterminada por lo político y el enfrentamiento entre las clases fundamentales.
[24] Dentro de la tradición marxista revolucionaria clásica podríamos señalar a Trotsky como una excepción, independientemente de las virtudes y los defectos que pudieran tener sus análisis y las políticas que propuso. Para el último Trotsky, que fue el primer marxista en pronosticar el ascenso norteamericano a la cumbre del poder capitalista mundial, lo que pasara con la clase obrera norteamericana era una cuestión de primer orden. También lo era la construcción de un partido marxista inserto en la clase obrera. De allí que sus camaradas norteamericanos hayan contado con su atención política dedicada en lo que fue la construcción del Socialist Workers Party.
[25] Conviene recordar que la autoconciencia es un término hegeliano que designa una instancia que trasciende la mera conciencia de existir, incluso a la conciencia duplicada, y pasa a un nivel superior intersubjetivo en la que puede dar cuenta de su ubicación y papel en las relaciones que establece con el mundo.
[26] Sin New Deal no habría surgido el CIO piensa Tronti.
[27] Seguramente a éstos se refería Trotsky cuando hablaba, refiriéndose a Norteamérica, de «patrones de derecho divino» en el documento político conocido como Programa de Transición.
[28] Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid, Ed. Akal, 314. Ed. Einaudi, 307.
[29] Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid, Ed, Akal, 315. Ed. Einaudi, 308.
[30] En la segunda época de la revista Pasado y Presente podemos encontrar ecos de una tesis política similar, ubicada además en el escenario de una adhesión obrera al peronismo.
[31] Aún con la ruptura política entre los dos colectivos Obreros y capital «era la biblia de Potere Operaio» según cita Nicolás González Varela en un artículo sobre la trayectoria del operaismo titulado «Leggiamo Tronti? Obreros y capital hoy» que se puede descargar de la web de Rebelión.
[32] Planteamos esta cuestión en tanto juicio general y sin dejar de reconocer algunas intuiciones y tesis valiosas.
[33] También hay que tener en cuenta que la etapa neoliberal del capitalismo ha significado una vuelta a mecanismos más puros de la acumulación del capital, tras el paréntesis fordista/keynesiano que mostró una importante distancia de la lógica capitalista al estilo Marx.

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