De nuevo, el Antihumanismo. Italia como síntoma
Joaquín Miras Albarrán
El pasado domingo, 17 de mayo, se publicó en sin permiso digital un conmocionante artículo de Marco Revelli. Este prestigioso intelectual nos daba cuenta de la evolución ideológica que se está produciendo en la sociedad italiana, desde larga data, y partía, para hacerlo, del análisis de la campaña electoral en curso. La derecha italiana ha adoptado como principal motivo de agitación política el racismo sin rebozo, que se ha convertido en la base de su discurso político. Elabora una nueva legislación que sanciona el Apartheid y que excluye a los emigrantes extranjeros de la posesión de derechos civiles. Las leyes propuestas se fundamentan en el principio ideológico según el cual los emigrantes no pertenecen a la especie humana. Todo esto viene acompañado por la adopción práctica de medidas draconianas, policiales, contra la emigración, por parte del gobierno, medidas de las que el gobierno se jacta y hace alarde, mientras que invita a las fuerzas policiales a que se comporten con brutalidad. Revelli es pesimista y considera que la actual situación de crisis económica y de grave deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos más desfavorecidos de la sociedad italiana, que han perdido, de facto, derechos civiles primarios, establece las condiciones para que este discurso prenda con fuerza, de forma masiva. Indicio para este pronóstico es que, incluso, personalidades relevantes de las fuerzas políticas progresistas asumen en parte ese discurso ideológico, u objetan con dudas y embarazos la actitud de aquellos otros que tratan de enfrentarse resueltamente a él.
Revelli denomina a este nuevo, rampante, discurso político racista “retóricas de lo inhumano”, y nos recuerda que la primera consecuencia de estas retóricas es “deshumanizar en primer lugar a aquellos que las comparten”.
El aviso de Revelli es claro. Nuevamente, en Europa, retorna el antihumanismo. El movimiento ideológico político, antihumanista, que hace de la carencia de principios humanos, de la violencia abierta y de la consideración de que los desheredados, los más pobres, son una raza distinta, inferior, la ideología que durante los años 20 y 30 del siglo XX denominamos nazi fascismo, vuelve a resurgir. Frente a esta avalancha de deshumanización, y como términos para definir las características que debe poseer la alternativa que se le oponga, Revelli acude a viejas palabras, cuya sola evocación expresa por sí misma la gravedad que, en opinión del ensayista, posee la actual situación. Son las viejas palabras con las que se designó toda la dignidad, toda la generosidad, todo el sacrificio de los que se opusieron con coraje –muchos, con sus vidas- a la barbarie anti humanista del siglo XX: “resistencia” , y “frente” moral y cultural. La conclusión política de Revelli se recoge en los dos últimos, breves, párrafos de su artículo.
Hoy como ayer, y tal como lo expresa Revelli, la resistencia frente el antihumanismo no puede proceder de la política en el sentido convencional y anodino, actual, de la palabra. Sino de la defensa de los principios humanos, morales y civiles, y de las culturas materiales solidarias, o, al menos, de los restos que de todos ellos quedan.
Se trata pues, de recuperar, frente al actual antihumanismo, el humanismo. El humanismo es el nombre noble de la tradición intelectual de la que nace la izquierda. El humanismo fue la única, verdadera, alternativa al nazi fascismo, reasumida y reelaborada por la izquierda, desde 1935, para aunar a todos los sectores populares en torno a un proyecto de democracia y libertades reales que protegiera y asegurase la vida humana. Los frentes populares democráticos: los principios civiles de igualdad, de libertad, de vida digna, de democracia y soberanía popular, de humanidad universal. Esas ideas que Charles Chaplin, Charlot resume en el breve discurso, de poco más de 4 minutos, que pronuncia al final de su película, de 1940, El Gran dictador, -el lector podrá encontrarlo fácilmente en Internet-, y que es el resumen de aquel proyecto unitario para la movilización cívica popular.
Pero desde entonces, desde 1947, sucedieron muchas otras cosas. Y entre ellas, la que, ahora, se nos revela como la más grave: el abandono y olvido de los principios culturales humanistas como axiología inspiradora para nuestro hacer, esto es, para la movilización activa, protagonista de la ciudadanía.
Algunos de los lectores, por edad, están en condiciones de recordar cómo, durante los años 60 y 70 del siglo pasado, en la izquierda misma, se abrió paso un discurso antihumanista. El pensamiento de izquierdas, el marxismo, para ser “auténticos” debían ser “antihumanistas”. Se abrió la puerta a las hibridaciones teóricas con el estructuralismo, se prestó oídos al nietzscheanismo, se teorizaron “rupturas epistemológicas” y confusiones entre ciencia y praxeología filosófica. Se favoreció la difusión de extrañas variantes antiilustradas de marxismo, negadoras del ¡sapere aude! universal, que hacían hincapié en la imposibilidad de que los explotados tuviesen la capacidad de poseer razón y sentido común independientes, y de comprender, rectamente y desde su experiencia, su propio estado; la política “acertada” no pasaba, en consecuencia, por posibilitar que ellos, los “enajenados”, protagonizasen la deliberación y la praxis. Todas esas imposturas se legitimaban en nombre de la “ciencia”… Y nuevamente, ha aflorado de forma flagrante el discurso biologista, que niega el carácter universal de la especie humana y de los derechos y libertades, y nuevamente, hemos de volver al humanismo para encontrar una tabla de salvación: para encontrarnos.
En sus últimos párrafos insiste Revelli en explicitar la idea de que ese nuevo “frente “impolítico”” debe ser constituido, no desde la racionalidad estratégica, ni desde la racionalidad instrumental, sino desde la interpelación a la moral, a la defensa de los principios, como fundamento de la movilización; idea que si se interpreta desde un criterio político basado en la inmediatez económica, se puede considerar –así lo escribe Revelli, para dejar clara su opinión- una propuesta “ trasversal”. Se trata de constituir un nuevo sujeto cívico político, una mayoría políticamente activa y comprometida, no desde el interés corporativo o sectorial, sino desde la afirmación de principios humanos y humanistas universales, desde la deliberación común y la elaboración de un nuevo proyecto civil de sociedad y de cultura. Frente al homo oeconomicus capitalista, que no reconoce principios, valores ni derechos, no se puede oponer como alternativa el homo oeconomicus ‘proletario’. Hay que erigir una nueva cultura material y moral basada en principios y derechos universales, y debemos enfrentarnos, en nombre de los mismos, contra quienes los niegan.
Desde luego, y a mi juicio, todo esto exige la movilización y el protagonismo directos de los más. El fin del secuestro de la política a manos de los profesionales de la misma. La sustitución de las actuales maquinarias electorales existentes por organizaciones políticas que permitan el acceso directo a la experiencia política de la ciudadanía.
Las propuestas políticas sostenidas en el artículo comentado llaman mucho más la atención, al provenir de Revelli. Marco Revelli procede de la tradición política autonomista –operaista- italiana, enfrentada con el proyecto político cultural, enraizado en la experiencia cultural de la Resistencia, del Partido Comunista Italiano. El humanismo era, hasta la inflexión de los años 70, la cultura del viejo PCI: el blocco popolare, nazionale, il popolo, la nuova democrazia, la difessa della libertà. Recuerdo la sorpresa y la suficiencia displicente –también el desconcierto- que me causó, hace más de 30 años, ver el Tratado de la tolerancia de Voltaire, prologado por Palmiro Togliatti con fecha de 1949, y leer en él su defensa de la “vuelta al racionalismo”, como forma de apropiarnos de los frutos de “una gran batalla cultural y filosófica”.
El autonomismo, por el contrario, fue un movimiento político de carácter obrerista, surgido durante los años 60 en la Italia de la industrialización acelerada y del desarrollismo capitalista. El movimiento se insertaba en los sectores de nuevos obreros jóvenes, muchos de ellos recién inmigrados del campo, y partía de la experiencia de la lucha en la fábrica fordista y de la asamblea de fábrica. Desde estas bases combatió decididamente la cultura política –la política cultural- del PCI, heredera de la “Resistenza”
Adquiere por lo tanto, una particular resonancia la interpelación de Revelli, la cual deja patente, además y de nuevo, la probidad, ya conocida, del autor.
Si conseguimos salirnos con bien de ésta que se avecina, -si salimos, que no es improbable, pero está por verse y lucharse-, nosotros, las gentes de la izquierda, habremos de hacer todo lo posible para que, jamás en adelante, la izquierda vuelva a abandonar la defensa del humanismo. Esto es, de la única tradición válida, aquella de la que nosotros procedemos y que justifica nuestra existencia. Y que, como volvemos a comprobar de nuevo, además, es el único arrimo de salvación.