Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Algo + sobre las Españas

Salvador López Arnal

En un informado e interesante artículo publicado recientemente en el diario independiente (¡ay!) de la mañana[1], Joan Subirats alertaba sobre una  paradoja no resuelta y sobre una de sus principales derivaciones.

Para el gobierno Zapatero-De la Vega-Rubalcaba, que, no olvidemos, ha contado con apoyos parlamentarios a derecha e izquierda, el país va mejor que nunca. Todos los macrodatos señalan la misma dirección: lo óptimo es mejor que lo bueno.

La oposición, la oposición extrema de la derecha española desbridada, que apenas nada dice sobre asuntos económicos porque cree, con buenas razones, que la línea continuista del gobierno actual con el equipo Rato-Aznar es más que evidente[2], habla de sus temas, de los temas que le han permitido cuidar y movilizar a sus numerosas huestes, y ciudadanos afines, en siete u ocho ocasiones: terrorismo, unidad de España, ETA y 11-M, educación para la sodomía -la expresión está en su florida e impúdica mochila- y defensa nacional-católica frente a los ataques a la libertad religiosa y a la Santa y apostólica Iglesia española del gobierno y de los partidos laicos y anticlericales.

¿Y por qué, supuestamente, el país va bien o mejor que bien? Subirats recuerda los datos macroeconómicos que suele ser citados y repetidos hasta la saciedad por instancias oficiales: el paro ha disminuido hasta niveles no recordados (en algunas comunidades es prácticamente inexistente, apenas existe el denominado paro técnico); corre el dinero con profusión; parte de la ciudadanía invierte nuevamente en bolsa; se compran -o se compraban- pisos y segundas residencias; los bancos y empresas españolas, “nuestras multinacionales”, invierten en todo el mundo y sus beneficios alcanzan “valores y niveles históricos”; se exporta más que nunca; el turista 195 millones está a punto de aterrizar en suelo peninsular o insular; España, Barcelona en particular, son la mejor “botiga” (tienda) del mundo; la construcción se extiende como macha incontrolable por todo el Mediterráneo; la corrupción, la extendida corrupción, no impide negocios ni apoyos electorales. Largo etcétera.

Pero, cabe citar, Subirats así lo hace, el lado oscuro y falsario de nuestra lunática ilusión: se acreciente el malestar particular de muchos; las gentes, sin vidas exageradas y consumistas, no llegan a final de mes; los jóvenes no pueden independizarse o lo hacen en condiciones mucho peores que las de la generación anterior; el fracaso escolar no disminuye y el interés educativo no aumenta; los sueldos de algunos jóvenes, y de personas adultas, apenas alcanzan los 1.000 euros; la precariedad brilla por su masiva presencia; las hipotecas hipotecan vidas, finalidades y rebeldías; más ancianos se las ven y desean para llegar a final de mes sin ayudas públicas o de instituciones de caridad; personas mayores necesitan residencias públicas que no encuentran; listas de espera que, en algunas especialidades, no disminuyen de forma significativa; sectores y fábricas donde la siniestralidad dicta su ley; empresas donde todo atisbo de derecho humano y sindical es arrojado al archivo de lo inútil e  imposible, situado normalmente a mano derecha de la entrada en el infierno laboral; desigualdades crecientes (En Barcelona, Subirats lo recuerda, la renta media familiar de barrios enriquecidos como Pedralbes es seis veces superior que la renta media del Raval -al lado de Ramblas, en pleno centro de Barcelona- o que la del barrio de Besós Sur, cercano al lugar donde se celebró el despropósito del Forum de las culturas, parcialmente subvencionado, como es sabido, por multinacionales arrogantes e industrias con inversiones e intereses armamentísticos, netamente preocupadas todas ellas, eso sí, por “la paz, la cultura y la armonía de los pueblos”). Etcétera también, no vacío desde luego.

Joan Subirats señala efectos políticos de esta situación. No pretende, no puede ser exhaustivo en un artículo periodístico. Los que apenas cuentan en la cuentas están crecientemente alejados de la esfera política. Sin que todo sea, no lo es desde luego, ni pueda reducirse a participación electoral, los datos de la abstención son indicativos. En las últimas elecciones municipales –insisto: municipales, no autonómicas o europeas- la abstención ha alcanzado el 70% en algunos distritos de Barcelona. El porcentaje es otro muy distinto en los barrios donde, mayoritariamente, vive la pequeña burguesía o la alta burguesía -Eixample, Sarrià, Sant Gervasi, Pedralbes-. Siendo también significativo, se reduce a un 35%.

Vale la pena insistir sobre este punto. Suele afirmarse que la población trabajadora de origen no catalán –afirmación cada vez menos afortunada puesto que muchos de estos ciudadanos, de padres no catalanes, han nacido en Cataluña y han construido sus redes sociales exclusivamente en el territorio de acogida- se abstiene en las autonómicas porque “el asunto no va con ellos”, les pilla muy lejos, y, en cambio, participan mucho más en las municipales, generales o europeas. No es el caso, o no es el caso siempre, sin matiz alguno. En Santa Coloma de Gramenet, por ejemplo, una ciudad trabajadora de unos 130.000 habitantes prácticamente pegada a la gran ciudad, los datos señalan otras direcciones. En las recientes elecciones municipales, donde los candidatos -algunos de ellos, no todos: el actual alcalde de la ciudad vive en uno de los barrios más acomodados de…Barcelona- son conocidos por muchos de sus convencidos, la abstención ha alcanzado una media del 55%[3]. En barrios extremos, el porcentaje es aún mayor. No es la primera vez desde luego. Hace años, hace unos 15 años, en otras elecciones municipales, se superó esa cifra  Todo ello, sin tener en cuenta los ciudadanos que viven en la ciudad, que intentan pasar desapercibidos, que no pueden votar, y que, probablemente, si pudieran votar, no lo harían masivamente.

Si ampliamos el círculo de la intervención política, y pensamos en términos de militancia, de intervención política más directa y continuada, la situación provoca llanto, nostalgia y acaso rabia. La extrema izquierda, muy presente en la ciudad en los años sesenta (finales), setenta y parte de los ochenta, ha dejado de existir prácticamente y ha quedado reducida a activos pero muy minoritarios grupos de orientación libertaria. La militancia del PSUC, que alcanzó en los primeros años de la transición los 3.000  o 4.000 militantes, cuenta sus adheridos por decenas, no por miles. En situación similar están ICV, PCC o EuiA. Si queremos incluirlos, por interés sociológico, los datos del PSC-PSOE, a pesar del cultivado clientelismo y el apoyo que representa los trabajos en la administración municipal, tampoco son para tocar campanas con entusiasmo. Las cifras de afiliación sindical, la valoración de los sindicatos e incluso los motivos para la sindicación, refuerzan lo apuntado[4].

Subirats señala una derivada decisiva de la situación: sin una mejora sustancial de las condiciones de vida es difícil que la situación pueda variar[5]. Si el día a día de cada uno está lleno de sinsabores, de largas jornadas, de marginaciones, de maltrato empresarial, de cansancio, de inseguridad, de provisionalidad, de subcontratación, difícilmente podrá interesarse en alguna medida, sea la que esta fuere, por los asuntos públicos. ¿Cómo, cuándo, con qué fuerzas?

Tiene razón, tiene y esgrimes razones Subirats. Cabe, creo, añadir algunas consideraciones más sobre ese alejamiento ciudadano porque no todo son condicionantes socioeconómicas en la viña del alejamiento político. Apunto otras senderos sin ánimo alguno de completar el cuadro. Dos de ellas para simplificar.

Los efectos positivos de la transición -conquista de libertades civiles y políticas, salida de los presos políticos o de parte de ellos de las cárceles franquistas, aceptación de la diversidad lingüística y cultural e irrupción (moderada) de otra idea de España, extensión de la enseñanza básica y universitaria, superación de algunas leyes franquistas-, no pueden ocultar las otras caras ocultadas del poliedro: la ruptura aceptada y pactada con un pasado político republicano y antimonárquico, el abandono, por supuesto realismo político, de ideales democráticos básicos (eliminación y depuración de los cuerpos represivos del franquismo, por ejemplo), la aceptación de la Monarquía y la simbología franquista, los oscuros pactos con la Iglesia católica[6], y, sobre todo, la derrota cultural, la inmensa derrota cultural y política que supusieron algunas aristas casi impensables de la socialdemocracia en el gobierno durante casi 15 años: manipulación de las fuerzas y sectores populares para conseguir su voto en el referéndum de permanencia en una organización militar del Imperio (en Santa Coloma de Gramenet, la ciudad obrera del extrarradio barcelonés a la que hacía referencia anteriormente, el felipismo-guerrismo consiguió que el porcentaje de apoyo a la permanencia fuera uno de los mayores de España: obreros de la SEAT o de ROCA votaban a favor de la OTAN por confianza en la palabra falsaria de sus líderes); consignas culturales de neto sabor neoliberal –“enriqueceros”, “no importa como cacemos los ratones, ¡hay que cazarlos!”-, vendidas como la última frontera de la modernidad; reconversiones industriales sin ningún atisbo de piedad y sin pérdida del pulso; insensibilidad sindical creciente, hasta el punto de alcanzar el máximo enfrentamiento entre UGT y PSOE; terrorismo de Estado, alentado por la derecha, altivo y arrogante contra las críticas, amparado en el cultivo de las peores cloacas de las instituciones del franquismo; santificación y subida a los altares sociales y “socialistas” de generales franquistas como Galindo. Etcétera, si se quiere, pero la lista podía proseguirse. Es cierto, admitámoslo. Existió el 23-F, el Ejército estaba vigilante y en pie de guerra, la derecha extrema estaba organizada y activa. Pero los resultados del golpe no fracasado fueron evidentes: la entrega, la falta de movilización ciudadana ante su acometida, fue de libro.

Luego están los nuestros, no sólo los políticos de la derecha o del reformismo claudicante y en  relación con los poderes hegemónicos en Estados Unidos y Alemania[7]. El comportamiento político, e incluso personal, de muchos representantes de las  fuerzas a la izquierda del PSOE fue, en muchos casos, escandaloso. No sólo, que también, por el abandono planificado de asociaciones y organizaciones de base ciudadanas, sino por la forma en que se ejerció en muchos casos el poder conseguido: sueldos disparatados, corruptelas a las que no se quiso dar importancia con argumentos comparativos, alejamiento de la militancia de base, deslumbramiento por los parabienes y dádivas de la cultura burguesa. Nada nuevo: la promoción de clase social, el cambio real, económico y social, que significó para muchos cuadros, dirigentes e incluso militantes, admirables por lo demás, su promoción institucional. Cambió su vida. De hecho, y como muchos hemos comprobado, la militancia se redujo hasta mínimos… menos en períodos de confección de listas. No importaba, o no importaba mucho dentro de ciertas coordenadas, lo que se defendía. Lo importante era buscar argumentos desgastados y oportunas alianzas para estar bien situado en la lista. Salir elegido en la próxima contienda electoral era la meta principal. Es sabido y sufrido por todos. Consecuencia: muchos militantes empezaron a desconfiar en sus propios compañeros, muchos trabajadores no veían diferencias entre esas actuaciones y los comportamientos de políticos de la derecha o con el trato despectivo que sufrían en empresas o fábricas.. Algunos de sus compañeros políticos, de sus camaradas, actuaban en ocasiones como sus jefes, como sus adversarios de clase[8]. Derivada político-cultural, sin duda largamente abonada con éxito por la derecha y sus instrumentos: quien está en política está para forrarse y, a veces, para ayudar a que se forren los poderosos sin plantear apenas batalla. Todos han actuado de la misma forma. Pocos, muy pocos, se salvan; han sido la excepción que confirma toda regla. También ésta.

Si lo anterior no es un desvarío izquierdista, ¿qué cabe hacer? Apunto telegráficamente algunas líneas de actuación, procedimentales y de finalidad:

1.      En línea con la herencia de Robespierre, no debería permitirse que las personas de izquierda dedicadas a tareas institucionales o partidistas se eternizaran en sus puestos como sigue ocurriendo. Habrá que estudiar bien la forma de evitar agravios y errores, pero no es de recibo, ni para ellos ni para la organización, que ciertos dirigentes vivan liberados durante décadas dedicados en exclusiva a los asuntos públicos o partidistas.

2.      Las izquierdas no podrán avanzar si no vuelven al trabajo de base, por incómodo y minoritario que este pueda ser en las actuales circunstancias. La arista cultural en sentido amplio, la reivindicación de lo mucho que hay vindicable en la tradición, debe retomar su fuerza en barrios, institutos y universidades.

3.      Las izquierdas deberían centrarse en pocos y esenciales temas que permitieran que la vida obrera irrumpiera en la esfera social: los muertos en accidentes laborales, las condiciones reales en el trabajo, la falta de democracia y de derechos humanos en las empresas, deben ser temas de discusión y conversación ciudadana. No lo son, estamos lejos de ello.

4.      Con los matices que se quieran, la propuesta de la renta básica –que no es un bálsamo que cure todos los problemas sociales- puede permitir un mejoramiento de las condiciones de vida y negociación de las clases trabajadoras.

5.      Apoyo, decisivo apoyo, en asociaciones y en centros políticos a los intentos, a los admirables intentos de resistencia, que siguen irrumpiendo en América Latina y en otros lugares del mundo. Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Brasil, Uruguay, Cuba, deben ser asuntos permanentes de una izquierda crítica que aunque no deba limitarse a apoyar debe, modestamente, aprender de las experiencias que ahí están surgiendo con éxitos innegables. Las fuerzas alterglobalizadoras, sin olvidar su enorme diversidad, son aquí ayudas aseguradas.

6.      Ayuda, apoyo externo, a cualquier intento de resistencia obrera. Hoy, más que nunca, es necesario que los trabajadores que resisten con escasas fuerzas los nuevos ataques y despropósitos del capital cuenten con la solidaridad de sectores sensibles a sus objetivos, aunque no estén directamente implicados en su lucha. El apoyo a la izquierda sindical que intenta trabajosamente otros senderos es obvio.

Nada nuevo desde luego. Poco es, pero acaso sea algo que pueda permitir aunar esfuerzos, conseguir algunos éxitos y, sobre todo, no claudicar, evitando luchas internas y fratricidas, incomprensibles para la mayoría, más desgarramientos y nuevos abandonos.

 

[1] Joan Subirats, “Españas”, El País, 24/VIII/2007, pág.13.

[2] Hay aquí una imagen no olvidable. La del subsecretario español de Exteriores  abroncando a los dirigentes bolivianos cuando quisieron nacionalizar sus fuentes energéticas. No es fácil pensar una mayor representatividad y tenacidad defendiendo los intereses… de las multinacionales españolas. Eso, digo bien, pregonado oscuramente por un gobierno que se dice “republicano” y de “izquierdas”.

[3] Habría que contar aquí también con los votos en blanco que alcanzaron un total aproximado –cito de memoria- del 3% de los votos emitidos.

[4] Si recordamos la movilización ciudadana contra la guerra de Iraq, deberíamos admitir que la participación ciudadana fue mucho menor en barrios obreros de Barcelona y en ciudades trabajadoras como Santa Coloma, Badalona o L’Hospitalet, que en barrios interclasistas o de pequeña o mediana burguesía.

[5] La revista sinpermiso, en sus dos primeros números, ha reproducido en contraportada un significativo paso de la Crítica al programa de Gotha de Marx. Cito la parte final del texto: “[…] Los burgueses tienen muy buenas razones para fantasear que el trabajo e suna fuerza creativa sobrenatural; pues precisamente de la determinación natural del trabajo se sigue que el hombre que no posea otra propiedad que su propia fuerza de trabajo, en cualesquiera situaciones sociales y culturales, tiene que ser el esclavo de los otros hombres, de los que se han hecho con la propiedad de las condiciones objetivas del trabajo. Sólo puede trabajar con el permiso de éstos, es decir: sólo puede vivir con su permiso”.[el énfasis es mío]

[6] Presentados, y justificados siempre, como acuerdos provisionales.

[7] Recordemos las aproximaciones de Joan Garcés o los artículos de intervención de Manuel Sacristán recogidos en el último volumen de sus Panfletos y Materiales.

[8] Recuerdo muy bien la respuesta de un líder político colomense, reconocido y estimado por lo demás, ante la petición de una militante a mediados de los noventa: “No, yo no voy a ir a repartir papeles al metro. Ves tú y algunos más. Cada uno debe hacer una tarea distinta. A mi me toca pensarlos y escribirlos”.

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