Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La dialéctica de los orígenes: trabajo, lenguaje y pensamiento en la teoría marxista de la hominización

Alfredo Iglesias Diéguez

Con esta publicación quiero rendir un homenaje a Faustino Cordón, bioquímico y teórico de la evolución, darwinista y materialista, pero sobre todo un amigo que me ha ofrecido su compenetrado y cordial aprecio.

Este artículo tiene su origen en un trabajo de relectura —en el sentido althusseriano— de la obra de Engels Anteil der Arbeit an der Menchswerdung des Affen [El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre]; esa constricción inicial explica la intensidad de las referencias a la obra de Engels que he querido mantener, si bien ampliando y profundizando aquellos aspectos que renuevan y actualizan la teoría materialista de la hominización que Engels contribuyó a enriquecer [1].

Desde el momento en que se formuló la teoría científica darwinista para explicar el hecho de la evolución de la vida por selección natural, se sentaron las bases para la antropología darwinista; así, la obra de Darwin supuso la posibilidad real de explicar de modo satisfactorio, con argumentos científicos, nuestra formación como género y nuestra evolución. Sin embargo, entre la publicación del Origin [El origen de las especies] (1859) y la del Descent [El origen del hombre] (1871), median doce años —que se prolongarán a lo largo del siglo XIX y XX— llenos de publicaciones que pretenden estudiar la plaza del ser humano en la Naturaleza, aunque no siempre participando de la teoría darwinista de la evolución.

La primera contribución de importancia al tema del ‘origen del Hombre’ es la de Lyell, con su obra The geological evidence for the antiquity of man [Las pruebas geológicas de la antigüedad del hombre] (1863), le siguieron Huxley, con Evidence as to man’s place in nature [La plaza del Hombre en la naturaleza] (1864), y Haeckel, con Anthropogenie oder Entwicklunsggeschichte des Menschen [Antropogénesis : la evolución de la Humanidad] (1874). En un campo bien distinto como el de la arqueología, Lubbock, un darwinista desde la infancia, publicó en 1870 The origin of civilization and the primitive condition of man [El origen de la civilización y la primitiva condición del hombre] (Prehistoric times [Tiempos prehistóricos], en ediciones posteriores), procurando mostrar como la selección natural había diferenciado a los grupos humanos no sólo culturalmente, sino también en la capacidad para emplear la cultura.

Sin embargo, no todo eran obras evolucionistas de corte darwinista, también era importante la actividad publicista de los adversarios del darwinismo. Así, tanto Quatrefages —autor de obras como L’espèce humaine [La especie humana] (1878), Introduction à l’étude des races humaines [Introducción al estudio de las razas humanas] (1889) y Darwin et ses précurseurs français [Darwin y sus precursores franceses] (1892)— y Pruner-Bey, autores ambos que separaban a los animales del Hombre, agrupándolo en un ‘reino hominal’ por causa de su inteligencia y religiosidad, como Virchow, quien en numerosas ocasiones se pronunció frente a la autenticidad de los primeros fósiles humanos descubiertos —sostuvo que los restos de Neandertal pertenecían a un hombre moderno que había adquirido su forma actual debido a un largo proceso patológico y que el Pithecanthropus no era más que un tipo de simio muy superior a los otros antropomorfos—, son una prueba de este modelo de científicos.

En este contexto dominado por el antievolucionismo en unos casos o por el idealismo en otros —recordemos que Lyell y Gray reconocían la existencia de unas leyes que ‘conducían’ la evolución mientras que Wallace admitía que la evolución no explicaba satisfactoriamente los elementos más característicamente humanos—, no resultó muy difícil que la antropología evolutiva fuese reacia a la adopción de la antropología darwinista, creándose así un discurso científico absolutamente recargado de elementos extracientíficos, ideológicos, no sólo en la interpretación del hecho evolutivo, sino en las mismas tareas más netamente ‘científicas’.

Nunca insistiremos lo sufieciente en el hecho de que explicar nuestra posición en la Naturaleza con elementos científicos no es garantía de ausencia de ideología. Así, siguiendo las investigaciones epistemológicas de Tort y Althusser, podemos advertir numerosos elementos extracientíficos en el discurso antropológico occidental que confieren a este una utilidad ideológica de legitimación social. En este sentido, actúan como discursos ideológicos las siguientes interpretaciones ‘aparentemente’ científicas de nuestra evolución:

• Neo-lamarckismo en tanto que deriva en vitalismo y finalismo.

• Hologenismo en tanto que predetermina la aparición del Hombre introduciendo un elemento teleológico.

• Aristogénesis.

• Cosmólisis.

• Teleogénesis…

Pero esta presencia de elementos ‘extracientíficos’ no se limita únicamente a la interpretación del hecho evolutivo, también afecta a la propia práctica científica:

• Fuerte tendencia a la segregación taxonómica, llegando a definir en un mismo yacimiento varios taxones Homínidos diferentes.

• Concesión de excesiva importancia a determinados aspectos físicos —la dentición, frente a otros rasgos morfológicos…—, en la formulación de nuevos géneros y especies.

• Tanto las descripciones de los holotipos y paratipos como los diagnósticos taxonómicos muestran un gran componente subjetivo; el empleo en la diagnosis de términos como ‘en la vía humana’, ‘en el camino del Hombre’, ‘en la línea que conduce al Hombre’… son una prueba de ello.

En este sentido es de una gran clarividencia la crítica que Engels realiza a los naturalistas darwinistas:

El rápido progreso de la civilización se atribuye exclusivamente a la cabeza, al desarrollo y actividad del cerebro. Los Hombres se habituaron a explicar sus actos por su pensamiento, en lugar de buscar esta explicación en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la cabeza del Hombre, que así cobra conciencia de ellas). Así fue como, con el transcurso del tiempo, surgió esa concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los Hombres, sobre todo desde la desaparición del mundo antiguo, y que aun lo sigue dominando hasta el punto de que incluso los naturalistas de la escuela darwiniana más allegados al materialismo son aun incapaces de formarse una idea clara acerca del origen del Hombre, pues, esa misma influencia ideológica les impide ver el papel cumplido aquí por el trabajo. (Engels, 1988: 11-12).

Frente a los discursos anteriores, encontramos el materialismo de Darwin, Engels y Marx. NopretendemosahoraanalizarlacontribucióndeDarwin[2]; fijémonos en la contribución procedente del marxismo. Podemos encontrar referencias al hecho de la evolución humana en varias obras de Engels; sin embargo, las más notables son las siguientes:

• Anteil der Arbeit an der Menchswerdung des Affen [El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre], escrita en 1876, publicada por primera vez en 1896.

• Dialektik der Natur [Dialéctica de la naturaleza], escrita entre 1875 y 1876, publicada por primera vez en Werke (1925).

Carta de Engels a Lavrov, escrita en noviembre de 1875.

• Der Ursprung der Familie, des Privateigenstums und des Staats [El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado] (1884), basada en los apuntes etnológicos de Marx, sobre todo los referidos a la obra de Morgan, y en la obra The ancient society [La sociedad primitiva] (1877), de este último autor.

De todos estos textos podemos extraer una importante consecuencia: la importancia del trabajo en la formación de la Humanidad; sin embargo, ¿en qué consiste ese ‘factor crítico’?

Recientemente se hacía una comparación entre la teoria funcionalista y la teoría materialista en los siguientes términos: «la idea marxista de un primitivo bucle de retroalimentación (o dialéctica) entre la evolución de las manos y el trabajo, parecerá sin duda curiosa a los no marxistas, desacostumbrados a oír la palabra trabajo, con toda su carga añadida, utilizada para analizar la evolución humana. Sin embargo, si se releen los pasajes de Engels y se sustituye en cada una de sus apariciones la palabra trabajo por la expresión empleo de utensilios, la teoría resulta idéntica a la de la ortodoxia antropológica de hace sólo unas décadas». (Milner, 1995: 429).

Esta parece ser también la opinión de Triger (1967), quien en un trabajo ya clásico de la historia de la antropología vindicaba la teoría engelsiana como precursora de la más contemporánea teoría funcionalista promovida por autores como Washburn, Oakley o Campbell por sólo citar a unos pocos que en esos años mostraban la importancia de la fabricación de utensilios en la evolución humana. Posterior a todos esos autores es Isaac, quien introduce como ‘factor crítico’ fundamental de la hominización el hecho de compartir el alimento, a diferencia del gorroneo consentido de los chimpancés, entre las primeras comunidades de homínidos del plio- pleistoceno.

Así pues, parece que existe una cierta conexión entre estas dos teorías, la funcionalista y la marxista, ya que  las dos mantienen los siguientes argumentos en común:

La teoría de que la producción de utensilios en forma sistemática precedió a cualquier aumento de la capacidad craneal, y por tanto del cerebro, de los primeros Homininos (Australopithecus, Paranthropus y Homo).

La terrestralización de los primeros Homininos fue el factor decisivo de la liberación de las manos que produciría todos los efectos posteriores.

Observando que los Homínidos actuales no humanos son seres sociales, probablemente también lo fuesen los antepasados Homininos, por lo que el trabajo o el empleo de utensilios sería un factor que fomentaría la ya existente cohexión social.

Aceptación acrítica de la división tradicional de los procesos laborales: a la mujer se le adjudica el espacio laboral doméstico mientras que al hombre el público.

Sin embargo, más allá de estas importantes coincidencias o de los errores de la teoría normales por ser producto de su época —absoluta separación de la Cultura frente a la Naturaleza, manifestada en la opinión de que ningún animal había realizado el más sencillo útil; concesión de excesiva importancia a la caza en la formación de la Humanidad, actividad que se ejercía conjuntamente con la pesca; ubicación del origen topológico de la Humanidad en un continente desaparecido en las profundidades del océano Índico…—, la teoría materialista de Engels es de una gran originalidad y merece ser considerada por la fuerza de sus proposiciones. Veamos a continuación en que consiste esta teoría.

El darwinismo dialéctico de Engels

La más importante aportación de Engels, que será su tesis principal, a la teoría materialista de la Hominización es que el trabajo «es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio Hombre» (Engels, 1988: 3).

Recogiendo la opinión de Darwin, quien hacía especial hincapié en el bipedismo gradualmente adoptado por los cuadrúmanos, Engels afirma que ése «fue el paso decisivo para el tránsito del mono al Hombre» (Engels, 1988: 3), ya que hubo de conducir a la «división de funciones entre los pies y las manos» (Engels, 1988: 4), lo que al permitir la liberación de la mano facilitó la adquisición de la habilidad y destreza que le permitió realizar un número de operaciones cualitativamente distintas de aquellas que pudiese hacer el primate más allegado a los primeros humanos.

Así pues, el elemento básico en el proceso de hominización es la mano, ya que hubo de permitir un salto cualitativo con respecto al resto de los primates; acierta Engels cuando manifiesta que «la mano no sólo es el órgano del trabajo; es también producto de él» (Engels, 1988: 5). La importancia de esta proposición es fundamental, a nuestro entender, para la correcta comprensión de la teoría materialista de la hominización; detengámonos, por tanto, un instante en ella.

Por una parte tenemos la mano, que «no era algo con existencia propia e independiente. Era únicamente un miembro de un organismo entero y sumamente complejo. Y aquello que beneficiase a la mano beneficiaba también a todo el cuerpo servido por ella» (Engels, 1988: 5). Por la otra, el trabajo, «un proceso entre la naturaleza y el Hombre» (Marx, 1991: 130). La mano libre, que anteriormente había indicado como elemento radical en la distinción con los primates, no sólo es un resultado de la evolución biológica, sino que, y esto es fundamental, es el resultado del propio trabajo: de la relación con la naturaleza.

Es Marx quien apoya con mayor lucidez esta proposición de la especiación a consecuencia del trabajo, ya que para él en este proceso el Hombre se enfrentaba «como un poder natural con la materia de la naturaleza. Poniendo en acción las formas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para de esta forma asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que le brinda la naturaleza. Y al tiempo que actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las formas que en él dormitan y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina» (Marx,1991: 130).

El trabajo, debido a la interrelación transformadora entre allende y aquende de la naturaleza, pasaría a ser un factor crítico en el proceso de hominización y, por tanto, de la especiación entre la familia Homínida, este es quizás, a nuestro entender, el aspecto más importante de la obra de Engels y el que menos influencia ha ejercido en la teoría antropogenética.

Estamos ante una teoría donde el cuerpo es entendido como un organismo, no como un mecanismo, resultante de la experiencia y la acción articulado a través del trabajo con la naturaleza exterior:

El perfeccionamento gradual de la mano del Hombre y la adaptación concomitante de los pies a la marcha en posición erecta, repercutieron de una forma indudable sobre las otras partes del cuerpo. (Engels, 1988: 6).

Además, tanto para Darwin como para Engels, esta experiencia de los primeros homínidos era social, ya que «evidentemente, no es posible buscar el origen del Hombre, el más social de los animales, en unos antepasados inmediatos no sociales» (Engels, 1988: 6). En este sentido, no duda en afirmar que fue mediante el proceso de trabajo como la sociedad humana antepasada hubo de adquirir un mayor grado de cohesión; manifestando a este respecto que «el desarrollo del trabajo, al multiplicar los casos de ayuda mutua y de actividad conjunta, y al mostrar así las ventajas de esa actividad conjunta para cada individuo, tenía que contribuir forzosamente a agrupar más a los miembros de la sociedad» (Engels, 1988: 6).

De esta cohesión social, causada por el desarrollo del trabajo, desprende la «necesidad de decirse algo» (Engels, 1988: 6): el lenguaje. Asimismo, sostiene que «la comparación con los animales nos muestra que esta explicación del origen del lenguaje a partir del trabajo y con el trabajo es la única acertada» (Engels, 1988: 6).

Para completar el triángulo, se habrá de referir a la conciencia, entendida como la capacidad de abstracción y de discurso, en los siguientes términos:

Primero el trabajo, luego y con el, la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono, gradualmente, se ha transformado en cerebro humano, que, pese a la similitud, lo supera considerablemente en tamaño y perfección. Y a medida que se desarrolla el cerebro, se desarrollan, también, sus instrumentos más inmediatos: los órganos de los sentidos. (Engels, 1988: 7).

Volvemos a encontrarnos con una interrelación transformadora, al desarrollarse el cerebro, correlativamente con el trabajo y el lenguaje, se desarrollan los sentidos, la percepción exterior. Resultan, por tanto, una serie de interrelaciones entre el cuerpo y la naturaleza exterior, los pies y la mano, la mano y el cerebro… que dan sentido al trabajo como condición básica de la Humanidad; pero, ¿dónde comienza el trabajo?

Para Engels, «el trabajo comienza con la elaboración de los instrumentos» (Engels, 1988: 9); el empleo y la fabricación de medios de trabajo son características del proceso de trabajo específicamente humano. No en vano había dicho Franklin (1836) que el Hombre era un animal hacedor de utensilios. La elaboración de instrumentos, se puede objetar, es algo preexistente entre los animales no humanos; pero «lo único que hacen los animales es emplear la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El Hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el Hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo» (Engels, 1988: 13-14).

Encontramos un tratamiento similar en otros pasajes tanto de Engels como de Marx. Recordemos, sino, aquellas palabras de Marx en que indicaba que «hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro» (Marx,1991: 130).

Engels indica, en Dialektik der Natur, que «la especialización de la mano implica la aparición de la herramienta, y ésta implica actividad específicamente humana, la acción recíproca transformadora del Hombre sobre la naturaleza, la producción. También los animales tienen herramientas en el sentido más estrecho de la palabra, pero sólo como miembros de su cuerpo: la hormiga, la abeja, el castor; los animales también producen, pero el efecto de su producción sobre la naturaleza que les rodea es en relación a esta última igual a cero» (Marx, Engels, 1981: 3, 51).

En la famosa carta a Lavrov, de 12-17 de novembro de 1875, Engels redunda en la distinción entre recoger y producir: «los animales, en el mejor de los casos, recogen, mientras que los Hombres producen» (Marx, Engels, 1975: 86).

No se debe confundir esta división del Hombre frente a la Naturaleza como un dualismo ajeno a la tradición materialista e introducido extrañamente en el discurso de Engels; debemos aclarar, y así lo hace el autor, que el dominio de la naturaleza «no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, por nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que a diferencia de los demás seres somos capaces de conocer sus leyes y aplicarlas adecuadamente» (Engels, 1988: 14). Para Engels dominar, producir y proyectar son diferentes aspectos de una misma cara que se opone a recoger o emplear, reconociendo que dominio no significa estar situado fuera de la natureza.

Insistamos sobre este punto.

Engels y Marx partían de una realidad conocida por ellos —los estudios de Darwin, Wallace, Huxley, Lyell o Büchner… para cuestiones biológicas y a Morgan, Lubbock, Maine o Phear… para las antropológicas— y por eso en muchas ocasiones no llegan más allá, a pesar de lo que se intuye en sus propias palabras (en las fórmulas matemáticas de Einstein estaban los agujeros negros, pero hubieron de pasar más de 30 años para que otro investigador leyese en esos apuntes ese genial descubrimiento). Marx y Engels, en este sentido, se movieron en los estrechos márgenes de la etología y la antropología ‘aristotélica’, que dividía las especies animales en racionales e irracionales, y del discurso masculino, no hay un tratamiento de la antropología desde una perspectiva que hoy llamaríamos antropología feminista del género o de la diferencia.

Sin embargo, a partir de la aplicación crítica de su teoría a los datos que conocemos en la actualidad podemos, y debemos, superar esos límites clásicos; en este sentido, la primatología contemporánea está descubriendo la cultura en los chimpancés, la antropología materialista contemporánea nos ofrece nuevas explicaciones al origen de la explotación y de las clases que ponen en cuestión los análisis evolucionistas tradicionales y, finalmente, el feminismo demuestra lo equivocados que estaban los análisis subjetivistas escritos a partir del sujeto Hombre.

Engels, estableció una relación dialéctica entre la Naturaleza y la Sociedad para explicar los mecanismos naturales que, a partir de una especie social anterior, dieron lugar por selección natural a la Humanidad y todo ello sin posibilidad de intervención divina; asimismo, hereda del darwinismo tanto la comprensión del cuerpo como un todo completo y complejo que se transforma en su totalidad correlativamente con la transformación de alguna de sus partes, como la negación de la encefalización como fuerza motora de la hominización.

Sin embargo, Engels añade a este paradigma un elemento de gran importancia: la importancia de la mano como órgano y producto del trabajo, la necesidad del lenguaje a partir del trabajo y con él, y el estímulo del cerebro, también a partir del trabajo y el lenguaje, desarrollando los sentidos y la conciencia.

En definitiva, podemos condensar en los siguientes puntos la aportación de Engels a la teoría de la Hominización:

• La formación y evolución de la Humanidad está sujeta a la selección natural: crisis ecológicas, deriva genética, migraciones… son toda una serie de factores determinantes en el proceso de especiación homínido.

• En el proceso de especiación desempeñó un papel fundamental el trabajo: la relación locomoción-alimentación, delimitada por el modo de interactuar en la naturaleza, transformó la propia corporeidad humana —bipedismo, verticalización de la cara, liberación de la mano, aumento de la caja craneal, modificación de los órganos sensoriales…— con lo cual los mecanismos sociales actuan de un modo determinante en el proceso de especiación.

• Trabajo, lenguaje y pensamiento son el producto de la intervención sobre la naturaleza exterior; pero al mismo tiempo transforman y desarrollan la propia naturaleza interior, actúan en el proceso de especiación homínido.

Todo lo dicho se resume en la siguiente proposición: la Hominización habrá de ser explicada dialécticamente a través de mecanismos tanto sociales como ecológicos.

La aportación de Engels a la teoría de la Hominización, si bien de gran importancia, no deja de ser una intervención en la teoría desde el enfoque deductivo —en oposición al enfoque inductivo—, hecho que no invalida el poder de estas proposiciones. Con anterioridad a Engels, la posibilidad de que se elaborase una síntesis de este tipo era reducida y se limitaba a enfoques menos específicos (Epicuro, Lucrecio, Holbach, Diderot… nunca examinaron la cuestión de los orígenes humanos más que para negar la intervención divina en ese hecho); no obstante, con posterioridad a él, esta tesis antropogénica tuvo muy poca fortuna: entre los antropólogos occidentales no será considerada, ya que la introducción de esta teoría por Campbell, Oakley o Washburn no parte de Engels, entre los soviéticos, por diversas razones (algunas relacionadas con la dogmatización del marxismo que hacía muy delicada la aplicación científica de las aportaciones más novedosas de esa teoría) no hubo una investigación acorde al conocimiento de las teorías de Engels. Ciertamente, autores como Cordón, Fonseca o Melotti admitieron la validez de esta teoría, si bien ninguno de ellos procede del ámbito de la prehistoria; sólo Leroi-Gourhan, después de llevar bastantes años defendiendo una postura netamente materialista muy próxima a la de Engels, reconoció ciertas coincidencias pero no profundizó en ellas.

Im Anfang war die Tat : la dialéctica de los orígenes

«En el principio fue la acción», de este modo tan literario expresaba el Fausto de Goethe lo que confirma la tradición materialista desde Demócrito: ‘es el ser el que determina la conciencia y no la conciencia la que determina el ser’, designando la primacía de la materia sobre la idea.

Sería una traición a nuestro propio discurso materialista mantenernos alejados de la validación de la teoría de Engels con los datos aportados por la antropología moderna, aunque sólo sea de manera superficial y somera. Lo que desarrollaré a continuación son, pues, unos puntos esquemáticos que espero poder ampliar y profundizar en ulteriores investigaciones

Podemos exponer la situación actual de la teoría materialista a la luz de los nuevos datos científicos, de forma bastante sintética, en los siguientes puntos:

• En torno a 2,4 / 2,6 M.a. se produjo un importante cambio climático a nivel global, que tiene dos importantes consecuencias: el cambio del medio físico con la aparición de nuevos biotopos y la adaptación consecuente de las especies. Sin duda, el cambio físico más importante es la ampliación de la sabana y como consecuencia la prosperidad de los taxones que en ella viven, así como la irrupción de dos nuevos géneros Homo (habilis, rudolfensis) y Paranthopus (aethiopicus, robustus y boisei). Un hecho que nos parece interesante destacar es que parece ser que para el dominio del campo abierto es necesaria la cohesión social, como demuestran no sólo nuestros antepasados, sino otros mamíferos gregarios como los félidos (leones y guepardos), los licaones y los hiénidos.

• El hipodigma de la especie Homo habilis se ha transformado para dar lugar a dos nuevas especies: OH-13, OH-12 y KNM-ER 1813 pertenecen a Homo habilis, mientras que el KNM- ER 1470 pertenece a Homo rudolfensis.

• Los esquemas evolutivos de sencillo a complicado no funcionan ni con la industria lítica ni con las estrategias de obtención de alimento. Las cronologías de los yacimientos con industrias del Karari y de Olduvai, que siguen pautas de elaboración distintas, son coincidentes, no pudiendo elaborar una cronología de inferior a superior. No siempre la estrategia de obtención de alimentos era carroñera en épocas antiguas de la hominización, pues, en yacimientos con más de 1,8 M.a. hemos detectado una estrategia cazadora de mamíferos de tamaño medio, mientras que en yacimientos con 1,6 M.a. hemos detectado actividad carroñera. Estos pocos ejemplos y otros muchos que podríamos exponer apuntan a que la diversificación y la dispersión de los homínidos debió estar íntimamente ligada a la socialización de los primeros homínidos.

• Recientemente se está destacando la importancia de la mujer en el proceso de hominización. Por encima de la distinción entre el trabajo doméstico (mujeres) y público (hombres) que establecía la antropología clásica, que adjudicaba a las mujeres un papel secundario en la hominización (en tanto que los hombres iban a la caza, que se ha considerado desde siempre como uno de los factores fundamentales de la hominización, las mujeres desempeñaban tareas secundarias no determinadas), estamos empezando a poner más interés en descubrir como se establece la producción y reproducción social y quien ejerce los mecanismos de control social. En este sentido la relación madre-hijos y la importancia de la aportación vegetariana a la dieta de los primeros homininos otorgaría a las mujeres un papel privilegiado en la hominización.

• La reorganización cerebral consecuente con el nuevo tamaño craneal que caracteriza al género Homo hubo de permitir un mayor desarrollo de las áreas de Broca y Wernike, lo que hizo posible el hecho de generar un lenguaje hablado, sin embargo, la cuestión con respecto a las tres especies que de Homo hemos visto que coexisten en el mismo espacio y en el mismo tiempo está sin resolver. Es posible que determinadas intervenciones en la naturaleza produzcan, a través de la percepción sensorial también modificada por esta percepción, diferentes concepciones de la naturaleza, lo que explicaría las diferencias entre las industrias de Kada Gona, Eg, Omo 71, Omo 84, FtJj1, FtJj2, FtJj5, Omo 57, Omo 123, Lokalelei, AL 666, KBS, HAS, FXJj50, DK, FLK, FLKN, Melka Kunturé, Fejej, Nyabussi, Senga 5, Sterfontein en África y de otras procedentes de fuera de África (Yiron, Riwat, Longuppo, Dmanisi, Barranco León, Barranco del Paso, Fuente Nueva, Tetoiu, Monte Poggiolo…). La simetría, que no se inventa, sino que se percibe en la naturaleza bajo unas condiciones conceptuales determinadas, a su vez íntimamente relacionadas con la intervención- percepción en la naturaleza, aparece en Olduvai II, estrato situado ‘encima’ de los yacimientos con presencia de Homo habilis, con vestigios de Homo erectus

• La actividad psíquica superior, si bien no delimitada por el lenguaje, está presente en Homínidos miocenos y pliocénicos no humanos.

¿Es posible, después de tanto discurso idealista y antropocéntrico que nos ha invadido, recuperar los elementos básicos que Darwin y Engels proponían para comprender la hominización, ese proceso sin sujeto ni fin? No sólo pensamos que es posible, sino que es la única alternativa válida para comprender la antropogénesis.

Es evidente que a la luz de la dialéctica de la Naturaleza / Cultura, ecología / sociedad, el origen del trabajo, el lenguaje y el pensamiento se hacen más comprensibles. El objetivo ahora es elaborar un programa de investigación científica que articule todas estas proposiciones, hipótesis y datos en el seno de una teoría materialista; a continuación, señalamos algunos de los puntos de ese programa:

• En cuanto a la socialización de los primates tenemos que aclarar qué especie hizo qué.

• En cuanto a las relaciones sociales tenemos que averiguar qué individuo (género y edad) está detrás de cada acción.

• En cuanto a la intervención en la naturaleza debemos identificar los mecanismos que establecían esa relación dialéctica: a través de la locomoción y la alimentación podemos saber como repercutía en la propia corporalidad de los homínidos; a través de la distribución en el espacio y de la fabricación de utensilios podemos saber como repercutía en el grupo social.

• La distribución en el espacio es una de las claves para comprender la relación con la naturaleza, pero también las relaciones entre los miembros del grupo.

• La tecnología en su acepción más clásica no hace más que clasificar objetos, pero puede proporcionar los datos suficientes sobre los niveles de abstracción, orden y jerarquía espaciales, etc., como ya se ha comenzado a demostrar.

Hemos intentado mostrar en estas páginas como nuestra postura se sitúa en un frente rupturista que recupera la tradición materialista del darwinismo y el marxismo frente a la sociobiología y al evolucionismo cristiano, pretendiendo comprender el proceso de especiación homínido como un proceso natural, en el seno del cual sea comprensible la producción del pensamiento, las distintas intervenciones en el seno de la naturaleza por parte de las diferentes especies que participaron en la hominización, el lenguaje, el trabajo, etc. Esperamos haber mostrado que ésa es quizá la única vía posible para conocer mejor nuestra propia naturaleza.

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Notas

[1] Tengo que agradecer la oportunidad de publicar este trabajo a Francisco Pelayo y Rafael Huertas, así como las interesantes sugerencias recibidas a Cordón, Gibert, Olaria y Tort…

[2] Para una mejor aproximación a la contribución de Darwin a la teoría de la hominización remitimos a los trabajos de Bowler, Mayr o Tort.

Alfredo Iglesias Diéguez Departamento de Historia I (Prehistoria/Casal) Universidade de Santiago de Compostela. Pza. da Universidade, s/n. E-15701 Santiago de Compostela e-mail : aiglesia@cirp.es

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